《Mhaieiyu - Arco 1: El Sindicato [Spanish]》 Capítulo 1: El Día Amanece Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 1 El D¨ªa Amanece Si la pestilencia de la multitud de transe¨²ntes y la poluci¨®n nublando los cielos de esta ciudad no pudiesen pintar su propia imagen, seguramente lo har¨ªan el abandono del corporativismo en su funcionamiento, el bullicio de una sociedad silenciada y agobiada, y las desgarradoras miradas de miedo de los ni?os y seres inferiores hacia los oficiales que patrullaban las calles, haciendo cumplir sin piedad sus cuestionables leyes. Un d¨ªa en los prados era desable ¡ª no, necesario. El aire era tan intoxicante dentro y cerca de las fronteras de la ciudad que se sent¨ªa como si intentara sofocar a cualquiera que se atreviera a respirarlo. El aire fresco se hac¨ªa casi inexistente, asimilado por la peste producida por las refiner¨ªas invasoras. Una mezcla de olores de maquinaria, contaminaci¨®n, sudor y, en algunos lugares, sangre. La violencia no se volvi¨® la respuesta aqu¨ª; m¨¢s bien, se hizo el ultim¨¢tum. La bondad del amor maternal olvidado hace tiempo por la afortunada edad de madurez, o lamentablemente y m¨¢s probable adolescencia. Ya sean los tir¨¢nicos Sindis que sospechan, los rebeldes Moradores del Bosque que interceptan, o los criminales Erizos que asaltan... nunca import¨® qui¨¦n cuando se trataba de algo as¨ª. O luchabas por sobrevivir, perd¨ªas la cordura, o mor¨ªas. Se convierte en un ciclo vicioso y visceral, con pocos espacios de alivio para respirar entre ellos. En lo alto de uno de los muchos tejados de los rascacielos en cascada, burl¨¢ndose de los cielos con su tama?o, sentaba un hombre vestido con una chaqueta de cuero gris andrajosa, con el resto de atuendo a juego. Sus forros estaban recorridos por agujeros, cortes y manchas que nunca pudieron, o nunca quisieron ser lavados o reparados. Dorm¨ªa ignorante del mundo, contra el bloque de entrada de un ascensor al techo, junto a un precipicio peligrosamente desprotegido contra ca¨ªdas accidentales. Aquellos que deseaban aventurarse a tales alturas nunca cayeron involuntariamente. Casi parec¨ªa tentador mirar hacia el abismo del estancamiento social, invitando a que el sufrimiento de uno terminara tan r¨¢pidamente como hab¨ªa llegado. ¡ªNo har¨ªa una maldita diferencia de todos modos ¡ªrefunfu?¨®, su voz grave tensando al despertar de una meditaci¨®n profunda. El hombre parec¨ªa estar en la mediana edad, las muchas cicatrices y arrugas que adornaban su rostro casi delataban al joven que lo hab¨ªa abandonado. Manten¨ªa, apenas, el pelo ¨¢spero, negro y desali?ado que le ca¨ªa denso y largo hasta los hombros. Se puso de pie con un gru?ido de dolor, acerc¨¢ndose al borde del colosal acantilado de metal, antes de sentarse en su extremo casi descuidadamente. ¡ªMe pregunto cu¨¢ntos¡­ ¡ªse pregunt¨® en un murmullo, tomando en sus manos una botella de alguna bebida alcoh¨®lica marcada descaradamente con mensajes de buenas promesas y una cara sonriente, como para meter sal en la herida psicol¨®gica de los desesperados que beb¨ªan de ¨¦l. Despu¨¦s de unos segundos de contemplaci¨®n, el hombre envolvi¨® sus inusualmente afilados dientes alrededor de la boquilla de vidrio, mordi¨¦ndola con una fuerte torsi¨®n de sus mand¨ªbulas. La sangre manaba de su boca, pero un r¨¢pido escupir fue todo lo que le import¨® hacer en respuesta, antes de engullir el ahora peligroso l¨ªquido con tan poco cuidado como consider¨® oportuno. Una vez drenado, mir¨® pensativo la botella vac¨ªa, fijando su cara en el borroso reflejo. ¡ªP¨ªntame m¨¢s viejo, Victus. Todav¨ªa no me llegas ¡ªmurmull¨® entre dientes a nadie en particular, alzando su brazo para arrojar la botella al infierno, pero se detuvo apenas en el ¨²ltimo instante. Seguramente cualquier desafortunado que deviniera v¨ªctima de su ca¨ªda en picado terminar¨ªa muerto, por lo que, sabiamente, opt¨® por colocarlo entre las muchas otras bebidas terminadas que amontonaban la percha. Con un suspiro casi imperceptible, se puso de pie una vez m¨¢s, observando la ca¨ªda del sol a lo largo del horizonte nublado. ¡ªCasi puedo verte ahora, Moon. ¡ªSonri¨® para s¨ª mismo, abriendo sus extremidades, como si anticipara un abrazo, antes de dejarse caer hacia adelante. ? ? ? ? Caminando a trav¨¦s del follaje de un bosque tranquilo cubierto de doseles se encontraba un joven que se acercaba a la edad adulta, en busca de restos de la comida que aquella abundante maleza pudiera proporcionar. El humilde silencio fue interrumpido solo por sus suaves pasos por el camino imperfecto, hojas y palos quebr¨¢ndose bajo las suelas de sus zapatos. Parec¨ªa hambriento, aunque no del todo desnutrido. Su piel p¨¢lida todav¨ªa era suave al tacto, sin cicatrices visibles que intuyeran su forma debajo del forro de una sudadera con capucha negra y unos vaqueros azules informales. El ¨²nico adorno que le pareci¨® extra?o fue una navaja de acero negro y montura carmes¨ª, doblada y colgada de su cintur¨®n. Su cabello desali?ado era de un plateado opaco que se envolv¨ªa alrededor de su cabeza y ocultaba los lados de su rostro, su flequillo colgando por sus cejas. A pesar de su situaci¨®n, llevaba una leve sonrisa. El bosque era un lugar de tranquilidad. Le relaj¨® permanecer alejado del caos de la gente del pueblo impulsada por el trabajo entre los que viv¨ªa. Poni¨¦ndose sobre una rodilla, tom¨® el extravagante arma y baj¨® la hoja sobre las ra¨ªces expuestas de una planta. Despu¨¦s de rebanar la hierba medicinal, la coloc¨® en una cartera y continu¨® su camino. Despu¨¦s de unas horas buscando peque?os restos, el adolescente se sent¨® junto a un ¨¢rbol y decidi¨® descansar. Con una ansiosa inhalaci¨®n, respir¨® la naturaleza que lo rodeaba, dibujando una suave sonrisa a trav¨¦s de su mirada de admiraci¨®n. La suave calma que lo envolv¨ªa relaj¨® su cuerpo, hasta que los aullidos de dolor de un animal salvaje traspasaron el paisaje. En circunstancias normales, el instinto de un novato habr¨ªa sido correr en la direcci¨®n opuesta al peligro claro y presente. ?Qu¨¦ pod¨ªa hacer un ni?o solo contra una amenaza lo suficientemente fuerte como para acabar con cualquier temible bestia que acababa de pedir ayuda? Pero cuando se puso de pie para salir disparado, el chico se torn¨® inm¨®vil. Esper¨® unos segundos antes de volver a escuchar a la bestia. M¨¢s perceptivo ahora, se dio cuenta de que el aullido lleno de p¨¢nico proven¨ªa de lo que probablemente era una cr¨ªa, y ?cu¨¢nto le revolv¨ªa el est¨®mago dejar atr¨¢s a una criatura as¨ª! Con un bufido frustrado y un trago nervioso, sac¨® la ¨²nica arma de su cintur¨®n y la prepar¨® torpemente. Inhalando una respiraci¨®n profunda, comenz¨® a correr hacia la fuente del ruido. Acerc¨¢ndose al epicentro del mismo, el ni?o se sent¨ªa cada vez m¨¢s nervioso. En parte debido al ambiente en la que se hab¨ªa criado, nunca hab¨ªa sido del tipo de persona que se habr¨ªa involucrado en una confrontaci¨®n a menos que su propia vida estuviera amenazada. A¨²n as¨ª, sigui¨® adelante; la hierba alta se apart¨® y aplast¨® bajo sus pies mientras avanzaba en direcci¨®n a los chillidos. Despu¨¦s de escuchar un ¨²ltimo grito pat¨¦tico, hizo un r¨¢pido giro para realinearse. Su respiraci¨®n se hizo superficial, d¨¦bil y ronca mientras se acercaba. Su paso disminu¨ªa constantemente y se volvi¨® m¨¢s suave cuando hubo llegado al lugar del disturbio. Una vez a la vista del borde del claro que seguramente deletrear¨ªa su destino, se detuvo por completo. Su respiraci¨®n disminuy¨® en breves tomas silenciosas mientras la adrenalina corr¨ªa por sus venas. Con un ¨²ltimo momento de vacilaci¨®n, apart¨® el follaje que obstru¨ªa su vista. Delante de ¨¦l estaba un monstruoso canino negro, con los dientes al descubierto y afilados como navajas. El animal era intimidantemente enorme, de m¨¢s de un metro de altura, mientras se arqueaba sobre su presa. Con un bramido acobardado estaba sentado un canino m¨¢s peque?o con un pelaje blanco como la nieve, espumoso y brillante. Parec¨ªa mucho m¨¢s bajo en estatura, midiendo medio metro como mucho, mientras que su musculatura parec¨ªa subdesarrollada en comparaci¨®n. A pesar de ese hecho, el muchacho sab¨ªa que solo har¨ªa falta una mordida bien colocada en su garganta para que el chucho inferior acabara con su propia existencia. El m¨¢s peque?o de los dos estaba claramente herido, asustado e indefenso. A pesar de que ahora pod¨ªa darse la vuelta e irse, se sinti¨® obligado a luchar por la supervivencia de esta desafortunada criatura. Por lo menos, solo servir¨ªa para demostrar que la visi¨®n retr¨®grada de este mundo sobre la moralidad era incorrecta. Cuando not¨® que el gran monstruo aceleraba para lanzarse sobre su objetivo por ¨²ltima vez, el chico grit¨® y atraves¨® el arbusto, corriendo hacia adelante con el cuchillo en la mano. La bestia se volvi¨®, sorprendida pero inflexible. El ni?o se dio cuenta de que no ten¨ªa absolutamente ninguna experiencia ofensiva con el arma, su ¨²nica determinaci¨®n lo dirig¨ªa a apu?alar implacablemente al monstruo todo el tiempo que pudiera. Antes de que el humano pudiera asestar un golpe decisivo, la bestia salt¨® hacia adelante y golpe¨® con sus enormes patas traseras al ni?o, envi¨¢ndolo a volar varios metros hacia atr¨¢s. El cuchillo vol¨® de sus manos, pero segundos despu¨¦s la hoja desapareci¨® en un breve destello, antes de volver a encajar m¨¢gicamente en su cintur¨®n, atada al alma de su due?o. El chico gimi¨® dolorosamente, levant¨¢ndose con leve dificultad a pesar del impacto. D¨¢ndose la vuelta r¨¢pidamente, apenas pudo presenciar a su atacante antes de ser derribado al suelo, mientras que el can rug¨ªa con un volumen tan feroz que sacudi¨® al adolescente hasta la m¨¦dula. Arrastr¨¢ndose desesperadamente hacia atr¨¢s desde la refriega, el ni?o fue bloqueado por un ¨¢rbol, imposibilit¨¢ndole cualquier esperanza de escapar. Cuando la muerte se acercaba hambrienta, el ni?o sac¨® el cuchillo de su cintur¨®n una vez m¨¢s y lo sostuvo tembloroso frente a ¨¦l por todo el bien que le har¨ªa. Abriendo sus malvadas fauces, la bestia se lanz¨® hacia adelante con la intenci¨®n de matar. Al ver la perdici¨®n dentro de su hocico escarlata, el adolescente empuj¨® d¨¦bilmente la hoja hacia adelante y se alej¨® ... pero antes de encontrarse con la muerte, el sonido de la bestia aullando de dolor lleg¨® a sus o¨ªdos. Al abrir los ojos, vio que el peque?o canino herido a¨²n no hab¨ªa salido disparado cuando tuvo la oportunidad. En vez de ello, salt¨® sobre su atacante, mordiendo valientemente la pata trasera de la bestia. Aprovechando la oportunidad, el ni?o no perdi¨® el tiempo y apu?al¨® la nariz de la criatura, provocando que gru?ara en dolor y tuviera espasmos. Pate¨® hacia la frontera de ¨¢rboles, sacudiendo la cabeza para sofocar la agon¨ªa candente que flu¨ªa a trav¨¦s de su rostro ensangrentado. El cuchillo se hab¨ªa incrustado en las heridas frescas de la bestia, pero cuando tropez¨® hacia la l¨ªnea de vegetaci¨®n, la hoja reapareci¨® en el cintur¨®n del ni?o una vez m¨¢s. Al darse cuenta de que su defensor estaba inm¨®vil cerca, el adolescente salt¨® del suelo para prestarle ayuda. Recogiendo r¨¢pidamente a la cr¨ªa severamente debilitada, hizo una carrera en la primera direcci¨®n aleatoria que pudo. Su coraz¨®n lat¨ªa locamente en su pecho, su respiraci¨®n luchaba por mantenerse mientras corr¨ªa por su vida con un peso significativo en sus brazos. A pesar del esfuerzo, era dolorosamente consciente de que su ritmo se estaba retrasando y que el peligro se cern¨ªa sobre ellos. Sin alternativa, sigui¨® corriendo hacia delante. F¨¢cilmente pod¨ªa dejar caer al animal en sus brazos, pero cada fibra de su cuerpo se lo prohib¨ªa, obligado a proteger a la criatura que hab¨ªa salvado su vida. L¨¢grimas de frustraci¨®n y miedo brotaron de sus ojos y nublaron su visi¨®n. Con renovado vigor, invadido por la adrenalina, corri¨® hacia adelante, optando por hacer giros y vueltas al azar con la esperanza de perder a su perseguidor. Todo fue en vano. Por encima de los agobiantes golpes que formaban en su cabeza, escuch¨® el galope del monstruo, luego el jadeo de su carga final. Justo cuando el c¨¢lido aliento de la bestia sub¨ªa por la espalda del chico, un disparo tan estrepitoso como la del barril de un ca?¨®n tembl¨® el aire, haciendo que el chico saltara al suelo y protegiera a su salvador antes de que un estruendo atronador sacudiera todo el bosque. Mientras un silencio ensordecedor permanec¨ªa en el aire, el joven levant¨® su p¨¢lido rostro para ver que la bestia que hab¨ªa atacado tan implacablemente a la pareja estaba muerta a solo unos metros de distancia. ¡ªNo est¨¦s tan aturdido, chico¡ª. Sorprendido, el ni?o mir¨® hacia un ¨¢rbol cercano, y vio a un hombre vestido con pieles grises ri¨¦ndose para s¨ª mismo mientras equilibraba sobre una rama densa¡ª. Comen miedo ¡ªa?adi¨®, con la voz vidriada por el alcohol. Dej¨¢ndose caer desde su posici¨®n elevada con un ruido sordo, avanz¨® hacia el ni?o, que not¨® el destello de un hierro en su cintur¨®n. S¨²bitamente temeroso, enterr¨® su rostro una vez m¨¢s, cubriendo al canino herido de manera protectora. El Hombre ten¨ªa una altura imponente de casi dos metros, lo que le elevaba f¨¢cilmente por encima de la mayor¨ªa de los otros humanos; hecho que le ayud¨® poco a calmar a las v¨ªctimas o inocentes. Exhalando, poniendo los ojos en blanco, El Hombre se acerc¨® a la bestia derribada y se arrodill¨® para inspeccionar su obra sangrienta¡ª. Est¨¢ muerto. Puedes levantar tu rostro. No te voy a morder ¡ªbrome¨®, mostrando una sonrisa llena de dientes. Not¨® que el ni?o se mov¨ªa levemente, pero no hubo otra respuesta. El Hombre se volvi¨® hacia el cielo con frustraci¨®n antes de acercarse al joven. ¡ªVictus ¡ªmaldijo ¡ªno voy a comerte... ¡ª?Ap¨¢rtate! ¡ªel chico le interrumpi¨®, poni¨¦ndose de pie con cuchillo en mano¡ª ?No tengo miedo de usar esto! ¡ªadvirti¨®, sus piernas sosteniendo aturdidas el resto de su cuerpo en un intento de proteger a la criatura debilitada. El Hombre evalu¨® al ni?o con escepticismo. Encontr¨® la postura de temblor de botas del ni?o mientras empu?aba una daga diminuta casi divertida, si no fuera tan pat¨¦tica. ¡ªCuchilla elegante la que tienes ah¨ª. Pena que no tengas ni idea de c¨®mo usarla. ¡ªEso no significa que dudar¨¦ en lastimarte, extra?o. Te lo advierto¡ª. El adolescente dio un paso atr¨¢s, su voz temblorosa y chirriante traicion¨® sus intenciones. Levantando las manos inocentemente, el hombre respondi¨®: ¡ªMira, en serio, no quiero hacerte da?o. Rel¨¢jate, ?s¨ª?¡ª. Su nueva calma no aplac¨® al chico que consideraba hostil el resto de la tensi¨®n de El Hombre. Por el aspecto de su atuendo, solo hab¨ªa una definici¨®n clara que el ni?o pod¨ªa alcanzar¡ª. E-Eres una especie de asesino, ?verdad? ¡ªpregunt¨®, con una pizca de preocupaci¨®n delatando sus palabras. El Hombre busc¨® una mejor explicaci¨®n, pero renunci¨®, con un simple encogimiento de hombros. ¡ªQue duro me eres. ?No lo somos todos estos d¨ªas? ¡ªEl Hombre replic¨® casualmente antes de bajar la mirada ¡ªTu amigo Cr¨ªptido se ve un poco rudo ¡ªcoment¨®, se?alando al canino con un dedo inactivo. Irritado por su posici¨®n aparentemente desesperada, el lozano le grit¨®: ¡ª??Y eso te preocupa de alguna manera?! ¡ªNo, no veo por qu¨¦ deber¨ªa hacerlo ¡ªrespondi¨® ¨¦l, alborotando su cabello con confusi¨®n ¡ª?Os conoc¨¦is? ¡ª?Necesito una excusa para ser una persona decente? ¡ªgrit¨® el muchacho, desesperado. Sacudiendo la cabeza, El Hombre respondi¨®: ¡ªNo, por supuesto que no. Es extra?o que un jovencito est¨¦ tan dispuesto a..¡ª. Se detuvo, optando por no terminar la frase. Cuando El Hombre mir¨® hacia otro lado, el ni?o, sintiendo un atisbo de apertura, se volvi¨® de repente y tom¨® a la criatura bajo su brazo. Se las arregl¨® para correr unas pocas zancadas antes de pillarse el pie bajo una ra¨ªz expuesta, lo que hizo que se tambaleara y cayera con un quejido ag¨®nico. El Hombre se encogi¨® de verg¨¹enza y se acerc¨® a la pareja. Tom¨® la pierna del ni?o y la examin¨® detenidamente¡ª. ?Qu¨¦ tal si te calmas? Eso fue un golpe desagradable. Parece que te torciste el tobillo, chico¡ª. Las manos del Hombre se deslizaron hacia la herida, pero se congelaron firmemente cuando el adolescente retorci¨® la pierna. El se?or enarc¨® una ceja en actitud de juicio a su paciente ¡ªNo se curar¨¢ si lo dejas as¨ª, ?sabes? ¡ªDespu¨¦s de unos momentos de dolorosa consideraci¨®n, el ni?o exhal¨® un fuerte suspiro y asinti¨®¡ª. S¨ª, lo har¨¦ r¨¢pido. Manteniendo su agarre firme, El Hombre de repente torci¨® el tobillo de nuevo en su posici¨®n con un chasquido agonizante en los huesos. El ni?o se estremeci¨®, gritando, su cabeza chocando con la tierra mientras el sudor flu¨ªa por su frente arrugada. Hecho su trabajo, El Hombre se puso en pie y le ofreci¨® al ni?o una mano. Mientras el ni?o descansaba indeciso, asintiendo tambi¨¦n a su asistencia, El Hombre procedi¨® a levantar y cargar con la criatura para luego emprender su caminata. ¡ªEst¨¢ oscureciendo. Deber¨ªas estar en casa, chaval ¡ªadvirti¨® con severidad pero con un aire de preocupaci¨®n. ¡ªNgh... Lo s¨¦, pero qued¨¦ atrapado en... este l¨ªo ¡ªrespondi¨® el chico, a¨²n receloso del extra?o, pero demasiado cansado como para discutir ¡ª?Va a vivir ...? ¡ªpregunt¨®, mirando al animal herido en los brazos de su oportuno y extra?o salvador. El canino parec¨ªa muerto, pero not¨® que estaba inconsciente mediante respiraciones lentas. ¡ªElla estar¨¢ bien, estoy seguro. Los Cr¨ªptidos son unos cabrones tozudos ¡ªEl Hombre trat¨® de consolarle, con una sonrisa tranquilizadora form¨¢ndose en su rostro. Despu¨¦s de una breve caminata de silencio entre los dos, lentamente se acercaron al borde del bosque, justo cuando los ¨²ltimos rayos del sol amenazaban con desvanecerse. Al ver que el extra?o hab¨ªa sido honorable en sus intenciones, el ni?o habl¨®. ¡ªMi nombre es To... ¡ªTokken. De la familia Tsuki. S¨ª, me imagin¨¦ ¡ªEl Hombre interrumpi¨® con una risa astuta. ¡ª??C-C¨®mo supiste...? ¡ªpregunt¨® el muchacho, asombrado por el repentino conocimiento del extra?o. Con una sonrisa s¨®rdida y una mirada al cielo, El Hombre explic¨®: ¡ªIndistinguible, chico. Los Tsukis amaban su maldito cabello. La familia que desapareci¨® de noche a la ma?ana. Escuch¨¦ que fue uh ... un caso jodido. Mir¨® a Tokken, que parec¨ªa haber perdido su entusiasmo, mirando solemnemente a nada en particular. El Hombre neg¨® con la cabeza, mirando hacia afuera mientras las luces de las vastas ciudades se revelaban lentamente en lo alto. ¡ªNo lo sabr¨ªa. No estuve ese d¨ªa ¡ªcomenz¨® con un encogimiento de hombros. ¡ªS¨ª, se?orita Insula y se?or Anderson. Finos sastres, fueron. Es una l¨¢stima que la fortuna los haya encontrado tan... abiertamente ¡ªEl Hombre record¨®, las palabras atasc¨¢ndose en la garganta al ver la expresi¨®n sombr¨ªa del adolescente. A?adi¨®: ¡ªEscuch¨¦ que eh... nombraron a su hijo por la adicci¨®n al poker del hombre, ?no? ¡ªDej¨® escapar una risa amistosa y logr¨® esbozar una peque?a sonrisa que se desliz¨® a trav¨¦s de la tristeza del ni?o. ¡ªS¨ª ... fue bastante severo ¡ªTokken admiti¨®, antes de agregar con una risita: ¡ªAunque no me importa el nombre ¡ªEl Hombre solt¨® una carcajada. ¡ªS¨ª, pero no esperes que el casino te abra todav¨ªa, chico. Si heredaste algo de tu padre, vaciar¨¢s la casa ¡ªbrome¨®, empujando al chico y recibiendo una mueca. Finalmente, al llegar a los l¨ªmites de la ciudad, la pareja pronto alcanz¨® el frente de un edificio blanco de tama?o considerable. Un hospital dedicado a todos los seres posibles: desde el simple animal y el hombre com¨²n, hasta los Cr¨ªptidos de aspecto m¨¢s monstruoso. Todos los heridos eran bienvenidos: un santuario pac¨ªfico para evadir temporalmente los peligros del mundo exterior ... al menos hasta que los oficiales te expulsaran. ¡ªCreo que ya puedo caminar. Gracias ¡ªTokken asinti¨® agradecido, tomando su brazo hacia atr¨¢s y recogiendo al cachorro. Al entrar al complejo, se sorprendi¨® al encontrar al Hombre caminando detr¨¢s de ¨¦l. D¨¢ndose la vuelta, pregunt¨® el joven. ¡ª?Est¨¢s lastimado? ¡ªNo ¡ªrespondi¨® El Hombre rotundamente¡ª. No hay lugares en el mundo que sean seguros para los j¨®venes en estos d¨ªas ¡ªDeclar¨® con total naturalidad. Sinti¨¦ndose algo condescendiente, Tokken se apart¨® de la mirada preocupada del extra?o y se dirigi¨® a buscar ayuda para la dolida bestia durmi¨¦ndose en sus brazos. Caminando hacia un mostrador, r¨¢pidamente le explic¨® la situaci¨®n a una mujer de cabello naranja p¨¢lido que se ve¨ªa sentada en su puesto. Estaba claro que hab¨ªa disfrutado de muy pocas horas de descanso, pero hizo todo lo posible por seguir las apresuradas divagaciones del adolescente. Despu¨¦s de asentir con silenciosos zumbidos, la mujer, sorprendentemente alta, finalmente se separ¨® de su vieja silla giratoria y estir¨® sus r¨ªgidas piernas. Rode¨® el escritorio y entr¨® al pasillo a rega?adientes.This story has been stolen from Royal Road. If you read it on Amazon, please report it ¡ªPor supuesto. Habitaci¨®n 6A, Bah¨ªa 2. Vas conmigo ¡ªdeclar¨® ella, haci¨¦ndole un gesto a Tokken para que la siguiera con un perezoso cepillo contra su cabello blanco plateado. Hinchando sus mejillas de frustraci¨®n, Tokken procedi¨® a seguir a la enfermera, sin darse cuenta de las sutiles miradas que su salvador humano les lanz¨® desde el vest¨ªbulo. Mientras desaparec¨ªan de la vista del Hombre, la enfermera suspiraba desagradablemente con una mezcla de fatiga y alivio. ¡ªVictus, est¨¢ brutal ah¨ª fuera. No dejan que el personal recupere el aliento; es un milagro si logras escabullirte un descanso para almorzar estos d¨ªas ¡ªse quej¨®, crujiendo el cuello¡ª. Estoy cansada, hambrienta y angustiada. En serio, ?c¨®mo esperan un trabajo de calidad si ...? ¡ªcontinu¨®, pero su tono juguet¨®n desvaneci¨® cuando not¨® la mirada distra¨ªda del ni?o por el rabillo del ojo. Estaba obsesionado con el cuerpo de la bestia juvenil herida, como si temiera que de repente apareciera una nueva herida. Apretando los dientes, escupi¨® en un tono exagerado: ¡ª?Est¨¢s escuchando, mocoso? ¡ªHe viajado por ese bosque tantas veces durante¡­ ?dos a?os, creo? Nunca antes hab¨ªa visto nada como esta criatura ¡ªexplic¨®. A pesar de su enojo inicial, la enfermera casi iba chocando con las personas que se acercaban cuando se sinti¨® intrigada con la historia de Tokken. ¡ªNo s¨¦ por qu¨¦ decid¨ª ayudarlo ¡ªcontinu¨®¡ª. Supongo que, en ese momento, sent¨ª que era lo correcto. Qui¨¦n sabe¡­ ¡ªTokken suspir¨®, asiendo con fuerza a la criatura para no dejarla caer accidentalmente¡ª. Aunque me salv¨®. Eso es lo que me tom¨® por sorpresa. Entiendo que los Cr¨ªptidos tienen intelecto, pero los salvajes no suelen ser tan interesados a menos que ... ¡ª?Quiz¨¢s te confundi¨® con uno de la manada? ¡ªinterrumpi¨® la enfermera, agitando las manos en el aire con complicidad mientras explicaba¡ª. Los Aulladores son conocidos por formar colonias entre especies a veces. Parece bastante joven. Tokken la mir¨® brevemente y reflexion¨®. ¡ª?Entonces se llaman Aulladores? Ya veo ... Bueno, creo que traerlo aqu¨ª para recibir ayuda es justo, considerando su situaci¨®n. ¡ªEs una chica, por cierto ¡ªcorrigi¨® con indiferencia¡ª. No dejes que un Cr¨ªptido te pille llam¨¢ndoles de otra manera que no sea normal. Son conocidos por ser sensibles al respecto, ?sabes? ¡ªSupongo que tiene sentido. Tampoco es justo que los llamemos monstruos. Quiero decir, son como nosotros, ?verdad? ¡ªpregunt¨®, mirando a la alta auxiliar, esperando que ella aprobara su moral. ¡ª?Intelectualmente hablando? Poder pueden suelen serlo. Pero son salvajes, no lo olvides. Los humanos tenemos que permanecer unidos si queremos lidiar con sus grandes y poderosas mariconadas. ¡ªAcerc¨¢ndose al o¨ªdo del ni?o, susurr¨®: ¡ª?Si me preguntas a m¨ª? Una sociedad no deber¨ªa tener que coexistir con algo que la mayor¨ªa teme. ¡ªCuando la enfermera retrocedi¨® antes de que se acercaran a su destino, Tokken no pudo evitar suspirar y mirar a la criatura en sus brazos. Por un solo momento, jur¨® ver ce?o fruncido en su rostro. ? ? ? ? Golpeando el suelo con su bota, El Hombre de cuero andrajoso esperaba con una tez aburrida y dentada. Los golpes incesantes de su zapato contra el suelo de piedra desagradaban a algunos de los otros pacientes que esperaban, sus miradas silenciosas refutadas por un chasquido intimidante de sus dientes. Se puso de pie de repente, marchando hacia la puerta. Se detuvo afuera para respirar el sucio aire. Esperando pacientemente, pronto escuch¨® el batir de alas junto al ruido sordo de un peso notable impactando contra el piso. Sin siquiera ofrecer una mirada hacia la repentina aparici¨®n de un ser parecido a un ¨¢ngel, habl¨®. ¡ªCorvus. ¡ªBuenas tardes, Guardi¨¢n ¡ªrespondi¨®, con un leve tono burl¨®n en su voz madura y descarada. Mirando hacia el horizonte de una sociedad en bruto, el veterano se ri¨® levemente, escupiendo en el suelo. ¡ªC¨¢llate. ?Qu¨¦ dice Alpha? ¡ªQuiere hablarte. Nunca se atrever¨ªa a dar ¨®rdenes a una supremac¨ªa diligente. No es que no pudiera ¡ªEl ''¨¢ngel'' conocido como Corvus se ri¨® entre dientes, continuando¡ª. Confiar es su estilo. Apostar¨ªa ¨¦l que tus estrategias funcionan mejor que las suyas, ?no crees? Resoplando tanto de frustraci¨®n como de diversi¨®n, el Hombre respondi¨® con visible preocupaci¨®n. ¡ªS¨ª, pero la Cabeza de Hombres deber¨ªa dar ¨®rdenes. Lo ¨²ltimo que necesitamos es que la gente crea que es demasiado d¨¦bil para liderar el pa¨ªs. Asintiendo, Corvus mir¨® hacia el cielo turbio de contaminaci¨®n. ¡ªEse chico, ?es¡­? ¡ªEl ¨²ltimo remanente vivo de la familia del sastre, s¨ª. ¡ª?Entonces el ni?o logr¨® sobrevivir? Suena dif¨ªcil de creer. ?Seguro que no es un Camale¨®n?. ¡ªNo, seguro ¡ªrespondi¨® El Hombre, confiado. Corvus arque¨® una ceja y se encogi¨® de hombros con los ojos cerrados, resignado. Su respiro fue interrumpido por una breve secuencia de fuertes disparos a cierta distancia, resonando en las paredes de los gigantescos edificios. Suspirando casi simult¨¢neamente, el hombre presion¨® un pulgar contra su frente mientras gru?o. ¡ªAy ... Treinta malditos minutos, gente. Treinta malditos minutos ¡ªmurmur¨® desesperadamente. Corvus sonri¨® torpemente, reprimiendo el impulso de re¨ªrse disimuladamente a expensas del otro. Con una mano apoyada en el mango de su espada envainada, el ¨¢ngel habl¨®. ¡ªEstiremos las piernas, ?eh?¡ª ofreci¨®, con una sonrisa en su rostro. Con un breve sprint, Corvus, inspirado en la batalla, salt¨® alto en el aire, tomando vuelo en una magn¨ªfico impulso de energ¨ªa hacia adelante, que le propel¨® varios metros hacia delante. Con un gru?ido cansado, El Hombre mir¨® hacia el hospital, como si esperara que el adolescente emergiera en el momento en que sus ojos se enfocaran en su objetivo. Su decepci¨®n dur¨® poco mientras miraba hacia la ciudad, respirando profundamente mientras que sus labios lentamente formaron una sonrisa. ¡ªEste es mi hogar ¡ªpens¨®¡ª, y estos imb¨¦ciles mi gente. Con una ¨²ltima mirada a lo que le rodeaba, ¨¦l tambi¨¦n se apresur¨® a encontrar la perturbaci¨®n en la distancia. Despu¨¦s de unos minutos de tropezar e investigar, se encontr¨® cerca de la presunta fuente del ruido. Un callej¨®n a su derecha sin duda revelar¨ªa el peligro que con seguridad tendr¨ªa que afrontar. Hizo una pausa, una extra?a vacilaci¨®n deteniendo su paso. Le confundi¨®, pero algo no se sent¨ªa tan bien como el encuentro promedio con un Cr¨ªptido poco educado o los malos asuntos de un criminal. Sacudiendose de sus pensamientos inusuales, dobl¨® la esquina, solo para ver una bestia parecida a una hiena almorzandose lo que parec¨ªa ser los contenidos de una bolsa de basura ca¨ªda. Con una ceja levantada, se ri¨® de su propia estupidez. Te est¨¢s haciendo viejo, t¨ªo. Sacudiendo la cabeza, opt¨® por silbar a la criatura para espantarla. La bestia lo mir¨®, pero pronto volvi¨® a comer los productos caducados. Con un refunfu?o casi imperceptible, el hombre sac¨® una pistola ba?ada en oro con un peso significativo y dispar¨® al aire; el ruido fue casi tan fuerte como el fuego de un ca?¨®n. El perro callejero se alej¨® corriendo de inmediato, arrojando varios otros contenedores al suelo en el proceso. ¡ª?A la mierda! Maldito caniche¡­ ¡ªgru?¨®, a nadie en particular. Metiendo la mano bajo su chaqueta, sac¨® un frasco met¨¢lico para tragar parte de su contenido, encogi¨¦ndose por el sabor. ¡ªBebiendo en el trabajo. Actitud admirable, brigadier ¡ªdijo una voz madura, burl¨¢ndose de ¨¦l. Gan¨¢ndose el bufido del culpable, El Hombre se volvi¨® hacia la voz. De pie detr¨¢s de ¨¦l estaba lo que parec¨ªa ser un oficial, recubierto de la cabeza a los pies con una armadura suave de color azul claro similar a un delgado traje espacial, y con cantidades similares de dispositivos y artilugios. El casco, que se parec¨ªa al de un astronauta con tama?o de yelmo, ten¨ªa la visera del tama?o de una cara, levantado para revelar los rasgos de su usuario. Un hombre de unos cuarenta a?os le devolvi¨® la mirada, con una expresi¨®n jocosa en su rostro mientras se re¨ªa ligeramente de su subordinado. A uno que consideraba amigo. Una sonrisa arrastr¨¢ndose en el rostro del bebedor culpable, se encogi¨® de hombros en conformidad. ¡ªBuenas tardes, Kev. ¡ª?Y recurriendo a un trabajo tan lamentable? Se dirigir¨¢ a m¨ª formalmente si desea mantener esa promoci¨®n, ?eh? ¡ªprosigui¨®, su frustraci¨®n exagerada chistosamente. ¡ªPerd¨®n, General. Nosotros, los viejos idiotas, perdemos nuestros caminos de vez en cuando, ?eh? Dale la bendici¨®n a un pariente. No puedo vivir de esta agua escoriosa ¡ªel viejo andrajoso se ri¨® entre dientes, tosiendo como por una suerte de retribuci¨®n k¨¢rmica. ¡ªS¨ª. ?Quiz¨¢s una navaja como bonificaci¨®n? ¡ªKev replic¨®, jugando con El Hombre¡ª. No ofrecer¨¦ bebidas, bobo. Estar¨¢s muerto antes de lo necesario si sigues as¨ª ¡ªMirando una torre de reloj, continu¨®¡ª. Alpha quiere que le veas. Tal vez si te acompa?o, realmente escuchar¨¢s, ?eh? ¡ªTsk. No puede ser, General. Tengo que recoger a un muchacho cuanto antes. ¡ªEs una orden. Podemos enviar un equipo si es urgente ¡ªKev refut¨®, mir¨¢ndolo con el rabillo del ojo. Alzando los brazos en se?al de derrota, El Hombre se rindi¨®. ¡ªMiras a trav¨¦s de m¨ª, ?eh, bastardo? Bien, mov¨¢monos ¡ªprosigui¨®, pasando tras ¨¦l. Kev se puso a su lado y procedi¨® a preguntar. ¡ª?D¨®nde est¨¢ tu traje, ''E''? ¡ªDestrozado. Nuestros amigos en Y¨¢nksi no se llevan bien con los forasteros, parece. ¡ª?Alg¨²n incidente?¡ª Pregunt¨® Kev, levantando una ceja sospechosa. ¡ªSe las arreglaron para hundir a un tipo con un traje Nynx. Por el amor de Victus, si no hubiera ninguno, estar¨ªa sonriendo ¡ªEl Hombre respondi¨®. ¡ªJustamente. ?Alguna muerte confirmada? ¡ªMientras hac¨ªa esta pregunta, una peque?a piedra golpe¨® el hombro cubierto por armadura del General, rebotando sin incidentes. ¡ªDiecis¨¦is ¡ªEl Hombre confes¨®, sacando su pesada pistola antes de disparar descuidadamente al manifestante silencioso, sin dar en el blanco a prop¨®sito, uno se esperar¨ªa. Con voz enojada, ladr¨®: ¡ªY har¨¦ diecisiete si vuelves a hacer esa mierda, ?me entiendes? Con una risa estruendosa, el general arrebat¨® el arma de las manos del hombre con agilidad. ¡ª?Victus, hombre! Comp¨®rtate, ?no somos nosotros los salvajes! ¡ªKev protest¨® entre carcajadas. Mientras la pareja continuaba caminando por el denso vecindario, un pensamiento no ces¨® de inquietar al soldado. ¡ª"No te pares" ¡ªpens¨® El Hombre¡ª", estar¨¢ bien." ? ? ? ? Sentado junto a su salvador postrado en cama, Tokken no pudo evitar quedarse cautivado en sus pensamientos. ?Qu¨¦ pensar¨ªa esta peque?a e intelectual bestia de su desplazamiento? ?Reaccionar¨ªa calmadamente o hiperventilar¨ªa? ?Intentar¨ªa ella matarlo¡­? La enfermera que estaba atendiendo las heridas de la criatura no pudo evitar mirar los rasgu?os del ni?o. Dios sabe de d¨®nde vino este chico. Podr¨ªa haber escapado f¨¢cilmente de un secuestro con su atuendo cubierto de suciedad. Sinti¨® la necesidad de meter la nariz en sus experiencias, pero contuvo esas consultas. ¡ªMi nombre es Caroline ¡ªdijo, con un ligero rasgu?o en la voz despu¨¦s de romper el silencio tremendamente inc¨®modo. ¡ªTokken ¡ªrespondi¨® sencillamente, su voz mon¨®tona y concentrada. La enfermera frunci¨® el ce?o, suspirando ante su respuesta. Agitando una mu?eca, habl¨® con un tono irritado. ¡ªVictus, odio los tipos silenciosos. ?Te esperas que una chica se enamore de ti siendo tan callado? ¡ªexclam¨®, perdiendo los estribos. Al notar la mirada silenciosa del joven, trag¨® saliva. ¡ªVale, bien. Me ocupar¨¦ de mis propios asuntos ¡ªconcedi¨®, volviendo su atenci¨®n a la criatura en cuesti¨®n. Despu¨¦s de unos minutos de silencio y unas sutiles miradas de Caroline, el chico finalmente habl¨®. ¡ªLo siento... ¡ªhabl¨®, suspirando. ¡ªNo importa... ¡ª ¡ªNo, de verdad. No he hablado con mucha gente desde que empec¨¦ a vivir solo, y ahora de repente es como si me estuvieran inyectando en una sociedad que no me importa en absoluto ¡ªadmiti¨®, con dolor en su voz mientras acariciaba el pelaje de la criatura. ¡ªNo eres muy patri¨®tico... ¡ªmurmur¨® ella, riendo entre dientes¡ª. ¨¦sta linda. Te preocupas por ella, ?eh? ¡ª?Qu-qu¨¦? ?Ni siquiera he hablado con esta cosa! ?Por lo que s¨¦, no sabe hablar incluso ...! ?Eh? ¡ªdetuvo sus divagaciones cuando not¨® que ella comenzaba a re¨ªr. ¡ªAh¨ª est¨¢. Finalmente, algo de energ¨ªa en esta habitaci¨®n. No podemos resucitar a la gente, pero eso no significa que disfrutemos de toda falta de vida, ?sabes?. ¨¦l la mir¨®, entrecerrando los ojos con ligera frustraci¨®n. Concentr¨¢ndose en el Aullador, observ¨® la suave respiraci¨®n de la bestia. A pesar de su raza, parec¨ªa tan delicada. Vulnerable. Parece m¨¢s un cachorro que una bestia. ?Est¨¢ bien que piense en ella como algo as¨ª ...? reflexion¨®, sudando un poco mientras la adrenalina comenzaba a derramarse en su sangre. Pronto tendr¨ªa que enfrentarse a un ser as¨ª, y el tiempo se estaba quedando corto. Caroline puso los ojos en blanco y se sent¨® a tomar un caf¨¦ al confirmar que los signos vitales de la criatura se estabilizaron. Tom¨® un sorbo largo, casi arrogante, mientras comenzaba a toquetear su tel¨¦fono. Tokken la vio sentarse sin hacer nada, mir¨¢ndola con un punzante sentimiento de traici¨®n en su mente. "?Elegiste esta carrera para ayudar a la gente... ?" Se mordi¨® el labio mientras miraba hacia otro lado, no queriendo sorprenderla con su mirada. No con esos ojos. "?Entonces por qu¨¦ no est¨¢s¡­ ?" Sus pensamientos fueron interrumpidos por un disparo que ven¨ªa desde el exterior, seguido de una conmoci¨®n. Parec¨ªa relativamente cerca. El ni?o salt¨® en su asiento ante el ruido, sintiendo como si alguien acabara de tocar una campana que aseguraba que alguien hab¨ªa perdido la vida. La idea era aterradora, pero la enfermera parec¨ªa m¨¢s molesta que cualquier otra cosa, gan¨¢ndose m¨¢s la ira silenciosa del ni?o. ¡ª?Escuchaste eso? ¡ªpregunt¨®, su cuesti¨®n parec¨ªa m¨¢s una demanda que una indagaci¨®n. Ella lo mir¨® con escepticismo. ¡ªEra m¨¢s ruidoso que mi despertador. Por supuesto que lo escuch¨¦ ¡ªrespondi¨® ella, confundida por las intenciones del chico. ¡ª?Y no te concierne? ¡ª?C¨®mo crees que estas personas terminan aqu¨ª? ¡ªEso no es... ¡ªNo eres de la ciudad, ?verdad? ¡ª... No ¡ªadmiti¨®, mirando por la ventana en busca de respuestas. Al escuchar esto, la enfermera simplemente levant¨® los pies. ¡ªS¨ª, as¨ª es como funciona por aqu¨ª. Desde que el Sindicato ten¨ªa a la Polic¨ªa agarrada por los cojones, a poca gente le importaba una mierda lanzar manos durante debates. Agrega Cr¨ªptidos salvajes a la ecuaci¨®n y tendr¨¢s un buen batido catastr¨®fico. Simplemente no vayas a ning¨²n lado solo y no te metas en los asuntos de nadie, a menos que est¨¦s preparado para alguien. O a una docena de ¡®alguienes¡¯, si eres especialito ¡ªcontinu¨® divagando, agitando la mano con desinter¨¦s. Tokken enarc¨® la ceja hacia ella, incapaz de comprender la aceptaci¨®n que ella parec¨ªa tener ante las terribles circunstancias que esta ciudad parec¨ªa soportar. No queriendo cuestionar la ¨¢spera realidad con su ingenuidad, el ni?o opt¨® por simplemente mirar a trav¨¦s de la ventana una vez m¨¢s, esperando que algo lo mantuviera distra¨ªdo de sus desgarradores conflictos internos. Sin embargo, se apresur¨® a volverse cuando escuch¨® los suaves gemidos del Cr¨ªptido acostado en la cama, despertando de su sue?o. Mirando a su alrededor con los ojos entrecerrados, recurri¨® a levantar una pata para protegerse los ojos de las brillantes luces de la habitaci¨®n. Con un movimiento r¨¢pido, Tokken se puso en pie y corri¨® hacia el interruptor de luz m¨¢s cercano, tropezando en su camino mientras apagaba torpemente las invasivas l¨¢mparas de la habitaci¨®n. Caroline lo mir¨® de reojo, eligiendo concentrarse en su tel¨¦fono. Corriendo hacia el lado de la criatura herida, sinti¨® que un sudor fr¨ªo comenzaba a formarse en su frente mientras lentamente se hac¨ªa visible para ella. Mirando a su alrededor, la criatura parec¨ªa asustada, m¨¢s bien petrificada, pero quieta. Su energ¨ªa casi se hab¨ªa ido, cualquier intento de correr solo resultar¨ªa ser un error potencialmente doloroso. Al notar su expresi¨®n, Tokken no pudo evitar sentir pena por ella. ¡ªEhm ... buenas tardes ¡ªsalud¨®, tratando de mantener la calma para no intimidar a la bestia, ofreciendo una suave sonrisa¡ª. Lo siento si esto no fue¡­ lo que esperabas. Te sientes bien¡­? ¡ªpregunt¨®, la preocupaci¨®n creciendo lentamente en su rostro. Esperando pacientemente una respuesta, de repente abri¨® del todo sus ojos cuando se dio cuenta. Mirando a la desinteresada enfermera con una mirada de pura verg¨¹enza, exigi¨®. ¡ª?Espera! ?Esta cosa puede hablar, verdad? ¡ªgrit¨® fren¨¦ticamente. ¡ª?Te apetece morir? ?Se dice ''ella'', idiota! ?Y yo que s¨¦! ?La arrastraste del maldito bosque! ?Qu¨¦ soy yo, una bruja? ¡ªgrit¨® ella, con mirada indignada en su rostro. ¡ªA-Ah, es cierto... ¡ªmir¨® hacia la bestia m¨¢s angustiada, rasc¨¢ndose ligeramente la cabeza. ¡ªLo siento. ?Hablas, peque?a...? ¡ªpregunt¨®, tratando de mantener la compostura. La enfermera se ri¨® de su elecci¨®n de palabras, chasqueando la lengua. Mirando a la pareja con una expresi¨®n asustada, la criatura simplemente gimi¨® para s¨ª misma antes de protegerse la cara de cualquier tipo de da?o. Ligeramente abatido, Tokken retrocedi¨® un poco, no queriendo amargar m¨¢s sus pensamientos sobre ¨¦l. Despu¨¦s de unos largos segundos, la enfermera se puso de pie para revisar a la bestia por ¨²ltima vez antes de irse, colocando su mano descuidadamente sobre el asustado canino para inspeccionar cualquier herida que mereciera un tratamiento adicional. Despu¨¦s de unos segundos, la bestia chill¨® antes de gru?ir instintivamente, dejando al descubierto su diab¨®licamente afilada dentadura. Caroline apart¨® las manos reflejamente, perdiendo el equilibrio unos momentos. Despu¨¦s de recuperarse, la enfermera frunci¨® el ce?o con frustraci¨®n por el comportamiento de la bestia. ¡ªVicks, vaya maneras de mostrar gratitud. ?Dale un poco de respeto a tu salvadora! ?Deber¨ªa haberla examinado para ver si ten¨ªa rabia! ¡ªCaroline protest¨®, fingiendo su ofensa con una sutil sonrisa¡ª. Eso dicho... Es bueno que tengas algo de esp¨ªritu. ?Necesitas que te traiga algo? ?Un poco de agua fr¨ªa? ¡ªofreci¨®, riendo para s¨ª misma. Ante ello, Tokken no pudo evitar preguntar. ¡ªO-Oye, ?te importar¨ªa traerme una taza de...? ¡ªB¨²scate la vida, ¡®cari?o¡¯. No dirijo una caridad aqu¨ª ¡ªescupi¨® ella, volvi¨¦ndose para salir de la habitaci¨®n con una risa silenciosa hacia ellos mientras se alejaba. Al captar su sutileza por una vez, Tokken no pudo evitar sonre¨ªr para s¨ª mismo, volvi¨¦ndose hacia la bestia por la que arriesg¨® su vida. La bestia que lo salv¨® por salvarlo. ¡ªElla parece... mala ¡ªfinalmente habl¨® la bestia, a sorpresa del chico. Al recordar que no se trataba de un animal, opt¨® por no fisgonear. ¡ªBueno, tienen que divertirse de alguna manera. Me imagino que trabajar en un lugar as¨ª no siempre es tan feliz... ?pero eso no importa! ?Est¨¢s bien? ?Est¨¢s dolorida? ¡ªpregunt¨®, dudando en inspeccionarla ¨¦l mismo. ¡ªEstoy... estoy bien... ?d¨®nde estoy? ¡ªpregunt¨® ella, su rostro enrojecido mientras su voz parec¨ªa vacilar de verg¨¹enza. ¡ªEst¨¢s en un hospital. Quedaste inconsciente, as¨ª que te traje aqu¨ª. Te lastimaste bastante all¨¢ atr¨¢s, ?sabes? ¡ªel ni?o conden¨® su creciente ansiedad, no acostumbrado a tener que hablar solo con un extra?o tan peculiar; la carga de consolar a la criatura herida sobre sus hombros. ¡ªUn hospital¡­? ?Te refieres a un lugar humano? ¡ªAl darse cuenta de ello, empez¨® a comprender las complejidades de su ubicaci¨®n inmediata. Con una sonrisa nerviosa, Tokken extendi¨® las manos con inocencia. ¡ª?Espera! ?Que no cunda el p¨¢nico! No pasa nada, lo juro. Aunque supongo que eso no significa mucho viniendo de m¨ª... ¡ªen su intento de convencerla de que se perdiera en sus propias pistas, el chico sinti¨® que su voz se silenciaba. Decidiendo no ser tan cruel ante su incomodidad, la bestia se aclar¨® la garganta antes de hablar. ¡ªMi nombre es Chloe... ?Cu¨¢l es el tuyo? ¡ªpregunt¨® la bestia, cortando su timidez natural para al menos asentar las presentaciones. Con una ola de alivio, el muchacho le sonri¨® con nerviosismo. ¡ª?Chloe! Eso es un uh... ?Un bonito nombre! Soy Tokken. S¨®lo Tokken. Con una peque?a sonrisa en su rostro, Chloe respondi¨®. ¡ªBueno¡­ pues yo soy Chloe. S¨®lo Chloe. Capítulo 2: Su Nombre Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 2 Dos hombres, armados hasta los dientes, en sentido figurado o literalmente, entraron en una habitaci¨®n enormemente espaciosa, sus gigantescas puertas talladas con patrones se abrieron lentos a revelar lo que podr¨ªa llamarse una especie de sala de trono. Decorando las paredes colgaban varias telas con colores y s¨ªmbolos reales, representativos del reinado del Sindicato. Una gran alfombra roja se alineaba en el suelo, conectando la entrada al trono alto que se encontraba sobre un precipicio de escaleras. Viendo este habit¨¢culo, uno asumir¨ªa que se trataba, de hecho, de la pieza central de un imperio grotescamente poderoso. ¡ªGeneral. Brigadier ¡ªuna voz retumb¨® al anunciar la presencia de los dos soldados; su coraje paternal y su voz grave, clara y profunda, resaltar¨ªa escalofr¨ªos bajo la columna de cualquiera y, en cierto sentido, incitar¨ªa un consuelo peculiar. Varios guardias con la misma armadura elegante se ve¨ªan plantados en sus puestos con firmeza junto a los pisos alfombrados, protegiendo al individuo sentado con una determinaci¨®n admirable; sus trajes de un gris concreto y todos empu?ando una variedad de armas de calibre futurista igualmente imponentes. El hombre que estaba sentado en la bell¨ªsima silla adornada era un caballero grande y capaz, incomparable ante los hombres comunes. Su largo e irregular cabello rubio ca¨ªa m¨¢s all¨¢ de sus hombros. Las muchas cicatrices que se hab¨ªan formado en su rostro se sumaban a su apariencia consumida por la batalla, su edad apenas la de un anciano. La gran espada meticulosamente forjada que manten¨ªa a su lado, con la punta casi perforando el piso mientras usaba su mango dorado como apoyabrazos, sirvi¨® como pieza envolvente para su brillante figura. Tanto Kev como el hombre que lo acompa?aba se arrodillaron de manera casi sincronizada, gan¨¢ndose una risa de la figura parecida a un rey. ¡ª?No disgusten tanto, mis hombres! Subid. Uno no ve Sus Vallas desde el piso humilde. ?Calma! ¡ªorden¨® la impresionante autoridad, su carcajada resonando con fuerza contra las paredes. Poni¨¦ndose en pie, El Hombre habl¨® con una sonrisa jovial. ¡ªSaludos, Alpha. ?Qui¨¦n est¨¢ jodiendo con nosotros esta vez, eh?¡ª pregunt¨®, anticipando ya noticias de un mot¨ªn p¨²blico o una amenaza extranjera. El noble balance¨® su mano libre mientras se levantaba lentamente, la edad entumeciendo sus articulaciones. ¡ªBuena Diosa, estoy perdiendo mis d¨ªas. Kev, gracias por la ayuda. Te puedes ir, amigo ¡ªle agradeci¨® al General, ¨¦ste salud¨¢ndole con un respeto prometido antes de retirarse de la habitaci¨®n. El Hombre esper¨® a que el l¨ªder con ademanes de rey se pusiera a su lado, conduciendo a la pareja al exterior del edificio. Justo afuera de la enorme instalaci¨®n hab¨ªa una exhibici¨®n natural de tremenda hermosura; un hecho intencionado para calmar a los m¨¢s ansiosos individuos del negocio. El edificio sentaba sobre una base encima del borde de una cascada rodeada por una naturaleza frondosa, la combinaci¨®n de flora junto con los sonidos del agua que ca¨ªa y romp¨ªa trasladaban a cualquiera que lo presenciara a un estado de calma, en una agradable trance. Las dos figuras altas se apoyaron contra las barandillas, el agua fluyendo libremente por debajo de sus pies. ¡ªNo sueles hacer este tipo de mierda, viejo ¡ªbrome¨® el Hombre, su voz m¨¢s suave que sus palabras¡ª. O me est¨¢s diciendo que eres hombre muerto, o se est¨¢ gestando algo jodid¨ªsimo. Alpha solt¨® una peque?a carcajada, palmeando al Hombre en la espalda con una fuerza sorprendente, gan¨¢ndose de ¨¦l un gru?ido. ¡ªMis d¨ªas est¨¢n contados, soy lo suficientemente prudente como para decir eso, s¨ª. Que esta ¨²ltima sea tu respuesta, amigo. Se avecinan tormentas vulgares, he de decir. Espero que tengamos la fuerza necesaria como para hacerle frente ¡ªexplic¨®, su voz volvi¨¦ndose m¨¢s sombr¨ªa y seria con cada palabra. El Hombre le lanz¨® una mirada sutil durante unos segundos, antes de fijar hacia adelante una vez m¨¢s. Con un suspiro callado, respondi¨® la voz ronca del bebedor reciente. ¡ªYanks¨ªes? ¡ªpregunt¨®, casi sabiendo la respuesta, pero temiendo que fuera verdad. ¡ªNo. ¡ª?Moradores...? ¡ªNo llegas. ¡ªJoder¡­ ?Merodeadores? Polic¨ªas? ?Cultistas? ¡ªTe aproximas ¡ªpronunci¨® el hombre ¡®real¡¯. Con un gru?ido sordo, inhumano y estrepitoso, El Hombre golpe¨® su cabeza contra los rieles con una fuerza preocupante, mientras refunfu?aba su ¨²ltima suposici¨®n. ¡ªCarmes¨ªes... ¡ªAs¨ª es ¡ªrevel¨® la Cabeza de Hombres, su voz se volvi¨® hueca. ¡ªTienes que estar de co?a... ?No hicimos retroceder a los cabrones lo suficiente ya? ¡ªGrit¨® el hombre descontento, su ira haci¨¦ndole echar espuma de su boca. Con un gesto de reconocimiento, el noble le puso una mano firme en el hombro. ¡ªEso parece, muchacho. S¨¦ que no te va a gustar, pero ... t¨² s¨¦ el Guardi¨¢n ¡ªreplic¨® Alpha, sintiendo simpat¨ªa por su antiguo compa?ero. Aunque sab¨ªa bien que tal calamidad llegar¨ªa amenazadoramente pronto, Alpha se hab¨ªa resignado a tal destino desde el d¨ªa en que lo hab¨ªan elevado a su puesto. En cuanto al hombre frente a ¨¦l... ¡ªS¨ª, no me caus¨® m¨¢s que problemas. Etiquetas de mierda ¡ªescupi¨® El Hombre, nervioso por su situaci¨®n destinada. Alpha le devolvi¨® una mirada preocupada, dirigi¨¦ndose hacia el edificio. Deteni¨¦ndose por un momento, habl¨®. ¡ªEs m¨¢s que una etiqueta, hombre. Entrena tu pelot¨®n; necesitar¨¢n toda la formaci¨®n que puedan recibir. Nos hemos vuelto blandos estos ¨²ltimos a?os ¡ªconcluy¨®, ofreciendo su consejo antes de alejarse. Una vez que el monarca estuviera fuera del alcance de su voz, El Hombre suspir¨® para s¨ª mismo, frustrado. ¡ªUno de estos d¨ªas. Lo juro ¡ªle dijo a nadie en particular, mirando hacia la destellante ciudad por unos momentos m¨¢s antes de dirigir su mirada al hospital, una tarea que permanec¨ªa en su mente mientras su ansiedad s¨®lo crec¨ªa. Echando un vistazo a un dispositivo atado a su mu?eca, no muy diferente a un reloj, presion¨® uno de sus botones antes de hablar por el micr¨®fono: un comunicador. ¡ªCorvus, ?d¨®nde diablos est¨¢s? ¡ªSus pasos se apresuraron mientras pasaba a toda velocidad por delante de sus muchos compa?eros de trabajo que vest¨ªan con armadura, t¨²nicas o aparatos mecanizados. Despu¨¦s de unos espantosos segundos de silencio en el extremo opuesto, una voz habl¨®: ¡ªJefe, no te lo vas a creer. ¡ª?Qu¨¦? ?Carmes¨ªes...? ¡ª?No? Ese lugar de pollo frito volvi¨® a abrir. ¡ª? Joder , hombre! ¡ªEl Hombre ladr¨®, furioso por la preocupaci¨®n equivocada¡ª. ?Est¨¢s tratando de darme un ataque? Se escuch¨® una risa desde el dispositivo. ¡ª?Te sientes nervioso hoy, Guardi¨¢n? Te traer¨¦ tu caf¨¦. Encu¨¦ntrame por la principal; consid¨¦ralo un favor. ¡ªInsolente. Hazlo r¨¢pido, tengo cosas que hacer. Y noticias para compartir ¡ªadmiti¨®, levantando su vista para no ser atropellado por los veh¨ªculos que pasaban. Se dio cuenta de que algunas personas lo miraban, y les dirigi¨® una sonrisa bestial. ¡ª?Noticias? Cuenta, cuenta ¡ªrespondi¨® Corvus, lleno de curiosidad. El Hombre levant¨® un dedo por encima del comunicador. ¡ªQue te den ¡ªrespondi¨® ¨¦l, sin pesta?ear. Antes de que el ¨¢ngel pudiera ofrecer una refutaci¨®n, la comunicaci¨®n fue cortada por el ahora burl¨®n hombre. Caminando por las amplias calles densamente pobladas, varias criaturas b¨ªpedas que inclu¨ªa desde humanos o peque?os lapines antropom¨®rficos hasta bestias del tama?o de una roca, cubiertas de piel, cuero o pelaje, lo pasaron con intenci¨®n pasiva; muchos de ellos teniendo que ser cautelosos con su siguiente paso para no aplastar¡ªo ser aplastado por¡ªning¨²n otro transe¨²nte. Muchos chocaron entre s¨ª en el imparable bullicio; algunos seres m¨¢s grandes hicieron que tales actos irrespetuosos se compensaran adecuadamente, incluso si eran accidentales. Encogi¨¦ndose al ver una peque?a multitud form¨¢ndose para ver a un par de individuos repartir pu?etazos entre s¨ª a peque?a distancia, El Hombre eligi¨® tomar una calle diferente, no queriendo intervenir ya que los peleadores parec¨ªan f¨ªsicamente capaz de mantener una pelea justa. Si se hiciera demasiado escandaloso, estaba seguro de que uno de los innumerables oficiales tomar¨ªa a uno de los dos para hacer de ¨¦l ejemplo. As¨ª fue la perturbada normativa social de esta ciudad, tal como la recordaba. No es que estuviera demasiado inspirado como para intentar imponer alg¨²n cambio radical. Quiz¨¢s en su juventud lo hubiera intentado, pero ya era demasiado tarde. El trabajo del Guardi¨¢n de esta generaci¨®n parec¨ªa acercarse a su final natural. Un hecho que, aunque aliviante, resultaba profundamente aterrador para el hombre que, por lo dem¨¢s, estaba impulsado por la contienda. Habiendo pasado unos minutos, El Hombre caminaba distra¨ªdo mientras reflexionaba sobre la tormenta que se avecinaba. Si no era una farsa o una falsa alarma, las probabilidades de victoria estaban muy en su contra. Y si los Carmes¨ªes fueran liderados por el ''Profeta'', ni ¨¦l preferir¨ªa vivir para saber de ello. S¨®lo la Diosa sabe lo poderoso que se habr¨¢ vuelto a estas alturas. Agit¨¢ndose de esos pensamientos, el veterano not¨® el restaurante del que su compa?ero parec¨ªa tan enamorado. Al darse cuenta de que Corvus se inclinaba junto a una pared cercana, mostr¨® una sonrisa mientras avanzaba, sus dientes, m¨¢s afilados que el promedio, apenas visibles entre sus labios. ¡°Sabes, verte dos veces al d¨ªa se considera una maldici¨®n entre la guarnici¨®n. Eso dicho, captaste mi curiosidad. ?Caf¨¦? ¡ªpregunt¨® el ¨¢ngel, ofreci¨¦ndole una taza de la estimulante bebida, y ¨¦l la tom¨® sin pensarse las gracias. ¡ªConocer a cualquier viejo imb¨¦cil es una maldici¨®n, s¨ª. Vamos ¡ªinsisti¨®, caminando en la misma direcci¨®n en la que lleg¨®. El ¨¢ngel lo mir¨®, esperando que hablara. Despu¨¦s de unos largos momentos, perdi¨® la paciencia. ¡ª?En serio? Vamos, no me dejes esperando... Corvus detuvo su propia queja cuando fue interrumpido por la voz sombr¨ªa y cansada del Hombre. ¡ªHan vuelto, Corvus. Decididamente, su trabajo a¨²n no ha terminado ¡ªadmiti¨®, d¨¢ndose golpecitos en la frente contra la taza, dejando que el calor lo chamuscara. La vaga informaci¨®n no tard¨® en registrarse en la mente del ¨¢ngel. El resentimiento que sent¨ªa por los Carmisioneros estaba claro en su mirada; los encuentros que compart¨ªan con esos monstruos extra?amente fan¨¢ticos, humanos y bestiales de f¨ªsico, condicionaban su propio ser. Casi pareci¨® sonre¨ªr ante sus palabras, por muy perturbadoras que fuesen.Stolen from its rightful place, this narrative is not meant to be on Amazon; report any sightings. Antes de que pudiera hablar, continu¨® El Hombre. ¡ªLo dijo Alpha, as¨ª que ya me dir¨¢s. Mira, amigo. S¨¦ lo que vas a decir. La cosa es... Hemos perdido demasiadas tropas. Si no pudimos lograr esto con la vieja pandilla, no hay mucho que podamos hacer ahora ¡ªcomenz¨® el Hombre, sintiendo que sus ojos se encog¨ªan mientras trataba de explicarlo¡ª .S¨¦ que arde pensarlo. Cr¨¦eme, lo s¨¦. ?Pero contra esa manada? Bien podr¨ªamos estar escupi¨¦ndoles. Necesitaremos una bendici¨®n y media de Ella s¨®lo para hacerlos retroceder un poco. Ni te pienses hacer visitas ¡ªexplic¨®, su tono severo y triste. Le dol¨ªa ver al camarada de edad similar cerrar los ojos en se?al de aceptaci¨®n. La ¨²nica, la que m¨¢s le importaba, permanec¨ªa encerrada con una llave demasiado caliente para manejarla. Y justo cuando el ¨¢ngel pens¨® que el hierro podr¨ªa haberse enfriado finalmente, resultaba no ser menos abrasador al tacto que siempre. ¡ªLo s¨¦. Mantendr¨¦ a raya mis sentimientos por el bien de que nuestra lucha permanezca con ¨¢nimo¡±, dijo Corvus, con un matiz de tristeza clara en su voz. Su deshonestidad hizo poco para aliviar la agon¨ªa de la situaci¨®n, pero al menos significaba que no perder¨ªa su esp¨ªritu en combate. Por lo menos, se podr¨ªa esperar con tanta confianza. El ¨¢ngel era un luchador brillante, su buen ojo en el combate discreto, junto con sus capacidades aerotransportadas ¨¢giles y casi ilimitadas se combinaban con fluidez. Pero, por desgracia, el espadach¨ªn necesitaba a su arquera para que estuviera completo. Para contraatacar golpes invisibles a sus ojos. Para ser su visi¨®n global tan necesaria. Para darle la motivaci¨®n para perseverar incluso cuando todo parec¨ªa perder esperanza. La mano de Corvus se pos¨® en el mango de su espada envainada, su agarre apretandose notablemente mientras observaba. A pesar de las noticias, mantuvo la cabeza erguida y la espalda recta. Un espect¨¢culo que enorgullecer¨ªa a cualquier l¨ªder. Pas¨® poco m¨¢s de un cuarto de hora antes de que la pareja se parara frente al hospital, con su gran cartel iluminado con las palabras ''Polyhospital - Asistencia M¨¦dica Universal''. Al entrar, el hombre se acerc¨® al mostrador, donde una enfermera familiar hab¨ªa regresado a sus deberes habituales, para su aparente consternaci¨®n. Mirando hacia arriba, casi puso los ojos en blanco mientras se manten¨ªa firme, una fachada de bienvenida parec¨ªa innecesaria para los visitantes conocidos. ¡ªBuenas ¡ªdijo El Hombre¡ª. ?Buscamos al chico del que nos robaste? ¡ªQu¨¦ car¨¢cter tienes. Como si alguien pudiera salirse con la suya¡­ no importa. S¨ª, se fue ¡ª. ¡ª??Qu¨¦?!¡ª ¡°Se fue, t¨ªo. Con esa Aulladora. No puedo creer que haya hecho que esa perra agresiva sea tan cooperativa. Creo que incluso la vi sonre¨ªr ¡ª. Apoyando su codo en el escritorio y descansando su mejilla perezosamente en su palma, procedi¨® a preguntar¡ª. ?Vas a secuestrarlo, o esperar hasta que lo maten antes esta noche?¡ª ¡ª?En qu¨¦ direcci¨®n, se?ora?¡ª Pregunt¨® Corvus. ¡ªNo lo s¨¦, ''se?or''¡ª. Mirando un reloj en la pared, agit¨® la mano con indiferencia. ¡°Probablemente deber¨ªan empezar a buscar, oficiales. Se est¨¢ haciendo de noche.¡ª Con una mirada de confirmaci¨®n hacia afuera, El Hombre agradeci¨® a la mujer sarc¨¢stica antes de girarse, dirigi¨¦ndose directamente hacia el exterior por el que entraron, sosteniendo su cabeza con desesperaci¨®n. Caminando hacia la barandilla, El Hombre se agarr¨® a la barra de hierro mientras escudri?aba el horizonte. ¡ªMaldita sea ni?o ... ?C¨®mo se recuperan esas bestias tan r¨¢pido?¡ª ¡ª?Qu¨¦ estamos buscando? Pens¨¦ que los Tsukis eran humanos ¡±, pregunt¨® Corvus con curiosidad. ¡°Tiene con ¨¦l un Aullador. Cryptid, al igual que t¨²¡±, se ri¨® entre dientes, burl¨¢ndose de ¨¦l. ¡ªHilarante, viniendo de ti, Guardi¨¢n ¡ªdevolvi¨® Corvus, d¨¢ndole un codazo. ¡ªJe, c¨¢llate,¡ª replic¨®, golpeando su espalda con un r¨¢pido empuj¨®n de su pu?o contra su columna¡ª. Vuela, a ver si lo encuentras desde arriba; dif¨ªcilmente se puede perder a alguien con pelo blanco¡±. ¡ªPor supuesto. Comp¨®rtate, ?eh?¡±, el ¨¢ngel ri¨® disimuladamente, acelerando para despegar. Mientras el hombre alado se alejaba volando, El Hombre se ri¨® para s¨ª mismo, seguido de una respiraci¨®n profunda. Con una tarea en mente, su mentalidad cambi¨® a un estado que reconoci¨® bien. Localizar, interceptar, extraer. Con cambio de actitud y mirada afilada, El Hombre se apresur¨® a analizar su per¨ªmetro, su cabeza cambi¨® de direcci¨®n como una m¨¢quina mientras caminaba por las calles, escaneando callejones y todos los rincones de vida, en busca de posibles signos de la presencia del ni?o. ? ? ? ? Caminando pac¨ªficamente por un parque, el adolescente y su amiga no humana reci¨¦n recuperada disfrutaban de la naturaleza pac¨ªfica de la vegetaci¨®n, incluso en un lugar tan sombr¨ªo. Tokken se sinti¨® est¨²pido por no pedirle a los m¨¦dicos que le inspeccionaran el pie, cosa que le dol¨ªa demasiado como para caminar hasta el pueblo en el que viv¨ªa. Chloe hab¨ªa solicitado que visitaran alg¨²n lugar con menor contaminaci¨®n, su hocico recogiendo a conciencia la peste de la sociedad. Con el bosque demasiado lejos, opt¨® por el recinto verde relativamente cercano. El espacio era un espacio con aire fresco, respecto a la ciudad circundante, y casi hac¨ªa que uno se olvidara del mundo exterior. Aunque el parque no era de gran tama?o, el espacio interior estaba rodeado de ¨¢rboles cultivados por la comunidad, que serv¨ªan para tapar cualquier vista desagradable. Macizos de flores se hab¨ªan plantado meticulosamente y se hab¨ªan nutrido cuidadosamente, dando a brotar varios colores vibrantes y atrayentes. Un peque?o r¨ªo artificial que conduc¨ªa a un pintoresco lago borde¨® el n¨²cleo del parque con un puente que conectaba la tierra dividida. Un peque?o resquicio de paz, se podr¨ªa decir. Inhalando profundamente, el joven no pudo evitar sonre¨ªr. El parque parec¨ªa relativamente desprovisto de gente, aunque la oscuridad que se avecinaba no ayud¨® a confirmarlo. Con un asentimiento del chico, la pareja camin¨® en pac¨ªfico silencio hacia la orilla del lago, sent¨¢ndose mientras divisaban una criatura acu¨¢tica de naturaleza serpentina; una hermosa creaci¨®n de la Madre Naturaleza con escamas cian pr¨ªstinas que reflejaban la superficie del agua, d¨¢ndoles una apariencia de joya. Bailaba feliz en la superficie, sumergi¨¦ndose ocasionalmente para respirar. Satisfecho con el brillo de la exhibici¨®n de la naturaleza, Tokken mir¨® hacia abajo para ver a una maravillada Chloe recostada en la comodidad de la hierba, sus ojos casi brillando mientras observaban. Mirando hacia adelante, el ni?o abri¨® los labios para hablar, solo para ser r¨¢pidamente interrumpido por la Aulladora juvenil. ¡ªGracias ¡ªdijo ella, con honestidad pura en su voz que desafiaba su car¨¢cter por lo dem¨¢s t¨ªmido. Tokken quiso oponerse a su gratitud, viendo sus esfuerzos superiores a los de ¨¦l por un margen, pero decidi¨® no ensuciar su apreciaci¨®n con un discurso vac¨ªo. Con una peque?a sonrisa en su mirada, Tokken coloc¨® sus manos detr¨¢s de ¨¦l para apoyar su espalda mientras se inclinaba hacia atr¨¢s, mirando hacia el cielo que se oscurec¨ªa. ¡ªGracias, Chloe ¡ªdijo ¨¦l tambi¨¦n, los dos intercambiando una mirada antes de volver su atenci¨®n a la majestuosidad de su entorno. Por unos buenos momentos, el ni?o ignor¨® sus ansiosas dudas, preocupaciones y divagaciones. Se sent¨ªa como si el mundo entero finalmente le hubiera dado un momento para descansar. Su vida se hab¨ªa visto empa?ada por experiencias que no parec¨ªan caracter¨ªsticas de su comportamiento. Vivi¨® su vida en busca de esperanza con ignorancia, pero sinti¨® que nada menos que el infierno lo empujaba de vuelta. Estaba mejor ahora, en una aldea que en el peor de los casos lo usaba como chico de los recados y hablaba de sus defectos, pero su camino hacia este momento estaba lleno de grandes obst¨¢culos y aguijones. Lo que m¨¢s lo agobiaba era su futuro; o m¨¢s bien, el futuro que sus antepasados ??le hab¨ªan impuesto. D¨¢ndole una mirada fr¨ªa a la navaja de bolsillo envainada en su cadera, solo pod¨ªa esperar que ma?ana no fuera el d¨ªa para desafiar su supuesta posici¨®n en la gran escala de prop¨®sitos. Chloe no se sinti¨® diferente. Abandonada completamente para sobrevivir en un mundo que despreciaba todos los ¨¢mbitos de la vida, solo despu¨¦s de un fat¨ªdico encuentro con seres superiores. Un d¨ªa que inevitablemente marcar¨ªa su alma y le har¨ªa cuestionar sus motivaciones en los pr¨®ximos a?os. A diferencia del ni?o, ella vivi¨® sin profec¨ªas. Ning¨²n prop¨®sito para al menos guiarla. Incluso aunque hubiera llegado a odiarlo, ni siquiera podr¨ªa decirse a s¨ª misma que no hab¨ªa nacido por casualidad; un lujo que solo uno de los dos compart¨ªa. Pero ahora no ten¨ªa necesidad de reflexionar sobre esos pensamientos. ?Para qu¨¦? Este lugar era tan reconfortante que casi se sent¨ªa como si hubiera estado a punto de encontrar una salida a los terrores del exterior. Por tan poco, esto fue cierto. Al sentir que varios pasos se hac¨ªan m¨¢s fuertes a medida que se acercaban a la pareja, Tokken dese¨® en voz baja que fuera simplemente un grupo de visitantes nocturnos o un gran cuadr¨²pedo que buscaba la paz en un lugar as¨ª. Por supuesto, tal fortuna no caer¨ªa. Se volvi¨® discretamente para ver a la multitud que se aproximaba. Se acercaron cuatro gamberros con ropas sucias de distintos tama?os, uno de ellos cubierto de pelaje con rasgos parecidos a los de un ocelote. Todos ten¨ªan sonrisas asquerosamente sospechosas. Dos empu?aban dagas, enfundadas o desenvainadas, y jugaban con las hojas como locos. Uno puso una mano debajo de su chaqueta gastada, probablemente ocultando un arma de fuego. El felino humanoide era definitivamente el m¨²sculo del grupo, su pu?o derecho equipado con un plumero de acero que probablemente hab¨ªa visto su uso. El adolescente puso una mano en el mango de su navaja mientras los miraba con atenci¨®n. ¡ªNo te preocupes ¡ªsusurr¨® Tokken, tratando de calmar en silencio a su cada vez m¨¢s nerviosa compa?era¡ª. Yo me ocupar¨¦ de esto ¡ªa?adi¨®, poni¨¦ndose de pie para al menos mostrar algo de confianza en su postura. Como se predijo, los hombres se acercaron al ni?o sin temor, su ruta planificada en el momento en que vieron a los dos. El escu¨¢lido hombre con una daga que lideraba el grupo le regal¨® una sonrisa diab¨®lica al comportamiento del chico, su postura encorvada y relajada a pesar de la situaci¨®n. ¡°Buenas noches, extra?o. ?Qu¨¦ haces esta noche, eh-eh?¡± pregunt¨® el criminal, el clic de un encendedor se apag¨® cuando un miembro de su pandilla dio una calada a su cigarrillo. El ni?o le indic¨® a Chloe que se levantara para irse, la bestia s¨®lo atrevi¨¦ndose a pararse detr¨¢s de ¨¦l. En secreto, hab¨ªa esperado que la presencia de un Cr¨ªptido los persuadiera, pero la peque?a estatura de la misma y las probablemente despiadadas experiencias pasadas de los mafiosos hicieron evidente que eso no suceder¨ªa pronto. Tokken habl¨® con un suspiro callado. ¡ªMira, no tenemos dinero¡ª. ¡°Grosero¡±, brome¨® uno de ellos, jadeando, sus pulmones ennegrecidos esforz¨¢ndose con s¨®lo decir una palabra. ¡ªS¨®lo queremos hablar ¡ªagreg¨® otro, blandiendo su daga. ¡ªNo me gusta tu actitud ¡ªdijo la ¨²nica bestia del grupo, dando un paso adelante y haciendo crujir los nudillos¡ª. Deber¨ªamos ense?arle modales al ni?o¡ª. El grupo se ri¨® groseramente de la pareja. La hembra canina mostraba debilidad y se escond¨ªa detr¨¢s del humano, a pesar de sus aparentes roles en la cadena alimentaria. Tokken no pudo evitar mirar en silencio, bajando la mirada. Sinti¨® miedo, s¨ª, pero m¨¢s all¨¢ de todo lo dem¨¢s sinti¨® decepci¨®n. ¡ª?Ustedes en serio ... viven as¨ª?¡ª pregunt¨® el chico, con voz tranquila. Las risitas nebulosas cesaron, unas pocas palabras cargadas de confusi¨®n los abandonaron. ¡°?Y por qu¨¦ mierda te importa? A sacar¡± ¡ªorden¨® sin rodeos el pat¨¢n flaco anterior. Al negarse, Tokken mir¨® hacia arriba de nuevo. ¡ªNo tenemos nada de valor. Est¨¢n perdiendo el tiempo ¡ªrespondi¨®, defendiendo a su amiga. Sus palabras no fueron deshonestas; realmente no ten¨ªa nada m¨¢s que ropa y hierbas para ofrecer. El g¨¢ngster produjo un sonido bajo de abatimiento, su mirada descendi¨® a sus posesiones, as¨ª como al pelaje inmaculado de Chloe. Con una punta acusatoria de su dedo ¨ªndice, refut¨®. ¡ª?Que no? Tienes un cuchillo elegante. Degollaremos al cachorro con ¨¦l ¡ªofreci¨® el capit¨¢n del grupo, ri¨¦ndose junto con sus compa?eros. Con la mirada asqueada, Tokken golpe¨® el suelo con el pie mientras alzaba la voz. ¡ª??Qu¨¦ diablos os pasa?! ??No est¨¢ construida esta ciudad para¡­ !? ¡ªFue construido por b¨ªpedos, para b¨ªpedos ¡ªconcluy¨® el fumador, revelando su pistola oxidada cuando finalmente estaba lo bastante cerca para usarla con eficacia. El escu¨¢lido l¨ªder de la turba mostr¨® una sonrisa enfermiza, apuntando con la punta de su cuchillo de pesca al cuello del chico. ¡ªEs un juego de equilibrio, amigo. Tu vida o tus bienes. Si eso significa piel, deber¨ªamos tomarla, ?no crees? Ya hemos pasado el punto de inflexi¨®n ahora, ?verdad? ¡ªexplic¨® el criminal, excus¨¢ndose de sus actos. ¡ªAhora viene la pregunta del mill¨®n de cr¨¦ditos. ?Con qu¨¦ parte del saldo est¨¢s buscando pagar? Tokken sinti¨® que la bilis se acumulaba en la garganta, sintiendo n¨¢useas por las horrendas opciones que hab¨ªan presentado ante ¨¦l. Sab¨ªa que correr ser¨ªa una tonter¨ªa, ya que no hab¨ªa sitios para cubrirse detr¨¢s, y el vasto espacio abierto junto con su tobillo lesionado significaban que pod¨ªan disparar f¨¢cilmente hasta que alguien tuviera suerte. Sus labios temblaron cuando abri¨® la boca para hablar, notando la mirada cada vez m¨¢s fatalista en su compa?era reci¨¦n rescatada. Si la ciudad fuera as¨ª de despiadada, incluso en un lugar como este, se asegurar¨ªa de huir muy lejos si lograra escapar. ¡ªTu filosof¨ªa es un poco peculiar ¡ªdijo una voz ronca, mientras que una figura se acercaba a ellos. En la oscuridad del sudario de la noche, iluminado solo por la luz tenue que proporcionaba la luna, el grupo s¨®lo pudo mantenerse en guardia cuando el h¨ªbrido felino dio un paso adelante, cerrando los pu?os en una postura defensiva primitiva. ¡°No tiene sentido dar opciones si llevan a las mismas conclusiones, ?no crees? De cualquier manera, el cachorro habr¨ªa muerto. No tiene sentido cometer un asesinato sin prop¨®sito, ?verdad?¡±. Incluso en la penumbra, la sonrisa dentada de la figura alta era inquietantemente visible mientras continuaba caminando hacia ellos. El mat¨®n que llevaba una pistola apunt¨® y le grit¨® en tono de advertencia. ¡ª?Oye! Al¨¦jate, tronco. ?Estamos negociando! La figura que caminaba hacia ellos se detuvo, inclin¨¢ndose ligeramente hacia adelante como para estudiar el arma. ¡°No me jodas, ?pistolas? El crimen se est¨¢ volviendo m¨¢s lucrativo, eh¡± ¡ªmusit¨® El Hombre, metiendo la mano en su chaqueta durante unos segundos, como si buscara algo. El jefe de la banda, perdiendo la paciencia, murmur¨® una orden a su subordinado armado. ¡ªAh aqu¨ª est¨¢. No puedo ver una mierda en la oscuridad. Ojos viejos, estos ¡ªdijo la figura para s¨ª mismo de manera audible. Justo cuando dijo esto, el criminal apunt¨® con la mira hacia el objetivo intruso y puso su dedo en el gatillo. En el momento en que estaba a punto de disparar, la figura en la oscuridad tambi¨¦n sac¨® un arma de su chaqueta y no tard¨® en apuntar. Cualquier reluctancia al derribar al intruso immediatamente result¨® err¨®neo, ya que la cabeza del criminal fue destrozada por la fuerza excesiva del disparo. Con un grito ahogado, los tres bandidos restantes dieron un paso atr¨¢s del cuerpo que ca¨ªa, que alguna vez hab¨ªa pertenecido a su camarada. Aunque se maldijo a s¨ª mismo por ello, Tokken agradeci¨® la violencia. No sent¨ªa m¨¢s que repugnancia por los ladrones y les dese¨® a todos que se fueran al infierno. Arrodill¨¢ndose para proteger los ojos y o¨ªdos del aterrorizado canino, mantuvo un ojo atento alrededor, esperando que todo terminara a su favor. La figura se acerc¨® un poco m¨¢s, arrojando su arma al camino de tierra mientras caminaba con inquietante calma hacia el estacionamiento, con las manos en los bolsillos. El ¨²nico Cr¨ªptido de la pandilla estall¨® de repente en una risa enloquecida, para sorpresa de sus aliados. ¡ªAcabas de tirar tu ¨²nica ventaja al suelo, idiota ¡ªRompiendo en un sprint agresivo con un pu?o preparado, la emboscada repentina fue demasiado visible. A pesar de este hecho, cualquiera podr¨ªa darse cuenta de que un solo golpe oportuno del felino b¨ªpedo seguramente hundir¨ªa el cr¨¢neo de un ser humano. A pesar de esto, la figura mantuvo la compostura, incluso caminando hacia su agresor. Cuando estaba lo suficientemente cerca, la bestia aceler¨® con un poderoso golpe con poca reacci¨®n de su objetivo. Justo cuando el ataque se produc¨ªa, sin embargo, la figura se desliz¨® bajo su brazo agach¨¢ndose r¨¢pido para acabar golpeando la cabeza de su oponente con una fuerza aterradora, impulsando a la bestia directamente al suelo, que qued¨® aplastada sin incidentes. Aunque el cr¨¢neo del arrogante g¨¢ngster no hab¨ªa sido quebrado debido a la resistencia de su especie, el Cr¨ªptido seguramente estaba conmocionado. Erguido una vez m¨¢s como para hacer alarde de su estatura, junt¨® los dedos para hacer sonar sus articulaciones mientras avanzaba hacia los dos restantes. Sus acciones resultaron desconcertantes al ni?o, que hasta hace poco lo hab¨ªa considerado una persona normal. Se hizo sorprendentemente evidente que, al igual que su t¨ªmido, pero eficaz salvador, este hombre tampoco era de una clase com¨²n. Apretando los dientes con los ojos muy abiertos, el l¨ªder del grupo agarr¨® a su ¨²ltimo aliado que le quedaba antes de lanzarlo hacia el peligro que se acercaba. El mat¨®n que se enfrentaba al Hombre sinti¨® que todo su cuerpo se estremec¨ªa mientras levantaba temblorosamente su ¨²nica arma: una navaja trabajada con grabados que evidentemente le hab¨ªan robado a un noble. La hoja estaba en buenas condiciones y probablemente hab¨ªa tenido poco uso; todav¨ªa afilada. Esto, por supuesto, dej¨® una cosa clara: el gamberro no hab¨ªa tenido mucha experiencia en el combate real, y se hab¨ªa apoyado principalmente en la intimidaci¨®n para obtener sus bienes robados. Un hecho que se hizo evidente cuando blandi¨® la cosa como un hacha, en lugar de optar por una pu?alada o un corte r¨¢pido. Tomando su mu?eca con una mano, el Hombre r¨¢pidamente la gir¨® hasta el punto de dislocarla para hacerle soltar el arma, antes de atizarle con un golpe de la derecha. El ataque envi¨® al hombre por los aires a poca distancia antes de estrellarse contra el suelo. Con una risita, el combatiente dobl¨® sus nudillos, y se oyeron las articulaciones chasquear una vez m¨¢s. ¡ª?Cuidado! ¡ªTokken grit¨®, viendo al l¨ªder correr detr¨¢s del Hombre para intentar apu?alarle en el cuello. Justo cuando la hoja lo rozar¨ªa, la figura alta se agach¨® para recoger el arma del asaltante anterior, justo cuando un sable de proporciones moderadas vol¨® por el aire y cort¨® la mano del ladr¨®n con una moci¨®n maravillosamente limpia. El arma en marcha ces¨® su trayectoria; cuando Corvus apareci¨® junto al atacante, su empu?adura se encontraba en el embrague del ¨¢ngel; una t¨¦cnica m¨¢gica com¨²nmente utilizada entre los usuarios experimentados de la espada y la magia conocida coloquialmente como ''teletransportaci¨®n de mango''. Bastante sencillo el nombre, la verdad. La v¨ªctima mal vestida apenas tuvo tiempo de registrar el ataque, notando que su mano en el piso a¨²n agarraba el arma que una vez blandi¨® con tanto descuido. Su boca colgaba abierta mientras ca¨ªa sobre la hierba, su piel palidec¨ªa mientras su vida brotaba de la herida abierta. Finalmente aceptando la realidad de su situaci¨®n, junto con el dolor que le acompa?aba, el mat¨®n flaco solt¨® un grito espeluznante, con la otra mano agarrando el mu?¨®n en un intento desesperado por detener su flujo sangu¨ªneo. Estaba delirando durante cada segundo que pasaba, balbuceando palabras incoherentes mientras se mec¨ªa en su lugar por el dolor. A pesar del delirio, el Hombre simplemente se puso de pie para admirar su navaja reci¨¦n adquirida. El ¨¢ngel, habiendo enfundado su espada despu¨¦s de limpiarla de su suciedad, camin¨® hacia Tokken, arrodill¨¢ndose. ¡ªPerd¨®nanos. Deber¨ªamos haberlos encontrado antes. Pedimos disculpas por la exhibici¨®n antiest¨¦tica. En circunstancias normales, el ni?o habr¨ªa gritado que tal violencia no s¨®lo era innecesaria, sino absolutamente inhumana. Sin embargo, el joven le devolvi¨® una sonrisa. Se sent¨ªa fatal por albergar tales sentimientos de venganza, pero sab¨ªa que era mejor no actuar sobre tales pensamientos y, de ese modo, impidi¨® que el incidente lo perturbara. ¡ªNo. Gracias a ti. No s¨¦ qu¨¦ habr¨ªa pasado si no hubieran venido. Gracias ¡±, expres¨® el joven, pura gratitud en su tono. Not¨® a Chloe bloqueada por el miedo, y se arrodill¨® para acariciarla. ¡°Y lamento que esta sea tu primera impresi¨®n de este lugar, incluso si es el m¨ªo tambi¨¦n. Nos iremos lo antes posible ¡ª. El Hombre se dio la vuelta, mirando al criminal moribundo con un ligero remordimiento. La mayor¨ªa de los g¨¢nsteres eran bastante j¨®venes, por lo que era una pena que su ¨²nica vida fuera desperdiciada como escoria. Pero el da?o que probablemente cometieron habr¨ªa sido irreparable, y su falta de moral s¨®lo justific¨® sus sentimientos hacia el ladr¨®n que sufr¨ªa. ¡ªCreo que ya es suficiente, ?verdad? T¨®matelo con calma all¨ª arriba ¡ªesperaba el Hombre, sin que el suceso alterase su tono. Caminando hacia la pistola que hab¨ªa dejado caer anteriormente, retir¨® el arma de fuego del suelo antes de apuntar el ca?¨®n hacia la cabeza del criminal. Y cuando finaliz¨® el combate con un tiro de gracia por piedad, baj¨® el arma a su costado con un ligero sentimiento de envidia. Finalmente, volvi¨¦ndose hacia Tokken, suspir¨® mientras hablaba. ¡ªAy, chico. No te alejes de mi vista otra vez, ?me oyes? No quiero que inicies peleas con todas las malditas almas de este lugar ¡ªdijo, caminando hacia los tres. Si bien el ni?o quer¨ªa defender su inocencia, pero no pudo evitar preguntarles algo. ¡ª?Por qu¨¦ nos salvaste de nuevo? ¡ªNo podr¨ªa dec¨ªrtelo ¡ªEl Hombre se encogi¨® de hombros en respuesta. ¡ªEntonces ... ?Cu¨¢les son vuestros nombres? ¡ªpregunt¨® finalmente. El ¨¢ngel se puso en pie una vez m¨¢s para encontrarse con los ojos de Tokken. Con una reverencia, el hombre alado habl¨® primero. ¡°Mi nombre es Corvus. Celestial y Sexto Teniente de la Fuerza Militar del Sindicato. Con una sonrisa paternal pero valiente, El Hombre levant¨® la cabeza en alto mientras hablaba, puro orgullo en su voz al presentarse. ¡ªMe llamo Emris. No te acostumbres. Capítulo 3: La Instalación Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 3 La Instalaci¨®n ¡ª?No te ... acostumbres? ¡ªrepiti¨® el chico, la declaraci¨®n parec¨ªa fuera de lugar despu¨¦s de la impecable victoria del veterano. Emris simplemente se ri¨® entre dientes, ignorando la pregunta del joven mientras miraba a su subordinado, dirigi¨¦ndole una sonrisa de satisfacci¨®n mientras hablaba. ¡ªGracias ¡®C''. Ya me encargo. L¨¢rgate ¡ªorden¨® Emris, la autoridad en su voz era tan impresionante que incluso podr¨ªa hacer que un extra?o siguiera la orden sin decir palabra. A pesar de esto, como si hiciera burla de ello, el ser ang¨¦lico se ri¨® de forma disimulada, agitando la mano como si se negara con un gesto. Al darse cuenta de la inusual posici¨®n de las piernas de Tokken, el hombre alado le ofreci¨® un brazo como apoyo. Al ver esto, el ni?o asinti¨® con la cabeza, envolviendo su brazo alrededor del hombro del Teniente, justo por encima de sus alas. Al aceptar la variedad de eventos que hab¨ªan transcurrido en tan poco tiempo, le sorprendi¨® lo repentino que estaba cambiando su opini¨®n sobre los desconocidos. ¡ªDisculpe, se?ora ¡ªse excus¨® Corvus, dirigi¨¦ndose hacia el Cr¨ªptido que estaba temblando junto al chico. Ella simplemente asinti¨® con complicidad en respuesta, dando espacio para permitir que el hombre herido recibiera la ayuda que necesitaba para no empeorar m¨¢s su tobillo. Sin embargo, se mantuvo tan cerca como pudo, debido a lo implacable que se hab¨ªa mostrado claramente su entorno. El soldado m¨¢s alto tan solo resopl¨®, poniendo los ojos en blanco. ¡ªAy ... Estoy perdiendo mi soberan¨ªa... ¡ªmusit¨® Emris, se?alando la salida con una inclinaci¨®n de cabeza. Mientras el grupo avanzaba a paso lento para aliviar la herida de Tokken, Chloe finalmente rompi¨® el silencio. ¡ª?Es la ciudad tan desagradable¡­ a menudo? Hab¨ªa escuchado rumores en el pasado, pero hay mucho a dudar con tan solo escuchar sin pruebas. Para ser honesta, todav¨ªa no puedo creer lo que veo ¡ªadmiti¨®, con un tono perplejo y asombrado. ¡ªEstoy de acuerdo... ¡ªrespondi¨® el chico, un poco abatido¡ª. Pens¨¦ que hab¨ªa visto suficiente maldad como para cambiar mi opini¨®n sobre ello, pero eso ha sido... repugnante ¡ªconcluy¨®, sinti¨¦ndose mareado. ¡ªS¨ª, eran rufianes, pero nada malvados ¡ªrespondi¨® Emris, rechazando sus ligeras exageraciones¡ª. Esos j¨®venes simplemente se las arreglaban como pod¨ªan. ¡ª?"Se las arreglaban" ? ?Matando a una criatura sapiente¡ª¡ª? ¡ªS¨ª, matando a la perra. Esos ni?os no trabajan solos, ?sabes? No hay grupos que lo hagan y duren; probablemente trabajaron para los Erizos ¡ªrevel¨®, la informaci¨®n no parec¨ªa preocuparle demasiado mientras continuaba, de manera informal. Caminaba vigilando a la pareja vulnerable mientras escaneaba al mismo tiempo sus alrededores para detectar a cualquiera que pudiera seguirles. ¡ªEntonces ... ?trabajan para alguien? ¡ªpregunt¨® Chloe, haciendo que Tokken se estremeciera cuando intervino apresuradamente. ¡ª?Eso significa que pueden ser eliminados? ¡ªinterrog¨® el, con un tinte de desesperaci¨®n en sus palabras. El cuadr¨²pedo lo mir¨® preocupada; Emris s¨®lo se confundi¨®, decidiendo confesar. ¡ªSupongo. Eso dicho, son demasiado astutos. Te los cargas y uno siempre pervivir¨¢ para eh... renovar el grupo de nuevo. ¡ªP-Pero si pudieras rastrearlos, entonces... ¡ªTokken tartamude¨®, interrumpiendo su discurso cuando Emris levant¨® una mano para silenciarlo. ¡ªDices esto como si fuera f¨¢cil, chico. Estos tipos intervienen en todos los ¨¢mbitos de la vida, ya sabes; te sorprender¨ªa lo abundantes que son el desempleo y la ruina por aqu¨ª. Eso los deja o muriendo de hambre o uni¨¦ndose a ellos. Es m¨¢s, apuesto a que incluso si neutraliz¨¢ramos a todos ellos seguir¨ªan existiendo; s¨®lo hay que enfrentarse a ellos seg¨²n vengan. No se neesita mucha cabeza para no ir deambulando de noche como un idiota. Tanto Chloe como Tokken bajaron la mirada ante su incisivo comentario, sinti¨¦ndose un poco amargados pero agradecidos a la vez por su protecci¨®n. Emris continu¨® su marcha hacia adelante tras salir del parque y llegar a las calles. ¡ªNo. Si quieres ver el mal, no busques m¨¢s all¨¢ de lo que tienes delante. La pol¨ªtica y el dinero son un puto desquicio, y esta ciudad es prueba de ello. Si necesitas algo menos metaf¨®rico... los Carmisioneros son tu mejor apuesta. La expresi¨®n de amargura y p¨¦rdida que se apoder¨® del rostro de su angelical partidario, combinada con la monoton¨ªa de la voz de Emris, ambos hombres a los que acababa de presenciar masacrando a un grupo de matones como si fuese su naturaleza, dejaron en claro a Tokken que de quienquiera en quien este otro grupo consistiera deb¨ªa ser mucho peor de lo que le gustar¨ªa descubrir. No queriendo entrometerse en el tema, Tokken simplemente call¨®. Fue entonces cuando se dio cuenta de algo. ¡ª?A d¨®nde vamos? ¡ªpregunt¨® finalmente el chico, notando que se estaban alejando del bosque. ¡ªVamos a cuidaros por un tiempo. Asegurar de que est¨¦is en condiciones de ir solos antes de soltaros ¡ªexplic¨® Corvus, se?alando el pie del muchacho como si enfatizara el motivo por el cual lo dec¨ªa. ¡ª?Eso suena como un maldito secuestro! ¡ªTokken protest¨®. ¡ªNo lo es ¡ªEmris se encogi¨® de hombros, d¨¢ndose la vuelta para mirarlo con una sonrisa dentada mientras caminaba hacia atr¨¢s frente a ¨¦l¡ª. S¨®lo significa que os llevaremos a un lugar sin vuestro consentimiento y os mantendremos all¨ª por algunas lunas hasta que est¨¦n listos ¡ªexplic¨®, ri¨¦ndose disimuladamente. Chloe mantuvo una cara de desconcierto, notando la redundancia de su defensa. ¡ªEso suena como una abducci¨®n pero m¨¢s complicada... ¡ªDe eso se trata, cari?o ¡ªcarcaje¨® Emris, volvi¨¦ndose hacia adelante de nuevo. Corvus se ri¨® para s¨ª mismo en voz baja, dedicando al veterano una mirada. ¡ªTe burlas demasiado de los j¨®venes, hombre. ¡ªJeje, s¨ª. Uno de los pocos lujos de nuestra edad. Al darse cuenta de que el Cr¨ªptido se arrastraba en la parte trasera del grupo con una mirada abatida, Emris decidi¨® investigar. ¡ªEy, Blancanieves ¡ªgrit¨®, volvi¨¦ndose hacia ella¡ª. ?De d¨®nde vienes? ¡ª?Y-Yo? ¡ªChloe balbuci¨®, encogi¨¦ndose ante su imponente mirada¡ª. ...Ning¨²n sitio especial. ¡®De las monta?as¡¯ ser¨ªa mi mejor respuesta. ¡ª?As¨ª que si eres de Las Afueras? ?C¨®mo es que no est¨¢s echando espuma por los dientes y todo eso? ¡ªNo todos somos salvajes... es s¨®lo que ellos suelen durar m¨¢s... ¡ªexplic¨®, con voz temblorosa. ¡ª?Por qu¨¦ no unirse a ellos? ¡ªpregunt¨® Emris, riendo entre dientes para levantarle el ¨¢nimo. Molestado, Tokken intervino. ¡ªVamos, ?qui¨¦n lo har¨ªa?. Por lo que he visto, se han reducido a animales... ¡°Valiente declaraci¨®n, campe¨®n. Pero no le estaba preguntando a un humano. ?Por qu¨¦ morir antes si tienes la opci¨®n de no hacerlo? Demonios, ?por qu¨¦ no unirse a la sociedad por un tiempo si el salvajismo no es tu estilo? ?Te tiene amarrada tu padre o algo as¨ª?¡± brome¨®, la criatura blanca parecida a un lobo inflaba un poco sus mejillas mientras su rostro se sonrojaba. "?Porque eso significa unirse a los humanos!" espet¨® ella, call¨¢ndose luego para no ofender al chico m¨¢s de lo necesario. Corvus no pudo evitar una ligera carcajada, al diferir de su opini¨®n. "Oye, los humanos pueden ser bastante malos a veces ..." "Siempre son malos", interrumpi¨® Emris. "C¨¢llate. Ellos pueden ser malos, pero mira este chico aqu¨ª. Te salv¨® la vida, ?no?¡±. ¡°Ejem, yo fui el que¡­¡± el hombre levant¨® un dedo, tratando de deslizarse en su discurso, sin ¨¦xito. ¡°Yo dir¨ªa que es un excelente ejemplo para empezar. La sociedad puede valer la pena, pero nunca lo sabr¨¢s hasta que lo pruebes. ?Si me preguntas a m¨ª? No perder¨¢s mucho en intentarlo. No con nosotros, de todos modos ¡±, concluy¨® Corvus. Al terminar su peque?o mon¨®logo motivacional con una sonrisa triunfante, Emris produjo un sonido ronco, encogi¨¦ndose de verg¨¹enza. Al mirar al ser humano llevado por el ¨¢ngel, Chloe ni siquiera se dio cuenta de su propia sonrisa mientras ¨¦sta se dibujaba en su rostro. Con un peculiar orgullo en sus pasos, sigui¨® adelante junto al grupo, extra?amente determinada. Fue fascinante ver un conjunto tan diverso de bestias Cr¨ªptidos, tanto b¨ªpedos como cuadr¨²pedos, mezclarse tan sencillamente con los simples humanos con los que caminaban. Criaturas gigantes, humanoides, casi el doble del tama?o de una persona promedia, con brazos enormes en comparaci¨®n con sus contrapartes m¨¢s peque?as, caminando uno al lado del otro como si hacerlo fuera mundano y natural. A pesar de la enorme variedad de tama?os y formas, parec¨ªa haber poco de qu¨¦ preocuparse con respecto a su proximidad. No hab¨ªa aulladores feroces que mostrasen los dientes, ni minotauros b¨¢rbaros y llenos de ira. Todo parec¨ªa enga?osamente simbi¨®tico, como bajo una simple y ¨²nica mirada, para agradecimiento silencioso de Chloe. Fue una caminata larga hasta su destino, sin incidentes en el trayecto, aunque Emris llam¨® la atenci¨®n sobre muchos observadores sospechosos, ya sea desde el nivel del suelo o incluso entre los tejados. Decidiendo no preocupar a la pareja m¨¢s joven, felizmente inconsciente, mantuvo la aterradora realidad en secreto, confiado en que la presencia de su subordinado celestial, de ropa indistinguible, adem¨¢s de su propia reputaci¨®n, evitar¨ªan cualquier peligro potencial. La cantidad de tr¨¢fico a pie hab¨ªa disminuido a una mera fracci¨®n de la masa que marchaba a la luz del d¨ªa, ya sea debido al agotamiento o a la amenaza de los peligros nocturnos que acechaban desde sus guaridas y apartamentos escondidos, en busca de otra v¨ªctima f¨¢cil de la cual aprovecharse. Finalmente, el grupo lleg¨® al borde de la ciudad, al pie de una monta?a con un camino lujosamente decorado, que conduc¨ªa a un edificio rodeado de bosques de vastas proporciones, con sus cimientos sobre las aguas que brotaban del enorme r¨ªo debajo de ¨¦l. El edificio era nada menos que majestuoso, alto, con varios pisos para contar; su longitud se extend¨ªa casi hasta los fines del horizonte. Toda la estructura hab¨ªa sido dise?ada de una manera elegante y moderna, con una combinaci¨®n de metales y concreto tan imponente que uno se preguntaba si un misil alguna vez podr¨ªa destruirla. La estructura, similar a una ciudad, contrastaba con su entorno natural y esc¨¦nico; todo esto contribu¨ªa a cautivar a los dos j¨®venes reci¨¦n llegados. Al darse cuenta de esto, Corvus y Emris sonrieron brevemente antes de avanzar con paso r¨¢pido hacia las puertas principales. Al entrar, incluso el interior merec¨ªa una larga mirada, adornado con muchas formas art¨ªsticas y fuentes cristalinas de agua. Todo parec¨ªa limpio e impecable a simple vista, sin una mota de polvo o suciedad visible. Incluso pisar los pisos alfombrados se sent¨ªa majestuoso, especialmente para las patas descalzas Cr¨ªptido. Sin perder el tiempo, los obedientes soldados avanzaron hacia la zona residencial, hacia lo que f¨¢cilmente podr¨ªan ser cientos, incluso miles, de dormitorios. Eligiendo una puerta que no estaba ocupada, llevaron al adolescente dentro y lo ayudaron a acostarse en la cama. Si bien el colch¨®n estaba lejos de ser perfecto, era significativamente m¨¢s c¨®modo de lo que estaba acostumbrado y, por lo tanto, tard¨® s¨®lo unos segundos en relajar su cuerpo cansado tras hundirse en ¨¦l. ¡°Lo siento, t¨ªo. Los m¨¦dicos est¨¢n algo ocupados por la noche; te arreglaremos ma?ana, ?eh?¡±, ofreci¨® Emris con los brazos cruzados. ¡°No estar¨¦ aqu¨ª para saludarte por la ma?ana, as¨ª que si no puedes levantarte de la cama, pega un grito. Pregunta por la sala m¨¦dica si no la encuentras. Si ves a William, dale las gracias ", Emris explic¨®, volvi¨¦ndose hacia la puerta. "Lo tendr¨¦ en cuenta", Tokken respondi¨® con cansancio, cerrando los ojos. No queriendo quedarse sola en un espacio tan vasto y desconocido, Chloe salt¨® sobre la cama a sus pies, acost¨¢ndose all¨ª, como un gato dom¨¦stico. Despu¨¦s de haber cumplido con sus deberes, Corvus hizo una peque?a reverencia antes de salir con el veterano mayor, cerrando la puerta detr¨¢s de ¨¦l. Los dos soldados se alejaron en silencio, y un pensamiento perturb¨® la mente de Emris. Independientemente de si Corvus se hab¨ªa dado cuenta o no, el soldado alado hizo un breve saludo antes de partir hacia su propio alojamiento. Emris sigui¨® adelante, navegando por la vasta y silenciosa instalaci¨®n en solitario, en busca de una habitaci¨®n en particular. Presionando sus manos sobre las grandes puertas que conduc¨ªan a la gran c¨¢mara en su interior, las empuj¨® para abrirlas con cierta resistencia, las enormes puertas en s¨ª mismas dise?adas para ser un desaf¨ªo f¨ªsico. Una vez que las puertas de acero se abrieron de par en par, se revel¨® el interior del enorme espacio. La sala era excepcionalmente grande y alta en comparaci¨®n al resto, como un estadio en miniatura. El piso estaba hecho de arena, con sillas alineadas en los bordes del ¨¢rea detr¨¢s de una pared de vidrio duro para mantener a los espectadores a salvo de cualquier r¨¢faga de energ¨ªa perdida o de hechizos mal dirigidos. De pie en medio del campo de arena, cay¨® de rodillas meditando profundamente. Si la amenaza de los Carmisioneros invasores iba a ser tan seria como hab¨ªa predicho, entrenar a su pelot¨®n era imprescindible. Era deber de las filas militares superiores asegurarse de que sus inferiores se mantuvieran capaces, mentalmente preparados y leales, un hecho que era especialmente imprescindible para los brigadistas del ej¨¦rcito y, peor a¨²n, para el general. Se ri¨® entre dientes con simpat¨ªa al pensar en lo estresante que deb¨ªa ser estar un rango por encima del suyo; siendo el ¨²nico hombre o mujer en el mundo a cargo de garantizar que todo el ej¨¦rcito estuviera debidamente preparado para luchar y morir por el bien de la causa del Sindicato, adem¨¢s de mantener el mando bajo control. Esta idea lo divirti¨®, y por una vez bendijo su vejez para no tener que experimentar tal responsabilidad, porque con el tiempo seguramente se la habr¨ªa ganado. Pocos nombres vinieron a la mente cuando se cuestion¨® la suprema lealtad a la Instalaci¨®n; y la lealtad era el rasgo m¨¢s valorado dentro de las filas de la Fuerza Militar, entre un espejismo de otras capacidades. Sacudiendo la cabeza, Emris se puso en pie una vez m¨¢s, abrazando la realidad de su futuro por primera vez y, reconociendo su importancia, jur¨® revitalizar su pelot¨®n. Levantando las manos e inclinando la espalda hacia adelante en una posici¨®n defensiva ensayada, silb¨® bruscamente a nada en particular. La orden sin palabras fue escuchada cuando varios robots, soldados mec¨¢nicos altamente articulados, fueron liberados a la arena. Sus movimientos eran tan naturales y suaves que pod¨ªan confundirse f¨¢cilmente con gente normal desde la distancia o desde una perspectiva relajada. Los androides sin rostro portaban una pl¨¦tora de armas diferentes; que iban desde pistolas hasta dagas y otras variedades de hojas, algunas permanec¨ªan desarmadas. Mientras las figuras no org¨¢nicas preparaban su postura, con peligrosa intenci¨®n programada en su c¨®digo, Emris respir¨® hondo, inhalando aire argumentativamente fresco, sonriendo para s¨ª mismo. ? ? ? ? Al sentir un ligero movimiento en sus s¨¢banas, Tokken se despert¨® de su sue?o, su visi¨®n encontr¨¢ndose con un techo que no reconoc¨ªa. A diferencia de la caba?a de madera en la que siempre dorm¨ªa, cuyas tablas cruj¨ªan por el viento y el peso de la vida, este techo estaba hecho de concreto liso pintado. No pas¨® mucho tiempo antes de que sintiera el mismo susurro de nuevo, sac¨¢ndolo de su trance mientras se sentaba r¨¢pidamente. Al ver al Criptido, se sinti¨® muy culpable de que ¨¦sta hubiese dormido inc¨®moda al final de la cama, y no pudo evitar suspirar. ?C¨®mo pod¨ªa permitirle dormir descubierta y como una mascota? Absolutamente inconcebible. " A¨²n as¨ª ... " pens¨® para s¨ª mismo, mirando a la puerta de su dormitorio con cierta inquietud. Hab¨ªa pasado alg¨²n tiempo desde que se sent¨ªa as¨ª, su vida hab¨ªa cambiado de direcci¨®n tan repentinamente como un rayo, siempre guiado por otra persona; como una oveja que sigue a su pastor con feliz ignorancia. Despreciaba que lo llevaran como a lomos de una mula, pero en el fondo sab¨ªa lo aterradora que era la soledad. Cuando la ¨²ltima persona de su vida lo hab¨ªa dejado, casi tan abruptamente como lo hab¨ªan hecho sus padres en el pasado, el puro consuelo que sigui¨® era no menos que insoportable. Incluso a su edad, se preguntaba qu¨¦ camino valdr¨ªa la pena tomar y qu¨¦ sentido ten¨ªa seguir un futuro ciego que nunca le hab¨ªa importado en el pasado. De una manera extra?a, siempre hab¨ªa pensado que de alguna manera hab¨ªa maldecido su l¨ªnea de sangre. Llevar un destino m¨¢s pesado de lo que pod¨ªa imaginar era ciertamente un pensamiento angustioso, pero sus familiares siempre parec¨ªan tan orgullosos de ¨¦l¡­.. .Hab¨ªan visto a un ni?o cerrarse arrogantemente al mundo, pero parec¨ªan admirarle sin excepci¨®n. El mismo hecho le confund¨ªa. Le frustraba. Le decepcionaba. " Familia est¨²pida", pens¨®. ¡° Me ve¨ªan como a un salvador. Tal vez ahora se habr¨ªan dado cuenta de lo normal que soy¡±. Sinti¨® que sus ojos se cansaban ante el mero pensamiento. ¡° Familia tonta. Consumiendo un mito. Por una tradici¨®n. ?Por el destino?¡±. Tokken sinti¨® que sus pies tocaban el suelo fr¨ªo, estremeci¨¦ndose por el dolor de su tobillo hinchado. ¡° ?Era demasiado dif¨ªcil hacer un nuevo heredero? ¡±Se pregunt¨®, caminando hacia la puerta. Girando la perilla, mir¨® hacia atr¨¢s al cuerpo dormido de Chloe. ¡° No soy un salvador. Perdiste tu tiempo. ?Y ahora?. ?Ahora que?. ?Se supone que todav¨ªa debo cumplir tus promesas?¡±. Cerrando la puerta detr¨¢s de ¨¦l, camin¨® por los pasillos iluminados por el sol, pues las grandes ventanas daban paso a una amplia luz. ¡° La leyenda morir¨¢ conmigo. Deber¨ªas haber visto que no era lo bastante fuerte. Quiz¨¢s fui yo tambi¨¦n tonto, asumiendo que eran lo suficientemente sabios como para pensar simplemente que ellos ten¨ªan raz¨®n. Entreteniendo sus est¨²pidas fantas¨ªas con promesas de eventual ¨¦xito, de que alg¨²n d¨ªa ver¨ªan a su chico brillar de la manera que imaginaban que lo har¨ªa¡±. Chocando contra un oficial que pasaba, casi perdi¨® el equilibrio cuando ofreci¨® una r¨¢pida disculpa. ¡° Quiz¨¢s todos hicimos el papel de tontos ¡±, concluy¨®, levantando la vista del suelo solo para encontrarse en lo que parec¨ªa ser un comedor gigantesco.If you spot this tale on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation. Ligeramente sorprendido por el vasto cambio de espacio, lleno de cientos de otros seres, en su mayor¨ªa de forma humanoide, que abarrotaban la habitaci¨®n, Tokken sinti¨® que se quedaba boquiabierto ante la escena. Se qued¨® clavado all¨ª con torpeza, sinti¨¦ndose completamente fuera de lugar frente a la multitud de soldados amanecientes que devoraban hambrientos su comida entre peque?os ataques de risa de los m¨¢s satisfechos y sociales. Era un alivio sorprendente ver a aquellos soldados tan despreocupados y relajados re¨ªr a carcajadas, incluso en las primeras horas del amanecer. Despu¨¦s de unos momentos sin palabras junto a la entrada, una mano grande y peluda cay¨® sobre su hombro, haciendo que el chico gritara. Una larga sonrisa llena de dientes se hizo visible a su alrededor, cuando la cabeza de un Minotauro baj¨® para encontrarse con su mirada desde atr¨¢s. "?Est¨¢s bien, chiquillo?" la bestia habl¨®, su voz baja y profundamente ronca, muy a tono con su apariencia monstruosa. Su comportamiento parec¨ªa m¨¢s bien travieso, a pesar de su aspecto. Sin pasar por alto sus miedos, Tokken se rasc¨® la cabeza torpemente mientras respond¨ªa en un tono lo m¨¢s amistoso posible. ¡°S¡ªS¨ª, lo siento. Estaba en las nubes". El toro humanoide se rasc¨® la mejilla, enderezandose; su estatura era dos o m¨¢s cabezas mayor que la del adolescente, con un cuerpo igualmente voluminoso. "?Est¨¢s seguro, amigo?" pregunt¨® el Minotauro, notando su rostro algo p¨¢lido. Al darse cuenta de su propia figura, rompi¨® a re¨ªr a carcajadas, casi golpeando su mano contra el hombro de Tokken, para gran incomodidad del ni?o. ¡°Es mi cuerpo, ?eh? Ja, lo siento amigo. A veces olvido mi aspecto¡±, se disculp¨®, y con raz¨®n. Todo su cuerpo requer¨ªa poca ropa ya que su denso pelaje se aferraba a todo su ser, lo que se sumaba a su monstruosa apariencia. Sus manos pod¨ªan aplastar f¨¢cilmente un hueso con suficiente fuerza, y los dos cuernos sobre su cabeza claramente tendr¨ªan alg¨²n uso; dejando entrever varias grietas y marcas de erosi¨®n. Sus grandes ojos amarillos miraron al chico con curiosidad mientras Tokken hablaba. "Entre otras cosas ... Lo siento, solo estoy buscando algo". "?Necesitas ayuda?" brome¨® el Cr¨ªptido, cruzando los brazos. ¡°S¨ª, en realidad. Busco un doctor. Estoy totalmente jodido de mi tobillo ... " "?Un doctor? ?La sala m¨¦dica? Ah, cadete, ?eh? Claro, amigo. D¨¦jame comer algo y estar¨¦ contigo. ?Te apetece algo?¡±, ofreci¨® el Minotauro, caminando hacia un ¨¢rea de autoservicio con el adolescente. Dejando a un lado sus preocupaciones por un momento mientras su est¨®mago le recordaba lo hambriento que estaba, sigui¨® a la bestia. Esperando que la comida fuese el equivalente alimenticio a ladrillos y tierra, se sorprendi¨® al ver una gran cantidad de comida de aspecto decente preparada previamente y a¨²n caliente para suplir las necesidades de un soldado hambriento, todo lleno de nutrientes y sabores que tal vez ni siquiera hab¨ªa probado antes. Una vez que los dos hab¨ªan elegido su comida, se dirigieron a los asientos disponibles, sent¨¢ndose a cierta distancia del bullicio de los soldados m¨¢s alegres. ¡°Hombre ... est¨¢ sorprendentemente animado aqu¨ª. De hecho, es bastante relajante¡±, admiti¨® Tokken, con una peque?a sonrisa en su rostro. ¡°Ah, s¨ª. La gente aqu¨ª aprende a divertirse, ?sabes? Levanta un mont¨®n la moral¡±, respondi¨® el Minotauro, ri¨¦ndose de las payasadas de sus compa?eros. ¡°Tenemos que mantener el ¨¢nimo alto. Es la ¨²nica forma de mantener la mente sana ". Tokken se ri¨® un poco, llenando sus fauces con la deliciosa comida. "?Ah ~ la comida es divina!" ¡°S¨ª, tienes que aprovechar las peque?as victorias. Supone un grupo sorprendente, dir¨ªa yo. ?C¨®mo te est¨¢ tratando el entrenamiento?¡±. "?Entrenamiento?. Oh no. No trabajo aqu¨ª. Vine anoche para mantenerme uhm... a salvo ", Tokken explic¨®, cogiendo al toro por sorpresa. ¡°?Eh? ?C¨®mo llegaste a un lugar como este? "?Oh! Ehm ... dos soldados nos trajeron a mi amiga y a m¨ª despu¨¦s de salvarnos. Creo que sus nombres eran ... Cyrus y Emris ". Al escuchar esto, el Minotauro casi escupi¨® su comida por la sorpresa. Actuando como un ni?o asombrado, procedi¨® a preguntar con una voz alterada. ?Te refieres a Corvus y Emris? ?Joder, chico! ?Eso es una pasada! " "?Qu¨¦ quieres decir?" pregunt¨® Tokken, desconcertado y algo movido por la expresi¨®n infantil del Minotauro. ¡°?Qu¨¦ quiero decir ? ?Esos dos son realmente fuertes! ?Les has visto pelear?¡±. "Ahora que lo mencionas ..." respondi¨® el joven, pensando en lo r¨¢pido que acabaron con las amenazas que parec¨ªan ineludibles momentos antes de su llegada. De hecho, hab¨ªa sido impresionante, pero estaba demasiado atrapado en pensamientos vengativos como para darse cuenta. Deb¨ªa haber sido un minuto o menos, y la pelea a pu?etazos podr¨ªa haberse acortado y ser sustancialmente innecesaria si Emris no hubiera descartado su propia arma. ¡°El general de brigada Emris es un gran tipo. Golpea bien fuerte, el hombre.¡±¡ªla bestia se ri¨® entre dientes, casi chismorreando¡ª¡°?Pero ese tipo, Corvus? Chaval, nunca pelees a espada con ¨¦l. Te cortar¨¢ como mantequilla¡±, resopl¨® al pensarlo, recordando cu¨¢ntas veces hab¨ªa sido derrotado por su superior durante sus entrenamientos. Tokken tambi¨¦n se ri¨® entre dientes, complacido por la insistencia de la bestia. ¡°Mi nombre es Tokken, por cierto. Pens¨¦ que si nos conocemos ahora ... ¡±, introdujo el chico. ¡°Ja, es verdad. Siempre estoy muchos pasos por delante, ?verdad? Me llamo Norman. Orgulloso hombre de familia y cabo del Sindicato ¡±, dijo, su voz llena de convicci¨®n y honor, saboreando su t¨ªtulo y complaciendo al joven. Al darse cuenta de que varias docenas de soldados casi simult¨¢neamente se levantaban para irse, Tokken no pudo evitar preguntarse: "Eh ... ?horario estricto?" ¡°Normalmente, no tanto. Los Carmes¨ªes aparentemente est¨¢n de regreso; nos est¨¢n entrenando a todos como nunca¡±, respondi¨® Norman, su tono un poco m¨¢s severo mientras murmuraba: ¡°Somos duros como piedras. Es una locura que nos hagan trabajar tanto m¨¢s. Realmente nos muestra a qu¨¦ nos enfrentamos, ?eh? " ¡°?Carmes¨ªes? Creo que Emris mencion¨® algo por el estilo ... ?Carmisioneros? ¡°S¨ª, esos son. Aparentemente, mucho m¨¢s peligrosos que los Erizos. Ni siquiera los he visto. Te hace preguntarte qu¨¦ demonios est¨¢n haciendo cuando salen de repente de su escondite, ?no?¡±. Tokken se perdi¨® en sus pensamientos, pregunt¨¢ndose qu¨¦ podr¨ªa haber sucedido para tentar a tal destino. Despu¨¦s de terminar su plato, Norman se puso de pie, necesitaba prestar atenci¨®n a sus deberes diarios. ¡°Est¨¢ bien, chiquillo. Te veremos en la sala de m¨¦dicos, ?eh?¡±, pregunt¨®. Tokken estuvo de acuerdo en silencio mientras ¨¦l tambi¨¦n se pon¨ªa de pie. La pareja camin¨® por los pasillos del enorme edificio, el tama?o de los dos era casi rid¨ªculamente dispar. Tokken sise¨® ante el dolor de su tobillo, cojeando para no empeorar su ya desfavorable situaci¨®n. Se pregunt¨® si Chloe se habr¨ªa despertado, su tez apag¨¢ndose cuando se dio cuenta de lo mal que se sent¨ªa por dejarla sola en esa habitaci¨®n. Una vez que la puerta de la sala m¨¦dica estuvo al alcance de la mano, Norman se volvi¨® para mirar al chico con simpat¨ªa. ¡°Los m¨¦dicos est¨¢n justo detr¨¢s de aqu¨ª. Dudo que est¨¦n demasiado ocupados, as¨ª que no deber¨ªan hacerte esperar. Ser¨¢ mejor que me esfume antes de que se burlen de m¨ª. ?Nos vemos, chaval! " Norman exclam¨®, retir¨¢ndose a sus deberes. Dese¨¢ndole suerte al Minotauro, Tokken se volvi¨® hacia la puerta frente a ¨¦l, ahora solo, una vez m¨¢s. ¡° No s¨¦ qu¨¦ me gusta menos ¡±, reflexion¨®, ¡°los disturbios, o tener que culpar a la gente decente de ellos. " Al abrir la puerta, se encontr¨® en una habitaci¨®n con varias sillas y bancos, un escritorio con un recepcionista que roncaba y varios juegos de puertas que conduc¨ªan a diferentes habitaciones. La sala de espera parec¨ªa completamente desprovista de vida cuando se acerc¨® al trabajador dormido. Antes de que pudiera llegar al mostrador, una puerta se abri¨® y un rostro amable se dej¨® ver. Otro trabajador de la sala vest¨ªa largo y liso cabello plateado enmarcando una tez radiante y brillante. Todo, desde su piel hasta la bata larga que vest¨ªa eran pulcramente blancos, excepto sus botas grises. "?Un paciente? ?Necesitas ayuda, joven?¡±, habl¨® una voz suave. A pesar de ser un hombre, el adolescente se derriti¨® al o¨ªrle. Quienquiera que acababa de hablar era irremediablemente un verdadero ¨¢ngel. Volvi¨¦ndose hacia el emisor, Tokken trat¨® de pronunciar las palabras necesarias para explicar su condici¨®n, pero el m¨¦dico de mirada aguda se fij¨® casi de inmediato la postura inc¨®moda de sus pies; una haza?a incre¨ªble considerando lo vago que parec¨ªa desde varios metros de distancia. ¡°Oh, diablos. ?Una lesi¨®n en la pierna? Por favor, perm¨ªtame ayudarlo. Adem¨¢s ¡±, se?al¨® al recepcionista, ¡°No creo que despertarlo sea absolutamente necesario, ?verdad? En verdad no es de mucha ayuda, ya ves ... ?Ven, ven! " El m¨¦dico se retir¨® a la habitaci¨®n, su voz ¨¢vida y dulcemente tentadora. Con un inc¨®modo graznido, el adolescente sigui¨® al m¨¦dico al interior. La habitaci¨®n ten¨ªa el mismo aspecto que cualquier enfermer¨ªa, pero meticulosamente limpia y organizada. Las paredes blancas, el suelo y las superficies de la habitaci¨®n estaban deslumbrantemente limpias. Estaba claro que este m¨¦dico era un perfeccionista, y su sonrisa dulce pero orgullosa demostr¨® que esto era una pr¨¢ctica com¨²n. Ofreciendo a Tokken un asiento para la inspecci¨®n, el m¨¦dico actu¨® con rapidez pero delicadeza, examinando la lesi¨®n con pericia y cuidado. "Oh, vaya, un peque?o esguince tienes aqu¨ª", coment¨® el m¨¦dico, mirando al adolescente mientras trabajaba. "No podr¨ªas decirme c¨®mo sucedi¨® esto, ?verdad?¡±, pregunt¨®, sus ojos azules cristalinos llenos de curiosidad y preocupaci¨®n fraternal. "Es que ... tropec¨¦, para ser honesto", admiti¨®, ri¨¦ndose un poco de lo rid¨ªcula que era la lesi¨®n. "Se curar¨¢, ?verdad?" pregunt¨® el ni?o, al tiempo que el m¨¦dico se levantaba para mirarlo a los ojos. Con un suspiro, resumi¨® el an¨¢lisis: "Me temo que no. Tu pie ha estado demasiado sobrecargado y se ha dislocado irreparablemente de sus articulaciones ... ?Cu¨¢ndo te gustar¨ªa programar su amputaci¨®n? " "Un ... Ampu ... ??QU¨¦ !?" grit¨® el chico, gan¨¢ndose una risita del doctor en tono m¨¢s alto. ¡°Bromeo, perd¨®name. Estar¨¢s bien, pero dale un poco de descanso, ?vale? Te pondr¨¦ una f¨¦rula y usar¨¢s un par de muletas por ahora¡± ¡ªofreci¨®, d¨¢ndose la vuelta para llenar algunos documentos sin tener en cuenta el estado de shock del ni?o. No pudo evitar sonre¨ªr ante la mand¨ªbula ca¨ªda del adolescente. Girando sobre s¨ª mismo, el m¨¦dico sonri¨® con una sonrisa agradable y arrebatadora antes de hablar. ¡°?Podr¨ªas hacerme un sabor? Lo siento, favor. He estado tan consumido por el trabajo estos d¨ªas que no he tenido la oportunidad de recoger mis cestas de magdalenas en semanas ... " ¡°... No recuerdo que los ataques card¨ªacos sean moneda de cambio para comprar servicios. Y no parec¨ªas tan ocupado cuando vine aqu¨ª ¡±, desafi¨® el ni?o, cruzando los brazos hacia el m¨¦dico. En respuesta, el hombre de la t¨²nica abri¨® un armario pesado antes de sacar algunos libros de papeles, todo mientras mostraba una sonrisa astuta pero gentil. ¡°No soy un m¨¦dico com¨²n, buen hombre. ?Soy el Jefe de Medicina de este establecimiento! Fely, el mismo¡±, introdujo, riendo suavemente de su propia infantilidad. ¡°?Y un buen m¨¦dico necesita su combustible! Por favor, prometo que no me meter¨¦ contigo con demasiada frecuencia. Incluso te puedo ofrecer algunos consejos con respecto a esa cosa curiosa de tu cintur¨®n¡±, ofreci¨® persuasivamente, se?alando la navaja envainada que ten¨ªa pegada al cuerpo. El acto tom¨® al adolescente con la guardia baja una vez m¨¢s, y emiti¨® un gru?ido confuso y frustrado. "?C¨®mo sabes¡ª¡ª?" ¡°¡­ ?Que no es una herramienta com¨²n? Bueno, produce una sensaci¨®n bastante desagradable, ?no crees?¡±, Fely lo interrumpi¨®, llev¨¢ndose unos dedos a la barbilla. "?Seguro? No siento nada ¡±, murmur¨® Tokken. ¡°Los novatos en el mundo de los hechizos y encantamientos dir¨ªan que s¨ª. Estoy seguro de que el Jefe de Armas estar¨ªa m¨¢s que feliz de estudiar tal artilugio ~¡± Cuando el m¨¦dico termin¨® de aplicar las medidas necesarias para asegurar que la herida se curara de manera r¨¢pida y efectiva, se puso de pie por ¨²ltima vez para enfrentar al ni?o. Pensando en c¨®mo esto podr¨ªa resultar un desaf¨ªo considerando las propiedades de la hoja, Tokken trat¨® de explicar. "No creo que puedan estudiar ..." ¡°Lamento decirlo, chico, pero estoy terriblemente ocupado, incluso mientras hablamos. ?Oh querida Victus, pr¨¢cticamente puedo sentir las manecillas del reloj empujarme! Por favor, considera mi tarea, ?hm ~? ?Salud!" Fely lo interrumpi¨®, ayudando suavemente a Tokken a ponerse de pie y colocando las muletas en sus manos. Despu¨¦s de ser echado un poco abruptamente de la habitaci¨®n, Tokken se encontr¨® confundido en la silenciosa sala de espera una vez m¨¢s, el recepcionista todav¨ªa roncando descuidadamente hasta saciarse. ? ? ? ? Una masa de soldados que difer¨ªan en proporciones estaban uno al lado del otro en una habitaci¨®n considerablemente grande, con la cara irreconocible a trav¨¦s de los yelmos futuristas y las m¨¢scaras que usaban, como sus instructores; sus superiores m¨¢s altos hablaban en lo alto de un podio. Los veteranos instruidos para formar a los otros miembros del ej¨¦rcito parec¨ªan expertos en la batalla, sus rostros severos, con resoluci¨®n y determinaci¨®n; el miedo a la muerte que podr¨ªa haber enturbiado sus miradas hab¨ªa desaparecido hac¨ªa mucho mientras su valor permanec¨ªa ferozmente en su lugar. Dando un paso adelante, un brigadier de edalta ad, con cabello canoso anunci¨® bruscamente: ¡°Camaradas, vosotros, que sois la fuerza impulsora de los lubricados ??engranajes del Sindicato. Vosotros, que sois los m¨¢s feroces luchadores y que ofrec¨¦is el m¨¢s humilde servicio a la causa. Sab¨¦is que es un d¨ªa repetido muchas veces a lo largo de la historia, estoy seguro¡±, dijo el anciano, su voz se oscureci¨® ante la dureza de la realidad. ¡°Como muchos de vosotros ya sabr¨¦is, el azote de la infanter¨ªa infernal del Dios Envidioso ha sido lanzado sobre nosotros una vez m¨¢s. Ha pasado casi una d¨¦cada desde la ¨²ltima vez que fueron expulsados, y estoy seguro de que muchos de vosotros no conoc¨¦is la gravedad de nuestra amenaza. Ellos se retiran a la oscuridad tanto en la vida como en la historia, pero las marcas que dejan duelen eternamente. Debemos afrontar el futuro con un valor no imprudente. Victus no lo quiera, la derrota seguramente conducir¨ªa a un final amargo y verdaderamente aterrador ". Otro brigadier, Emris, asinti¨® y dio un paso adelante para enfrentarse al oc¨¦ano de soldados. "Dicho. El fracaso no es una opci¨®n a considerar. Vienen m¨¢s r¨¢pido de lo que podemos controlar, y para cuando lleguen a nuestra puerta, ser¨¢ mejor que estemos absolutamente seguros de que sus demonios ser¨¢n abundantes en fuerza y ??n¨²mero. Han tenido tiempo de fortalecerse, y no tengo ninguna duda de que llegar¨¢n tan temibles como suelen¡±, dijo, aclar¨¢ndose la garganta mientras elevaba la cabeza a lo alto. "Escuchad bien. Estos bastardos son robustos y violentos sin comparaci¨®n. Considera a cada uno como tu peor enemigo y enfr¨¦ntate a ellos con destreza t¨¢ctica y furia. No subestimes absolutamente a ninguno. Enfr¨¦ntate a cada uno con toda la precauci¨®n que puedas ¡±, concluy¨®, y otro hombre sali¨® para hablar. El general de todo el ej¨¦rcito se mantuvo firme, el silencio absoluto llen¨® la habitaci¨®n cuando apareci¨® ante ellos la figura de mayor poder dentro del ej¨¦rcito, y seguramente el individuo m¨¢s respetado entre sus innumerables aliados. ¡°No tengo derecho a despreciar a ninguno de vosotros. Estoy orgulloso de permanecer junto a vosotros en el fragor de la batalla. Cuando por fin nos enfrentemos al horizonte del rencor que se acerca, me gustar¨ªa que todos pens¨¦is por qui¨¦n luch¨¢is. Ya sea por vuestra propia vida, la de vuestros hijos e hijas, por vuestro pa¨ªs ... No tengo ninguna duda en mi mente de que todos vosotros me har¨¦is sentir orgulloso, tal como lo hab¨¦is hecho durante todos estos largos a?os. Dicho esto, no podemos permitir que nuestra arrogancia nos derribe. A partir de este d¨ªa, se le asignar¨¢ a un regimiento de entrenamiento intenso para fortalecer su cuerpo, acelerar sus pasos y perfeccionar sus habilidades ". Levantando una espada a los cielos, proclam¨® Kev: ¡°?Debemos abatirlos con nuestra velocidad, paralizarlos con nuestra determinaci¨®n y ??derrotarlos con nuestra fuerza! ?Levantad brazos! " Kev exclam¨®, el campo de tropas levantando sus armas en alto mientras sus gritos resonaban en la habitaci¨®n. El ej¨¦rcito se disolvi¨® en un grupo un tanto animado, con algunos grupos m¨¢s entusiastas bromeando entre ellos sobre frases como ''estirar las piernas por una vez'' y ''encontrar una pelea por la que valga la pena luchar''. Mientras la multitud marchaba hacia sus estaciones de entrenamiento, Emris no pudo evitar suspirar para s¨ª mismo, mirando una hoja de planos junto a los otros veteranos. "Seguro que tienen esp¨ªritu, al menos", brome¨® Emris. El mayor de los brigadistas lo mir¨® con una ceja arqueada. Tomando un trago de agua para hidratar su garganta seca, el anciano respondi¨®: ¡°S¨ª, lo tienen. El esp¨ªritu solo no les har¨¢ ning¨²n favor, f¨ªjate. En todo caso, los har¨¢ demasiado arrogantes y orgullosos. Necesitan un maldito instructor. Los veo consumirse tratando de ser r¨¢pidos y duros, olvidando la importancia de la mente. Ens¨¦?eles a bailar a esas fieras, y tal vez conseguiremos sobrevivir¡±, afirm¨® el brigadier mayor con severidad, rompiendo en un ataque de tos. Kev asinti¨®, enderez¨® la espalda y mir¨® hacia arriba con esperanza. "Mantened la cabeza en alto. Veremos qu¨¦ pasa". "Jeje, mant¨¦ngase optimista, jefe", se ri¨® Emris, d¨¢ndole al general una palmada en la espalda. ? ? ? ? Un Cr¨ªptido agitado caminaba haciendo eses a trav¨¦s de la oscuridad de un callej¨®n, agarr¨¢ndose la cabeza por el dolor, mientras chocaba con las paredes para descansar durante cortos momentos. Nunca hab¨ªa corrido tan lejos y tan r¨¢pido, y sent¨ªa que su cuerpo desnutrido e incapacitado lo castigaba por ello. Sus pulmones estaban en llamas, sus piernas se sent¨ªan como si estuvieran a punto de romperse bajo su peso, y su coraz¨®n lat¨ªa tan r¨¢pido que habr¨ªa jurado que le iba a dar un ataque al coraz¨®n. La herida sangrante en su cabeza palpitaba, lo que le oblig¨® a apretar los dientes de dolor mientras sent¨ªa que le dol¨ªa el mismo cerebro por la pura fuerza del impacto anterior. Todo hab¨ªa ido bien estas ¨²ltimas semanas; nadie de su grupo hab¨ªa resultado herido gracias a ¨¦l. Se supon¨ªa que ese d¨ªa ser¨ªa como cualquier otro, y tan exitoso como los dem¨¢s. Pero en cambio, hab¨ªa perdido a todos, y sent¨ªa que su vida pronto estar¨ªa en manos de otro enemigo si no se apresuraba a ponerse a salvo. Al ver la puerta que separaba el mundo en el que viv¨ªa de la guarida en la que se sent¨ªa seguro, pod¨ªa sentir que se le llenaban los ojos de l¨¢grimas cuando golpeaba la puerta en una mezcla de miedo y agon¨ªa. La muerte es aterradora para cualquier ser con un alma que no estuviera da?ada o marchitada. La sola idea de encontrarse con el extremo de una espada o convertirse en el destino atronador de una bala era completamente paralizante para el felino, su cuerpo cayendo al pie de la puerta que golpeaba. Cuando el metal finalmente se separ¨® para revelar un interior l¨²gubre y empa?ado por el humo, el mat¨®n se arrastr¨® adentro con una prisa enloquecida, gritando que se cerrara la puerta. ¡°?Tranquilo, tarado! ?Qu¨¦ mierda pas¨® ah¨ª fuera? pregunt¨® uno de los habitantes, de aspecto tan poco fiable y asqueroso como el suyo. ¡°Los malditos Sindis se los cargaron, t¨ªo. Victus mierda, yo ... yo casi ¡­¡± trat¨® de hablar, sinti¨¦ndose mareado. ¡°Mataron a Ully y a los chicos. ?Le volaron la maldita cabeza a Jackson!¡± "?Mierda! ?Ustedes, idiotas, deber¨ªan haber revisado el lugar, hombre! " uno de ellos grit¨®, desesperado. "Novatos ..." murmur¨® otro, sinti¨¦ndose triste por la p¨¦rdida mientras se masajeaba el puente de la nariz. Se escuch¨® una breve risa cuando otra figura se hizo visible desde la oscuridad de la habitaci¨®n carente de luz, con una lata de cerveza en la mano a pesar de ser notablemente menor de edad. El ni?o era algo bajo, una cabeza menor que el hombre promedio. A pesar de esto, su gran sonrisa de dientes de tibur¨®n provoc¨® escalofr¨ªos por la columna vertebral de la pandilla mientras guardaban silencio. El chico ech¨® hacia un lado su cabello extremadamente largo y desarreglado mientras se acercaba al gamberro ca¨ªdo y mortalmente p¨¢lido. ¡°Mumble¡­¡± el temible mat¨®n murmur¨® en una s¨²plica. En el mismo instante en que habl¨®, el ni?o corri¨® hacia ¨¦l ruidosamente, como una bala a una velocidad imposible, un alambre r¨ªgido siendo colocado contra la garganta del felino y envuelto detr¨¢s de su nuca, asfixiando a la bestia mientras el metal atravesaba su pelaje y cortaba la piel de su cuello. Con un pie en la espalda, el chico mostr¨® una sonrisa misteriosa mientras respond¨ªa. "Eso es Orgullo para ti, bu-bub", dijo su voz joven y chispeante, llena de picard¨ªa. "?D¨®nde pas¨®?" "El parque ..." el felino apret¨®, sus ojos enrojecieron mientras trataba de agarrar el alambre en vano. "?Algo m¨¢s?" Pregunt¨® Mumble, sus dientes junto a la oreja del Cr¨ªptido. "Hagh ... son ... urgh ...!", trat¨® de hablar, incapaz de terminar su frase mientras sent¨ªa la sangre correr por su pescuezo. Uno de los matones de la habitaci¨®n dio un paso adelante con torpeza. ¡°Oye, Orgullo. Dale un respiro al hombre, ?de acuerdo ...?¡±, suplic¨®, y en su tono se notaba una gran cobard¨ªa inusual en ¨¦l. Ri¨¦ndose de su s¨²plica, Mumble se encogi¨® de hombros antes de desenrollar el cable y quitarlo de su piel cortada, dejando que el felino respirase entre mordazas. "Hombres adultos ... Chaqueta de cuero ... Alas ...", murmur¨® el gamberro que peleaba por mantenerse consciente, y finalmente su cabeza colaps¨® por la debilidad. Carcajeando, el ni?o se dirigi¨® hacia la puerta, despidi¨¦ndose de sus camaradas silenciados con una mano enguantada de cuero antes de salir afuera, silbando caprichosamente. Capítulo 4: Ojo de Hefesto Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 4 Ojo de Hefesto Con pasos pesados, Tokken se arrastr¨® a su habitaci¨®n. Prefer¨ªa no dejar a Chloe sola de nuevo para seguir las payasadas sin sentido de cualquier lun¨¢tico. Lun¨¢tico era un t¨¦rmino adecuado para describir a ese m¨¦dico, por muy humilde o angelical que pudiese parecer. ?Enviar a un ni?o lisiado a hacer sus recados? ?Qu¨¦ clase de loco har¨ªa tal cosa? Tard¨® tres veces m¨¢s de lo que normalmente habr¨ªa tardado en llegar, su pierna inmovilizada se sent¨ªa m¨¢s como un ladrillo arrastrado que como una extremidad ¨²til. El camino de regreso era bastante obvio para ¨¦l ahora que su dolor y sus pensamientos no entorpec¨ªan su orientaci¨®n, por lo que el camino hasta all¨ª no fue un problema; en verdad, el trayecto al enorme edificio estaba lo suficientemente se?alado: indicaciones sobre ad¨®nde ir, distancia y tiempo aproximado de llegada, ¡­¡­. ¡®baja por este pasillo¡¯, ¡®sube ese tramo de escaleras¡¯ ¡­ Casi se podr¨ªa comparar con un aeropuerto. No era que el chico hubiese tenido la oportunidad en su vida de encontrar semejante parecido. Despu¨¦s de unos buenos minutos de cojear inc¨®modo y un leve ataque de p¨¢nico cuando casi entraba en el dormitorio equivocado, Tokken se encontr¨® una vez m¨¢s en su peque?o hogar preasignado. No era tanto por el tama?o, pero ten¨ªa las comodidades b¨¢sicas que un trabajador necesitar¨ªa durante su estad¨ªa. Chloe ¡ªque estaba malhumorada y asustada, tras despertarse en alg¨²n momento del d¨ªa¡ª levant¨® la cabeza al o¨ªr el sonido de la puerta abrirse. Cuando vi¨® al chico, no pudo evitar suspirar de alivio, mientras su cola se balanceaba involuntariamente. "?Tokken?" pregunt¨® ella, mir¨¢ndolo con una mezcla de confusi¨®n y frustraci¨®n. El adolescente le mir¨® con una sonrisa suplicante, levantando las palmas de las manos en un gesto inocente. ¡°S¨ª, lo siento. Me retras¨¦ un poco, ?eh ...?¡± se ri¨® entre dientes, aclar¨¢ndose la garganta ante su extra?a exhibici¨®n. ¡°Solo fui a que me arreglaran el tobillo. Tambi¨¦n pill¨¦ algo de comida, ?debes tener hambre! " Cuando ella se puso de pie para estirar las patas, Tokken not¨® que probablemente hab¨ªa estado acostada en el mismo lugar durante la totalidad de su ausencia. Inclinando la cabeza con gesto de confusi¨®n, murmur¨®. "?Has estado ah¨ª todo este tiempo ...?" "S¨ª", confirm¨®, sin rodeos. "?Y por qu¨¦?" pregunt¨® mientras Chloe saltaba de la cama y trotaba hacia ¨¦l. Ella parec¨ªa encogerse mientras hablaba. "Ah, bueno ... me iba a levantar, pero luego vino una gran tormenta, as¨ª que me qued¨¦ aqu¨ª dentro ..." "?Tormenta?" pregunt¨®, confundido por c¨®mo pod¨ªa haber sucedido eso sin su conocimiento. Al darse cuenta de la masa de seres potencialmente culpables de la ¡®tormenta¡¯, se ri¨® entre dientes mientras acariciaba su pelaje con cuidado. ¡°Creo que te refieres a los soldados. Vamos a comer, ?vale?. Yo tambi¨¦n tengo que recoger algo". Frotando su rostro contra la palma de su mano, el canino asinti¨®. Al salir del dormitorio, Chloe mir¨® a Tokken con curiosidad. "?La gente es agradable ...?" "Creo que s¨ª. A¨²n no he conocido a nadie intr¨ªnsecamente malo ¡±, respondi¨® el ni?o. "?Los soldados son malos?" ella lo mir¨®, para su diversi¨®n. ¡°No, no que yo haya visto. Parecen bastante animados, y no son del tipo malo¡±, explic¨®, d¨¢ndole una sonrisa reconfortante. No pudo evitar sentir alegr¨ªa, sobre todo por el canino. Alguien a quien acudir cuando est¨¦ estresado. ?Una figura paterna? ?Un hermano, tal vez?. "?Es ... est¨¢ buena la comida?" Pregunt¨® Chloe, su tez se puso r¨ªgida, como si el tema realmente le preocupara. Tokken no pudo evitar estallar en un ataque de risa ante su preocupaci¨®n por un tema tan mundano. ¡°?Ja! S¨ª, s¨ª. No miento, es mejor de a la que estoy acostumbrado, as¨ª que estoy seguro de que te gustar¨¢ ¡±, respondi¨®, apaciguando al cachorro. Sus mejillas enrojecieron despu¨¦s de unos momentos, cuando se dio cuenta. ¡°?Eh¡ªOye! ?Tenemos buena comida, ?sabes? " Alzando una ceja, Tokken respondi¨® con una broma. "?Est¨¢s insinuando que nuestra comida era mala?" "??Qu¨¦?! N ¡ª No, pero¡ª¡ª " "?Buenos d¨ªas, jovenzuelos!" una voz noble habl¨®, interrumpiendo su broma juguetona. La pareja se puso r¨ªgida ante la voz imponente, mirando su origen intimidante. El cuerpo grande y descomunal pertenec¨ªa al famoso Jefe de Hombres. Alpha, el coordinador supremo y l¨ªder del vasto monopolio del reino del Sindicato, se present¨® ante los dos. Su ingenio, fuerza y ??capacidad de liderazgo deb¨ªan ser rotundamente impresionantes para colocarlo en tal posici¨®n, dominando a innumerables veteranos de guerra, gan¨¢ndose el respeto y el miedo de quienes lo rodeaban y est¨¢n debajo de ¨¦l, manteniendo el control y el orden en una vasta metr¨®polis en expansi¨®n, al mismo tiempo que participando en batallas y guerras sangrientas para permanecer en la cima del trono. Llamarlo dictador o l¨ªder noble depend¨ªa enteramente de la perspectiva. Por otro lado, la sonrisa paternal y los ojos azul marino profundos que pose¨ªa les llegaron dentro con cierta facilidad, pues su presencia ya era bastante desafiante para pretender enfrentarle. Tartamudeando entre dientes, Tokken ni siquiera respondi¨®, para humor del gran hombre. Al ver al canino encogerse de miedo detr¨¢s de las piernas del chico, Alpha se ri¨® abiertamente, sus voluminosos pu?os descansando a los costados mientras hablaba. ¡°?Reclutas, llegan tarde al entrenamiento! Quiero pensar que no quer¨¦is perjudicar la causa". "B¡ªBueno, en realidad no somos ... reclutas", murmur¨® Tokken, casi inaudible. "?Hm? No solemos traer turistas", reflexion¨® Alpha, su voz se apag¨® mientras sus ojos se estrechaban, regal¨¢ndole al chico una mirada cuidadosa. De repente, se dio cuenta. "Ah, ?debes ser el hijo de los sastres!" supuso, rasc¨¢ndose pensativo la barbilla ¨¢spera. La falta de respuesta del chico result¨® ser una confirmaci¨®n disgustada. "Ah, deber¨ªa haberlo imaginado. Por la Diosa, pens¨¦ que era imposible. Realmente eres el hijo de tu madre", Alpha titube¨®, impresionado por el rostro intacto del chico. "Sabes, es f¨¢cil poner nervioso a alguien cuando descubre que todo el mundo lo conoce por alguna raz¨®n". "Hijo m¨ªo, no hay un hombre, mujer o bestia con la mitad de su cerebro intacto que no sepa de los Tsukis. Eran ricos, poderosos¡­.. Astutos en muchos aspectos, tambi¨¦n. Lamentablemente, todav¨ªa, lo que realmente hizo a esos muchachos y muchachas tan populares fue la butal ... ?Ca¨ªda! ?Ca¨ªda de la compa?¨ªa!¡± ¡ªse corrigi¨® el noble con brusquedad, y el estruendo de su voz hizo que los dos se estremecieran. "Pero no te preocupes por eso. Nos enorgullecemos de proteger, especialmente a nuestra juventud. ?Estar¨¢s m¨¢s seguro que en la cena de un halc¨®n hambriento!", se ri¨® a carcajadas, muy a su manera al darse cuenta de la preocupaci¨®n de la pareja. "Hay algo desconcertante en que te llamen comida ..." murmur¨® Tokken, a¨²n sin poder mirar al hombre directamente. "?Y qu¨¦ es eso? ?Te falta el esp¨ªritu caracter¨ªstico de tu familia! ?De d¨®nde diablos sales? ?Levanta la barbilla y defiende el honor de tu nombre, maldita sea!. ?C¨®mo sobreviviste ah¨ª afuera en tu soledad, me pregunto?" a?adi¨®, enderezando la espalda y levantando la cabeza tal como le indic¨®. Inm¨®vil, Tokken intent¨® responder. "Oh, yo ¡ª yo en realidad¡ª¡ª" "?Diablos! No puedo ser tan despistado. Sesenta perdones, muchacho", se disculp¨® abruptamente, dejando a los dos con una gracia casi arrogante. Sinti¨¦ndose un poco molesto pero algo imperturbable ahora por la naturaleza constantemente inusual de esta instalaci¨®n tan ocupada, Tokken se dirigi¨® sin dilaci¨®n al comedor con su silenciosa compa?era, d¨¢ndole una peque?a charla ocasionalmente para ayudar a calmar sus nervios sobre la espaciosa nueva ¨¢rea. Al llegar al comedor, el ni?o llev¨® al canino por un mostrador, de pie, en una peque?a fila detr¨¢s de un hombre gigante. El ¨¢rea parec¨ªa mucho m¨¢s tranquila ahora que los soldados estaban ocupados, lo que permiti¨® a los trabajadores menos b¨¢rbaros tener su ma?ana en paz. "?Qu¨¦ tipo de comida comes, por cierto?", Tokken pregunt¨®, sintiendo la necesidad de decir una palabra o dos para sofocar tambi¨¦n su curiosidad con respecto a la criatura no humana, pero plenamente inteligente. "?O¡ªOh! Sobre todo carnes. A veces verdes como medicina cuando enfermo". "?Eso significa que puedes comer verduras o ...?" "Eso creo. Por lo general, com¨ªamos frutas cuando la comida era escasa durante las temporadas de descanso". "?Temporadas de descanso?" "S¨ª. ?No las conoces? Es cuando hace mucho fr¨ªo y las cosas se congelan. Es la forma de la Reina Vida de darle un descanso a la tierra". Alzando una ceja, el ni?o dio un paso adelante mientras la cola avanzaba. "?Te refieres al invierno?" "?Invierno?", pregunt¨®, inclinando la cabeza en confusi¨®n. Antes de que el chico pudiera preguntar m¨¢s, el hombre corpulento que estaba frente a ellos se gir¨® levemente, su mirada era severa y aparentaba considerablemente mayor, con el cabello gris y escaso. Su voz hac¨ªa juego con su cuerpo; era ¨¢spera y profunda pero no brutal o en¨¦rgica como la de los Minotauros. Si bien su cuerpo ten¨ªa forma humanoide, el gran volumen de sus rasgos era demasiado tosco para considerarse humano. "Ella viene de Las Afueras, me imagino. Tienen una cultura diferente, enano", intervino el gigante. "C¡ªCierto, s¨ª ..." el chico trag¨® saliva, el cuadr¨²pedo casi grit¨® por la abrupta intrusi¨®n del intimidante y extra?o gigante. Despu¨¦s de una mirada algo larga e inc¨®moda, el gigante se volvi¨® hacia la despensa y tom¨® un plato de comida de tama?o decente para ¨¦l. "Eres un Tsuki, ?no es as¨ª?", pregunt¨® el gigante, sin mirar al chico; sus palabras se percib¨ªan m¨¢s como una declaraci¨®n que como una pregunta. Con un inc¨®modo asentimiento, Tokken se arrodill¨® ante su compa?era, ayud¨¢ndola a subir a la despensa para permitirle elegir. Mientras trataba de mantener un ojo atento a la llamada cesta de magdalenas, solt¨® un peque?o bufido antes de hablar. "S¨ª. ?En serio son tan importantes? ?Es esto una cuesti¨®n racial o ...?" "?Tienes la reliquia familiar?" pregunt¨® el hombre colosal, ignorando por completo las inquietudes del joven. "?Qui¨¦n pregunta?" Tokken respondi¨®, regal¨¢ndole una mirada algo molesta. Mirando hacia atr¨¢s al chico, el gigante busc¨® los ojos del joven con ce?o severo, fr¨ªo como una piedra y amenazante, provocando al adolescente un sudor fr¨ªo mientras evidentemente luchaba por mantener la compostura. Despu¨¦s de una mirada fugaz que le pareci¨® eterna al muchacho, el hombre -monta?a solt¨® un entretenido suspiro, riendo para s¨ª mismo. Sus gestos amenazantes disminuyeron un poco, el gigante le ofreci¨® al ni?o una palma de mano capaz de aplastar cocos. "Me llamo Hefesto". "?Por qu¨¦ te interesa?". "Victus, enano. Ni siquiera un intercambio de nombres, ?eh?", se ri¨® entre dientes una vez m¨¢s, bajando la mano despu¨¦s de ser rechazado. No era propio de Tokken ser grosero, pero la actitud de este ser hacia ¨¦l le parec¨ªa humillante, y no iba a tolerar eso. No ten¨ªa absolutamente nada que ver con la fuerza que probablemente desprend¨ªan esas palmas. Absolutamente nada. "Es sospechoso, eso es todo", admiti¨® Tokken, aflojando su postura. "Justamente. ?Qu¨¦ te trae por estas partes?" pregunt¨® el gigante. "Emris y Corvus. Dos soldados; ?es posible que hayas o¨ªdo hablar de ellos?", respondi¨® el chico con sarcasmo. "?Qui¨¦n diablos no ha o¨ªdo hablar de ese bebedor rudo y su patriota espadach¨ªn? Ser¨ªa lo correcto que le dieran las gracias al responsable de sus malditas armas por el mantenimiento; los putos bribones", murmur¨® el gigante enojado. "?Te refieres a ti mismo?" "S¨ª. Soy el jefe de I + D en lo que se refiere a uh ... ''Fabricaci¨®n de armas''. Solo soy un herrero con algo de formaci¨®n". "?Eso te hace ...?" "?Jefe de Armas?", termin¨® el gigante, de manera concluyente. De repente, confirmando sus sospechas, Tokken casi estall¨® en una risa man¨ªaca. ?C¨®mo era esto posible? ?Se encontraba casualmente con algunos de los m¨¢s altos mandos en una sola ma?ana? ?Qu¨¦ tipo de conspiraci¨®n ...? "Ustedes se degradan si son tan f¨¢ciles de alcanzar ..." murmur¨® Tokken. "?Qu¨¦ dijiste?" desafi¨®, rechinando sus grandes y suaves dientes en un ce?o fruncido. "?Ni una palabra! ?Encontraste un plato, Chloe?" pregunt¨® Tokken, volvi¨¦ndose hacia su compa?era, que estaba tratando desesperadamente de sostener un plato en su boca con evidente fracaso. El ni?o tuvo que esforzarse en mantenerse f¨ªsicamente firme, para no perder la compostura parti¨¦ndose de risa al ver esto, y llev¨® el plato con sus manos, m¨¢s capaces. Mirando hacia atr¨¢s al gigante, habl¨® con cierta calma. "Fely sugiri¨® que hablara contigo al respecto. No s¨¦ si conf¨ªo en ese tipo, pero no tengo mucho que perder. Dudo que incluso t¨² puedas quitarme esta cosa de encima". "Ser¨ªa m¨¢s que feliz de intentarlo, enano. Fely, ?eh? Supongo que te envi¨® a una b¨²squeda in¨²til." "S¨ª. Cesto de magdalenas..." admiti¨® el chico, encorvado de cansancio. El gigante se ri¨® entre dientes. "Victus ... el hombre es demasiado joven para perder la cabeza", ofreci¨®, llegando a un ¨¢rea menos visible de la despensa para encontrar la canasta de los peque?os pasteles que se ve¨ªa cuidadosamente empaquetada, tal como se hab¨ªa solicitado. "A los gerentes no les gusta que acapare todas las magdalenas, as¨ª que las mantienen fuera de su alcance". La misma Chloe no pudo evitar re¨ªrse ante la ridiculez de estos seres tan poderosos, lo que provoc¨® a Tokken una sonrisa aliviada. ? ? ? ? Con una r¨¢pida serie de enfrentamientos con espada y hacha, demasiado r¨¢pida como para que ni un espadach¨ªn curtido ni un ''juggernaut'' relajado pudieran seguirle, un b¨ªpedo parecido a un lobo cay¨® de espaldas con un fuerte golpe, tras deslizarse sus piernas debajo de ¨¦l con un h¨¢bil barrido de pie. Antes de que el soldado ca¨ªdo pudiera siquiera abrir los ojos, la punta de una espada de pr¨¢cticas hab¨ªa sido colocada amenazadoramente cerca, apenas por debajo de su rostro. "El arma que eliges es demasiado pesada", inform¨® Corvus, de pie sobre la bestia, golpeando el borde del acero desafilado contra el hacha del soldado ca¨ªdo. "Ni hacha de batalla ni martillo de guerra le funcionar¨¢n bien. Estamos orgullosos de nuestra agilidad, sargento". Ofreciendo al compa?ero de entrenamiento, algo insatisfecho, una mano para ponerse de pie, Corvus a?adi¨®. "Estoy seguro de que lo ¨²ltimo que necesitas es que tus subordinados te pierdan el respeto. Especialmente en medio de la batalla". "S¨ª, s¨ª. Eres un buen desaf¨ªo, ?lo sab¨ªas?" la bestia ri¨® entre dientes, par¨¢ndose a su lado con dolor de espalda. "Hmhm, guarda esas herramientas para los Minotauros, Wylven. Quiz¨¢s si dominaras un arma m¨¢s razonable en el futuro, conseguir¨ªas que tus habilidades prosperasen sin problemas. ?Quiz¨¢s incluso vencerme a m¨ª en combate!". "Eso deseo, teniente. Eso deseo".This story has been unlawfully obtained without the author''s consent. Report any appearances on Amazon. Despu¨¦s de unas cuantas rondas con numerosos oponentes diferentes pertenecientes a una pl¨¦tora de rangos varios, el ¨¢ngel se arrodill¨® en el suelo arenoso para descansar, para diversi¨®n condescendiente de su compa?ero veterano. "D¨ªa duro, ?no?", dijo Emris, luciendo algo cansado ¨¦l mismo. Claramente hab¨ªa visto una pelea o dos. Su chaqueta hab¨ªa sido puesta a un lado para favorecer sus movimientos. Sus brazos expuestos no eran algo de lo que burlarse, pero hab¨ªan subestimado en gran medida la dureza de sus devastadores golpes. Corvus exhal¨®, mirando a su derecha para ver a los dem¨¢s empacando antes de irse, la mayor¨ªa del ej¨¦rcito una vez presente reducido a una multitud. Secando el sudor de su frente, respondi¨® el ¨¢ngel: "De hecho. Parece que yo mismo necesito algo de entrenamiento." "?Sabes?, como tu superior no puedo dejar que eso se te escape", brome¨®, mostrando con gesto engre¨ªdo sus afilados dientes. "As¨ª es tu estilo, lo s¨¦." Corvus se ri¨® tambi¨¦n. "?Te apetece una buena pelea, s¨®lo t¨² y yo? Elige un arma; no puedo prometerte que te vencer¨¦ con una espada, eso s¨ª", ofreci¨® Emris, crujiendo su cuello como si ya supiera la respuesta de su camarada. "Jeje, est¨¢ bien viejo", brome¨® el hombre alado, irritando a su adversario. "Acabas de cruzar el punto sin retorno, Corvy", brome¨® el veterano, d¨¢ndole al ¨¢ngel cierta distancia. "Veremos a qui¨¦n llamas ¡®Corvy¡¯ una vez que tu cabeza est¨¦ junto a mis botas", escupi¨® Corvus, una sonrisa creciendo en su rostro mientras ¨¦l tambi¨¦n se alejaba un poco, manteniendo una l¨ªnea recta entre los dos. "Pru¨¦bame", desafi¨® Emris, levantando los pu?os en alto con una postura premeditada. Pas¨® un corto tiempo mientras la pareja se miraba el uno al otro, antes de que el ¨¢ngel repentinamente saltase del suelo con una fuerza turbulenta, sus alas lo impulsaron hacia el hombre, con un giro impulsado con gran energ¨ªa. Observando c¨®mo Corvus acortaba la distancia entre ellos con alarmante rapidez, Emris sonri¨® levemente, levantando la palma de la mano para esquivar la patada del ¨¢ngel antes de arrojarlo contra el suelo en un movimiento r¨¢pido, saltando luego para crear distancia de nuevo. "?No desenvainas tu espada?" Pregunt¨® Emris, con su sonrisa llena de dientes, mirando al ¨¢ngel, mientras Corvus se recuperaba r¨¢pidamente, y corr¨ªa hacia ¨¦l para intercambiar golpes. Con una serie de pasos laterales, saltos y giros, Emris logr¨® esquivar la mayor¨ªa de sus r¨¢pidos ataques. Despu¨¦s de algunos golpes fallidos m¨¢s, y de un est¨¦ril intento de enga?ar a su oponente, Corvus se vio impulsado y derribado por los golpes y t¨¦cnicas incre¨ªblemente sofisticadas y desconocidas que el brigadier utilizaba. Tom¨¢ndose un momento para respirar, Corvus sostuvo su brazo derecho, haciendo una mueca de dolor mientras se levantaba para enfrentar a su oponente una vez m¨¢s. La persistencia impulsaba al guerrero, y ten¨ªa un as bajo la manga al que sab¨ªa que Emris no podr¨ªa reaccionar muy bien. "Quiz¨¢s. Mi amigo se siente vengativo hoy." Corvus sonri¨®. "Bien. ?Manos arriba!" Emris grit¨®, apenas d¨¢ndole una advertencia antes de salvar la corta distancia entre ellos. Lanzando un poderoso golpe, el ¨¢ngel instintivamente movi¨® la cabeza hacia un lado para esquivarlo. Teni¨¦ndolo donde lo necesitaba, Emris desapareci¨® de repente, dejando casi de existir si no fuera por un borr¨®n que se desvanec¨ªa, y reapareci¨® ni siquiera una fracci¨®n de segundo despu¨¦s, justo a su lado, y su pu?o se tambale¨® una vez m¨¢s¡­. Por desgracia, Emris no estaba exento de trucos. Su variedad mixta de hechizos era en el mismo sentido una bolsa de ases, y el m¨¢s usado era un golpe certero para contraatacar con seguridad. Una teletransportaci¨®n r¨¢pida, de corta distancia, f¨¢cil de repetir en innumerables ocasiones tanto si se dominaba el hechizo como si se perfeccionaba su conciencia perceptiva. Fue incre¨ªble ver a un solo hombre aparecer como una docena, rodeando a su enemigo en una serie de teletransportaciones ultrarr¨¢pidas. Sin embargo, lo m¨¢s impresionante era comprender verdaderamente la gran cantidad de pensamientos r¨¢pidos que requer¨ªa la estrategia. Con su cuerpo incapaz de repeler, parar o incluso evadir el golpe, Corvus se prepar¨® para el impacto. Cuando el golpe le alcanz¨®, el ¨¢ngel se sorprendi¨® un poco al no sentir ning¨²n dolor. Abriendo los ojos, todo lo que pod¨ªa ver era una sonrisa ir¨®nica en el rostro de Emris, su cuerpo arqueado para mantener los ojos al nivel del ¨¢ngel agachado. "Gan¨¦," anunci¨® Emris burlonamente, dando una colleja a Corvus en la frente. Con un gru?ido callado, el espadach¨ªn finalmente desenvain¨® su as, la misma herramienta a la que hab¨ªa dedicado su vida, su espada de punta afilada. Antes de que Emris pudiera evitar cualquier tipo de escape, el ¨¢ngel arroj¨® la espada hacia el techo y su cuerpo apareci¨® repentinamente junto a la misma. Con sus alas evitando que cayera, Corvus arranc¨® la espada del techo, antes de dirigirla hacia su enemigo terrestre. "No te apresures, Em." El ¨¢ngel sonri¨®, decidido a hacer alarde de su autoridad. Hab¨ªa algo extra?amente estimulante en la idea de derrocar al hombre que, por nacimiento, hab¨ªa reclamado superioridad entre su raza: Emris, el guardi¨¢n celestial. Un individuo entre una generaci¨®n con un potencial extremo que, educado correctamente, podr¨ªa forjar a un soldado temible digno de vencer incluso al Profeta de los Carmisioneres, su enemigo natural. Lanzando su espada hacia ¨¦l con la fuerza y ??velocidad de una flecha, Emris salt¨® r¨¢pidamente, recorriendo una buena distancia, y la hoja atraves¨® el suelo con estruendo. Al igual que antes, Corvus reapareci¨® asiendo la empu?adura, sin perder tiempo en extraerlo de la tierra antes de atacar al Guardi¨¢n con una r¨¢faga de cortes y pu?aladas, la espada reduci¨¦ndose a un borr¨®n mientras viajaba con precisi¨®n y velocidad. Emris se vio obligado a realizar maniobras evasivas con pocas oportunidades de devolver el golpe; usando todo su cuerpo para parar, virar y girar para eludir los golpes calculados del arma. Atrapados en un punto muerto, ninguno de los dos pod¨ªa ver que se acercaba el final, lo que aumentaba su frustraci¨®n e intensificaba su combate acrob¨¢tico y bailado. ? ? ? ? Tokken no sab¨ªa muy bien c¨®mo termin¨® en lo que solo se parec¨ªa al viejo cobertizo de trabajo de un astuto abuelo, coronado con un banco manchado de aceite y una amplia selecci¨®n de piezas y restos viejos, guardados durante mucho tiempo en cajas desorganizadas, que seguramente servir¨ªan de poco m¨¢s que para acumular polvo y pudrirse con el tiempo. Salvo por las obvias exhibiciones de armamento, metales afilados, vainas y mangos desechados, parecer¨ªa como el almac¨¦n de un anciano manitas. El adolescente, y m¨¢s especialmente el cuadr¨²pedo que estaba a su lado, sintieron que las lecciones que hab¨ªan recibido de los desconocidos podr¨ªan merecer consideraci¨®n en ese momento. Pero Tokken, habiendo descubierto el prop¨®sito del hombre dentro de las instalaciones, hab¨ªa aceptado el hecho de que el refugio de este sucio mec¨¢nico era su pr¨®ximo destino. Sosteniendo su espalda por el dolor, Hefesto se acerc¨® a una mesa de madera, abarrotada de piezas de metal, documentos sucios y otros objetos, y de un manotazo lo envi¨® todo al suelo para liberar la superficie. Los objetos mezclados cayeron en un estruendo violento que hizo retumbar el espacio del habit¨¢culo. Murmurando tonter¨ªas para s¨ª mismo, Hefesto finalmente se volvi¨® hacia el chico. "?Vienes o qu¨¦?" "S¨ª ¡ª Correcto." El chico se aclar¨® la garganta, siguiendo las instrucciones, aunque no sin antes intercambiar miradas preocupadas con Chloe. Sacando su legendaria navaja de su cintur¨®n, present¨® el arma de color extra?o con cierta vacilaci¨®n. Al tomarlo, el enorme hombre no pudo evitar entrecerrar los cansados y ancianos ojos, ya que era demasiado peque?o para distinguirlo con facilidad. Despu¨¦s de una inspecci¨®n minuciosa y un lento asentimiento, abri¨® la hoja, retrocediendo levemente por la ligera perturbaci¨®n que parec¨ªa irradiar. Para ser justos, la hoja no ten¨ªa una forma completamente inusual. Ciertamente no ser¨ªa adecuada para un noble, y parec¨ªa un poco excesiva para ser una herramienta, pero no era algo completamente fuera de lo normal, especialmente para los delincuentes. Sin duda, las hojas con esta forma se hicieron para cortar carne, y su dise?o se forjaba m¨¢s com¨²nmente de tal manera con fines de intimidaci¨®n, lo que facilitaba el trabajo de un atracador. Dicho esto, el arma de color negro carmes¨ª emit¨ªa un aura notablemente desagradable, brillando con ondas lentas y palpitantes de luminiscencia que resultaban inquietantes. No hab¨ªa ninguna duda al respecto. "Esta cosa es un Drainer", concluy¨® Hefesto, rompiendo el silencio mientras dejaba el cuchillo sobre la mesa, pensativo. Mirando al chico por el rabillo del ojo, un sudor fr¨ªo comenz¨® a brotar lentamente de la frente del gigante. "?Un Drainer?", pregunt¨® Tokken. "Dime, enano. ?C¨®mo conseguiste esto?" Hefesto escupi¨® a su vez. "?A qu¨¦ te refieres? Es la herencia familiar ..." "?Desde cu¨¢ndo los Tsukis hacen pactos con esos demonios?" acus¨® Hefesto. "??Perdona?!". Tokken respondi¨®, perdiendo la compostura. "Esta arma. Est¨¢ hecha de Energ¨ªa Oscura". "?Qu¨¦ demonios es Energ¨ªa Oscura¡ª¡ª ?". "No seas tan ingenuo", advirti¨® Hefesto, retirando un hacha de batalla del caos met¨¢lico. "?Est¨¢s trabajando para ellos?", amenaz¨®, su hacha preparada para la matanza. En una carrera sorprendentemente efectiva, Chloe logr¨® morder el tobillo del gigante, la sensaci¨®n le hizo a este cosquillas en su cuerpo extra?amente sensible y le hizo chocar torpemente contra el suelo, golpeando una variedad de basura. Jocoso ante la imagen del gigante ca¨ªdo, y orgulloso de su t¨ªmida pero capaz aliada cuadr¨²peda, el ni?o se sinti¨® soberbio, mientras se levantaba sobre el voluminoso cuerpo del gigante, con los brazos cruzados y una sonrisa arrogante en su rostro. ¡°Supe ayer que los Carmes¨ªes exist¨ªan, t¨ªo". "Ngh ... Malditos ni?os de hoy en d¨ªa ...", gru?¨® Hefesto, sosteniendo su dolorida espalda mientras se levantaba lentamente. Habiendo soltado su arma, abandon¨® sin decir palabra su in¨²til asalto. "No s¨¦ qu¨¦ decirte, enano. Llevas un cuchillo jodidamente peligroso que deber¨ªa estar en manos de nuestros enemigos. Tal vez podamos aplicarle ingenier¨ªa inversa o algo as¨ª ... ?Ghrr! Maldita sea¡­¡±. Tomando la navaja en sus manos una vez m¨¢s, la inspeccion¨® con m¨¢s calma. ?Por qu¨¦ demonios llevaba este chico el arma de un Carmes¨ª? ?C¨®mo es que ¨¦l no lo sabe? ?Es realmente un esp¨ªa, o su herencia est¨¢ relacionada con ellos y nunca lo descubri¨®? La expresi¨®n del rostro del joven no era la de un mentiroso; se percib¨ªa su completa perplejidad. Confusi¨®n pura e ingenua. "?Qu¨¦ es un Drainer, de todos modos?" pregunt¨® Tokken, algo impaciente, intentando cambiar de conversaci¨®n para saciar su curiosidad. El gigante lo mir¨® con una ceja levantada, algo impresionado por su audacia fuera de lugar. Claro, su victoria fue en realidad poco m¨¢s que una casualidad, pero no ten¨ªa sentido hacer un esc¨¢ndalo por ello ahora. "Es un uh ... Un arma hecha por Carmes¨ªes para mantenerles fuertes", comenz¨®, mostr¨¢ndole los extra?os metales aleados en la hoja. "Si derramas la sangre de alguien, c¨¢lida y viva, por supuesto, sobre el metal, la absorber¨¢ y la convertir¨¢ en una clase extra?a de adrenalina. Ayuda con la curaci¨®n, la fuerza y ??cosas por el estilo. Te mantiene r¨¢pido y de pies ¨¢giles, tambi¨¦n¡±¡ªcontinu¨® el gigante, d¨¢ndole a la hoja un golpe de prueba¡ª. "Eso parece ¨²til ..." pronunci¨® Tokken, gan¨¢ndose un suspiro algo frustrado de Hefesto por su ingenuidad. "Parece, s¨ª. Pero cada truco tiene sus peculiaridades", comenz¨®, levantando la hoja un poco m¨¢s cerca de su ojo. Tan pronto como la hoja ya no estaba al alcance del brazo del ni?o, de repente se teletransport¨®, apareciendo una vez m¨¢s en el cintur¨®n del adolescente. Despu¨¦s de proferir una mirada de desconcierto, el gigante simplemente continu¨®. "El problema es cuando lo usas demasiado. ?Esa clase de adrenalina? Es algo as¨ª como las drogas. Si lo usas con demasiada frecuencia, te volver¨¢s cada vez m¨¢s dependiente, hasta el punto en que la abstinencia se hace casi imposible de soportar y amenaza tu vida". Hefesto se volvi¨® para jugar con los restos desechados de una vieja espada mientras hablaba. "Es por eso que las personas que los usan tienen la mala costumbre de derramar m¨¢s sangre de la necesaria. Lo mejor para ellos es seguir matando para mantenerse con vida, ?ves?. Perfecto material para los Carmes¨ªes. Realmente les lava el cerebro a los m¨¢s inteligentes del grupo". Al mirar al viejo gigante, Tokken se encontr¨® de repente en una posici¨®n bastante peculiar. Mirando su arma, se dio cuenta de lo letal que ¨¦l pod¨ªa ser realmente con tal posesi¨®n; y lo err¨®neo que se hac¨ªa caminar con ella a la vista. No queriendo atraer ninguna atenci¨®n no deseada, el adolescente desliz¨® su camisa sobre la navaja, manteni¨¦ndola oculta. "Buena elecci¨®n." Hefesto se ri¨® entre dientes, d¨¢ndole a Chloe una mirada de leve molestia mientras ella se jactaba de su victoria anterior con una simple mirada. ?Por qu¨¦ diablos mi familia se quedar¨ªa con esto ... ? Tokken pens¨® para s¨ª mismo, sintiendo algo de n¨¢useas ante la idea del derramamiento de sangre y, peor a¨²n, la posibilidad de que se hubieran cobrado vidas con esta misma herramienta, ahora en sus manos incapaces. Seguramente, si alguien la hubiera usado hasta tal punto, habr¨ªa cobrado muchas vidas en el pasado. ?Por qu¨¦ raz¨®n?, solo Victus lo sab¨ªa. "Est¨¢ bien, es mejor que te vayas ahora. Tengo cosas que hacer," habl¨® el gigante, a¨²n intercambiando miradas con el peque?o cuadr¨²pedo. Tokken asinti¨®, saliendo con una nuevamente valiente Chloe que le segu¨ªa. El tiempo que pas¨® dentro de las instalaciones le hab¨ªa agotado su energ¨ªa; particularmente su energ¨ªa mental. Todo el lugar parec¨ªa extra?amente orientado a las tareas, compens¨¢ndolas con bromas ocasionales; tambi¨¦n le agotaba la gran variedad de formas de vida que se amontonaban tan exageradamente en el lugar. El mayor dolor de cabeza eran, sin lugar a dudas, los tres Jefes del Sindicato, que tan afortunadamente se hab¨ªa encontrado previamente. Eran el Jefe de Medicina, el de Armas e incluso Jefe de Hombres; tres de los m¨¢s altos mandos y autoridades, l¨ªderes dentro de la colosal semi-sociedad del Sindicato. A pesar de lo desagradables que fueran, no dejaban de gozar de naturaleza humana. Hab¨ªa imaginado una selecci¨®n de l¨ªderes m¨¢s duros, destructivos e incluso crueles, especialmente considerando la naturaleza seria y la mala reputaci¨®n que preced¨ªa a estos conquistadores casi tir¨¢nicos nacidos de la guerra. Por supuesto, los prejuicios equivocados sobre estos l¨ªderes, hab¨ªan resultado inciertos. Aquellos que viv¨ªan en las profundidades de las afueras, seguramente no habr¨ªan o¨ªdo hablar de las peleas de una civilizaci¨®n tan avanzada, por lo que Chloe tampoco era consciente de su crueldad. La pareja camin¨® en silencio durante unos minutos, reflexionando sobre sus descubrimientos individuales a lo largo del d¨ªa. Al mirar a Chloe, Tokken no pudo evitar sonre¨ªr para s¨ª mismo, aumentando la curiosidad de ella. "?Est¨¢s pensando algo?" pregunt¨®, inclinando la cabeza mientras caminaban. "Solo en lo incre¨ªble que te ve¨ªas, derribando a ese tipo", admiti¨®, cerrando los ojos pensativo mientras se encog¨ªa de hombros con una sonrisa radiante. "?A¡ªAh! ?Lo hice bien? Pens¨¦ por un momento que podr¨ªa haber ido demasiado lejos ...", se pregunt¨®, fingiendo remordimiento para diversi¨®n del chico. "Ja, creo que aprendi¨® la lecci¨®n". Muy pronto, se pararon frente a la entrada de la sala m¨¦dica. Cuando abri¨® la puerta de la sala de espera, un pensamiento irrit¨® la mente de Tokken. "Oye uhm ... No tienes que pelear mis batallas por m¨ª. Lo sabes, ?verdad ...?" "?No deber¨ªa ...?" "Podr¨ªas ponerte en peligro si lo haces. Diosa sabe con cu¨¢ntas personas voy a tener problemas por llevar este arma". "Bueno ... preferir¨ªa hacerlo. Me hace sentir ¨²til, ?sabes?" trat¨® de explicar, sus palabras no eran del todo sinceras sobre sus verdaderos motivos. "Bueno, s¨ª, pero ..." Tokken trat¨® de convencerla, antes de quedarse en silencio. Con un suspiro y una simple sonrisa, la mir¨®. "...Gracias." Al acercarse al recepcionista ahora despierto, cuyos ojos parec¨ªan oscuros y marcados por el cansancio, al chico casi le molestaba mirar al hombre, lo que le hizo agradecer que Chloe fuera demasiada baja como para verlo de cerca. Con un gru?ido disgustado y silencioso, el recepcionista habl¨®. "?S¨ª?", pregunt¨® simplemente con altivez, sin la profesionalidad que se esperaba de un puesto as¨ª. "Estoy buscando a ... ?Fely?" "?Por qu¨¦ crees que lo necesitar¨ªas por una lesi¨®n en el pie?" "Estoy aqu¨ª para darle una cesta", respondi¨® Tokken, sin querer complacer su arrogancia. "?Otro ...? Por el amor de Victus ... Muy bien, pasa al C2. No hagas ruido". Con un giro de los ojos, el ni?o escuch¨® sus instrucciones y se acerc¨® a la puerta designada. Con un golpe, Tokken entr¨® en una habitaci¨®n blanca, luminosa. Jurar¨ªa que la televisi¨®n apoyada en la esquina del techo de la habitaci¨®n se hab¨ªa apagado en el momento en que se adentr¨®. Levant¨¢ndose de su escritorio, el m¨¦dico, emocionado y conmovedor, se enfrent¨® al ni?o con deleite, y se le hizo la boca agua al ver la cesta que llevaba consigo. "?Aj¨¢! ?Sab¨ªa que ayudar¨ªas a un pobre, joven!" sonri¨®, arrebat¨¢ndole la cesta de las manos con bastante brusquedad. "No puedes ser mucho mayor que yo ..." murmur¨® Tokken, demasiado bajo para que el m¨¦dico encantador lo oyera. "?Bebes demasiado caf¨¦ o comes demasiada az¨²car?" "?Ambos!" Fely exclam¨®, percibiendo r¨¢pidamente al canino nervioso a sus pies. "?Y qui¨¦n es esta mu?eca? ?Qu¨¦ lindo pelaje tienes!" le felicit¨®, haciendo que Chloe se sintiera m¨¢s preocupada por sus intenciones. A pesar de su comportamiento extra?o y ext¨¢tico, la suavidad de su voz parec¨ªa casi hipnotizante. "?Oh, me encanta el blanco! ?Qu¨¦ color tan neutro y relajante, la verdad ~". "?Entonces es todo?", Tokken intervino, ligeramente asustado. Con una palmada, el m¨¦dico asinti¨® febrilmente. "?Ah, por supuesto! ?Conociste a Hefesto entonces? Oh, por favor, no me digas que eligi¨® hoy para estar fuera de horario." "S¨ª, lo hice. ?C¨®mo sab¨ªas que nos cruzar¨ªamos?". "?Conozco a mis compa?eros L¨ªderes, joven! Nosotros, los Jefes del Sindicato, hemos tenido que coexistir durante un poco m¨¢s de una d¨¦cada", asinti¨®, recordando el recuerdo. "?C¨®mo fue la investigaci¨®n? ?Tuviste suerte?". "Todo sali¨® bien, supongo ... ?C¨®mo supiste que no ten¨ªa idea de qu¨¦ era esta cosa?" "?Porque tus padres tampoco lo sab¨ªan!" ? ? ? ? Refresc¨¢ndose la cara con agua fr¨ªa del grifo, Emris se mir¨® en el espejo y observ¨® las numerosas cicatrices que cubr¨ªan su vieja piel. Despu¨¦s de limpiar la poca sangre de la pelea del d¨ªa con sus compa?eros, no pudo evitar sonre¨ªr al recordar sus capacidades. A pesar de su edad marchita, no estaba demasiado oxidado. Todav¨ªa pod¨ªa luchar, y ese solo pensamiento le dio el coraje necesario para mirar el ma?ana con algo de esperanza al menos. Caminando hacia el exterior del edificio, Emris observ¨® c¨®mo las luces de la ciudad se volv¨ªan m¨¢s perceptibles lentamente, ya que los rayos del sol se desvanec¨ªan lentamente en el horizonte. Definitivamente hab¨ªa trabajado ya un poco, especialmente considerando que su turno real ni siquiera hab¨ªa comenzado. El turno de noche; la temida responsabilidad tanto de los reclutas como de los veteranos. Algunos individuos m¨¢s endurecidos incluso disfrutaban de los per¨ªodos m¨¢s activos de su trabajo, habiendo crecido aferrados a la emoci¨®n del combate mientras superan a sus oponentes empobrecidos en batallas injustas donde el casino siempre ten¨ªa otra carta que jugar; al menos, eso era cierto contra los Erizos. No fue tan divertido cuando tu oponente realmente representaba una amenaza para la Instalaci¨®n. En el gran esquema de las cosas, a Emris no le gustaba mucho repeler a criminales tan j¨®venes. Si tan solo retrocedieran ante su apariencia, la violencia no ser¨ªa necesaria ... Es bastante sorprendente que hayan desarrollado un coraje tan encallecido hacia un imperio en crecimiento como el del Sindicato. Cada pa¨ªs que val¨ªa su peso sab¨ªa de su existencia, y era una mentira decir que lo hac¨ªan con cari?o. Emris salt¨® del balc¨®n, golpeando el suelo con un ruido sordo antes de avanzar hacia la ciudad que lo fulminaba con la mirada. Pensando en su camarada, el ¨²ltimo miembro superviviente y libre de su "escuadr¨®n", que era Corvus, no pudo evitar sonre¨ªr para s¨ª mismo ante una capacidad tan parecida. Si fuera necesario, Emris estaba seguro de que podr¨ªa derribar al ¨¢ngel, si estaban cara a cara. Pero las cosas fueron diferentes durante el entrenamiento. No solo fue un mejor maestro, sino tambi¨¦n un luchador m¨¢s reconocido. Destilaba autoridad y respeto de tal manera que ni siquiera Emris pod¨ªa acercarse. Al llegar a la conocida suciedad de las calles que llenaba la ciudad, Emris se encontr¨® en una extra?a paz. Si bien disfrutaba siendo una especie de l¨ªder, tambi¨¦n apreciaba sus momentos de soledad. Tomando un giro hacia un callej¨®n sin salida, se tom¨® tiempo para quitarse un relicario plateado gastado por el tiempo de su abrigo, pasando el pulgar sobre sus texturas rugosas con una sonrisa pensativa. Apoyando el brazo en un pedazo de pared fracturado, levant¨® los ojos para ver una figura encapuchada que se encontraba ominosamente en el callej¨®n frente a ¨¦l, la piel de la figura cubierta de pelaje en los pocos parches que eran visibles. Con una sonrisa de s¨¢tiro, el hombre coloc¨® su preciosa posesi¨®n de nuevo en la seguridad de su ropa, d¨¢ndole un suave toque. "Esperaba que fueses lo suficientemente imb¨¦cil como para seguirme. Soy del Sindicato, ?sabes?". Emris se ri¨®. "Lo s¨¦", respondi¨® la figura simplemente, levantando los pu?os. Emris reconoci¨® la postura y se puso de pie, arqueando la espalda mientras estallaba en un ataque de risa. "?Oh! ?No pens¨¦ que ser¨ªas t¨²! ?Ay, qu¨¦? ?Tienes rencor o algo as¨ª?" se ri¨®, se?al¨¢ndole con un gesto burl¨®n. Haciendo crujir los dedos como lo hab¨ªa hecho durante su ¨²ltimo encuentro, Emris comenz¨® a caminar hacia la figura inm¨®vil. "No te preocupes, esta vez te ahorrar¨¦ la molestia de recordar". Gru?endo por sus palabras, la figura se dispar¨® hacia el veterano, su previsibilidad no hab¨ªa cambiado ni un poco. Cuando se quit¨® la capucha, el b¨ªpedo ocelote de pelaje manchada rugi¨® mientras aceleraba el pu?o, esta vez anticip¨¢ndose a su h¨¢bil reacci¨®n. Emris continu¨® sonriendo, con arrogante mirada, mientras ve¨ªa al mat¨®n sin experiencia tratar de derribarlo en un acto de rabia ciega y desesperada. O eso quisiera pensar. Justo cuando Emris levant¨® las manos para desviar el ataque, un fuerte disparo son¨® en toda el ¨¢rea rodeada de paredes, con el pecho de Emris salpicando sangre hacia su derecha mientras una bala estallaba directamente en su caja tor¨¢cica. Con un gru?ido de dolor, se vio obligado a recibir toda la fuerza del golpe de la bestia, haci¨¦ndolo chocar violentamente contra el pavimento. Capítulo 5: Juventud Anárquica Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 5 Tokken mir¨® al doctor mientras procesaba sus palabras. Seguramente, a Fely le parec¨ªa un mero chiste, sonriendo como hac¨ªa. Un ce?o fruncido de frustraci¨®n se form¨® lentamente en el rostro de Tokken. "?No ten¨ªan idea?" pregunt¨®. "No, que yo recuerde. O ment¨ªan o estaban tan perdidos como t¨²", se ri¨® Fely, acariciando el pelaje de Chloe con delicadeza, atont¨¢ndola. "Ah, pero no lo sabr¨ªa igualmente. Tu madre y yo s¨®lo hab¨ªamos hablado en algunas ocasiones puntuales. A decir verdad, yo era bastante joven en ese momento". Tokken se eriz¨® ante la idea de que sus padres hubieran tenido cualquier tipo de asociaci¨®n con un individuo tan extra?o; particularmente su madre. Deshaci¨¦ndose de esos pensamientos perturbadores, pregunt¨®. "?Tienes alguna idea de por qu¨¦ llevaban con ellos esta cosa?". Poni¨¦ndose de pie para responderle al chico, Fely suspir¨® ante sus esfuerzos. "Lamento decirlo, pero no tengo la m¨¢s remota idea. No te voy a mentir, eran una familia bastante sospechosa. Incluso nosotros mantuvimos cautela ante sus intenciones", admiti¨® el doctor, encogi¨¦ndose de hombros mientras organizaba algunos tr¨¢mites. "Sospechosa, ?eh ...?" Tokken murmur¨®, pensando para s¨ª mismo. Era cierto que era un grupo extra?o. No eran de naturaleza grosera o amorales, pero sus finalidades a menudo no estaban claras para el ni?o, especialmente durante sus a?os m¨¢s ani?ados. Con la espalda erguida y un suspiro de resignaci¨®n, Tokken falsific¨® su mejor sonrisa antes de agradecer al doctor. Cuando sali¨® de la habitaci¨®n de manera tan abrupta, Chloe se sali¨® de su hipnosis antes de seguir al chico. Tokken la mir¨® y le dedic¨® un gesto c¨¢lido. "Oye, ?qu¨¦ tal un paseo? S¨¦ que no deber¨ªa, pero hay mucho verde justo afuera", ofreci¨® ¨¦l, sintiendo que el aire estancado envenenaba su car¨¢cter. "No estoy segura de que sea una buena idea ...", respondi¨® Chloe, preocupada. "Se est¨¢ haciendo de noche¡­" "Vamos, debes estar harta de este sitio, ?verdad? No ser¨¢ por mucho tiempo, lo prometo. ?S¨®lo para ver la puesta de sol?", trat¨® de persuadir, presion¨¢ndola ligeramente. Le mir¨®, la naturaleza t¨ªmida de Chloe no permiti¨¦ndola una mejor respuesta. "Est¨¢ bien ... s¨®lo un rato." Tokken sonri¨® ante su conformidad, mirando hacia adelante con una expresi¨®n algo culpable. En verdad, se sent¨ªa enfermo. Ya fuese por la comida h¨ªper cal¨®rica a la que su cuerpo no estaba acostumbrado, por la lesi¨®n de su tobillo, por la conciencia de su situaci¨®n o simplemente por la toxicidad del aire; tal vez incluso por la abrumadora combinaci¨®n de todo el lote. Independientemente de todo esto, ¨¦l no quer¨ªa mostr¨¢rselo a la Aulladora, ya que no quer¨ªa molestarla con su incesante cadena de acontecimientos; si ese sentimiento estaba justificado, ¨¦l no lo sab¨ªa. Una vez que la pareja hab¨ªa llegado al exterior, tomando una bocanada de aire en su mayor¨ªa descontaminada que la naturaleza circundante ten¨ªa para ofrecer, abandonaron la Instalaci¨®n en busca de un lugar pac¨ªfico para refugiarse y darse un respiro. Siguiendo el r¨ªo hasta el borde cercano del acantilado, que formaba una cascada magn¨ªfica, tomaron un desv¨ªo hacia un peque?o claro y se dispusieron a disfrutar de las vistas celestiales. Al acostarse, Tokken dej¨® escapar un suspiro de alivio. "Debo decir que este lugar es incre¨ªble. ?A cu¨¢nto crees que cae la cascada?" pregunt¨® el joven, mirando a su compa?era con excitada curiosidad. Para su sorpresa, la vio mirar al suelo casi sin aliento, ignorando la majestuosidad de la naturaleza justo encima de sus ojos. Preocupado, el ni?o le pregunt¨®: "?Te preocupa algo?" Pasaron unos segundos antes de que ella respondiera, mir¨¢ndolo por el rabillo del ojo con la pupila fija y concentrada. "Estoy oliendo por si hay depredadores". "?Est¨¢s segura? Pareces un poco ¡­ ausente". "Estoy pensando", insisti¨®, sacudiendo la cabeza mientras levantaba la mirada. "Pensando en depredadores". "?Segura?" pregunt¨® el chico. "Segura", repiti¨®. Mir¨¢ndola durante unos segundos, decidi¨® no insistir. Si se sent¨ªa mal, probablemente no fuera por una raz¨®n con la que ¨¦l pudiera ayudar. Por mucho que le molestara, Tokken permaneci¨® en silencio durante unos minutos m¨¢s. Finalmente, ella rompi¨® el silencio. "No s¨¦ si quiero ir a casa. No creo que siquiera sepa c¨®mo hacerlo", revel¨® finalmente, sin mirar hacia nada en particular. "Bueno ... ?qu¨¦ quieres decir?", pregunt¨® el joven. "Para empezar, ya los enfurec¨ª por diferentes razones. Pero lo m¨¢s importante..." tartamude¨®, insegura de c¨®mo explicarse apropiadamente. "?Lo m¨¢s importante...?" "Me he hecho amiga de un humano. No creo que les har¨ªa mucho orgullo". Tokken frunci¨® el ce?o ligeramente y se puso a pensar. "Bueno ... no puedo imponer un cambio de mentalidad entre tus compa?eros. No tienes que quedarte conmigo, ?sabes?. De hecho, estoy seguro de que ser¨ªa mejor para ti estar con los tuyos ... " "Puedes pensar que s¨ª, pero ... para ser honesto, todav¨ªa no creo que me gustaran la mayor¨ªa de ellos. Excepto mam¨¢, supongo ... Ella sol¨ªa preocuparse mucho por las cosas m¨¢s insignificantes". "Bueno, las madres son as¨ª. Est¨¢n programadas para preocuparse por cada paso que das, para asegurarse de que est¨¢s lista para el mundo, ?sabes?". Tokken se encogi¨® de hombros, sonriendo. Chloe ri¨®, su tono se iluminaba. "Y pap¨¢ siempre estaba cazando ..." "?Lo hac¨ªa por la familia?". Chloe mir¨® al adolescente con curiosidad, extra?ada por su preocupaci¨®n. "S¨ª. Siempre". "Entonces es un padre decente, en mi opini¨®n". "?Un padre decente, dices?" pregunt¨® Chloe, los dedos de Tokken desliz¨¢ndose a trav¨¦s de su pelaje inmaculado. "S¨ª. Un cinco por lo menos", se ri¨® entre dientes, cerrando los ojos. ? ? ? ? Su cabeza choc¨® contra el cemento con un ruido sordo digno de una mueca de dolor cuando Emris di¨® de frente contra el pavimento; su agresor no perdi¨® tiempo en continuar su ataque. Sentado sobre el pecho sangrante de Emris, para evitar que escapase, el Cr¨ªptido golpe¨® repetidamente la cabeza del soldado con los pu?os, con una furia rabiosa escrita en su rostro enfurecido. Los labios, la nariz y la mand¨ªbula del veterano se deformaron a cada golpe, que de alguna manera todav¨ªa viv¨ªa a pesar de todo. Cuando el felino levant¨® un pu?o para dejarlo ciego, Emris elev¨® un brazo para detener el morr¨®n. Una sonrisa se dibuj¨® en su rostro ensangrentado. El Cr¨ªptido tambi¨¦n sonri¨® maniaticamente, mientras su otro brazo a¨²n machacaba a la figura maltrecha y resistente, mientras golpeaba sin pensar la cara del veterano de guerra. A pesar de su estado, Emris habl¨® entre respiraciones entrecortadas. "?Sabes?, cansa que d¨¦s las mismas ostias. Revi¨¦ntalos ... " ¡ªproclam¨®, pateando de repente las piernas del felino para desequilibrarlo antes de rodar sobre ¨¦l¡ª "... con variedad, ni?aco". Atrapando a su oponente en un bloqueo de pierna premeditado, Emris levant¨® el brazo derecho para inferir una variedad de golpes a su objetivo lleno de furia. "Cruces, jabs, swings ... ?¨¢ngulo y potencia, muchacho!" enumer¨® en un grito extra?amente entusiasta, todav¨ªa acribillando a su oponente con, como ¨¦l lo ve¨ªa, un ''men¨²'' de diferentes ataques utilizando una variedad de golpes con diferentes grados de velocidad y fuerza, ofreciendo un abanico de estrategias de combate. Era un profesor bastante incompetente, la verdad. A menudo, uno no aprende mucho de su tutor si est¨¢ explicando y al mismo tiempo actuando de manera tan violenta. El felino, que hasta ahora hab¨ªa tenido tanta confianza en vengar a sus amigos ca¨ªdos, en un instante se encontr¨® atrapado bajo el peso significativo de un humano de tal calibre. La mayor¨ªa de los m¨²sculos del Cr¨ªptido se manten¨ªan tensos, por con el aluvi¨®n constante de asaltos que estaba experimentando en ese momento, lo que le oblig¨® a lanzar un grito de guerra atragantado. Cuando Emris arque¨® una ceja, adem¨¢s de un pu?o, pronto se dio cuenta de que un hombre con una herramienta de hierro se acercaba haciendo bastante ruido hacia los dos, golpe¨¢ndola contra la espalda de Emris, oblig¨¢ndole a detener el ataque. Esa peque?a vulnerabilidad era todo lo que la bestia necesitaba para soltar un brazo, quit¨¢ndose al hombre de encima. De pie, el Cr¨ªptido, con el rostro hinchado por el dolor, se apoyaba contra la pared detr¨¢s de su salvador. Escupiendo sangre, el felino sonri¨® entre dientes. "Doli¨® m¨¢s la ¨²ltima vez," se burl¨® el bestial b¨ªpedo, chasqueando su cuello mientras algunos gamberros m¨¢s dejaban sus escondites para asistir en la emboscada. Emris enderez¨® la espalda, levant¨® los pu?os y esboz¨® una sonrisa llena de dientes. A pesar de los ataques anteriores de la bestia, su rostro parec¨ªa mucho menos magullado de lo esperado. "S¨ª, no me sorprende. Me hiciste una sucia," espet¨® Emris, golpeando su bota contra el pavimento como si adelantara sus intenciones. Cuando la pelea entre el veterano y la improvisada pandilla callejera estaba a segundos de suceder, una voz joven y ahumada reson¨® en las paredes cerradas del diminuto barrio. ¡°Va~ya. Ah ~ mira c¨®mo te estrenas". La figura de un ni?o se revel¨® a gran altura del suelo, sentado en el borde de un tejado mientras un mech¨®n excesivamente largo de cabello rojo oscuro se agitaba salvajemente con un viento que parec¨ªa aullar. Ri¨¦ndose a s¨ª mismo, su cuerpo se inclin¨® por el borde, la figura agitaba su pistola en el aire mientras continuaba hablando. "No tengo ni idea si eres tonto, ciego o un cre¨ªdo. Dime, Sindi: ?eres del tipo duro? Tengo ganas de estirar ya las piernas ". Al escuchar al chico, Emris mir¨® hacia arriba, levantando la ceja mientras el chico disfrutaba de la escena. "?Supongo que tendr¨¢s algo que ver con esta gente? Ten¨ªa pinta de estar planificado", expres¨® el veterano de mediana edad, encogi¨¦ndose de hombros ante sus motivos. "Y no. S¨®lo que estas personas no son una gran amenaza". "Est¨¢s diciendo esto mientras est¨¢s acorralado y desangrando. Lo sabes, ?verdad?" pregunt¨® la figura burlonamente, antes de saltar del edificio de seis pisos, frenando sus pies contra varias paredes para contrarrestar su ca¨ªda letal. A pesar de su peso, y de la distancia desde la que cay¨®, su aterrizaje final fue sorprendentemente silencioso. Con el sol que ya no eclipsaba su cuerpo, los rasgos del ni?o finalmente pudieron distinguirse. De pie, con una altura de una cabeza por debajo de Emris, el joven adolescente vest¨ªa jeans grises viejos y rotos, y una sudadera negra de exagerado tama?o, en cuyos bolsillos escond¨ªa sus manos; con la capucha oscureciendo sus ojos a cualquier persona que no estuviera directamente frente a ¨¦l. Su cabello, que casi se arrastraba contra el suelo, colgaba hacia su izquierda, dejando nada m¨¢s que un mech¨®n doblado para cubrir el lado opuesto de su escondida cabeza. Su rasgo m¨¢s distintivo era el de una sonrisa repugnantemente amplia, delgada y con dientes de tibur¨®n que casi se extend¨ªa hasta sus orejas, que se convert¨ªa en el rasgo m¨¢s visible en la oscuridad de sus rasgos faciales ocultos. Mirando a los ojos esmeralda del veterano con sus propios ojos grises nublados, el ni?o habl¨®: "Usted es un Sindi, ?verdad?. ?Va a hablar ya?" pregunt¨®. "S¨ª. No tengo nada que decir", respondi¨® Emris, enderezando la espalda para imponer su altura al muchacho. "?Pavone¨¢ndose? ?Pfft, ja! ?Sabe?, esperaba atrapar a un ¨¢ngel hoy, no a un abuelo delirante", se burl¨® el chico, su sonrisa se torci¨®. "?Entonces? ?No vas a destrozarme como a los otros chicos?" "Yo no golpeo a los ni?os, chaval", respondi¨® Emris con firmeza, sin retroceder ante el tono molesto del chico. "?Es eso cierto?" reson¨® la voz joven y grosera del joven, divertido por su moral fuera de lugar. Una daga con forma de cuchillo de carnicero se revel¨® en su mano izquierda mientras serpenteaba por la pierna del ni?o, su metal brillando discretamente, preparado para el homicidio. Emris mir¨® a los camaradas del chico y se ri¨® entre dientes con calma. "?Supongo que eres el ''Gran Jefe'' de esta generaci¨®n de delincuentes?" reflexion¨®. "Eh, uno de ellos," el chico se encogi¨® de hombros, mirando intensamente cada movimiento del hombre. "?Cu¨¢l es tu nombre, entonces?",pregunt¨® Emris, entretenido por su enfoque atrevido. Casi cabeza contra cabeza con el hombre, si no fuera por la distancia de altura entre sus cr¨¢neos, la voz ronca del ni?o proclam¨®. ¡°Orgullo. Ll¨¦vate ese nombre a las Vallas y habla de mi infamia all¨¢ arriba¡±. Y, justo cuando pronunci¨® su ¨²ltima palabra, ''Orgullo'' se movi¨® de repente con una velocidad cegadora, su mano izquierda se abalanz¨® con la daga en la mano para intentar perforar el pecho del hombre con su punta aguda. Sin embargo, justo cuando la pu?alada a velocidad de rayo habr¨ªa impactado con ¨¦l, choc¨® con una pared invisible de energ¨ªa, produciendo un sonido de cristal rompi¨¦ndose que detuvo por completo el avance del arma. Mirando hacia la cintura del hombre, el ni?o not¨® que su mano se hab¨ªa levantado sutilmente. "Predecible", burl¨® Emris, entrecerrando los ojos con una mirada que rezumaba confianza. En lugar de insatisfacci¨®n, el brigadier se sorprendi¨® al ver que la sonrisa maligna del adolescente se hac¨ªa m¨¢s patente, mientras levantaba su mirada. "?Eso dices?" pregunt¨® Orgullo. La falta de sarcasmo en su voz reflej¨® una onda de comprensi¨®n y dolor a trav¨¦s de Emris, cuando finalmente not¨® la segunda mano del chico, que llevaba una copia id¨¦ntica de su primera ¡®espada¡¯, goteando con su sangre por su lado opuesto. Con un gru?ido, el cuerpo del hombre intentaba permanecer de pie, luchando contra el dolor y preservando su rostro serio lo mejor que pod¨ªa. "Me gusta tu estilo", dijo Emris, lastimado, "tal vez no eres tan ... ngh ... in¨²til como el resto". Tarareando, el chico levant¨® su hoja izquierda hasta el cuello del hombre, presionando el borde afilado contra su garganta. "?Todav¨ªa no vas a luchar, eh?" Orgullo lo desafi¨®, sonriendo. "No, no lo parece", respondi¨® Emris, agarrando las manos del muchacho mientras le retiraba el cuchillo que se hab¨ªa clavado en su ri?¨®n. "No contra alguien de tu edad, de todos modos." A pesar del dolor, Emris se las arregl¨® para vigilar al chico con atenci¨®n, sin ceder a sus palabras ni por un segundo; ni siquiera para respirar. Despu¨¦s de un rato, ¡®Orgullo¡¯ cerr¨® los ojos con un suspiro, quitando la hoja de su cuello con un chasquido de sus afilados dientes. ¡°Supongo que es inevitable, ?eh? Los viejos pueden ser sabios, pero no cuando cuenta¡±. "Oye. S¨¦ justo, te estoy haciendo un favor¡ª¡ª" el veterano trat¨® de replicar antes de que su cabeza fuera golpeada con la herramienta de hierro que llevaba uno de los matones, lo que le oblig¨® a caer de rodillas en agon¨ªa. El delincuente levant¨® su arma una vez m¨¢s. Esta vez, Emris logr¨® atraparla, gir¨¢ndola del agarre del gamberro antes de golpearla contra su pierna, para romperle la r¨®tula. A pesar de la acci¨®n, Orgullo ya le hab¨ªa dado la espalda, rendido, para alejarse, sus manos sosteniendo su cabeza mientras emit¨ªa un silbido musical. Al verlo alejarse, el desesperado b¨ªpedo felino trat¨® de intervenir. ¡°??Los vas a dejar ?!¡± pregunt¨® el felino, tratando de ocultar sus nervios. "Sip. No tiene sentido cortarle. F¨ªjate", se volvi¨® el chico, haciendo un gesto hacia el hombre que ya hab¨ªa derribado a tres de los matones inexpertos. "Disparado, apu?alado, golpeado... Apenas sigue sangrando. El tipo no es normal, no vale la pena gastar el tiempo ", se?al¨® el joven mientras caminaba hacia adelante. "A esos novatos les vendr¨¢ bien aprender. El dolor ense?a, ya sabes ".Ensure your favorite authors get the support they deserve. Read this novel on Royal Road. Mientras que Orgullo se alejaba de la escena, el magullado Cr¨ªptido tartamudeaba; su frustraci¨®n crec¨ªa cuando finalmente grit¨®. "?Vas a echarte atr¨¢s? ?As¨ª de f¨¢cil? Vamos, Orgullo. ?Podemos degollar al hijo de puta¡ª¡ª!" suplic¨®, mordi¨¦ndose la lengua con ira. El chico se volvi¨® hacia ¨¦l una ¨²ltima vez, mostr¨¢ndole una mirada que le estremeci¨® la columna vertebral mientras respond¨ªa en voz baja. "Deber¨ªa cortarte los labios, sobre todo si vas a hablar as¨ª conmigo despu¨¦s de perder a toda tu pandilla en una sola noche. Si te importa tanto, t¨² te encargas". S¨®lo entonces, ''Orgullo'' dobl¨® la esquina y desapareci¨® de la vista, dejando atr¨¢s al felino Cr¨ªptido desinflado en una demostraci¨®n despiadada de desinter¨¦s. Finalmente, volvi¨¦ndose hacia Emris, el Cr¨ªptido not¨® que estaba acabando con el ¨²ltimo de sus refuerzos, golpeando el cuerpo de un mat¨®n contra la pared con una fuerza que conoc¨ªa demasiado bien. El golpe adecuado y preparado de un h¨¢bil artista marcial que tambi¨¦n empleaba magia. Emris levant¨® la cabeza para mirar a los ojos del mat¨®n solitario y aturdido, y not¨® que sus brazos hab¨ªan ca¨ªdo, sus rodillas temblorosas mientras su rostro parec¨ªa palidecer tanto que se notaba a trav¨¦s de su pelaje. "As¨ª que eso es todo, ?eh?" murmur¨® la bestia, finalmente cayendo de rodillas al tiempo que cada pizca de confianza que ten¨ªa antes se esfumaba. "No tiene sentido intentarlo, ?verdad? No tengo a nadie con quien pelear, y no hay forma de que te gane. Acaba con esto, entonces", escupi¨® el Cr¨ªptido, cerrando los ojos con fuerza mientras se preparaba para el final. Cuando los pasos del hombre resonaban hacia ¨¦l, la bestia comenz¨® a temblar cada vez m¨¢s a cada paso que se acercaba. Al ver su propia vida recopilarse ante sus ojos, su respiraci¨®n se aceler¨® hasta el punto de que sus pulmones apenas recib¨ªan aire. Una vez que el hombre se par¨® a cent¨ªmetros de ¨¦l, la bestia de repente mir¨® hacia arriba, incapaz de apartar la mirada. Sus ojos inyectados en sangre se encontraron con la sorpresa de ver al asesino de toda su banda sujetar un par de esposas para que ¨¦l las viera. "Vas a venir conmigo. Vamos, lev¨¢ntate", inst¨® Emris, su actitud no era m¨¢s que levemente irritada. Al darse cuenta de la enorme pistola ba?ada en oro que llevaba metida en el abrigo, junto a la navaja doblada que una vez perteneci¨® a su aliado, el bestial criminal finalmente se dio cuenta exactamente de lo que pensaba el veterano de toda esta terrible experiencia: la destrucci¨®n de las personas junto a las que hab¨ªa luchado, en pos de la venganza que con tanta arrogancia cre¨ªa factible, la ayuda a medias de su formidable pero perezoso superior ... todo no era m¨¢s que un juego para el brigadier, que tan gratuitamente hab¨ªa hecho un juego de la muerte de sus compa?eros g¨¢nsteres. Con una risa man¨ªaca, la bestia mir¨® al hombre. Al hombre de aspecto humano que ten¨ªa ante ¨¦l y que de alguna manera se las hab¨ªa arreglado para reprimir el dolor al ser herido de aquella manera. Con cara de angustia y terror, finalmente, pregunt¨® el felino: "?Qu¨¦ eres?". Emris neg¨® con la cabeza y habl¨® con sencillez. "No lo s¨¦, t¨ªo. ?Tu juez? ?Jefe? Supongo que te vendr¨ªa bien un poco de entrenamiento. ?Te apetece morir por el Sindicato?", pregunt¨® sarc¨¢sticamente, mientras le ofrec¨ªa una mano. Observando su palma con una expresi¨®n de confusi¨®n, el criminal lo mir¨® una vez m¨¢s con una ceja levantada. "Me parece una mierda". "?A que s¨ª?". "?Por qu¨¦ perdonarme?". "Podr¨ªamos usar la informaci¨®n, supongo". Mirando fijamente a Emris, el criminal de repente sinti¨® una pizca de despecho. Para ser el hombre que acababa de deshacer el trabajo de su vida, parec¨ªa terriblemente tranquilo. Sent¨ªa como si el veterano simplemente deslizar¨ªa su mano y cantar¨ªa una melod¨ªa al salir; el felino se sinti¨® obligado a ceder. "... A la mierda", pronunci¨® el Cr¨ªptido, tomando la mano del hombre. De repente, descubri¨® que le hab¨ªa puesto una esposa alrededor de la mu?eca con un movimiento un tanto r¨¢pido y despiadado. "Lo siento, pero sigues bajo arresto", se excus¨® Emris con indiferencia. Tomando su otra mano para esposarlo, encontr¨® una sorprendente falta de resistencia por parte del criminal. "Ustedes no son polic¨ªas. Lo saben, ?verdad?" "Eh. Los polic¨ªas se est¨¢n extinguiendo de todos modos. Alguien tiene que hacerse cargo cuando eso suceda". Emris se encogi¨® de hombros. "Ahora descansa." Sin previo aviso, Emris golpe¨® la parte posterior del cr¨¢neo del Cr¨ªptido con la fuerza suficiente para que perdiese la conciencia, levantando el cuerpo sobre sus hombros antes de escoltarlo por la ciudad hasta el futuro hogar del ex-criminal. Debe haber sido bastante inc¨®modo para cualquier transe¨²nte ver eso, pero ser¨ªa una tonter¨ªa intervenir en el trabajo de un oficial, especialmente como civil. ? ? ? ? "Entonces ..." pregunt¨® Chloe, rompiendo el silencio con cautela. Tokken parec¨ªa haber relajado su cuerpo descansado en la hierba y, considerando su personalidad a¨²n desconocida, no pod¨ªa predecir su comportamiento cuando est¨¦ agobiado. "Si vamos a estar agrupados, ?puedo preguntarte cu¨¢l es tu objetivo de vida ...?". "?El m¨ªo?" Tokken se ri¨® entre dientes, su mano buscando ciegamente el pelaje una vez m¨¢s. "Depende del objetivo que pidas. ?Del tipo que me interesa o del tipo con el que parezco no tengo elecci¨®n?". Chloe tartamude¨® ligeramente, mirando a su alrededor para encontrar una respuesta a su contrapregunta. "Supongo ... ?Lo que quieras t¨²?". Abriendo los ojos para mirar el cielo oscurecido que luc¨ªa sobre ¨¦l, reflexionando, se tom¨® unos largos segundos para responder. "Lo ¨²nico que quiero es vivir una vida agradable. Una vida decente, donde pueda estar libre de preocupaciones por mi entorno. Quiero tomar el sol en el aire m¨¢s puro, en una caba?a que no est¨¦ destinada a caerse en pedazos en cualquier momento", dijo, so?ando despierto mientras levantaba los dedos hacia el cielo. "Prefiero no tener vecinos, si es posible. Pero si tuviera que tenerlos, desear¨ªa que fueran gente amable y decente. Gente que, como yo, viviese de las bondades de la naturaleza. No tendr¨ªan que ser samaritanos; simplemente de fiar. S¨ª ... entonces estar¨ªa satisfecho ". Inclinando la cabeza, Chloe sonri¨® t¨ªmida a sus deseos. M¨¢s tranquila, continu¨®. "?Y los dem¨¢s? ?Eres un hombre generoso? ?O prefieres s¨®lo tu liberaci¨®n personal?" Tokken se ri¨® levemente por su elecci¨®n de palabras, ofreci¨¦ndole una mirada. "Liberaci¨®n, ?eh? Supongo que la moral no se me escapa por completo. Aunque, a qui¨¦n le deseo esa libertad parece limitarse estos d¨ªas", admiti¨®, mirando a otro lado con una ligera verg¨¹enza ante sus propios pensamientos. "No te culpo, no creo", respondi¨® Chloe simplemente, para sorpresa del muchacho. "No ser¨ªa muy feliz con otras personas en tu lugar. Tu familia ... ?los extra?as? Debe ser tan aterrador estar tan lejos de ellos, sin saber c¨®mo ... lo siento, ya me callo". Chloe se silenci¨® a s¨ª misma, consciente de haber hablado m¨¢s de la cuenta. Para su propia sorpresa, se encontr¨® con una reacci¨®n, o m¨¢s bien la falta de ella, del chico. "No s¨¦ si es que la conmoci¨®n por mi p¨¦rdida no me ha llegado todav¨ªa, o si realmente no le doy la importancia que deber¨ªa. A menudo me he encontrado m¨¢s devastado por mi falta de sentimientos hacia su muerte que por la propia muerte ..." Tokken trat¨® de explicar, cerrando los ojos de nuevo. "Bueno ... ?los quer¨ªas?" Pregunt¨® Chloe. "Creo que s¨ª. Era muy joven cuando mam¨¢ y pap¨¢ fallecieron. La muerte de mi abuelo fue m¨¢s dolorosa, sinceramente. Fue m¨¢s reciente", respondi¨®, recordando el pasado. "Lo siento ..." se disculp¨® Chloe, bajando las orejas. "No tienes que sentirlo. Adem¨¢s¡­". Le sonri¨®, tratando de levantarle el ¨¢nimo. "Al menos puedo enfrentar el futuro con algo de apoyo. ?Con la dulce y dura Chloe, ning¨²n idiota entrometido se interpondr¨¢ en nuestro camino!" ¨¦l vitore¨®, acabando con el remordimiento de ella con una risita. Al acostarse, la pareja simplemente disfrut¨® de la paz que la naturaleza ten¨ªa para ofrecerles. Mientras Chloe se sent¨ªa cada vez m¨¢s somnolienta en la relajante cama de c¨¦sped, Tokken no pudo evitar verla dormirse con una sonrisa. No sab¨ªa exactamente a qu¨¦ tendr¨ªan que enfrentarse en el futuro, pero al menos, confiaba en que ten¨ªa una nueva raz¨®n para seguir luchando por un destino mejor. Quiz¨¢s no podr¨ªa construir el para¨ªso que anhelaba, pero sus logros ya no se cumplir¨ªan en soledad. La sola idea de que alguien estuviera dispuesto a poner su fe¡ªsu fe genuina e imparcial¡ªen ¨¦l era raz¨®n suficiente para mantenerse firme incluso cuando los vientos eran m¨¢s turbulentos. Con sus pensamientos concentrados, de repente se dio cuenta de que estaba sudando. ?Era el calor?. ?Eran los ¨²ltimos rayos del sol tan brillantes?. No, imposible. Estaba demasiado h¨²medo y fr¨ªo como para sudar por calor. ?Estaba nervioso?. ?Enfermo?. Al escuchar el chasquido de una ramita, Tokken sinti¨® que su respiraci¨®n se aceleraba y se entorpec¨ªa. Era como si s¨®lo el instinto pidiera ayuda a gritos, sin una amenaza inmediata. Despu¨¦s de girar lentamente hacia la fuente del ruido, se encontr¨® mirando hacia un ¨¢rbol. Nada m¨¢s que madera. S¨®lo madera y hojas. Madera, hojas, ramas ... Y un par de ojos verdes y brillantes mir¨¢ndolo fijamente. ? ? ? ? "- ?Supongo que no conocemos su punto de entrada?" ¡ªpregunt¨® el general de las Fuerzas Armadas, Kev, mientras se pasaba el pulgar por el ment¨®n, pensativo. "No. La patrulla a¨²n no ha encontrado ninguna pista; ?esos demonios! Y en un momento como ¨¦ste¡­ ", respondi¨® Alpha, el Jefe de Hombres con un bufido. "?Quiz¨¢s podamos forjar una alianza con ellos? ?Formar un pacto como en Korrhalege?" Fely, el Jefe de Medicina, ofreci¨®, levantando una palma a su sugerencia. "No te agobies. Esos bastardos estar¨¢n hartos de nosotros. No es propio de ellos ondear banderas blancas en medio de una redada", asumi¨® Hefesto, Jefe de Armas. "S¨ª ... ?Parece que nuestra suerte se est¨¢ acabando! General, ?c¨®mo est¨¢ funcionando el regimiento de entrenamiento?" Alpha pregunt¨®, exigi¨¦ndole una respuesta. Ante esto, Kev simplemente neg¨® con la cabeza. "Aunque muestran esp¨ªritu, siguen siendo demasiado impulsivos, se?or. Estoy seguro de que podremos prepararlos con tiempo, pero parece ser que no nos sobra ahora mismo". "Qu¨¦ terrible ... ?Crees que nuestras fuerzas los superan en n¨²mero?" Pregunt¨® Fely, preocupado. "La Diosa sabr¨¢. Nuestro enemigo se propaga como la p¨®lvora, y la reciente invasi¨®n de Emris no result¨® demasiado exitoso para descubrir alguna informaci¨®n valiosa", transmiti¨® Kev. "Al menos podemos decir que deber¨ªamos tener la mayor¨ªa de las bestias de la tierra, pero su n¨²mero disminuye en comparaci¨®n con el de los humanos", agreg¨® Alpha. Los cuatro l¨ªderes se pararon en la sala de planificaci¨®n, contemplando su acercamiento hacia la segunda amenaza que avanzaba. En medio de sus divagaciones, las puertas de la habitaci¨®n se abrieron cuando Emris entr¨®, la sangre coagulada por sus recientes batallas cubr¨ªa su atuendo. "Ah, habla del diablo y puede que venga", proclam¨® Alpha, dando la bienvenida a su antiguo compa?ero. "S¨ª, es una maravilla ..." Emris se ri¨® entre dientes, de pie frente a ellos. "Espero que no est¨¦s aqu¨ª para traernos malas noticias. ?Esa sangre es tuya?", pregunt¨® Fely, extra?amente indiferente a sus posibles heridas. "En parte. Mira, tenemos un problema. Los putos Erizos est¨¢n enloqueciendo por una operaci¨®n de env¨ªo anterior; no hubo muchos problemas, pero planearon un ataque contra m¨ª. Ten¨ªa pinta de ser para Corvus". Kev levant¨® una ceja. "?Y qu¨¦ te hace pensar que es algo m¨¢s que un asalto de picadura?". "Esa es la cuesti¨®n; trajeron a uno de los grandes del grupo. Esos tipos no asoman la nariz a menos que sea algo serio. Tal vez nos est¨¦n cazando", respondi¨® Emris, agitado. "?Era una cara familiar?", Fely pregunt¨®, poni¨¦ndose nervioso por la perspectiva. ¡°No, qu¨¦ va. Era un chaval. No pod¨ªa ser muy mayor¡±. Alpha dudaba, preguntando: "?C¨®mo podr¨ªa ser de una clase alta, entonces?". "Habilidad de combate. El chico tiene afinidad para la velocidad. Tambi¨¦n tiene doble empu?adura". "Genial ... m¨¢s ni?os molestos", refunfu?¨® Hefesto, agarr¨¢ndose la cabeza. "?C¨®mo de r¨¢pido es?", pregunt¨® Kev. "Lo suficientemente r¨¢pido como para apu?alarme cuando su ataque era m¨¢s obvio", revel¨® Emris. "Eso ... es r¨¢pido", espet¨® Fely, impresionado. Con un asentimiento, Alpha levant¨® la cabeza. ¡°Entonces, los Erizos est¨¢n levantando sus horribles semblantes... nos pilla en mal momento, debo decir. ?Supongo que te enteraste de la invasi¨®n de Yanksee?¡±. "?Yanksee? No", respondi¨® Emris simplemente, a lo que Hefesto solt¨® una risa falsa. "Viejo perro, t¨². ?Nuestro ej¨¦rcito no necesita ojos ciegos y o¨ªdos sordos!", exclam¨® el gigante, s¨®lo detenido por el gesto silencioso del Jefe de Hombres. "Ahora no es el momento de discutir. Parece que las estrellas mismas se han alineado de una manera bastante inconveniente; podr¨ªa ser un gran problema. Y con los Carmes¨ªes avanzando desde el norte ... ?no necesitamos esto en un momento como este! Yanks¨ªes al este, y ahora una amenaza entre los nuestros?", Alpha tambi¨¦n exclam¨®. "Lo ten¨ªamos claro ya desde hace rato", Emris se encogi¨® de hombros, resoplando. "Lo hemos estado pidiendo". Alpha levant¨® la cabeza y mir¨® a Emris con una mezcla de insatisfacci¨®n y curiosidad. "Espero que no afirmes que nuestras acciones son inaceptables¡ª¡ª", pregunt¨® el Jefe de Hombres, antes de ser interrumpido cuando las puertas se abrieron una vez m¨¢s. Un soldado, completamente equipado con una versi¨®n gris de la armadura t¨ªpica estilo astronauta del Sindicato, conocida como traje Nynx, entr¨® con un ni?o y un Aullador de pelaje blanco a cuestas. Si bien la expresi¨®n del soldado estaba completamente oculta, los dos que estaban a su lado estaban aterrorizados, jadeando despu¨¦s de correr una buena distancia. "?Chicos¡ª! Jah... ?vimos algo afuera ...!", exclam¨® Tokken entre respiraciones profundas. Hefesto de inmediato dej¨® caer su cara contra la mesa cuando vi¨® a los dos, decidiendo que la superficie de la madera era m¨¢s atractiva que sus rostros. Mientras tanto, los otros Jefes y Emris volvieron hacia ellos. "Perdonad, se?ores. Estos j¨®venes insistieron", explic¨® el soldado. "Disculpado", Alpha asinti¨®, el soldado hizo una reverencia antes de salir de la habitaci¨®n. "Expl¨ªcate, chico," presion¨® Emris, con el brazo sobre el respaldo de su asiento. "?Vimos algo sospechoso afuera! ?Estaba en un ¨¢rbol!", inst¨® Tokken, Chloe tratando desesperadamente de hablar a trav¨¦s de su timidez. Para ser justos, aparte del m¨¦dico, los hombres no eran los m¨¢s accesibles. Incluso el m¨¦dico le pareci¨® sospechoso. "?D¨®nde?", pregunt¨® Fely, sintiendo su urgencia. "?Afuera!". Pasaron unos momentos de silencio mientras los componentes del grupo de ¨¦lite se miraban los unos a los otros, excluyendo al herrero dormido, antes de que Emris finalmente rompiera el silencio. "Probablemente sea s¨®lo uno de los Cr¨ªptidos m¨¢s sigilosos practicando". "?Nos estaba mirando!". "Ser¨¢ alg¨²n bromista, probablemente. Nadie es tan idiota como para acercarse tanto al edificio". "?Fue ... fue tan jodidamente espeluznante! ?Maldita sea! ?Quiero encontrar a ese bastardo sombr¨ªo de ojos verdes!", Tokken grit¨®, sinti¨¦ndose cada vez m¨¢s avergonzado por sus preocupaciones. Mientras el adolescente continuaba resoplando, estaba a punto de preguntar sobre una bestia que cumpl¨ªa con sus descripciones cuando se dio cuenta de que el ambiente de la habitaci¨®n hab¨ªa cambiado. Emris y Alpha se hab¨ªan puesto en pie y Hefesto hab¨ªa levantado la cabeza mientras miraban al chico intensamente. "?Ojos verdes?", pregunt¨® Emris. "Uhm ... ?s¨ª?", Tokken respondi¨®, algo preocupado. "?Por qu¨¦?". "?Le brillaron los ojos ...?", Fely cuestion¨®, preocupado por la posibilidad. "Si¡±. "?Cuerpo extra?o?", Kev interrog¨®, temiendo la probable respuesta. "?S¨ª, s¨ª, s¨ª! ?Por el amor de Victus, ?qu¨¦ pasa?", Chloe finalmente grit¨®, frustrada por su vaga preocupaci¨®n. Ante esto, otra ola de silencio golpe¨® la habitaci¨®n mientras los veteranos se sumerg¨ªan en pensamientos profundos. Emris, entre todas las personas, parec¨ªa desinflarse. Con una inhalaci¨®n lenta, seguida de una exhalaci¨®n temblorosa, el brigadier grit¨® con una irritaci¨®n atronadora, lo que provoc¨® que los dos j¨®venes, el m¨¦dico e incluso el herrero se estremecieran. Su voz era rotundamente resonante. "??Todo el maldito mundo est¨¢ tratando de matarnos ?!". "Estamos en el interior, Emris. No hace falta gritar", Fely trat¨® de calmar, agitando sus manos en el aire con dulzura. Haciendo caso omiso de sus palabras, Emris exigi¨®. "Kev, dame una pistola". "No te enfrentes a ellos solo, Emris", afirm¨® Kev, imponiendo su estatus a su subordinado. "No voy a lastimar un alma. S¨®lo estoy enviando un mensaje", escupi¨® el brigadier, irrumpiendo de la habitaci¨®n. "?Alguien nos va a poner al corriente ...?", pregunt¨® Tokken, levantando una mano torpemente. Volvi¨¦ndose a sentar con un suspiro, Alpha habl¨®. "S¨ª, hijo. La criatura que probablemente viste fue lo que llamamos Camaleones. Son criaturas de aspecto miserable; el boceto m¨¢s chapucero de la Madre Victus. Prosperan en ¨¢reas h¨²medas y pantanosas, y son cazadores ¨¢vidos pero t¨ªmidos", comenz¨® explicando. Debido a la palabra ''t¨ªmidos'', Chloe ya sinti¨® un poco de simpat¨ªa por ellos, sent¨¢ndose en cuclillas mientras se concentraba. "Son navegadores expertos. Muy buenos trepadores tambi¨¦n. Pero su caracter¨ªstica principal es su capacidad para imitar perfectamente la apariencia y la voz de cualquier persona que vean y escuchen", continu¨® Alpha. "?Eso es incre¨ªble! ?Es tan ¨²nico¡ª¡ª!" Chloe elogi¨®, para diversi¨®n de Tokken. "Bueno, en verdad, Emris puede hacer algo similar. Pero es incompetente con ello; un total indiscreto". "Qu¨¦¡ª¡ª". "?Sin embargo! Esas criaturas fueron acogidas y domesticadas por el grupo rebelde m¨¢s grande de esta regi¨®n. Los infames Moradores del Bosque". Ante esto, Tokken no pudo evitar preguntar: "?Grupos rebeldes ¡­ ?". "Desafortunadamente, el Sindicato no tiene la mejor reputaci¨®n debido a nuestras generaciones anteriores. Es lamentable, pero incluso ahora es algo problem¨¢tico ...", Fely revel¨®, la honestidad llenando cada palabra. "Creo que deber¨ªamos dejar al chico tranquilo, Fely", intervino Kev, d¨¢ndole al doctor una mirada cuidadosa. "S¨ª, tienes raz¨®n. Pido disculpas. Por favor, olv¨ªdate de lo que dije", pidi¨® el Jefe de Medicina, inclin¨¢ndose ante el adolescente y su compa?era. "Uhm ... ?seguro ...? ?No deber¨ªa preocuparme por eso?", pregunt¨® Tokken. "Est¨¢ en el pasado ahora, jovenzuelo," Alpha trat¨® de convencerle, su voz regia llenando los o¨ªdos de los dos. Fely se puso de pie y se llev¨® sus documentos mientras caminaba hacia la puerta. De espaldas a sus co-l¨ªderes, habl¨®. "Perdonadme, pero no puedo permitir que Emris se vaya solo esta noche. No deseo imaginar la idea de que trabajar¨¢ hasta la muerte". Con su excusa, Fely hizo una salida abrupta, dejando a sus compa?eros algo aturdidos. "Me har¨¦ honor a m¨ª mismo y tambi¨¦n har¨¦ mi salida. Es tarde. Un anciano necesita dormir, ya sabes", habl¨® Hefesto, poni¨¦ndose de pie con sus propias pertenencias antes de caminar hacia la puerta. "Alpha, hablaremos ma?ana", record¨®, antes de irse tambi¨¦n. Al ver a los dos irse, Kev no pudo evitar suspirar. "Se?or". "?S¨ª?", Alpha respondi¨®. "?Deber¨ªa intentar eliminar la inyecci¨®n de Yanksee? Tal vez si puedo cerrar la fuente, se retrasar¨¢n un poco". "No, hombre. Es mejor que enfrentemos nuestro destino al un¨ªsono. Me niego a quedarme de brazos cruzados mientras destruyen nuestra gran tierra", dijo el Jefe de Hombres, sombr¨ªo pero con una extra?a determinaci¨®n. "En los pr¨®ximos tres soles, necesito que entrenes bien a nuestras tropas. No podemos permitir que nuestro enemigo se agrupe en exceso; ralentizaremos su avance con nuestras fuerzas fronterizas en la cuarta luna. ?Entendido?". Con una mueca ante la idea de poner en peligro al noble rey en la batalla, el general simplemente se inclin¨®. ¡°S¨ª, se?or. Me apresurar¨¦ en su entrenamiento. Tienen tiempo suficiente para aprender algunos trucos, al menos¡±. Kev acept¨®, volvi¨¦ndose hacia la puerta tambi¨¦n. ¡°A mis camaradas les conviene que mantenga la sensatez. Descansar¨¦. Buenas noches, se?or", dese¨® el general, dejando en la habitaci¨®n a los tres. "Bien ..." comenz¨® Alpha, mirando a los dos j¨®venes silenciosos que estaban a segundos de excusarse tambi¨¦n. "Discutamos por fin, Se?or Tsuki". Capítulo 6: Los Moradores Mhaieiyu Arco 1, Chapter 6 Los Moradores Una repentina sensaci¨®n de peso se presion¨® sobre la espalda del chico mientras miraba a Alpha, sorprendido por su pregunta. El ambiente en la habitaci¨®n se hizo tan denso que hasta Chloe dej¨® caer sus orejas. Tokken no pudo evitar mirar en otra direcci¨®n diferente a los ojos del noble; las paredes, la puerta, las mesas, los tablones de anuncios llenos de documentos y planos desconocidos... "?Supongo que estar¨¢s m¨¢s interesado en mi familia ...?", asumi¨® Tokken, verbalizando sus pensamientos. "No, s¨®lo un poco", Alpha asinti¨®, enderezando su espalda contra la silla con adem¨¢n formal. ¡°?C¨®mo llegaste tan lejos, chico? ?Lo hiciste honestamente?". Levant¨® la cabeza y le fij¨® una mirada casi acusadora. "No soy un criminal, si eso es lo que est¨¢s preguntando ... S¨®lo viv¨ª", respondi¨® Tokken, encogi¨¦ndose de hombros con una ligera incomodidad. ¡°S¨ª, sin duda. Pero no hay ninguna posibilidad de que hayas cruzado la frontera sin previo aviso y menos a¨²n que hayas sobrevivido en Las Afueras por ti mismo¡±. "... No siempre estuve solo, supongo". Alpha mir¨® al chico con curiosidad, rasc¨¢ndose la barbilla. "Mi abuelo estuvo conmigo durante unos a?os". "?Sobrevivi¨®, dices?" ¡°S¨ª¡­ una vez que vi¨® el caos que tuvo lugar tras el asesinato de mis padres y sus compa?eros de trabajo, traslad¨® lo que quedaba del linaje a una caba?a en el bosque. Yo era ni?o en aquel momento, por lo que lo tengo ya todo borroso", Tokken explic¨®, cerrando los ojos para pensar. A pesar de sus palabras, frunci¨® el ce?o ante sus pensamientos. ¡°Mi abuela muri¨® poco despu¨¦s. Enfermedad y conmoci¨®n, creo que fue". ¡°Ah, una terrible desgracia, muchacho. No quiero entrometerme, pero...". ¡°Necesito desahogarme. S¨ª, no te preocupes ", intervino Tokken, agitando la mano mientras acariciaba al disgustado Aullador a su lado. ¡°Fue bastante duro, pero supongo que a mi ¡®yo¡¯ m¨¢s ni?o realmente no le importaba. Siempre que ten¨ªa comida en mi plato y un techo sobre mi cabeza, asum¨ª que todo iba a salir bien. Mi abuelo me ense?¨® a cazar, aunque nunca me gust¨® sacrificar animales. Era arriesgado, pero ¨¦l ten¨ªa una escopeta por si acaso, y viv¨ªamos en una zona relativamente tranquila. Tuvimos ... suerte, incluso despu¨¦s de todo eso ". Tokken se ri¨® entre dientes, sacudiendo la cabeza con leve regodeo. Alpha casi se ri¨® entre dientes, pero fue lo suficientemente inteligente como para no hacer un chiste de los recuerdos del chico. Seguramente, el ni?o comprend¨ªa ahora la magnitud de su propia desgracia. Y, sin embargo, hab¨ªa logrado forjar un escudo emocional lo suficientemente potente como para impedirle volverse loco. Era asombroso presenciar a un muchacho tan joven y puro actuar con tanto descuido ante un incidente tan espantoso. Sin duda, pensar en ello ahora har¨ªa que se derrumbara su coraz¨®n m¨¢s humilde y maduro, ?no?. Mientras estos pensamientos se desencadenaban en la cabeza del viejo l¨ªder monarca, Tokken platic¨® una vez m¨¢s. ¡°Por supuesto, cuando muri¨® mi abuelo me tuve que enfrentar a la realidad. Muri¨® en paz; agradezco eso al menos. Supongo que no pod¨ªa esperar m¨¢s para ver a su mujer, ?eh?¡±. A esto, Alpha sonri¨®, cerrando los ojos con comprensi¨®n. "No se puede culpar a un alma vieja por desear un respiro, ?eh?". "No, en absoluto. El tonto codicioso¡±, brome¨® Tokken, ilumin¨¢ndose por unos momentos. Al elegir sus palabras, el muchacho sinti¨® que su cabeza pesara, continuando. ¡°Por supuesto, un ni?o solo est¨¢ jodido sin gu¨ªa. Especialmente alguien tan pat¨¦tico como yo. As¨ª que, despu¨¦s de un tiempo de vivir de las migajas que pude encontrar, finalmente decid¨ª que me hab¨ªa hartado". Alpha levant¨® la cabeza a sus palabras, escuchando con atenci¨®n. Chloe le dirigi¨® una mirada asustada por el fondo que pod¨ªan tener sus palabras. ¡°Ni siquiera yo podr¨ªa tolerar tanto tiempo la falta de contacto humano, ?sabes?. Sent¨ª que morir¨ªa de hambre tarde o temprano, as¨ª que empaqu¨¦ lo poco que pod¨ªa llevar y por fin dej¨¦ atr¨¢s esa vieja caba?a. Finalmente abandon¨¦ aquello que mi familia me hab¨ªa facilitado. No mentir¨¦, esperaba morir m¨¢s r¨¢pido. Nunca me hubiera imaginado que huir de unos lobos me llevar¨ªa directo hacia aquel pueblo. Victus ... deb¨ª de correr millas. Sent¨ª que mis piernas se romper¨ªan si me atreviera a dar otro paso. Me derrumb¨¦ tan pronto como llegu¨¦ a los caminos de tierra. Alguien debi¨® haberme encontrado, porque los perros no se llevaron cena esa noche¡±, concluy¨® Tokken, sus palabras no hicieron mucho para calmar al atribulado canino. "No me imagin¨¦ ..." murmur¨® Chloe, mirando al humano con una perspectiva completamente nueva. "Pens¨¦ que los humanos lo ten¨ªan m¨¢s f¨¢cil ..." "Ni un alma lo tiene, me temo", murmur¨® Alpha, abriendo los ojos para encontrar la mirada del chico. El viejo estaba en lo correcto. Este chico realmente era un Tsuki; el colmo de la suerte. "Y entonces, los aldeanos te prestaron ayuda para vivir, me imagino". ¡°S¨ª, gracias a la Diosa, ese desfile termina ah¨ª. Honestamente, no hay mucho m¨¢s que contar ". Tokken suspir¨®. "?Y qu¨¦ hay de la joya familiar?", cuestion¨® Alpha, enfocando su mirada en el chico. "Sab¨ªa que me preguntar¨ªas ... cuando mi padre muri¨®, lleg¨® a m¨ª naturalmente". "Ah, los truquillos me confunden a veces", admiti¨® Alpha, riendo para s¨ª mismo. "?Asumo que tendr¨¢s tus propias preguntas, entonces?". ¡°S¨ª¡­ Quiero saber qu¨¦ diablos es la Energ¨ªa Oscura. Y qu¨¦ son los Carmisioneros. Y sobre el Sindicato ¡­¡±. "?Las preguntas de una en una, chico!", Alpha exclam¨®. "S¡ªS¨ª lo siento, cierto", Tokken se disculp¨®, aclar¨¢ndose la garganta para calmar sus nervios. "Entonces, comencemos con tu conocimiento sobre mi familia". ¡°Tu familia, ?eh? Es curioso que t¨² no lo supieras, pero sin duda no te habr¨ªan dicho demasiado a tu edad¡±, reconoci¨® Alpha, asintiendo con la cabeza, pensativo. "Los Tsukis eran los orgullosos propietarios de una de las empresas de sastrer¨ªa m¨¢s conocidas en el comercio". ¡°Hasta ah¨ª llego. Quiero las otras partes¡±, Tokken detuvo al hombre real, algo impaciente. ¡°De acuerdo. Eran bien conocidos por su oficio, as¨ª como por su interminable racha de buena fortuna ... pero tambi¨¦n eran conocidos por sus negocios m¨¢s sucios y sus conspiraciones misteriosas. Al parecer, pagaron a los Erizos para que hicieran trabajos ¡®fr¨¢giles¡¯, digamos, as¨ª como para evitar robos con compensaciones financieras. Tampoco falta la posibilidad de que podr¨ªan haber trabajado con esos perros para debilitar a la competencia. Se rumorea que tu bisabuelo incluso podr¨ªa haber hecho tratos con los Carmes¨ªes para mantener indefinidamente su imperio¡±, explic¨® Alpha, con sinceridad en sus palabras. "Eso ... suena dif¨ªcil de creer, pero siempre fueron bastante opacos conmigo..." reflexion¨® Tokken. Con un suspiro, Alpha mir¨® el cintur¨®n de Tokken. "S¨ª, eso explicar¨ªa el origen de tu arma, muchacho". ¡°Y estos Carmisioneros. ?Qui¨¦nes son? Vienen aqu¨ª para atacar de nuevo, ?verdad?¡±. ¡°Es lamentable, pero s¨ª. Los Carmes¨ªes son un enigma para todos nosotros. Han sido enemigos del hombre desde tiempos no escritos. Desean la aniquilaci¨®n de todo lo que hemos construido; para restablecer todo lo que existe en la imagen del Dios Envidioso, con la ayuda del Rey de Ojos Joya". ? ? ? ? ¡°?Emris! ?Maldita sea, ah¨ª est¨¢s! ", grit¨® una voz suave pero frustrada a trav¨¦s de los amplios y oscuros pasillos de la Instalaci¨®n. El veterano de combate, impulsado por la ira, se detuvo, exhalando por la nariz como un toro. Volviendo la cabeza ligeramente hacia el m¨¦dico que se acercaba, Emris casi sent¨ªa ganas de alejarse ya en cualquier direcci¨®n. La paciencia no era su mayor virtud, y su sangre hirviendo la hac¨ªa a¨²n m¨¢s escasa de lo habitual. "?Qu¨¦ quieres?", ladr¨® Emris, en una demanda m¨¢s que en una pregunta, reiniciando sus pasos aunque con un ritmo m¨¢s lento. Finalmente, llegando a su costado, Fely habl¨® entre respiraciones trabajosas. ¡°??Cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que dormiste, loco?! ?Tienes idea de lo perjudicial que podr¨ªa ser para alguien de tu edad ¡­?¡±. "Voy. ?No escuchaste? No voy a meterme en ning¨²n jaleo¡±, interrumpi¨® Emris, mirando hacia adelante. "?Y te esperas que crea que tu naturaleza obstinada no te meter¨¢ en problemas?". "S¨ª" ¡ªdesafi¨® Emris¡ª"Esa es la apuesta". ¡°?Ser¨¢s! ?A qui¨¦n pretendes enfrentarte solo?¡±, Fely exigi¨®, exasperado. ¡°A los Moradores. Despu¨¦s tal vez con Yanksee, si me veo con ganas ". ¡°??Tienes la intenci¨®n de enfrentarte a los Moradores sin ayuda alguna, mientras ya te est¨¢s ahogando y no das abasto con lo que tienes encima?! ?De verdad esperas que Zylith quiera escuchar a un ¨¦lite del Sindicato? Asumiendo que ni Ezequiel ni Minnota te destrocen, claro¡±. "S¨ª". "Nada de lo que diga va a cambiar tu rumbo, ?verdad?". "No". "Entonces, al menos ll¨¦vate a Erica y a Corvus contigo", presion¨® Fely, desesperado. Emris se detuvo en seco y se volvi¨® hacia el m¨¦dico. "?Y si no lo hago, me vas a detener?". "... ?Qu¨¦ te est¨¢ pasando estos d¨ªas?". ¡°Esto no requiere m¨¢s que un hombre. Soy capaz de arregl¨¢rmelas solo; Yo me ocupar¨¦ de esto ". Ver a Emris partir con tanta determinaci¨®n y rencor a la vez le dio a Fely una leve sensaci¨®n de incomodidad. Por desgracia, incluso ¨¦l sab¨ªa que su posici¨®n no significaba nada en absoluto para el obstinado Guardi¨¢n. El poder a menudo volv¨ªa arrogante al individuo, y esa arrogancia era su debilidad m¨¢s com¨²n. Por supuesto, ese mismo poder tambi¨¦n dificultaba guiar o forzar la comprensi¨®n del mismo, por lo que los ignorados a menudo eran incapaces de transmitir el mensaje. Fely se encontr¨® sin otra opci¨®n que reunir personalmente sus refuerzos, sac¨¢ndolos de sus habitaciones en medio de la noche. "Me disculpo por la tardanza, pero temo los resultados de su imprudencia", se disculp¨® el m¨¦dico, haciendo una reverencia a los dos subordinados a los que hab¨ªa llamado a atenci¨®n. Al teniente Corvus, considerado la Espada del Guardi¨¢n, se hab¨ªa encomendado desde su nacimiento que ayudar¨¢ al agobiado protector de su generaci¨®n. Asignarle este encargo a tales horas de la noche hab¨ªa sido desafortunado, pero su destino le empujaba a hacerlo. Junto a ¨¦l estaba Erica, una lancera Celestial que vest¨ªa una armadura extra?amente dise?ada, con puntas de escama. Ella ten¨ªa media cabeza menos de altura que su compa?ero, pero no por ello era menos temible. Lo ¨²nico que le imped¨ªa parecer completamente letal era una delicada sonrisa que destacaba en su rostro expuesto, adornado por mechones desordenados de cabello rojo visibles por fuera de su yelmo de apariencia romana. ¡°No se estrese, doctor. El Guardi¨¢n se est¨¢ portando mal, as¨ª que nada nuevo, ?verdad?¡±, dijo Erica con calma. "Precisamente. Apresur¨¦monos; No querr¨ªa perderme el descanso. No en tiempos como los nuestros¡±. Corvus asinti¨®, emitiendo una risa contenida. "Ven. Estoy seguro de que unos tragos ayudar¨¢n a calmar su temperamento". Levantando la cabeza para recibirlos con una suave sonrisa, Fely dio un ¨²ltimo saludo antes de que los dos soldados alados desplegaran sus alas y despegaran hacia la noche con un vigor apresurado. "Realmente te gusta tu charla elegante, ?eh?", Erica solt¨® una risita, alzando la voz para ser escuchada a pesar del viento que pasaba. Corvus tarare¨® para s¨ª mismo. "Verdad. Podr¨ªa intentar un enfoque menos r¨ªgido, pero no ser¨ªa tan majestuoso para los caminantes de la tierra. Se supone que somos la gracia viviente, ?o es que no lo ves?¡±. "Estoy de acuerdo totalmente. Es curioso c¨®mo nos ven. Tambi¨¦n un poco vergonzoso ". Erica solt¨® una risita. "Eso tambi¨¦n," Corvus sonri¨® para s¨ª mismo. Se?alando hacia la tierra, exclam¨®. ¡°?Nos acercamos a Las Afueras! Territorio de los habitantes del bosque ". "Uf ... ?est¨¢s nervioso?". "Ciertamente son bastante potentes, pero mientras no agitemos el nido de avispas, estaremos bien", reconoci¨® Corvus, sombr¨ªo. "?Oh? ?Acaso reduces la fuerza de nuestra raza debajo de ellos? ", pregunt¨® Erica, sonriendo jocosamente. Corvus se volvi¨® hacia ella y arque¨® una ceja. "?Y dices t¨² que la arrogancia es una debilidad?". Erica se ri¨®, volando frente a ¨¦l mientras se deslizaba hacia atr¨¢s. "S¨®lo estaba preguntando, tonto", brome¨®, encogi¨¦ndose de hombros. ¡°No miento cuando digo que no entiendo c¨®mo no hemos derrotado a estos tipos ya. Su tecnolog¨ªa es primitiva ". "Me irrita decirlo, pero son expertos en las artes de la magia y el sigilo", refut¨® Corvus. ¡°?Pero sabemos d¨®nde viven? ?Por qu¨¦ no simplemente asaltarlos?¡±, Ofreci¨® Erica. ¡°El mismo problema que con Korrhalege. Los soldados se ponen nerviosos cuando se api?an contra enemigos que no pueden ver. O, en el caso de Korrhalege, contra aquello a lo que temen". Al escuchar esto, Erica suspir¨®. "?Cuchillas sucias?" ¡°Cuchillas cubiertas de mierda. Si s¨®lo te rozan aunque sea una vez, es mejor que te prepares para enfrentarte a un final bastante espantoso. No podemos permitirnos enviar al campo a nuestros cada vez m¨¢s escasos m¨¦dicos".The author''s content has been appropriated; report any instances of this story on Amazon. ? ? ? ? Emris hac¨ªa mucho tiempo que hab¨ªa entrado en estos bosques cubiertos de vegetaci¨®n, dise?ados intencionalmente de manera que evitaran que ojos ajenos se entrometieran en los asuntos de los Moradores. El veterano murmur¨® blasfemias para s¨ª mismo mientras se separaba de la densa flora que ayudaba a impedir su entrada. Incluso mientras miraba hacia las marquesinas, observando c¨®mo los guerreros silenciosos de esta facci¨®n rebelde observaban cada uno de sus movimientos, desapareciendo moment¨¢neamente mientras navegaban con habilidad por las copas de los ¨¢rboles para vigilarle, sigui¨® adelante, sin sentir mucho m¨¢s que irritaci¨®n por el comportamiento asustadizo y desagradable hacia ¨¦l. No ser¨ªa del todo inusual, considerando su reputaci¨®n ante este peque?o reinado. Cuando finalmente lleg¨® a la entrada del pueblo primitivo que llamaban suyo, fue detenido por un peque?o grupo de asesinos encapuchados y con trajes de ghillie. Uno en particular era demasiado familiar, su capucha no cubr¨ªa su cabeza lo suficiente como para ocultar su reconocida identidad. "Alto, forastero", orden¨® el legendario Centinela de los Moradores, con la mano apoyada en la hebilla de su vaina. ¡°''Epa, Ezequiel. Es bueno ver que todav¨ªa est¨¢s lleno de vida¡±, salud¨® Emris, sonriendo con arrogancia. ¡°?Te importar¨ªa apartarte? Me da que tu matriarca est¨¢ cometiendo un gran error ". "?Te dirigir¨¢s a ella con educaci¨®n para empezar, ins¨®lito!", demand¨® uno de los lacayos, levantando un hacha de guerra como advertencia. "?Ehh?", Emris se burl¨®, enderez¨¢ndose como para imponer su presencia. Con sonrisa de borracho, respondi¨®. ¡°S¨ª, cuando aprenda a comportarse. Deja esa cosa antes de que te mates con ella". ¡°?Viniste aqu¨ª para hacer amenazas, Sindi? ?A qu¨¦ prop¨®sito vienes?", pregunt¨® Ezequiel, entrecerrando los ojos ante el intruso. Agitando la mano ante sus demandas, Emris se ri¨® entre dientes. ¡°Eh, estoy aqu¨ª por la chica. Se trata de sus decisiones inoportunas con respecto a la eh ... ¡®invasi¨®n¡¯ de nuestras regiones. ?Asumo que te enteraste? Los Carmes¨ªes est¨¢n haciendo camino hacia el sur mientras hablamos". Al escuchar esto, el Vigilante baj¨® la mirada pensativo. ¡°No nos sentimos involucrados con esos demonios. Creo que ahora es el momento perfecto para pisotear tu pa¨ªs ". "Oye, mu¨¦rdete esa lengua", gru?¨® Emris, acerc¨¢ndose al Vigilante antes de agarrarle por la solapa para imponerse. Este acto imprudente caus¨® una conmoci¨®n entre los lacayos; sin embargo, se calmaron ante el gesto del h¨¢bil esgrimista. ¡°Son un problema tan grande para ustedes como lo son para nosotros, as¨ª que qu¨ªtate del medio ¡±, exigi¨® el veterano. Ver al hombre frente a ¨¦l actuar tan descuidadamente hizo que el Vigilante contuviera el aire con frustraci¨®n. Soltando su agarre con un tir¨®n, finalmente disminuy¨® su propio agobio, antes de abrir un espacio para su entrada. "?Lo vamos a dejar entrar, jefe?" pregunt¨® uno de los Moradores. "Si. D¨¦jelo hablar con la Reina. No hay nada que temer; de todos modos no podr¨ªa hacernos nada", se burl¨® Ezequiel, mirando al veterano mientras pasaba junto a ¨¦l con un gru?ido. Emris ya se estaba quedando sin paciencia y decidi¨® no replicar a su burla. De poco le servir¨ªa para lo que ten¨ªa que hacer; provocar una conmoci¨®n ahora que se le hab¨ªa permitido entrar con tanta indulgencia ser¨ªa simplemente infantil. Y, a decir verdad, incluso en su estado, cabreado y arrogante, sab¨ªa que intentar derribar este lugar sin ayuda de nadie, le har¨ªa aterrizar la cabeza en una estaca decorativa. Con las manos en los bolsillos, Emris mir¨® a su alrededor mientras caminaba. El pueblo era ciertamente un lugar tranquilo y humilde; un espacio amplio, rodeado de paredes de madera con varias caba?as primitivas, puestos comerciales y otras instalaciones forjadas con varias maderas, palos, hojas y similares. En el extremo m¨¢s alejado de la entrada, en lo alto de una peque?a colina que dominaba la ciudad, se encontraba la m¨¢s ex¨®tica de todas las chozas; el sal¨®n del trono. Mientras pasaba, el brigadier no pudo evitar respirar profundamente, disfrutando del aire reconfortante que la abundante vegetaci¨®n ofrec¨ªa tan generosamente. Mientras lanzaba miradas a los que pasaban, pronto se dio cuenta de lo mucho que destacaba ¨¦l en este pueblo. Si bien la gente del lugar era consciente de la vasta tecnolog¨ªa que se hab¨ªa construido desde tiempo atr¨¢s, visible en todas direcciones, en cambio ellos prefer¨ªan la humilde simplicidad de la naturaleza. Dicho esto, sus cuchillas agresivamente afiladas y sus t¨¢cticas letalmente silenciosas no eran nada de lo que burlarse, ya que eran conocidas por derribar a grupos de oficiales vestidos de Nynx en silencio como deporte. Al pasar por un ¨¢rea de entrenamiento improvisada, no pudo evitar sonre¨ªr por los primeros pasos del joven en el mundo del combate. Casi parec¨ªa imposible que esos ni?os alegres y orgullosos se unieran alg¨²n d¨ªa a los soldados de esta imponente Rebeli¨®n. Al llegar al pie de las escaleras que conducen al trono, Emris pas¨® junto a muchos guardias que se mostraban protectores junto a su soberana, protegi¨¦ndola a toda costa. Aunque la mayor¨ªa estaba mirando fijamente al veterano, este no parec¨ªa demasiado atemorizado por sus miradas amenazantes. No estaba aqu¨ª para pelear, y mostrar cualquier tipo de debilidad no le servir¨ªa de nada al enfrentarse a la obstinada realeza que regentaba este Reino en miniatura. Elevada en lo alto del trono de caoba estaba sentada la pensativa Reina de los Moradores del Bosque, Zylith, mientras su guardaespaldas m¨¢s cercano permanec¨ªa de pie protegi¨¦ndola a unos metros de distancia. Un guardaespaldas que ciertamente parec¨ªa fuera de lugar; su cuerpo parec¨ªa m¨¢s parecido a una ni?a que a un guerrero empe?ado en proteger a su empleador. Si bien su cuerpo en miniatura ayudaba poco para imponer, el hacha gigantesca con forma de ¨¢guila contra la que se apoyaba ciertamente lo hac¨ªa. El hecho de que alguien de su estatura pudiera empu?ar tal arma era desconcertante, pero el min¨²sculo motor a reacci¨®n incrustado en el extremo romo del hacha probablemente daba la respuesta. Este hacha, al igual que ¨¦l, no encajaba en absoluto en una aldea tan primitiva. Robado, sin duda. "Zylith", dijo Emris, rompiendo el hilo de pensamiento que deb¨ªa haber formulado la monarca. Antes de que pudiera pronunciar una palabra, el peque?o cuerpo de la chica a su lado se puso en movimiento, de pie entre los dos. ¡°Woah woah. ?Qui¨¦n diablos eres t¨², habl¨¢ndole as¨ª? No sois amigos, ?sabe? retrocede y vuelve una vez que hayas aprendido algunos modales, Syndie¡ª¡ª¡±. Ante sus divagaciones, Emris no pudo evitar sonre¨ªr ampliamente y soltar un bufido. "Siempre olvido lo peque?a que eres, Minnota", se ri¨®, se?al¨¢ndola mientras miraba a Zylith. "Realmente has elegido bien a esta payasa, ?eh?". "??PAYASA?! ?Deber¨ªa aplastarte ahora mismo, escoria!¡±, Minnota se quej¨®, golpeando el pecho de Emris en se?al de protesta, con poco efecto. Levant¨¢ndose de su asiento, la joven y serena autoridad intervino, su voz madura y sabia. ¡°Ya es suficiente, Minnota. Si un Brigadier del Sindicato vino hasta aqu¨ª, estoy segura de que no es para juegos ociosos ". ¡°Muy r¨¢pida, Zylith¡±, murmur¨® Emris, haciendo crujir su cuello. "Nosotros uh ¡­ hemos notado que has estado pendiente de nosotros ¨²ltimamente". Ante esto, Zylith no pudo evitar suspirar. Tan competentes como eran sus Camaleones especializados en sigilo, su intelecto mixto a menudo los hac¨ªa impredeciblemente eficientes. Al ver a la chica que arrastraba el hacha regresar a su puesto a rega?adientes, la soberana no pudo evitar sonre¨ªr con picard¨ªa. "Durante las ¨²ltimas semanas, s¨ª", admiti¨®. Rechinando los dientes, el tono de Emris se volvi¨® m¨¢s serio. ¡°Te sugiero que pares¡±. "?Qu¨¦ ventaja ofrecer¨ªa eso?", replic¨® ella, arqueando una ceja ante su sugerencia. ¡°No podemos estar preocupados por tus pr¨®ximos movimientos en este momento. Tenemos problemas m¨¢s grandes, ?entiendes? Implica a los tuyos. Carmes¨ªes". Aunque las comunidades alejadas se disgustasen sobremanera entre s¨ª, su enemigo mutuo era aquel al que ambos ofrec¨ªan el mismo respeto y, al mismo tiempo, desd¨¦n. Con un bufido, la monarca cruz¨® las piernas y se apoy¨® en su mano, pensativa. A pesar de las noticias, ella parec¨ªa irritantemente inafectada. ¡°Entonces, los Rojos est¨¢n aqu¨ª una vez m¨¢s, ?eh? Nunca pens¨¦ que tendr¨ªa la desgracia de verlos dos veces en mi vida, lo admito". Zylith suspir¨®, sacudiendo la cabeza. "Eres demasiado joven para pensar as¨ª, princesa", brome¨® Emris, gan¨¢ndose un gru?ido de Minnota. "Ella es la reina, idiota", escupi¨® la ni?a con colmillos, su voz estridente y rabiosa. ¡°Eh, ''Reina'' no le queda bien. Demasiado gratuito¡±, respondi¨®, riendo diab¨®licamente. Respirando profundamente por un momento, como si se preparara para realizar una tarea sencilla, Minnota dio un paso adelante una vez m¨¢s. "Ya est¨¢. Me hart¨¦", pronunci¨®, repentinamente poniendo en movimiento el hacha gigantesca mientras la levantaba sobre su hombro, preparando un golpe. Antes de que pudiera terminar de activar el arma propulsada a chorro, una voz llam¨® desde cerca. ¡°?Woah, woah! Deja esa cosa, chiquilla ¡±, persuadi¨® la mujer ¨¢ngel, que acababa de aterrizar justo en medio del lugar m¨¢s protegido de la aldea oculta. Como si golpeara un nido de avispas. Erica no pudo evitar mirar con torpeza a su alrededor mientras guardias de varios tama?os preparaban sus lanzas, espadas y arcos en direcci¨®n hacia ella. "Buena Diosa ... ?Podr¨ªas actuar sin tanta torpeza?", agreg¨® Corvus, que aterriz¨® menos agresivamente cerca de ella. "Yo dir¨ªa que mis impulsividad es mi mejor cualidad", se?al¨® Erica con orgullo. "Tu ''mejor cualidad'' es una mierda", se quej¨® Emris, ahuecando su rostro entre sus palmas. En un mundo de raz¨®n y tranquilidad, uno no esperar¨ªa que una entrada impetuosa valiese m¨¢s que unas pocas miradas inc¨®modas de sus compa?eros de trabajo y rivales; al igual que un empleado que llegase quince minutos tarde a una reuni¨®n que est¨¢ en marcha, y se viese obligado a escurrirse en el grupo mientras trataba de evitar las miradas de infarto de quienes lo rodeaban, en particular de la persona que hab¨ªa estado hablando tan suavemente hasta ese mismo momento. Por supuesto, cuando se considera una ciudad llena de gente primitiva que se las hab¨ªa arreglado para permanecer en pie contra un vasto imperio con un siglo de avance en tecnolog¨ªa, uno esperar¨ªa al menos entrar con cierta dignidad. En el gran esquema de las cosas, ?es realmente la dignidad lo m¨¢s ¨²til para usar? Uno podr¨ªa encontrar demasiada dignidad, que podr¨ªa culminar en una monta?a de orgullo sin igual y no inmutarse ante situaciones inc¨®modamente mortales. Erica estaba, por supuesto, dentro de esta categor¨ªa de genios. Y cuando Minnota entr¨® en acci¨®n, avanzando hacia su objetivo con el hacha que presagiaba una muerte anunciada, uno se preguntar¨ªa si tal idiotez habr¨ªa valido la pena en ese momento. Entrando a escasos cent¨ªmetros entre la vida y la muerte, la hoja de Corvus choc¨® contra el hacha que se aproximaba. Apretando los dientes, Corvus se apoy¨® en el suelo lo mejor que pudo, inclinando su cuerpo hacia adelante para finalmente empujarse hacia atr¨¢s contra el oponente m¨¢s ligero, obligando a la chica a retroceder con un h¨¢bil giro. Cuando el metal del hacha choc¨® contra el suelo, Minnota meti¨® la mano en su abrigo para sacar una peque?a hoja con punta piramidal, un cuchillo arrojadizo, antes de lanzarla hacia Corvus con una velocidad espeluznante. "Ey, ustedes, fan¨¢ticos, ?tienen cerveza?" Emris pregunt¨® socarronamente a la realeza entretenida. Con una sonrisa, Zylith se inclin¨® hacia adelante. "No. No perder¨ªamos nuestro tiempo desafilando nuestras espadas ". ¡°Tsk. Que pena". Mientras la hoja de acero viajaba por el aire, acerc¨¢ndose implacablemente al cuello de Corvus, el ¨¢ngel femenino intervino con un arma propia: su alabarda. Con un movimiento giratorio, la lanza par¨® el proyectil con un golpe triunfal, deteniendo el arma en seco. "Lamento decepcionar, pero soy una orgullosa Celestial, ?sabes?" Erica se encogi¨® de hombros, su armadura repiqueteaba mientras hac¨ªa gestos. ¡°Hemos perdido a mucha gente. No creo que tengamos que perder la espada del guardi¨¢n ahora¡ª¡ª¡±. "?Cierra la boca!" Minnota ladr¨®, soltando dos hojas de hierro m¨¢s en su agarre. Justo cuando solt¨® los objetos punzantes, Zylith se puso de pie. "Ya es suficiente", orden¨®, su autoridad mucho m¨¢s clara ahora a trav¨¦s de su potente voz. "P ... ?Pero mi se?ora ...!" ¡°Est¨¢s molestando a nuestros invitados y provocando una conmoci¨®n. Les estoy dando autorizaci¨®n temporal ". "?A los forasteros¡ª¡ª?". "Espero que respetes mi decisi¨®n", concluy¨® la monarca, silenciando a la ni?a impotente. Corvus no pudo evitar limpiarse la frente. Lidiar con lo que sea que esa chica fuera capaz de hacer, junto con la ira de toda la Rebeli¨®n habr¨ªa sido una sentencia de muerte. Con un suspiro, se acerc¨® a la Reina, mientras tambi¨¦n golpeaba la parte posterior de la cabeza de Erica, para su disgusto, y le ofreci¨® un gesto respetuoso. "Pido disculpas por la intrusi¨®n de mis ... camaradas", suplic¨® Corvus, inclinando la cabeza. "Dignidad, hombre ..." murmur¨® Emris, cruzando los brazos. ¡°Importa poco; aunque tu presencia parece innecesaria¡±, reflexion¨® Zylith, jovial. "Consid¨¦renos los guardaespaldas de aspecto aterrador de esta negociaci¨®n, entonces", se ri¨® Erica, acerc¨¢ndose al trono junto a ellos. Ante esto, Zylith inclin¨® la cabeza con divertida confusi¨®n. "?Es eso as¨ª? Esas palabras tienen poco significado cuando mis ''guardaespaldas'' superan en n¨²mero a los tuyos ". ¡°?Agh! Arruina la diversi¨®n, ?no?¡±, se quej¨® Erica, gan¨¢ndose una risita de los hombres. Emris se encogi¨® de hombros y finalmente volvi¨® al tema de sus preguntas iniciales. "Entonces, vas a posponer tus avances, supongo. Podemos manejar nuestras disputas en un momento posterior. Necesitamos unirnos si queremos tener una oportunidad contra esos bastardos. Tus hombres est¨¢n claramente m¨¢s entrenados, por lo que tendr¨ªamos m¨¢s suerte con tu alianza. ?Qu¨¦ tal suena?¡±. Con una pausa moment¨¢nea, viendo los gestos confiados y las sonrisas de sus enemigos jurados, levant¨® la cabeza para responder. Entonces, habl¨®. "No haremos nada por el estilo". "?C¨®mo dices?", pregunt¨® Corvus, tambale¨¢ndose por sus palabras. "Dije, que no cesaremos en nuestra b¨²squeda. No importan los planes para una alianza", anunci¨® Zylith. Por supuesto, estas estaban lejos de las palabras que el grupo esperaba escuchar. Si bien la unidad a¨²n estaba en debate, al menos se anticip¨® que el Monarca del Bosque prever¨ªa los riesgos y al menos renunciar¨ªa temporalmente a los planes de eliminaci¨®n del Sindicato. Al escuchar esto, Emris no pudo evitar fruncir el ce?o y rechinar los dientes una vez m¨¢s. "... ?Ofreciste un solo segundo de pensamiento a la mierda de la que estamos hablando? ?Se acerca un r¨ªo de muerte y todav¨ªa quieres romper la presa?", Emris exclam¨®. "M¨ªralo como yo lo veo, ?podr¨ªas? Al final, su inter¨¦s principal eres t¨², ?no?" Zylith cuestion¨®, poni¨¦ndose de pie para enfrentar adecuadamente al agitado veterano. "Mientras no interfiramos, no tienen ninguna ventaja perdiendo vidas para dominar un simple bosque. Incluso podr¨ªamos hacer un pacto con ellos si simplemente les ayud¨¢ramos a hacer lo que deseamos en primer lugar". Crujiendo los dientes, el rostro de Emris se llen¨® de despecho. Justo cuando iba a hablar, Erica intervino. "No es as¨ª. ?No se rebajar¨ªan a hacer un pacto a menos que t¨² elijas venerar a su Dios!". "Precisamente. Te exigir¨ªan algo a lo que simplemente no puedes renunciar", agreg¨® Corvus. Levantando la mano como para detenerlos, Zylith procedi¨®. "Incluso si asumi¨¦ramos que tus palabras son verdaderas, y son tan salvajes como dices, todav¨ªa no veo c¨®mo podr¨ªamos ganar algo con la cooperaci¨®n. Al final, perdemos aliados muy necesarios mientras contin¨²as acumulando poder. Nos debilitar¨ªa lo suficiente como para que la infiltraci¨®n nos arruinara sin mucho motivo de preocupaci¨®n para ustedes". "?Entonces compartiremos un tratado, con condiciones de no intervenci¨®n durante este tiempo de necesidad¡ª¡ª!" Emris trat¨® de ofrecer, la desesperaci¨®n clara en su voz. Con una mirada penetrante por el rabillo del ojo, la soberana interrumpi¨®. "Si me enga?as una vez, la culpa es tuya. Si me enga?as dos veces, la culpa es m¨ªa. Me niego a hacer un pacto con ustedes, cerdos desleales y sinverg¨¹enza, ?entienden?", rugi¨®, enviando escalofr¨ªos por las columnas de sus subordinados. El Vigilante del pueblo, Ezequiel, se acerc¨® al origen del ruido, inclin¨¢ndose ante la monarca. "Vigilante, muestra a los intrusos, ?quieres?" pregunt¨®, su tono se volvi¨® inquietantemente dulce y maternal a pesar de su arrebato de hac¨ªa unos segundos. "Abhai, mi se?ora", obedeci¨® el esgrimista, forzando a que se retiraran por la fuerza junto a algunos de sus lacayos. Emris la mir¨® fijamente mientras lo empujaban y grit¨®. "Est¨¢s cometiendo un verdadero puto error, muchacha! Esta gente va a morir bajo tu reinado, Zylith!". "Ese tipo me cabrea tanto¡­", gru?¨® Minnota, mostrando sus colmillos mientras abrazaba su hacha. Con una risa, la monarca cruz¨® las piernas y las vio irse. "Humor en cada momento, querida ni?a. En cada momento." "Son dos nombres por los que tengo curiosidad ... Odio decirlo, pero te est¨¢s hundiendo cada vez m¨¢s en mi cuestionario, ?sabes?", Tokken se ri¨® t¨ªmidamente. "?No conoces al Dios Envidioso...?", Pregunt¨® Chloe, sorprendida por su falta de conocimiento sobre algo tan reconocido mundialmente. "Si lo hiciera, no lo preguntar¨ªa", murmur¨® Tokken, rasc¨¢ndose la mejilla con torpeza. Con un asentimiento silencioso, Alpha hizo un puente con sus manos mientras hablaba. "Och ... realmente te dejaron ciego. El Dios Envidioso, que us¨® a los Carmisioneros para representar su rencorosa venganza contra la gente mortal, Mortos". "?Mortos ...?" Tokken murmur¨®. "S¨ª. El Dios de la Muerte y la Aniquilaci¨®n; as¨ª como el hermano innegablemente menos preciado entre los Gemelos de la Existencia. La hermana, Victus, se llev¨® el extremo m¨¢s grande del poste, sin duda". "?Un Dios celoso? ?Lo dices en serio ...?", Tokken suspir¨® con su palma de la mano en la cara. "As¨ª es el destino, desafortunadamente", Alpha se ri¨® entre dientes. "... Ambos est¨¢n buscando problemas. Estar¨ªa mintiendo si no lo encontrara ... un poco gracioso", suspir¨® Chloe, conteniendo el impulso de sonre¨ªr. Con una sonrisa radiante, Tokken no pudo evitar acariciar al nervioso cuadr¨²pedo. "Tan profesional, ?eh? No te preocupes demasiado; dudo que esta gente deje que incluso Dios se abra paso". "?Algo en esas palabras me pone a¨²n m¨¢s nerviosa!" exclam¨® ella, sin resistirse a su toque reconfortante. "?Jaja! ?No tengas miedo, muchacha! Nos enorgullecemos de nuestro trabajo, y mucho. Ya ver¨¢s; cuando llegue el d¨ªa del juicio final, ?cu¨¢n temibles podemos ser!¡±, proclam¨® Alpha, el entusiasmo plasmado en su noble sonrisa. Pero en su propio enga?o, un pensamiento culpable vacil¨® en la mente conflictiva del ¡®Rey¡¯. Para ser un Dios tan odiado como t¨², hay demasiado espacio en t¨ª para la simpat¨ªa. Capítulo 7: Cuatro Fronteras Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 7 Cuatro Fronteras "?Mierda!" grit¨® Emris, su boca echaba espuma por la frustraci¨®n. El desgarrador rechazo de la Reina de los Moradores hiri¨® su vieja alma hasta la m¨¦dula, lo que no hizo m¨¢s que reafirmar su propio deterioro psicol¨®gico. Sus camaradas, ambos bendecidos con alas, s¨®lo pod¨ªan mirarse el uno al otro en un inc¨®modo silencio mientras el veterano m¨¢s alto pateaba tierra y piedra en una agresiva muestra de disgusto. Sin duda la frustraci¨®n era inevitable, incluso si fueran con la plena cooperaci¨®n de los Moradores. La gravedad de su situaci¨®n no har¨ªa m¨¢s que empeorar durante los siguientes d¨ªas, ya que varias facciones marchaban hacia su hogar; un hecho que estaba debilitando la moral de los seres pertenecientes al m¨¢s alto mando de un sindicato dudablemente legal. Junto con sus incesantes rabietas, su rostro se retorci¨®, machac¨¢ndose la cabeza mientras intentaba desesperadamente encontrar una soluci¨®n a su situaci¨®n m¨¢s que calamitosa. Enfrentarse a los pr¨®ximos habitantes de Y¨¢nksi, pa¨ªs al noreste del continente, ser¨ªa un desastre, sin duda. Si bien la tecnolog¨ªa del pa¨ªs se ve¨ªa retardada, era el esfuerzo conjunto de sus vengativos ocupantes, ampliamente superiores en n¨²mero militar, lo que les daba tanto de qu¨¦ preocuparse. El pa¨ªs estaba lejos de estar empobrecido: tanques blindados, ca?ones, pistolas, municiones suficientes para provocar un ba?o de sangre ... todo dirigido por un ej¨¦rcito furioso de soldados humanos y comandado por una figura fiel a su rencor. Por supuesto, su resentimiento era principalmente culpa del Sindicato. Los pobres bastardos hab¨ªan sido v¨ªctimas de muchas amenazas a causa de la tecnolog¨ªa avanzada que se desarrollaba dentro de las instalaciones, y probablemente buscaban esta confrontaci¨®n como una oportunidad sagrada de redenci¨®n y supervivencia. Incapaz de culpar al enfoque estrat¨¦gico de la regi¨®n ofensiva, Emris no pudo evitar despreciar el inoportuno momento de venganza. Los Erizos y los Moradores eran otra amenaza m¨¢s; particularmente los ¨²ltimos. Su comportamiento salvaje y agresivamente proactivo hacia los ciudadanos o las hordas del Sindicato era un desaf¨ªo m¨¢s, y si alguna vez provocaban un disturbio, se podr¨ªan derivar problemas que afectar¨ªan a varias personas muy necesarias. La amenaza era muy superior cuando se trataba de los asesinos que habitaban en el bosque, ya que su estrategia era mucho menos temeraria, y optar¨ªan por una matanza silenciosa. Los soldados podr¨ªan ser eliminados sin previo aviso, mientras que el ej¨¦rcito se reduc¨ªa a un recuerdo de su poder anterior. Como una sanguijuela que chupa lentamente a su objetivo hasta dejarlo seco, la naturaleza amenazante de los asesinos podr¨ªa debilitar la sangre vital del reinado del Sindicato. Y los Erizos distrayendo a masas de personas con su propia actividad, los Moradores podr¨ªan acercarse demasiado r¨¢pido para que la resistencia fuese efectiva. Y finalmente, la amenaza m¨¢s devastadora de todas: los Carmes¨ªes. Una masa mort¨ªfera, despiadada, cumpliendo implacablemente el prop¨®sito de su existencia al mandato de su Dios. Su fuerza inconmensurable, su n¨²mero incontable; un poder verdaderamente aterrador. Peor a¨²n, fueron los cuatro Heraldos del Apocalipsis los que los guiaron, cada uno siendo una intimidaci¨®n singularmente severa. Como una guerra en cuatro frentes, la amenaza del Sindicato parec¨ªa incomparable, y con la esperanza colgando sobre un hilo, el estado mental de Emris solo empeorar¨ªa a medida que pasaban los d¨ªas. Ahora estaban innegablemente solos enfrente de esta horda, y aquellos que los rodeaban s¨®lo empeoraban la situaci¨®n. Decir que el brigadier estaba frustrado ser¨ªa insuficiente. Especialmente sabiendo que ¨¦l era un objetivo. "Hey, ?jefe?" Erica intervino, tragando saliva mientras trataba de llamar su atenci¨®n. "S¨¦ que est¨¢s cabreado, pero ?te importa si dejamos esto por ahora?" "?Dejar ... esto?" Emris gru?¨® y rechin¨® los dientes ante su indiferente sugerencia. Frente a sus ojos, con una ceja levantada, respondi¨®. "S¨ª. Mira, no tiene sentido preocuparse por algo que no podemos cambiar, ?verdad?", Erica intent¨® convencerle, tratando de mostrar coraje hacia su superior. "Vamos al bar un rato, para que todos podamos calmarnos". "Estoy de acuerdo. Aunque no me gusta perder el sue?o, podr¨ªa proporcionarnos un poco de paz", asinti¨® Corvus. "... Ustedes dos me desesperan, aconsej¨¢ndome as¨ª". Emris suspir¨®, frot¨¢ndose la cara. Erica se encogi¨® de hombros y sonri¨®. "Todos estamos desesperados hasta cierto punto, ?verdad? Intenta relajarte". "Escuchar a un compa?ero Celestial decir eso es algo descorazonador", se ri¨® t¨ªmidamente Corvus. A su vez, ri¨¦ndose para s¨ª misma, respondi¨® Erica. "Oye, la honestidad es sagrada. Todos somos capaces al final, y tambi¨¦n tenemos nuestras historias". Al escuchar esto, Emris no pudo evitar sonre¨ªr. "No, no todos nosotros." "No, tengo confianza en ello. Todos crecemos en diferentes entornos, eso es todo. Nos trata la vida de manera diferente", respondi¨® Erica, su sonrisa a¨²n m¨¢s amplia mientras continuaba. "Todos usamos barcos diferentes, pero la misma vela, ?sabes?". Emris, riendo, neg¨® con la cabeza. "Forma filos¨®fica de mirarlo". Al ver la sonrisa de su superior una vez m¨¢s, Corvus no pudo evitar suspirar satisfecho. Enfocando su atenci¨®n hacia el viaje que ten¨ªa por delante, los tres guardaron silencio mientras separaban los ¨²ltimos arbustos de la densa vegetaci¨®n que cubr¨ªa el ¨¢rea, revelando la vasta ciudad nocturna que ten¨ªan por delante. Corvus sinti¨® que sus alas se aflojaban ante el espect¨¢culo, se?alando a Emris con un codazo. "Entonces, ?te sientes con ganas?", pregunt¨® Corvus. "?Yo? Nunca", brome¨® Emris, avanzando hacia la ciudad. Mientras el veterano avanzaba con una comodidad fuera de lugar, Erica alcanz¨® a Corvus antes de susurrar. "?Crees que estar¨¢ bien?". "Dudable, si no lo vigilo. Deber¨ªas regresar a la base, dormir un poco. Ma?ana estaremos todos ocupados", indic¨® Corvus, mirando pensativo al cielo nebuloso. "De hecho, tenemos unos d¨ªas dif¨ªciles por delante". Dando una palmada en la espalda, Erica sonri¨®. "Vamos, no mires tan bajo, Corvi. Todo estar¨¢ bien; lo resolveremos de alguna manera". "?Buena Diosa, por favor, deja de llamarme as¨ª! Intentar¨¦ ser optimista", se quej¨®. Con un gesto tranquilizador, el hombre alado mir¨® hacia adelante. "D¨¦janos. Estaremos bien desde ahora". "?C¨®mo?", intervino Erica, agarr¨¢ndose a su hombro. "En primer lugar, soy tu superior", dijo, d¨¢ndole una mirada juguetona. "En segundo lugar, voy contigo, compi. Yo tambi¨¦n quiero un trago". Ligeramente sorprendida por su decisi¨®n, as¨ª como por su profunda audacia, Corvus no pudo evitar encogerse levemente mientras avanzaba hacia el veterano, ansioso por el alcohol. Con una persignaci¨®n r¨¢pida y un movimiento de cabeza, el ¨¢ngel finalmente se calm¨®, continuando con los otros dos mientras se dirig¨ªan hacia ¡®el laberinto del diablo¡¯ ¡ªconocido coloquialmente como bar¡ª en la oscuridad de la noche. Se sentir¨ªa uno casi especial por caminar tan confiado bajo la luna borrosa de la noche, especialmente en un lugar como este. Lanzando miradas a los sinverg¨¹enzas que pasaban y gestos de empat¨ªa a los nerviosos seres que se deslizaban inquietos por las calles, los tres pronto se encontraron frente al establecimiento pecaminoso, mirando el r¨®tulo del bar pegado a un viejo letrero en lo alto. Un lugar donde los miserables van a abandonarse, o donde los ligones imb¨¦ciles intentan atraer mujeres. Si ten¨ªan a los ovarios como para meterse all¨ª a esta hora, las muchachas probablemente ser¨ªan demasiado duras para ellos. Al entrar, un espacio de mala muerte se despleg¨® ante los tres, revelando un establecimiento de bajos fondos coronado con taburetes desvencijados, peque?as mesas astilladas y, por supuesto, un escritorio largo que formaba la barra misma. El espacio, pervertido, ya estaba lleno de clientes, todos los cuales estaban borrachos o en proceso de estarlo. No m¨¢s de un par de humanos se podr¨ªan contar en el lugar; la mayor¨ªa de los asientos ocupados por seres bestiales de caracter¨ªsticas en su mayor¨ªa grandes o musculosas. Se pod¨ªa uno sentir vulnerable de perder un ri?¨®n al m¨ªnimo descuido. Acerc¨¢ndose sigilosamente a la barra, la mujer alada, que deber¨ªa estar ocupada adorando a su Diosa, hizo su pedido exhibiendo su sonrisa dentada, y gan¨¢ndose una mirada de decepci¨®n de sus compa?eros igualmente culpables, en particular de Corvus, al que la situaci¨®n le parec¨ªa degradante. ¡°Ay¡­ este lugar es peligroso. Mant¨¦n los ojos abiertos¡±, murmur¨® Emris en voz baja, como advertencia. "No estoy ciego, viejo cabr¨®n", respondi¨® Corvus, mirando a su alrededor. Con un chasquido de dientes, el veterano se acerc¨® a la barra, haciendo una se?al para pedir su bebida como si trabajador y cliente conociesen alg¨²n tipo de c¨®digo universal. El camarero asinti¨® y le dio un trago de whisky. El tama?o del vaso hizo que Emris se quejara de fastidio, ya que era demasiado peque?o para satisfacer sus ansias, y lo trag¨® de un sorbo. Corvus se sent¨® al lado del hombre, viendo a la mujer ¨¢ngel que beb¨ªa como un chicazo. "Es casi aterrador ...", suspir¨® Corvus, pidiendo una marca de cerveza com¨²n. ¡°Je, s¨ª. Las muchachas parecen manejar el alcohol mejor cuando tienen ganas de beber¡±, respondi¨® Emris con humor. Con la irritante sensaci¨®n de que algo andaba mal en este ambiente enrarecido, Corvus se resign¨® y cedi¨® a la tentaci¨®n de participar en la bacanal. A medida que los tres se volv¨ªan menos sobrios por momentos, el ambiente parec¨ªa cambiar gradualmente mientras varios ojos comenzaban a observar a los tontos borrachos midiendo sus fuerzas. ? ? ? ? ¡°Gracias por la informaci¨®n, Alpha. ?O deber¨ªa llamarte de otra manera?¡±, agradeci¨® Tokken, ofreciendo al hombre robusto un apret¨®n de manos. Mientras casi le arrancaba el brazo, el hombre noble se ri¨®. ¡°S¨ª, no se preocupe por las formalidades. Son minucias, nada m¨¢s¡±, asinti¨®, ofreciendo una sonrisa orgullosa. ¡°Y es un placer. Ser¨¢ mejor que me vaya ahora, no sea que mis subordinados me pierdan el respeto". Sonriendo t¨ªmidamente, Tokken no pudo evitar desafiar sus palabras. ¡°?Vi¨¦ndose as¨ª? Lo dudo." "?Ah! Le sorprender¨ªa mucho la ferocidad de nuestros diligentes soldados, pero le ofrezco mi gratitud. En qu¨¦ hombre tan humilde te has convertido ¡­ buenas noches, muchacho¡±, dese¨® Alpha, admirando las cualidades que hab¨ªa desarrollado el joven durante su turbulenta infancia. Con paso contundente, el l¨ªder de una de las organizaciones m¨¢s poderosas del mundo se perdi¨® de vista, con una humildad casi ir¨®nica en ¨¦l. Seguramente, el hombre corpulento hab¨ªa cometido grandes atrocidades en nombre de su trabajo; ¨¦so lo hab¨ªa aprendido del m¨¦dico parlanch¨ªn, y probablemente se sent¨ªa tan culpable por ello como cualquier hombre com¨²n. Y, sin embargo, hab¨ªa un ligero sentimiento de paternalismo en la actitud del Jefe de Hombres. Uno podr¨ªa f¨¢cilmente sentir simpat¨ªa por ¨¦l, y comenzar a admirarlo, especialmente si se ignoraban inocentemente sus m¨¢s oscuros secretos. ?Quiz¨¢s su amabilidad era la maquinaci¨®n central de su liderazgo? Seguramente hab¨ªa sido necesario realizar alguna trampilla para que alguien como ¨¦l alcanzara tal t¨ªtulo. Saliendo de sus divagaciones internas, Tokken r¨¢pidamente se reorient¨® hacia el asunto m¨¢s importante. Si bien era cierto que Alpha hab¨ªa dado muchas respuestas muy apreciadas, el ni?o pod¨ªa decir cu¨¢n vago realmente estaba siendo. Eso, junto con la repentina falta de tiempo de la que el l¨ªder supremo estaba tan seguro hac¨ªa un momento, le dio al adolescente de cabello opaco una raz¨®n para teorizar. ?Son esos Carmes¨ªes realmente vinculados a mi familia¡­? "?Tokken?". Parece extravagante. Completamente imposible, y sin embargo ... "Tokken". Un sudor fr¨ªo recorri¨® la frente del adolescente mientras pensaba. ... ?Son realmente tan malvados como dicen¡ª? "?Tokken!", grit¨® Chloe, tratando de captar la atenci¨®n del pensativo chico. Dando un respingo por el repentino tono elevado de voz, Tokken mir¨® al peque?o Aullador junto a ¨¦l, consiguiendo vaciar su mente mientras se concentraba en la criatura indefensa a la que hab¨ªa jurado protecci¨®n. Con un movimiento de cabeza, se agach¨® para mirarla. "Lo siento, lo siento. Estaba en las nubes¡±, se disculp¨®, ofreci¨¦ndole una palmadita. Aliviada, Chloe agradeci¨® su caricia. "Pens¨¦ que te hab¨ªa perdido por un segundo". ¡°Je, supongo que s¨ª. Oye ¡­¡±. Tokken se puso de pie una vez m¨¢s, estirando sus extremidades. "... Deber¨ªamos irnos a la cama, ?no crees?" ofreci¨®, sus ojos se volvieron m¨¢s pesados ??a medida que su cuerpo, ahora que estaba menos distra¨ªdo, le ped¨ªa descanso. Con un movimiento de su pelaje, la Aulladora asinti¨®. "Si insistes. Creo que tendr¨¦ que reajustar mi horario de sue?o ".This story has been unlawfully obtained without the author''s consent. Report any appearances on Amazon. "?Tu horario de sue?o?", pregunt¨® Tokken, saliendo de la habitaci¨®n con ella. "Bueno, s¨ª. Por lo general, tenemos la costumbre de dormir bastante tarde; nos da m¨¢s oportunidad de cazar criaturas vulnerables antes". Ligeramente perturbado por sus sencillas palabras, Tokken no pudo evitar suspirar, riendo poco despu¨¦s. Encogi¨¦ndose de hombros, murmur¨®. "Eres muy dif¨ªcil de entender... En un momento eres t¨ªmida y linda, y al siguiente me est¨¢s hablando de cazar criaturitas para comer". Sus ojos se agrandaron cuando r¨¢pidamente se volvi¨® hacia el humano, habl¨® con preocupaci¨®n. ¡°?Yo¡­ lo siento! ?No quise ofender ...?¡±, Chloe trat¨® de disculparse, pero pronto se apag¨® cuando not¨® que el chico comenzaba a re¨ªrse para s¨ª mismo. ¡°Es bueno saber que ambos somos f¨¢ciles de enga?ar. Deber¨ªa hacer nuestra amistad m¨¢s justa¡±, brome¨® Tokken. Chloe respondi¨® con un bufido. "?Pero eso nos convierte a los dos en presa f¨¢cil!" Riendo hist¨¦ricamente, Tokken se llev¨® la palma de la mano a la cara mientras luchaba por caminar con la pierna r¨ªgida. ¡°Una loba s¨¢dica corriente. Supongo que no deber¨ªa sorprenderme, ?verdad?¡±. "?Oye! ?No soy una s¨¢dica! ?Y no soy una loba! ?Y si te llamara yo a t¨ª simio?¡±, exclam¨®, mientras hac¨ªa un puchero. "Bien, bien. Lo siento ¡±, se disculp¨® Tokken, sec¨¢ndose una l¨¢grima del ojo. Un silencio repentino se instal¨® entre ellos mientras se dirig¨ªan a su dormitorio asignado; los suaves pasos contra los enormes pasillos alfombrados eran el ¨²nico latido de la m¨®rbida y silenciosa instalaci¨®n. Si tuviera que adivinar, el ni?o asumir¨ªa que la mayor¨ªa del personal eran soldados, que desde hac¨ªa mucho tiempo se hab¨ªan ido a sus habitaciones para descansar. No pod¨ªa garantizarlo del todo, pero si este lugar realmente fuera tan estricto y coordinado, asumir¨ªa tambi¨¦n que dormir a tiempo era m¨¢s una obligaci¨®n que una tarea. Antes de que pudieran llegar a su destino, tuvieron la desgracia de presenciar un espect¨¢culo bastante desagradable. Interrumpiendo la monoton¨ªa del silencio con una estruendo abrumador, una camilla con ruedas pas¨® por el medio de la pareja con varios trabajadores m¨¦dicos remolc¨¢ndola, con un hombre tendido en silencio sobre el artilugio. Ninguno de los dos j¨®venes tuvo tiempo suficiente para presenciar la herida del soldado, pero a juzgar por la bolsa intravenosa que descansaba cerca y por la carrera fan¨¢tica del equipo m¨¦dico, Tokken f¨¢cilmente podr¨ªa asumir lo peor. "Vicks ... realmente trabajan hasta la extenuaci¨®n aqu¨ª ...", murmur¨® Chloe. "?Crees que estar¨¢ bien?". ¡°Eso espero¡­ pobre diablo¡±, mascull¨® Tokken, algo abatido. Siendo la paranoia su estado natural, los pensamientos del chico comenzaron a descontrolarse mientras imaginaba las posibilidades. Seguramente, era solo una cosa de la calle, ?verdad? Pero entonces, ?a qui¨¦n diablos se enfrent¨® ese fornido soldado, que fuera a su vez lo suficientemente fuerte como para querer atacar a un miembro del Sindicato? Seguramente si fueran tan infames, ning¨²n criminal normal desear¨ªa meterse con ellos, ?verdad? Pero si ese fue el caso, ?c¨®mo hab¨ªa sucedido? Sus pensamientos continuaron divagando ante las diferentes posibilidades, con un dedo encontrando naturalmente su camino hacia sus labios mientras contemplaba la escena. Despu¨¦s de unos minutos, la pareja finalmente consigui¨® llegar a su habitaci¨®n, dejando atr¨¢s las preocupaciones del mundo con un fuerte pero tranquilizador golpe de la puerta de metal. Desliz¨¢ndose en la cama sin decir palabra, Tokken se ofreci¨® a doblar la mitad de la manta sobre el cuerpo del canino, ya que podr¨ªa ser una cama m¨¢s c¨®moda para ella. "?Qu¨¦ deber¨ªamos hacer ma?ana?", pregunt¨® Chloe, su voz un susurro ronco en su estado de sue?o. ¡°Lo que queramos, creo. Bien podr¨ªamos explorar un poco, ahora que tenemos una oportunidad tan especial¡±, respondi¨® Tokken, sonriendo para s¨ª mismo mientras enfatizaba dram¨¢ticamente su declaraci¨®n. Riendo, Chloe murmur¨®. "?Crees que tienen jardines?" ¡°Estoy bastante seguro de que lo hacen. Oh! ?Deber¨ªamos intentar ver a los soldados entrenando!¡±. ¡°Est¨¢ bien, pero ten cuidado. No quiero que me obliguen a entrenar tambi¨¦n. Mis piernas se pondr¨ªan r¨ªgidas¡­ ¡±, Chloe brome¨®, sus ojos cansados ??se cerraron mientras se dorm¨ªa lentamente. ¡°Je, no te preocupes, no los dejar¨¦¡±, anunci¨® el chico, con una valent¨ªa infantil en su voz. Al ver que el cachorro no reaccionaba a su tono juguet¨®n, Tokken tambi¨¦n cerr¨® los ojos. "Solo espero ... que no sea demasiado agobiante...", murmur¨® el chico, finalmente abrazando el descanso. Mientras la pareja dorm¨ªa, la navaja que hab¨ªa sido colocada cuidadosamente junto a su mesita de noche comenz¨® a brillar en pulsos, contorsionando el rostro del muchacho mientras gru?aba ligeramente en sus sue?os. ? ? ? ? "As¨ª que S¨ªndis, ?eh?" un asiduo del bar murmur¨® a su amigo, mirando a los tres con despecho. "Parece ser. Parece que realmente han tenido cojones, si van a entrar aqu¨ª ¡±, respondi¨® el amigo. "?Crees que est¨¢n tratando de imponerse o algo as¨ª?" "Quiz¨¢s, pero parece que se est¨¢n divirtiendo". Con una mirada cuidadosa, las dos cabezas chocaron mientras susurraban. "?Deber¨ªamos hacer algo al respecto?", sugiri¨® uno de ellos. ¡°No, hombre, hay Celestiales ah¨ª. Ser¨ªa un l¨ªo¡±, neg¨® el otro. "Malditos cerdos Syndie ...", dijo otro bebedor, con odio. "Terroristas, ?verdad?", respondi¨® el habitual. ¡°Peor¡± ¡ªcomenz¨®¡ª ¡°Tiranos. ?Qui¨¦nes diablos se creen que son? escupi¨® el bebedor, poni¨¦ndose de pie mientras se acercaba al grupo, gan¨¢ndose algunos murmullos preocupados pero divertidos de los otros dos. Tales eran los cotilleos de la gente com¨²n hacia aquellos del Sindicato; y con raz¨®n. Por nobles que parezcan desde un punto de vista profesional, en realidad se parec¨ªan m¨¢s a una milicia despiadada contratada por alg¨²n bastardo rico para no ensuciar su preciosa reputaci¨®n. Afirmaron esforzarse por reemplazar el antiguo sistema judicial por uno nuevo m¨¢s justo, prometiendo proteger a los inocentes de los pecadores m¨¢s diab¨®licos. ?Y al final? No parec¨ªan mejores que aquellos a quienes destilaban tan febril desd¨¦n, y s¨®lo parec¨ªan intervenir cuando su reputaci¨®n estaba manchada o una fuerza externa amenazaba con arruinar su preciosa cornucopia. Mirando la televisi¨®n mientras beb¨ªan, Erica se tambale¨® para se?alar hacia la pantalla. "Ay, jefe ... Tienes que ... hip ... visitar a la chica alguna vez, ?sabes?" balbuce¨® la borracha, se?alando a la coneja que cantaba sin problemas en el gran escenario en el que trabajaba, para el placer visual de innumerables espectadores. "Tiene raz¨®n, seguro que te extra?a", a?adi¨® Corvus, su tono elegante casi desapareciendo, estando casi tan borracho como la muchacha. Refunfu?ando por la idiotez de sus compa?eros de trabajo, Emris no pudo evitar gru?ir. "Necios, manejan su ... su alcohol como ... la mierda", tartamude¨®, sacudiendo la cabeza como para encontrar las palabras que estaba buscando. ¡°Y no. Ella no ... ella no quiere verme, ?sabes ...?¡±. "?S¨ª! Puede que ya no sea tu¡­ hip¡­ hija, pero¡­¡±, Erica hip¨® mientras trataba de explicar, antes de que le interrumpieran, cuando una mano le toc¨® el hombro. D¨¢ndose la vuelta con una sonrisa tonta, apenas pudo murmurar una s¨ªlaba antes de que un pu?o se estrellara en su cabeza, golpe¨¢ndola contra la mesa de la barra mientras el despiadado bebedor se sacud¨ªa la mano por dolor por el golpe inexperto. "Hijo de¡­", murmur¨® Corvus, tratando de levantarse para ayudarla antes de sentir una mano detenerlo. Con una risa estupefacta, Emris le dio unas palmaditas en la espalda mientras hablaba. "D¨¦jala enloquecer ... necesita ... hip ... soltarse de todos modos". Con un lento asentimiento, el ¨¢ngel vio a su compa?era celestial hacer crujir su cuello mientras ella se levantaba, tropezando, pero todav¨ªa llena de esp¨ªritu de lucha. Su agresor, empa?ado por el alcohol, estaba demasiado ocupado gritando a la peque?a audiencia que abucheaba, protestando por su acto injusto. En el momento en que pudo darse la vuelta para presenciar lo que presum¨ªa que era un ¨¢ngel femenino desfallecido, encontr¨® una pierna, reducida a un borr¨®n, viajando a velocidades supers¨®nica hacia su hombro. Por supuesto, el golpe estaba destinado a su cabeza, pero el hombro bastar¨ªa considerando el estado de la chica. Incluso cuando el hombre fue arrojado al suelo violentamente por su golpe, todo lo que hizo ¨¦lla fue re¨ªr triunfalmente mientras algunos de los asistentes al bar la vitoreaban. Como si astillar su h¨²mero no fuera suficiente, la en¨¦rgica soldado, cuyas alas revoloteaban torpemente, no pudo evitar continuar con su asalto innecesario, sinti¨¦ndose obligada por el grupo que alentaba la paliza. Antes de que el hombre pudiera ponerse en pie, la ¨¢ngel salt¨® encima de ¨¦l, provocando un ''?uf!'' mientras trepaba por su espalda, destrozando su cabeza expuesta con una r¨¢faga de golpes sin sentido. Aunque su fuerza f¨ªsica estaba lejos de ser perfecta, el humano no ten¨ªa esperanzas de repeler los golpes del Celestial cuando se apresur¨® a golpear su cabeza con fiereza. Los miembros del bar, divididos en sus opiniones sobre la victoria de la chica del Sindicato, comenz¨® una pelea improvisada por derecho propio, arroj¨¢ndose sillas y vasos vac¨ªos en una pelea violenta. El cantinero parec¨ªa anormalmente desconcertado por la situaci¨®n, incluso cuando el espacio a su alrededor retumbaba de una manera comparable a un terremoto. El pobre probablemente hab¨ªa visto esto con demasiada frecuencia y probablemente estaba imaginando el consuelo que su cama le proporcionar¨ªa unas horas m¨¢s tarde. De todos modos, no ten¨ªa sentido involucrarse en el caos de los tontos borrachos; no servir¨ªa de nada. Se le dijo espec¨ªficamente que no se involucrara en tal violencia, especialmente cuando estaban envueltos Cr¨ªptidos, debido a lo suicida que ser¨ªa intentarlo. Y, francamente, eso le saldr¨ªa muy caro. Al ver a su compa?ero de trabajo aplastando al pobre tonto sin control, un m¨¢s serio Emris decidi¨® que ahora era buen momento para intervenir y retirarse. Se?alando a Corvus para marcar sus movimientos, Emris y el sorprendentemente receptivo Celestial agarraron a la enloquecida mujer por los hombros, arrastr¨¢ndola lejos de su v¨ªctima abatida mientras ella se agitaba buscando m¨¢s. ¡°?Oye, oye! ?Ay, rel¨¢jate!¡±, grit¨® Emris, ayudando a arrastrar a Erica fuera del establecimiento, en el que reinaba el caos. Mientras observaba a las dos gracias intoxicadas buscar a tientas, el veterano no pudo evitar darse una palmada al darse cuenta de lo r¨¢pido que ca¨ªan en desgracia los pobres due?os de ese bar. Por lo menos, no fue del todo culpa suya. Algo as¨ª. ¡°Os quiero ver en la Instalaci¨®n. ?En marcha!", orden¨® Emris, profiriendo poco m¨¢s que balbuceos incoherentes de los soldados mientras su embriagez parec¨ªa empeorar. Por supuesto, no obedecieron su orden exactamente. En este punto, era poco probable que pudieran o¨ªr o sentir. Cuando Erica de repente se inclin¨® para vomitar, el general de brigada finalmente supo que ten¨ªa suficiente. "Ya est¨¢," gru?¨® Emris, acerc¨¢ndose a la pareja con plena intenci¨®n de noquearlos en ese momento. Al menos inconscientes ser¨ªan m¨¢s manejables. Sin embargo, el impacto nunca llegar¨ªa. La sensaci¨®n de un par de ojos mir¨¢ndolo a s¨®lo unos metros de distancia lo llev¨® a mirar hacia atr¨¢s, mientras notaba el rostro engre¨ªdo de un esp¨ªa encapuchado, haci¨¦ndose visible mientras se aferraba a una pared cercana. Una haza?a que era impresionante, considerando la suavidad de su superficie. Una pared perteneciente a un edificio elegante con pocas grietas o imperfecciones. Incluso se podr¨ªa decir que era completamente impecable, tan limpio y bien cuidado como estaba. A pesar del hecho, el intruso colgaba de forma antinatural de su superficie, dejando mucho que cuestionar con respecto a la capacidad de esta persona para apelar a las leyes de la f¨ªsica. "... Sabes, no soy ciego", resopl¨® Emris, alej¨¢ndose de los idiotas para enfrentarse a este nuevo personaje. Una voz traviesa, madura y femenina respondi¨® con una risita a sus palabras, jugando con su sentido de seguridad mientras balbuceaba. "?Es as¨ª? A juzgar por el estado de tus amigos, dir¨ªa que est¨¢s al menos algo ciego ~ " Sin saber sus intenciones, mientras adivinaba su facci¨®n s¨®lo por su ropa, Emris solt¨® una risita mientras ¨¦l levantaba su arma de fuego hacia el cielo, disparando una tiro al aire con impunidad, para gran incomodidad vocalizada de los dos ¨¢ngeles. ¡°Eh, ?no s¨¦ si recibi¨® el memo? Cazamos moradores. Plena autoridad para dispararte a la vista". ¡°?Ooh ~? Pero ambos sabemos que no disparar¨ªa a una damisela sin ning¨²n motivo, ?verdad, oficial?¡±, la mujer riendo replic¨®, su piel oscura la ayud¨® a mezclarse en la noche. "No s¨¦ qu¨¦ tipo de impresi¨®n te estoy dando ..." Emris suspir¨®, agitando su arma mientras reflexionaba. ¡°Me pregunto si se me v¨¦ d¨¦bil a d¨ªa de hoy¡­ si lo adivino, dir¨ªa que est¨¢s tratando de conseguir una muerte r¨¢pida, ?verdad? ?Para tus notas o alguna gilipollez?¡±. Con una risa seductora y cautivadora, la mujer encapuchada se dej¨® caer al suelo con un ruido sordo y se puso de pie mientras se acercaba a los tres. ¡°No te preocupes, he superado con creces esos viejos tiempos. Adem¨¢s, digamos que Zylith no estar¨ªa muy feliz si le robara los asesinatos ... " Emris arque¨® una ceja y dio un cauteloso paso hacia atr¨¢s. "... Eres un paria, ?eh?". ¡°Mhm ~ uno de los realmente traviesos. Soy una amenaza para el trono, despu¨¦s de todo ~ ¡±, brome¨®, manteniendo la compostura fr¨ªa y civilizada mientras desafiaba su postura r¨ªgida. Parec¨ªa completamente vulnerable, pero el aire a su alrededor la hac¨ªa parecer un valor a tener en cuenta. Con sus instintos encendidos, incluso Emris no pudo evitar ponerse nervioso. ¡°Al menos, Enzel es f¨¢cil de leer¡­¡±, coment¨® Emris, apuntando el ca?¨®n de su arma a la cabeza de la chica. "Retrocede, zorra". Deteni¨¦ndose en seco, la figura encapuchada mir¨® hacia arriba, revelando una parte de su mirada juguetona. "?Oh? ?No puede una chica hablar con extra?os ahora?¡±. ¡°No apelas a esa norma. Eres una extranjera, y adem¨¢s de las malas. No soy un juego f¨¢cil, deber¨ªas saberlo¡ª¡±. "Entonces deber¨ªas dejar de hablar tanto, ?no?" ¡ªintervino la mujer, saltando hacia la izquierda para evitar la bala destructiva del arma disparada por reflejo antes de inmovilizar al veterano en un r¨¢pido y desviado agarre. En su estado de embriaguez, Emris apenas tuvo tiempo de registrar el ataque, y detuvo sus movimientos al ver que cuatro garras de hierro tan largas como reglas estuvieran izadas a cent¨ªmetros de su cara. El movimiento r¨¢pido le hab¨ªa quitado la sudadera de la cabeza, mostrando su complexi¨®n completa, incluido su cabello largo color avellana. ¡°Lo siento, cachorro. Pero se acab¨® el juego, ?no?¡±, brome¨®, el chiste parec¨ªa ligeramente fuera de lugar en tal situaci¨®n. Gru?endo mientras ella acercaba lentamente las hojas que sobresal¨ªan de su guantelete hacia sus ojos, encontr¨® sus brazos inmovilizados o fuera de su alcance. Cualquiera que sea la t¨¦cnica que estaba usando, hab¨ªa sido perfeccionada. ¡°Ngh¡­ intenta ensartarme, perra. ?Te sorprender¨¦ ...!", Emris trat¨® de amenazarla, sintiendo el sudor recorriendo su frente mientras esperaba su movimiento. Para su absoluta sorpresa, de repente sinti¨® que su peso lo hac¨ªa caer al suelo con un ruido sordo, dej¨¢ndolo sin palabras mientras miraba a la juguetona muchacha de pie sobre ¨¦l. ¡°No seas tan maleducado, ?s¨ª? Deber¨ªas ser m¨¢s cauteloso que eso. ?No eres del tipo que se traga su orgullo, me imagino?¡± ¡ªpregunt¨® la mujer, levantando su mano fuertemente armada para permitir que las varillas de metal se replegaran en su pesado guantelete. ¡°Mph¡­ no, no lo parece¡±, murmur¨® el veterano, habiendo recibido un golpe a su autoestima despu¨¦s de haber sido derribado tan f¨¢cilmente. Ya, luego le echar¨¢ la culpa al alcohol. "Pens¨¦ que te gustaba disgustar a la se?ora". ¡°Oh, por favor no la llames as¨ª. Ella apenas vale su peso en tierra. Pero realmente no necesito un serm¨®n despu¨¦s de matar a uno de sus c¨®mplices m¨¢s fiables¡±, explic¨® la muchacha, sonriendo con picard¨ªa. "Oy ... realmente eres un desertor, ?eh?", Emris se limpi¨® el polvo de la chaqueta mientras se pon¨ªa de pie para enfrentarse a la muchacha, sintiendo que su tama?o se encog¨ªa frente a ella. "M¨¢s como si me hubieran abandonado, creo", se encogi¨® de hombros. "?Qu¨¦ pas¨® con ''tragarse el orgullo''?", Emris desafi¨®, una sonrisa form¨¢ndose en su rostro. ¡°Tienes raz¨®n, qu¨¦ mala maestra soy¡±, se reproch¨® con sarcasmo. Caminando hacia los borrachos ca¨ªdos, ayud¨® a Erica a ponerse sobre sus hombros antes de mirar hacia atr¨¢s. ¡°Mi nombre es Eclipse. Me decepcionar¨¦ si no has o¨ªdo hablar de m¨ª al menos una vez, cachorro ". "?Qu¨¦ mierda quieres decir con ¡®cachorro''?", escupi¨® ¨¦l, antes de fruncir el ce?o a sus aliados. "Estos malditos lacayos bastardos ..." gru?¨® Emris, levantando a Corvus sobre su espalda antes de mirar a la mujer demasiado complacida. "Tal vez. No suelo estar sobrio, as¨ª que me olvidan muchos nombres ¡±, admiti¨® descaradamente. "?Oh? ?As¨ª que podr¨ªas haberlo hecho? Me siento halagada ~ de nada, por cierto,¡±, brome¨®, sacando la lengua. "?Para qu¨¦?" "Record¨¢ndote mi nombre, por supuesto ~" brome¨® Eclipse, antes de se?alar al soldado ca¨ªdo sobre su espalda. Al darse cuenta de a qu¨¦ se refer¨ªa, Emris no pudo evitar re¨ªrse suavemente para s¨ª mismo. "Jodidamente halagado ..." Capítulo 8: El Cómplice Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 8 El C¨®mplice La suciedad era algo com¨²n en una ciudad como ¨¦sta; sus vapores y basura se hac¨ªan morbosamente presentes en cada camino, calle y callej¨®n. Los autom¨®viles, bicicletas y camiones echaban humo en sus viajes, dejando atr¨¢s una nube sofocante estancada mientras se amontonaban en exceso entre otros innumerables veh¨ªculos que recorr¨ªan las carreteras. Incluso intentar mirar hacia arriba con esperanza era observar un perfil ocupado por rascacielos era descorazonador, su belleza natural casi invisible por encima de la interminable bruma que flotaba perpetua sobre la ciudad. Realmente era inevitable. La densidad de la vida serpenteando a diario era demasiado intensa para mantener la limpieza adecuada bajo control, especialmente debido a que algunos demonios m¨¢s ignorantes y orgullosos, encontraban satisfacci¨®n en empa?ar el paisaje, como si intentaran marcar este mundo pecaminoso, dejando su firma. El clavo m¨¢s duro de este ata¨²d era, por supuesto, la incesante niebla negra producida por las industrias manchadas de carb¨®n de m¨¢s rendimiento. Caminar por estas calles sucias har¨ªa que cualquiera se sintiera miserable, especialmente si acababan de llegar de un lugar tan verde como la morada de los Habitantes. A pesar de esto, Eclipse parec¨ªa totalmente indiferente a su entorno, como si hubiera estado atravesando este lugar durante a?os. Teniendo en cuenta que incluso ¨¦l desde?aba la naturaleza derrochadora de esta ciudad, despu¨¦s de d¨¦cadas de verla crecer y marchitarse, Emris qued¨® notablemente impresionado por la conducta despreocupada y juguetona de la mujer ante vistas tan repulsivas. Sintiendo que su curiosidad lo irritaba, Emris no pudo evitar mirar a la muchacha mientras caminaba sin esfuerzo con Erica a cuestas. Al percibir su mirada, Eclipse sonri¨®. "?Te gusta lo que ves?", brome¨®. "Mirar fijamente es mi forma especial de llamar la atenci¨®n de alguien", dijo, encogi¨¦ndose de hombros mientras cargaba al soldado ca¨ªdo, sin responder su pregunta. "?Es as¨ª ~? Bueno, ya tienes la m¨ªa". Eclipse pate¨® una piedra que rebot¨® en el pavimento y cay¨® en un callej¨®n. Un peque?o grito sali¨® de aquel espacio oscuro. "S¨ª. Tienes una habilidad asombrosa; estar¨ªa mintiendo si dijera que no me enojaste antes all¨ª. Un poco enfadado a¨²n, pero lo dejar¨¦ pasar", admiti¨® el veterano, resoplando mientras la miraba. Con una breve pausa y una mirada divertida hacia la misteriosa mujer, pregunt¨®: "?Qui¨¦n te ense?¨®?". Mirando hacia adelante, Eclipse resopl¨® en silencio. "?No eres un poco mayor para que te ense?en nuevos trucos?". "?Ey! ?No soy viejo, cabrona!", Emris ladr¨®, echando espuma por su comentario. Agitando su brazo, neg¨®. "No estoy buscando una lecci¨®n. Ya estoy bien". No pudo reprimir una risa sarc¨¢stica. "?Es eso cierto? Porque estoy bastante seguro de que te dej¨¦ hace cinco segundos¡ª¡ª ~". Deteni¨¦ndola, Emris hizo un gesto de impotencia con sus manos mientras le gritaba. "?Suficiente! ?Co?o...! No puedo creer que me hayas derribado tan f¨¢cilmente. La pr¨®xima vez te tumbar¨¦, ?oyes?", amenaz¨®, pisando fuerte con el pie, casi tirando a Corvus en el proceso. "Ooh ~ Ya lo cabre¨¦ ~", brome¨® la chica encapuchada, riendo. "Sin embargo, te decepcionar¨ªas si te lo dijera". "Ay ... ?te entrenaste t¨² sola?", adivin¨® Emris, arqueando una ceja. Logr¨® relajarse un poco, al menos. Sin duda, Corvus lo apreciar¨ªa m¨¢s tarde. Con un encogimiento de hombros, Eclipse simplemente se ri¨®, como un zorro, mientras miraba. "Justo en el blanco, viejo", brome¨®, gan¨¢ndose un gru?ido de insatisfacci¨®n del brigadier. Antes de que pudiera tragarse sus palabras respecto a su habilidad, continu¨®. "Entonces, no creo que necesite preguntarte si eres un Syndie. No he visitado la vieja fortaleza en bastante tiempo, en realidad ...". "Ey, me dices que vas por ah¨ª espiando La Instalaci¨®n como si no hubiera castigo...". "Oh, ?qu¨¦? ?Vas a tropezarte de nuevo?", ella refut¨®, regal¨¢ndole una mirada juguetona pero inquietante. Aunque no pod¨ªa rendirse tan f¨¢cilmente, considerando su ego y orgullo excesivamente inflados, simplemente deb¨ªa callarse. No conoc¨ªa el alcance total de las capacidades de esta mujer, y lo mejor para ¨¦l era dejar ese misterio en el aire por ahora. Especialmente para mantener a salvo a sus camaradas. Es cierto que casi podr¨ªa garantizar su propia supervivencia, pero Emris no podr¨ªa prometer eso al par de idiotas borrachos que en ese momento estaban siendo barridos por los dos enemigos ubicados ??en el territorio. Hablando de eso, "?Qu¨¦ ganas haciendo favores?", pregunt¨® Emris, sintiendo una gran curiosidad por sus intenciones. Ante esto, Eclipse solt¨® un peque?o suspiro. "?Y por qu¨¦ el interrogatorio? ?Es malo para m¨ª querer ayudar a unos adultos irresponsables?", se burl¨®. "Es un poco agotador, ya sabes. Acepta el favor y d¨¦jalo ya". "Ya, eso no es tan f¨¢cil, muchacha. Los Moradores no son exactamente bienvenidos por aqu¨ª ...". "Fui exiliada, por lo que no cuento. Adem¨¢s, si yo hubiera estado exiliada, ?no significar¨ªa que no los seguir¨ªa a ellos?", la mujer encapuchada refut¨® con picard¨ªa. "Oye, no s¨¦ si eso es cierto. Ostia, ?estoy ayudando a una filtraci¨®n aqu¨ª?", Emris grit¨®, volviendo a sus sentidos repentinamente en medio de semejante perorata. A pesar de su p¨¢nico, Eclipse no pudo evitar sacudir la cabeza con diversi¨®n. "Ustedes realmente s¨ª que son asustadizos, ?eh? Qu¨¦ lindo ~". "S¨ª. ''Adorable''", murmur¨® Emris, presionando sus dedos contra el puente de su nariz. "Oye, me llamaste ''c¨®mplice''. ??Qu¨¦ diablos significa eso?!". "Simple: tienes una boca tan grande, que hablas de todo lo que necesitamos escuchar mientras divagas", se?al¨® Eclipse burlonamente, dibuj¨¢ndose una enorme mueca de sonrisa con sus dedos. "?Mierda¡ª! ??¡¯Necesitamos¡¯?!", Emris gru?¨®, rechinando los dientes por la frustraci¨®n. Al ver que no iba a hablar mucho por su propia voluntad, la peculiar mujer simplemente se ri¨® a carcajadas, observando que los caminos frente a ella se volv¨ªan gradualmente m¨¢s angostos a medida que avanzaban lentamente hacia el borde de la ciudad, a las instalaciones escondidas. Al darse cuenta de que los vapores se iban disipando mientras se aventuraban a trav¨¦s del camino decorado por el bosque, Eclipse no pudo evitar inhalar profundamente, sintiendo que su cuerpo tenso se aflojaba en ese ambiente natural. Se hizo evidente que las recientes ¨®rdenes de enclaustrado entrenamiento hab¨ªan permitido que pocos veh¨ªculos entrasen y saliesen del edificio, y ese silencio fue silenciosamente apreciado por los dos. A pesar de la paz, Emris no pudo evitar quejarse de sus preocupaciones. "Todav¨ªa me siento como un idiota por dejarte que te acercaras". "No te preocupes, no eres exactamente reconocido por ser inteligente", se burl¨® Eclipse, mostrando una sonrisa arrogante. "?Tienes alg¨²n tipo de ... intuici¨®n? ?Que no golpeo a las mujeres o algo as¨ª?", pregunt¨® Emris, frunciendo el ce?o en su direcci¨®n incluso mientras ella miraba hacia otro lado inocentemente. "Estamos aqu¨ª", anunci¨® Eclipse, dejando caer de repente a la bella durmiente que roncaba tan ruidosamente sobre su espalda. El ¨¢ngel s¨®lo gru?¨® mientras se derrumbaba, sin importarle despertarse. Mir¨¢ndola confundido, Emris arque¨® una ceja mientras ¨¦l tambi¨¦n arrojaba a Corvus, produciendo ¨¦l una dolorosa g¨¢rgara. Mir¨¢ndola hacia abajo, pregunt¨® el Brig. "?Qu¨¦ diablos significa ¨¦so?", Con lo poco que ¨¦l sab¨ªa, esto podr¨ªa significar alg¨²n tipo de se?al de ataque. Antes de que pudiera sacar conclusiones precipitadas, Eclipse neg¨® con la cabeza. "C¨¢lmate. No puedo acercarme m¨¢s, porque me lastimar¨¦. Me gusta esta ropa y no quiero ensuciarla con mi sangre, ?entiendes?", brome¨®, encogi¨¦ndose de hombros. "Estoy segura de que un hombre fuerte como t¨² puede arrastrar algunos cuerpos, ?verdad? Seguramente ¨¦sta no ser¨¢ la primera vez que arrastras cad¨¢veres ~". Bajando la guardia con un bufido, arrastr¨® el cuerpo blindado de Erica al lado de Corvus con una protesta. "No est¨¢n muertos". "?Hm? Bueno, bien podr¨ªan estarlo. Despu¨¦s de todo, ?han sido transportados por una malvada Moradora!", exclam¨® dram¨¢ticamente. "Ustedes tres deber¨ªan tener m¨¢s cuidado, ?saben?. Es bastante est¨²pido emborracharse en un momento como ¨¦ste ~". "Ay, d¨¦jame en paz. Es asombroso que no bebamos con m¨¢s frecuencia, teniendo m¨¢s responsabilidades que encontrar comida y vivir de los lujos del mundo sin nada m¨¢s de qu¨¦ preocuparse". Ante esto, Eclipse no pudo evitar fruncir el ce?o, suspirando para s¨ª misma. En un movimiento sorprendentemente r¨¢pido, se volvi¨® hacia el lado del camino, corriendo hacia un tronco antes de escalar un ¨¢rbol con sus garras afiladas. Con una ¨²ltima mirada, coment¨® la ex-Moradora: "Sabes, esa ignorancia no te llevar¨¢ a ninguna parte. Pero supongo que eso es lo que se espera de ustedes, ?no es as¨ª, cachorro?". "No somos ignorantes. S¨®lo tenemos mejores cosas de las que preocuparnos", gru?¨® Emris, viendo la figura desaparecer entre las hojas. "?Y yo no soy un maldito cachorro!". Con un gru?ido, el veterano se vio obligado a llevar a los dos borrachos inconscientes al Cuartel General del Sindicato, a unos minutos de distancia. La verdad, dejar que este pobre y viejo ser cargue con un peso tan pesado ... era vergonzoso, sin m¨¢s. Debido al excesivo uso de armadura de Erica, descubri¨® que ella era el verdadero estorbo entre los dos, hasta el punto de que Emris admiti¨® internamente respeto por la fuerza f¨ªsica que Eclipse pose¨ªa, habiendo sido capaz de cargar con ella con aparente facilidad. Record¨¢ndose a s¨ª mismo que no deb¨ªa entrometerse en sus asuntos, neg¨® con la cabeza antes de enfrentarse a su labor, avanzando hacia la Instalaci¨®n silenciosa con los no cad¨¢veres a cuestas. Lo primero que hizo el hombre, despu¨¦s de dejar caer despiadadamente a los ¨¢ngeles dormidos sobre las alfombras de la entrada, para gran disgusto de un conserje que pronto ser¨ªa responsable de los mismos, fue caminar directamente a la sala del trono, donde Alpha se sentaba a horas imprevisibles. Era imposible intuir si se le encontrar¨ªa o no, y buscarle no resultar¨ªa ser una tarea sencilla en un edificio tan gigantesco. Finalmente Emris, al darse cuenta del hecho de que apenas hab¨ªa dormido estos ¨²ltimos d¨ªas sin siquiera darse cuenta, su cuerpo comenz¨® a volverse cada vez m¨¢s pesado a cada segundo que pasaba. Casi perdi¨® la cabeza al golpearse con el hacha de un Minotauro, recibiendo una disculpa inmediata de la bestia. Parec¨ªa un poco fuera de lugar, pero todos los que pasaban tiempo en el Sindicato conoc¨ªan la reputaci¨®n individual de los brigadieres; particularmente la del Guardi¨¢n supuestamente indispensable. Si bien no era el individuo m¨¢s apreciado, al menos fue tratado con el respeto que merecer¨ªa una autoridad superior. Su destreza en el combate tambi¨¦n super¨® en gran medida a la del Ej¨¦rcito. En todo caso, su comportamiento imprudente y arrogante fue tal vez el mayor desv¨ªo para los soldados m¨¢s aspirantes. "Maldita sea ... ?Alpha!", grit¨® ¨¦l sin reducir su volumen ni siquiera dentro de las paredes del establecimiento que descansaba. "D¨®nde ... d¨®nde est¨¢s, maldita sea ...", murmur¨® Emris, sintiendo su cabeza balancearse mientras avanzaba lentamente. Un paso, luego otro. El veterano se vio obligado a mirar la posici¨®n de sus pies a medida que se cansaba cada vez m¨¢s. Un paso, luego otro. Un paso, luego ... eh, ?qu¨¦ otra vez? As¨ª, el cuerpo privado de sue?o de Emris se encontr¨® de golpe con el suelo, estrell¨¢ndose con un ruido sordo merecedor de una mueca de dolor. El hecho de que se cayera de bruces sin duda habr¨ªa motivo de preocupaci¨®n, si fuera un ciudadano medio. En los ¨²ltimos segundos de su disminuida conciencia, pudo distinguir las palabras preocupadas, y decepcionadas, de un m¨¦dico familiar y profundamente asustadizo. Despu¨¦s de un intento un tanto a medias de trasladar al Brigadier completamente incapacitado y absurdamente pesado a la Sala M¨¦dica, y dejarlo caer sobre una camilla, la figura que vest¨ªa bata blanca exhal¨® un suspiro de alivio y se sent¨® a descansar. Deber¨ªa haber diagnosticado y tratado a su paciente reci¨¦n incorporado, pero el m¨¦dico se encontraba en una situaci¨®n similar a la de Emris y, conociendo las cualidades milagrosas del veterano, se durmi¨® r¨¢pidamente. "... ?Sabes?, deber¨ªas tomarte un d¨ªa libre, William. Sally tambi¨¦n lo agradecer¨ªa", aconsej¨® Emris, habi¨¦ndose levantado de la camilla, cuando escuch¨® los ronquidos de la liebre, que dorm¨ªa profundamente durante las primeras horas de la ma?ana. "A los chicos del turno de noche no les va a gustar que duermas cuando m¨¢s te necesitan. Oye, lev¨¢ntate. ?Oye!". Tras una fuerte bofetada en la mejilla peluda del doctor, los ojos de su v¨ªctima se abrieron de golpe mientras examinaba r¨¢pidamente su entorno, completamente despierto en un abrir y cerrar de ojos. "?Maldita sea! ??Era ¨¦so realmente necesario !?", William se quej¨®, frotando la piel enrojecida. William era, en opini¨®n generalizada, un Lypin: un conejo visiblemente poli-antropom¨®rfico, un Cr¨ªptido, que se asimilaba a una gran variedad de bestias lep¨®ridas. Su especie a menudo era conocida por su velocidad, pero tambi¨¦n era reconocida como uno de los seres m¨¢s insignificantes en la cadena alimentaria, y en raras ocasiones se les consideraba m¨¢s d¨¦biles que los humanos. Algunos Lypins ten¨ªan orejas m¨¢s largas que otros; algunas ten¨ªan orejas cortadas, otros las ten¨ªan rectas; algunos eran tan peque?os como un bote de basura o tan altos como una persona humana enana. Este Lypin en particular pertenec¨ªa al de los distritos monta?osos superiores, que resultaba ser de la variedad alta, debilucha, de orejas largas y ca¨ªdas. Con una sonrisa de cabronazo, Emris mir¨® lascivamente al conejo. "Trat¨¦ de despertarte con palabras, pero despu¨¦s de intentarlo una vez, me qued¨¦ sin opciones".You might be reading a pirated copy. Look for the official release to support the author. "??No podr¨ªas haber hablado m¨¢s alto ?! ?Tengo orejas grandes, sabes!", protest¨® el m¨¦dico, palpando las arrugas de su bata. Parec¨ªa ser que todos los m¨¦dicos estaban un poco obsesionados con eso. "Oh, as¨ª , ? QUIERES DECIR? ", Grit¨® Emris, elevando su voz a la de un sargento de instrucci¨®n como para burlarse de las ideas de la pobre criatura. Agarr¨¢ndose las orejas con toda la intenci¨®n de arrancarlas, William grit¨®. "?Suficiente! ?Gah, buena Diosa! ?Piedad!". "Je, siempre es divertido joder contigo", se burl¨® Emris, jugando con el m¨¦dico que reconoc¨ªa como amigo. La amistad es algo tan curioso, ?no? "Deber¨ªas ser m¨¢s justo con tu equipo m¨¦dico, ?no crees?", suplic¨® William, palmeando compulsivamente su abrigo. Con un encogimiento de hombros y una sonrisa satisfecha, Emris le dio al conejo adulto un toque en la cabeza. "Eh, es lo que hacen los amigos, ?verdad?". "?Me gustar¨ªa pesar que nuestra amistad no se ha reducido a menospreciarme, bruto!". Riendo, el veterano desliz¨® una mano en su abrigo, verificando que todas sus pertenencias siguieran en su lugar. Si bien recordaba vagamente haber venido a este lugar, no pod¨ªa garantizar que no fuera solo un sue?o. Al recordar sus actividades pecaminosas del d¨ªa anterior, lentamente comenz¨® a fatigar su propio estado de ¨¢nimo en sus pensamientos. Eclipse fue una rareza por decir lo m¨ªnimo; parec¨ªa poco realista que se las hubiera arreglado tan eficazmente habi¨¦ndose entrenado sola. Gru?endo por su orgullo da?ado, se deshizo de los recuerdos de que ella le hab¨ªa superado y retrocedi¨® m¨¢s atr¨¢s. Supo que algo grave se ocultaba en su memoria desde el momento en que se despert¨®, y cuando finalmente record¨® el incidente que tuvo lugar dentro del dominio de los Moradores, as¨ª como su completo fracaso en obtener su cooperaci¨®n, Emris apret¨® los dientes, deseando que todo aquello fuera un sue?o. Casi no quer¨ªa cre¨¦rselo, aprovechando la m¨ªnima posibilidad de que su cabeza le estuviera inventando una farsa desastrosa. Pero incluso ¨¦l entendi¨® que simplemente no era el caso, y dej¨® de andarse por las ramas. Estaba tan claro como la luz del sol: los Moradores no ofrecer¨ªan auxilio, y ni siquiera parar¨ªan de intentar eliminar al Sindicato. Estaban completamente solos, y era un verdadero dolor de cabeza pensar siquiera en c¨®mo salir de este l¨ªo. Volviendo su atenci¨®n de nuevo al m¨¦dico adicto a la cafe¨ªna, que estaba preparando una taza del estimulante negro para su rutina matutina, Emris le agradeci¨®. "Gracias por la ayuda, viejo. Mira, tengo que moverme. El tiempo se me va. Te ver¨¦ m¨¢s tarde, ?no?". "?Por supuesto! Trate de no caer a pedazos, ?hm? No me apetece pasarme el d¨ªa arranc¨¢ndote balas como la ¨²ltima vez", record¨® el doctor, llev¨¢ndose la taza a los labios con excitado vigor. "Intentar¨¦ no hacerlo, conejo. ?No te mueras!", dese¨® Emris, riendo con un tono brumoso mientras sal¨ªa de la habitaci¨®n. "Siempre dices lo mismo, Emris", suspir¨® el conejo, riendo para s¨ª mismo mientras se concentraba en su trabajo. Al ver su camino a trav¨¦s de la Instalaci¨®n, el primer destino de Emris fue el de dondequiera que estuvieran ubicados los Jefes. Recordaba haber tratado de encontrar a Alpha, sofocando una risa al pensar en los ¨¢ngeles que hab¨ªa depositado en el suelo de la entrada, antes de hacer una cama improvisada con el suelo. Con paso apresurado, dio paso a la sala del trono, la ubicaci¨®n m¨¢s probable del gobernante real. De todos los hombres, ¨¦l deber¨ªa ser el primero en saberlo, despu¨¦s de todo. Kev sin duda vendr¨ªa despu¨¦s ... "?Emris!", grit¨® una voz familiar, que reson¨® inc¨®modamente en los o¨ªdos del brigadier. Caminando hacia ¨¦l con un paso r¨¢pido de frustraci¨®n, una soldada con un rifle posada en el hombro se encontr¨® directamente delante de su superior. "?Has estado ausente durante el entrenamiento! ?D¨®nde diablos estabas? ?T¨² eres el que sigue quej¨¢ndose de que tenemos poco tiempo mientras lloriqueas de que el final se acerca!". "Ugh ... Elena, no tengo tiempo¡ª ?no estaba lloriqueando !". "?Como sea que lo llames, entonces! Desanimarse no va a ayudar a nadie. ?Vamos! ?Llegas tarde!", implor¨®, agresiva, agarrando la mu?eca del veterano antes de arrastrarlo hacia el ¨¢rea de entrenamiento. Emris se qued¨® tras de ella mientras lo forzaba y se las arregl¨® para liberar su mano, para gran disgusto del impaciente colonel. "Escucha, tengo mierda que hacer", se excus¨® Emris, plante¨¢ndose si salir corriendo ser¨ªa m¨¢s eficaz. No, mejor no arriesgarse. La tipa estaba loca. "S¨ª, todos lo hacemos. ?Y es tu responsabilidad entrenarnos! ?Vamos, vamos!". "?Entrenen solos, colonel! Tengo que hablar con Alpha", explic¨® Emris, con cansancio en sus ojos. "... Siempre tienes que hablar con el Jefe. Es como si fuera tu marido o algo as¨ª", se quej¨® Elena, masajeando el hueso de su nariz. Despu¨¦s de unos segundos, extendi¨® su dedo ¨ªndice hacia ¨¦l mientras dec¨ªa: "Est¨¢ bien, pero es mejor que entres a la arena hoy. Por cada minuto que est¨¦s ausente, te vamos a destrozar". "Oye, ?no crees que esto deber¨ªa ser al rev¨¦s?", murmur¨® Emris, encogi¨¦ndose. Ciertamente, estaba loca. "S¨ª, pero tenemos que cuidar nuestro superior tambi¨¦n, as¨ª que no veo mucho sentido aqu¨ª de todos modos". "Duras palabras de una dura mujer..." Emris sonri¨®, levantando su faz ca¨ªda. "Como te gustan. S¨ª, c¨¢llate". Si bien no pudo evitar hacer una mueca cuando ella se larg¨®, tampoco pudo reprimir una peque?a risa ante la agresiva cercan¨ªa de su pelot¨®n. Aunque los miembros del Sindicato eran a menudo de naturaleza c¨ªnica, generalmente admiraban las ense?anzas de sus superiores, un hecho que podr¨ªa atestiguarse en su caso. Con un sentimiento de cari?o pasando calurosamente a trav¨¦s de s¨ª mismo, Emris finalmente abandon¨® el lugar para continuar su caminata, sus piernas movi¨¦ndose m¨¢s ligeros ahora que hab¨ªa encontrado alguna motivaci¨®n en la que actuar. Ciertamente, el avance de tantas naciones de forma simult¨¢nea atranc¨® sus pensamientos, dej¨¢ndolo a menudo con nada m¨¢s que pesimismo al que respaldar. Como tal, tener un recordatorio r¨¢pido de su utilidad le sirvi¨® bien, incluso en un momento como este. Su camino hacia la sala de trono fue completamente tranquilo. Al ser muy conocido en este lugar, los soldados que pasaban sab¨ªan que ser¨ªa mejor no distraer sus oficios. En parte debido a las formalidades del profesionalismo, pero sobre todo debido a su notorio mal genio. Con un empuj¨®n contra las majestuosas puertas que conducen a la habitaci¨®n frente a ¨¦l, Emris no pudo evitar suspirar de alivio al ver a Alpha, hablando con un asesor sobre alguna tonter¨ªa financiera. S¨ª, respetaba altamente al noble. Pero el veterano inevitablemente resopl¨® al gobernante que se rascaba la cabeza, conoci¨¦ndolo como un hombre de guerra, m¨¢s que como un hombre de parloteo diplom¨¢tico. Levantando su mirada hacia Emris, Alpha se ri¨® poderosamente para s¨ª mismo, agradeciendo la conveniente entrada del brigadier mientras retumbaba, gritando sobre su consejero. "?Buenos d¨ªas, fiel caballero! ?Espero que venga con noticias?". Ri¨¦ndose de las divertidas muestras de distracci¨®n de Alpha, Emris respondi¨®. "S¨ª, pero no tiene buena pinta. Si¨¦ntate, es serio". "Ah, ?es as¨ª? Hable, amigo", implor¨® Alpha, limpiando su gran espada del polvo mientras escuchaba. "Se trata de los moradores", comenz¨® Emris, haciendo crujir su cuello. "No se est¨¢n rindiendo". "S¨ª, me imagin¨¦ que esos demonios no bajar¨ªan sus dagas". Alpha se rasc¨® la barbilla, contemplando c¨®mo deber¨ªan avanzar ahora que las cartas se hab¨ªan apilado tan injustamente contra ellos. "Entonces, ?cu¨¢l es la palabra, jefe? No tenemos tiempo para perder". "Parece que nos estamos quedando sin opciones, ?eh? Estamos lidiando con una apuesta realmente desagradable, pero no tenemos m¨¢s remedio que tirar los dados. Ya hice planes para enviar subsidios a Sylvves con la esperanza de su cooperaci¨®n ", explic¨® Alpha, haciendo crujir los nudillos. "Es s¨®lo una cuesti¨®n de suerte y tiempo si responden o no lo suficientemente pronto, e igual de generosos". Al escuchar esta declaraci¨®n, algunos de los guardias lanzaron al gobernante una mirada de desaprobaci¨®n, aunque los dos veteranos no se dieran cuenta. "A cruzar los dedos, supongo", respondi¨® Emris, rasc¨¢ndose la cabeza. "?Qu¨¦ hay de Korrhalege? ?Planeas quitar a Jasper del medio?" "Aunque lo he considerado, creo que solo aceptar¨ªa cualquier negociaci¨®n con mi presencia. Le gusta tener mi cabeza a juego", brome¨® Alpha, empujando al brigadier. "Je, s¨ª. Te usaremos como cebo si lo peor llega a peor". Emris se ri¨® entre dientes, aclar¨¢ndose la garganta mientras continuaba a asuntos m¨¢s urgentes. "?Qu¨¦ hay de Yanksee?". "Le he confiado una operaci¨®n amortiguadora a Kev, con la esperanza de debilitar su invasi¨®n. Aunque no puedo garantizar buenas noticias, tengo f¨¦ en su ¨¦xito". "Eh, Kev siempre fue un hombre fuerte. Sobrevivir¨¢". "Su supervivencia es s¨®lo una de mis preocupaciones, amigo." Con un tono m¨¢s sombr¨ªo, Emris entrecerr¨® los ojos. "S¨ª, los Carmes¨ªes. ?Qu¨¦ sabemos de su avance?". ¡°Lentos, como siempre. Van como una fragata lenta pero ancha; todav¨ªa no podemos estar seguros de sus n¨²meros. Las tropas a¨¦reas est¨¢n tratando de hacer estimaciones, pero tienen que hacerlo con cuidado. Ya hemos perdido a media docena por acercarse demasiado", inform¨® Alpha, con un gesto sombr¨ªo. Suspirando para s¨ª mismo, el brigadier no pudo evitar patear el suelo con ira. "... Al menos se est¨¢n tomando su tiempo. ?Cu¨¢les son las probabilidades de que terminemos en guerra con ellos y Yanksee al mismo tiempo?" Con un divertido murmullo y una reconfortante palmada en la espalda, Alpha mostr¨® su caracter¨ªstico buen esp¨ªritu mientras respond¨ªa. "?No te preocupes, viejo amigo! Porque si esos descerebrados se acercan al mismo tiempo, acabar¨¢n pisoteados. Por lo que recuerdo, Ducasse todav¨ªa subestima el poder que poseen esos demonios. Es por ello que el orgullo es un pecado ! Realmente es capaz de traer la ruina incluso a una naci¨®n como Yanksee ". "?Qu¨¦ hay de Zwaarstrich entonces? Estar¨¢n en l¨ªnea directa de fuego cuando lleguen los Carmisioneros", reflexion¨® Emris, suspirando de l¨¢stima por la peque?a naci¨®n del noroeste. Sus lustrosos castillos ya hab¨ªan sido destruidos por la ¨²ltima invasi¨®n hace una d¨¦cada; la regi¨®n encontr¨¢ndose en el camino directo entre el Malpa¨ªs y la tierra sobre la que se construy¨® el Sindicato, conocido coloquialmente como ¡®El Centro¡¯. Aunque hab¨ªan reconstruido lo suficiente desde entonces como para mantenerse respetables, todav¨ªa no fueron restaurados al m¨¢ximo. Si se vieran obligados a enfrentarse a los Carmes¨ªes, ser¨ªan eliminados sin lugar a dudas. "Me duele decirlo, pero realmente no tenemos el tiempo ni los recursos como para enviarles refuerzos en este momento. Xavier considera adecuado tomar sus armas y protegerlos, pero no puedo permitir tal suicidio. Mi coraz¨®n arde terriblemente por ¨¦l y su naci¨®n, de verdad. Que la Diosa los proteja¡±, deseaba Alpha, ya asimilando la asegurada p¨¦rdida de vidas que inevitablemente sufrir¨ªa una regi¨®n as¨ª. Su ubicaci¨®n aislada, junto con abundantes y ricos recursos, parec¨ªa tener un precio impensable. "Ay, esto es un desastre ...", murmur¨® Emris, sosteniendo su cabeza, perturbado por su incapacidad para actuar. Esto tambi¨¦n hizo que varios guardias se volvieran hacia ellos, escuchando atentamente. Uno de los cuales sujet¨® su visor con terror, ocultando su dolor a trav¨¦s de las m¨¢scaras sim¨¦tricas que llevaban. Mirando hacia los ojos cerrados de Alpha, el veterano murmur¨®. "Me sorprende que hayas convencido al hombre, la verdad". "Lamentablemente, no puedo hacer nada m¨¢s que usar la fuerza. Sabes que ¨¦l nunca aceptar¨ªa esto de otra manera". "S¨ª, justamente. Victus ...". Con una mano ahuecando su rostro, Emris ofreci¨®. "?Deber¨ªamos priorizar la operaci¨®n de amortiguaci¨®n, entonces?" Con un humilde asentimiento, Alpha confirm¨®. "S¨ª, sin duda. Si nos relajamos ahora, atravesar¨¢n las puertas y nos traer¨¢n todo un infierno". "... Parece que ese viaje a Yanksee no va a ser posible, al final. Es una pena; me apetec¨ªa una ''visita''", brome¨® Emris, tratando de levantar el ¨¢nimo a ambos. En el fondo, pod¨ªa sentir la necesidad de vomitar. "?Aja! ?Y estoy seguro de que les habr¨ªas hecho una gran travesura, de hecho! Pero un abandono tan imprudente seguramente traer¨ªa tu propia ruina, compa?ero", proclam¨® Alpha, volviendo a su noble forma de ser. "Eh, ya me conoces, jefe," Emris se encogi¨® de hombros, presionando un pu?o contra su columna con un gru?ido. "Bien, es mejor que me largue. No vaya a ser que me mate mi pelot¨®n". "?Ah, ve! Dales un gran saludo de parte de su se?or¨ªa". Alpha se ri¨®, su voz retumbante explot¨® por toda la habitaci¨®n. Al escuchar esto, un guardaespaldas en particular no pudo evitar hacer una mueca, mirando al Rey peligrosamente a trav¨¦s de su casco. Con una risa contenida, al igual que un nuevo pensamiento por el que agonizar m¨¢s tarde, Emris se abri¨® paso a trav¨¦s de la Instalaci¨®n, dejando la secci¨®n media del edificio para llegar a su ala este. Tomando un trago del brebaje producido de su cantimplora, engullendo sus preocupaciones, el brigadier se las arregl¨® para echar un vistazo a un cierto dormitorio mientras levantaba la mirada para beber. Con un sonido curioso, Emris guard¨® su bebida antes de cambiar de direcci¨®n. Con un poco de suerte, sus soldados impacientes solo le arrancar¨ªan dos miembros como m¨¢ximo por su comportamiento distraible. Acerc¨¢ndose a la puerta, levant¨® la mano para llamar, antes de congelarse. Una sensaci¨®n terrible se estremeci¨® en su interior, lo que le oblig¨® a retroceder reflexivamente, recobrando el rumbo. Suponiendo que no era m¨¢s que una casualidad mientras se secaba el sudor que se hab¨ªa formado en su frente, reuni¨® su voluntad para acercarse a la puerta, sacudiendo la palidez de su piel. Sin dudarlo, casi destroz¨® la puerta al tocarla. Hubo una leve perturbaci¨®n desde el interior, ya que quien estaba dentro se tir¨® de la cama, seguido de un golpe sordo. Poniendo los ojos en blanco, el veterano tom¨® otro trago, por si acaso. "?Qui¨¦n est¨¢ ah¨ª?", habl¨® una voz ronca y joven. Ri¨¦ndose por el tono alterado del chico, Emris habl¨®. "?S¨ª, tu caf¨¦?", brome¨®, ya sonri¨¦ndole al ni?o incluso mientras se escond¨ªa detr¨¢s de una puerta cerrada. "Oh, s¨®lo eres t¨²", reconoci¨® el chico, abriendo la puerta para revelarse. Si bien Tokken hizo todo lo posible por sonre¨ªr a pesar de su situaci¨®n, las bolsas debajo de sus ojos junto con su apariencia terriblemente exhausta solo pod¨ªan so?ar con enga?ar a alguien. "?Qu¨¦ diablos quieres decir con ''soy solo yo''? ?Y dormiste algo, chico?", pregunt¨® el viejo, inclin¨¢ndose para mostrar de cerca su rostro disgustado. "?Eh ...? ?Oh, eh? ?S¨ª, s¨ª! Dormir est¨¢ bien", murmur¨® Tokken, temblando detr¨¢s de su intento con una voz juguetona. "?Qu¨¦ tal t¨²?". Emris arque¨® una ceja y se mordi¨® la mejilla mientras se enderez¨®. "Te ves como la mierda. Estoy bien". "?S¨ª? Maldita sea, ?uhm ... no me duch¨¦! As¨ª es, no me duch¨¦ ...". Haciendo caso omiso de sus d¨¦biles excusas, Emris mir¨® su rostro dentro de la habitaci¨®n a oscuras, notando que la Aulladora dormida descansaba en una silla acolchada. "Oye, tu habitaci¨®n est¨¢ m¨¢s oscura que un funeral para ciegos", se?al¨® el hombre, sus dedos presionando su frente mientras un leve dolor estallaba en su cabeza. "Ah¨ª est¨¢ ese maldito sentimiento de nuevo. Realmente deber¨ªa beber otra mierda", murmur¨® Emris, produciendo una risita falsa para calmar sus nervios. Volvi¨¦ndose hacia el chico, Emris lo agarr¨® por los hombros antes de obligarlo a salir. "?Q¡ªqu¨¦? ?Oye! ?Su¨¦ltame!", Tokken se quej¨®, su ya in¨²til fuerza empa?ada a¨²n m¨¢s por su estado actual, dej¨¢ndolo apenas capaz de agitar los brazos en respuesta. "Vamos, rel¨¢jate. Te mostrar¨¦ c¨®mo se entrena el ej¨¦rcito. A los chavales les gustan ese tipo de cosas, ?verdad?", pregunt¨® Emris, soltando los hombros de Tokken una vez que logr¨® que caminara en la direcci¨®n deseada. "?No ... ?. Mira, no lo s¨¦ ...". "S¨ª, cu¨¦ntamelo todo. Vamos," interrumpi¨® el brigadier, empujando la espalda de Tokken para acelerar el paso. Llegaba tarde. "?Pero no es como ... peligroso ¡­?". "?Vamos!". "De verdad, creo que deber¨ªa quedarme. Ser¨¦ menos molesto de esa manera¡ª". " ? Oye !", Emris grit¨®, silenciando al chico que retroced¨ªa. Al ver la mirada aterrorizada en el rostro de Tokken, el hombre no pudo evitar suspirar para s¨ª mismo. "Mira, yo tampoco estoy de buen humor. Pero, francamente, si no puedo sacarte de all¨ª, me sentir¨¦ como un guardi¨¢n in¨²til. Y eso tiene el doble de peso conmigo, as¨ª que hazme el favor, ?de acuerdo?", Emris trat¨® de convencer, pareciendo un poco m¨¢s desesperado de lo normal considerando su personalidad. Con un suspiro atrofiado, Tokken se resign¨® a los caprichos err¨¢ticos del veterano. "Bueno ... est¨¢ bien, supongo. Si insistes y todo eso ...". respondi¨® r¨¢pidamente el joven, tartamudeando mientras que su ser reci¨¦n consciente trataba en vano de mantener la compostura. Emris lo complaci¨® con una breve risa. "?Ves? Ya estamos completamente despiertos ahora." Lo primero que escucharon al tropezar dentro del enorme campo de entrenamiento parecido a un coliseo, entre la variedad de gru?idos, choques de hierro e incluso disparos, fue ... "?EMRIS!", grit¨® un soldado, echando humo por los o¨ªdos. Una voz tan cabreada como la suya probablemente aterrorizar¨ªa a cualquiera en un radio de cinco millas. Menos mal que la voz del hombre llameante que se acercaba no era lo suficientemente aguda como para alcanzar tales distancias. "?Cuatro horas tarde?" Capítulo 9: Milagro Desperdiciado Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 9 Milagro Desperdiciado Contemplando c¨®mo el hombre que escup¨ªa ascuas cargaba hacia ¨¦l como un rinoceronte, Emris s¨®lo pudo formar una sonrisa borracha antes de sentir los flam¨ªgeros nudillos del soldado volar hacia su pecho. Sintiendo nada menos que un pseudo-tren reventarse contra su caja tor¨¢cica, Emris se encontr¨® arrastrando los pies contra la arena tras el impulso, retrocediendo una notable distancia. La onda del choque casi astilla sus huesos por su fuerza. Un golpe decente, sin duda; pero no tan poderoso como podr¨ªa ser, lo que demostr¨® una evidente cantidad de moderaci¨®n. Qu¨¦ encantador. Atrapando su ca¨ªda con un pu?o, el veterano se irgui¨® nuevamente, mirando al pir¨®mano enojado antes de reenviar su mirada hacia el chico que acababa de presenciar dicha violencia sin sentido ante ¨¦l. ¡ªOye, con el chaval delante no, ?eh? ¡ªEmris trat¨® de razonar, ya incapaz de reprimir su risa mientras se acercaba con calma a los dos individuos cuyas mentalidades difer¨ªan tanto. Chirriando varias articulaciones de su cuerpo, el feroz soldado que hab¨ªa atacado tan descaradamente a su superior sonri¨® maliciosamente para s¨ª mismo. ¡ªLo dijiste t¨². La tardanza no se perdona. ¡ªS¨ª, cuando sean ustedes. Yo me tomar¨¦ mi tiempo ¡ªdisculp¨® patoso el brigadier, mof¨¢ndose mientras el mal genio de su subordinado pr¨¢cticamente se filtraba a trav¨¦s de su tez. Con un estallido de llamas, el marcial llameante prepar¨® una secuencia de golpes adicionales, empe?ado en ejemplificar al borracho asignado de su maestro, antes de sentir sus pies deslizarse bajo sus piernas. Con un gru?ido, su fuerza constante y su impulso se disiparon simult¨¢neamente. Quedando bocarriba con furioso despecho, observ¨® a su compa?ero de trabajo que le sacaba estatura, quien acariciaba su fiel lanza. ¡ª?Avel, idiota engre¨ªdo! ¡ªel hombre ardiente se puso a espumar, gru?endo mientras el lancero se ajust¨® las gafas, resoplando como un noble pomposo. ¡ªDeber¨ªas estar m¨¢s atento. Cuida tus pies, no vayas a perderlos ¡ªse burl¨® Avel, para gran disgusto del coronel. Al ver que un ciclo perpetuo se preparaba para surtir efecto, Emris levant¨® una mano con desaprobaci¨®n. ¡ªOye, basta. Estoy aqu¨ª, as¨ª que todos pod¨¦is... ¡ªDoscientos cuarenta y seis minutos ¡ªuna voz femenina pero profundamente preocupante habl¨® detr¨¢s de ¨¦l, lo que le oblig¨® a secarse el sudor reci¨¦n expulsado de su frente para no mostrar ning¨²n tipo de nerviosismo. Dando vueltas con una risa inc¨®moda, Emris demostr¨® una postura lo m¨¢s relajada posible, volvi¨¦ndose y cerrando los ojos con un simple encogimiento de hombros. ¡ªElena, dejemos las gilipolleces, ?de acuerdo? Tenemos trabajo que hacer, ?eh? No hay tiempo que perder ¡ªintent¨® convencer Emris, demostrando una cierta insuficiencia en su capacidad para disuadir a sus camaradas agraviados. El ni?o mir¨® perplejo hacia cada uno de los individuos a los que llamaba adultos; una escena que nunca habr¨ªa concebido ni necesitado ver habi¨¦ndose desenredado ante sus ojos. Tomando un par de rifles autom¨¢ticos en cada mano, la mujer, que parec¨ªa poco m¨¢s que irritada hace unos momentos, mostr¨® su m¨¢s verdadero disgusto. Rechinando su cuello como una advertencia singular, Emris trag¨® saliva, desapareciendo repentinamente de su lugar, solo para aparecer a unos metros de distancia cuando Elena comenz¨® a descargar sus municiones con un continuo grito de guerra, sin detenerse ante nada mientras mov¨ªa sus pesadas armas hacia la impredecible teletransportaci¨®n de su objetivo. A¨²n a trav¨¦s del sonido ensordecedor de las armas, Tokken capt¨® algunas siluetas borrosas del brigadier, cuyos movimientos se hab¨ªan reducido a borrones cambiantes cuando espor¨¢dicamente desaparec¨ªa y reaparec¨ªa; aqu¨ª, all¨¢ y de vuelta a lo largo del espacio de entrenamiento asignado dentro del vasto estadio. El mayor error de Emris fue aparecer dentro del alcance del soldado cabreado que no hab¨ªa logrado calmar antes. Su segundo error fue que por casualidad us¨® esa ventana como una oportunidad para recuperar el aliento. Con una sonrisa enfermiza, el feroz individuo golpe¨® la espalda del Brigadier, lo que provoc¨® que el veterano retrocediera a trav¨¦s de un conjunto bastante desordenado de reubicaciones m¨¢gicas, llev¨¢ndose balas en el proceso. Con la mand¨ªbula floja, el ni?o observ¨® c¨®mo el cuerpo de Emris gradualmente se deterioraba ante la destructiva fuerza de los proyectiles, reduciendo sus movimientos imperceptibles a un ritmo menos impresionante y embotado a medida que su cuerpo se deshac¨ªa cada vez m¨¢s. La muchacha hab¨ªa recargado una sola vez, y sus cargadores de tambor conten¨ªan el doble de balas que las de un arma de fuego promedio. Al ver c¨®mo el cuerpo de Emris se desplomaba a la despiadada destrucci¨®n, el l¨ªder excesivamente orgulloso e incompetente cay¨® al suelo como un bistec mal cocido, el humo saliendo de sus inconcebibles heridas. Su pecho probablemente hab¨ªa absorbido docenas de balas, que desintegraron varios pedazos de su columna y costillas, y dejaron sus ¨®rganos como rechonchos sacos de carb¨®n quemado. Sus piernas casi hab¨ªan sido amputadas por la fuerza violenta del fusilamiento de una sola mujer, y su tez se hab¨ªa vuelto irreconocible tras la multitud de agujeros que se abrieron a trav¨¦s de su cr¨¢neo; su mand¨ªbula rota y colgando como un resorte. No hab¨ªa palabras para justificarlo: Emris ten¨ªa que estar muerto. Y, sin embargo, cuando mir¨® a los otros miembros del pelot¨®n, que parec¨ªan desinteresados por el evento, Tokken no pudo evitar sentir n¨¢useas por lo extra?o, m¨®rbido e incomprensible que parec¨ªa todo. Con la cabeza dando vueltas, el ni?o se arrodill¨® para vomitar, vaciando su est¨®mago en la arena bajo sus pies. ¡ª?Oye, oye! Vamos, ni?o, ?Esto no es un maldito ba?o! ¡ªse quej¨® Avel, enojado por la repugnante basura que marcaba el suelo. ¡ªT¨² s¨®lo... ella... ?ngh¡­! ¡ªTokken se atragant¨®, soltando lo que quedaba de su comida como para desafiar al soldado inusualmente casual que se quejaba por tales trivialidades, incluso en un momento como este. ¡ªC¨¢lmate, Ave. El chaval no tendr¨¢ ni idea ¡ªhabl¨® Elena, alej¨¢ndose para reponer sus municiones. Pateando la tierra, murmur¨® el lancero para s¨ª mismo. ¡ªT¨² eres la que necesita calmarse. Victus... ?Ay, Ignus! F¨ªjate en el grandull¨®n. ?Diosa no permita que deje de sanar! ¡ªgrit¨® el Coronel a su igual, gan¨¢ndose un ruido de disgusto del pirot¨¦cnico antes de volver su atenci¨®n al joven enfermo. Al prestarle una mano renuente y germof¨®bica, Tokken fue arrojado de forma algo abrupta sobre sus pies, sintiendo la mano que le prest¨® ayuda serpenteando con un chasquido. ¡ª?Repugnante! No te atrevas a volver aqu¨ª solo para ensuciar el suelo, ?entiendes? ¡ª?Qu¨¦...? ¡ªTokken murmur¨®, su tono se redujo a un mon¨®tono rob¨®tico mientras miraba alterado a su alrededor. Al verse a s¨ª mismo en medio de un ¨¢rea de entrenamiento de gran tama?o, record¨® d¨®nde estaba. El cuerpo humeante de Emris estaba siendo empujado por un soci¨®pata aburrido, mientras que la chica que lo hab¨ªa desintegrado se abastec¨ªa como si quisiera m¨¢s. Es m¨¢s, el hombre cursi, alto y formalmente vestido que le ayudaba apenas toleraba respirar el mismo aire que ¨¦l. ¡ª?Qu¨¦ quieres decir con '' qu¨¦ ''? Podr¨ªas decir ''gracias'', en su lugar ¡ªsuspir¨® Avel, dando a su lanza algunos h¨¢biles golpes¡ª. Soy Avel, decimocuarto coronel del Sindicato. El placer es suyo, en todo caso. ¡ªEntonces... eres t¨ªmido. Cierto... Si es as¨ª, ?por qu¨¦ te resulta tan normal esta barbaridad? ?Ni siquiera te inmutaste! ¡ªTokken demand¨®, todav¨ªa sinti¨¦ndose mareado mientras se negaba a mirar en direcci¨®n al cad¨¢ver. Un sentimiento justo para tener, considerando las circunstancias. ¡ªNo soy t¨ªmido, chico. Se supone que debes ganarte el respeto de tu superior... Angustiado por los eventos que acababan de suceder, junto con una paciencia que se hab¨ªa agotado por los enloquecedores residentes de esta Instalaci¨®n, Tokken intervino. ¡ªNo trabajo aqu¨ª, por lo que puedes detener la charla de grande y pomposo ahora mismo. Tambale¨¢ndose levemente por la repentina seriedad de la voz del ni?o, el Coronel se rasc¨® la cabeza mientras respond¨ªa. ¡ªVictus, estaba bromeando... ¡ªmurmur¨®, lanzando una mirada descuidada al cuerpo tembloroso del brigadier, gru?endo para s¨ª mismo al imb¨¦cil sin tacto a su lado¡ª. No nos importa porque estamos acostumbrados. No somos nuevos aqu¨ª, ?sabes? Pasamos por la misma rutina todos los mi¨¦rcoles. ¡ª?Q-Qu¨¦? ?Ustedes tienen brigadistas prescindibles? ?No se supone que ¨¦l es importante? ¡ª?De qu¨¦ est¨¢s hablando? Por supuesto que no tenemos a brigadieres de sobra. Quedan cinco si bien me acuerdo ¡ªse?al¨® Avel, algo confundido. ¡ª?C¨®mo es posible que esto sea una rutina, entonces? ¡ªexclam¨® el adolescente, ara?¨¢ndose la cara con frustraci¨®n. ¡ª?De qu¨¦ hay para hablar? Ya sea Elena o Ignus, al tipo le destrozan. Y luego... ¡ª?Ghlah! Me cago en la... Vicks, joder... ¡ªuna voz familiar hizo g¨¢rgaras, mientras el brigadier seguramente muerto de repente levant¨® una mano, levant¨¢ndose con un chasquido desagradable. Si bien su cuerpo estaba destruido, su sangrado hab¨ªa cesado casi por completo y su mand¨ªbula se hab¨ªa recompuesto en un grado m¨¢s presentable, lo que le permiti¨® hablar. A medida que el veterano se levantaba lentamente, sus muchas heridas se volvieron menos visibles, dejando poco m¨¢s que los agujeros cortados en su ropa para recordarlos, mientras su piel, huesos y ¨®rganos se reparaban casi milagrosamente en el lapso de unos pocos minutos como m¨¢ximo. En el momento en que Emris, de ritmo zombi, hab¨ªa comenzado a caminar, no parec¨ªa muy diferente de c¨®mo era antes, y ya mostraba su caracter¨ªstica actitud de descontento hacia sus compa?eros de trabajo inferiores. ¡ªPuta madre, Elena. Deja algo para que los perros coman, ?eh? ¡ªEmris se quej¨®, cesando sus movimientos para apretarse el est¨®mago¡ª. Incluso el Llamas no es tan vicioso. Mierda, ?dije que no frente al puto ni?o! ¡ªgrit¨® el militar previamente destruido, alzando la voz ¡ª m¨¢s preocupado por los sentimientos de Tokken que por su propia inquietante condici¨®n. Ver al hombre ponerse en pie despu¨¦s de soportar tal da?o aniquil¨® por completo cualquier comprensi¨®n que Tokken pensaba tener sobre este mundo y sus leyes fundamentales. El hecho sumado a la falta de sue?o y las n¨¢useas que solo volv¨ªan a estallar, dieron paso a una espont¨¢nea necesidad de descanso; el ni?o colapsando despu¨¦s de desmayarse sin palabras. ¡ª?Oye...! ¡ªEmris murmur¨®, no siendo lo suficientemente r¨¢pido para detener la ca¨ªda del chico. Para su sorpresa, una peque?a r¨¢faga de viento amortigu¨® el impacto, anulando cualquier da?o potencial. Levantando los ojos hacia el culpable que caminaba hacia ellos, el general de brigada arque¨® una ceja cuando sus ojos se encontraron con su superior. ¡ªXavier ¡ªle dio la bienvenida el veterano. ¡ªDeber¨ªan comportarse mejor, camaradas. Qu¨¦ comportamiento tan imprudente con un ni?o, de verdad ¡ªdeclar¨® el elegante soldado, riendo suavemente. Fuera lo que le faltara al comportamiento angelical de Fely a pesar de su escolafriante forma de ser, este hombre parec¨ªa hacer alarde de manera impecable. Acerc¨¢ndose al veterano, Xavier lo abraz¨® amistosamente, gan¨¢ndose una mueca del brigadier. ¡ªYo tambi¨¦n existo, gracias ¡ªse quej¨® Elena con sarcasmo, levantando una mano a medias. Retrocediendo, el militar reci¨¦n llegado sonri¨®, irradiando una calidez impresionante con su dulzura. ¡ªAh, por supuesto. La tempestuosa Elena; ?c¨®mo te va? A pesar de sus palabras, la mujer soldado simplemente tarare¨®. ¡ªEs mejor que no lo olvides. Tengo la mala costumbre de apuntar hacia el pelvis. Mientras Emris se estremec¨ªa en silencio, incomodado, Xavier mir¨® hacia los otros dos, ignorando la blasfemia pronunciada. ¡ªIgnus, Avel. Es bueno veros tambi¨¦n. ¡ª?Ja! Me alegro de verte, jefe ¡ªsalud¨® Ignus, d¨¢ndole una sonrisa radiante pero chiflada. ¡ª?Oye! ??Cu¨¢ndo veo yo ese tipo de respeto?! ?Soy tu maldito Capit¨¢n! ¡ªEmris ladr¨®. Con una mano cayendo sobre el hombro de Xavier, Avel se subi¨® las gafas antes de preguntar: ¡ª?Permiso para enderezarlo? Riendo torpemente, Xavier neg¨® con la cabeza, haciendo se?al a las heridas de Emris ¡ªCreo que la se?orita Elena ha mostrado un castigo m¨¢s que suficiente, ?no crees? ¡ªGir¨¢ndose para enfrentar la mirada molesta de Emris, el soldado cuya autoridad y respeto rivalizaban con los de Kev, sonri¨®¡ª. Espero m¨¢s cuidado hacia la juventud de un hombre como t¨², Emris. Me ocupar¨¦ yo. Hablemos, una vez que hayas terminado. ¡ªS¨ª, claro. Los idiotas lo ponen muy dif¨ªcil. ?Escuchan eso, sinverg¨¹enzas¡­? ?Joder! ¡ªEmris se opuso, interrumpido cuando Elena, sin pensarlo, le pate¨® la pierna para diversi¨®n de su pelot¨®n y, hasta cierto punto, del gentil pero indomable Xavier. Llevando el cuerpo inconsciente de Tokken a los asientos que rodeaban el gigantesco coliseo de entrenamiento, el joven veterano se sent¨® junto al inconsciente cuerpo cuidadosamente colocado, tomando asiento para observar el entrenamiento de sus camaradas, habiendo terminado sus deberes con una expresi¨®n algo triste. Era sin duda un hombre de honor, pero la instalaci¨®n hab¨ªa resultado ser una molestia estos ¨²ltimos a?os. Si no fuera por su falta de lealtad, habr¨ªa asumido el estatus de General hace tiempo. El hecho de que se viera obligado a entrenar a sus inferiores no era nada problem¨¢tico, pero el hecho de que a su vez llenara a esa juventud con las aspiraciones de servir para este lugar; En particular los cadetes, que probablemente no hab¨ªan visto las tormentas de guerra, ni presenciado los m¨¢s oscuros esfuerzos de esta sigilosa y morbosa instalaci¨®n, s¨ª lo era. Love this novel? Read it on Royal Road to ensure the author gets credit. Entre los furiosos gritos, disparos y golpes intercambiados a lo largo de la sesi¨®n, con el cuerpo de Emris a menudo utilizado como una especie de saco de boxeo, el chico pronto encontr¨® sus ojos abiertos entre parpadeos de sus p¨¢rpados, ajust¨¢ndose al brillo de la sala. Sentado, todo lo que pod¨ªa recordar era caer. Y a¨²n as¨ª, no pudo encontrar ning¨²n moret¨®n, ni su nariz parec¨ªa rota. ¡ª?Ah, est¨¢s despierto! ?C¨®mo te sientes? ¡ªpregunt¨® el soldado, sonriendo. Levant¨¢ndose lentamente, Tokken se frot¨® los ojos, forzando su voz para responder. ¡ª?Como si me hubiera desmayado? ¡ªEso tendr¨ªa sentido, s¨ª. Siento si esto te ha molestado; a Emris no le gusta contarle a la gente de su atadura, no sea que individuos como ellos abusen de ella ¡ªexplic¨® Xavier, se?alando a Emris mientras era asaltado por sus implacables aliados, sinti¨¦ndose de alguna manera m¨¢s orgulloso de sus habilidades que con dolor, aunque sus vocalizaciones no lo hac¨ªan parecer as¨ª. Con una inquisitiva inclinaci¨®n de la cabeza, el hombre se pregunt¨®: ¡ªNo he visto tu cara aqu¨ª antes ¡ªXavier motr¨® su disgusto por el pensamiento, pero esper¨® a la respuesta. Se sorprendi¨® al ver que el muchacho sacud¨ªa la cabeza. ¡ªNo, s¨®lo estoy de visita hasta que pueda irme. Ese tipo, ?al que despedazaron? Me trajo aqu¨ª. No he tenido la mejor impresi¨®n hasta ahora, pero puedo confesar que me ha sorprendido. Quiero decir, ¨¦l podr¨ªa haber sido cualquiera y todav¨ªa lo estar¨ªa... ¡ªTokken explic¨®, borrando las violentas im¨¢genes de su cabeza. El joven mostr¨® con asombro c¨®mo Emris recib¨ªa los golpes, perplejo por la ausencia de los agujeros de bala que enfermaban su mente sin fin. ¡ªAh, entiendo. A¨²n no he recibido tu nombre, por cierto ¡ªse?al¨® Xavier, algo torpe. Aunque era noble, parec¨ªa que al soldado le faltaba habilidad social. Su premiado c¨¢racter exterior era poco m¨¢s que una fachada; lo que aliviaba la moral del muchacho. Con una pizca de reticencia, el adolescente se present¨®. ¡ªSoy Tokken. S¨®lo Tokken. ¡ªHm... un nombre muy ex¨®tico, la verdad ¡ªel veterano asinti¨®, colocando un dedo sobre sus labios. Tokken no pudo frenarse a levantar una ceja. Esperaba al menos alguna sospecha respecto a su apellido, considerando que era aparentemente tan infame por ello. ¡ªMe llamo Xavier. Es un placer ¡ªEl hombre militarista se inclin¨® en su asiento tratando de mostrar formalidad, tan torpemente como lo hizo. ¡ªSupongo que ser¨¢s un trabajador aqu¨ª ¡ªpregunt¨® el joven. ¡ªAh, ?todav¨ªa no te has enterado? Eso es bueno, creo. No me gusta que la gente alardee de mi t¨ªtulo, pero s¨ª, ciertamente trabajo aqu¨ª. ¡ªNo miento cuando digo que me sorprende a m¨ª que me desconozcas tambi¨¦n ¡ªTokken se rasc¨® la cabeza. ¡ª?Oh? ?Deb¨ªa hacerlo? Lo siento, no suelo ser de los que se fijan en los peri¨®dicos ¡ªse disculp¨® Xavier, mostrando de nuevo esa inusual nerviosidad. ¡ªNo, lo agradezco. No me encanta hablar de ello ¡ªadmiti¨® Tokken¡ª. Entonces, ?qu¨¦ haces aqu¨ª? ?Eres m¨¦dico o algo as¨ª? Siento como si Fely y t¨² os llevar¨ªais bien. ¡ªOh, Diosa, no. Tengo la suerte de no terminar en el pabell¨®n demasiado a menudo. Ese hombre es ciertamente extra?o, estoy de acuerdo", afirm¨® el soldado, sacudiendo la cabeza. "Y no, no es un m¨¦dico. Soy un brigadier, en realidad". Con una mirada desconcertada, Tokken levant¨® una ceja. "?Es eso cierto? Recuerdo que ese tipo dijo que s¨®lo hay cinco; ?c¨®mo es que est¨¢s aqu¨ª?" Rasc¨¢ndose la cabeza, algo avergonzado, el joven Brig respondi¨®: "Bueno, he terminado mis deberes. Como Primer Brigadier del Sindicato, normalmente tengo una gran carga de trabajo, pero hoy me las arregl¨¦ para terminar todo temprano." "Santa Diosa, ?eres la n¨²mero uno?" pregunt¨® Tokken, desconcertado hasta el punto de re¨ªrse para s¨ª mismo. "Espera, ?por qu¨¦ estoy impresionado? Apenas conozco este lugar!" Ri¨¦ndose para s¨ª mismo, Xavier lo justific¨® encogi¨¦ndose de hombros. "Supongo que los j¨®venes son f¨¢ciles de impresionar, ?verdad?" Al o¨ªr esto, Tokken suspir¨® mientras ca¨ªa la cabeza por las rodillas. "Aunque realmente quiero refutar eso, no puedo. As¨ª que", empez¨® el muchacho, levant¨¢ndose una vez m¨¢s para enfrentarse al ahora identificado soldado. "?C¨®mo es que est¨¢s tan arriba en las listas de ¨¦xitos? Si eres el n¨²mero uno de la lista de brigadistas, significa que Emris est¨¢ detr¨¢s de ti, ?verdad?" "Eso ser¨ªa correcto, s¨ª." Inclinando su cabeza en la confusi¨®n, Tokken escudri?¨® la apariencia del brigadier, antes de comentar: "?Supongo que te ves algo heroico, pero tu actitud es totalmente inversa! ?C¨®mo puedes ser m¨¢s fuerte que ese miserable? Especialmente ahora que s¨¦ que es inmortal..." Levantando una mano para interrumpir las divagaciones del chico, Xavier cerr¨® los ojos mientras explicaba. "Perm¨ªtame corregir su evaluaci¨®n: para empezar, mi rango no demuestra mi capacidad de combate. Aunque no me falta, conf¨ªo en que Emris podr¨ªa derrotarme si se enfrenta a un escenario de vida o muerte". "Pero, no puede morir, ?verdad? Si puede curarse de todo eso, no puedo pensar en una batalla que no pueda ganar..." Tokken trat¨® de entrometerse, pero no cre¨ªa que alguien que soportara tal poder de fuego pudiera sobrevivir de otra manera. "Incorrecto. Ciertamente puede morir. De hecho, est¨¢ garantizado que lo har¨¢, y pronto. Si tiene los mejores deseos de este mundo en mente, eso es". "No... entiendo", pregunt¨® Tokken, perplejo ante su elecci¨®n de palabras. "Si tiene los mejores deseos de este mundo"? ?Qu¨¦ se supone que significa eso?" Asintiendo con la cabeza, Xavier continu¨®. "Precisamente. Si quiere que nuestro mundo prospere, simplemente debe rendirse pronto. Aunque no puedo decir con certeza por qu¨¦ es as¨ª, al menos puedo explicar c¨®mo funciona su encuadernaci¨®n". "Ya lo has dicho dos veces, y todav¨ªa estoy confundido en cuanto a lo que significa. ?Es eso lo que lo hace inmortal?", reflexion¨® el chico, curioso. "No es inmortal, pero ciertamente es m¨¢s bien durable. En cuanto a las ataduras, son bendiciones peculiares o talentos sobrenaturales, proporcionados a ciertos individuos por nacimiento. Nadie est¨¢ seguro de qu¨¦ causa exactamente tales eventos, pero se consideran regalos de la Santa. El Dios Envidioso tambi¨¦n tiene su propia versi¨®n de sus ataduras, aunque su odio les da m¨¢s limitaciones, as¨ª como un compromiso que se cumplir¨¢ con consecuencias si no se cumple", explic¨® el joven pero exitoso Brigadier, sonriendo c¨¢lidamente a su propio conocimiento. Con una sonrisa vergonzosa, Tokken no pudo evitar burlarse. "?Y qu¨¦? ?Emris est¨¢ dotado?" Ri¨¦ndose entre dientes de las divertidas palabras del chico, Xavier sacudi¨® la cabeza. "Hasta cierto punto, s¨ª. Aunque su bendici¨®n fue... algo forzada. Yo dir¨ªa que su existencia es una maldici¨®n". "...?Qu¨¦ se supone que significa eso? ?Le odias o algo as¨ª...?" pregunt¨® Tokken, algo cauto ante la aparentemente hostil elecci¨®n de palabras. Viendo su expresi¨®n, el experimentado militar se puso nervioso, corrigi¨¦ndose a s¨ª mismo. "?No! Por supuesto que no. Hay pocos individuos a los que realmente les tengo rencor, y menos a¨²n los considero mis enemigos. El hecho es que hasta Emris sabe que es imperfecto. Y, por muy cruel que sea, sabe que fue condenado desde el momento de su creaci¨®n". "Debido a su... ?alcoholismo?" el adolescente trat¨® de adivinar, la respuesta no parec¨ªa encajar, ya que se imaginaba a un beb¨¦ Emris ya sosteniendo una botella de cerveza. Un poco disgustado, y con un poco de humor, Tokken sac¨® esos pensamientos de su cabeza. "No, en absoluto. Las razones para ello son, tristemente, no mis palabras para contarlas. S¨¦ que puede parecer retorcido o aterrador, pero es importante ser tan paciente como tolerable con ¨¦l". Incluso ¨¦l no cre¨ªa en tal filosof¨ªa, su tono se apag¨® ligeramente. "...pues parece que hay pocos que lo hagan, en estos d¨ªas", pidi¨® Xavier, mirando al chico con un destello de simpat¨ªa. "Aunque a veces no lo demuestre, Emris es tan terriblemente..." "?Capit¨¢n Mayor!", grit¨® una voz que pill¨® al brigadier murmurando con la guardia baja mientras casi disparaba un hechizo de retroceso. Compostur¨¢ndose tan r¨¢pido como pudo, Xavier grit¨®, un ligero tropiezo en sus palabras. "Aye! ?Pasa algo?" Ya sea que ignorara o estuviera acostumbrado a los reflejos del brigadier, el soldado avanz¨® hacia Xavier, ofreci¨¦ndole un gesto antes de continuar. "Se le necesita; se est¨¢ llevando a cabo una reuni¨®n para los que planean mantener la regi¨®n de Zwaarstrich". Abriendo los ojos, Xavier se puso de pie, casi tropezando en su af¨¢n de seguir la pista de su subordinado. D¨¢ndole al chico confundido que dej¨® abruptamente atr¨¢s una sonrisa de disculpa, el m¨¢s alto brigadier de todo el ej¨¦rcito de este establecimiento desapareci¨® de la vista, dejando un poco de desconcertado, pero sorprendentemente despreocupado. Aunque ciertamente se hab¨ªa proporcionado nueva informaci¨®n, esta misma informaci¨®n ten¨ªa mucho que ponderar. Para su ira, esta instalaci¨®n parec¨ªa maldita con una incesante necesidad de interrumpir un di¨¢logo importante, lo que dejaba mucho que desear o explicar. Con un suspiro de descontento, Tokken dirigi¨® su mirada a Emris y a sus compa?eros, vi¨¦ndolos entrenar en silencio. La escena ante ¨¦l le har¨ªa sonre¨ªr, si no hubiera sido testigo de la fiesta del miedo realizada por estos mismos brutos justo antes. Luchando, probando nuevos estilos, practicando nuevas habilidades, as¨ª como perfeccionando las antiguas; todo en su espacio previamente asignado. Lo hicieron con tanta ligereza que se pod¨ªa respetar f¨¢cilmente el compromiso del entrenador, que de otra manera no tendr¨ªa remedio, gui¨¢ndolos, recibiendo golpe tras golpe sin remordimiento con la esperanza de perfeccionar sus habilidades. Aunque su dolor era evidente por las expresiones que hac¨ªa, Emris sonre¨ªa despu¨¦s de sentirlo, sobre todo si el ataque en s¨ª era digno de m¨¦rito o alabanza. Y aunque a menudo reprend¨ªa su comportamiento brutal, como cualquier hombre normal, no parec¨ªa importarle. Parec¨ªa haber desarrollado alg¨²n tipo de extra?a, insondable e innegable conexi¨®n con este peque?o grupo de ¨¦lites, y claramente se enorgullec¨ªa de todo ello. Incluso podr¨ªa llamar a estos demonios "amigos", aunque incluso eso parec¨ªa descabellado. ? ? ? ? "Oy... esos bastardos necesitan ver su maldito acto. Me est¨¢n jodiendo de verdad", gimi¨® Emris, presionando sus nudillos contra su espalda, como para cambiar la posici¨®n de su atormentada columna vertebral. Hac¨ªa tiempo que Tokken no se hab¨ªa despertado, decidiendo tras una corta caminata que no ten¨ªa esperanza de navegar por este lugar solo, incluso con todas las se?ales en su lugar; eligiendo en cambio esperar a que el veterano terminara su curso. Afortunadamente, las sesiones fueron algo cortas, ya que ten¨ªa unos cuantos miles de millones de cosas que hacer en ese rango. Eso fue para ¨¦l, y para el colectivo de su pelot¨®n. Tales eran las cargas de los estados de Coronel y Brigadier. "Honestamente no s¨¦ si puedes lidiar con ello tan f¨¢cilmente. Si hubiera pasado por lo que acabas de pasar, creo que estar¨ªa gritando..." Tokken admiti¨®, exhalando para s¨ª mismo. "Eh, te acostumbras a algo de esto, supongo. Cuidado, perder un brazo siempre doler¨¢. Esos ni?os valen la pena para m¨ª", explic¨® Emris, sonriendo c¨¢lidamente al pensar en su pelot¨®n. "?Qu¨¦ conmovedor!" Tokken se burl¨®, gan¨¢ndose una risa del hombre. Desde una perspectiva externa, parec¨ªa m¨¢s bien una relaci¨®n abusiva entre los estudiantes y el profesor, con el profesor posando como una especie de bolsa de estr¨¦s. Pero a¨²n as¨ª, los que estaban dentro sab¨ªan de su v¨ªnculo m¨¢s profundo, habiendo crecido casi sincronizados con las acciones del otro. Mientras que el anciano echaba de menos a su antiguo equipo, su actual pelot¨®n lo har¨ªa bien. Despu¨¦s de todo, tiene que sacar su complejo de superioridad de alguna parte, y los reclutas est¨¢n empezando a ver a trav¨¦s de ¨¦l en estos d¨ªas. "Me acaban de decir que eres casi inmortal. Quiero decir, ?puedes regenerar miembros? Eso es un exceso de poder!" Tokken se quej¨®, sintiendo un claro desequilibrio de poder. Encogi¨¦ndose de hombros por sus tonter¨ªas, Emris explic¨®: "''Inmortal'' no es realmente correcto. Mi cuerpo no es m¨ªo, eso es todo". Levantando una ceja, Tokken pregunt¨®. "S¨ª, eso no pinta mejor el cuadro. ?Eres un fantasma que posee a la gente o algo as¨ª?" Disparando al chico una mirada mortal y seria, el hombre sise¨®. "?C¨®mo lo sabes?" "??Espera, qu¨¦?!" exclam¨® Tokken, su ansiedad que se aceleraba r¨¢pidamente se extingui¨® inmediatamente mientras el brigadier se re¨ªa de todo coraz¨®n para s¨ª mismo. Mientras que casi disloca el hombro del joven con un agresivo y excitante movimiento de su brazo, Emris aclar¨®. "Te estoy jodiendo, chico. Soy m¨¢s bien un... un impostor, como..." el veterano trat¨® de explicarse, atasc¨¢ndose en sus propias palabras mientras pensaba. Suspirando, el chico continu¨®. "Mira, realmente no est¨¢s explicando mucho aqu¨ª..." "Agh, bien. Soy un alma incorp¨®rea, ?s¨ª? Pero toda cosa viviente necesita un cuerpo, as¨ª que tuve que... robar uno, supongo", comenz¨® Emris, continuando antes de que las miradas sospechosas del muchacho se volvieran hostiles. "El tipo est¨¢ bien. Quiero decir, eso creo. La mierda sabe d¨®nde est¨¢ el hombre en estos d¨ªas. S¨®lo necesitaba un poco de pelo; apuesto a que no se acobard¨®", el brigadier se tranquiliz¨®, sonriendo gallardamente. "Eleg¨ª al tipo porque parec¨ªa un verdadero duro, y bien parecido si me lo permites". D¨¢ndole al hombre una mirada un poco m¨¢s ligera, Tokken cerr¨® los ojos antes de burlarse. "No lo presionemos. Pareces un asqueroso, de verdad. Y consigue algo de ropa nueva!" Con su ojo tembloroso, Emris le grit¨®: "?Oye! ?A qu¨¦ demonios est¨¢s llamando asqueroso, ah? ??Y qui¨¦n os ha criado para hablar as¨ª a vuestros superiores?!" Abriendo los ojos para darle una sonrisa fr¨ªa e insensible, Tokken brome¨®. "Lo hice. Eres un asqueroso." "Oy..." "Entonces... ?ese tipo era amigo tuyo?" pregunt¨® Tokken, rompiendo el hielo mientras reafirmaba su seriedad. "Parec¨ªa saber mucho sobre ti..." "?Eh? ?Te refieres a Xavier? S¨ª, es un tipo decente. No estoy muy orgulloso de ¨¦l, claro", Emris se encogi¨® de hombros. Al levantar la ceja, Tokken agit¨® la cabeza. Deteni¨¦ndose en su lugar, el muchacho presion¨® sus manos contra su yeso, sintiendo poco o ning¨²n dolor por la presi¨®n. Emris le ech¨® una mirada cuando ¨¦l tambi¨¦n se detuvo, mir¨¢ndolo con visible preocupaci¨®n. Aunque el motivo para sentirlo era menos obvio de lo que parec¨ªa. "Creo que deber¨ªa estar bien para deshacerme de esta cosa..." murmur¨® Tokken, empezando a desenredar las vendas antes de sentir una mano fuerte agarrando sus mu?ecas, impidi¨¦ndole. "Oi". Deja que los m¨¦dicos se encarguen de eso, ?s¨ª? Nunca se sabe", expres¨® el veterano, y su consejo se sinti¨® como una orden ansiosamente formulada. Mirando al hombre con temor, el chico suspir¨® para s¨ª mismo, enderez¨¢ndose de nuevo. "Est¨¢ bien, est¨¢ bien. Si insistes... Tendr¨¦ que encontrar a los m¨¦dicos hoy, entonces. Odio caminar con esta cosa; siento que estoy cargando un mont¨®n de ladrillos", se quej¨® el muchacho, tratando de suavizar el comportamiento alarmante del hombre, lo que le dio al muchacho otro asunto m¨¢s para cuestionar m¨¢s tarde. La pura vaguedad de esta instalaci¨®n se estaba volviendo cada vez m¨¢s exasperante, por decir algo. Cada peque?a respuesta ven¨ªa con dudas m¨¢s graves, que complicaban a¨²n m¨¢s la red de enigmas que el joven se sent¨ªa obligado a resolver. Dejando a un lado sus propios desaf¨ªos, un pensamiento surgi¨® en su mente. Todo un d¨¦j¨¤ vu, en realidad. "?Mierda! Dej¨¦ a Chloe totalmente sola otra vez!" exclam¨® Tokken, agarr¨¢ndose el pelo desesperadamente. "Mira, me encantar¨ªa escuchar todas las cosas cr¨ªpticas que quieras lanzarme, pero tengo cosas que hacer." "S¨ª, lo s¨¦. Uh, sobre Xavier..." Emris empez¨®, sus palabras se alejaron cuando el chico fue a su habitaci¨®n sin tiempo para objetar. Fuera del alcance de la oreja, el veterano murmur¨®. "?Cu¨¢nto dijo...?" Sintiendo una oleada de ira y nerviosismo, Emris respir¨® profundamente el aire, volvi¨¦ndose cada vez m¨¢s agresivo, muy a la medida de su personalidad desenfrenada. "Xavier... ?perder¨¢s tus deberes cuando no los favorezcas, y sin embargo te cagas a mis espaldas?" Emris gru?¨®, elev¨¢ndose sobre los individuos sentados en una gran mesa, comprometido con su planificaci¨®n. Tomando un sorbo de agua, el joven brigadier mir¨® al hervidero de confusi¨®n con curiosidad y una pizca de desd¨¦n. "?Qu¨¦ tan bajo crees que me rebajar¨ªa? Eres tan r¨¢pido para sacar conclusiones, que es dif¨ªcil de ignorar, en realidad", declar¨® Xavier, sacudiendo la cabeza mientras se pon¨ªa de pie. "Pero francamente, no tengo ninguna raz¨®n para apelar a ti. Eres un imperdonable perezoso e hip¨®crita bastardo". Capítulo 10: Abandonados Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 10 Las palabras del joven brigadier eran afiladas como un cuchillo; claras como el cristal. La m¨¢s m¨ªnima cantidad de resentimiento al rojo vivo fue llevada a trav¨¦s de esa ¨²nica frase conclusiva, mostrando una realidad descorazonadora que cualquiera que conociera la situaci¨®n en cuesti¨®n, y aquellos considerados responsables, podr¨ªan atestiguar. Dejando caer sus hombros al callarse, el enfurecido individuo que hab¨ªa irrumpido sin verg¨¹enza la reuni¨®n parec¨ªa de repente perder su ¨¢nimo. Xavier, cuyo veneno acababa de escupir de sus labios, simplemente se sent¨® una vez m¨¢s, encontrando consuelo en su asiento. Tal confrontaci¨®n era muy inusual viniendo del hombre que actualmente ten¨ªa el mayor mando entre los brigadistas. Fue tan impactante de ver, que incluso los murmullos de aquellos que no estaban relacionados con la discusi¨®n cesaron; todos los ojos se enfocaron en los dos Brigadieres - sus reputaciones tan profundamente incomparables. Llev¨¢ndose la copa a los labios, Xavier tom¨® un sorbo tembloroso, su superioridad traicionada por su personalidad integra?. Aunque no le dio ning¨²n placer hablar as¨ª con un compa?ero veterano, cuya experiencia le eclipsaba en a?os, el asunto en cuesti¨®n super¨® incluso sus m¨¢s profundos sentimientos de sumisa inseguridad. Demostrando su inquietud, Xavier entreabri¨® los ojos para enfrentarse a Emris. Sintiendo el peso de su mirada, Emris rompi¨® el contacto visual mientras luchaba por encontrar una respuesta. ¡ªVaya... ¡ªera todo lo que el veterano pod¨ªa decir. Su descarado e irritable n¨²cleo quer¨ªa chocar contra las palabras de Xavier, refut¨¢ndolas con demandas llenas de ira y declaraciones de orgullo y logros dignos de m¨¦rito. No era un alev¨ªn; se esforz¨® hasta un grado asombrante, aunque no lo pareciera. Pero si lo hiciera, si habalara de tal forma, Emris sab¨ªa que s¨®lo empeorar¨ªa el ya terrible ambiente de la habitaci¨®n, y que corroer¨ªa a¨²n m¨¢s su honor. La raz¨®n de la profunda frustraci¨®n del joven brigadista era tambi¨¦n una buena motivaci¨®n para no entrometerse con sus propios sentimientos. Porque aunque el rencor de Xavier hirvi¨® la sangre del veterano a nivel superficial, en el fondo entend¨ªa los motivos del soldado. Cerrando los ojos, Xavier rompi¨® el silencio ensordecedor. ¡ª?Qu¨¦ lograste, tratando de invadir Yanksee? ¡ªMat¨¦ a algunos, supongo. No col¨® como lo pensamos... ¡ªTen¨ªas un prop¨®sito. M¨¢s all¨¢ del acoso ¡ªinterrumpi¨® Xavier. Haciendo una mueca, Emris se rasc¨® la cabeza. ¡ªS¨ª, inteligencia. ¡ªY equipo, Emris. Equipo. El pa¨ªs se ha fortificado desde entonces. Sacar algo de all¨ª necesitar¨¢ nada menos que un milagro. ?Por qu¨¦ no seguiste los planes? ?Dijiste expl¨ªcitamente que cumplir¨ªas! "Para ser justos, ?fui realmente la mejor elecci¨®n?" Emris se apret¨®, levantando una mano. Ignorando su pregunta, Xavier hizo una acusaci¨®n bastante alarmante. "Por lo que sabemos, podr¨ªas haber sido la causa de la guerra". "Oye, ?qu¨¦ est¨¢s tratando de...?" "Y ahora, no tendremos suficiente tiempo para desalojar a los residentes de Zwaarstrich antes de que lleguen los Crimsons", grit¨® Xavier, levantando la voz mientras se pon¨ªa de pie. En silencio, Emris vio a su compa?ero brigadier ponerse delante de ¨¦l. Fue desgarrador verlo, especialmente considerando lo importante que era todo esto para el joven. Y a¨²n as¨ª, su terquedad naturalmente sali¨® a la superficie, rompiendo su simpat¨ªa. "Tal vez en vez de perder el tiempo deprimi¨¦ndose, podamos enviar una nave para hacer el trabajo", gru?¨® Emris. Dispar¨¢ndole una mirada mortecina, Xavier golpe¨® el escritorio con ira, los otros miembros del grupo se estremecieron ante el impacto. "No podemos. Yanksee ha bloqueado nuestra ruta, y no tenemos tiempo para tomar el camino m¨¢s largo. Incluso si pudi¨¦ramos recoger a los residentes a tiempo, no tendr¨ªamos ninguna garant¨ªa de traerlos de vuelta a salvo. Sus vidas no son una apuesta." Rasc¨¢ndose la cabeza, Emris le cruji¨® los dientes. "...s¨¦ que suena aterrador, pero o nos inyectamos o los dejamos. Y estoy seguro de que no quieres eso", Emris se encogi¨® de hombros, tratando de sofocar la furia del brigadier de forma bastante inapropiada. Por supuesto, su elecci¨®n de palabra no calm¨® exactamente la habitaci¨®n. "No habr¨ªa tenido que ser una apuesta si no te hubieras emborrachado en una misi¨®n muy importante, y lo hubieras jodido todo!" Xavier grit¨®, subiendo su volumen al m¨¢ximo antes de hacer una pausa, tom¨¢ndose un momento para respirar mientras intentaba calmar sus propios nervios. Compostur¨¢ndose, incluso a trav¨¦s de su propio arrebato, el marcial continu¨®. "Nuestra ¨²nica esperanza, es atacar antes de lo planeado. Si podemos deteriorar su enfoque, podr¨ªamos tener la oportunidad de mover a los residentes a tiempo. Han sido advertidos, pero no hay mucho que puedan hacer tampoco. Sus naves son mucho m¨¢s rudimentarias, y no podr¨ªan sobrevivir a la traici¨®n de los mares bajos. Est¨¢n efectivamente aislados, mientras Yanksee permanezca en el medio." Emris no ten¨ªa palabras. Aunque sent¨ªa verg¨¹enza por su in¨²til comportamiento, no pod¨ªa evitar sentir que la ira crec¨ªa en su interior. Tal era su naturaleza violenta. "...La forma en que hablas me hace pensar que ya te has rendido". "A diferencia de ti, yo desprecio los riesgos. Especialmente con tales apuestas", suspir¨® Xavier, presionando sus dedos en sus sienes mientras pensaba. "Nosotros... no podemos atacar antes. Las tropas necesitan m¨¢s tiempo para entrenar. Honestamente, yo tambi¨¦n necesito un poco de grasa", declar¨® Emris, arrepentido. Con la cabeza pesada, Xavier mir¨® a Emris con una expresi¨®n casi ilegible. "Una vez afirm¨® ser el tipo de hombre que arriesga su cabeza para salvar a la gente". "Ambos sabemos que eso ya no es una opci¨®n..." "Que salvar¨ªa a cualquiera que valga la pena salvar. ?No es eso lo que dijiste?" Xavier sigui¨® adelante, su nerviosismo se desliz¨® a trav¨¦s de su ira mientras daba un paso hacia el compa?ero Brigadier. "La forma en que hablas, hace que parezca que sus muertes ser¨ªan mi culpa", gru?¨® Emris. "Vale la pena salvar a la gente de Zwaarstrich. Inocente. Los ni?os todav¨ªa necesitan florecer." "No me hables de ni?os", advirti¨® Emris, rechinando los dientes. "...Afirmas que la culpa no recae sobre tus hombros, y sin embargo eres el mismo hombre que arroja piedras en nuestro ¨²nico camino?! Dijiste que har¨ªas cualquier cosa para salvarlos, maldita sea. Mi hermano peque?o tiene doce a?os, y est¨¢ atrapado en ese maldito pa¨ªs cortando le?a mientras la muerte se acerca..." "?Te dije que no me lo recordaras!" grit¨® Emris, lanzando un golpe de viento hacia el brigadier, bloqueado s¨®lo por la intervenci¨®n de un lanzador dentro de la habitaci¨®n. "Ya basta", exigi¨® el mago, sus palabras cayeron en o¨ªdos sordos mientras Xavier destru¨ªa la pierna de Emris con un r¨¢pido golpe de su delgado martillo de guerra; su arma preferida. Emris solt¨® un gru?ido distorsionado y doloroso al sentirse en el suelo, apoy¨¢ndose mientras Xavier se derrumbaba delante de ¨¦l. Agarrando la solapa del viejo brigadier y levant¨¢ndolo, Xavier grit¨®. "?Mi maldito hermano est¨¢ en esa isla condenada, bastardo!" Lanzando el cuerpo de Emris al aire, una r¨¢faga de viento profundamente fuerte lo hizo salir de la habitaci¨®n como un ca?¨®n, envi¨¢ndolo a trav¨¦s de una ventana para caer en picada varios pisos m¨¢s abajo. Dentro de la sala, una pl¨¦tora de documentos y papeles se hab¨ªan levantado en el aire, dispersando su trabajo mientras los planificadores simplemente miraban consternados y asombrados. Con unas pocas respiraciones profundas, el brigadier que quedaba en pie se hab¨ªa calmado lo suficiente como para hablar, mirando al grupo con una ligera mirada de verg¨¹enza. "Perd¨®name, eso fue profundamente poco profesional de mi parte", se disculp¨® Xavier, sintiendo la gravedad de sus acciones mientras Willow, el brigadier mayor, simplemente sacud¨ªa la cabeza. "Por la Diosa, te has convertido en un buen luchador. Pero me gustar¨ªa que no tuvieras estos arrebatos. Nunca te he visto as¨ª, muchacho... Entiendo que ese lugar significa mucho para ti..." Con un suspiro bajo, Xavier levant¨® la cabeza una vez m¨¢s, poniendo su valiente fachada. "S¨ª", admiti¨®. "Es mi ciudad natal. La pongo por encima de cualquier otro distrito que este mundo tenga para ofrecer." Con una risita humor¨ªstica, Willow asinti¨®, reconociendo las pasiones de Xavier. Sus palabras estaban llenas de convicci¨®n nerviosa, y sus motivos estaban lejos de ser maliciosos. Cada hombre, mujer y ni?o ten¨ªa un lugar que manten¨ªa cerca de su coraz¨®n. "Tengo una pregunta", dijo Xavier, continuando. "?Por qu¨¦ no me detuviste?" Con las cabezas bajas, toda la sala se qued¨® en silencio mientras buscaban una explicaci¨®n adecuada. El mago, cuyos esfuerzos impidieron el asalto de Emris, habl¨®. "Es bastante l¨®gico. Emris tiene habilidades regenerativas, mientras que t¨² no." "Eso no significa que no sienta dolor, ?correcto?", pregunt¨® Xavier. Sacudiendo la cabeza, Willow dio un paso adelante. "S¨ª, tienes toda la raz¨®n. Sin embargo, no muchos de nosotros le tenemos en alta estima. Nunca es un disgusto ver que lo pongan en su lugar de vez en cuando". ? ? ? ? Con una corta secuencia de golpes abruptos, el Celeste fue forzado a salir de su ya mal sue?o. Hab¨ªa sido una larga sesi¨®n hasta ahora y, con una ya presente falta de sue?o de la noche anterior, Corvus se sent¨ªa absolutamente exhausto. A pesar de ello, se apresur¨® a abrir la puerta, frot¨¢ndose los ojos de descanso y sacudiendo las plumas sueltas de sus alas celestiales a¨²n despeinadas. Viendo al individuo terriblemente alegre detr¨¢s de la puerta, Corvus no pudo evitar sonre¨ªr. ?Qui¨¦n no lo har¨ªa? "Buenas tardes, Erica. ?Asumo que est¨¢s en la coca¨ªna otra vez?" "Fue una cosa de una sola vez, ?bien! No soy un p¨¢jaro tan somnoliento como t¨²", reprendi¨® ruidosamente, mostrando su disgusto. "Por cierto, tambi¨¦n me alegro de verte". Estrechando su mano con indiferencia, Corvus se ri¨®. "S¨ª, por supuesto". Al menos, su falta de control de volumen ayud¨® a despertar su cuerpo, tan desagradable como podr¨ªa ser. "?Necesitabas algo?" "En realidad no, pero estoy un poco enojado. Un poco enojado de verdad. Estoy enojada", admiti¨® Erica, agarrando la alabarda doblada a su espalda. "?Deber¨ªa preocuparme por eso?", pregunt¨® Corvus, levantando una ceja de humor. "S¨ª, mucho". "...?Se trata de Minnota?" "S¨ª, mucho". "Eso... no es aplicable all¨ª." "Eso no es aplicable all¨ª..." C¨¢llate, computadora. Vamos, estamos pateando traseros hoy", dijo Erica, agarrando al ¨¢ngel reci¨¦n despertado antes de empezar a sacarlo de su habitaci¨®n. "?Eh... espera, maldita sea!", exigi¨® Corvus, aferr¨¢ndose al marco de la puerta. Su impaciencia era a menudo tediosa de tratar, pero al menos se hab¨ªa acostumbrado a ella. Erica ten¨ªa el mal h¨¢bito de querer y necesitar como si su propia alma lo exigiera; debe ser una existencia terrible. ?Para qui¨¦n? Lanza una moneda. Sintiendo la necesidad de ponerse algo m¨¢s decente, as¨ª como agarrar algo de comer, y tal vez, tal vez agarrar un arma, Corvus sacudi¨® su mano libre de su agarre antes de retirarse de nuevo a su guarida, cerrando la puerta detr¨¢s de ¨¦l lo m¨¢s r¨¢pido posible. "Woah, espere un momento, se?or. Estoy dos rangos por encima de usted, as¨ª que tiene que seguir mis ¨®rdenes. Erica exigi¨®, burl¨¢ndose de su nombre a trav¨¦s de la puerta cerrada de su dormitorio. "No quiero tener que derribar esta puerta, pero lo har¨¦". "?Por el amor de Victus, mujer! Me estoy vistiendo, c¨¢lmate", suplic¨® Corvus desde dentro, apresurando su paso al sentir que su salario acababa de ser amenazado. "Y por el amor de todo lo que es santo, ?deja de llamarme as¨ª!" Apoyando su espalda contra su puerta, Erica tarare¨®. "?Qu¨¦? Creo que es lindo". "Repulsivamente, dir¨ªa yo", escupi¨® Corvus, moviendo sus alas en forma. "Dulce azucarado, justo como te gusta!" "?Estamos hablando de la misma persona?" "?No!" "Victus ay¨²dame..." Despu¨¦s de comprobar su apariencia por mil¨¦sima vez en el ¨²ltimo minuto, el teniente finalmente abri¨® su puerta, enviando a un guerrero distra¨ªdo que cay¨® al suelo inmediatamente despu¨¦s. Era una visi¨®n bastante c¨®mica, y estaba lejos de ser la primera ocasi¨®n. Corvus supo hacerse a un lado en el momento en que la manija se gir¨®, dej¨¢ndolo ileso y apenas reprimiendo su risa mientras se frotaba su espalda acorazada de dolor. "Una doncella tan distra¨ªda en un mundo tan peligroso..." se?al¨® el macho alado, enfatizando su falsa preocupaci¨®n con un aire de travesura. Aunque la muchacha ya mostraba su desagrado, no pod¨ªa quejarse mientras ve¨ªa a su compa?ero rob¨®tico sonre¨ªr. Era un progreso, al menos. No hab¨ªa necesidad de mancharlo.If you spot this story on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation. De pie, Erica suspir¨®, ri¨¦ndose. "Entonces, ?ya estamos listos? ?O tenemos que coger tu mon¨®culo de repuesto de casa? O quiz¨¢s Lienna, si te apetecen las horas extra de vuelo?" "?Ah, rayos! ?Parece que olvid¨¦ mis zapatos de cristal en alg¨²n lugar de las Malas Tierras! ?Quieres ayudar?" Corvus brome¨®, a?adiendo a su burla. Los dos continuaron lanzando este vaiv¨¦n a medida que avanzaban por los pasillos iluminados por el sol, pasando por innumerables soldados en su camino. Por supuesto, Erica salud¨® a cada inocente mestizo que se le cruz¨®, ya que se hab¨ªa acostumbrado a saber el nombre de todos. Corvus no pudo evitar sentir simpat¨ªa por ellos; era probable que los asustara, y sus planes para evitarla se vieron frustrados, incluso a trav¨¦s de sus disfraces enmascarados. Por supuesto, llevar un equipo tan impresionante dentro de las instalaciones cuando no se estaba de servicio era enteramente con el prop¨®sito de evitar a ciertos individuos, pero sus disfraces habr¨ªan sido descubiertos por el entusiasta Celeste antes de que sus visores pudieran fijarse en su lugar. "As¨ª que, sobre esta expedici¨®n... Por favor, no me digas que realmente est¨¢s considerando una invasi¨®n de dos hombres", suplic¨® Corvus, ya ahuecando su cara ante la mera posibilidad. Aunque le encantar¨ªa negarle tal demanda si fuera el caso, su diferencia de rango simplemente no lo permitir¨ªa. "Aunque tengo la extra?a sensaci¨®n de que no estar¨¦ satisfecho si no le rompo los colmillos a esa perra para esta noche..." "?Es una ni?a peque?a...!" "Tengo algo m¨¢s en mente", termin¨® Erica, echando un vistazo a su contraparte. "Incluso Victus se acobarda cuando oye a alguien como t¨² decir eso..." Corvus se ri¨®. "?Ja! Victus se cobija ante m¨ª de todos modos. Pero no, no es nada loco", comenz¨® Erica, volvi¨¦ndose hacia el macho con convicci¨®n. "Nos superan en armamento y en personal para este l¨ªo. Reclutemos gente". "?Rep¨ªtelo?" "Nos superan en armas y en personal para este desastre..." "?Gah, no!" Corvus se agit¨®, desesperado. "?Qu¨¦ quieres decir con ''reclutemos gente''? ?Qui¨¦n en este mundo se meter¨ªa voluntariamente en este l¨ªo?" Parpadeando, como si su siguiente declaraci¨®n fuera evidente, Erica lade¨® la cabeza. "?Qui¨¦n dijo algo sobre los voluntarios? No podemos esperar que los combatientes decentes den un paso adelante; tenemos que empujarlos en la direcci¨®n correcta, ?sabes?" "...No importa Victus, creo que hasta Mortos se acobardar¨ªa ante ti", el hombre alado hizo un gesto de dolor, murmurando estas palabras con la mirada de un p¨¢jaro atormentado. "Oh, contr¨®late. Estar¨ªan luchando por una buena causa, ?verdad? ?Creo que es su obligaci¨®n moral ayudarnos!" "Sabes, no puedo tomar esa linda actitud tuya a coraz¨®n cuando estoy escuchando tal blasfemia... ?A qui¨¦n buscamos reclutar, exactamente?" pregunt¨® Corvus, cediendo a las ideas de la muchacha. "?Cualquiera que nos parezca competente!" exclam¨® Erica, sonriendo con la angustia del ¨¢ngel. ? ? ? ? Tokken no estaba exactamente en el mejor de los humores, considerando todas las cosas. Se hab¨ªa despertado abruptamente despu¨¦s de un terrible descanso, exigi¨® enderezarse y caminar durante varios minutos sin comer nada, s¨®lo para ser sometido a la cosa m¨¢s perturbadora visualmente que hab¨ªa visto en su vida... Todo con la conciencia culpable de dejar atr¨¢s a Chloe una vez m¨¢s. Aunque entend¨ªa que ella no era un perro y que ten¨ªa vida propia, se sent¨ªa obligado a tenerla cerca en todo momento. Aunque no pod¨ªa hablar por su habilidad para cuidarse a s¨ª misma, al menos hab¨ªa percibido algunas de sus debilidades. Bas¨¢ndose en lo que ¨¦l sab¨ªa, dejarla sola parec¨ªa muy cruel, y hablaba mucho de c¨®mo ella podr¨ªa ver al chico. Y a¨²n as¨ª, incluso despu¨¦s de todo este peso, un mayor peso hab¨ªa sido colocado al azar sobre su espalda. Al mirar en su oscuro dormitorio, Tokken se encontr¨® disculp¨¢ndose febrilmente con nada en particular. Parec¨ªa que en su ausencia, Chloe hab¨ªa desaparecido. Tokken pod¨ªa pensar o decir lo que creyera que era cierto para los dem¨¢s, pero sab¨ªa m¨¢s que nadie lo desesperado que estaba. La paranoia chocaba en su cerebro mientras buscaba sin descanso una respuesta, mientras su mente de pensamiento m¨¢s l¨®gico intentaba calmar sus preocupaciones irracionales, contrarrestando estos pensamientos invasivos, en el peor de los casos, con la raz¨®n y la sencillez. Ella fue a dar un paseo, ¨¦l lo intent¨®. Ella es su propia persona, ¨¦l sigui¨®. Puedes dejarla en paz. Ella estar¨¢ bien, esperaba. Pero, por mucho que intentara meterse estos pensamientos en la cabeza, su personalidad, su forma corrupta de pensar, su mente perturbada... todos apuntaban a lo peor. "?Ey, Tokken!" una voz silb¨®, sacando al chico de sus pensamientos. Al o¨ªr esta voz en su estado mental atascado, no pudo entender qui¨¦n acababa de hablar. S¨®lo escuch¨® las mon¨®tonas palabras de una persona que lo llamaba. "?Chloe...?" el chico llam¨® de vuelta, volviendo a la fuente del ruido. Por supuesto, no era Chloe. Eso ser¨ªa demasiado conveniente, y Victus, despu¨¦s de todo eso, bastante anticlim¨¢tico. En cambio, de pie ante ¨¦l hab¨ªa una persona familiar pero intimidante. Por supuesto, "persona" es el t¨¦rmino gen¨¦rico aplicado a un ser sensible y civilizado. Esta cosa estaba muy lejos de ser una persona normal. "?Te parezco una ''Chloe'', machote?" respondi¨® el Minotauro, ligeramente divertido por la imaginaci¨®n del chico. "Debes estar saliendo con algunas chicas brutales si pensaste que sonaba como una ''Chloe''." "No... no podr¨ªa ser m¨¢s dulce", respondi¨® Tokken, abatido. Levantando una ceja tupida, Norman mir¨® hacia otro lado con una expresi¨®n inc¨®moda. "Sabes, cada vez que te veo, te ves peor". "S¨®lo nos hemos visto... ?dos veces?" "?Dos veces, cien veces, un mill¨®n! No hay diferencia, ?verdad?" el orgulloso, aunque un poco tonto, Minotauro hizo un boom, mostrando sus dientes lisos con una gran sonrisa. Con una peque?a sonrisa que se asomaba en su ansiosa expresi¨®n, Tokken respir¨® hondo, mirando a Norman. "S¨ª, s¨ª que lo hace. ?No lo has o¨ªdo todo, te encuentro en una hora, te amo en una semana, te necesito en un mes?" "?Ni una sola vez!" Norman se ri¨®, poniendo una garra en sus labios en pensamiento. "A menos que mi hija la haya deslizado mientras yo estaba medio dormido..." "?Tienes una hija...?" murmur¨® Tokken, sorprendido. "?Cu¨¢ntos a?os tienes?" "?Claro que s¨ª! Soy un orgulloso hombre de familia, ?recuerdas? No soy fresco, pero tampoco estoy oxidado," Norman se ri¨®, con la risa respaldada por un bajo rugido que su especie emiti¨® naturalmente. Lo cual era genial, considerando el impresionante comportamiento sin coraje del chico. Al masajear el puente de su nariz, el cansado muchacho no pudo evitar suspirar. Era demasiado pronto para esto, y ¨¦l ya estaba bastante confundido. "Bueno, mira, realmente tengo que encontrar a este Aullador, as¨ª que..." "?Has comido algo ya?" Norman interrumpi¨®, mirando al chico con curiosidad. "Quiero decir, parece que has visto un fantasma." "Ni una migaja, no", Tokken se frot¨® la cara, tratando de quitarle el cansancio de alguna manera. "Casi, pero no del todo. Vi lo que deber¨ªa haber sido un fantasma." Inclinando la cabeza, Norman simplemente mir¨® al chico para obtener una respuesta. "Vi a Emris ponerse todo... enredado con las armas. Y luego se fue caminando. No es realmente genial para mi rutina matutina". "?Oh! ?Aj¨¢! ?Deber¨ªas haberle preguntado al hombre!" Norman se ri¨®, sin notar su propia redundancia. "...Hey, Norman? No tendr¨¢s tendencias regenerativas alucinantes, ?verdad?" pregunt¨® Tokken, burl¨¢ndose de su in¨²til consejo. Con una expresi¨®n de estupor, Norman mir¨® al adolescente con una l¨¢stima fuera de lugar. "?No? ?Qu¨¦ clase de pregunta es esa?" Idiota, pens¨® Tokken, mirando t¨ªmidamente al Minotauro mientras reflexionaba sobre la fragilidad de la vida en el Cript¨®n. Victus, si fuera tan tonto... "?Vamos a comer algo, entonces! Estoy seguro de que la se?orita "Qu¨¦ es esto" puede esperar un poco m¨¢s, ?no crees?" se ofreci¨® el Minotauro, mostrando sus dientes de nuevo a trav¨¦s de su "encantadora" sonrisa. "Eh, ?no? He pospuesto esto lo suficiente. En serio necesito buscarla; ella podr¨ªa gritar en unos segundos por lo que s¨¦". "?Grandioso! Entonces la oir¨¢s." "?Desesperado!" Con una palmada en la espalda del chico, Norman empuj¨® a Tokken en direcci¨®n a la cocina, inst¨¢ndole a caminar con una fuerza ligeramente descontrolada. "Victus, amigo", se quej¨® Tokken, habiendo casi ca¨ªdo al suelo. "?Har¨¢ que tu sangre bombee! Los reflejos son ¨²tiles de muchas maneras, ?no crees?" Una l¨®gica extra?a, pero no del todo err¨®nea. Su mayor conciencia redujo su saciedad. Aunque no pod¨ªa decir que apreciaba que le dieran vueltas, al menos no tendr¨ªa que recurrir a arrastrarse por la alfombra durante al menos otros cinco minutos. ?Atrezzo! Los pasos del Minotauro golpearon contra el suelo con bastante fuerza; ten¨ªa suficiente peso y fuerza para levantar una piedra de tama?o inc¨®modo. Tal era la fuerza bruta de su especie. Dicho esto, sus cr¨¢neos parec¨ªan tan densos como sus huesos. Y sin embargo, m¨¢s all¨¢ de su apariencia de paro card¨ªaco hab¨ªa un hueco en el que cualquier tipo de personalidad pod¨ªa estar. Al chico le pareci¨® extra?o pensar que podr¨ªa haber un toro bestial tan t¨ªmido como Chloe en alg¨²n lugar. Aunque era ciertamente inusual, el hecho ayud¨® a humanizarlos, lo que ayud¨® a mantener a Tokken c¨®modo alrededor de tales bestias. Por supuesto, hab¨ªa otros cript¨ªdicos que ten¨ªan caracter¨ªsticas que parec¨ªan inabordables tambi¨¦n, y tal era probablemente la fuente de mucho aislamiento, si no estuvieran con los de su propia especie. Aunque la ciudad parec¨ªa bastante perturbada, era agradable pensar que hasta cierto punto, muchas bestias de la tierra probablemente encontraron refugio y comodidad entre otras razas, dejando de lado sus diferencias por el bien de la sociedad. Por supuesto, tales eran las ingenuas esperanzas de un adolescente desesperado. El racismo, por supuesto, segu¨ªa vigente, incluso en un lugar tan concurrido como ¨¦ste. Tan maravilloso como fue ser sapiente, tambi¨¦n trajo consigo una ola de imperfecciones, que ensuciaron las creencias centrales de la racionalizaci¨®n. Decir que la sociedad era irracional ser¨ªa apropiado, y en un lugar tan densamente poblado como este, las probabilidades de que esto se hiciera realidad eran simplemente demasiado altas para anticipar de forma realista la paz perpetua. La ¨²nica raz¨®n por la que los que estaban dentro de la Instalaci¨®n parec¨ªan estar tan a gusto unos con otros, aunque en tan brutales y violentas muestras de afecto, era por el simple hecho de que no hab¨ªa suficiente energ¨ªa mental al final del d¨ªa para iniciar cualquier tipo de discordia. No es que eso fuera completamente imposible aqu¨ª, por supuesto. Siempre hay un lacayo energ¨¦tico que necesita cumplir con su cuota de superioridad. Simplemente tienen que considerar las repercusiones de tal comportamiento antes de actuar as¨ª. Despu¨¦s de comer, el chico eligi¨® algo ligero para no molestar a su cuerpo, que ya estaba luchando, la pareja de seres incomparables se sent¨® en una mesa cercana, el chico sinti¨® que los segundos pasaban ansiosamente mientras com¨ªa. "Hey, buck-o. ?Qu¨¦ te tiene tan nervioso? ?Preocupado de que encuentre otro hombre o algo as¨ª?" Norman se burlaba, haciendo sonar sus suaves dientes. Agitando sus brazos con asco, Tokken exclam¨®: "?Victus, no! ?Ni siquiera se pone de pie sobre dos piernas!" Con una risa descarada, Norman se encogi¨® de hombros. "Oye, a veces pasa. Aunque es un poco raro". "No, gracias". Es este lugar, amigo. Me asusta, y apuesto a que la asusta a ella tambi¨¦n." "?Ja! Somos un grupo de gente divertida, s¨ª. Rel¨¢jate, no puede salir herida aqu¨ª mientras no haga nada inherentemente tonto. Estamos bastante tranquilos aqu¨ª", persuadi¨® el Minotauro, calmando al muchacho. Masajeando el puente de su nariz, Tokken levant¨® una mano dudosa. "S¨®lo para tener una idea, ?qu¨¦ implicar¨ªa eso exactamente?" "?Eh? Oh, ya sabes. Romper las reglas a prop¨®sito, tratar de robar cosas, da?ar a la gente... los gustos", explic¨® Norman, d¨¢ndole un mordisco gigantesco a su s¨¢ndwich. "Oh, wow. Supongo que no sois del todo inmorales", suspir¨® Tokken divertido, levantando la mirada para hacer contacto visual con el toro humanoide. "Entonces, ?de d¨®nde sois?" "Lo preguntas como si estuviera en serios problemas o algo as¨ª", murmur¨® el Minotauro, resoplando. "Soy de las monta?as del noreste; nacido y criado. Nuestra especie domina un peque?o parche en la frontera. Recuerdo los d¨ªas en que nos pagaban por acosar a ambos lados. Eso... se detuvo, cuando el Sindicato comenz¨® a ser astuto con su equipo. Supongo que fue entonces cuando me di cuenta de que, si no pod¨ªa vencerlos... me unir¨ªa a ellos. As¨ª que aqu¨ª estoy hoy". "?Qu¨¦ guay!" exclam¨® Tokken, burl¨¢ndose. El chico, que se re¨ªa entre dientes del Minotauro, habl¨®. "Pas¨¦ la mayor parte de mis d¨ªas en la ciudad, en un rinc¨®n elegante, Dios sabe d¨®nde. Luego, pasaron algunas cosas... y termin¨¦ en una caba?a Diosa-sabe-d¨®nde. Era bastante joven durante la mudanza, as¨ª que no podr¨ªa dec¨ªrtelo. Estoy bastante sorprendido de lo... diferente que se ve¨ªa la ciudad. Supongo que es m¨¢s grande de lo que pensaba, ?eh?" "Oh, es masivo, buck-o. ?Se extiende por kil¨®metros!" Norman confirm¨®, asintiendo con la cabeza. "Si fuera durante tu infancia, no habr¨ªas sido capaz de reconocer una mierda, cr¨¦eme." Tokken no respondi¨®, atrapado en sus propios pensamientos una vez m¨¢s. Siempre que su pasado era mencionado, no pod¨ªa evitar que se le entremezclaran los recuerdos borrosos, tratando en vano de juntar todas las dudas de su mente. Nunca averigu¨® el prop¨®sito del asesinato, aunque la motivaci¨®n en s¨ª misma podr¨ªa ser averiguada con un poco de pensamiento l¨®gico. A juzgar por la gente de la que tuvo conocimiento en estos ¨²ltimos d¨ªas, al menos pudo averiguar que hab¨ªa gente realmente enferma ah¨ª fuera. Gente dispuesta a hacer cualquier cosa para ganar un centavo. Y si ese centavo era grande, bueno... "Ay, chico. Recu¨¦rdame, ?c¨®mo es este Aullador?" Norman pregunt¨® abruptamente, levantando la voz para romper el trance auto-impuesto del adolescente. Tartamudeando en la repentina interrupci¨®n, Tokken sacudi¨® su cabeza, golpeando su cr¨¢neo mientras procesaba la pregunta. "Bien, Chloe. Es blanca como la nieve. Pelo hinchado... oh, es baja comparada con sus parientes. Creo que es un cachorro". "Woah all¨ª, buck-o. No se me escapar¨¢ si sales con una menor", brome¨® Norman, poni¨¦ndose de pie con los brazos cruzados. "?Oh, ya basta!" se quej¨® Tokken, pis¨¢ndose los pies con desagrado. Con una risita baja, la bestia ayud¨® al muchacho a ponerse de pie, antes de dejar paso a los pasillos una vez m¨¢s. Con la cabeza un poco m¨¢s clara, y un poco de optimismo en su paso, Tokken se encontr¨® m¨¢s animado que antes, animado por la compa?¨ªa de uno de sus nuevos amigos. Aunque Norman no era particularmente tranquilizador, la comodidad de su capaz protecci¨®n ciertamente ayud¨® a calmar sus nervios. ? ? ? ? Volando a trav¨¦s de los altos cielos con un aire de alivio rozando sus cuerpos desgastados por el trabajo, Erica y Corvus navegaron por el pa¨ªs, mirando hacia abajo a la tierra con la esperanza de encontrar cualquier posible candidato deambulando por ah¨ª. No ten¨ªan que estar necesariamente en gran forma; un escudo de carne siempre era ¨²til. Sin embargo, una idea tan inquietante no estaba ciertamente al alcance de Corvus, lo que llev¨® a una b¨²squeda un poco m¨¢s justa. Encontrar¨ªan a alguien que pareciera al menos moderadamente capaz, y esperaban que ellos mismos no terminaran muertos al tratar de enfrentarse a ellos. Un plan terriblemente defectuoso durante un tiempo terriblemente malo. Desliz¨¢ndose por el aire con una gama de giros y aletas graciosas, Corvus se encontr¨® navegando suavemente por la atm¨®sfera, disminuyendo la velocidad para permitir a la mujer aviar m¨¢s pesada seguir el ritmo. Aunque ambos eran voladores naturales, Corvus era conocido por su agilidad, siendo Erica m¨¢s bien un monstruo entre los de su clase. Eso, y que llevaba demasiada armadura. "?No crees que volar sin ese equipaje te har¨ªa milagros, Erica?" Pregunt¨® Corvus, lanzando una sonrisa burlona a la muchacha. "?Bueno, obviamente! Erica respondi¨®, inflando sus mejillas hacia ¨¦l antes de casi perder el equilibrio en el aire. Con una risita silenciada por el viento, Corvus mir¨® hacia delante una vez m¨¢s. "Sigo pensando que esto es rid¨ªculo. ?No crees que los exploradores ya habr¨ªan sacado alguna buena opci¨®n de la alfombra?" "?Probablemente! Pero si tenemos suerte, podr¨ªamos atrapar un lote m¨¢s escurridizo", asumi¨® Erica, encogi¨¦ndose de hombros. Con un sudor fr¨ªo y una sonrisa torpe, Corvus cedi¨®. Esta pobre mujer... Interrumpiendo la fluidez de sus viajes a¨¦reos, un objeto silbante aceler¨®, m¨¢s r¨¢pido de lo que los ojos pod¨ªan percibir. Este mismo silbido inmediatamente dispar¨® se?ales de alarma en sus cabezas, reconociendo perfectamente el ruido; un disparo de rifle de francotirador. "?Mierda! Fuego enemigo. Estamos demasiado cerca de Yanksee!" Corvus advirti¨®, comenzando a retroceder, s¨®lo para permanecer at¨®nito ya que Erica no ces¨® su direcci¨®n. "Ahora no, Corvee! ?Necesitamos reclutas! Puedo ver el destello desde aqu¨ª, s¨®lo mu¨¦vete r¨¢pido..." ?Twish! Interrumpida cuando otra bala zumbante pas¨® justo por encima de su hombro, cort¨¢ndole el pelo, Erica grit¨® cuando perdi¨® el control de su vuelo, bajando en espiral hacia su objetivo. "?Mierda! ?Erica!" Corvus grit¨®, bajando el zoom para ayudarla. Aunque pod¨ªa recuperar f¨¢cilmente el control antes de la colisi¨®n, el hecho de que se acercara m¨¢s al suelo la dejaba en un riesgo significativamente mayor de ser recogida, disminuyendo cualquier esperanza de evasi¨®n. Cuando se acerc¨® lo suficiente, Corvus lanz¨® su espada volando, girando mientras pasaba por delante de ella. Cuando se le adelant¨®, Corvus reapareci¨® junto al mango, logrando en una fracci¨®n de segundo detener la siguiente bala con un h¨¢bil golpe de la hoja. Justo cuando proclamaba su ¨¦xito, el ¨¢ngel hembra giratorio se estrell¨® contra ¨¦l, enviando a los dos en espiral al suelo de abajo, ambos sin esperanza de reaccionar contra la fuerza del viento, junto con el impacto que los dos soportaron. Con toda la esperanza de recuperar el vuelo perdido, los dos se prepararon para el contacto, Corvus logr¨® batir sus alas para al menos suavizar la colisi¨®n final contra la tierra de hierba. Capítulo 11: Dos Cerraduras Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 11 P¨¢jaros. Veo p¨¢jaros... y hierba, tambi¨¦n veo eso. Un gran edificio. Uff, esto duele. No s¨¦ si es f¨ªsico, pero duele, pens¨® el brigadier ca¨ªdo, sus ojos revolvi¨¦ndose de su inconsciencia inducida por la fuerza. Mirando pat¨¦ticamente al cielo borroso de arriba, borrado en parte por la gigantesca estructura a metros de distancia, Emris no pudo hacer nada m¨¢s que contemplar qu¨¦ hacer a continuaci¨®n. Hac¨ªa tiempo que no intentaba levantarse; Dios sabe cu¨¢nto tiempo en este punto. Record¨® haber visto volar a Corvus y Erica, y haberles dado una d¨¦bil ola de la tierra que nunca ver¨ªan. Se sinti¨® pat¨¦tico, tirado all¨ª in¨²tilmente. M¨¢s a¨²n, se sent¨ªa pat¨¦tico por estar parado in¨²tilmente. Actuando in¨²tilmente. Comport¨¢ndose como si estuviera en la cima de su rango, s¨®lo para ser llamado espacio desperdiciado a sus espaldas. Era realmente lamentable, pero ?qu¨¦ pod¨ªa hacer un viejo cabr¨®n a su edad? Con eso se convenci¨® y se excus¨®. Por supuesto, nunca exteriorizar¨ªa tal pensamiento, ya que s¨®lo funcionaba con los tontos y, estando donde estaba, actuando como lo hac¨ªa, haciendo las cosas a su manera... era el mayor tonto de todos. De pie, con un prolongado gemido, Emris se las arregl¨® para salir del pr¨ªstino arbusto que tan irreflexivamente hab¨ªa arruinado en su ca¨ªda. Al menos no estaba muerto, ?verdad? Pero cuando las vidas se arruinan, ?puedes justificar el da?o hecho con una pregunta tan simple y superficial? Tropezando con la l¨ªnea de ¨¢rboles, frente a la propia instalaci¨®n, el calabozo se apoy¨® en el tronco de un ¨¢rbol, notando la sangre en su palma. Por supuesto que estaba sangrando. Acababa de caerse de un edificio. Su pierna se estaba recuperando, aunque en su estado destrozado, tardar¨ªa unos minutos m¨¢s en ser utilizable. Una estaca de madera se hab¨ªa alojado en lo profundo de su abdomen, lo que le hizo perder el aliento al notarlo. Agarrando su extremo expuesto, se encontr¨® totalmente incapaz de moverlo. Sus dedos simplemente se negaron a cerrar la cosa. No por dolor o cansancio, sino por falta de motivaci¨®n. Sus heridas se quemaron, pero a¨²n se ignoraron. C¨®mo se puede ignorar tal confusi¨®n que corroe su cuerpo es algo que nadie sabe. Sin esperanza de hacer nada al respecto, Emris simplemente se arrastr¨® a s¨ª mismo, caminando sin motivo o raz¨®n m¨¢s profundo en la espesura, aventur¨¢ndose en la vegetaci¨®n para cualquier prop¨®sito que pudiera encontrar. Francamente, su tiempo en este mundo se hab¨ªa prolongado demasiado. Sus razones para luchar segu¨ªan disminuyendo y, con una batalla sin esperanza en el horizonte, la ¨¦tica y la moral eran sus ¨²nicas fuerzas motrices reales. Aunque deseaba ver la cabeza del Profeta en un palo, incluso su orgulloso yo sab¨ªa que a su edad eso ser¨ªa poco m¨¢s que una fantas¨ªa. Ya no era el fruct¨ªfero Guardi¨¢n que era antes. Le faltaba incluso la mitad de la fuerza que una vez tuvo, y no era mejor l¨ªder en eso. Hab¨ªa aprendido, pero se hab¨ªa saturado en el camino. Hab¨ªa luchado, pero fue herido en el proceso. Hab¨ªa ganado guerras, pero se hab¨ªa agotado. Y, mirando hacia atr¨¢s, esperando ver a sus muchos y apreciados aliados animarlo, vio una luz inconstante brillar de nuevo. Una luz nada menos, pero inconstante como era, inspiraba poco m¨¢s que falsas esperanzas. No era mentira: la llama del Guardi¨¢n de esta generaci¨®n se hab¨ªa enfriado hace tiempo. Era s¨®lo cuesti¨®n de tiempo antes de que pudiera dejar que su vieja alma descansara. ¡ªOh, cachorro ¡ªuna voz burlona que escup¨ªa l¨¢stima llam¨®. ¡ªNo pareces tan valiente como anoche. Volviendo su mirada al encuentro del perezoso exiliado, Emris apenas pudo responder. ¡ªEstoy ocupado. Mata a alguien m¨¢s ¡ªCreo que no lo necesitar¨ªa. Parece que ya est¨¢s listo para ser enterrado ¡ªrespondi¨® Eclipse, divertido. Arrastrando los pies por las ramas en las que ella se apoyaba, la ex-moradora se acerc¨® a ¨¦l como una lagartija. A pesar de tan extra?o comportamiento, Emris ech¨® una sola mirada antes de continuar. En su silencio, Eclipse tuvo que molestar. ¡ª?Qu¨¦ est¨¢s haciendo exactamente?¡ª ¡ªMopin'' ¡ªrespondi¨® Emris, simplemente. ¡ªEn todos tus a?os, no has adquirido habilidades sociales decentes?¡ª Eclipse desafi¨®. Volvi¨¦ndose hacia ella una vez m¨¢s, Emris le ech¨® una mirada ilegible, antes de continuar su camino. ¡ªNecesito compensar a un... un tipo de ah¨ª atr¨¢s¡ª. ¡ª?C¨®mo?¡ª pregunt¨® la muchacha, serpenteando detr¨¢s de ¨¦l. ¡ªMatando erizos¡ª. ¡ªNo pareces muy convencido ¡ªMatando yanquis¡ª. ¡ªPor favor, nunca te conviertas en actor ¡ªse ri¨® Eclipse, y finalmente se puso de pie a su lado. ¡ªMatando... haciendo algo ¡ªEmris finalmente se someti¨®, reconociendo su falta de direcci¨®n. Con la cabeza inclinada, la mujer zorrita sigui¨® adelante. ¡ª?Por qu¨¦ debe incluir el asesinato?¡ª Gru?endo a sus preguntas, Emris le revis¨® la pierna. Aparte del tejido desgarrado, pod¨ªa volver a caminar funcionalmente. Necesitaba ropa nueva, eso quedaba claro. Frente a la muchacha curiosa, el brigadier pregunt¨® a su vez. ¡ªEres Moradora. ?Eres hip¨®crita tambi¨¦n? ¡ªYa no soy un habitante, y ni siquiera ellos matan como la respuesta universal a todos sus problemas. ¡ªMatan por deporte ¡ªrespondi¨® Emris. ¡ªIncorrecto. Matan para aprender y sobrevivir. No es peor que lo que el Sindicato nos ha hecho a nosotros y a los que nos rodean ¡ªaclar¨® el exiliado, desafiando las palabras del veterano en serio. Con un gru?ido, Emris se rompi¨® el cuello. ¡ªLo que te haga cosquillas, supongo¡ª. ¡ªNo respondiste a mi pregunta, por cierto.. ¡ªMato porque... ...es lo ¨²nico en lo que soy bueno mientras estoy borracho ¡ªadmiti¨® Emris, enderezando descaradamente su espalda mientras lo dec¨ªa, como si tal verdad fuera un hecho a admirar. ¡ªY beber es lo ¨²nico en lo que soy bueno mientras estoy sobrio. Mirando hacia adelante una vez m¨¢s, la pareja permaneci¨® en silencio durante unos minutos m¨¢s, cada uno contemplando qu¨¦ decir a continuaci¨®n, o si hablar en absoluto. Por supuesto, Eclipse fue el primero en romper el dichoso silencio. Con un encogimiento de hombros y una sonrisa burlona... ¡ªBueno, no puedo evitarlo si est¨¢s sexualmente frustrado. No me imaginaba que los hombres siguieran haciendo berrinches sobre eso en esta ¨¦poca.. ¡ª?Agh, c¨¢llate, mujer! ¡ªladr¨® Emris, sacando su pistola del bolsillo y apuntando hacia su cr¨¢neo en un r¨¢pido movimiento. Y a¨²n as¨ª, cuando el ca?¨®n brill¨® en su direcci¨®n, y su dedo roz¨® el gatillo, el veterano no pudo ponerse a disparar. Aunque el acto hab¨ªa cogido a Eclipse desprevenido por un momento, pronto puso su caracter¨ªstica sonrisa mientras se quedaba quieta, observando los movimientos del hombre. Fue un acto espont¨¢neo. Normalmente no se quebrar¨ªa tan severamente, pero lo hizo. Y, conociendo el objetivo delante de ¨¦l, sin duda habr¨ªa encontrado una muerte tan poco sorprendente. Y a¨²n as¨ª... no lo hizo. Como si apuntara un arma a uno de sus camaradas en medio de la niebla de la batalla, evit¨® disparar a una pulgada de su, o m¨¢s apropiadamente, de la vida de ella. Su arma temblando en su mano, una mueca de dientes creci¨® lentamente en la cara de Emris. Y con eso, finalmente baj¨® su arma. Levantando su frente con curiosidad, tratando de leer su expresi¨®n, encontr¨® algo completamente nuevo para ella. Una extra?a mezcla de odio, arrepentimiento y luto. Escondiendo su desesperaci¨®n; como si la encerrara detr¨¢s de sus ojos vidriosos, para ser vista s¨®lo por aquellos que se acercaban. Con una sonrisa p¨ªcara y una sensaci¨®n de seguridad fuera de lugar, Eclipse cerr¨® los ojos mientras bromeaba. ¡ªDedo del gatillo con picaz¨®n, ?eh? Admito que me sorprende que no hayas disparado. Ahogando su gesto de dolor ante su comentario, Emris se sacudi¨® de cualquier pensamiento negativo, reafirm¨¢ndose con una sutil sonrisa. ¡ªEso fue muy poco para m¨ª, lo reconozco. Pod¨¦is agradecer a mi generoso y amable coraz¨®n por ser tan misericordioso ¡ª?Es eso cierto? Espero que no le importe que nos demos la bienvenida a tal hospitalidad, entonces,¡ª habl¨® una voz madura, femenina y regia. Mirando hacia abajo a la afilada y delgada brocheta de metal de su pecho, justo a trav¨¦s de su coraz¨®n, la creciente sonrisa de Emris cay¨® en una mueca de desesperaci¨®n. Levantando los ojos hacia Eclipse, cuya complexi¨®n tambi¨¦n hab¨ªa perdido algo de su atractivo edificante y arrogante, Emris cay¨® de rodillas. ¡ªBien hecho, Eclipse. Sigue trabajando; pronto ver¨¢s que tus esfuerzos se ver¨¢n recompensados ¡ªelogi¨® Zylith, mirando con atenci¨®n al silencioso exilio. El hombre que hab¨ªa atravesado el pecho del brigadier, Ezequiel, no pudo evitar suspirar contento. ¡ªNo voy a mentir. Tu arrogancia me ha costado muchas noches de frustraci¨®n ¡ªexplic¨® el Custodio, cerrando los ojos con una leve sonrisa. ¡ªNo veo que no encuentre placer en hacer esto¡ª. ¡ªEzequiel, tal sadismo no es aceptable. Retira tu declaraci¨®n o enfr¨¦ntate a un juicio ¡ªexigi¨® Zylith, la Reina de los Habitantes, aunque con una autoridad poco estricta. Estaba claro que los dos hab¨ªan pasado mucho tiempo juntos, y por lo tanto hab¨ªan desarrollado un v¨ªnculo lo suficientemente fuerte para entenderse claramente, incluso a trav¨¦s de duras palabras de protesta. Con una sonrisa, el espadach¨ªn retir¨® su espada del pecho del hombre y, simult¨¢neamente, retir¨® sus palabras con un arco. ¡ªMinzhei, min Rhabpha ¡ªse excus¨®, hablando en su lengua materna. De hecho, tal lenguaje era poco usado entre los de su clase, siendo usado m¨¢s bien como el lenguaje de los moribundos m¨¢s viejos. ¡ªJodido... Mierda de galimat¨ªas.. Emris se meti¨® de lleno, sosteniendo su pu?alada con dolor. A esto, el Custodio lo pate¨® al suelo, rodando a unos pocos pies de distancia. Incluso cuando choc¨® con un ¨¢rbol, Emris se puso de pie, con una sonrisa de satisfacci¨®n hacia sus agresores. ¡ªTraer a su amante hasta aqu¨ª. Qu¨¦ est¨²pido ¡ªdijo. A¨²n sabiendo que era in¨²til, el brigadier comenz¨® a dar pasos lentos hacia el monarca, sintiendo que la aguda mirada de la Reina lo atormentaba por cada pisot¨®n de su pie. Por supuesto, se neg¨® a mostrar ning¨²n tipo de debilidad. Haciendo una se?al a su aliado de confianza para que se quedara quieto, Zylith se enfrent¨® al soldado herido de frente, d¨¢ndole amplio espacio para intentar cualquier cosa. Estaba lejos de estar indefensa, incluso sin el apoyo de sus numerosos protectores. Una vez lo suficientemente cerca, Emris se detuvo ante la Reina, dejando que el aire se silenciara mientras la miraba fijamente. A pesar de sus diferencias de altura, la matriarca parec¨ªa infinitamente m¨¢s alta en comparaci¨®n, su autoridad se filtraba a trav¨¦s de su mirada sin problemas. Era observadora, astuta. Mortal. Estaba herido, embotado y fanfarroneando. Sin embargo, incluso a trav¨¦s de su aguda conciencia perceptiva, no estaba tan preparada como pensaba, ya que Emris se volvi¨® inmediatamente hacia Ezequiel, antes de estrellar su codo contra la mand¨ªbula del Custodio. El acto fue tan r¨¢pido, que ni siquiera Zylith pudo prepararse para ello. En parte, hab¨ªa subestimado el ingenio de su oponente. Por eso, se avergonz¨® internamente. Sintiendo que su pecho se volv¨ªa m¨¢s soportable a medida que la adrenalina entraba, el marcial salt¨® hacia su objetivo, sinti¨¦ndose esperanzado en recibir al menos un feo golpe. Aunque no pod¨ªa garantizar que su golpe destruyera alg¨²n hueso, con su estado, se imagin¨® que un moret¨®n del tama?o de su cara ser¨ªa algo muy gracioso para el adorable reino de la Reina. Por supuesto, un incidente as¨ª no suceder¨ªa, ya que una chica nunca antes vista vol¨® por el aire delante de ¨¦l, rob¨¢ndole al hombre su oportunidad de da?ar al monarca. Cuando Emris choc¨® contra el suelo una vez m¨¢s, esta vez a los pies del orgulloso monarca, ya no pudo ocultar su agon¨ªa. No pudo reprimir sus gemidos y aullidos de dolor crudo, su cuerpo temblaba mientras la sangre rezumaba de sus nuevas heridas: sus rodillas. Sus piernas hab¨ªan sido cortadas limpiamente de sus r¨®tulas por Minnota, que lo miraba con la misma satisfacci¨®n que Ezequiel hab¨ªa usado anteriormente. Fue incre¨ªblemente perturbador ver a la chica apoyarse en su hacha con tanto orgullo, observando el da?o de Emris con satisfacci¨®n, incluso a trav¨¦s de su retorcimiento verbal. ¡ª?Ooh, esa fue una limpia! Son ocho puntos por lo menos ¡ªse?al¨® Minnota, admirando su experiencia.This story has been stolen from Royal Road. If you read it on Amazon, please report it ¡ªCon ese aspecto tan sangriento, no puedo ver qu¨¦ es exactamente lo que est¨¢ limpio ¡ªdijo Ezequiel rega?ando mientras se frotaba el da?o en la mand¨ªbula. ¡ªParece que sigue siendo un luchador. Me asegurar¨¦ de que est¨¦ bien guardado en una celda m¨¢s adecuada¡ª. ¡ªMuchas gracias por su ayuda, ustedes dos. Aunque, menos violencia hubiera sido apropiada ¡ªadmiti¨® Zylith, suspirando para s¨ª misma con una sonrisa maliciosa. Volvi¨¦ndose hacia la mujer cuyos esfuerzos hab¨ªan permitido que esta captura fuera tan suave como lo fue, la realeza no pudo contener su satisfacci¨®n. ¡ªY gracias tambi¨¦n. A su debido tiempo, te encontrar¨¢s entre los nuestros una vez m¨¢s. Dicho esto, esta ser¨¢ la ¨²ltima oportunidad ¡ªenfatiz¨® Zylith, frunciendo el ce?o. ¡ªPor mucho que nos gustar¨ªa dar mil oportunidades, no podemos progresar en un mundo como este si seguimos gastando nuestros recursos en esfuerzos in¨²tiles. Te ver¨¦ pronto, Mildele. Mhaieiyu Mientras los tres atend¨ªan a los retorcidos y agonizantes Emris en su santuario, Eclipse frunci¨® el ce?o. Soy mayor que t¨². Parece que la arrogancia ciega al usuario. Aunque odiaba ver a su antiguo credo hacer cosas tan atroces en nombre de su trabajo, mientras pudiera convencerse de que estaba haciendo lo correcto, no deber¨ªa haber nada por lo que golpearse la cabeza. Eso es todo lo que necesitaba saber, y todo en lo que necesitaba creer. Especialmente ahora. ? ? ? ? El polvo y el suelo enturbiaron la gigantesca zona cubierta de ¨¢rboles tras el impacto de los Celestiales. A medida que las nubes de polvo se elevaban a trav¨¦s de las copas de los ¨¢rboles de la selva, la pareja superviviente tos¨ªa y resoplaba, expulsando las part¨ªculas de suciedad de sus pulmones lo mejor que pod¨ªan. La ca¨ªda hab¨ªa sido ciertamente sentida por los dos, particularmente por el macho, cuyas alas hab¨ªa roto en un intento de aligerar su impacto. Seguramente, sus esfuerzos no fueron del todo in¨²tiles. Pero en la misma derecha, hab¨ªan dejado al hombre menos capaz de mantenerse firme, abrazando sus alas con dolor mientras intentaba lo mejor para vigilar su entorno. Ni siquiera sus agudos sentidos pod¨ªan penetrar el aire sucio, pero no ser¨ªa necesario para informarles de que estaban en serios problemas. Habiendo sido derribados por las fuerzas enemigas, la pareja hab¨ªa tratado de reposicionar sus alas al azar. Sin embargo, en los esfuerzos del macho por proteger a Erica, su ca¨ªda se hab¨ªa hecho ineludible, y los hab¨ªa obligado a penetrar en territorio extranjero. Tales peligros se confirmaron cuando los sonidos de varias tropas en marcha rodearon su rango de audici¨®n. Por lo que sab¨ªan, sus ¨²ltimos segundos estaban contando, ya que una vez que se hicieran visibles a trav¨¦s del aire despejado, probablemente ser¨ªan objeto de fuego desde todas las direcciones. Y a¨²n as¨ª, Erica persever¨®, manteni¨¦ndose tan alta como pudo con la alabarda en las manos. Principalmente debido a su armadura, la muchacha se hab¨ªa recuperado bien de la ca¨ªda, apareciendo relativamente ilesa incluso despu¨¦s de haber ca¨ªdo a tales distancias. Y, a pesar de su actitud despreocupada y laxa, ahora hab¨ªa acogido una apariencia verdaderamente feroz. ¡ª?Alto! ?Han invadido el territorio yanqui! ?Levanten las armas y r¨ªndanse, o nos veremos obligados a usar la brutalidad policial!¡ª un soldado militante comand¨® a trav¨¦s de la neblina, varias armas audiblemente preparadas para cualquier respuesta. Conocido s¨®lo por los silenciosos gemidos de Corvus, el soldado en cuesti¨®n rechin¨® los dientes en frustraci¨®n, gritando: ¡ª?Salga ahora y mu¨¦streme las manos! Te lo advierto. ?No pongas a prueba mi paciencia!¡ª ¡ªYa sabes... Realmente no me gusta que me disparen. Es ruidoso, y me pone nervioso. Deber¨ªas ser m¨¢s amable con tus vecinos ¡ªse quej¨® la voz de la muchacha celestial a trav¨¦s del polvo. Y, justo cuando la sucia niebla se despejaba; justo cuando las caras de la pareja se hac¨ªan visibles, y los labios del soldado se separaban para gritar su orden... un c¨ªrculo de luz sali¨® del interior de la mujer celestial, cegando temporalmente a todos los que miraban fijamente a los dos. Aferr¨¢ndose a sus rostros con dolor, la mayor¨ªa de los soldados perdieron la guardia, y los pocos no afectados se distrajeron demasiado con el resto de su suerte. Los que no estaban cegados tambi¨¦n vieron un objeto cristalino en forma de espada de man¨¢ volar hacia ellos, apu?alando y derribando al grupo uno por uno mientras las espadas m¨¢gicas sal¨ªan disparadas de al lado de su lanzador: Erica. Una vez agotados estos hechizos, Erica carg¨® hacia los cuatro restantes, tres de los cuales a¨²n se estaban recuperando de su hechizo. Con una experiencia inigualable entre sus compa?eros lanceros, el Celeste le arrebat¨® la vida a la primera con un solo golpe, cargando hacia su siguiente objetivo sin parar. Consigui¨® hackear a su segunda v¨ªctima antes de notar que el ¨²ltimo soldado ciego se hab¨ªa recuperado, abriendo fuego mientras que el otro marcial que quedaba retroced¨ªa lentamente. A pesar de los disparos totalmente autom¨¢ticos, Erica uni¨® su agilidad y sus habilidades con las armas para detener o evadir las balas; haciendo salto con p¨¦rtiga hacia su objetivo antes de golpear su cr¨¢neo con el hacha de su alabarda. Al quitar el borde atrapado de la cabeza de su asaltante muerto, se enfrent¨® a su ¨²ltimo enemigo con el ce?o fruncido. Parec¨ªa una persona completamente diferente cuando los asuntos implicaban la vida y la muerte, y sus habilidades brillaban a trav¨¦s de su radiante, aunque cruel apariencia. Al notar que el ¨²ltimo soldado en pie se comunicaba por su radio, Erica refunfu?¨® una palabrer¨ªa para s¨ª misma, al darse cuenta de que era demasiado lenta para su propio bien. Al acercarse a su petrificado enemigo, emiti¨® un divertido zumbido mientras ve¨ªa al soldado caer al suelo, desmay¨¢ndose. Haciendo alarde de su hero¨ªsmo, Erica se dirigi¨® a su hom¨®logo celestial, que se qued¨® asombrado por sus inusuales capacidades violentas. ¡ªYa est¨¢, estamos en paz, Corvee. De nada ¡ªErica sonri¨® ampliamente, para disgusto de Corvus. ¡ªCreo que tu orgullo est¨¢ pidiendo una sentencia de muerte. ¡ªCorvus trat¨® de ponerse de pie, encontr¨¢ndose luchando por hacerlo a causa de sus heridas¡ª. Con un suspiro desesperado, el lancero se acerc¨® al espadach¨ªn ca¨ªdo, ofreci¨¦ndole un hombro en el que apoyarse. ¡ªVamos, arriba ¡ªbrome¨® Erica, levantando el sorprendentemente pesado Celestial sobre sus pies. ¡ªVicks, Corvee. Podr¨ªas perder algo de peso¡ª. ¡ªAh, s¨ª. Mi peso. Ese es el asunto m¨¢s... ngh... apremiante ahora mismo,¡ª se quej¨® Corvus. ¡ª?Y otra vez con ese nombre horrible!¡ª ¡ªAgradece la ayuda y deja de quejarte¡ª. Lo menos que podr¨ªas hacer es soportar mis apodos, ?con lo que yo llevo esta armadura y un beb¨¦ enorme como una mula!¡ª grit¨® Erica, aunque su voz parec¨ªa m¨¢s juguetona que enfadada. A su respuesta humor¨ªstica, Corvus no pudo resistir el impulso de re¨ªrse, echando una mirada preocupada a sus alas. ¡ªHa pasado un tiempo desde que los maltrat¨¦ tan duramente.. coment¨®, intentando en vano extender sus alas rotas, haciendo un gesto de dolor agudo que lo atormentaba. La tez edificante de Erica se retorci¨® en una de preocupaci¨®n mientras rega?aba. ¡ªNo puedes ir por ah¨ª haciendo ese tipo de cosas. Nunca sabes cu¨¢n grave ser¨¢ el da?o la pr¨®xima vez ¡ªcomenz¨®, mirando a lo alto de las copas de los ¨¢rboles mientras murmuraba: ¡ªAunque, no me importa saber que te har¨¢s da?o por mi causa.. ¡ª?Tonter¨ªas! A diferencia de ti, no act¨²o impulsivamente. Eleg¨ª hacer lo que hice, y creo que es lo correcto. Despu¨¦s de todo, somos aliados, ?no?¡ª pregunt¨® Corvus, mirando a la mujer alada de una manera que dif¨ªcilmente podr¨ªa evitar sin parecer completamente rid¨ªculo. D¨¢ndole una leve sonrisa, Erica asinti¨®. ¡ªSupongo que tienes raz¨®n. Habr¨ªa hecho algo m¨¢s tonto pero m¨¢s genial en tu lugar, estoy segura de ello ¡ªadmiti¨® Erica orgullosamente, haciendo que los ojos de Corvus se pusieran en blanco de inmediato. Mirando hacia delante para no tropezar y empeorar a¨²n m¨¢s la condici¨®n del macho, la muchacha pregunt¨®: ¡ªEntonces, ?est¨¢s nerviosa por la pelea con Yanksee? Es bastante obvio que evitar ¨¦sta va a ser dif¨ªcil.. ¡ªLo he dicho una vez, y lo dir¨¦ de nuevo: Mientras mantengas tu ingenio, y muerdas lo suficiente para masticar, estar¨¢s bien. Todos contaremos con los dem¨¢s, as¨ª que no tomes el papel de h¨¦roe si eso significa hacer que te maten, ?entendido? Nos enfrentaremos a la mayor¨ªa de los humanos, as¨ª que conf¨ªo en nuestra capacidad de tener ¨¦xito con gracia¡ª. ¡ªS¨®lo humanos... tienes raz¨®n. Es una pena que esa excusa no funcione con los Crimsoneers.. Murmur¨® Erica, su confianza se desvanec¨ªa cuando la idea de luchar contra esos demonios surgi¨® en su mente. Podr¨ªa alegar arrogancia y superioridad si eso significara animar a sus camaradas, pero ni siquiera ella podr¨ªa alardear de sus fuerzas cuando se enfrentara a un enemigo as¨ª. La muerte vendr¨¢ seguramente, y es una tirada de dados para averiguar exactamente qui¨¦n no sobrevivir¨¢ a tal evento. Si alguien lo hiciera. La posibilidad de p¨¦rdida le parec¨ªa tan extra?a, y tan inconcebible, que casi se hab¨ªa olvidado de considerarla. No tanto por una comparaci¨®n de poder, sino m¨¢s bien por los eventos que se producir¨ªan despu¨¦s de tal fracaso. Para aquellos bendecidos y maldecidos con tal conocimiento, s¨®lo se necesitar¨ªa un recordatorio para enviar su mente por el camino equivocado y desesperado. Aterrorizada, nada menos. Con una profunda inhalaci¨®n, y un impulso de aliviar sus dudas... ¡ª?Crees que lo conseguiremos, Corvee...?¡ª ¡ªEso es suficiente, Sindicatos ¡ªuna voz alborotadora y autoritaria habl¨® desde detr¨¢s de los dos. Con un gemido y un chasquido de su lengua, Erica estaba lista para derribar a Corvus y luchar contra cualquier refuerzo que se hubiera agarrado detr¨¢s de la pareja, incluso si eso significaba derribar a todo el ej¨¦rcito. Sin embargo, cuando not¨® los metales brillantes de las armas de fuego que la apuntaban desde varias ramas y puntos de vista, pronto se dio cuenta de que este peque?o conjunto era m¨¢s un intento de asediar a los celestiales que un acto ciego de represalia. El hecho puso nerviosos a los dos seres alados, cada uno ponderando la posibilidad de que todo esto formara parte de una captura premeditada. ?Pero c¨®mo pudieron planear esto? Su ca¨ªda no fue m¨¢s que una coincidencia, ?no? Simplemente se distrajeron y volaron demasiado al este. Negando estos pensamientos improbables, Erica reevalu¨® su situaci¨®n. Estaba superada en n¨²mero y severamente abrumada. Mientras pudiera ver claramente sus objetivos, todav¨ªa ten¨ªa una oportunidad. Pero el hecho de que no ten¨ªan una cobertura razonable, junto con el hecho de que los soldados hab¨ªan elegido una pl¨¦tora de escondites, sus probabilidades estaban claramente en su contra. Si Corvus pod¨ªa volar, podr¨ªan haber tenido la oportunidad de alejarse, por muy peligroso que fuera. Pero con sus alas en tal estado, ella tendr¨ªa que abandonarlo al hacerlo. Y ella estaba segura de que no era una opci¨®n a considerar. Frente al noble parlante que la hab¨ªa llamado, baj¨® su arma, instando a Corvus a enfundar su espada con un gesto sin palabras. Para su alivio, ¨¦l accedi¨®. ¡ªHas sido un gran revuelo, lo admito. Pero su peque?a estrategia no fue del todo in¨²til, parece ¡ªdivag¨® el hombre con armadura a prueba de balas, confirmando las dos sospechas de los Celestiales sin saberlo. ¡ªHablas como si hubi¨¦ramos ca¨ªdo en alg¨²n tipo de complot. ?Est¨¢s seguro de que somos tus objetivos?¡ª pregunt¨® Corvus, a¨²n considerando si su estado herido detendr¨ªa una masacre. Con un arrogante golpe de sus largos rizos rojos, el noble se jact¨®. ¡ªPor supuesto que s¨ª. Ustedes, imb¨¦ciles, no podr¨ªan ver pasar una isla si sus vidas dependieran de ello, volando como lo hacen. Y s¨ª, ustedes dos son mis objetivos. La brigadier Erica y el teniente Corvus, ?verdad? El noble soldado sonri¨®, mirando a los dos con malicia. ¡ª...Es de mala educaci¨®n mirar fijamente, amigo ¡ªescupi¨® Erica, su humor se filtraba, incluso cuando la escena bastante peligrosa se desarrollaba ante ella. No era muy diferente de ella el hacer que sus oponentes perdieran el ingenio. Por desgracia, sus palabras no llegaban al inflado ego del hombre, que segu¨ªa divagando con un movimiento de sus dedos. ¡ªHa pasado mucho, mucho tiempo desde que ustedes, sinverg¨¹enzas, pusieron la tienda. Ah~ No puedo esperar a arrasar con ese agujero de mierda. No somos santos, pero por la Diosa es esa ciudad un asqueroso desastre! Y con las bestias vagando por el lugar como chuchos salvajes, tambi¨¦n... ?C¨®mo puedes sentir orgullo en un lugar as¨ª, cuando todo lo que respiras son gases!¡ª ¡ªTiene usted el descaro de comparar nuestro p¨¢ramo con el suyo cuando no tiene menos para su propia ciudad. Estar¨ªa m¨¢s disgustado aqu¨ª, de hecho, si mi nacimiento se hubiera convertido de alguna manera en un problema para todos los dem¨¢s. Aceptamos todos los estilos de vida, incluso en cuatro patas.. ¡ªAcepta chuchos. Haces una broma de tu sociedad y dejas que los perros enfermos hurguen en tu suerte. Deber¨ªa ser conocido como nada m¨¢s que un testamento de sus desesperadas maneras ¡ªintervino el noble, abriendo sus fosas nasales a la pareja que se rend¨ªa. Retroceder era simplemente m¨¢s realista. Mientras Corvus pensaba en crear una distracci¨®n para permitir la fuga de Erica, la conoc¨ªa lo suficiente como para no esperar que cediera en sus planes. Por mucho que le devastara saber que ella se pondr¨ªa en peligro de esta manera, sab¨ªa muy bien que significaba algo para la alegre muchacha aviar. Con las armas bajadas y las manos en alto, permitieron su arresto. Y, con una r¨¢pida inyecci¨®n de un fluido oscuro, la conciencia de la pareja se desliz¨® en la oscuridad. ? ? ? ? Ninguno de los dos pod¨ªa discernir cu¨¢nto tiempo hab¨ªa pasado desde su captura. Ser¨ªa imposible incluso sugerir, siempre y cuando el estado en que los Celestiales estaban, habiendo sido inyectados con un sedante brutalmente fuerte capaz de hacer caer hasta los m¨¢s voraces Aulladores o los m¨¢s champanizados, rinocerontes como los Buggerhorns. Incluso con una droga tan poderosa en efecto, la conciencia de los dos ocasionalmente los despertaba, proporcionando una percepci¨®n moment¨¢nea y borrosa de su entorno de concreto. Desde las pocas veces que hab¨ªan echado un vistazo a la zona, pod¨ªan reconocer d¨¦bilmente la horrenda instalaci¨®n a la que estaban siendo transportados. Una prisi¨®n, sin duda, forjada en metal, piedra y cemento. Al igual que la sociedad perturbada que imaginaban, no se les proporcion¨® ning¨²n sentido de la justicia. No se organizaron tribunales. No se instigaron decisiones un¨¢nimes ni encuestas de votaci¨®n. No se consideraron investigaciones. Fue directo a la c¨¢rcel, para ser condenado a cualquier infierno que este pa¨ªs extranjero hubiera forjado durante su largo reinado. No es que ya tuvieran mucha tierra para reinar. Sus ¨²nicos territorios eran unos pocos asentamientos en islas y la parte noreste de la tierra en la que se basaba este pa¨ªs. Aun as¨ª, con tales limitaciones, junto con el constante acoso de ida y vuelta entre los dos pa¨ªses que comparten el continente, Yanksee todav¨ªa hab¨ªa logrado desarrollar construcciones tan impresionantes y lograr avances significativos en su ¨¦poca. Aunque todav¨ªa estaba detr¨¢s del Sindicato en lo que respecta a la tecnolog¨ªa, Yanksee hab¨ªa sido el origen de muchos trucos de fantas¨ªa construidos para disuadir a los individuos m¨¢s adeptos a la magia. Esto, seguido por su notorio tratamiento de los invasores del Sindicato, le hab¨ªa dado al peque?o pero rebelde pa¨ªs una ventaja en la supervivencia, tan despiadada como puede parecer. Al menos, se mantuvieron firmes. Tanto, que nadie pudo disuadirlos. Para cuando Corvus pudo finalmente abrir sus pesados ojos correctamente, ya hab¨ªa sido encajado en un dispositivo de pared dentro de una de las varias celdas numeradas que daban sentido a este sombr¨ªo establecimiento. Sus posesiones confiscadas, lo dejaron en una habitaci¨®n atemporal sin nada en que concentrarse. Sus manos hab¨ªan sido encadenadas con s¨®lidas esposas sin cadenas que ten¨ªan varios huecos para enganchar cosas. Este pesado dispositivo de esposas hab¨ªa sido suspendido por encima de su cabeza, enrollado por un cable conectado en el hormig¨®n encima de ¨¦l, restringiendo sus movimientos. Sus piernas hab¨ªan sido sujetadas por un cilindro de metal que abrazaba sus espinillas, inmovilizando a¨²n m¨¢s su cuerpo. El ¨²ltimo accesorio era un collar de metal conectado a una ranura en el marco de metal detr¨¢s de ¨¦l que se aferraba fuertemente a su garganta, conocido por estrangular su objetivo hasta el punto de arruinar la concentraci¨®n cada vez que se intentaba hacer magia. Sintiendo que cualquier intento de romper sus ataduras ser¨ªa in¨²til, Corvus se centr¨® en su entorno. Mientras se oscurec¨ªa, sus ojos se enfocaban lo suficiente en el tiempo para permitir una vista decente de la habitaci¨®n. Era una celda relativamente grande para un solo recluso, dejando suficiente espacio para permitirle caminar en peque?os c¨ªrculos y no sentirse completamente apretado. Y a¨²n as¨ª, tal habitaci¨®n era completamente desperdiciada, dada su incapacidad para moverse m¨¢s de una pulgada. El exterior se conectaba a esta celda a trav¨¦s de una doble puerta automatizada, que serv¨ªa de esclusa en el improbable caso de un intento de fuga. A su derecha, hab¨ªa una puerta met¨¢lica herm¨¦ticamente sellada con un hueco rectangular, desde la cual brillaba la ¨²nica fuente de luz que esta habitaci¨®n ten¨ªa para ofrecer. A juzgar por el brillo y el color, el Celeste se dio cuenta de que era la luz del sol. As¨ª que, todav¨ªa es de d¨ªa... el Celeste suspir¨® de alivio, tratando de tranquilizar su mente. Y a¨²n as¨ª, en la parte de atr¨¢s de su cabeza, Corvus reconoci¨® que cualquier cantidad de tiempo podr¨ªa haber pasado desde su captura. No podr¨ªan haber sido m¨¢s que unas pocas horas, o tal vez incluso d¨ªas. Mientras la preocupaci¨®n inundaba silenciosamente sus pensamientos, pregunt¨¢ndose si la batalla entre el Sindicato y Yanksee ya hab¨ªa comenzado sin ¨¦l, un solo nombre vino a la memoria cuando de repente entr¨® en p¨¢nico. ??D¨®nde... est¨¢ Erica?! Capítulo 12: Arrascando la Verdad Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 12 Arrascando la Verdad Se convirti¨® en un d¨ªa agotador a rega?adientes buscando el paradero del canino por los amplios pasillos de las venas interiores de la instalaci¨®n; los dos ponderando la posibilidad de que ella haya sido sacada del interior del colosal edificio en alg¨²n momento del d¨ªa. Por cada minuto que pasaba, Tokken sent¨ªa como si el aullador se deslizara m¨¢s y m¨¢s lejos, para nunca m¨¢s ser encontrado. Casi hizo que el muchacho perdiera la cabeza, especialmente cuando finalmente comprendi¨® la gran magnitud de este edificio. Incluso con tal inmensidad en mente, ni una sola habitaci¨®n parec¨ªa demasiado desolada o innecesaria. Claro, la sala de juegos ocasional podr¨ªa ser descubierta, pero su tama?o estaba lejos de ser inaceptable. ?Qui¨¦n dir¨ªa que no a una sala de billar o de recreo despu¨¦s de trabajar sus o¨ªdos haciendo lo que estos soldados cargados ten¨ªan que comprometer sus mentes y cuerpos? Al encontrarse con varios soldados a lo largo del camino, algunos de los cuales eran sus grandes superiores, el Minotauro se deten¨ªa constantemente para un r¨¢pido saludo o un intento de excusar su falta de acci¨®n mientras ayudaba al ni?o. Incluso podr¨ªa parecer divertido, si no fuera por lo in¨²til que era el toro para explicarse. Parec¨ªa que, cuando se enfrentaba a un superior, su orgullosa e inquebrantable actitud se desmoronaba y reduc¨ªa al hombre bestial a un desastre. Tokken no pudo evitar agitarse silenciosamente mientras perd¨ªa el tiempo, e incluso contempl¨® la posibilidad de dejar atr¨¢s a Norman para perseguir mejor sus intereses. Por supuesto, no pod¨ªa ser tan cruel. El Minotauro le hab¨ªa dado tanto tiempo, e incluso hab¨ªa aceptado ser castigado por no comprometerse con sus deberes como deb¨ªa, s¨®lo para ayudar al adolescente. Dicho esto, incluso con los esfuerzos de los dos juntos, el sol segu¨ªa bajando sin ninguna pista para guiarlos hacia el ¨¦xito. Ni Tokken ni Norman conoc¨ªan al Aullador lo suficientemente bien. De hecho, incluso con la descripci¨®n en mente, la conjetura de Norman era tan buena como eso: una suposici¨®n. Aunque era notablemente m¨¢s raro, unos pocos espec¨ªmenes cuadr¨²pedos vagaban por las instalaciones, normalmente en forma de perros guardianes o guardaespaldas bestiales, lo que no ayudaba precisamente a las luchas del chico sobre d¨®nde colocar a los semejantes a Chloe en la gran pir¨¢mide de la estructura social. A medida que el d¨ªa avanzaba y el sol brillaba sus ¨²ltimos rayos al hundirse en el horizonte, la inusual pareja lleg¨® finalmente al final de su viaje, sin ninguna victoria que celebrar. Mientras que Norman podr¨ªa salir ileso si ignoraba sus m¨¢s escasas tareas diurnas por una vez, ciertamente oir¨ªa el infierno si se saltaba sus tareas nocturnas. Y, con las horas perdidas, se necesitar¨ªan m¨¢s horas para compensar. As¨ª, con los pulgares en alto y dese¨¢ndole buena suerte al muchacho, el Minotauro desapareci¨®, dejando al muchacho con una repentina sensaci¨®n de soledad. En cierto modo, el joven qued¨® impresionado por su propio turno. Aunque no estaba totalmente desconectado de su gente, y les ten¨ªa en alta estima, tampoco era exactamente el tipo de persona que charlaba con ellos demasiado a menudo. No quer¨ªa nada m¨¢s que pagarles la deuda de su rescate y su estancia. Tal vez incluso llamar a una casa propia en el futuro a trav¨¦s de suficiente trabajo duro. Y, al hacerlo, hab¨ªa encontrado la cantidad justa de soledad y socialidad, tan desproporcionada como puede parecer a la persona promedio. Con la gente de su pueblo fresca en su mente, Tokken sinti¨® que sus pasos sin direcci¨®n vacilaban mientras se volv¨ªa pensativo. ?Cu¨¢nto tiempo he estado fuera? pens¨® para s¨ª mismo, mordi¨¦ndose el labio como una sensaci¨®n de pesadez presionando su pecho. ?Y si me han estado buscando desde entonces, y creen que fui asesinado o secuestrado? ?Se preocuparon lo suficiente como para darse cuenta? ?Cu¨¢nto tiempo pas¨® antes de que se dieran cuenta...? No, estoy siendo ego¨ªsta otra vez, Tokken hizo callar sus pensamientos con un movimiento de cabeza. Mirando hacia delante y concentr¨¢ndose en su tarea, se encontr¨® caminando hacia lo que parec¨ªa ser otra apertura al exterior. Una que no hab¨ªa visto antes. T¨ªo, necesito llegar a casa pronto. Con este ¨²ltimo pensamiento desliz¨¢ndose en su mente, dio un paso adelante, entrando en una secci¨®n cerrada de tierra inmensamente verde que casi le llamaba por lo rebosante de vida que parec¨ªa. Un para¨ªso. Mirando a su alrededor, Tokken se dio cuenta de que esto deb¨ªa ser un jard¨ªn. O, m¨¢s exactamente, un jard¨ªn apropiado para un establecimiento tan grande. El lugar casi parec¨ªa una imitaci¨®n de los bosques de afuera, pero sin una sola hoja muerta que maldijera la hierba de abajo. El espect¨¢culo era gloriosamente verde sin comparaci¨®n; sin ninguna masa de agua a la vista, las gotas cristalinas que brillaban en la vegetaci¨®n eran a¨²n m¨¢s notables, a?adiendo a la vista lustrosa. Si el ahora contaminado parque que visit¨® anteriormente puede ser llamado un bolsillo del cielo, entonces esto podr¨ªa ser una bolsa entera. Caminando a trav¨¦s del organizado y floreciente camino de piedra, Tokken vio dos figuras distantes relaj¨¢ndose en el c¨¦sped. Una era humana, ciertamente. Pero la otra... era definitivamente lo que estaba buscando. Con una sacudida en su paso, el adolescente se encontr¨® corriendo hacia los dos, llamando a Chloe con preocupaci¨®n mientras sus zapatos golpeaban las losas de forma ordenada pero apresurada. Para su afortunado alivio, no s¨®lo se hab¨ªa comprometido con el grave clich¨¦ de que uno llama a una figura similar pero sin relaci¨®n con su situaci¨®n. Era, en efecto, Chloe. Y junto a ella estaba sentada una figura a la que ¨¦l ya estaba aterrorizado: la angelical, pero extra?a, Fely, jefa de medicina. Con respiraciones fatigadas, el chico sac¨® un dedo al alma gentil acusando. "?Qu¨¦ est¨¢ pasando?" "Nada en absoluto, en realidad. ?Est¨¢s celoso?" Fely brome¨®, sacando la lengua juguetonamente. "Agh! ?Chloe desapareci¨® todo el d¨ªa! No te metas conmigo en un momento as¨ª!" Tokken protest¨®, lanzando sus brazos fren¨¦ticamente. Con un gesto que rayaba en lo profesional, el aullador blanco levant¨® una pata en respuesta. "Estoy bien. Despu¨¦s de que me enter¨¦ de que te hab¨ªas ido de nuevo, decid¨ª explorar un poco. Para tener una idea del lugar, ?sabes? Quer¨ªa encontrar los jardines, as¨ª que lo hice", explic¨® Chloe, en un tono majestuoso. Sorprendido por sus modales, Tokken levant¨® una ceja, enfrentando al m¨¦dico de risa suave con una mirada de pura sospecha. "??Qu¨¦ le hiciste?!" Con la frente levantada y la cabeza torcida, Fely se mostr¨® ofendido. "Me hieres con estas acusaciones, sabes. Todo lo que hice fue calmar una mente nerviosa; ?es eso un crimen?" "?Con qu¨¦, drogas?" Tokken respondi¨®, sin creer a¨²n en las intenciones del hombre inusual. Con un suspiro, el doctor se puso de pie, dejando la mano en el pelaje del canino. "Es una pena que me haya causado tal impresi¨®n... La ¨²nica terapia que proporcion¨¦ fueron unas pocas palabras de consuelo y un cepillo", insisti¨® Fely, poni¨¦ndose de pie ante el muchacho como si le desafiara, aunque claramente no con la intenci¨®n de empezar una pelea. Con la lengua en los comentarios del m¨¦dico, el muchacho pregunt¨®: "?Por qu¨¦ estaba nerviosa, entonces?" Sacudiendo la cabeza ante las in¨²tiles acusaciones del chico, Chloe explic¨®: "Porque no estoy acostumbrada a un lugar humano como... en absoluto". Aunque encontraba su protecci¨®n entra?able, simplemente ten¨ªa que ponerle fin. No quer¨ªa ser tratada como un patito que se alejaba del nido. Aunque puede ser un cachorro maduro, su edad era similar en relaci¨®n a sus diferentes especies. "I... Supongo que es justo..." Tokken concedi¨®, sintiendo sus hombros encorvados mientras miraba vergonzosamente al doctor, cuyos dedos cubr¨ªan una suave sonrisa. Una vez desaparecida su incriminatoria aura, Tokken pudo ver de nuevo el impecable resplandor con el que este hombre parec¨ªa brillar, sintiendo que cada segundo que pasaba con ¨¦l pod¨ªa enviar a alguien a un estado de zombificaci¨®n. Con un movimiento de cabeza, el adolescente mir¨® hacia otro lado para ahorrarse la posibilidad de "Vale, vale. Lo siento. He visto mucho hoy, y no ha ayudado precisamente a mi juicio." "Hm, puedo ver eso al menos. Sabes, puede que no te guste, pero mientras no est¨¦ muy ocupado, estar¨¦ m¨¢s que encantado de responder a cualquier curiosidad que tengas sobre este lugar. Siempre me ha gustado un poco de charla, y los dem¨¢s est¨¢n demasiado ocupados para conversar en mis horas libres..." Con un graznido ligeramente ansioso, Tokken murmur¨®: "Lo pensar¨¦, gracias..." "Bueno, mejor los dejo a ustedes dos. ?Buenas noches! -?Oh, no te quedes hasta muy tarde! Hace mucho fr¨ªo por la noche. El doctor aconsej¨®, saludando a los dos mientras caminaba por el sendero empedrado de follaje hacia el interior. Acostado en la hierba con un "?viva!", el muchacho mir¨® a las estrellas en pensamiento. A menudo miraba los cielos as¨ª, admirando los colores negro azulado del cielo nocturno junto con las pocas estrellas visibles que llenaban la vista. Seguramente hab¨ªa m¨¢s estrellas ah¨ª fuera, pero la gran mayor¨ªa de ellas estaban oscurecidas debido al smog que llenaba el cielo sobre y cerca de la ciudad. Era un poco lamentable ver una pintura natural tan hermosa, manchada por la intervenci¨®n de la sociedad. ?Qu¨¦ es exactamente lo que est¨¢bamos buscando, de nuevo? "Ese tipo me da escalofr¨ªos..." Tokken finalmente habl¨®, sintiendo que el silencio ya era bastante malo. Con una sonrisa algo orgullosa, Chloe dijo: "Mm, me doy cuenta. ?Realmente hice que te preocuparas tanto?" "Por supuesto que s¨ª, ?t¨² eres un tonto! Pens¨¦ que podr¨ªa haberte perdido all¨ª..." Aunque la idea de que el chico recorriera toda la instalaci¨®n la hizo sentir culpable, su sonrisa nunca vacil¨®. Por muy ego¨ªsta que fuera, la idea de que alguien llegara tan lejos por nada a cambio, ni siquiera una especie de castigo para ella... el acto la hizo sentirse algo mimada. Oh, bueno... Ahora no era el momento de reprenderse a s¨ª misma. "Perd¨®name, entonces." El ambiente entre los dos inmediatamente se call¨® una vez m¨¢s, ya que los dos parec¨ªan llevar su propia y ¨²nica forma de melancol¨ªa. Del lado del adolescente, la idea de la preocupaci¨®n que estaba causando en casa se estaba volviendo m¨¢s pesada en su mente, y el solo pensamiento no estaba exactamente ayudando a su predicamento. Porque en los reclusos m¨¢s oscuros de su mente, una preocupaci¨®n secundaria se abr¨ªa paso lentamente hacia la superficie. Suprimiendo este sentimiento por ahora, Tokken dio un bajo gemido, tratando de complacer al Aullador. "?Mierda, esta est¨²pida cosa me est¨¢ matando!" se quej¨®, agarrando su yeso del pie en la incomodidad. Lo que originalmente fue un intento de hacerla sonre¨ªr, lo cual, en realidad, no hizo m¨¢s que suscitar preocupaci¨®n, se convirti¨® en un golpe de realizaci¨®n cuando el muchacho se dio cuenta de su oportunidad perdida. Y as¨ª, agitando sus brazos alrededor... "?Olvid¨¦ pedirle a ese tipo que se quitara esta cosa! Eso es todo, no puedo ser molestado", el chico se rindi¨®, agarrando el yeso con toda la intenci¨®n de destrozarlo. Caminar con la maldita cosa todo el d¨ªa con un pie torpe hizo que arrancarla fuera bastante tentador; y sin embargo, incluso cuando empez¨® a tirar de las vendas, se detuvo. Recordando lo que Emris le hab¨ªa dicho, sinti¨® que algo terrible podr¨ªa pasar si no cumpl¨ªa. Teniendo en cuenta el hecho de que ese monstruo pod¨ªa regenerarse, junto con su inusual comportamiento, Tokken no ten¨ªa ganas de desafiar esas palabras. Sinti¨¦ndose est¨²pido mientras retiraba sus esfuerzos y se desplomaba en la hierba, el muchacho exhal¨®. "?No puedes quit¨¢rtelo? Puedo arrancarlo a mordiscos si quieres", ofreci¨® Chloe, genuinamente. D¨¢ndole una mirada, el chico neg¨®. "Uh, ?Asqueroso? ?Tienes idea de cu¨¢nto he caminado hoy? De ninguna manera." Tokken se sonri¨® para s¨ª mismo. "Dejar¨¦ que ese espeluznante doctor tenga que lidiar con ello." Acostada con una risita, Chloe apoy¨® la cabeza entre sus patas delanteras. "Tan infantil..." "?Oye, no me vengas con eso! Adem¨¢s, t¨¦cnicamente no cuento como adulto, as¨ª que tengo un pase libre al menos una vez", respondi¨® Tokken, juguet¨®n. Gan¨¢ndose una risa m¨¢s del Aullador, el humor pareci¨® apagarse inmediatamente una vez m¨¢s. Esta vez al notar lo extra?amente concentrada que estaba, la joven decidi¨® presionar un poco sobre el asunto. "?Pero est¨¢s bien? Parece que est¨¢s fuera de lugar..." "S¨®lo estoy... pensando, de verdad", respondi¨®, medio mintiendo. No era del todo deshonesta, pero los pensamientos que revolv¨ªan su cerebro en ese momento estaban lejos de ser normales. Sin el trance del m¨¦dico para disuadirla de sus preocupaciones, sinti¨® que el peso de la realidad se hund¨ªa m¨¢s y m¨¢s a medida que pasaban los segundos. "?Pensando en... la vida, tal vez?" "Si fuera humana, estar¨ªa sudando en este momento. ?C¨®mo podr¨ªa llevar esta espantosa carga sola? Y a¨²n as¨ª, ?c¨®mo podr¨ªa ser tan ego¨ªsta como para compartir sus cargas? "Puedes dec¨ªrmelo, si te molesta", insisti¨® Tokken, sintiendo que su creciente ansiedad se filtraba a trav¨¦s de su voz. Pronto empezar¨ªa a temblar, y el hecho de hablar no estaba envalentonando su mente, ya que su voz la traicionaba. Sin decir nada, se?al¨® una cierta ¨¢rea en la densidad de este gran jard¨ªn enmascarador de la contaminaci¨®n. Siguiendo su pata, la cabeza de la adolescente se inclin¨®. "?Qu¨¦ pasa? ?Alguien te asust¨®?" ?"Despojado de la vida"? Tal vez." ?"Despojado de...?", repiti¨® Tokken, de forma inquisitiva. Aunque no pod¨ªa entender sus preocupaciones, sinti¨® que una creciente sospecha crec¨ªa en su mente. ?Encontr¨® ella un cuerpo...? "Estaba vagando por aqu¨ª, pero luego me encontr¨¦ con ¨¦l..." "?Alguien que fue...?" "Se ha ido". Incontables. No llegu¨¦ a verlos, pero apestaba a muerte. Tantos... bajo las rocas". Oh... Con una realizaci¨®n un tanto anticlim¨¢tica, las preocupaciones del chico se calmaron al instante, sus hombros se relajaron. Despu¨¦s de este sentimiento hubo una ola de dolor de la que ni siquiera ¨¦l pudo comprender el significado. Fue muy apropiado, en realidad. Debe haber tropezado con un cementerio... Victus, ?qu¨¦ manera de arruinar un paisaje as¨ª! Rasc¨¢ndose la parte posterior de su cabeza torpemente, Tokken trat¨® de juntar las palabras correctas para aliviar su mente. No ten¨ªa ni idea de qu¨¦ tipo de pr¨¢cticas realizaba su especie para descartar respetuosamente a los muertos, y como tal, explicar el acto de enterrar podr¨ªa parecer inusual. Sin embargo, el muchacho respondi¨®. "Ah... bueno, eso era probablemente un cementerio. Es donde ponemos a la gente cuando... ejem, fallecen." Con la frente levantada y la cabeza inclinada, interrog¨® al asunto. "No entiendo, ?acabas de tirar sus cad¨¢veres?"If you discover this tale on Amazon, be aware that it has been unlawfully taken from Royal Road. Please report it. "Bueno, no. Los enterramos en la tierra, normalmente en una caja del tama?o de una persona. Un ata¨²d". "?No es eso... irrespetuoso? La tierra es donde se esconde la basura". Desafiado por sus observaciones, el chico emiti¨® un gru?ido inc¨®modo en respuesta. No pod¨ªa responder exactamente a sus dudas, ya que ni siquiera ¨¦l entend¨ªa el origen o el prop¨®sito de los entierros. Invirtiendo su pregunta, ¨¦l pregunt¨®: "Bueno, ?qu¨¦ hace su clase con sus muertos?" "Los alimentamos a los salvajes, obviamente", respondi¨®, con una casi preocupada inclinaci¨®n de su cabeza. "?Qu¨¦... qu¨¦ quieres decir con ''obviamente''? ??No es una falta de respeto?!" grit¨® Tokken, acallando su voz cuando vio su retroceso. "Lo siento, lo siento. Pero en serio, ?ustedes en serio s¨®lo... alimentan a sus hermanos y hermanas a lo salvaje? Eso es tan..." "No estoy seguro, ?tu clase de gente entierra a su familia en la podredumbre y la suciedad?" Chloe respondi¨®, sonriendo a su tonta hipocres¨ªa. Sus ojos parpadeando en el pensamiento, Tokken se dio cuenta de lo macabro que pod¨ªan parecer ambas alternativas, y decidi¨® retroceder. A¨²n as¨ª, segu¨ªa creyendo que enterrar era mucho menos grotesco. Aunque... "Ahora que lo pienso, tambi¨¦n incineramos a nuestros muertos... S¨ª, supongo que no hay nada que ganar all¨ª. Hombre, la sociedad es extra?a..." Cerrando los ojos en un respiro, Chloe se encontr¨® calmada con su comportamiento humor¨ªstico, tomando una profunda bocanada de aire. Finalmente, pidi¨®: "?Le importar¨ªa... acompa?arme a ese lugar otra vez? Sus ojos se abrieron de golpe cuando se dio cuenta de lo fuerte que result¨® eso, especialmente en lo que respecta a algo que probablemente era muy importante para el chico. Con un movimiento de sacudida, se disculp¨®. "Lo siento, no. Eso sali¨® bastante... Est¨¢ bien si no quieres, entiendo..." se cort¨® cuando vio al adolescente re¨ªrse a carcajadas de su amigable exhibici¨®n, pasando junto a ella en direcci¨®n al cementerio. Haci¨¦ndole un gesto de invitaci¨®n, el chico se adelant¨®, mirando extra?amente imperturbable; como si el acto de visitar tal lugar fuera mundano para ¨¦l. Despu¨¦s de unos momentos de confusi¨®n, el aullador se acerc¨® al muchacho, caminando a su lado con una mirada nerviosa. "?No te pone... nervioso? Siento que deber¨ªa, m¨¢s que yo, al menos..." Chloe pregunt¨®, esperando que el chico al menos respondiera con su nerviosismo. ?"No" en realidad? No es como si fuera a visitar a los m¨ªos. En todo caso, ser¨¢ como visitar un monumento hist¨®rico o algo as¨ª. Admirable, interesante, quiz¨¢s algo impactante... pero de ninguna manera devastador." "A-Ah, ya veo. Parece que me he asociado con un soci¨®pata". "?Oye! ?S¨®lo estoy siendo honesto! Si eso me vuelve loco, ll¨¢mame loco", respondi¨® Tokken, gan¨¢ndose a su vez la burla del cuadr¨²pedo. Los dos se callaron al acercarse a su destino, tom¨¢ndose el tiempo para respirar realmente en su entorno. Era raro ver una vegetaci¨®n tan floreciente y sin mancha, que se un¨ªa a la vida incluso a trav¨¦s de las grietas del sendero de piedra que hab¨ªan cortado. Mientras el cielo alcanzaba su punto m¨¢ximo en la oscuridad, el verde radiante segu¨ªa siendo tan refrescante como un d¨ªa matutino en primavera, y el agua que goteaba de las grandes hojas pod¨ªa hipnotizar a cualquiera en una sensaci¨®n de confort. Aunque no hab¨ªa mucho de que hablar, la poca vida salvaje que resid¨ªa en estas bellezas en flor daba el ¨²ltimo bono necesario para llamar a este lugar perfecto. Incluso con un edificio tan gigantesco a una docena de metros en esa direcci¨®n, se hab¨ªa escondido intencionalmente entre los arbustos y ¨¢rboles que acosaban esta tierra de hormig¨®n. Aunque el hecho de que un cementerio silencioso y afligido residiera en un lugar tan feliz era ciertamente desconcertante, el motivo detr¨¢s de tan sombr¨ªa elecci¨®n fue debidamente comprendido. ?Qu¨¦ mejor lugar para descansar que este? Por un momento, Tokken incluso consider¨® que este era un lugar adecuado para su propio lugar de descanso. "Huelo... Huelo la muerte otra vez", advirti¨® Chloe, se?alando que su destino estaba cerca. "Bien, bien. Esperaba que no nos perdi¨¦ramos; ?este lugar es un laberinto total!" Tokken se quej¨® infantilmente, esperando disuadir las preocupaciones de su compa?ero. "Vamos. Vamos a visitar algunos fantasmas!" anunci¨® Tokken, corriendo hacia su objetivo. En realidad, no pudo evitar sentir que su propia ansiedad crec¨ªa. Por ello, su soluci¨®n a la posible duda fue meterse dentro, m¨¢s r¨¢pido de lo que pod¨ªa pensar. "Hngh- no lo digas as¨ª! "Chloe protest¨®, golpeando una pata contra las losas de piedra debajo de ella. Como vio a su ¨²nica compa?¨ªa huir, dej¨¢ndola sola en un lugar tan siniestro, se escabull¨® tras ¨¦l con un grito fren¨¦tico. "?Espera!" La pareja se separ¨® del arbusto y la rama mientras corr¨ªan hacia la silenciosa necr¨®polis, las mentes de los dos se desenfocaron de sus preocupaciones mientras el pensamiento de la persecuci¨®n infantil empa?aba su percepci¨®n. Al menos, tal era el caso de Tokken. Chloe hu¨ªa m¨¢s bien de la solitaria oscuridad que hab¨ªa detr¨¢s de ella, que casi pod¨ªa sentir que crec¨ªa a pocos metros de distancia mientras su nube mortal casi le rozaba la nuca, amenazando con trag¨¢rsela en su ineludible niebla. Tal sentimiento era, por supuesto, s¨®lo su p¨¢nico que la impulsaba a correr, bombe¨¢ndola llena de adrenalina mientras casi alcanzaba a la adolescente. Cuando lleg¨® a ¨¦l, teniendo que hacer s¨®lo un r¨¢pido giro a la derecha para finalmente atrapar al joven bastardo, encontr¨® al muchacho quieto, mirando la zona que hab¨ªan encontrado. Este era, por supuesto, el cementerio mencionado anteriormente por el canino; eso lo pudo confirmar mientras se acercaba a ¨¦l, siguiendo sus ojos. Esta era la m¨¢s oscura y humilde creaci¨®n de la humanidad, ?no es as¨ª? La elecci¨®n de qu¨¦ hacer con los seres queridos lamentablemente perdidos por el tiempo o la desgracia. Entonces, ?por qu¨¦, por favor d¨ªgame, parec¨ªa tan preocupado? Llevando unos cuantos tropezones hacia adelante, el iris del adolescente dispar¨® de izquierda a derecha, escaneando cada piedra individual que marcaba su correspondiente cad¨¢ver. Con un lento giro de su cabeza, reconoci¨® la inmensidad de este inquietante espacio; l¨¢pidas meticulosamente colocadas que cubr¨ªan cada metro de este enorme cementerio. Con una voz algo hueca, el adolescente murmur¨® algo ininteligible bajo su aliento, que el Aullador no se atrevi¨® a preguntar. El calvario confundi¨® al cachorro, cuyas orejas se aplanaron y su cabeza se inclin¨® con confusa sorpresa. No esperaba que el muchacho se alegrara de este lugar, pero tal reacci¨®n parec¨ªa injustificada. "?Pasa algo malo...?", pregunt¨® Chloe finalmente, con la voz un poco rajada. "Este lugar, es..." Tokken jade¨®, la vista super¨® grotescamente sus expectativas. "?S¨ª...?", presion¨® el Aullador. "Hay tantos... tantos... ?Cu¨¢ntas personas murieron por este lugar?" A su pregunta, Chloe no pudo responder, encontr¨¢ndose demasiado inmersa en sus palabras. Al darse cuenta, pregunt¨® preocupada: "El hedor de la muerte es tan pesado... ??se supone que cada roca es una persona?!" El silencio de Tokken confirm¨® sus preocupaciones, d¨¢ndole n¨¢useas. Aunque entend¨ªa que esta sociedad era mucho m¨¢s densa que los puestos de avanzada a los que estaba acostumbrada, ver a un colectivo tan masivo descansando aqu¨ª la hizo entrar en p¨¢nico, pregunt¨¢ndose si podr¨ªan haberse burlado de alguno de los muertos s¨®lo con sus pensamientos ingenuos. Acerc¨¢ndose a una de las l¨¢pidas, Tokken se asegur¨® de dar un paso alrededor del probable sitio de entierro, rozando un dedo sobre los grabados de la piedra. "Aqu¨ª yace Tob¨ªas del Distrito de Refiner¨ªas de Polvo Oscuro del Sureste. Wylven. Edad treinta y siete a?os. Causa de la muerte: lesiones por mal funcionamiento de la maquinaria''...?" Tokken murmur¨® su escritura, manteniendo a Chloe a la vista mientras realizaba su propia exploraci¨®n. La muchacha estaba claramente inc¨®moda, la pobre. Aunque no pod¨ªa oler una fracci¨®n de lo que ella pod¨ªa, asumi¨® que este lugar deb¨ªa apestar a descomposici¨®n. Al llegar a otra l¨¢pida, ley¨®: "Aqu¨ª yace Darnis del Distrito de Bosques Agr¨ªcolas del Norte. Humano. Edad veintid¨®s a?os. Causa de la muerte: enfermedad de Skularsis no tratada". Ofreciendo un r¨¢pido gesto de paz, Tokken avanz¨® al siguiente. Constantemente, se le¨ªa: "''Aqu¨ª se encuentra el Cabo 289 de la Fuerza Militar del Sindicato, Lia del Distrito Comercial de Oriente Medio. Humano. Edad veinticuatro a?os. Causa de la muerte: laceraci¨®n letal''. Diosa, estas personas ni siquiera ten¨ªan apellidos... ?O tal vez fueron olvidados?" reflexion¨® Tokken, haciendo un gesto de dolor ante la posibilidad. Dar la vida, s¨®lo para ser recordado tan uniforme y olvidadizo. ?La gente no deber¨ªa ser recordada toda su vida a trav¨¦s de tan simples grabados! ?D¨®nde estaban sus logros en la vida? ?Sus nombres familiares? ?Sus victorias y p¨¦rdidas? Acerc¨¢ndose a una l¨¢pida notablemente m¨¢s grande mientras se mordi¨® el labio ante la descarada muestra de favoritismo -entre los muertos, nada menos- antes de limpiar el polvo de sus grabados plateados... "Aqu¨ª yace el Quinto Brigadier de la Fuerza Militar del Sindicato, Katsze de Sumera. Felyn. Edad cuarenta y siete a?os. Causa de la muerte: heridas de bala letales.'' Victus..." Tokken murmur¨® para s¨ª mismo, ahuec¨¢ndose la cara en las palmas de las manos mientras se hund¨ªa en el suelo. Ni siquiera a los brigadieres se les dio una palabra de elogio. Ni una sola onza de gratitud por sus vidas y su servicio. ?Este soldado tambi¨¦n se dio cuenta de c¨®mo ser¨ªa recordado una vez que dejara de estar cerca...? Espera... Su cara, retorci¨¦ndose en sus propios pensamientos mientras estaba sentado junto a la tumba de este soldado desconocido, se le ocurri¨® echar un vistazo a una anormalidad en la placa. ??Una marca de ara?azo?! No... ?alguien hab¨ªa grabado algo en la tumba de un hombre muerto? Victus arriba, ?quien podr¨ªa ser tan d¨¦bil! Despegando los arbustos que escond¨ªan la profanaci¨®n desvergonzada, encontr¨® una frase mal tallada. Entrecerrando un poco los ojos, distingui¨® las palabras: "HASTA PRONTO, VIEJO AMIGO". Hm... Endearing, pero ?no pod¨ªan poner ese mensaje en la placa misma? Despu¨¦s de unos minutos m¨¢s de reflexi¨®n, Tokken se levant¨®, y se dirigi¨® a otra tumba igualmente dedicada. De hecho, parec¨ªa que estas dos tumbas eran las m¨¢s devotas en busca de una buena extensi¨®n de tierra. La siguiente tumba que sobresal¨ªa en el mar de la indiferencia estaba a una buena distancia. Arrancando algunas hojas secas de toda la placa, encontr¨® otra frase grabada en la plata. "Aqu¨ª yace el 12o Coronel de la Fuerza Militar del Sindicato, Zebuloso de la Comunidad Silvestre Occidental. Uberhumano. Edad treinta y nueve a?os. Causa de la muerte: sobresaturaci¨®n de mana." "QUE DESCANSES CON M¨¢S TRANQUILIDAD QUE YO, NOVATO" "?Tokken?" una voz llam¨®, notablemente angustiada. Me parece justo, pens¨®. La oscuridad de la noche hab¨ªa alcanzado definitivamente su pico, y con la falta de fuentes de luz, junto con los cielos ocultos por la neblina, casi podr¨ªa considerarse como negro, si no fuera porque sus ojos se acostumbraron a su entorno manchado. Fue en momentos como estos que el muchacho dese¨® haber empacado una linterna. "?S¨ª?", me llam¨®, relajado incluso en un lugar tan siniestro. "?Podemos irnos ahora? Tengo hambre, y esto me da escalofr¨ªos", respondi¨® el cachorro, qued¨¢ndose lo m¨¢s cerca posible del chico. "Uhm... s¨ª, claro. S¨®lo dame un minuto. Usa tu nariz si est¨¢s asustado." "Lo har¨ªa, pero es dif¨ªcil oler algo que no sea... ellos. Adem¨¢s, deber¨ªas saber que no debes confiar s¨®lo en los olores para detectar depredadores..." "Honestamente, creo que la ¨²nica raz¨®n por la que no estoy asustado es porque este lugar probablemente elimina cualquier amenaza que se acerque, especialmente ahora que son m¨¢s conscientes de qui¨¦n quiere hacerles da?o. Tampoco tengo miedo de los fantasmas." "Bueno, tal vez yo..." murmur¨® Chloe, con las orejas ca¨ªdas. Volvi¨¦ndose hacia ella con la frente levantada, le pregunt¨®: "?T¨² eres?" "M¨¢s o menos", el aullador fingi¨®, mostrando menos miedo del que exhib¨ªa al hincharse el pecho. "Aunque m¨¢s que menos, ?verdad?" "?Oh, qu¨¦ estamos buscando!", dijo Chloe, irritada por su exceso de conciencia. "Bien, bien. Mi error." Tokken se rasc¨® la cabeza, girando la cabeza para encontrar una salida. Notando un camino desviado que se escond¨ªa en los arbustos, revis¨® a su compa?ero por ¨²ltima vez antes de caminar hacia ¨¦l con el cuadr¨²pedo a remolque. Aunque no pod¨ªa ver muy bien delante de ¨¦l, al menos pudo evitar que se golpeara contra los troncos de los ¨¢rboles, mientras caminaba lentamente por el camino de tierra. Recordaba muy bien que el suelo estaba equipado con losas de piedra antes... De hecho, esta ruta parec¨ªa hecha al azar. ?Por qu¨¦ nos salimos del camino en primer lugar? "?T-Tokken?" "?No estamos perdidos!" El joven grit¨®, tratando de vigorizarse a trav¨¦s del volumen. "N-No es que..." "...?S¨ª?" Se trag¨®, tratando de ocultar su voz chasqueante. No pudo ocultar sus crecientes temores cuando empezaron a agitarse dentro de ¨¦l. "Huelo m¨¢s muerte en este camino...", advirti¨® Chloe. D¨¢ndole al desgarrador canino una sonrisa comprensiva, defendi¨® nerviosamente su elecci¨®n. "No seas tonto, tu nariz est¨¢ tapada por todo ese uhm... olor, antes. No puede durar para siempre, ?verdad? Si llegamos a un callej¨®n sin salida, nos volveremos atr¨¢s..." su voz se alej¨® mientras miraba delante de ¨¦l. Bueno, ciertamente ten¨ªa raz¨®n. Era un callej¨®n sin salida. La palabra "muerto" ten¨ªa mucho significado, de hecho. El claro al que hab¨ªan llegado era otro tipo de cementerio, esta vez mucho m¨¢s peque?o en comparaci¨®n; no m¨¢s grande que el de una capilla r¨²stica. Rodeado de ¨¢rboles, este espacio era definitivamente desconcertante. Un completo silencio llenaba el ¨¢rea, como si el aire mismo lamentara la p¨¦rdida de los que descansaban aqu¨ª. Losas de piedra sin refinar marcaban a los que presumiblemente estaban enterrados debajo, y no pod¨ªa haber m¨¢s de una docena. Un terrible aura que aplastaba el alma rodeaba este temido y lamentado claro, y la sola sensaci¨®n era suficiente para hacer que el muchacho regresara sin palabras. Chloe tampoco dijo nada, sintiendo que los sentimientos de incomodidad m¨¢s crudos y verdaderos ahogan sus instintos. Casi no oy¨® al adolescente irse, ya que r¨¢pidamente volvi¨® a correr a su lado. Bendecido con una visi¨®n mejorada, el Aullador not¨® la mirada perturbada del rostro fruncido de Tokken. No se atrevi¨® a preguntar. Ahora no. Los dos pasaron una media hora despiadadamente tranquila saliendo del vibrante jard¨ªn, respirando un pesado suspiro de alivio cuando finalmente llegaron a las puertas del complejo. Aunque ninguno de los dos pod¨ªa decir que esta instalaci¨®n era un lugar reconfortante, estaba ciertamente bien vigilada. Mientras se adhirieran a las reglas y condiciones -de las cuales hab¨ªa pocas a las que la pareja de desempleados se ve¨ªa obligada a prestar atenci¨®n- estar¨ªan a salvo dentro de los muros de este pseudo-castillo. Los dos se dirigieron a la cocina en silencio, cenaron tranquilamente, y encontraron el camino de vuelta a su dormitorio sin una sola palabra que exhalar. La curiosidad persisti¨® en la mente de los dos. Chloe no pod¨ªa hacer nada m¨¢s que maravillarse mientras miraba discretamente la expresi¨®n del muchacho, acostado en el lugar que le correspond¨ªa en la cama, mientras ve¨ªa al muchacho meterse en las s¨¢banas. Parec¨ªa exhausto, y ella estaba preocupada de que su mente se hubiera derrumbado por sus recientes experiencias. Tokken mir¨® fijamente al techo, con bolsas bajo los ojos mientras reflexionaba cansadamente. Su mente hab¨ªa estado dando vueltas en c¨ªrculos durante una hora. ?Qui¨¦n en el mundo fue enterrado all¨ª, y por qu¨¦ se sinti¨® tan... familiar? pens¨®, sintiendo que la fatiga le robaba la conciencia. No estaba seguro de lo que acababa de ver, pero sab¨ªa que quer¨ªa averiguarlo. Incluso si le atormentaba la mente, no le har¨ªa menos favor si simplemente empujaba las posibilidades al reino de la especulaci¨®n perpetua. Nunca escuchar¨ªa el final de sus pensamientos de esa manera. No, no lo har¨ªa. "Buenas noches". Fueron las ¨²ltimas palabras que escuch¨®, la dulzura de su cuidado finalmente lo dej¨® dormido. * * * * * El d¨ªa reci¨¦n comenzaba, mientras los soldados de innumerables dormitorios se levantaban para ver los deliciosos rayos del sol de la ma?ana, junto con la h¨²meda y refrescante brisa que significaba el fin de la noche. Qu¨¦ felicidad. El aire fresco, el sol reconfortante y los colores brillantes serv¨ªan como la motivaci¨®n m¨¢s efectiva y puramente natural para levantarse cada ma?ana. Para abrazar el mundo tal como era, aunque a menudo fuera cruel, sucio y alborotador. Tales sentimientos maravillosos se hundir¨ªan hasta en las mentes m¨¢s densas, y a¨²n as¨ª... Un adolescente vomitaba incontrolablemente los restos de su cena, con un aullador que lo consolaba con suaves amasadas contra su espalda. Arrodillado en la h¨²meda suciedad debajo de ¨¦l, no pudo reprimir esta sensaci¨®n de n¨¢usea que ahog¨® todos los sentidos de su cuerpo. Su mente gir¨® y se retorci¨® violentamente, corriendo para encontrar la raz¨®n. Cualquier raz¨®n detr¨¢s de tan macabro despliegue. Las motivaciones de los eventos que tuvieron lugar a?os antes de su llegada. La explicaci¨®n de este horrendo sentimiento que envolv¨ªa el aire, aplast¨¢ndolo subconscientemente incluso cuando Chloe lo emple¨® todo para calmarlo. Sobre la docena o m¨¢s de tumbas que marcaban ese peque?o claro cerca del cementerio, varias escrituras de remordimiento sobrescribieron sus grabados originales. Estos grabados, al igual que los del cementerio original, ten¨ªan un patr¨®n distinto en mente. "Aqu¨ª yace Dorothy Stewart del Distrito Financiero del Norte. Humana. De ocho a?os. Causa de la muerte: Programa de ¨²ltimo recurso". "Aqu¨ª yace Natasha del Distrito de Canteras del Sureste. Humana. De ocho a?os. Causa de la muerte: Programa de ¨²ltimo recurso". "Aqu¨ª yace Denlo del Distrito Monta?oso del Noroeste. Minotauro. Ocho a?os de edad. Causa de la muerte: Programa de ¨²ltimo recurso". . . . . . "VICTUS PERD¨®NANOS". "NO TUVIMOS ELECCI¨®N. LO SIENTO." "RECUERDO LA MIRADA EN TU CARA". "HICIMOS UNA PROMESA. NO PUEDO PERDONARLOS. NO PUEDO PERDONARME A M¨ª MISMO." "NUNCA TE OLVIDAR¨¦, PEQUE?O H¨¦ROE". "EL INFIERNO ME ESPERA". "ERES MI GRACIA SALVADORA. POR FAVOR VUELVE A M¨ª". "POR FAVOR POR FAVOR. POR FAVOR. POR FAVOR. POR FAVOR. POR FAVOR... ...POR FAVOR. POR FAVOR DEJA DE GRITAR EN MIS PESADILLAS". Capítulo 13: Los ángeles Visten como Demonios Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 13 Los ¨¢ngeles Visten como Demonios Al despertarse de su intranquilo sue?o por decimosexta vez ese d¨ªa, el veterano de mediana edad se encontr¨® con que sus l¨²gubres ojos se despertaban con la familiar sensaci¨®n de debilidad. Su cuerpo le ped¨ªa descanso, pero sab¨ªa que no pod¨ªa permitirse perder el tiempo. La guerra estaba en el horizonte, y ¨¦l era necesario. Y, sin embargo, cuando consigui¨® abrir sus pesados p¨¢rpados, su visi¨®n se vio asaltada por el brillo de los rayos del sol, que invad¨ªan la solitaria ventana de su celda. Mirando a su alrededor, vio que nada cambiaba en la aburrida habitaci¨®n de madera. Por lo menos, no estaba siendo torturado por la oscuridad. La habitaci¨®n estaba clara, demasiado clara, de hecho. Tal vez si no bebiera tan a menudo, no sentir¨ªa el dolor de cabeza que actualmente asaltaba su cerebro. Agradeci¨® la luz, por mucho que se negara a admitirlo. Arrastrando su cansada cabeza por el suelo al que estaba pegado, se encontr¨® con que sus ataduras -cuatro esposas encadenadas a un gran anillo de acero incrustado en el borde de una monta?a- segu¨ªan agarrando con fuerza sus mu?ecas y tobillos. Aunque los Moradores prohib¨ªan la mayor¨ªa de los lujos y tecnolog¨ªas m¨¢s triviales de la vida, hac¨ªan excepciones para casos muy concretos. En particular, el del combate y el de los rehenes valiosos. No ten¨ªan prisioneros en su tierra, si es que se puede decir que la pose¨ªan. No, en cambio, exiliaban a los menos fieles y los mataban si resultaban ser un peligro para sus colonias. Si ten¨ªan prisioneros, ciertamente no proced¨ªan de su propia familia. Debe ser una parte de su cultura, que proh¨ªbe mantener cautiva a su hermandad. Si todo el mundo fuera tan cuidadoso con los suyos... En circunstancias normales, Emris habr¨ªa sido capaz de traspasar estos l¨ªmites. Ciertamente, no hab¨ªa propiedades inhibidoras de la magia en este equipo, incluso si sab¨ªa que pose¨ªan tales herramientas. Por supuesto, no necesitar¨ªan ninguna. No con ¨¦l. Su mayor poder pod¨ªa ser su mayor perdici¨®n, y este era un momento en el que eso no pod¨ªa ser m¨¢s cierto. Sent¨ªa como si todo su cuerpo quisiera dejar de funcionar, aunque s¨®lo fuera por unos momentos m¨¢s de descanso. Tal felicidad ser¨ªa una p¨¦rdida de tiempo. La raz¨®n, acababa de entrar en su celda. Uno de los muchos residentes dentro de la micro-sociedad de los Moradores. Por suerte, no era nadie que le guardara ning¨²n rencor en particular. Aunque se esforzaba por ocultar su dolor cuando ten¨ªa el control, ahora no era el momento. La agon¨ªa se encontraba con cualquier persona que no tuviera la mente totalmente doblada. Ese hecho no ten¨ªa excepciones; ni siquiera para los benditos. "Buenos d¨ªas", salud¨® solemnemente el guardia. No ten¨ªa ni idea de por qu¨¦ eran tan despreocupados con sus v¨ªctimas. Tal vez se trataba de uno de los lacayos menos exitosos, cuya vida hab¨ªa estado destinada a completar tareas y distribuir bienes dentro del centro del Reino. Con una sonrisa arrugada, Emris se puso de rodillas. Estaba demasiado cansado para mantener la cabeza alta, pero maldita sea si no iba a mostrar alg¨²n tipo de desaf¨ªo. "Buenos d¨ªas, perro". Como si previera su despecho, el guardia suspir¨®. Llevaba algo en las manos, pero el veterano estaba demasiado cansado para enfocar sus ojos en ¨¦l. "Muy bien, c¨¢llate. Quiero que esto termine tanto como t¨², as¨ª que hazlo r¨¢pido por el bien de ambos". "Un debilitamiento, ?eh?", ri¨® Emris a medias, con su burla dividida por la deshidrataci¨®n y el cansancio. "Mandar a los aprensivos hacia m¨ª... jodidamente brillante". Con un leve suspiro, el residente ya no respondi¨®, acerc¨¢ndose a Emris con un martillo de forma extra?a en la mano, antes de golpear la mand¨ªbula del brigadista con un golpe brutalmente r¨¢pido y robusto. Aunque no tuviera experiencia en el combate, sus a?os como constructor de caba?as le daban un don para clavar clavos en su sitio. Escupiendo sangre en direcci¨®n contraria mientras los huesos se romp¨ªan dentro de su boca, Emris tosi¨® algunos de sus dientes. Antes de que el Syndie pudiera ofrecer cualquier tipo de ataque verbal a su torturador, un segundo golpe tuvo lugar justo sobre su rodilla, obligando a que sus palabras se convirtieran en un gemido de dolor. Victus, siempre dol¨ªa ah¨ª. Al igual que sus palabras, el residente, cuya labor hab¨ªa sido sustituida temporalmente por tales actos brutales, pas¨® r¨¢pidamente a terminar el acto. Con el ce?o fruncido, el carpintero no quer¨ªa otra cosa que volver a su vida cotidiana. Pero todos ten¨ªan que contribuir; as¨ª eran las reglas. Golpe tras golpe, la cabeza y el cuerpo de Emris giraban y se retorc¨ªan en respuesta, el hueso y la sangre se hac¨ªan a?icos y se derramaban respectivamente mientras recib¨ªa los golpes sin miramientos. Le dol¨ªa mucho, y grit¨® una o dos veces, pero sab¨ªa que la resistencia era in¨²til en ese momento. Su ¨²nica esperanza era absorber el da?o, intentar ignorar su fatiga y salir de aqu¨ª; pero incluso ¨¦l sab¨ªa que nunca ser¨ªa tan f¨¢cil. Aunque su cuerpo le dol¨ªa y ard¨ªa, con los brazos colgando a la espalda por las cadenas suspendidas, no sent¨ªa ning¨²n resentimiento hacia este torturador. Se asegur¨® de creerlo. Sab¨ªa que este simple trabajador no ten¨ªa nada que ver con esto, y aunque le dol¨ªa no tener un descanso, era mejor acabar con esto antes. No s¨®lo eso, sino que golpes m¨¢s r¨¢pidos significaban que su cuerpo ten¨ªa que gastar menos en curar in¨²tilmente heridas que se reformar¨ªan de cualquier manera. Despu¨¦s de unos quince minutos, su maltrecho cuerpo volvi¨® a quedarse solo en la habitaci¨®n, y sus pensamientos se volvieron a nublar. Su cuerpo y su alma le ped¨ªan que descansara, pero su mente lo sab¨ªa mejor. No pod¨ªa quedarse aqu¨ª mucho m¨¢s tiempo. Ten¨ªa que salir de alguna manera. Arrastrando la cabeza hacia delante para al menos ser testigo de la habitaci¨®n a trav¨¦s de la sangre que cubr¨ªa sus ojos, Emris se dio cuenta por decimos¨¦ptima vez de que la habitaci¨®n simplemente no cambiaba. Tir¨® una vez de las cadenas, con una fuerza equivalente a la de un rat¨®n tirando de una cuerda, y evidentemente no encontr¨® ning¨²n progreso en da?ar sus ataduras. Tal vez si se romp¨ªa las manos y los pies, podr¨ªa deslizarse a trav¨¦s de las esposas. Pero esa idea superaba con creces las capacidades de su cuerpo en ese momento. Mientras reflexionaba sobre los posibles planes de fuga docenas de veces a trav¨¦s de su cerebro, que ya estaba aturdido, no se dio cuenta de que una segunda figura entraba en la habitaci¨®n media hora m¨¢s tarde, captando su lenta atenci¨®n s¨®lo cuando ella cerr¨® la puerta tras de s¨ª. El aire de esta mujer le resultaba verdaderamente inquietante. Y, sin embargo, cuando sus ojos pinchados escudri?aron su figura, como si anticiparan a un demonio vestido de doncella, se encontr¨® en cambio con la complexi¨®n no tan mimosa de la propia mocosa zorra. El misterio que le hab¨ªa condenado sin palabras a tal experiencia: Eclipse. La sorpresa le pill¨® desprevenido. Hasta el punto de que levant¨® su cansada cabeza confundido por un momento. Dejando caer la cara de nuevo al suelo, cerr¨® los ojos. Los nervios de este... Sentada en la pared frente a ¨¦l, la mujer se quit¨® la capucha para descubrirse, dejando que sus brazos descansaran sobre su rodilla: "No te ves muy brillante", brome¨®, aunque su tono juguet¨®n se hab¨ªa atenuado notablemente. Aunque fuera su peor enemigo, no le desear¨ªa este tipo de castigo. Emris no respondi¨® y se limit¨® a arrastrar la cara hasta una posici¨®n m¨¢s c¨®moda. El suelo de piedra estaba cubierto de polvo, y las fosas nasales le ard¨ªan al inhalar. "Sabes, cuando o¨ª hablar del poderoso Guardi¨¢n, realmente no pens¨¦ que ser¨ªa tan f¨¢cil de romper. Supongo que esto te humaniza m¨¢s... imag¨ªnate", intent¨® bromear, pero su tono no coincid¨ªa con sus intenciones lo suficiente como para que sus intentos fueran cre¨ªbles. Suspirando, la muchacha fue al grano. No tiene sentido anticipar ning¨²n tipo de paz por parte del hombre ahora, sobre todo despu¨¦s de lo que ha deducido de las pocas conversaciones que han compartido: "Para que lo sepas, no me complace esto. No te guardo rencor, todav¨ªa no. Mi vida ha dado algunos giros, y no puedo permitirme seguir siendo un cazador ocioso. No es realista; mis caderas se est¨¢n haciendo viejas", se ri¨® Eclipse, esta vez con m¨¢s sinceridad. Emris segu¨ªa con la cara en el suelo, incluso mientras le hablaba. No mostraba hostilidad ni malicia. En todo caso, sinti¨® remordimientos por haber manchado al veterano, sin saber a¨²n si se merec¨ªa este trato inhumano. En retrospectiva, sab¨ªa que nada menos que sus propios ojos y o¨ªdos no ser¨ªan suficientes. La mujer observadora ten¨ªa una filosof¨ªa, eligiendo s¨®lo odiar si ella misma hab¨ªa visto su influencia. Y, sin embargo, incluso cuando ella le ofrec¨ªa este proceso de pensamiento misericordioso, ¨¦l parec¨ªa no dar nada a cambio. ?Quiz¨¢s ya estaba durmiendo? Era dif¨ªcil saberlo. Sus jadeos hac¨ªan dif¨ªcil discernir su conciencia. Sin embargo, al ver que sus palabras no eran escuchadas, decidi¨® que ya hab¨ªa dicho su parte. Ning¨²n ruego podr¨ªa deshacer sus errores a estas alturas, y ella no era de las que suplicaban. Eclipse podr¨ªa ser visto como un demonio a los ojos del hombre, y ella lo respetar¨ªa por hacerlo si llegara a ser as¨ª. Se puso en pie y se dirigi¨® hacia la puerta, la mano que se dirig¨ªa a su superficie de madera se congel¨® mientras un resoplido de dolor abandonaba a la veterana. Se hab¨ªa girado ligeramente hacia un lado, mostrando su rostro maltrecho y a¨²n en proceso de recuperaci¨®n. Desfigurado como estaba, Eclipse hizo una ligera mueca de dolor al volver a mirarlo. Parec¨ªa que quer¨ªa decir algo, tropezando en silencio con qu¨¦ palabras utilizar. Sus labios magullados y sangrantes se separaron un par de veces, pero no sali¨® nada. Despu¨¦s de unos segundos, volvi¨® a bajar la cabeza y finalmente habl¨®. "Cuando... dijiste que mi orgullo no me llevaba a ninguna parte". Su voz era tan ronca y distorsionada, que ella se encogi¨® una vez m¨¢s. ?Cu¨¢nto hab¨ªan hecho en s¨®lo un d¨ªa? Con un movimiento de cabeza, dej¨® caer su mano extendida a la cintura mientras confirmaba. "S¨ª, lo recuerdo~" "Ten¨ªas raz¨®n, ?sabes?", gesticul¨® Emris, apretando los dientes con frustraci¨®n. Si era hacia ¨¦l mismo, o hacia otra persona, no lo sab¨ªa. "Yo... dej¨¦ que mi orgullo hiciera alguna tonter¨ªa ¨²ltimamente. Puede que haya metido a un mont¨®n de... -hizo una pausa, cambiando las palabras-, puede que haya metido a un chico en problemas, y uno de mis compa?eros no est¨¢ muy contento con ello. Yo tampoco estoy muy contento", admiti¨® solemnemente Emris, estirando el cuello para intentar levantar su pesada cabeza. Sin ¨¦xito. "¨¦l... me tir¨® por la puta ventana". Con una ceja levantada y una sonrisa divertida y t¨ªmida, Eclipse neg¨® con la cabeza: "Bueno, bueno... parece que este cachorro est¨¢ m¨¢s desahuciado de lo que pensaba...", brome¨®, logrando recuperar la voz. Sent¨ªa l¨¢stima por el hombre, pero tal vez esta era su oportunidad de ver algo lo suficientemente malo en ¨¦l como para sentirse m¨¢s ligera por su sufrimiento. Podr¨ªa reprender esa avaricia m¨¢s adelante. Arrastrando la cabeza por el suelo de izquierda a derecha, el calabozo reprimi¨® los sentimientos de dolor que surg¨ªan en su coraz¨®n, libr¨¢ndose de la culpa lo mejor que pudo. "Todo porque... me tom¨¦ unas copas". "?Hm? Bueno, ?no es eso algo de lo que te advert¨ª?" "S¨ª. Esa es la cuesti¨®n... me has sorprendido. Probablemente por eso dud¨¦ en... apretar el gatillo", se ri¨® Emris, respirando entrecortadamente. Al menos su rostro reformado volv¨ªa a hablar con normalidad, a pesar de lo cansado que estaba. "Esto ocurri¨® hace una semana, ojo". Agitando la mu?eca, Eclipse se burl¨® de s¨ª misma: "?Y no te arrepientes de no haberme disparado? Quiz¨¢ si me hubieras disparado, habr¨ªas notado sus avances". "Estaba jodido de cualquier manera, en ese momento. Y aunque te dar¨ªa un pu?etazo en el est¨®mago por esto, no creo que estuviera muy satisfecho conmigo mismo despu¨¦s", admiti¨® Emris, con la cara retorcida mientras miraba la piedra bajo ¨¦l, como si forjara un reflejo invisible de s¨ª mismo. "?C¨®mo... acabasteis con este lote?" Volvi¨® a sacudir la cabeza. Ten¨ªa que mantenerse despierto. "Nunca me un¨ª, tonto. Nac¨ª aqu¨ª", corrigi¨® Eclipse, acerc¨¢ndose al cuerpo herido y cansado del hombre. Le hab¨ªan desnudado el torso, dejando al descubierto las numerosas cicatrices que jalonaban su piel ajada por la batalla. Con una palma de la mano sobre su espalda, se sent¨® a su lado. No llevaba esos gruesos guanteletes, y las fr¨ªas yemas de sus dedos estremecieron el cuerpo del veterano. "?Os gusta este lote?", pregunt¨® Emris, aflojando el cuello. "Esa es una pregunta dif¨ªcil. ?Te gusta cada uno de tus compa?eros?", rebati¨® ella. "No. La mayor¨ªa de ellos son unos aut¨¦nticos maricas... o unos completos gilipollas", se ri¨® para s¨ª mismo el brigada, relajando los hombros. Riendo, respondi¨® a su pregunta con: "Entonces yo tambi¨¦n me siento as¨ª. Algunos son gente sin coraz¨®n que ven demasiado lejos para su propio bien, mientras que otros son cobardes, tontos sin car¨¢cter que est¨¢n dispuestos a tirar a cualquiera con tal de huir de lo que tienen delante". "Dando tu orgullo, s¨®lo para huir... La verg¨¹enza de algunos hombres..." Volvi¨® a arrastrar la cabeza de un lado a otro. Mantente despierto, perro viejo. "Mm~ No los culpo, pero sus elecciones realmente no me gustan. ?No dir¨ªas lo mismo?"This story has been stolen from Royal Road. If you read it on Amazon, please report it Con la respiraci¨®n entrecortada, Emris separ¨® los labios, su respuesta era evidente. Sin embargo, se detuvo. ?Pod¨ªa decir realmente que, incluso mientras escup¨ªa ese comportamiento, no hab¨ªa actuado de la misma manera? ?Era realmente tan diferente la arrogancia? Si hab¨ªa condenado a todo un pa¨ªs con sus payasadas, ?era tambi¨¦n un cobarde? ?O simplemente un imprudente imperdonable? Al notar su silencio, Eclipse enarc¨® una ceja, levantando la cabeza con asombro. "?Y bien?" "Estoy... imaginando eso". Una parte de ¨¦l retras¨® su discurso por su cansancio, pero realmente no sab¨ªa c¨®mo responder. Mirando hacia atr¨¢s, realmente se hab¨ªa degradado en estos ¨²ltimos a?os. Sin respuesta a su pregunta, la mujer hizo un moh¨ªn juguet¨®n, trazando sus u?as sobre sus v¨¦rtebras. Aunque tard¨® en darse cuenta con las yemas de sus dedos, not¨® las pocas imperfecciones de sus huesos. Nada tan grave como para dejarlo inv¨¢lido, pero s¨ª perceptible. Entender la raz¨®n de esto le produjo una nueva intriga, mientras preguntaba: "Despu¨¦s de vivir una vida con tu bendici¨®n, estoy segura de que te han herido muchas veces. ?A¨²n sientes dolor?" Levantando la cabeza, para que sus ojos se encontraran con los fr¨ªos colores de las paredes de madera, el veterano suspir¨® para s¨ª mismo, con una respiraci¨®n todav¨ªa muy irregular: "Si me preguntas si todav¨ªa siento cosas, entonces s¨ª, claro que s¨ª. Duele siempre. Simplemente aprendes a ignorar lo irrelevante si es por el bien de los dem¨¢s -admiti¨® Emris, reflexionando sobre por qu¨¦ hablaba tan abiertamente de algo tan personal para ¨¦l-. Es como si anticipara algo, pero no viera m¨¢s all¨¢ de s¨ª mismo. Atrapado en un limbo entre la vida y la muerte, a punto de desconectarse de su propio ser. "?No estar¨ªa bien que pudieras curar el dolor?", ofreci¨® Eclipse, con sus u?as rozando sus largos mechones de pelo desordenado, haciendo vibrar su cuero cabelludo. "He pensado en ello, s¨ª... Supongo que tampoco quiero que se vaya. Pica. Quema. Se clava en ti, pero te hace seguir adelante. Si no sintieras nada, te rendir¨ªas mucho antes de que la lucha terminara. Auto... autoconservaci¨®n, como -Emris tropez¨®, sacudiendo la cabeza de nuevo. Su tono se estaba apagando. Su voz se ralentizaba. Mantente despierto, maldita sea. Por ellos, mantente despierto. "Eh... nunca sabr¨¢s lo malo que es que te empalen. Para cuando lo hagas, ya estar¨¢s medio dormido..." Su cabeza estaba cayendo. Esto no servir¨¢. ?Esto no servir¨¢, maldita sea! ?Lev¨¢ntate! Al ver que sus ojos se volv¨ªan m¨¢s pesados, pero segu¨ªan brillando con una pasi¨®n ardiente de la que su cuerpo da?ado y sin luz parec¨ªa carecer por completo, Eclipse se qued¨® con la boca abierta. Es como si, mientras sus o¨ªdos eran complacidos, sus ojos estuvieran teniendo una conversaci¨®n totalmente m¨¢s significativa con los de ¨¦l. "?Por qu¨¦ est¨¢s...?", murmur¨® Eclipse, inclinando ligeramente la cabeza. Su conciencia pend¨ªa de un hilo, eso era evidente. Y sin embargo, al observar sus sutiles y desesperadas acciones, parec¨ªa m¨¢s bien una cuesti¨®n de vida o muerte. El sudor se agolpaba en su frente mientras la luz de sus ojos intentaba desesperadamente forzar alg¨²n tipo de fuerza imposible que surgiera del interior de su cuerpo. Al ver el reflejo de un La ni?a -una criatura- dolorosamente familiar en esa lucha desesperada suya, Eclipse se encontr¨® incapaz de reprimir la pregunta ardiente que rega?aba sus pensamientos. "Estas heridas no son las que duelen ahora mismo, ?verdad?", pregunt¨®, retrayendo los dedos. Sus palabras hicieron que su agotado cuerpo se estremeciera ligeramente. Ella ten¨ªa toda la raz¨®n, aunque ¨¦l no se hubiera dado cuenta hasta entonces. Los dedos de ella, que deber¨ªan haber escaldado sus magulladuras, cortes y huesos desgastados, no provocaron ning¨²n tipo de dolor. No gimi¨®, ni reprimi¨® ning¨²n tipo de molestia m¨¢s all¨¢ de los nervios sentimentales que le pinchaban. El tacto que ella le proporcionaba era totalmente beneficioso, y ¨¦l no hab¨ªa dicho nada para protestar. Si bien el dolor de ser golpeado repetidamente desgast¨® su cuerpo, cans¨¢ndolo a ¨¦l y a su alma que cuidaba de su da?o, no hizo nada para marchitar su mente, si no fuera por el estr¨¦s de su ausencia durante un momento de necesidad. En su tiempo de aislamiento, no fue torturado por sus captores, sino por su propia mente. Sin nada que impidiera que sus pensamientos divagaran, se vio obligado a caminar entre sus culpas y conflictos internos; dej¨¢ndolo solo en las trincheras desgarradoras de su propia desdicha. Ir¨®nicamente, el dolor ocasional era una distracci¨®n de ese infierno, m¨¢s que un castigo. Su respiraci¨®n era miserable, se volv¨ªa irregular. Sus pulmones y su garganta a¨²n no se hab¨ªan recuperado del todo, y sus r¨¢pidas tomas de aire le estaban corroyendo y escaldando por dentro. Pronto empez¨® a hiperventilar; la mejilla en el duro suelo mientras reflexionaba. Sus pupilas danzaban por la habitaci¨®n por decimoctava vez en el d¨ªa, buscando desesperadamente una salida. Eclipse frunci¨® el ce?o ante esta demostraci¨®n. El hombre se estaba desmoronando delante de ella, y sab¨ªa que su mente no dejaba de considerar algo totalmente irracional. Y, sin embargo, incluso mientras negaba tales pensamientos inmaduros, no pudo evitar mirar al veterano que yac¨ªa a su lado, con las mu?ecas cubiertas de sangre seca por sus pocos intentos de abrirse paso. Con su fuerza normal, podr¨ªa haberlo hecho. Pero tal como yac¨ªa ahora, exhausto y da?ado, su esfuerzo no hac¨ªa m¨¢s que afeitarle la piel. Maldito monstruo, pens¨® para s¨ª mismo, sintiendo que sus ojos brillaban con l¨¢grimas acumuladas mientras resoplaba en su sitio. Si ni siquiera puedes mantenerte despierto ahora, ?qui¨¦n co?o eres t¨² para decir algo? Lev¨¢ntate del suelo, mocoso. Vamos. Su mente se agit¨®, sus p¨¢rpados aplastaron su vista. Y sin embargo, mientras su cerebro se afanaba por encontrar la esperanza, oy¨® el sonido inconfundible de unas cadenas que traqueteaban detr¨¢s de ¨¦l, antes de que su brazo izquierdo cayera al suelo con un golpe met¨¢lico. No ten¨ªa fuerzas para volverse para ver qu¨¦ hab¨ªa pasado, pero sab¨ªa que hab¨ªa sentido ese mismo ruido y esa misma sensaci¨®n invadiendo sus sentidos una vez m¨¢s. Sus brazos doloridos finalmente descansaron a sus lados, y pronto, las cadenas en sus tobillos se sintieron menos r¨ªgidas. "Sabes, por muy frustrante que sea para m¨ª, creo que es bueno que no haya llegado a gobernar una naci¨®n al final", se ri¨® Eclipse, rodeando su pecho con los brazos antes de levantarlo. Todo su cuerpo cedi¨®, su cuello no era lo suficientemente fuerte como para levantar su cabeza mientras ella lo levantaba como un cad¨¢ver. "Hah~ esto es tan infantil de mi parte, honestamente... Parece que mis a?os m¨¢s humildes no est¨¢n tan lejos como cre¨ªa, ?eh?", se ri¨® Eclipse, golpeando la cabeza colgante del bergant¨ªn. No respondi¨®. En el momento en que sinti¨® la incomparable sensaci¨®n de libertad, de la mano de una insuperable delicadeza, dio por fin a su cuerpo el descanso que tanto buscaba. Dormir una vez m¨¢s, sabiendo que no ser¨ªa la ¨²ltima vez. Qu¨¦ sensaci¨®n tan alegre e infantil era esa. Descolg¨¢ndose por completo en sus brazos, trabaj¨® su cuerpo sobre su espalda, colocando sus brazos y piernas sobre sus hombros para mantenerlo lo m¨¢s estable posible. Incluso con su fuerza, su peso seguramente se convertir¨ªa en una molestia en el camino. De hecho, la idea le dio otro momento para pensar. ?Realmente val¨ªa la pena el esfuerzo? ?Era realista? ?D¨®nde iba a vivir, si no era aqu¨ª? Sab¨ªa muy bien que no podr¨ªa escabullirse del Reino con Emris a cuestas sin ser descubierta. Ser¨ªa condenada al ostracismo de nuevo, y probablemente por ¨²ltima vez. Zylith se hab¨ªa tirado un farol en el pasado, pero, de alguna manera, Eclipse sab¨ªa que esta vez no ser¨ªa igual. Estaba segura de ello. Contaba con ello, para finalmente alejarla del nido de su infancia. Para finalmente volar libre; al menos, eso esperaba. Esta ser¨ªa la ¨²ltima vez que derribar¨ªa su puerta, y si iba a seguir adelante con esto, no podr¨ªa hacerlo sin dejar un mensaje. La sonrisa que se dibujaba en su rostro confirmaba sus motivaciones, ya fuera para hacer una travesura o para convertirse en la hero¨ªna de su propia historia. ?Qu¨¦ hay m¨¢s inspirador que la fantas¨ªa de rescatar a tu enemigo de tu propia naci¨®n? Tal vez deber¨ªa escribir sobre ello en alg¨²n momento en el futuro. Si es que lleg¨® a tiempo para ma?ana, al menos. "Espero que no te importe que me pase por tu casa despu¨¦s de esto, porque lo voy a necesitar", se ri¨® Eclipse por lo bajo con una malicia juguetona mientras golpeaba el cr¨¢neo hueco del evacuado. Al final, dejando atr¨¢s la habitaci¨®n, fue recibida por un torrente de viento poderoso y aullante, y sus ojos se posaron en el tranquilo y dormido reino bajo ella. La caba?a del prisionero estaba situada en un acantilado dr¨¢sticamente elevado que sobresal¨ªa cerca de la secci¨®n media de una monta?a que ensombrec¨ªa la robusta y primitiva sociedad que hab¨ªa debajo. No hab¨ªa escaleras; los que sub¨ªan a estos niveles eran experimentados trepadores de paredes, un rasgo considerado ¨²nico y generalmente exclusivo de los suyos. Este dise?o se eligi¨® a prop¨®sito, ya que si alguna vez un prisionero se escapaba, a¨²n tendr¨ªa que enfrentarse a los obst¨¢culos de la naturaleza y de la propia f¨ªsica. La pendiente era casi totalmente vertical, y los patrones de las paredes desmoronadas ten¨ªan una forma tal que el descenso garantizar¨ªa la ca¨ªda en lo m¨¢s profundo del territorio enemigo, para esperar su recaptura. Respirando profundamente para calmar su mente y aliviar sus sentidos, la mujer se llev¨® la mano a la espalda, sacando un par de pesados guanteletes de su cintura trasera; su ¨²nica esperanza de escapar, especialmente con semejante peso que entorpec¨ªa sus movimientos. Con una r¨¢pida ca¨ªda de los brazos, cuatro varillas met¨¢licas tremendamente afiladas y agudas del ancho de un bol¨ªgrafo se deslizaron fuera de sus fundas, acopl¨¢ndose a cada uno de sus nudillos. Eclipse volvi¨® a echar una mirada hacia abajo, observando las brasas que iluminaban escasamente el c¨ªrculo interior de la aldea. En esas llamas anaranjadas, con los aullidos del viento resonando en el acantilado, vio una visi¨®n nost¨¢lgica que era realmente indescriptible. Con las estrellas cubriendo el aire claro y limpio sobre ella, frunci¨® el ce?o mientras miraba al frente, a la inmensa ciudad que se encontraba a unos pocos kil¨®metros; sus cielos se pintaban de oscuro, como si una tormenta se cerniera perpetuamente sobre ella, a punto de desatarse. Dejando la sensaci¨®n que invad¨ªa su mente, su visi¨®n pronto capt¨® a sus objetivos patrullando sin esfuerzo entre las copas de los ¨¢rboles -sus cuerpos s¨®lo eran visibles a trav¨¦s de las ligeras manchas de luminiscencia que su oscura y gruesa piel hac¨ªa brillar ocasionalmente de color verde-. Los ojos y los o¨ªdos de los habitantes: los camaleones. Y, a partir de ahora, su mayor obst¨¢culo para escapar de su pronto y reci¨¦n recuperado hogar. La idea de escapar le llen¨® la sangre de adrenalina, mientras un grato recuerdo de la salida de casa a?os atr¨¢s le daba otro motivo para sonre¨ªr. ?Cu¨¢nto tiempo hab¨ªa pasado desde entonces? ?Cu¨¢nto hab¨ªa cambiado? No se sent¨ªa precisamente c¨®moda aqu¨ª, pero era el lugar al que pertenec¨ªa. Entre sus compa?eros. Y sin embargo, estaba dispuesta a dejarlo todo, aunque s¨®lo fuera para ver m¨¢s all¨¢ de los bosques. Siempre hab¨ªa sido de las que exploran y act¨²an precipitadamente. Cambi¨® de opini¨®n a lo largo de los a?os, por supuesto. Pero la curiosidad nunca la abandon¨®. ?Qu¨¦ hab¨ªa m¨¢s all¨¢ de la l¨ªnea de ¨¢rboles? ?M¨¢s all¨¢ de la ciudad bastarda que crec¨ªa irreflexivamente, amenazando sus pocos territorios con la expansi¨®n industrial? ?M¨¢s all¨¢ incluso de los oc¨¦anos que divid¨ªan cruelmente la tierra, prohibi¨¦ndole encontrar m¨¢s? Por esta motivaci¨®n, pens¨®, podr¨ªa justificar sus acciones. Al girar la cabeza hacia la derecha, y ver por fin la figura sentada del hombre que custodiaba la caba?a con tanto ah¨ªnco, su sonrisa de deseo se disip¨® al notar su expresi¨®n fruncida y profundamente decepcionada. Las nubes de arriba se acumulaban y oscurec¨ªan. Con una voz profunda y compasiva, habl¨® primero, sabiendo que no pod¨ªa irse en silencio. "Me sorprende que no hayas intentado matarme cuando sal¨ª, Ezequiel". Respirando hondo, el Guardi¨¢n de la morada de los Moradores se puso en pie, con un mech¨®n de pelo corriendo junto a su ojo izquierdo. Aunque le doliera, deb¨ªa enfrentarse a su odiosa mirada y disfrutar de su triste ira. Ezequiel era uno de los pocos a los que m¨¢s sent¨ªa que pod¨ªa entender en ese lugar. Y sin embargo... "Has cambiado mucho, joven Qui. Es descorazonador ver lo amargado que has crecido bajo su reinado", dijo Eclipse con una pizca de resentimiento, pero sin una pizca de insulto o exageraci¨®n. ¨¦l lo sab¨ªa. "Ha sido mejor madre para m¨ª que nadie, as¨ª que no puedo decir que me gusten tus comentarios, Madele". Ezequiel neg¨® con la cabeza, sus ojos no pudieron mirar m¨¢s a la mujer. "Aunque dejes de hacerlo ahora, nunca ser¨¢s perdonada. M¨¢s vale que te vayas mientras puedas". Una peque?a sonrisa se form¨® en el rostro de Eclipse aunque la escena hiriera su coraz¨®n. El ni?o convertido en hombre significaba mucho para ella, pero sab¨ªa que el tiempo hab¨ªa distorsionado el apasionado ni?o que conoc¨ªa. Este era Ezequiel, s¨ª. Pero en vida, su alma alegre se hab¨ªa empa?ado. "Siempre te vi como mi hermano menor, Qui. Por favor, ten cuidado en este mundo oscuro. Parece que las tormentas se acercan; debes tener cuidado", aconsej¨® Eclipse, y su sonrisa se ampli¨®. Por desgracia, Ezequiel no compart¨ªa sus sentimientos. Con un movimiento de cabeza y una mirada aguda, sigui¨® adelante. "?Por qu¨¦ te vas, ahora que has sido agraciado con una oportunidad? ?Por qu¨¦ descartarnos as¨ª?" Su sonrisa se desvanece y Eclipse niega rotundamente: "No digas esas cosas. Nunca descartar¨ªa a ninguno de vosotros. Mi vida siempre ha sido una corriente extra?a, ?no crees? Debo ver cosas m¨¢s nuevas; as¨ª es la vida para m¨ª". Entrecerrando los ojos, Ezequiel dio un paso adelante. La cornisa era corta, y el espacio para retroceder era escaso. Sin embargo, no se movi¨®. "Este hombre. ?Qu¨¦ significa para ti?" "Nada, en realidad. Si quiero sobrevivir, tendr¨¦ que hacer conexiones adecuadas". "?A un Syndie? ?Es eso lo que quieres? ?Convertirse en uno con el Nuevo Mundo?" "No podr¨ªa decirlo, mi querido muchacho". Eclipse no ocultaba ninguna verdad al talentoso joven. Realmente no pod¨ªa comprender qu¨¦ era exactamente lo que tramaba; a menudo no pod¨ªa. Era endiabladamente inteligente y astuta, pero aunque pod¨ªa ver por delante con sorprendente precisi¨®n, la que menos pod¨ªa predecir era ella misma. "No puedes irte con ¨¦l", afirm¨® finalmente Ezequiel, con una frustraci¨®n emocional en su voz. Sab¨ªa que no deb¨ªa aferrarse a sus objetos de valor de forma tan infantil, pero no pod¨ªa obviar su naturaleza m¨¢s profunda. Emris era un activo para una guerra imposible. Le necesitaban como vale para sobrevivir. La lluvia comenz¨® a caer silenciosamente, primero en peque?as y ocasionales gotas, y pronto en una diatriba de ira celestial. "...Joven Qui, sabes bien que si me propongo algo...", intent¨® intervenir Eclipse, haci¨¦ndose valer ante el hombre. Su voz se apag¨®. Sab¨ªa lo que se avecinaba. Despu¨¦s de todo, lo vio convertirse en un hombre. "Y, del mismo modo, t¨² deber¨ªas saber lo mismo de m¨ª, Harna", replic¨® el Custodio, ocultando sus ojos llenos de agua en la cascada que ca¨ªa. Sus hombros bajaron en ese instante, perdiendo su afirmada estatura. Cerrando los ojos, coloc¨® con delicadeza el cuerpo dormido de Emris sobre el borde de la piedra, volviendo a mirar al chico por el que sent¨ªa tanto amor fraternal mientras ¨¦l sacaba su estoque de la vaina en silencio, sin ser tan descarado como para no dejar que ella lo viera venir. Con una risa falsa y una voz graznante, le devolvi¨® la mirada, inflexible. "Ah, no puedes ser m¨¢s cruel, Lelte Hurno". "Que esta sea la ¨²ltima, Eclipse", dijo Ezequiel cortando el aire mientras asum¨ªa su postura de combate. "No, Ezequiel", asimilando una postura de batalla practicada, con las garras a la vista, el exiliado se enfrent¨® al Guardi¨¢n de los Moradores, sonriendo mientras frunc¨ªa el ce?o. Como hermana, como luchadora. Como hermano, como superviviente. "Que este sea uno de tantos, de bandos opuestos por primera vez". Capítulo 14: Los Demonios Visten como Quieren Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 14 Los Demonios Visten como Quieren Los dos combatientes¡ªambos guerreros para algunos, pero s¨®lo uno de ellos un h¨¦roe para cualquiera¡ªse mantuvieron en silencio en su lugar, con las espadas desenvainadas; burl¨¢ndose de su profundamente amado oponente con su brillante cromo. Ninguno de los dos hab¨ªa deseado enfrentarse de esta manera. Eclipse, con sus intenciones decididas pero poco claras tanto para ¨¦l como para ella, hab¨ªa esperado que esta intervenci¨®n fuera m¨¢s suave. Se conoc¨ªa a s¨ª misma, pero no sab¨ªa c¨®mo actuar ante un ultim¨¢tum. De este modo, era a la vez familiar y ajena a s¨ª misma, prediciendo s¨®lo los posibles resultados de sus inoportunas elecciones, y por esta raz¨®n, hab¨ªa planeado con antelaci¨®n. Esta batalla no terminar¨ªa en la letalidad, no si ella pod¨ªa prohibirlo. Har¨ªa uso de su r¨¢pido ingenio y agilidad, y usurpar¨ªa la compostura de su amiga de la infancia convertida en enemiga, para luego lanzarse con Emris a remolque hacia las luces de la libertad. Eclipse ten¨ªa confianza en s¨ª misma para esto. Lo estaba, incluso cuando entr¨® en la celda sabiendo que el despectivo Guardi¨¢n ignoraba su obligaci¨®n de vigilarlo. Y, sin embargo, al encontrarse cara a cara con el h¨¢bil joven, descubri¨® que su confianza flaqueaba. Tonto al suponer que ¨¦l mostrar¨ªa debilidad al llegar la hora de la verdad, el reci¨¦n renovado exiliado vio sus suposiciones desmentidas por la ferocidad de su mirada. Estaba decidido a defender su patrimonio, y sus bienes, con las emociones puestas en juego; sin el peso de su ingenuidad y su infantilismo olvidado. Levantando su espada hacia el cielo, Ezequiel lanz¨® un feroz tajo al aire, demostrando la fuerza de su determinaci¨®n mientras apuntaba la aguda punta de la espada larga en direcci¨®n a la garganta de ella. En respuesta, Eclipse frunci¨® las cejas, su postura a¨²n mostraba vacilaci¨®n. Debilidad. "Si te hago da?o durante esto, quiero disculparme por adelantado. No es mi objetivo..." "Silencio, zorro. Me enfurece tu forma de hablar", dijo Ezequiel con firmeza. Con esto, el Guardi¨¢n retrocedi¨® un momento, antes de lanzarse al siguiente, atacando el espacio vac¨ªo que una vez alberg¨® a la mujer embaucadora. Ella se desvi¨® en respuesta, con una suavidad notable, antes de balancear una pierna sobre la suya, que ¨¦l esquiv¨® incluso en la fracci¨®n de segundo que ella le dio. Sus contraataques eran efectivos, pero ¨¦l ya la conoc¨ªa lo suficiente. Volviendo a cortar hacia ella, par¨® el ataque con sus garras, haciendo saltar chispas cuando las dos armas chocaron, manteniendo la velocidad de ¨¦l con la suya. Con ocho cuchillas en cada uno de sus dedos, y una velocidad que comparaba o superaba a la del Guardi¨¢n, el combate de ambos era claramente unilateral, aunque la batalla de Eclipse fuera m¨¢s de emociones que de superioridad f¨ªsica. Y sin embargo, con cada golpe de su estoque en la cima del peligrosamente corto acantilado en el que se encontraban, su ira estaba lejos de ser ineficaz; ella ten¨ªa que arriesgarse cada vez m¨¢s con sus evasivas. Fue implacable. Para cuando ella hab¨ªa rechazado su primer tajo, ¨¦l ya hab¨ªa lanzado otro. Las ventajas m¨¢s verdaderas y devastadoras que proporciona un arma tan ligera. El acero se encontr¨® con el acero mientras intercambiaban golpes, con Eclipse mostrando una clara falta de acci¨®n, en lugar de reaccionar pasivamente a su falta de piedad con sus propias t¨¦cnicas. No era un simple espadach¨ªn. ¨¦l tambi¨¦n ten¨ªa trucos, en forma de objetos que llamaban la atenci¨®n, como bombas f¨¦tidas, bolsas de arena e incluso su propio surtido de cuchillos arrojadizos. Y sin embargo, mientras gastaba todos y cada uno de sus recursos, no parec¨ªa cansarla. En todo caso, mostraba cada vez menos motivaci¨®n para luchar por cada asalto, sintiendo que una parte m¨¢s profunda de ella era herida cada vez. Esquivaba su espada, para agradecimiento de su cuerpo, pero nada pod¨ªa contrarrestar los tajos que le dejaba en el coraz¨®n y la mente. ?Dejar el hogar as¨ª? Nunca estar¨ªa satisfecha, por mucho que recorriera los mares en su b¨²squeda. ?Tener que volver aqu¨ª, s¨®lo para buscar la paz? ?Podr¨ªa usar eso como excusa para no tener que despedirse definitivamente tambi¨¦n? Con un gemido agitado, Ezequiel sac¨® su ¨²ltimo cuchillo arrojadizo junto con una bolsa, lanz¨¢ndolos secuencialmente. El cuchillo gir¨® en el aire mientras ella ara?aba distra¨ªdamente su hierro, arroj¨¢ndolo al mar verde de abajo, al tiempo que cortaba el saco, ahogando su visi¨®n en la arena. En el mismo instante en que oy¨® el tintineo del cuchillo, la espada se alz¨® de nuevo, sin darle tiempo a reaccionar mientras levantaba torpemente las garras. El impacto de la espada la desequilibr¨® cerca del borde, antes de recibir una patada en el pecho, y sus pies patinaron in¨²tilmente contra el suelo mientras ca¨ªa por el acantilado, con las piedras desmoron¨¢ndose y cayendo en picado. Se recuper¨® de la ca¨ªda por un pelo, con las garras de su cesto derecho clavadas en la piedra. Apresuradamente, hundi¨® el resto de sus garras en lo ¨¢spero con mediano ¨¦xito, deteniendo sus fren¨¦ticas maniobras cuando Ezequiel se acerc¨® al borde, impidiendo su acceso a la seguridad mientras apuntaba una vez m¨¢s el extremo de la espada hacia ella, pinchando su frente suavemente, sacando sangre. Llevaba una expresi¨®n apagada mientras la miraba, con el semblante relajado y a la vez despectivo. No deb¨ªa mostrar su debilidad, y ella, tontamente, lo hab¨ªa hecho. Con una voz crujiente y poco permisiva, el Custodio declar¨® su victoria. "Es suficiente, exiliado. Abandona estos terrenos inmediatamente, o afronta el castigo". Escuchar esto fue impactante. M¨¢s de lo que cre¨ªa estar preparada, como una madre p¨¢jaro que echa a su cr¨ªa del nido. Una sensaci¨®n terriblemente cruel, pero estimulante. Observando su magn¨ªfico entorno mientras estaba colgada, not¨® que el agarre de su garra empezaba a aflojarse. Tal vez, si el mundo fuera m¨¢s paciente, podr¨ªa excusar sus decisiones en una clara falta de tiempo. Despu¨¦s de una buena vista, volvi¨® a mirar hacia ¨¦l, su tono se aliger¨® con su habitual jovialidad. Al menos, no le deseaba la muerte. La sola idea ser¨ªa suficiente. "Es un poco dif¨ªcil ahora mismo", sonri¨® Eclipse, irritando al joven. "Hk-" Ezequiel retrocedi¨®, reafirm¨¢ndose. "Puedes escalar estas paredes. S¨®lo usa tus garras". "?Pero mis brazos est¨¢n cansados, Qui~!", se burl¨® el exiliado. El Guardi¨¢n gru?¨®, a un segundo de mostrar su disgusto por la fuerza, cuando ella intervino. Con la cabeza agachada, murmur¨®: "Adem¨¢s..." Con sorna, le devolvi¨® la mirada con un nuevo vigor. "He venido con una tarea. No me gusta dejar las cosas a medias". Su mand¨ªbula qued¨® colgando por un momento mientras intercambiaba una mirada con la reci¨¦n confiada zorra de la mujer. Chasqueando los dientes en se?al de frustraci¨®n, con los ojos entrecerrados grit¨®: "?T¨²! ?A¨²n vas a arriesgarte por ¨¦l? ?Qui¨¦n es ese hombre, Eclipse? ?Por qu¨¦ significa tanto para ti?" Con un golpe sorprendentemente fuerte, se subi¨® a la cornisa momentos antes de que sus garras cedieran, su pelo color avellana se desliz¨® contra el filo de su estoque mientras se lanzaba de nuevo sobre sus pies con una voltereta brillantemente ejecutada. ¨¦l no pudo reaccionar. Ezequiel se limit¨® a mirarla con incredulidad mientras se enderezaba para encontrar su mirada. Odiaba que ella pareciera tan orgullosa de s¨ª misma, tan llena de su propia sabidur¨ªa. Y sin embargo, no ten¨ªa nada con qu¨¦ refutarla. Si ella lo desvi¨® antes con tanta despreocupaci¨®n... ?qui¨¦n era ¨¦l para detener sus ardientes motivaciones? Su propia determinaci¨®n s¨®lo servir¨ªa en su detrimento, era lo suficientemente mayor como para entenderlo. "Su nombre es Emris", present¨® al hombre inconsciente que descansaba a unos metros, indemne a la batalla. Habr¨ªa sido in¨²til atacarlo, teniendo en cuenta sus propiedades. Con una sonrisa de zorro, prosigui¨®: "Es tan ¨²til como una bolsa para cad¨¢veres llena de arena, pero es mi ¨²nica entrada al exterior. Deseo aventurarme m¨¢s all¨¢ de lo que mis ojos pueden ver. ?No quer¨ªas eso una vez, Lelte Hurno?" "?Suficiente! L¨¢rgate ahora, exaus", exigi¨®, cortando su sable en se?al de advertencia. "?No recuerdas haber pensado en lo lejos que podr¨ªa llegar el mundo? ?Encontrar un barco y ver la mayor inmensidad del mundo? Una vez te encaprichaste con los Celestiales, ?no es as¨ª? Estabas celoso de sus alas... tan dichoso Moldele eras..." Lanzando un furioso grito de guerra, Ezequiel se lanz¨® hacia adelante, chocando de nuevo el estoque con las garras en una furiosa r¨¢faga de golpes, cada uno de los cuales fue superado por la imposiblemente perceptiva mujer. As¨ª, incluso entre el estruendo, sigui¨® adelante. "?No recuerdas que cre¨ªas que hab¨ªa una esperanza fuera de la nuestra? ?Una tan insondable, que ni siquiera el Marco Maturna podr¨ªa preparar nuestros ojos y o¨ªdos para ella?" Los recuerdos de la ingenuidad de la infancia -las puras ambiciones de un ni?o- surgieron en el n¨²cleo de Ezequiel mientras intentaba in¨²tilmente resistirse a ella. Al centrar tanto su mente en no escuchar ni pensar en sus palabras, ir¨®nicamente se encontr¨® con que su concentraci¨®n estaba grapada a los pensamientos que ella tra¨ªa, retrasando su asalto a medida que se volv¨ªa cada vez m¨¢s perezoso. Aprovechando esta oportunidad, Eclipse logr¨® alejar su espada lo suficiente de su torso para que ella lo derribara, haciendo que ambos rodaran cerca del l¨ªmite antes de ser detenidos por la garra de hierro de la mujer. Antes de que pudiera recuperarse de su estado de aturdimiento, dos afiladas u?as artificiales se clavaron en el suelo junto a su cuello, perdi¨¦ndose la piel por un cent¨ªmetro. A su merced, el Guardi¨¢n levant¨® las manos a los lados de la cabeza en se?al de derrota de forma instintiva, con la cabeza todav¨ªa demasiado metida en las nubes de la nostalgia como para darse cuenta de lo que significar¨ªa la derrota. En su estado de aturdimiento, su motricidad reaccion¨® de forma casi refleja; su cuerpo conoc¨ªa bien la sensaci¨®n de perder durante el entrenamiento, y levant¨® las manos para poner fin al combate. Cuando sus sentidos volvieron pronto a ¨¦l, no pudo hacer otra cosa que mirar al vencedor con el ce?o fruncido y decepcionado. Sea por ¨¦l mismo, por ella o por ambos, no importaba ahora. Aunque se atreviera a oponerse a ella, sus herramientas se hab¨ªan gastado y su estoque estaba lejos del alcance de su brazo. Sin nada m¨¢s que decir, permaneci¨® en silencio. "Parece que mi racha ganadora sigue siendo fuerte, Young Qui. Definitivamente has crecido, puedo decir que mucho~" Su falta de esp¨ªritu de antes hab¨ªa disminuido por completo de alguna manera. Nunca entendi¨® c¨®mo funcionaba. Era misteriosa, incluso entre las desconcertantes formas del cauteloso Reino que ten¨ªan debajo. Eclipse pod¨ªa decir, al menos, que la mayor parte de la tensi¨®n se hab¨ªa levantado. Estaba abatido por su p¨¦rdida, pero no era un mal perdedor. Para ¨¦l, no era una desconocida, ni de naturaleza injustificada. Eclipse era una amiga de la infancia, y el hermano mayor que siempre hubiera querido. Al verla sonre¨ªr a trav¨¦s de su estado raspado, desgastado por sus maniobras acrob¨¢ticas y la aspereza de la piedra, no pod¨ªa negar que se merec¨ªa la dicha de la victoria entre amigos y enemigos. Dicho esto... "?Te rebajas tanto... como para superarme a trav¨¦s de mis recuerdos m¨¢s queridos?", habl¨® finalmente Ezequiel, todav¨ªa asombrado por su acercamiento. Tal vez su victoria no fue del todo honesta, pero de todos modos mereci¨® el respeto del hombre. A pesar de su promesa silenciosa, no le hab¨ªa hecho ni una sola herida o corte en su cuerpo. Al menos, no por ella. "Lo dijiste antes, ?no? Nunca debiste escuchar a mis comadrejas~", se burl¨® Eclipse, retirando una mano de su garra no utilizada para apartar su cabello, revelando el sudor de sus esfuerzos en su frente, sus dedos haciendo cosquillas en su piel. Sonriendo, asinti¨®: "Dicho esto, distraerte no era mi ¨²nico objetivo. Necesito que entiendas que tengo una raz¨®n para dar un paso hacia el gran mundo abierto. Ha sido mi sue?o desde que era un cachorro~" "T¨² tambi¨¦n hablas como un Marco Maturna...", logr¨® responder, esbozando una leve sonrisa, antes de recibir una bofetada de la risue?a mujer. "No seas maleducado, muchacho", le reprendi¨®, mostrando su sonrisa de zorro. Quitando la garra que lo ataba al suelo, Eclipse ayud¨® a su falso hermano a ponerse en pie, notando la expresi¨®n sombr¨ªa reci¨¦n encontrada en su rostro. Vi¨¦ndola ahora, comprendi¨® que sus ambiciones eran afines, aunque dr¨¢sticamente desalineadas. Comprendi¨® que sus acciones no eran improcedentes. Comprendi¨® que sus objetivos simplemente deb¨ªan superponerse a los de ella, y que no deb¨ªa abandonarse a s¨ª mismo s¨®lo por el bien de una amiga. Dicho esto, no pod¨ªa ocultar su preocupaci¨®n por ella. Ya no. Observando c¨®mo ella recuperaba su guante y se acercaba a Emris, Ezequiel no opuso resistencia. En cambio, le pregunt¨®: "?Realmente crees que sobrevivir¨¢s en el Nuevo Mundo? Aunque la guerra est¨¦ en marcha..." "Ah, Nuevo Mundo... Tiene su encanto, ?no crees?", expres¨® ella, ignorando sus preocupaciones. "Harna..." Recogi¨® el cuerpo de Emris una vez m¨¢s, acelerando su paso al notar que los rayos del d¨ªa se deslizaban en el cielo. Su apertura se cerrar¨ªa pronto; no ten¨ªa tiempo que perder. Mirando hacia atr¨¢s por ¨²ltima vez, vio la mirada ca¨ªda de Ezequiel mientras inhalaba, reprimiendo sus emociones. "Ruego que nuestro pr¨®ximo encuentro resulte en una derrota menos humillante... Cu¨ªdate en el Nuevo Mundo. Espero que encuentres lo que buscabas. Mhaieiyu, Marco Harna". Con una inclinaci¨®n de cabeza, Eclipse se despidi¨® de la primera de sus parientes; sin duda, la m¨¢s entra?able, por muy extra?o que suene tras el combate. Mientras hund¨ªa sus garras en la piedra, ech¨® una ¨²ltima mirada al lugar que una vez llam¨® hogar. No pod¨ªa permitirse el lujo de seguir d¨¢ndole vueltas al asunto. Si lo hac¨ªa, el sol no tardar¨ªa en salir y los guardias de rutina no le dar¨ªan tiempo a tomar distancia. Al hundir su segundo par de garras, sus pies se anclaron a las paredes inclinadas, separ¨¢ndose del suelo con un movimiento r¨¢pido y decisivo. No deb¨ªa preocuparse por ello ahora. No hab¨ªa tiempo. Atravesar la tierra no ser¨ªa f¨¢cil, pero ten¨ªa que imponerse. El pacto se hab¨ªa sellado, y aunque no se arrepiente, no puede dejar de preocuparse. ?Qu¨¦ le esperar¨ªa m¨¢s all¨¢ del gran horizonte? ?C¨®mo ser¨ªa tratada entre los que m¨¢s despreciaban a su anterior especie? ?Ser¨ªa aceptada? ?Abandonada, figurada o literalmente? ?Presenciar¨ªa siquiera el futuro que se propuso ver? Incluso con la inacci¨®n, sab¨ªa que no estar¨ªa m¨¢s segura. No con la guerra acerc¨¢ndose. Tard¨® veinte minutos en bajar, lo que no deja de ser impresionante, teniendo en cuenta las arriesgadas maniobras que tuvo que hacer para compensar ese peso extra. Normalmente, los prisioneros eran entregados inconscientes, con parejas de hombres y mujeres que ayudaban en el ascenso. Sin embargo, ella asumi¨® la carga en solitario, enfrent¨¢ndose a las irregularidades de su ¨²nica plataforma de la forma m¨¢s r¨¢pida y delicada que pudo, descendiendo poco a poco. Sus garras se clavaron en la roca del borde de la monta?a, sus pies encontraron alguna grieta en la que apoyarse por poco, mientras cambiaba los hierros por la piedra. El rinc¨®n de la aldea estaba debajo de ella, pero incluso aqu¨ª Eclipse estaba en peligro. Con la persona a su espalda -la ¨²nica posesi¨®n que le daba una oportunidad de sobrevivir en el futuro cercano- no pod¨ªa ni so?ar con dejar atr¨¢s a los desalmados que patrullaban vigilantes por estos mismos bosques. S¨®lo faltaban unos instantes para que la vieran. Los camaleones se paseaban r¨¢pidamente por las copas de los ¨¢rboles que rodeaban el exuberante asentamiento, y sus advertencias se dirigir¨ªan a toda la civilizaci¨®n en cuesti¨®n de segundos.If you spot this story on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation. Cayendo unos metros a la tierra con el ¨²ltimo desprendimiento de sus ganchos, golpe¨® el suelo con un "oomph", girando sus pies para iniciar el sprint. Y as¨ª, con un momento de descanso, comenz¨® su loca carrera hacia una civilizaci¨®n m¨¢s sucia y despiadada. Una en la que las leyes eran m¨¢s estrictas que nunca, e igualmente in¨²tiles para mantener la paz. Por extra?o que parezca, un lugar tan ruin se convertir¨ªa, con suerte, en su ¨²nico refugio seguro. La emoci¨®n de su sangre la hizo m¨¢s r¨¢pida de lo que imaginaba, casi indiferente a los ochenta kilos que aplastaban su cuerpo mientras corr¨ªa. Innumerables ¨¢rboles la rozaban mientras corr¨ªa, sus pies se clavaban ruidosamente en el suelo mientras atravesaba la vegetaci¨®n tan r¨¢pido como pod¨ªa. Debajo de estos ¨¢rboles, hab¨ªa un velo gris est¨¢tico y no borroso. Eclipse conoc¨ªa bien los colores de las sombras de abajo, e incluso entre las peque?as grietas de luz, sus ojos agudos captaban las r¨¢pidas rayas de oscuridad que comulgaban justo encima de ella. Como imaginaba, la estaban siguiendo. Mirando hacia arriba, se dio cuenta de que los camaleones avanzaban sin esfuerzo de rama en rama mientras la segu¨ªan, con una velocidad notablemente mayor. No s¨®lo la segu¨ªan a ella. Se estaban agrupando m¨¢s adelante. En cuanto se dio cuenta del posible obst¨¢culo a su plan desordenado, Eclipse comenz¨® a deslizarse entre los distintos ¨¢rboles, desorientando su posici¨®n o destino finito. Incluso con Emris colgada a su espalda, su velocidad estaba lejos de ser risible. La adrenalina que una vez sinti¨® cuando era m¨¢s joven se derram¨® en sus venas, d¨¢ndole la fuerza para seguir adelante m¨¢s all¨¢ de sus l¨ªmites f¨ªsicos, lo que sin duda representar¨ªa un problema para los Vigilantes del lugar que una vez llam¨® "santuario". La idea le mord¨ªa el coraz¨®n, pero el exilio ya hab¨ªa superado el punto de retorno, y ni una sola vez se le pas¨® por la cabeza la idea de ceder. Ya no. Incluso con sus impresionantes esfuerzos, descubri¨® que su salida se estrechaba m¨¢s a cada segundo. Con su horizonte de esperanza casi bloqueado, Eclipse sab¨ªa que tendr¨ªa que abrirse paso con fuerza bruta. Como el ¨²ltimo muro que ensombrec¨ªa su libertad, una vez m¨¢s se abrir¨ªa paso, por ¨²ltima vez. Con esto, cerr¨® los ojos, y abraz¨® sus sentidos. En la calma de su mente, se sinti¨® en paz. Sus piernas empezaban a arder, pero segu¨ªan esprintando. Sus pies, incluso sin sus ojos para guiarlos, la guiaron a trav¨¦s de la imperfecta anatom¨ªa del bosque; saltando sobre rocas, charcos y ra¨ªces expuestas, esquivando palos, arbustos y ¨¢rboles. Y entonces, cuando la calidez de la luz se filtr¨® por los extremos de su visi¨®n, abri¨® los ojos. El sol se asom¨® entre los ¨²ltimos fragmentos de vegetaci¨®n, guiando su camino. Y en la linde del bosque, entre aquellos preciosos rayos de esperanza, se encontraban varios hombres y mujeres diferentes. Gente del pueblo, algunos de los cuales ella reconoc¨ªa, pero ninguno de ellos era verdadero. Un pu?ado de la l¨ªnea amurallada de humanos eran copias exactas unas de otras, que s¨®lo requer¨ªan la anatom¨ªa de un humano para luchar eficazmente, y no ve¨ªan la necesidad de mantener una estructura cre¨ªble. Esta era la verdadera naturaleza y capacidad de los camaleones. Copiar los atributos f¨ªsicos y las apariencias de aquellos a los que han visto, incluso forjando ropas falsas de piel que se ajustaban perfectamente a la de la persona original. Un imitador hasta la m¨¦dula. El grupo estaba hombro con hombro, sus manos carec¨ªan de armas. En su lugar, llevaban garras naturales que atravesaban su, por otra parte, perfecto rostro, dot¨¢ndoles de las herramientas que necesitaban para sobrevivir. Los camaleones no eran criaturas de batalla, pero eran temibles cazadores y, si estaban en su nicho, pod¨ªan convertirse en eficaces combatientes si era necesario. Al ver el muro de asesinos que ten¨ªa delante, casi sonri¨®. S¨ª... pens¨®. Esto es lo que faltaba entonces. A pesar del peligro evidente y presente, sigui¨® corriendo hacia adelante, sacando sus garras artificiales de sus guanteletes una vez m¨¢s. Un riesgo tan grande... Qu¨¦ estimulante. Manejar sus armas incluso cuando los miembros colgaban de sus axilas ser¨ªa sin duda un reto, y estaba euf¨®rica por ver hasta qu¨¦ punto sus habilidades pod¨ªan impresionarla esta vez. Con la determinaci¨®n que le caracterizaba en cada uno de sus pasos, se agach¨® antes de lanzarse hacia sus aliados convertidos en enemigos. El muro de su libertad, para ser destrozado por sus propias manos... Qu¨¦ simb¨®lico ser¨ªa. El recuerdo no debe perderse en la inutilidad. Al ver que se acercaba el primero de sus asaltantes, levant¨® r¨¢pidamente una garra para desviar un tajo entrante, y lo contrarrest¨® con un r¨¢pido zumbido de su segundo juego, desgarrando directamente el pecho y el cuello de la criatura casi sin esfuerzo, liberando sus jugos vitales de color verde azulado de su cuerpo sin parang¨®n, mat¨¢ndola con eficacia y rapidez. Barbaridades como las del Sindicato o los Crimsoneers no ser¨ªan toleradas; no por ella. Si ten¨ªa que matar, especialmente a sus propios parientes, se asegurar¨ªa de que tuvieran un final lo menos doloroso posible. Tal era el respeto que a¨²n sent¨ªa por ellos, por muy retorcido y torcido que fuera ahora. Inmediatamente se dirigi¨® a la siguiente pareja, esta vez lanzando el cuerpo inconsciente de Emris al aire antes de lanzarse sobre ellos, abrum¨¢ndolos con su paso r¨¢pido y sus despiadadas combinaciones de muerte. Antes de que su cuerpo volviera a caer sobre su espalda, ella ya hab¨ªa matado a tres de los cr¨ªptidos, aparentemente no menos capaces para el combate. Sin embargo, el conjunto parec¨ªa dispersarse, ya que una ¨²nica l¨ªnea de los desesperados Cazadores del Bosque segu¨ªa siendo su ¨²nico obst¨¢culo visible, probablemente una t¨¢ctica intencionada para mantenerla dentro. Comprendiendo su fachada, opt¨® por dejar caer el cuerpo del hombre sobre la tierra, observando c¨®mo los camaleones se deslizaban a trav¨¦s de las sombras de las hojas. Al ser sus movimientos lo ¨²nico que pod¨ªa distinguir, Eclipse no ten¨ªa forma de predecir qui¨¦n atacar¨ªa primero. As¨ª que, como si hubiera escupido intencionadamente cada gramo de pensamiento racional aplicable, cerr¨® los ojos y esper¨®, apoyada en su rodilla. Sus sentidos, primordiales para todos menos para uno de sus credos abandonados, la guiar¨ªan y proteger¨ªan del da?o mejor que cualquier ojo com¨²n. Mientras los Cazadores, que cambiaban r¨¢pidamente de posici¨®n, se mov¨ªan a su alrededor, un Camale¨®n se lanz¨® hacia ella desde un ¨¢rbol, acerc¨¢ndose a la velocidad de una flecha. En esa min¨²scula abertura, logr¨® levantar una mano, desviando su ataque con cierta resistencia. Inmediatamente, lanz¨® otra garra, esta vez evadida por la bestia en retirada, que se desvaneci¨® y la acech¨® desde las copas de los ¨¢rboles. Este proceso se repetir¨ªa varias veces, cobr¨¢ndose unas cuantas vidas, as¨ª como dejando de percibir algunos de sus avances, recibiendo el da?o en silencio, sofocando sus gestos de dolor y gemidos cuando la cortaban. Poco a poco, el n¨²mero de personas que atravesaban los ¨¢rboles fue disminuyendo a medida que algunos reconoc¨ªan sus capacidades y optaban por retirarse. En todo este tiempo, no hab¨ªan conseguido robarle ni una sola vez el hombre que yac¨ªa a sus pies. Ella conoc¨ªa bien sus intenciones, y comprend¨ªa su impulsividad. Sab¨ªa que les importaba menos su huida y m¨¢s la recaptura de Emris. Por ello, se mantuvo firme junto a ¨¦l. Hay que admitir que se sinti¨® un poco molesta por el hecho de que su raz¨®n para resistirse ten¨ªa poco que ver con ella. Cuando los cazadores empezaron a comprender que sus esfuerzos no hac¨ªan m¨¢s que destruir sus filas, su n¨²mero pronto se redujo a la nada, ya que incluso los sementales m¨¢s obstinados cedieron ante su abrumadora presencia. La falta de acci¨®n le dio el momento de descanso que necesitaba, sintiendo que la fatiga asolaba sus brazos y su abdomen. Aunque estuviera cansada, no pod¨ªa permitirse el lujo de quedarse. Los refuerzos no tardar¨ªan en llegar, y ella no podr¨ªa defenderse de las tropas m¨¢s orientadas al combate, por no hablar de Minnota o, Dios no lo quiera, de la propia Zylith. Apretando los dientes por su dolor, se ech¨® r¨¢pidamente a Emris sobre los hombros, corriendo hacia la salida, ahora despejada. La luz que se colaba en el bosque era deslumbrante, d¨¢ndole un aspecto celestial. Cuando por fin se separ¨® del bosque, qued¨® expuesta al exterior, sus ojos se escaldaron ante la repentina exposici¨®n a la luz. Pocos ¨¢rboles poblaban el terreno que rodeaba la ciudad, por lo que la ventaja de los Moradores ya no ser¨ªa factible. Sin embargo, sab¨ªa que pod¨ªan alcanzarla. As¨ª que corri¨®. Corri¨® lejos, tan r¨¢pido como sus piernas pod¨ªan llevarla, sin mirar atr¨¢s. Regresar con semejante carga s¨®lo la har¨ªa m¨¢s lenta, as¨ª que opt¨® por arriesgarse mientras segu¨ªa corriendo, con sus m¨²sculos agotados ardiendo bajo su mando. "Santo... Matur... Lo he conseguido", dijo, con la voz entrecortada cuando por fin se fren¨®. Hab¨ªa conseguido algo inconcebible. Tras casi una hora de lucha, escalada, carrera y m¨¢s lucha, por fin hab¨ªa encontrado refugio; ir¨®nicamente en las repulsivas calles de las ciudades lim¨ªtrofes del Centro. Cayendo al suelo, dejando caer al veterano en el proceso, se tom¨® un momento para descansar. Bastante razonable. Sent¨ªa los m¨²sculos de las piernas como si estuvieran ardiendo y le dol¨ªa la espalda por el peso constante que le aplastaba la columna vertebral. "M¨¢s vale que me vea... bien, despu¨¦s de esto... ?uf!", brome¨® para s¨ª misma, gan¨¢ndose algunas miradas de los transe¨²ntes. Mirando a la persona que tanto le cost¨® rescatar mientras dorm¨ªa como un beb¨¦, Eclipse tuvo que recordar mentalmente por qu¨¦ se esforz¨® tanto en salvar a alguien que apenas conoc¨ªa. Por un momento, se pregunt¨® si se hab¨ªa vuelto loca. "Muy bien, alborotador", se ri¨®, dando un r¨¢pido vistazo a la zona para orientarse. En su ¨¦poca de exiliada, se hab¨ªa tomado la libertad de navegar, explorar y conocer la mayor parte de la ciudad, por puro inter¨¦s. Si s¨®lo quisiera sobrevivir, se habr¨ªa limitado a encontrar alg¨²n peque?o claro con animales y a pasar sus d¨ªas en una caba?a. Pero, ?por qu¨¦ hacer s¨®lo eso? Merece la pena arriesgarse un poco si eso significa entender el mundo un poco m¨¢s. Eso es lo que ella cre¨ªa, al menos. Tard¨® unas dos horas en llegar a las instalaciones. Aunque se enorgullec¨ªa de lo serena que se manten¨ªa en las situaciones adversas, no pod¨ªa evitar ponerse nerviosa. El mayor defecto de su ya dudoso plan era la respuesta del Sindicato a sus esfuerzos. Podr¨ªan ser razonables y aceptarla por salvar a un valioso aliado. O bien, podr¨ªan quedarse con el bot¨ªn y matarla a tiros por seguridad. Por rid¨ªculo que parezca, permiti¨® que su vida dependiera de una moneda al aire por una vez. Ya se lo reprochar¨ªa m¨¢s tarde. Mientras atravesaba la mundana ciudad de hormig¨®n, opt¨® por atravesar los atajos menos conocidos, normalmente los de los sucios callejones. Era arriesgado, pero esta hora del d¨ªa era la m¨¢s segura para este tipo de atajos, e incluso en su estado, se consideraba capaz de manejar a unos cuantos matones insignificantes si se sent¨ªa amenazada. Eclipse hab¨ªa pasado por delante de unas cuantas personas en su camino, algunas de las cuales no parec¨ªan ciudadanos respetuosos con la ley. Por otra parte, ella llevaba al azar un cuerpo cubierto de sangre. Ella misma no era el mejor ejemplo. Dicho esto, aparte de unas cuantas miradas inc¨®modas, su paseo fue ininterrumpido -salvo por un ¨²nico incidente, en el que se hab¨ªa cruzado con una banda de cuatro, de los cuales uno era particularmente joven, con el pelo que le colgaba del muslo izquierdo. Al pasar junto a ¨¦l, la sonrisa de dientes de tibur¨®n del chico se ampli¨® al volverse hacia ella, encorvado con su pesada chaqueta. "Ay, chica". Se?al¨® con un dedo corto hacia Emris. "?Lo matas?". Volvi¨¦ndose hacia ¨¦l, sonri¨® diab¨®licamente: "Mhm, quiero comerlo cuando llegue a casa". Sus palabras, tan despreocupadas como eran, convirtieron la larga y enroscada sonrisa del chico en una mueca de estupefacci¨®n, con los dientes a¨²n sobresaliendo de sus labios. Esta reacci¨®n era exactamente lo que ella buscaba, ri¨¦ndose en voz baja para s¨ª misma mientras se alejaba. Sacudiendo la cabeza, Pride grit¨®. "?Eh! Lo digo en serio, ?est¨¢ muerto?" "?Probablemente!", grit¨® ella, doblando la esquina con todo el coraje que pudo reunir. "...Ah, me hubiera gustado una pelea." "Ay, Pride, ese era totalmente uno de esos bergantines, ?no?", pregunt¨® uno de los pandilleros, apoyado en una pared. "S¨¦ que lo he visto antes". "...S¨ª, el tipo mat¨® a algunos de los m¨ªos. Sigui¨® cur¨¢ndose, as¨ª que no me molest¨¦". ?"Healin"? As¨ª que ¨¦l es el Guardi¨¢n..." "?Qu¨¦ demonios est¨¢s diciendo, Luce?", pregunt¨® Pride, gru?endo por su vaguedad. "Estoy diciendo", comenz¨®, escupiendo el cigarrillo de su boca. "Si ese es ¨¦l, no est¨¢ muerto". "No est¨¢ muerto, ?eh?" "No es probable". "?Puedes matarlo?", se pregunt¨®, jugando con uno de sus cuchillos. "Oh, puedes matar a cualquiera, canela. S¨®lo tienes que encontrar lo que lo hace funcionar". Con una mirada de determinaci¨®n juvenil pegada a su cara, la sonrisa caracter¨ªstica de Pride se extendi¨® largamente a trav¨¦s de su tez mientras murmuraba: "?Qu¨¦ le hace funcionar, ah? Su~ure~" Levantando una ceja, un mafioso con brazos atrozmente grandes se rasc¨® la cabeza: "Conozco la mirada de esos ojos, Pride. Est¨¢s maquinando algo feroz. ?Qu¨¦ consigues con ello?" Volvi¨¦ndose hacia el hombre corpulento con esa sonrisa infernal, sus ojos grises asomaron desde el interior de su capucha mientras explicaba: "Ese tipo, Emris. Ayer descubr¨ª que es uno de los perros favoritos de Alpha. Apuesto a que Jasper me dar¨¢ un aumento si le traigo su cabeza". Burl¨¢ndose, el ¨²ltimo de los cuatro, un hombre escu¨¢lido con gafas que hab¨ªa permanecido en silencio hasta entonces, murmur¨®: "Oph, te est¨¢s buscando problemas, jodiendo as¨ª al Guardi¨¢n". "?Est¨¢s simulando por ¨¦l o algo as¨ª, Tez?", pregunt¨® el bruto conocido como Bruce. "No. Ha estado en algunas guerras locas, hermanos". "Hermana", Lucey levant¨® una mano enguantada, rega?ando. "C¨¢llate, Luce". Colocando una mano cautelosa, del tama?o de un ladrillo, sobre los hombros del chico, Bruce pregunt¨®: "?Sigues haci¨¦ndolo, mam¨¢?". Al apartar la mano, Pride sise¨®: "Es ''Pride'', cabr¨®n. Y claro. ¨²ltimamente tengo ganas de cazar leyendas". ? ? ? ? De pie ante el enorme establecimiento, Eclipse sinti¨® deseos de derrumbarse en ese mismo momento. Sus nervios ya se hab¨ªan enfriado, sustituidos por completo por el ineludible cansancio que asolaba cada cent¨ªmetro de su cuerpo. Consiguiendo acercarse lo suficiente a la puerta para que varios soldados salieran a investigar, finalmente se quit¨® de encima el cuerpo de Emris por ¨²ltima vez, antes de caer a la tierra, inconsciente. En apenas un minuto, una multitud de guardias hab¨ªa rodeado a la pareja dormida, reflexionando sobre lo que podr¨ªa haber ocurrido para que un suceso tan extra?o tuviera lugar tan repentinamente. Los m¨¦dicos llegaron para escoltarlos en camillas con ruedas, acompa?ados por una Fely terriblemente preocupada y un Alfa aliviado, que sobresal¨ªa como un pulgar dolorido entre la gente com¨²n. "Och... Sab¨ªa que algo extra?o estaba en marcha. Me atrevo a decir que Emris se hace notar, sobre todo por la noche. Que se encuentre con el silencio... una verruga preocupante debo haber parecido", admiti¨® Alpha, alegr¨¢ndose de sus propios episodios paranoicos. No mostrar¨ªa tan humildes inquietudes a sus subordinados, pero no ment¨ªa. De hecho, Emris sol¨ªa encontrarse con ¨¦l al menos una vez durante el d¨ªa, a menos que se hubiera ido a otro pa¨ªs en sus travesuras. Pero aun as¨ª, le habr¨ªan informado. "Estoy bastante seguro de que la persona que lo entreg¨® es un Morador... ??Qu¨¦ ha pasado?! Y en un momento como este, cuando m¨¢s se le necesita..." "S¨ª, me irrita a m¨ª y a mi curiosidad, como m¨ªnimo", expres¨® el Jefe de los Hombres su frustraci¨®n, resoplando. No pod¨ªa echarle toda la culpa a ¨¦l, pero comprend¨ªa que esto deb¨ªa de ser en parte debido a su falta de pensamiento racional. El rey se cruz¨® de brazos, pensativo: "Corvus y Erica est¨¢n todav¨ªa en Dios sabe d¨®nde, tambi¨¦n. Y pensar que justo ma?ana por la noche se va a desatar el infierno..." Mirando a Alfa con aire de preocupaci¨®n, Fely se llev¨® las manos al pecho, como si estuviera rezando. "?A¨²n crees que tenemos una oportunidad?". Mirando de nuevo al doctor, Alpha sonri¨®, cerrando los ojos: "Como orgulloso gobernante de esta organizaci¨®n, me inclino a decir que estamos destinados a ganar. Pero si nuestras probabilidades son tan bajas con Yanksee... "Parece que realmente podr¨ªamos enfrentarnos al mism¨ªsimo infierno, por primera vez en siglos", termin¨® diciendo Fely, suspirando para s¨ª mismo. Capítulo 15: Pecadores entre Pecadores Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 15 Pecadores entre Pecadores La espada del Guardi¨¢n. Un t¨ªtulo entregado desde que el trig¨¦simo segundo Guardi¨¢n pis¨® suelo mortal, concedido a un Celestial tan eficaz con su espada, que ellos y su elecci¨®n bien podr¨ªan llamarse inseparables. Para proteger al Guardi¨¢n, junto a su Arco y su Escudo. Para prestar ayuda cuando las batallas parecen estar en su punto m¨¢s ¨¢lgido, para dar esperanza al individuo encargado de otorgarla entre los innumerables. Este t¨ªtulo -este honor- no era hereditario. El portador de tal habilidad no era elegido por la riqueza, la clase o la sangre. La Espada del Guardi¨¢n pod¨ªa ser el campe¨®n m¨¢s experto de todos los espadachines del mundo, o incluso el m¨¢s humilde de los ni?os que golpean la madera. S¨®lo por el talento y la destreza, la verdadera Espada surg¨ªa, junto a sus hom¨®logas, casi simult¨¢neamente tras el nacimiento del nuevo Guardi¨¢n; como si fuera elegida por la propia Victus para evitar que la joya m¨¢s dura del mundo se rompiera. Ser dotado de tal poder, s¨®lo para terminar en una oscura y deprimente celda encerrado en una pared es m¨¢s que humillante. De hecho, es francamente debilitante. Su cabeza apenas pod¨ªa balancearse mientras se sum¨ªa en sus pensamientos. Corvus hab¨ªa perdido la percepci¨®n del tiempo, y no sab¨ªa si volver¨ªa a ver razonablemente la luz del d¨ªa. Mantenerse aqu¨ª una vez que la guerra hab¨ªa pasado era in¨²til, sobre todo si se corr¨ªa el riesgo que ¨¦l corr¨ªa. Era m¨¢s que probable que estuviera a la espera de ser despedido, a menos que sus aliados pudieran conjurar alg¨²n tipo de trato. Aun as¨ª, cualquier pacto que pudiera hacerse significar¨ªa casi con seguridad la perdici¨®n del Sindicato. Ser debilitados o despojados de recursos... Incluso si repelieran a Yanksee, se encontrar¨ªan cayendo en picado al instante una vez que los rojos los alcanzaran. El Celestial no pod¨ªa aceptar esto. Prefer¨ªa morir aqu¨ª que reducir sus escasas posibilidades a la mitad. Si este era su ¨²ltimo acto de servidumbre a su familia y a sus alianzas, que as¨ª fuera. S¨®lo pod¨ªa desear que su amada estuviera ya all¨ª para reunirse con ¨¦l; por muy desgarrador que fuera ese pensamiento para el hombre alado. S¨®lo pudo quejarse cuando un fuerte estruendo le arrebat¨® sus desesperados pensamientos. Su cabeza se agit¨® reflexivamente en su lugar, detenida por las maquinaciones que lo manten¨ªan inmovilizado. Corvus observ¨® d¨¦bilmente c¨®mo un soldado, cubierto de pies a cabeza con una armadura pesada y disimulada, cerraba la puerta tras de s¨ª antes de acercarse al ¨¢ngel en silencio. Sinceramente, ten¨ªa la mitad de las ganas de esperar que le dispararan all¨ª mismo. Pero, por desgracia, el agente sac¨® un dispositivo de su bolsillo y puls¨® un bot¨®n que deshizo las grandes ataduras que sujetaban sus piernas, su pecho y su cuello. A continuaci¨®n, se acerc¨® a sus r¨ªgidas esposas, desconectando la pesada pieza de la pared. En cuanto se liber¨® su cuerpo, el Celestial se desplom¨® hacia delante. Su cuerpo hab¨ªa sido inmovilizado de una manera tan espantosa que todo su cuerpo le dol¨ªa, neg¨¢ndose a obedecer. Agarrando un manubrio incrustado en el tosco dispositivo que le endurec¨ªa las mu?ecas, el guardia arrastr¨® a ese Celestial tambaleante hacia la puerta que hab¨ªa mirado distra¨ªdamente durante las ¨²ltimas horas. "Qu¨¦date quieto", orden¨® r¨¢pidamente el oficial, desbloqueando la puerta ante Corvus, antes de casi cegarlo por el sol de afuera. En su estado de aturdimiento, el guardia no vio ninguna resistencia mientras agarraba mundanamente a Corvus por las esposas y lo lanzaba fuera, cerrando la puerta tras de s¨ª con un fuerte golpe. Con poca ayuda de sus manos atrapadas, Corvus recibi¨® el golpe en la mejilla, la sensaci¨®n de dolor y el sabor de la sangre revitalizaron su estado de entumecimiento. Le cost¨® m¨¢s de lo normal, ya que sus articulaciones se hab¨ªan agarrotado tanto, pero consigui¨® ponerse en pie. Sus ojos se hab¨ªan adaptado y ahora pod¨ªa entender su entorno. Se encontraba en una especie de patio de la prisi¨®n, que se extend¨ªa horizontalmente para cubrir una docena de otras celdas que probablemente conten¨ªan prisioneros afines o tan peligrosos como ¨¦l. Aparte de la extensi¨®n de hormig¨®n, el espacio no ten¨ªa mucho que ver. Su anchura era apenas el doble de la de su celda, y estaba amurallada por una l¨¢mina semitransparente de material endurecido, similar al cristal, que pronto comprendi¨® que estaba fuertemente electrificada. M¨¢s all¨¢ de estas paredes hab¨ªa altas torres de tesla, preparadas para aplicar una descarga letal a cualquiera que pudiera escaparse de alguna manera, haciendo que las alas atadas a su torso fueran a¨²n m¨¢s in¨²tiles. Un dispositivo as¨ª era probablemente el motivo de no necesitar un techo, que daba al sol todo el espacio que necesitaba para cocinar a los que estaban dentro. Observando a los dem¨¢s reclusos, sombr¨ªos y silenciosos, que murmuraban ininteligiblemente en parejas inc¨®modas, Corvus observ¨® que todos llevaban camisetas numeradas en la parte posterior, probablemente para identificar qui¨¦n entraba en cada celda. A pesar de lo deprimente que resultaba presenciar un lugar tan triste, los ojos de Corvus se asomaron m¨¢s all¨¢. Algo estaba mal. Porque entre la peque?a multitud dividida de prisioneros exhaustos y de ojos hundidos, algunos de los cuales hab¨ªan perdido gran parte de su masa muscular y ten¨ªan un aspecto completamente desali?ado, un solo hombre se manten¨ªa erguido, casi regode¨¢ndose de su bienestar al encontrarse justo enfrente del Celestial mientras luc¨ªa una sonrisa encantadora pero preocupante. Su piel parec¨ªa inmaculada en comparaci¨®n con la de sus compa?eros, como si ni siquiera la idea de la guerra le hubiera rozado. Sus dientes, su pelo de color carb¨®n y la forma de su cuerpo parec¨ªan perfectos, ajust¨¢ndose a las proporciones justas de un fino arist¨®crata con los antiest¨¦ticos pu?os y la ropa monocrom¨¢tica que llevaban los dem¨¢s. Para que un hombre as¨ª estuviera en un lugar como ¨¦ste... ?Un pol¨ªtico desfavorecido, quiz¨¢s? El ¨¢ngel se encontr¨® mirando al hombre durante demasiado tiempo, y r¨¢pidamente apart¨® la vista del tipo para captar mejor su entorno. Se acerc¨® a los bordes opuestos a ese hombre, y se encontr¨® con la sencillez de la arquitectura de esta prisi¨®n. Absolutamente aburrida, sin una pizca de entretenimiento disponible. Ni siquiera una pelota. Despu¨¦s de media hora deambulando en c¨ªrculos, Corvus casi se sinti¨® tentado de tocar las paredes electrificadas, aunque s¨®lo fuera para sentir algo. Este acceso exterior estaba claramente dise?ado para evitar el deterioro muscular por estar pegado a esas paredes durante tanto tiempo. La idea de que tendr¨ªa que volver a tales se le hac¨ªa pesada en el est¨®mago, pero otro pensamiento segu¨ªa golpeando su cabeza desde el principio. D¨®nde est¨¢... ?D¨®nde est¨¢ Erica? ?D¨®nde se ha metido esa mocosa tonta? Ella tambi¨¦n fue capturada, ?verdad? ??Entonces d¨®nde est¨¢?! Ten¨ªa la esperanza de que, de alguna manera, al abrir esa puerta, encontrar¨ªa milagrosamente una forma de salir de aqu¨ª, con Erica a cuestas. Y sin embargo, ella no estaba en ninguna parte. Hab¨ªa conseguido esa pizca de libertad que anhelaba hac¨ªa horas, y sin embargo ya estaba insatisfecho. ??Est¨¢ viva?! ??Tengo que golpear la cabeza de uno de esos guardias hasta que me digan?! ??Si les rompo el cr¨¢neo, decidir¨¢n escuchar?! Corvus se encontr¨® golpeando las paredes de la prisi¨®n con sus esposas, sus pensamientos chocando en su mente. S¨®lo... maldito... ?dime...! "Es una forma interesante de intentarlo. Lo admito, no me imaginaba que intentar¨ªas entrar en el local", una voz madura y con humor habl¨® a su lado, estrangulando los pensamientos desesperados del Celestial antes de que se volviera loco por ellos. Girando r¨¢pidamente en su sitio, Corvus mir¨® fijamente al hombre que le hab¨ªa molestado. Ese mismo hombre, que estaba de pie frente a ¨¦l, sin ning¨²n tipo de reparo, justo antes. La visi¨®n del extra?o se?or dej¨® al Celestial sin palabras por un momento, pero independientemente de que el desconocido se hubiera dado cuenta de su incomodidad, continu¨® hablando, apartando la mirada de los confusos ojos del ¨¢ngel, inclin¨¢ndose en guardia con los brazos envueltos detr¨¢s de su propia espalda en una postura formal e inquisitiva. "?Es tentador? No te he visto antes por aqu¨ª. ?Ya has perdido la voluntad?" Su voz era escalofriante, pero llena de preocupaci¨®n. Un desorden de intenci¨®n y entrega, dando la cantidad justa de combustible hacia los nervios de Corvus para armar sus pensamientos con la reacci¨®n. Al notar la tensi¨®n de su cuerpo, el prisionero frunci¨® el ce?o, apartando su cuerpo arqueado del hombre sorprendido. "?Ni una palabra? Estoy decepcionado, pero tendr¨¦ que respetar eso. Ah~ no se puede culpar a un mudo". Dando la vuelta, el parecido al arist¨®crata extendi¨® los brazos a lo lejos y en alto, inhalando el hedor de la prisi¨®n como si fuera un jard¨ªn de rosas. Con el pecho pesado, exhal¨®. "El sabor de la libertad, tan cruelmente burl¨®n encima de nosotros. Divertido, ?no?" Esta vez, Corvus habl¨®. "No s¨¦ c¨®mo estar de acuerdo con eso... ?Qui¨¦n eres t¨², exactamente? ?Tambi¨¦n eres nuevo? Pareces demasiado alegre para este lugar". Soltando una breve carcajada, que crec¨ªa en intensidad como si le contaran el chiste m¨¢s hilarante del mundo, el individuo, ahora extra?o, se volvi¨® hacia el ¨¢ngel, sin mirarle a los ojos: "?T¨² crees? Creo que es un gusto adquirido, aunque s¨®lo llevo aqu¨ª una semana como mucho". Volvi¨¦ndose hacia las paredes de cristal, mirando al mundo parcialmente velado por la piedra como si estuviera admirando el teatro, el recluso respondi¨®: "Ll¨¢mame Noire. Es el mejor nombre que me han dado, dir¨ªa yo". "?Tan bueno es tu nombre de...? No, ?cu¨¢l es tu nombre de nacimiento?", presion¨® Corvus, sinti¨¦ndose cada vez m¨¢s agitado por la naturaleza extra?a de este hombre. "Esa es una buena pregunta, una que me costar¨ªa responder". "Y t¨² has sido nombrado por... ?qui¨¦n?" "?Cielos, toda clase de nombres por toda clase de gente! Algunos m¨¢s felices que otros, dir¨ªa yo~" Noire se dio la vuelta para mirar a Corvus, aparentemente satisfecha por la exhibici¨®n. "Aunque, deber¨ªas saber, preguntar un nombre sin dar el tuyo no es una buena cortes¨ªa". Corvus s¨®lo pudo mirar al tipo, desconcertado. Toda la conversaci¨®n parec¨ªa fuera de lugar, como si no fuera natural. Incluso con un gui¨®n. "Soy..." La Espada dud¨® un momento, todav¨ªa en conflicto. Por lo menos, este individuo no era notorio. Pero, entonces, ?por qu¨¦ se le iba a poner en un confinamiento tan desesperado? No era ni mucho menos la primera vez que visitaba este pa¨ªs, por lo que entend¨ªa que no practicaban ese tipo de encarcelamiento por norma, lo que no hizo m¨¢s que aumentar las sospechas del Celestial mientras observaba al caballero con la mirada perdida. "Soy el Sexto Teniente del Sindicato. Corvus". Para permanecer lo m¨¢s formal posible, el prisionero ang¨¦lico se puso de pie y se inclin¨® a medias, dando al hombre una expresi¨®n divertida. Actuar con tanta autoridad en un lugar como ¨¦ste era, ciertamente, bastante absurdo. "Ya veo... bueno, ciertamente puedo ver por qu¨¦ fuiste arrojado aqu¨ª con los pecadores entre los pecadores. Un miembro del Sindicato... ?tan fascinante!", expres¨® Noire con un entusiasmo no filtrado, como si esperara un regalo. "Bien... ?por qu¨¦ te encerraron aqu¨ª?", pregunt¨® finalmente Corvus, tratando en vano de ignorar la singularidad de este lun¨¢tico. Ser¨ªa injusto decir que este hombre era lo m¨¢s extra?o que hab¨ªa presenciado. Al menos no es el Mago Loco... ?Verdad? Se sacudi¨® esos pensamientos; la m¨¢s extra?a de las rarezas surgi¨® en su mente por un momento fugaz. Pensar que un hombre as¨ª pod¨ªa existir desconcertaba a Corvus incluso hasta el d¨ªa de hoy. "Ah, ?yo? Brujer¨ªa, al parecer", respondi¨® Noire con despreocupaci¨®n, sonriendo ampliamente antes de inclinar su cuerpo hacia adelante para observar la espalda del ¨¢ngel, revelando sus alas plegadas. El acto oblig¨® a Corvus a retroceder, lanz¨¢ndose hacia un lado mientras casi golpeaba la cara del prisionero con las esposas. Se necesit¨® una gran fuerza de voluntad para no hacerlo, a pesar de todo, pero Corvus no era de los que se ponen violentos. A decir verdad, s¨®lo deseaba ense?ar a sus hijos a no ver con violencia. Desear que un mundo as¨ª no se cortara ante su ingenuidad tampoco se quedaba corto. Con una risa despectiva, Noire se enderez¨® con renovado inter¨¦s. "Un Celestial, ya veo". "Mira, te voy a ser sincero, me est¨¢s poniendo los pelos de punta y yo tengo fama de ser tranquilo", admiti¨® Corvus, poniendo las pesadas esposas que llevaba entre ellos. "?Oh? ?Entonces no habr¨¢ nada que esperar cuando te diga que no nos quedamos aqu¨ª?" "?Qu¨¦...?" Corvus volvi¨® a ser cauteloso, escuchando con atenci¨®n las siguientes palabras que se deslizaban de los labios del hombre exultante, pero tranquilo. Y c¨®mo le pes¨® en el est¨®mago que se confirmaran sus anteriores preocupaciones.This novel''s true home is a different platform. Support the author by finding it there. "El bloque se ha llenado y habr¨¢ que limpiarlo. As¨ª que en lugar de perder el tiempo con un mont¨®n de escoria in¨²til, nos purgar¨¢n pronto". "No entiendo... ?por qu¨¦ nos mantienen aqu¨ª en primer lugar si est¨¢n...?" "El rescate, por supuesto. El lote que cae tras estas rejas suele valer un buen dinero vivo~" "?Y se arriesgar¨¢n a un brote, nada menos que en sus ciudades, por dinero?", pregunt¨® Corvus, desconcertado. Con la misma sonrisa de clase, como si estuviera a punto de burlarse de la ingenuidad de un plebeyo, Noire levant¨® la mirada hacia el cielo despejado. "Mm. As¨ª es la gula y la avaricia de la humanidad. Deplorable, ?no crees?" El Celestial no pudo contener su propia diversi¨®n mientras sonre¨ªa y cerraba los ojos con un suspiro: "Deplorable es una exageraci¨®n, pero s¨ª es inquietante". Inclinando la cabeza y observando a la distra¨ªda Noire con una sutil mirada, Corvus prosigui¨®: "Dicho esto, dudo que vea mi cabeza en la guillotina. Despu¨¦s de todo, soy un activo para la guerra, al igual que mi compa?era". ?"Compa?era"? Estoy dispuesto a adivinar que est¨¢n en la misma situaci¨®n que t¨², cierto? Oh, ?es por eso que estabas tratando de entrar, entonces?" El exc¨¦ntrico caballero dio en el clavo con un solo intento, haciendo que el m¨¢s tranquilo Corvus se sintiera nuevamente desesperado. Pod¨ªa alejar su propia necesidad de vivir, pero dejar que Erica se pudriera ser¨ªa imperdonable. "La mirada de tu rostro lo dice todo, mi amigo Celestial. Oh, qu¨¦ pintoresco es, decir por fin tal cosa!" Con una tranquila excitaci¨®n, Noire mir¨® fijamente al ¨¢ngel con una mirada ilegible para el silencioso espadach¨ªn internamente conflictivo. Esta mirada suya era incomparable con cualquier cosa que la Syndie viera a menudo en un hombre. La m¨¢s extra?a mezcla entre convicci¨®n, euforia y calma, rematada con una pizca de algo m¨¢s indiscernible. Con esta ¨²ltima mirada, el caballero habl¨® con voz baja y tranquila: "Independientemente de su valor, no me refer¨ªa s¨®lo a la purga. Nos iremos pronto. Te sugiero que trates de encontrar una forma de llegar a tu otra mitad cuanto antes, no sea que termines dej¨¢ndola atr¨¢s. Espero trabajar bien con ustedes~" "Ella no es mi..." Con este mensaje de despedida, Noire gir¨® sobre el eje de su tal¨®n, antes de alejarse. Antes de que Corvus pudiera murmurar algo m¨¢s que una queja ahogada, un fuerte zumbido reson¨® en el complejo. Los prisioneros del patio hicieron caso a la campana sin preguntar, aunque algunos lloraron ante la perspectiva. ?Cu¨¢nto tiempo llevaban aqu¨ª, atormentados por esta rutina? "Oye, Syndie", llam¨® una voz desde detr¨¢s del ¨¢ngel, antes de golpear sin piedad su est¨®mago, oblig¨¢ndole a arrodillarse. Con un rifle de asalto en la mano, el soldado fuertemente armado grit¨®: "Se acab¨® el descanso. Vuelve a tu puta celda. Mu¨¦vete". Corvus no ofreci¨® ninguna resistencia mientras lo arrastraban de vuelta a la pared en su bodega, encerrado de nuevo en el mismo sarc¨®fago abierto en el que hab¨ªa sido forzado anteriormente. En el instante en que fue golpeado, hab¨ªa intentado lanzar un hechizo, y se encontr¨® con que su garganta pagaba el precio: se carbonizaba incluso cuando s¨®lo se preparaba para lanzarlo. Evidentemente, las medidas tomadas para evitar m¨¦todos de escape tan obvios. Si Yanksee ten¨ªa algo que admirar, eran sus dise?os innovadores a la hora de enfrentarse a aquellos contra los que normalmente no tendr¨ªan ninguna oportunidad. Un verdadero acto de presa que se convierte en depredador. El ¨¢ngel casi pod¨ªa elogiarlos. Y as¨ª, viendo c¨®mo los ¨²ltimos rayos del sol se colaban por la puerta de rendija que daba al exterior, Corvus cedi¨® incluso a pesar de su dolorosa incomodidad, permitiendo que el sue?o lo sacara de este infierno claustrof¨®bico, aunque s¨®lo fuera para tener m¨¢s posibilidades de encontrar algo ma?ana. ? ? ? ? En la oscuridad de la noche, cuando incluso las ciudades se vuelven silenciosas a medida que sus habitantes se disponen a descansar, una perturbaci¨®n resultaba implacable, haciendo imposible el sue?o. El traqueteo del metal contra el hormig¨®n, los gru?idos y los gemidos de una mujer que lucha y no cede. Un golpe furioso reson¨® en su celda mientras un soldado cansado intentaba desesperadamente imponerse a la muchacha, sin ning¨²n efecto. "?Por la Diosa Victus! ?Pensar¨¢s callar?" No hay respuesta. Ya hab¨ªa gastado suficiente aliento en preguntar d¨®nde estaba Corvus. Su propia libertad ni siquiera le vino a la mente, aunque s¨®lo fuera para liberar a su aliado de toda la vida de sus lejanas ataduras, de las que no conoc¨ªa la ubicaci¨®n. Por lo que ella sab¨ªa, ¨¦l podr¨ªa estar en esta misma prisi¨®n, al igual que podr¨ªa estar en una de las islas dentro de los dominios de Yanksee. Si la distancia a la que estaba retenido era de pies o de millas, ella exig¨ªa saberlo. Pero, por supuesto, los oficiales no cedieron. Los pobres diablos probablemente ni siquiera sab¨ªan de qui¨¦n hablaba, por lo que preguntar no le har¨ªa m¨¢s que perder el tiempo. En su lugar, opt¨® por un enfoque m¨¢s descarado. Sin responder, continu¨® traqueteando y gimiendo, haciendo todo lo posible para aflojar sus ataduras, aunque fuera un poco. Incluso si eso significaba que ser¨ªa golpeada, continuar¨ªa. Aunque eso significara que su progreso se deshiciera, continuar¨ªa. Si todav¨ªa ten¨ªa su cuerpo y su vida, continuar¨ªa. Gimiendo por su falta de respeto, el soldado busc¨® a trompicones las llaves de su celda, luchando contra el cansancio mientras irrump¨ªa en su calabozo con una mirada miserable. Al ver que ella no se deten¨ªa por nada m¨¢s que sus propios objetivos, apret¨® los dientes, antes de darle un pu?etazo en el est¨®mago. Ella retrocedi¨®, el aparato al que estaba confinada limit¨¢ndola. Se agit¨® por un momento, se atragant¨® por el siguiente, y luego mir¨® al oficial y con simpleza le escupi¨® en la cara, para su disgusto. Al limpiar la saliva de su piel con un gru?ido irritado, abofete¨® el rostro sonriente del ¨¢ngel con frustraci¨®n. "?Por qu¨¦ no te rindes, maldita sea!" La abofete¨® una y otra vez. Ella s¨®lo vacil¨® un momento entre cada golpe, mir¨¢ndole con las mejillas amoratadas y una sonrisa de odio. "?Rendirme ante un simpl¨®n como t¨²? No cre¨ª que estuvi¨¦ramos haciendo una comedia¡ª! Agh!" Otro golpe se encontr¨® con su est¨®mago mientras intentaba en vano reprimir su reacci¨®n, dando al pat¨¦tico hombre una pizca de satisfacci¨®n con la que acosarla. Incapaz de defenderse o incluso de apartarse de su asalto, Erica no tuvo m¨¢s remedio que recibir los golpes, incluso si eso significaba escupir bilis y sangre. Si pod¨ªa protestar con cualquier cosa para fastidiarlo, lo har¨ªa, aunque tuviera que utilizar sus propios fluidos como proyectiles. Despu¨¦s de unos minutos, el guardia finalmente se apart¨®, limpiando la suciedad de su armadura lo mejor que pudo. Retrocediendo, admir¨® sus esfuerzos, una sonrisa siniestra se extendi¨® en su jeta mientras el soldado observaba a la mujer jadear, toser y sangrar; habiendo perdido la voluntad de seguir calumniando su nombre en vano. Haciendo crujir sus nudillos, el soldado, ahora totalmente despierto, se acerc¨® a ella una vez m¨¢s, prepar¨¢ndose para otra descarga unilateral. En cambio, un dedo, libre de su guante, acarici¨® su mejilla hinchada. "No debo mentir, se?orita. Es usted una molestia, pero no tienes malas pintas", le felicit¨®, con una mirada maliciosa que se adivinaba a trav¨¦s de su gorro. Levantando su toque hacia su pelo, le dio una caricia a la longitud de su melena rub¨ª, antes de llevar un mech¨®n a sus fosas nasales para olerlo. "No quedas mal para nada..." Gru?¨® ante su perversi¨®n. Era una pena que no se atreviera a acercarse; incluso a pesar del dolor, ella le dar¨ªa un cabezazo a trav¨¦s de su armadura. "Sabes, lo m¨ªnimo que podr¨ªas hacer por ser tan molesta y robarnos el sue?o es callar sobre esto", susurr¨® cruelmente, insatisfecho por la falta de conmoci¨®n en su rostro. Ella segu¨ªa pareciendo igual de feroz, y cuando ¨¦l levant¨® por error ese mismo dedo para tocarle los labios, ella abri¨® sin inmutarse sus fauces, estrangul¨® su cabeza todo lo que le permit¨ªa el collar, antes de envolver con sus dientes todo su dedo ¨ªndice, apretando inmediatamente. La agente grit¨® cuando la extremidad estuvo a punto de ser arrancada de sus articulaciones, y s¨®lo se detuvo cuando ¨¦l se lo arranc¨® de la boca con otro r¨¢pido golpe en el cr¨¢neo. Sangr¨® y la cabeza le dio vueltas, pero mereci¨® la pena s¨®lo por ver la agon¨ªa en la cara del hombre a trav¨¦s de su visi¨®n borrosa. "?Maldita perra! ??Crees que eso es gracioso, ah?! A la mierda con la delicadeza, te voy a hacer llorar, engre¨ªda..." Dirigiendo la otra mano hacia su cuerpo con rabia, sus intenciones s¨®lo se vieron impedidas por el ensordecedor traqueteo de los disparos de un arma, el sonido rebotando en las paredes del confinamiento y asaltando tanto los o¨ªdos del guardia como los del Celestial, haci¨¦ndoles retorcerse en el sitio. La bala se hab¨ªa incrustado en la pared m¨¢s alejada de la celda, aunque s¨®lo cab¨ªa preguntarse si se trataba de un fogueo intencionado o de un aut¨¦ntico acto de venganza contra el autor. Volvi¨¦ndose hacia los barrotes que divid¨ªan su torre¨®n de la prisi¨®n, Erica apret¨® los dientes mientras intentaba mirar a trav¨¦s del zumbido de sus o¨ªdos, encontrando la mirada severa de un hombre de mediana edad vestido con un traje azul oscuro y noble. "Arrogante e inadecuado. ?Te tomas este trabajo en serio?", dijo la cortante voz de la autoridad, infundiendo un sentimiento de absoluto arrepentimiento y temor en el soldado, que inmediatamente salud¨®. "?Se?or As, Adolphus, se?or!" "Responde a mi pregunta". "?S¨ª, se?or, por supuesto, se?or! Estoy eternamente agradecido por mi estatus. Por favor, perdone mis fechor¨ªas". El acosador se arrodill¨® en cuesti¨®n de segundos, sin mostrar ni un ¨¢pice del orgullo y la arrogancia que hab¨ªa mostrado antes. Ser testigo de algo as¨ª confirm¨® los pensamientos de Erica sobre este pa¨ªs. Familiarizado con un lugar que ella conoc¨ªa bien, toda esta ciudad estaba dirigida por la alta autoridad, y era la lealtad disciplinada e inquebrantable y el servilismo como ¨¦ste lo que lo demostraba. Otro pa¨ªs miserable, dirigido por l¨ªderes a¨²n m¨¢s miserables. El ¨¢ngel casi sinti¨® simpat¨ªa por el oficial. Casi. "V¨¢yase a la guarnici¨®n. Si te vuelvo a ver cerca de una hembra dentro de este complejo, considera tu estatus revocado". "?Se?or, gracias se?or!" El oficial se puso en pie inmediatamente, cogiendo su arma y saliendo de la celda lo m¨¢s r¨¢pido posible, sin querer ni siquiera mirar a Erica mientras escapaba vergonzosamente, dejando al noble suspirando desesperadamente para s¨ª mismo. Al entrar en su celda, Adolphus se sent¨® junto a la pared frente a ella, agarr¨¢ndose el pelo en un acto de cansancio. "Te pido disculpas. Si alguna vez un guardia vuelve a hacerte da?o injustamente, por favor, inf¨®rmame la pr¨®xima vez que nos veamos". Exhalando por la nariz, con humor, Erica finalmente volvi¨® a hablar: "Es mucha confianza para alguien como yo. ?Y si miento?" "Esperar¨ªa que, como m¨ªnimo, reservaras tus rencores para aquellos que los merecen. ?Puedo esperar eso de ti, Celestial?", pregunt¨® Adolphus, levantando una ceja mientras la miraba a trav¨¦s de sus dedos. Poniendo los ojos en blanco, Erica dej¨® que su cabeza volviera a tocar el cemento detr¨¢s de ella. "Claro. Si tu raza est¨¢ tan empe?ada en vernos como omni-benevolentes, adelante". "No lo creo. Para ser sincero, no creo en conceptos tan arbitrarios como la benevolencia y la malevolencia. El bien y el mal, la justicia y la injusticia... basar tales simplicidades en algo m¨¢s all¨¢ de la pura locura deber¨ªa ser un pecado por encima de todos". "Entonces, ?por qu¨¦ conf¨ªas en m¨ª? Parece que est¨¢s esquivando la pregunta", desafi¨® la Celestial, estrechando los ojos hacia el hombre hundido. ¨¦l, que se hab¨ªa hecho presente en su vida en un acto de altruismo sin sentido, sin aparentemente ninguna ganancia m¨¢s all¨¢ de su atractivo. "Por decirlo de forma sencilla, yo tampoco tengo mucho aprecio por mis parientes. Hace tiempo que perdieron su valor, as¨ª como toda la fe que puse en ellos cuando llegu¨¦. Un equipo de defensa como el de nuestros militares... qu¨¦ repugnancia me han dado". Con fuego en los ojos, y un rencor inquebrantable, Erica apuntal¨® su cuerpo con orgullo, tan alto como se lo permit¨ªan sus ataduras, y esboz¨® una sonrisa dentada mientras preguntaba: "Entonces, ?no te importar¨¢ el d¨ªa en que quememos a tus ''parientes'' hasta los cimientos despu¨¦s de que atravesemos tus muros? Si crees que no vamos a romperlas, prep¨¢rate para la decepci¨®n. Una vez que esta peque?a disputa termine, lanzaremos un contraataque. Promulgar la guerra con el Sindicato es un suicidio, y tus hombres deber¨ªan haberlo sabido desde el principio. Venceremos, ??me oyes?!" Mirando fijamente el exceso de confianza que desprend¨ªa la muchacha, el noble no tom¨® represalias. Ning¨²n odio o competitividad llenaba su mirada; de hecho, era m¨¢s pasiva que despectiva. Con esto, y quit¨¢ndole la compostura, contest¨® simplemente: "Eso espero. Cuento plenamente con ello. Con suerte, entonces, acabar¨¢s con los l¨ªderes in¨²tiles que tenemos, y as¨ª podremos reemplazarlos. Los viejos y los d¨¦biles son tan valiosos como los corderos, y si alguna vez intentan liderarnos, se encontrar¨¢n pastoreados al matadero". Con una sonrisa impropia de un noble, Adolphus se levant¨® con una peque?a sonrisa, apartando sus finos y negros cabellos de los ojos. "Tal es el verdadero significado de la selecci¨®n natural, ?no est¨¢s de acuerdo?", pregunt¨®, su voz sabia pero diab¨®licamente seria, manteniendo a¨²n algunos de sus tonos juveniles. Su pregunta silenci¨® a Erica mientras frunc¨ªa el ce?o en se?al de contemplaci¨®n, asombrada por su respuesta. Esperaba que sus palabras despertaran al menos un poco de ira, pero al parecer no hicieron m¨¢s que despertar un sentimiento de esperanza en el hombre. En cierto modo, incluso sinti¨® remordimientos, aunque s¨®lo fuera por su comprensi¨®n de la naturaleza del actual se?or de Yanksee. Aunque no era del todo dictatorial, distaba mucho de ser un hombre de cualidades respetables; optaba por completar despiadadamente sus caprichosos objetivos aunque fuera a costa de los hombres de su propio pa¨ªs. Por muy defectuoso y corrupto que sea, el Sindicato al menos ve¨ªa el valor de los individuos de su ej¨¦rcito, incluso si, en el gran esquema de las cosas, no era m¨¢s que una estratagema para desalentar las estrategias autodestructivas dentro de sus fuerzas que podr¨ªan debilitar los n¨²meros del imperio, en los que se basa. Atrapada en sus pensamientos, Erica no dio una respuesta m¨¢s all¨¢ del silencio. A esto, el hombre considerado como un ''Se?or As'' sacudi¨® la cabeza, dando un paso hacia la muchacha, que r¨¢pidamente recuper¨® la conciencia. "No te sorprendas tanto. Esto no es m¨¢s que el paso del tiempo, que se renueva con nuevos y mejores l¨ªderes. Al fin y al cabo, est¨¢ en nuestra naturaleza adaptarse y mejorar", suspir¨® satisfecho Adolphus, acerc¨¢ndose una vez m¨¢s a la puerta de la celda. Antes de marcharse, le dedic¨® unas palabras que la aturdieron a¨²n m¨¢s, complic¨¢ndole la mente y tranquiliz¨¢ndola finalmente, para gratitud de los oficiales que descansaban. "Ma?ana, los generadores el¨¦ctricos necesitar¨¢n mantenimiento, por lo que nuestros mecanismos de defensa quedar¨¢n desactivados en silencio durante quince minutos a partir de las cuatro en punto. Corvus est¨¢ en el sector 2-C; las cifras est¨¢n marcadas en el suelo de los patios. Aproveche esta oportunidad ahora o perder¨¢s cualquier esperanza de salvarte. Cuento contigo, S¨ªndi. No me decepciones". "?Qu¨¦ consigues con esto?", susurr¨® ella, estupefacta, justo al alcance del o¨ªdo. Cuando la puerta se cerr¨® con estr¨¦pito, Adolphus se asom¨® a la celda con ojos peligrosos y solt¨® una simple frase: "El cambio". Capítulo 16: Dos Pulgadas de Más Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 16 Claridad; Dos Pulgadas de M¨¢s Una conmoci¨®n se hab¨ªa producido en los pasillos de las instalaciones, cuando un adolescente, hirviendo de ira y confusi¨®n sin explotar, irrumpi¨® en la sala. Justo la noche anterior, el Jefe de Medicina hab¨ªa hecho una promesa de la que seguramente se arrepentir¨ªa; la naturaleza de la cual probablemente se espoleaba con la esperanza de ver a los j¨®venes como maravillas ingenuas, que pensaban igual que sus semejantes en cuanto a que consideraban que incluso los descubrimientos m¨¢s anodinos e infructuosos eran de gran magnitud, recompensados socarronamente por sus mayores sarc¨¢sticos o de lengua afilada. Desgraciadamente, tal no fue el caso, pues su hallazgo no pudo ser m¨¢s despiadado para desvelar la naturaleza perversa de las profundidades del iceberg conspirador de la Instalaci¨®n. Incluso los guardias que trabajaban all¨ª, acostumbrados al trabajo infernal al que a menudo no ten¨ªan m¨¢s remedio que someterse durante las horas m¨¢s oscuras, se vieron sorprendidos por la indignaci¨®n del chico, acompa?ado de un asustado Aullador. De hecho, aunque parec¨ªa ciertamente preocupada, no parec¨ªa ni de lejos tan furiosa como Tokken; probablemente debido a su falta de cultura humana. Sin embargo, a pesar de su distancia, incluso un cript¨ªdico de las afueras pod¨ªa comprender el asco y el horror de descubrir el homicidio comunitario de ni?os de edad estricta. El significado detr¨¢s de esto, era el motivo principal para el avance de Tokken. La ¨²nica persona que pod¨ªa esperar al menos responder a tales dudas, era el propio Fely. Despu¨¦s de todo, dijo que responder¨ªa a cualquier pregunta. De camino al pabell¨®n, la pareja se cruz¨® por casualidad con un minotauro agotado; uno que Tokken conoc¨ªa bien. Norman llam¨® al chico, levantando su mano con el hacha para llamar mejor la atenci¨®n del muchacho. "?Ay, buck-o!" grit¨®, interponi¨¦ndose en el camino de Tokken. "?Parece que la has encontrado! ?D¨®nde la has cogido?" Para su sorpresa, el chico se limit¨® a pasar por delante del minotauro, ignorando sus palabras mientras se mord¨ªa el labio con frustraci¨®n, dejando a la bestia sin palabras y rasc¨¢ndose la cabeza. Cloe apenas consigui¨® lanzarle a Norman una mirada de preocupaci¨®n, antes de que su mirada se desviara, claramente intimidada por su f¨ªsico. Al menos a esto, la bestia de cabeza gruesa comprendi¨® que ahora no era momento de intervenir, por mucho que le molestara darse cuenta. Quiz¨¢ en otra ocasi¨®n, amigo, pens¨® Tokken, esbozando una peque?a sonrisa ante la preocupaci¨®n de su nuevo amigo. Se sent¨ªa muy orgulloso de haberse vuelto tan sociable; al menos, mucho m¨¢s de lo que era antes. Tokken pens¨® en lo orgullosos que podr¨ªan estar sus padres, esperando que ese pensamiento al menos les hiciera sentir algo m¨¢s de emoci¨®n por su p¨¦rdida. Nada. Quiz¨¢ no era el mejor momento para intentar desenterrar sentimientos que tem¨ªa no tener. "Tokken..." consigui¨® murmurar Cloe, sin que la adolescente marchosa la oyera. La forma en que caminaba era muy falsa. Para ella era descaradamente obvio que el chico hab¨ªa experimentado frustraci¨®n de cualquier tipo pocas veces en la vida, y casi parec¨ªa intentar imitar la forma en que esperar¨ªa que la gente actuara en tales circunstancias. En cierto modo, el Aullador se encontr¨® con sus ojos. Otra raz¨®n m¨¢s para quedarse y convertirlo en un hombre mejor, al parecer. ?Desde cu¨¢ndo era tan cari?osa con los conocidos? Fely dio un salto en su asiento cuando la puerta se abri¨® de golpe, y el televisor de su habitaci¨®n se apag¨® inmediatamente. Esta vez, Tokken estaba seguro de haberlo visto. Pero preguntar ahora no era apropiado. No con lo que hab¨ªa descubierto. Al darse la vuelta, la cara de asombro de Fely se afloj¨® un poco al recordar el rostro del chico conocido, con el sudor en su propia frente. "O-Oh mi... ?es bueno verlos a los dos de nuevo! Tan pronto, adem¨¢s... ?Se trata de una consulta? Me disculpo, pero estoy muy ocupado en este momento. Tal vez si usted programa..." Sus r¨¢pidos desplantes terminaron r¨¢pidamente cuando Tokken golpe¨® su pie contra la mesa, gan¨¢ndose un grito ahogado del Jefe. Con una mirada fr¨ªa y severa, el adolescente pregunt¨®: "Dijiste que responder¨ªas a cualquier duda, ?verdad?". Con los ojos ligeramente abiertos, el amable hombre se removi¨® en su sitio, confirmando la pregunta del chico. "Pues s¨ª, por supuesto. Es lo correcto. Aunque esto parece un poco forzado para tu naturaleza..." Sacudiendo la cabeza, agitado, Tokken se tir¨® del pelo mientras se excusaba: "Ack- ?Lo s¨¦, lo s¨¦! Lo siento, pero no tengo paciencia para escuchar ninguna palabra escurridiza en este momento". Fely sonri¨® con un encogimiento de hombros: "Bueno, est¨¢ bien. No te lo voy a impedir. Vamos, ?por qu¨¦ est¨¢s tan nerviosa?" Asintiendo, Tokken contest¨®. "Es que... bueno, est¨¢bamos paseando por el cementerio, y acabamos de encontrar esto... esto..." El adolescente se detuvo al notar la mirada del m¨¦dico. Estaba guardando visiblemente la compostura, manteniendo esa aura celestial suya e incluso desviando la mirada para conseguir un efecto extra. Y, sin embargo, a trav¨¦s de su semblante, sus ojos ambarinos y dorados le observaban con atenci¨®n. "?Por qu¨¦ esa mirada?", pregunt¨® Tokken, frunciendo las cejas. "?Hm? Oh, lo siento. Tengo la tendencia a sentirme un poco intenso cuando surgen estas curiosidades". A sus ojos cristalinos, los de Tokken respondieron con hostilidad. Por lo que el muchacho sab¨ªa, el doctor lo estaba desafiando, y probablemente estaba tratando de ahuyentar sus preocupaciones, para luego rega?ar al muchacho por meter la nariz donde no debe. Al menos, el estado de paranoia del joven se lo aseguraba. Al notar esa mirada de enojo en sus ojos, Cloe frunci¨® el ce?o, frotando su hocico en su pierna en un intento desesperado por calmarlo. "Entonces esto deber¨ªa ser entretenido para ti, friki". Golpeando con las palmas de las manos sobre su escritorio, Tokken ense?¨® los dientes mientras escup¨ªa: "Mientras d¨¢bamos un paseo por tu monta?a de cad¨¢veres enterrados, nos topamos con un claro lleno de ni?os muertos. Uniformes de ocho a?os, ?al menos una docena de ellos! Todos muertos por la misma causa". Tokken apenas pudo ahogar sus ¨²ltimas palabras, sintiendo que el pavor se acumulaba en su columna vertebral, como un aut¨¦ntico peso que lastraba su alma. Mirando desafiante al doctor, que hab¨ªa perdido su sonrisa por un ce?o afligido, el chico grit¨®: "??Qu¨¦ es el Programa de ¨²ltimo Recurso, eh?!" Respirando hondo y exasperado, Tokken mir¨® con odio al doctor, mientras ¨¦l tambi¨¦n bajaba la cabeza apenado. Tras un terrible silencio, Fely consigui¨® retorcerse entre la respiraci¨®n: "Me temo que... No puedo dec¨ªrselo". Ante esto, Tokken se ri¨®, aunque no por efecto c¨®mico. M¨¢s bien, como un medio desesperado de desahogar su ira: "??Es eso cierto?! ?Ja! Por supuesto. ?Por qu¨¦ los asesinos de ni?os admitir¨ªan sus cr¨ªmenes?" "Tokken, por favor, c¨¢lmate..." Chloe trat¨® una vez m¨¢s de aliviar al chico, los pelos de su pelaje se erizaron mientras se pon¨ªa cada vez m¨¢s ansiosa. Aun as¨ª, el adolescente continu¨® con despreocupaci¨®n. "Cont¨¦stame, monstruo. Las cosas que dicen de este lugar... Se te escap¨® en la reuni¨®n, ?no lo recuerdas? ?Quiero saberlo!", grit¨® Tokken. El m¨¦dico, cuyo estatus superaba al de los innumerables, se qued¨® sentado en un silencio abatido, haciendo una mueca de tranquilidad ante el veneno del adolescente. Al menos, intentar¨ªa salvarse. "No puedo dec¨ªrselo, porque no estoy autorizado a..." "?Y te consideras un m¨¦dico... y sin embargo permites que se produzcan estos asesinatos? ?A qui¨¦n diablos est¨¢s salvando realmente?" Tokken volvi¨® a alzar la voz en respuesta, golpeando con sus pu?os la madera. Incapaz de soportar esto por m¨¢s tiempo, el canino mordi¨® ligeramente el tobillo del chico, sac¨¢ndolo finalmente de su estado de enfado. "?Agh! ?Chloe? Vamos, ahora no es el momento!", rega?¨®, clavando un dedo acusador hacia el hundido doctor, que se limit¨® a lucirse en su asiento. "?Esta escoria no puede salirse con la suya!". Inhalando, Cloe tambi¨¦n levant¨® la voz. No lo suficiente como para considerarse un grito, pero s¨ª para dotar a sus palabras de sentido y contundencia: "S¨ª, Tokken. Puede, y lo har¨¢. Madura, ?no? ?No ves que, si realmente quisieran, esta gente podr¨ªa arruinar la tuya?" Sus palabras sacudieron al adolescente, que retrocedi¨® un poco, lo que le vali¨® un suspiro malhumorado al Aullador: "M¨ªralo. ?Crees sinceramente que permitir¨ªa intencionadamente que estas cosas sucedieran sin sentido? ?C¨®mo puedes garantizar que incluso fueron los autores de las mismas?" "?Porque si no lo fueran, me lo contar¨ªa!" "?Y qu¨¦ pasa si, al hacerlo, se condenan a s¨ª mismos?", replic¨® Chloe, mostrando al desconcertado muchacho una mirada que no hab¨ªa dado antes. Una de autoridad estricta y despiadada, pero de orientaci¨®n. Como un padre decepcionado con sus hijos, educ¨¢ndolos de la manera m¨¢s directa posible. "I... ?No puedo aceptar esto!" Tokken intent¨® defenderse, a¨²n luchando una batalla perdida. "Puedes, y lo har¨¢s", ataj¨® el Aullador. "?No puede ser! Van a seguir haci¨¦ndolo! No podemos dejar que m¨¢s ni?os mueran as¨ª!" "Podemos, y lo haremos". "?Maldita sea, Diosa! ?Por qu¨¦ demonios te pones de su lado?" "Porque..." Chloe mir¨® fijamente a los ojos del chico, atravesando sus defensas para mirar al ni?o insolente y d¨¦bil que se escond¨ªa tras esa falsa apariencia. "Siendo quienes somos, ?realmente esperas cambiar algo? Que la gente se pliegue a nuestras palabras de sabidur¨ªa. Que presten atenci¨®n a nuestras ense?anzas y act¨²en en consecuencia. Ser¨ªa bonito, ?no?" "Entonces..." "Pero, vivimos en un mundo de sinraz¨®n. Un mundo en el que s¨®lo se escuchan los que son aclamados, colgados en primera l¨ªnea, mientras que nuestras palabras quedan en segundo plano. Ese es nuestro lugar. No tenemos derecho a actuar como si pudi¨¦ramos cambiar nada; ?hacerlo ser¨ªa de ignorantes!" "As¨ª que tendremos que..." "?Ignorante! ?Tokken, por favor! T¨² mismo lo has visto. ?Realmente, honestamente crees que, contra esos soldados, tenemos la m¨¢s m¨ªnima oportunidad? Somos d¨¦biles, Tokken. Acepta esto o muere, ?no hay alternativa!" Ante sus frases punzantes, el ni?o neg¨® con la cabeza, se tap¨® las orejas y golpe¨® con el pie. Como un ni?o que no quiere escuchar la disciplina de sus padres, desafi¨® sus palabras con un retroceso infantil. La ignorancia. "?Para! ?Para, ahora! ?Prefiero morir creyendo que tuve una oportunidad que marchitarme pensando que nunca la tuve! ?Tal vez en la muerte, incluso un idiota in¨²til como yo puede cambiar algo!" Arroyos de l¨¢grimas ocultados in¨²tilmente por las manos brotaron de los ojos de Tokken mientras sollozaba estas palabras, con la cabeza vol¨¢til en sus movimientos. Fely se levant¨®, con la mano alzada, como si se opusiera a la ri?a entre los dos. Al encontrar un espacio de silencio entre ambos, el m¨¦dico esper¨® y luego habl¨®. "Tienes toda la raz¨®n, Chloe. Tu posici¨®n es, por muy cruel que parezca, in¨²til para hacer el cambio" Ante su despiadada afirmaci¨®n, Cloe encontr¨® una sensaci¨®n punzante, pero c¨¢lida. Como si una duda largamente guardada se hubiera aclarado por fin. "Sin embargo..." intervino Fely, empa?ando esta sensaci¨®n de claridad, as¨ª como la creciente desesperanza de Tokken. "No se puede decir lo mismo de nuestro amigo. Aunque no lo veas, y me duele tanto que nunca hayas podido hacerlo hasta ahora, realmente eres importante para el equilibrio de este mundo lleno de conflictos. Por lo menos, el caos pol¨ªtico dentro de ¨¦l". "?Qu¨¦ est¨¢ tratando de decir...?", pregunt¨® Tokken, con sus ojos hinchados mirando t¨ªmidamente a los magn¨ªficos ojos color caramelo del doctor. Extendiendo una mano, como si quisiera acariciar al muchacho pero se abstuviera de hacerlo, Fely se esforz¨® por hacer que sus palabras fueran comprensibles para el joven. "Mi querido muchacho... Si entendieras aunque sea una fracci¨®n de tu valor, seguramente sonreir¨ªas m¨¢s honestamente. O, al menos, temer¨ªas m¨¢s razonablemente..." Fely sacudi¨® la cabeza al decir esto, dejando caer su brazo extendido hasta la cintura. Antes de que ninguno de los dos confundidos pudiera preguntar, el m¨¦dico se puso una mascarilla quir¨²rgica y un gorro blanco, arregl¨¢ndose la bata mientras continuaba: "Por supuesto, ?c¨®mo podr¨ªa pedirle a usted que entendiera...? Oh, c¨®mo me gustar¨ªa que Insula a¨²n viviera... Sin duda, ella habr¨ªa aclarado mucho esa mente terriblemente nublada que tienes..." Con esto, el doctor se dirigi¨® hacia la puerta, s¨®lo para ser detenido con el implacable agarre del adolescente, deteni¨¦ndolo por la mu?eca. "?A d¨®nde diablos... crees que vas? No has respondido a ninguna de mis preguntas, farsante. ?No me dijiste anoche...?" "Por eso, s¨®lo puedo pedirte que me perdones. Lo siento. Lo siento de verdad", expres¨® Fely, mostrando su remordimiento a trav¨¦s de los sutiles temblores de su labio y los leves crujidos de su voz. Volvi¨¦ndose hacia el Aullador, entrecerr¨® los ojos-. Espero que puedas darle la fuerza que necesita para abrir los ojos. Sinceramente, puede que seas la ¨²ltima persona capaz de hacerlo. Y t¨²", cambi¨® su mirada, enfrent¨¢ndose al desorden tembloroso y parlanch¨ªn que forjaba la complexi¨®n de Tokken. Con una mirada inquietante, y un ce?o severo, Fely dijo: "Sean cuales sean las tentaciones que te condenen, no menciones Last Resort a nadie m¨¢s dentro de las filas de la Instalaci¨®n. No te lo perdonar¨¢n". Al ver salir al Jefe de Medicina, Tokken rechin¨® los dientes, murmurando en voz baja. "S¨ª, como si tuvieran algo que perdonarme". "Tokken, es suficiente", exigi¨® Cloe, dirigiendo al chico una mirada estricta y preocupada. "S¨ª, s¨ª. Realmente me pregunto de qu¨¦ lado est¨¢s..." "El que tenga menos violencia, por supuesto". ? ? ? ? Lo primero que vieron sus ojos penetrantes fue el techo opaco y pintado de las numerosas habitaciones del pabell¨®n, en el que el hombre y su salvador se hab¨ªan guardado al un¨ªsono. Su visi¨®n era borrosa, pero se aclar¨® r¨¢pidamente. Sus m¨²sculos estaban r¨ªgidos, pero se aflojaron lentamente. Su fuerza estaba amortiguada, pero pronto se estimul¨®. Las numerosas heridas que ten¨ªa en su cuerpo se hab¨ªan curado; las m¨¢s profundas dejaban marcas muy tenues a su paso, que se sumaban a las muchas que ya adornaban su cuerpo. Esas heridas b¨¢sicas tendr¨ªan que ser muy profundas para dejar cicatrices notables en su cuerpo, para que se congelaran incluso en su alma.If you spot this narrative on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation. Levantando las manos hacia los ojos, Emris acarici¨® la piel curtida de su rostro, sintiendo que sus sentidos volv¨ªan a ¨¦l tras un largo periodo de adormecimiento. No olvid¨® ni un solo incidente, que manchaba sus pensamientos mientras reflexionaba sobre lo despiadados que pod¨ªan ser esos Moradores, si se les provocaba. Como un nido de avispas, parec¨ªan pac¨ªficos desde lejos. Pero cuando se les provocaba... se desataba el infierno. Con un gemido caracter¨ªstico de su moderada edad, el veterano se levant¨®, dejando que la sangre se dispersara desde su cerebro hasta sus pies, reavivando los saludables latidos de su coraz¨®n. Frot¨¢ndose los ojos, Emris se gir¨® para ver la cama instalada junto a la suya, y vio el cuerpo dormido de Eclipse; su improbable salvador. Sacudiendo la cabeza, Emris no pudo evitar sonre¨ªr. Aunque seguramente la rega?ar¨ªa por esos actos de hero¨ªsmo tan disparatados, abrasivos y peligrosos, y probablemente nunca le mostrar¨ªa una verdadera gratitud, el brigadier se deleit¨® con sus acciones, apreciando sus esfuerzos a trav¨¦s del aire familiar que inhalaba con avidez. La puerta se abri¨®, sacando al hombre de sus tranquilos pensamientos. Un Lypin, acompa?ado de una mujer humana -tambi¨¦n m¨¦dico-, entr¨®, casi capturando la dicha de Emris, que r¨¢pidamente volvi¨® a su actitud de dientes ca¨ªdos. "Buenos d¨ªas, William. Adelaide... ?mierda! ?Esa chica me ha hecho algo mientras estaba durmiendo?" Emris escupi¨® apresuradamente, casi saltando de la cama si llevara ropa. La mujer, vestida con una bata blanca muy parecida a las dem¨¢s, chasque¨® la lengua: "No, claro que no. No tocar¨ªa ese viejo cuerpo tuyo ni con una bala, ni mucho menos con una mano", explic¨®, dura como sol¨ªa ser. Se?alando al conejo humanoide que trabajaba diligentemente en otra taza de caf¨¦, explic¨® con calma: "¨¦l hizo todo el trabajo en ti. De todas formas, en tu caso no fue necesario mucho. Sobre todo arreglamos el perro". "?Oye! Es una chica decente. Gracias a ella estoy vivo", ladr¨® Emris, gan¨¢ndose una sonrisa diab¨®lica de la mujer, a la que claramente le gustaba su condici¨®n de intocable. "?Por qu¨¦ no te casas con ella, entonces?", replic¨® ella, con su burla m¨¢s aguda de lo necesario. "Ya es suficiente acoso, se?orita Roche. Estoy seguro de que el tipo ya ha pasado por bastantes dificultades, ?verdad?", implor¨® William, ajust¨¢ndose torpemente las gafas. ?"Compa?ero"? ?Ja! Bonitas palabras para un hombre de tu edad", se burl¨® Emris de su aliado. Gritando en su sitio, el conejo lanz¨® un dedo en direcci¨®n al brigadista: "?S¨®lo te he defendido, imb¨¦cil! ?Por qu¨¦ me pones en el punto de mira cada vez que respiro?", se quej¨®. Haciendo un chasquido en el cuello, Emris sac¨® una bata de paciente de la mesita de noche y se la puso sobre el cuerpo de forma desordenada antes de levantarse, sin dejar nada indecente a la vista: "Muy bien, median¨ªas. Tengo que ponerme en marcha. No puedo permitirme perder un minuto m¨¢s". "?Aguanta! Te acabas de levantar. ?No vas a explicar al menos lo que te ha pasado?", pregunt¨® Adelaida, acariciando obsesivamente sus largos rizos color avellana. Como si no la hubiera o¨ªdo, Emris chasque¨® los dientes antes de dirigirse a la puerta: "Cuida de la muchacha, ?o¨ªste? Podr¨ªa ser ¨²til. Y la maldita cortes¨ªa com¨²n no nos vendr¨ªa mal". "?Oye! ?Idiota! Estaba hablando contigo hace un momento! Y no voy a hacer de ni?era de tu novia criminal de guerra... ?Oye!" Por desgracia, su divagaci¨®n no fue correspondida por el hombre que tropezaba; ella gru?¨® como una bestia mientras ¨¦l sal¨ªa a trompicones. Podr¨ªa haberle acercado, pero, como dijo, se neg¨® a tocar al viejo diablo, por miedo a su contacto con el cuero. Apoyado en su escritorio con las piernas cruzadas y una risita afectuosa, William agit¨® su taza gratuitamente, murmurando: "Odio decirlo, pero cuando se trata de ese hombre, no hay quien lo pare. Es casi digno de elogio". "S¨ª, si no fuera tan molesto. ?Vicks! Prep¨¢rame una taza, la voy a necesitar", respondi¨® Adelaida, presionando su pulgar en la frente con frustraci¨®n. "?Hmhm, por supuesto! El caf¨¦ arregla todas las nimiedades", respondi¨® William, sonriendo para s¨ª mismo -claramente encaprichado con la humeante bebida. Sirvi¨¦ndole una taza, la tom¨® con gratitud, antes de volver a mirar a la mujer que descansaba en la cama restante. Apoyando la barbilla en una mano, pregunt¨®: "Entonces, ?qu¨¦ vamos a hacer con esta chica?" Mirando hacia Eclipse, William se limit¨® a encogerse de hombros: "No sabr¨ªa decir. El conejo se levant¨® de nuevo y se acerc¨® a la cama, sent¨¢ndose en una silla junto a ella. Un Morador, yendo tan lejos y arriesgando tanto por una Syndie... ?Qu¨¦ podr¨ªa sacar de esto?" "?Tal vez s¨®lo quer¨ªa ayudar? No lo s¨¦, dudo que llegara tan lejos s¨®lo para espiarnos", reflexion¨® Adelaida. "Adem¨¢s, parece bastante raspada". "Hm, eso es lo que yo tambi¨¦n pens¨¦. Est¨¢ destrozada, por el bien de Victus. Habr¨ªa sido mucho m¨¢s f¨¢cil colarse dentro, en lugar de lanzarse. Tengo que decir que me sorprende que los guardias no le hayan disparado", coment¨® William, cerrando los ojos con una sutil sonrisa. "Eso es al menos una cosa que Alpha ha cambiado para mejor". "S¨ª. Sin embargo, un cambio decente no compensa exactamente el resto", coment¨® la muchacha. "Oh, deja al hombre en paz. Tiene mucho que hacer. Adem¨¢s... -empez¨® William, cort¨¢ndose al tiempo que dirig¨ªa a Adelaida una mirada que ella entend¨ªa bien. "Lo s¨¦, lo s¨¦. Ya tiene bastante estr¨¦s pensando en cu¨¢ndo ser¨¢ sustituido... y por qui¨¦n". ? ? ? ? Emris atraves¨® los amplios pasillos abiertos que se apretaban contra la fachada de la instalaci¨®n; las paredes estaban adornadas con enormes cristales reforzados que permit¨ªan que la luz natural penetrara en su interior. Con la bata m¨¦dica, Emris sinti¨® que su cuerpo era mucho m¨¢s ligero, al no estar limitado por la ropa como sol¨ªa estarlo. Haciendo crujir las articulaciones de sus dedos, se perdi¨® en sus pensamientos, caminando directamente hacia la cafeter¨ªa. Despu¨¦s de todo este infierno, no pod¨ªa esperar a comer algo decente. Le vendr¨ªa bien, ya que su fuerza y su man¨¢ se hab¨ªan puesto a prueba. Por mucho que le gustara perderse en sus travesuras una vez m¨¢s, Emris se encontr¨® envuelto en un maremoto de conflictos tanto internos como externos. No hab¨ªa forma de que su conciencia lo mantuviera eficiente si segu¨ªa pensando en la desgracia a la que hab¨ªa sucumbido Xavier. Sin duda, tendr¨ªa que ayudarle antes de entrar en la guerra, no fuera que perdiera la cordura de antemano. Shit¨¦, la guerra... Emris se dio cuenta, sus ojos se abrieron de par en par y su expresi¨®n se encogi¨®. Luchar contra Yanksee estaba lejos de ser apocal¨ªptico, pero no ser¨ªa un paseo. La mera sugerencia de las guerras que vendr¨ªan desvi¨® su mente, pero sobre todo... La verg¨¹enza y el remordimiento que sent¨ªa eran inigualables, aunque se negara a mostrarlos a sus subordinados. Al entrar en la cafeter¨ªa, Emris cogi¨® un plato de comida decente, antes de intentar localizar un asiento entre los numerosos grupos de soldados. Sin embargo, en medio del lote hab¨ªa una mesa, rodeada de grupos de individuos variados, con un solo hombre sentado tranquilamente mientras com¨ªa lentamente su almuerzo. Un hombre que Emris conoc¨ªa bien, y que se asombr¨® de ver. Cambiando de rumbo, el veterano se abri¨® paso entre el c¨ªrculo de mesas que parec¨ªa una multitud y se sent¨® frente al hombre, dedic¨¢ndole una sincera sonrisa. "Buenos d¨ªas, Kev. Me sorprende que ya est¨¦s de vuelta", se?al¨® Emris, haciendo un saludo medio en broma. "Podr¨ªas haber dicho algo". "Buenos d¨ªas, camar¨®n. Por un momento cre¨ª que te hab¨ªas olvidado de m¨ª", respondi¨® Kev con humildad pero con sorna. Agitando una mu?eca, Emris pregunt¨®: "?C¨®mo est¨¢ el frente? ?Han perforado ya?" "Ellos ''atravesaron'' un buen tiempo atr¨¢s. La muralla sigue intacta, pero no hay forma de vigilarla de cerca. Est¨¢n manteniendo el avance modesto, pero feroz. S¨®lo me enviaron de vuelta cuando mis hombres empezaron a notar lo cansado que estaba". "?Hab¨¦is dormido algo?", pregunt¨® Emris, acusadoramente. "Ni un gui?o. No he tenido la oportunidad de hacerlo, para ser justos. Alguien tiene que ocuparse del bot¨ªn", brome¨® Kev, ri¨¦ndose para s¨ª mismo. "He o¨ªdo que a ti tampoco te va muy bien". "Ah, tiene raz¨®n, capit¨¢n. Un viejo l¨ªo con los Moradores. Nosotros... tenemos uno de los nuestros, ahora. Espero que la acept¨¦is". Con un movimiento de cabeza y una sonrisa dentada, Kev acus¨® juguetonamente: "La forma en que lo dices me hace creer que te costar¨ªa aceptar un ''no''. ?Una amiga?" "S¨ª, es una chica. Y no jodas con eso, ?s¨ª? Mi vida amorosa est¨¢ completa". Incapaz de objetar, el General se encogi¨® de hombros, volviendo a su comida. Apenas hubo tocado la suya, Emris se llev¨® un dedo a la nariz, visiblemente preocupado. "Tengo tanta mierda con la que lidiar... Me met¨ª con el lote de Xavier, jefe. No directamente, pero yo..." Emris se cort¨®, exhalando por la nariz. "?A qui¨¦n carajo estoy tratando de salvar? I... Creo que lo he hecho, jefe. Creo que hice que mataran a los Zwaarsts". Levantando la cabeza ante las palabras del brigadier, Kev mostr¨® una clara sorpresa, pero ni un ¨¢pice de hostilidad. Por extra?o que parezca, Emris hab¨ªa esperado ver algo de rencor en sus ojos, aunque s¨®lo fuera para ponerlo de nuevo en forma. Tal vez Erica pudiera ayudar con eso. "Me encargaron que sacara informaci¨®n de Yanksee hace una semana o as¨ª. Lo estrope¨¦ todo. Creo que podr¨ªa haber empezado esta mierda un poco antes de lo necesario". "Ya veo... Bueno, al menos no te acusar¨¦ de haber iniciado la guerra. Ha tardado mucho en llegar. Sinceramente, me sorprende que no hayan venido antes; aunque estoy dispuesto a apostar que los Ases le est¨¢n dando un infierno a Ducasse. Sinceramente, me gustar¨ªa que hubieran venido antes". "S¨ª, se?or. Yo tambi¨¦n", murmur¨® Emris, con una voz apenas graznada, golpeada por el dolor. "Brigadier", anunci¨® Kev. "No te enfades ahora. Levante la mirada". Incapaz de negarse a las ¨®rdenes de un superior -un amigo-, Emris levant¨® su taza para encontrarse con los ojos del General, con un aspecto claramente poco impecable. "Cierra los ojos. Respira. Cuenta hasta tres. Sonr¨ªe". "No creo que pueda..." "Cierra los ojos", orden¨® Kev, con una voz autoritaria pero a la vez amable. Emris cumpli¨®. "Respira". Emris respir¨® profundamente y con dificultad, antes de exhalar. "Cuenta hasta tres". El rostro del brigadier pareci¨® perder su tensi¨®n mientras su complexi¨®n se aflojaba, relaj¨¢ndose. Sus ojos, libres de su orgullo, empezaron a humedecerse. "Sonr¨ªe", exigi¨® Kev. En la medida de sus posibilidades, Emris sonri¨®. Y pronto se ri¨® en silencio para s¨ª mismo, como si intentara reprimir sus propias palabras y sentimientos con un ruido autocomplaciente. "Nos vendr¨ªa bien a los dos dar un paseo por los jardines. Estoy seguro de que las amas lo agradecer¨ªan", ofreci¨® el Jefe Militar, con un tono tranquilo. "No, hombre", neg¨® Emris, moqueando para s¨ª mismo incluso mientras intentaba mantener la compostura. "Emris, estamos envejeciendo. Ya no podemos garantizarles ninguna visita. Es lo justo". "He dicho que no, Kev. Me niego a que me vea as¨ª. Ella pensar¨ªa que soy tan pat¨¦tico". "Emris... Luna nunca cambiar¨ªa su percepci¨®n de ti. Siempre estar¨¢ orgullosa de ti, lo sabes", insisti¨® Kev, empujando al hombre hacia delante. A pesar de ello, Emris se levant¨®. "S¨®lo me mostrar¨¦ ante ella cuando lo merezca. Le debo a Xavier mi tiempo", Emris se dio la vuelta, con el plato en la mano. Kev se levant¨®, deteniendo los movimientos de Emris con un pisot¨®n de su bota: "Entonces ve a ayudar a Xavier, si lo consideras oportuno. En cualquier caso, ella siempre te ver¨¢ de la misma manera. Siempre te querr¨¢ con ternura. Espero, por tu bien y el de ella, que lo entiendas". Sin ofrecer otra palabra, Emris se limit¨® a alejarse, con una mezcla de pena, verg¨¹enza y ganas de actuar que animaban su paso; neg¨¢ndose a escuchar siquiera un pasado largamente olvidado. A pesar de ello, Kev no sinti¨® ira ni desaprobaci¨®n por las acciones de Emris. Si acaso, sinti¨® desagrado hacia las circunstancias de su vida y hacia donde le hab¨ªan llevado, incluso en tiempos en los que ning¨²n esfuerzo por su parte podr¨ªa mejorar nada. Ser testigo de c¨®mo un Celestial que en su d¨ªa se mostr¨® feroz y confiado en el fragor de la batalla se iba apagando hasta convertirse en un estado de orgullosa ignorancia y aplastante desesperaci¨®n embot¨® el coraz¨®n de Kev y corroy¨® su voluntad. Si hasta el s¨ªmbolo de la esperanza pod¨ªa desvanecerse, ?a qui¨¦n mirar¨ªan cuando el infierno cayera de los cielos escarlata? Despu¨¦s de guardar su bandeja para limpiarla, Emris se recost¨® contra una pared, agarr¨¢ndose la frente, acabando con su tristeza. Mientras estaba all¨ª, se top¨® con un grupo de cinco soldados, todos embelesados con una conversaci¨®n que hundir¨ªa a¨²n m¨¢s el coraz¨®n del veterano. "?Te has enterado? Parece que han capturado a uno de los brigadas", mencion¨® uno de los soldados, un humano. "?Oh, s¨ª! Mi capit¨¢n le dijo algo sobre eso al coronel Jade. Intent¨¦ conseguir los detalles, pero me pillaron husmeando", confirm¨® un b¨ªpedo con aspecto de lobo, conocido como Wylven. "He o¨ªdo que estaba en Yanksee", a?adi¨® un minotauro. "?Est¨¢s bromeando! ?En serio? ?Yanksee? ?Qu¨¦ estaban haciendo all¨ª?", pregunt¨® otro humano. "Ni idea. Con el aspecto que tienen las cosas, me sorprende que hayan pasado la frontera. Aunque creo que es una Celestial, as¨ª que tiene algo de sentido. Fue con alg¨²n otro Celestial tambi¨¦n. Un espadach¨ªn". "Espera, ?un brigadista celestial? ?No puede ser! ??Se llevaron a Erica?! ??C¨®mo demonios lo han conseguido?!" "En un momento como este... perder a un brigadista -un celestial, nada menos- no va a ayudar en absoluto..." "Lo s¨¦, ?verdad? Qu¨¦ l¨ªo..." "Oy", llam¨® Emris, de pie ante el lote con un semblante tan retorcido y furioso, que los caimanes impulsados por el instinto optar¨ªan por huir. Ante esto, incluso el Minotauro mostr¨® nerviosismo. "?Pasa algo, brigadier Emris?", pregunt¨® el wylven, tratando de mostrar su natural fiereza para impresionar a su superior. "Estabas hablando de una captura. ?Insin¨²as que se llevaron a Erica y a Corvus?", pregunt¨® Emris, con su impaciencia tan clara como el d¨ªa. Una haza?a no demasiado sorprendente, viniendo de este notorio hombre. "?Oh! ?S¨ª, justo en el punto, se?or! Corvus era el nombre del otro", se rasc¨® la cabeza el humano, tratando de disuadir la furia del veterano con un cumplimiento irrestricto. "?Podemos ayudarle?" Cerrando los ojos en se?al de reflexi¨®n, el gru?ido de Emris hizo que su rostro se arrugara a¨²n m¨¢s, mostrando m¨¢s de sus afilados colmillos. De repente, como si estuviera enloquecido, el bergant¨ªn agarr¨® el cuello del humano y lo levant¨® para que lo viera a los ojos; los dientes del mayor rechinaron mientras proclamaba: "Recordar¨¦ tu cara, amigo. Si esta informaci¨®n es inexacta aunque sea por un gramo, te arrastrar¨¦ por el infierno y de vuelta. ??S¨ª?! Con un movimiento nervioso de la cabeza, y los murmullos preocupados de sus colegas mientras todos intentaban en vano calmar al brigadier, Emris dej¨® caer al soldado de nuevo en su asiento antes de alejarse con ira y un prop¨®sito reci¨¦n encontrado en sus ojos. En medio de una clase te¨®rica -una de las escasas acogidas por la m¨ªnima cantidad de m¨¦dicos dispuestos y los oficiales de la corteza superior- dirigida por el mism¨ªsimo brigadier de m¨¢s alto rango, la puerta se abri¨® de repente con una fuerza desmedida; interrumpiendo la clase con su estruendo. La masa de soldados asistentes se volvi¨® hacia la puerta, mientras Xavier segu¨ªa garabateando en la pizarra, sabiendo ya el autor de la intrusi¨®n. Sin siquiera girarse, y con una calma impropia de un hombre afligido... "?Participar¨¢s tambi¨¦n en la lecci¨®n de hoy, Emris?". Exhalando divertido por la nariz, el veterano neg¨® con la cabeza: "No. Dicen que no se pueden ense?ar trucos nuevos a un perro viejo, y yo apelo a ello". Levantando una ceja, Xavier se volvi¨® hacia ¨¦l, sin despecho pero mostrando desprecio por su groser¨ªa. "Entonces, ?qu¨¦ significa esto? Est¨¢s despistando a mis alumnos". "Lo s¨¦. Lo siento, muchachos. Pero, Xavier, tenemos que hablar". "?Sobre mi arrebato quiz¨¢s? Me disculpar¨¦ con usted m¨¢s tarde, ahora no es el momento..." "No, Xavier. He decidido que os ayudar¨¦, siempre que me hagan un favor". Suspirando, el Primer Brigadier mir¨® intensamente a los ojos de Emris, antes de volver a la pizarra, procediendo a escribir. "No requiero ninguna ayuda en este momento, as¨ª que no veo la necesidad". "Xavier", dijo Emris con profundidad, robando intencionadamente la atenci¨®n del profesor, haci¨¦ndole ara?ar la pizarra con la tiza en se?al de frustraci¨®n. "?Qu¨¦ pasa, Emris?" "Te ayudar¨¦ a llegar a Zwaarstrich. Lo siento, pero despu¨¦s de eso estar¨¢s por tu cuenta". Sorprendido por su declaraci¨®n, Xavier respir¨® entrecortadamente mientras su tiza ca¨ªa, se romp¨ªa en el suelo. Su voz se estremeci¨® mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Una sola l¨¢grima se desliz¨® por su mejilla en ese instante, y amortigu¨® sus emociones mientras murmuraba: "Es todo lo que quiero. Y es todo lo que necesitar¨¦". Capítulo 17: Una Excusa para Morir Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 17 Una Excusa para Morir Dos militares con notoriedades muy diferentes caminaban apresuradamente por los pasillos, habiendo salido del aula con notable urgencia. Con los segundos que contaban, perder el tiempo en rasgos filos¨®ficos de la guerra y en las pr¨¢cticas m¨¢s tab¨²es y menos apreciadas que deb¨ªan evitarse parec¨ªa no tener m¨¦rito en comparaci¨®n con la noble causa espoleada por un alcoh¨®lico, de entre todos. Como si la ¨²ltima pieza del rompecabezas hubiera encajado en su sitio, Xavier tom¨® ansiosamente esa pieza y la arrastr¨® con entusiasmo a su tablero, la sala de planificaci¨®n, con la esperanza de finalizar este problema tan urgente. Se cumplir¨ªan todas las condiciones. Por el bien del peque?o pa¨ªs, ten¨ªan que cumplirse. "Oy... No s¨¦ nada de esto, campe¨®n. Nunca me ha gustado mucho la estrategia", implor¨® Emris, rasc¨¢ndose la cabeza mientras caminaba junto a Xavier. "Si quieres prestar ayuda, tendr¨¢s que tener paciencia conmigo. No podemos arriesgarnos", coment¨® Xavier, tratando de ocultar su excitaci¨®n sonrojada. El guerrero parec¨ªa m¨¢s bien un ni?o inquieto por conocer su lugar de vacaciones favorito. "S¨ª, capit¨¢n, s¨®lo recuerda...", record¨® Emris, apretando los dientes. "Los chicos de Yanksee tambi¨¦n necesitan ayuda". "Por supuesto, como acordamos. Me vendr¨ªa bien dar un servicio r¨¢pido a esta instalaci¨®n antes de irme. El Primer Brigadier sonri¨® con cari?o, mirando la cara de confusi¨®n y preocupaci¨®n de Emris. "No bail¨¦is al sol cuando llegu¨¦is, ?vale? Extrae a la gente y sal de ah¨ª". Sacudiendo la cabeza, Xavier se detuvo frente a la puerta destinada, mirando a Emris con una mirada que ni siquiera los ¨¢ngeles podr¨ªan replicar. De pie, con las l¨¢grimas escondidas en sus ojos hinchados, la sonrisa de Xavier no hizo m¨¢s que crecer. "Por favor, Emris. Ambos sabemos que no habr¨¢ tiempo para eso. Es mucho m¨¢s probable que tenga que rechazarlos mientras se abren paso, para que no nos alcancen". "??Qu¨¦?! No, hombre! S¨®lo toma los dingies, ?los dejar¨¢s atr¨¢s!", protest¨® Emris, aturdido por las palabras del siempre recogido oficial. "No habr¨¢ suficientes para poner a la gente a salvo. Tendremos que partir con la propia ca?onera, y ya sabes lo lentas que son esas cosas. Si los Crimsoneers lo alcanzan, lo destrozar¨ªan. Cuando llegue el momento, tendr¨¦ que retenerlos -afirm¨® Xavier, sin mostrar ning¨²n remordimiento ni disgusto por la posibilidad. "??Qu¨¦ demonios est¨¢s diciendo?! ?Entonces haremos tu misi¨®n primero! Os dar¨¢ m¨¢s tiempo para..." "Olv¨ªdalo. Necesitar¨¢s a Corvus y a Erica al m¨¢ximo cuando empiece la guerra", neg¨® el bergant¨ªn, gan¨¢ndose un gru?ido de insatisfacci¨®n del brigadista inferior. "?Maldita sea, campe¨®n! ?Por qu¨¦ aceptas esto?" "Porque...", empez¨® Xavier, apretando una mano contra el pomo de la puerta, "es probable que me llegue la hora en el pr¨®ximo mes, m¨¢s o menos, cuando el infierno vuelva a abrirse paso. Espero que todos pod¨¢is perdonar mi ego¨ªsmo, pero creo que hablo en nombre de todos cuando digo que prefiero morir por mi pueblo, en la tierra en la que me cri¨¦, que ser sometido a la guerra entre la contaminaci¨®n de la sociedad moderna; ser enterrado entre el mar de los difuntos de aqu¨ª, olvidado como un soldado m¨¢s." Con esto, Xavier gir¨® el picaporte, impidiendo cualquier respuesta de la holgazana Emris. Al entrar en la sala de reuniones, todos los que ocupaban la concurrida sala levantaron la cabeza en silencio, cesando sus murmullos. Willow, el brigadista mayor, alz¨® la voz. "Ah, maldita sea. Parece que el hombre milagroso todav¨ªa camina. ?Hab¨¦is resuelto vuestra trifulca? No podemos permitirnos perder el tiempo aqu¨ª", pregunt¨® el mayor de los veteranos, proclamando su impaciencia, y con raz¨®n. "S¨ª, se?or. Yo... todav¨ªa me disculpo por eso. Aunque nunca se lo hice a usted directamente. Ejem, lo siento", respondi¨® Xavier, su nerviosismo se desliz¨® al no poder reprimirlo. Emris se limit¨® a re¨ªrse, acariciando el hombro de Xavier. "Vicks, no tienes remedio con las palabras". "Y se acab¨® el cuento de hadas. ?Podemos volver ya al trabajo?", pidi¨® con brusquedad otro intruso, con los cabellos revueltos por la enorme presi¨®n de su situaci¨®n. Ante su petici¨®n, el Primer Brigadier se inclin¨®. "Por supuesto, aunque tengo buenas noticias. El tercer brigadier Emris..." "Qu¨¦ manera de marcar el estatus ah¨ª...", murmur¨® Emris. "...ha aceptado ayudarnos en la misi¨®n de dominio naval, junto a su pelot¨®n", anunci¨® Xavier, ante la inc¨®moda desaprobaci¨®n del mencionado soldado. "?T¨² qu¨¦? ?Ese tonto borracho? Es m¨¢s probable que hunda las malditas cosas!", exclam¨® Willow, exasperada ante la perspectiva de meter al azaroso hombre en el asunto. Murmullos de preocupaci¨®n y desacuerdo inundaron la sala, Emris respondi¨® con una mirada de reojo y unos cuantos golpes en el pecho. "De acuerdo, c¨¢llate. Soy ruidoso, tengo tendencia a beber y destrozo casi todo lo que toco -empez¨® Emris, gan¨¢ndose una risa burlona y acusadora de Willow-, pero me encargar¨¦ de que el trabajo se haga. Me tomo las cosas en serio cuando se ponen serias, y s¨¦ que hay que compensar el trabajo de un hombre honesto. Lo he meditado, porque no ten¨ªa otra opci¨®n, pero aun as¨ª, he decidido que no soy muy feliz sabiendo que hay un mont¨®n de ni?os en problemas, sea o no mi culpa. Me ha afectado m¨¢s de lo que me gustar¨ªa admitir. As¨ª que no te preocupes. Llevar¨¦ a este hombre a esas costas como es debido. Cuenta con ello -termin¨® el Guardi¨¢n, proclamando sus intenciones con una voz llena de vida y esp¨ªritu, imitando sus a?os m¨¢s j¨®venes y honestos. "Supongo que eso es lo que lo convierte en el Guardi¨¢n... Sin embargo, me gustar¨ªa esperar que no sea s¨®lo un mont¨®n de ladridos", suspir¨® Willow, aclarando su vieja garganta y sacando un dedo autoritario. "Dicho esto, me quedo con la boca abierta cuando digo esto: no puedes joder esto. Esa gente nos necesita m¨¢s de lo que nos necesitar¨¢ durante al menos otra d¨¦cada. Si te equivocas en esto, es como si estuvieran muertos. Y si eso ocurre, ir¨¦ a por ti". "Heh, aye. No te preocupes. No pienso hacer que me persigas cuando te llegue la vejez. No con lo poco que me queda", brome¨® Emris, gan¨¢ndose una risa sincera del anciano, entre las risitas inc¨®modas de algunos otros. "Parece que encajar¨¢ bien, se?or sin alas. Ahora bien, su ayuda tiene un coste", se?al¨® Xavier; un hecho que hizo que varios de los trabajadores gimieran y golpearan sus cabezas contra la mesa. "?Hablas en serio? ?Desde cu¨¢ndo tenemos que pagar para que nuestro Guardi¨¢n haga su trabajo?" "Es una buena causa, y no puede hacerlo solo. Una que podr¨ªa determinar el resultado de las guerras que se avecinan", habl¨® Xavier, acallando sus quejas. "La liberaci¨®n del teniente sexto Corvus y de la brigadista segunda Erica del territorio yanki". Una serie de nuevos murmullos de preocupaci¨®n se filtraron en el ambiente de la sala, inundando de nuevo el espacio con una desesperanza casi risible. Con la mano levantada, un especialista m¨¢s joven se levant¨®, hablando con educaci¨®n de novato. "Si se trata de uno de nuestros mejores brigadistas, tengo que decir que estoy a favor. Dicho esto, ?tendremos tiempo para llevar a cabo esta misi¨®n antes de la extracci¨®n? Ya estamos en una carrera contra el reloj". "Vamos a hacer esto esta noche. Planea llegar aqu¨ª antes de la ma?ana", desliz¨® Emris, haciendo saltar un nudillo. "?Esta noche? Eso es precipitarse un poco, ?no? No estamos hablando exactamente de un asunto dentro de nuestras fronteras". "S¨ª, vamos a necesitar trajes. Har¨¦ que encarguen los m¨ªos lo antes posible", afirm¨® Emris, contrarrestando las preocupaciones del estratega. A su refutaci¨®n, sin embargo, acudi¨® Willow: "No me fiar¨ªa de esas m¨¢quinas m¨¢s de lo que podr¨ªa lanzarlas. No han tenido una puesta a punto decente desde que Hefesto se convirti¨® en Jefe de Armas". "Tendremos que arregl¨¢rnoslas con los regalos que nos han dado. Aunque se desmoronen, perseveraremos" Xavier se mantuvo firme en el plan, con la mirada puesta en un objetivo ahora concebible. "?Incluso si los pedazos de chatarra te destrozan?", pregunt¨® otra dise?adora. "No es la nave la que tiene la culpa, sino la forma de utilizarla. Estas "piezas de chatarra" tienen un valor incalculable para nuestra supervivencia, incluso hasta el d¨ªa de hoy", habl¨® una nueva voz, gan¨¢ndose un grito ahogado de varios de los trabajadores, que se pusieron r¨¢pidamente en posici¨®n de firmes, llev¨¢ndose el pu?o al coraz¨®n en un saludo militarista. "?General!", grit¨® uno. "?Es un honor, se?or!", grit¨® otro, enamorado. "Je, ?est¨¢ usted perdido, capit¨¢n Apex?", se ri¨® Willow, con una sonrisa que se dibuj¨® en su rostro al ver al desgastado hombre, a¨²n recuper¨¢ndose de sus muchos d¨ªas de combate. "En absoluto. De hecho, me gustar¨ªa creer que estoy en el lugar adecuado", sonri¨® Kev, haciendo un saludo para s¨ª mismo. Emris desvi¨® la mirada del hombre, todav¨ªa algo frustrado: "Es agradable ver a tres brigadistas reunidos en un mismo lugar. Casi tan raro como que los Jefes nos agrupemos; me recuerda a los viejos tiempos". "No es precisamente un buen recuerdo...", maull¨® Emris entre dientes espinosos. "No estoy de acuerdo, pero puedo leer una habitaci¨®n lo suficientemente bien a mi edad". El General asinti¨®, levantando una palma de la mano. "Me unir¨¦ a vosotros dos en la misi¨®n de rescate". "??Qu¨¦?! No hagas ninguna tonter¨ªa, ?vale? Ya est¨¢s en un estado bastante malo", afirm¨® el Guardi¨¢n, haciendo honor a su t¨ªtulo, en desacuerdo. Kev estaba destrozado incluso ahora, y como humano, incluso la sugerencia de lanzarlo a una invasi¨®n de tres hombres parecer¨ªa profana. "Por una vez, estoy de acuerdo. No hay ninguna posibilidad de que podamos enviarte all¨ª de forma justificada, ?debes entenderlo!", implor¨® Xavier, su tono comenzaba a tropezar y a flaquear. Mientras otros trabajadores de diversa condici¨®n se quejaban, un solo anciano se limit¨® a negar con la cabeza, manteniendo esa sonrisa socarrona pero familiar. Levantando una mano que muchas veces hab¨ªa silenciado hasta el m¨¢s pesado de los disparos, Willow intervino: "Descansen. Todos deber¨ªais saber que no deb¨¦is subestimar a vuestros superiores; especialmente a uno como ¨¦l. Despu¨¦s de todo, hay una raz¨®n por la que se convirti¨® en el Jefe de los Militares -solt¨® el brigadier, levant¨¢ndose de su asiento una vez m¨¢s para cautivar mejor a su audiencia de colaboradores- Este hombre es el m¨¢s robusto y testarudo que jam¨¢s haya visto. A veces, cuando la muerte estaba asegurada, se escurr¨ªa como un pez entre las manos del bastardo de la Muerte. Lo he visto limpiar las cubiertas de los soldados como si fuera un deporte. Francamente, aunque s¨®lo sea humano, si el pr¨®ximo hombre o mujer que venga no lo hace ni la mitad de bien que ¨¦l, no me quedar¨¦ muy tranquilo. Y por lo que a m¨ª respecta, puedes dejarlos en la guarida del perro". "Oh, por el amor de Dios. Verdadera inspiraci¨®n", espet¨® Emris con sorna, visiblemente molesta por la jactancia. "?Tienes alguna queja, borracho?", desafi¨® Willow, presionando intencionadamente los botones del agresivo hombre. Como respuesta previsible, Emris chasque¨® los dientes y gru?¨®: "?S¨ª! Eres mi subordinado, as¨ª que responder¨¢s ante m¨ª, ?me oyes?" "?Claro! ?Lo siguiente que har¨¢s ser¨¢ pedirle a un anciano que te lave los pies?" "Ya basta, los dos", exigi¨® Kev, reprimiendo m¨ªnimamente su propia risa. "Aprecio su preocupaci¨®n, compa?eros. Pero, como ha dicho el viejo, ya lo he decidido. Adem¨¢s, al menos uno de estos desesperados est¨¢ obligado a estropear sus trajes de alguna manera. Necesitar¨¢n orientaci¨®n". Golpeando con un pu?o el escritorio, Emris arremeti¨® con rabia: "?Puedo sentir tus ojos mir¨¢ndome fijamente, bastardo!" Con una mirada exasperada y divertida, Xavier le dio un pu?etazo en la cabeza a Emris, lo que le vali¨® un gemido del tipo. "Dicho esto, no puedo ayudarle con los asuntos relacionados con Zwaarstrich. Aunque me encantar¨ªa ayudar, me necesitan como cabeza de cartel del campo de batalla", concluy¨® el General con un gesto de disculpa.This story has been unlawfully obtained without the author''s consent. Report any appearances on Amazon. Apretando un pulgar nervioso contra su frente, el Primer Brigadier levant¨® la cabeza, admirando a los numerosos voluntarios que decidieron arrimar el hombro para ayudar a su causa, aunque fuera indirectamente. "No te preocupes por eso. Ya est¨¢s haciendo m¨¢s que suficiente", sonri¨® Xavier. "Entonces, ?ya est¨¢ todo resuelto? ?Podemos ir a hacer nuestro trabajo ahora?" pregunt¨® Willow, levantando una ceja. "S¨ª, tengo que irme. Os ver¨¦ esta noche, monstruos", dijo Emris entre resoplidos, como una hiena, antes de dirigirse a la puerta. El primer brigadier y el general, a los que s¨®lo les separaba un rango, se miraron mientras Emris pasaba a trompicones y compartieron una breve risa fraternal. Con algo de esperanza en su familia y una oportunidad de salvaci¨®n al alcance de la mano, Xavier se sinti¨® mentalmente preparado para las muchas escaramuzas que inevitablemente le esperan. Estaba preparado para que el mism¨ªsimo infierno rompiera el dique de la seguridad prolongada, s¨®lo para bracear a trav¨¦s de sus corrientes condenatorias con una sonrisa a su apreciado nombre. El Campe¨®n del Sindicato. ? ? ? ? Un joven de pelo opaco, que acababa de mancharse con su odioso arrebato, se paseaba sin sentido por la habitaci¨®n que le hab¨ªan asignado, reconstruyendo los ¨²ltimos acontecimientos as¨ª como averiguando c¨®mo abordar la situaci¨®n en cuesti¨®n, todo ello mientras Cloe estaba tumbada boca abajo, con las patas colgando y los ojos cerrados mientras esperaba pacientemente a que el muchacho lo procesara todo. Con una promesa -o m¨¢s bien, una oferta- negada a las pocas horas de haberla hecho, Tokken no se hab¨ªa enterado de su morboso descubrimiento. E, ir¨®nicamente, en ese mismo episodio de falta de claridad, un torrente de renovada angustia abrum¨® los sentidos del adolescente, que se rascaba furiosamente la cabeza mientras segu¨ªa paseando por el recinto de la habitaci¨®n. Cloe observ¨® a Tokken ir de un lado a otro; sus ojos giraban como un reloj. Las paredes se volvieron m¨¢s oscuras e incluso claustrof¨®bicas para el joven. La sensaci¨®n de seguridad que antes sent¨ªa dentro de este lugar, por limitado y desagradable que fuera, era ahora sustituida por la oscuridad y el delirio, lo que pronto hizo que su respiraci¨®n se volviera m¨¢s entrecortada y desesperada. Como si se tratara de un salm¨®n que se tambalea in¨²tilmente atrapado en una red, el p¨¢nico de Tokken se hizo m¨¢s visible, y su cuerpo se empap¨® de sudor ansioso. Chloe se enderez¨®, pero su preocupaci¨®n, que no tard¨® en manifestarse, se vio interrumpida cuando Tokken se dirigi¨® inmediatamente al ba?o, sin preocuparse apenas de desnudarse antes de entrar en la ducha. Por supuesto, sus acciones preocupaban a Chloe. Pero, como su naturaleza social era poco desarrollada e ingenua, no ten¨ªa derecho a creer que su comportamiento era anormal. La humanidad... no, los b¨ªpedos en su conjunto eran tan verdaderamente diferentes de los Aulladores con los que ella creci¨®. Su cultura era tan distinta. Mientras que la sociedad que estos b¨ªpedos constru¨ªan se basaba en el ajetreo del trabajo estructurado, viviendo al lado de innumerables individuos, los Aulladores viv¨ªan mucho m¨¢s aislados. Vidas m¨¢s tranquilas, m¨¢s silenciosas, casi indiferentes. La muerte se ve¨ªa de forma completamente diferente. Los b¨ªpedos lloraban la muerte de sus seres queridos, mientras que los Aulladores, en particular, parec¨ªan casi imperturbables. No se ve¨ªan afectados. Para algunos, incluso podr¨ªa considerarse un regalo de descanso eterno. Los cachorros rara vez lloraban una sola l¨¢grima cuando sus madres pasaban. ?Por qu¨¦ habr¨ªan de hacerlo? Si la madre los criaba bien, los cachorros estar¨ªan preparados para enfrentarse al mundo por s¨ª mismos, para reafirmar el ciclo de su existencia repetitiva. Para no lograr nada ¨²nico. Para enfrentarse a los mismos obst¨¢culos y criar a su camada exactamente de la misma manera, mundana. La personalidad era escasa, ya que todos parec¨ªan un calco de sus antepasados y, por tanto, de los dem¨¢s. Las charlas eran breves y puramente informativas. No hab¨ªa bromas, ni siquiera un discurso casual. Si la charla no ten¨ªa nada de valor para aprender, sencillamente no ten¨ªa lugar. Chloe lo descubri¨®, lo reconoci¨® y lo cuestion¨®. Sus padres ignoraron sus preguntas, por supuesto. Al fin y al cabo, sus preguntas eran infructuosas, y nadie sab¨ªa realmente la respuesta a la vida misma. ?Por qu¨¦ reflexionar sobre una cuesti¨®n irresoluble, cuando ya se ha reconocido como tal? La locura suele definirse como la repetici¨®n de una acci¨®n esperando un resultado diferente. Por tanto, intentar responder a lo irresoluble ser¨ªa una locura. Pero, ?no es la vida como un aullador una locura en s¨ª misma, si se espera que algo cambie? Por supuesto, su familia claramente no ve¨ªa ni esperaba un cambio. Y as¨ª, si Chloe iba a demostrar algo m¨¢s que haber perdido la maldita cabeza, deb¨ªa cambiar sus acciones. Aprender cosas nuevas. Compartir, o al menos intentar compartir conversaciones con la gente, aunque fueran casuales e infructuosas. Descubrir m¨¢s y ver m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites del bosque. El deseo de su vida estaba frente a ella. Pero, ?est¨¢ satisfecha? ?Pod¨ªa y pod¨ªa comprender realmente a estas extra?as criaturas y sus inusuales culturas? ?Podr¨ªa llorar como ellos, cuando sus conocidos murieran? ?Podr¨ªa sentir la gravedad de su ominoso hallazgo, al grado que ¨¦l lo hizo? Incluso en la ducha, Tokken no pod¨ªa distraerse con un lavado. Apretando la cabeza contra la pared lisa con las manos ahuecando la cabeza, Tokken dej¨® que el agua caliente cayera en cascada sobre su espalda mientras las l¨¢grimas de frustraci¨®n abandonaban sus ojos, desahogando por fin sus enfados y temores en el calor de un aire sin voz, acariciado y lleno de vapor. Hab¨ªan pasado varios minutos de este suave toque de agua mientras cada segundo golpeaba como una campana dentro de su mente. Su voz temblorosa disminu¨ªa lentamente a medida que su mente y su cuerpo se calmaban por fin; un ¨²nico y firme pensamiento aparec¨ªa en su mente, desplazando el aparentemente interminable l¨ªo de cables enredados que constitu¨ªan sus constantes andanadas de tonter¨ªas sobrepensadas. Necesito salir de aqu¨ª. Ahora. Antes de que los lobos me atrapen. Al igual que aquella noche, tengo que seguir corriendo, y corriendo, y corriendo... Es una locura que incluso entre los ¨¢ngeles no me sienta tan seguro como cuando estoy con vosotros, miserables campesinos. Oh, c¨®mo os echo de menos. Mi gracia salvadora. Os encontrar¨¦ de nuevo, como vosotros me encontrasteis aquella noche. Y as¨ª, despu¨¦s de ver c¨®mo el agua se escurr¨ªa hipn¨®ticamente junto a sus pies, el chico sali¨® de las duchas, se cubri¨® la piel con una bata blanca y sali¨® del ba?o de nuevo, como si renaciera de su propio impulso. Reformado, pero posiblemente peor. Volvi¨¦ndose hacia Cloe, que estaba en posici¨®n de firmes, Tokken frunci¨® las cejas. ?C¨®mo pod¨ªa hacerle esto? Ella no ha sido m¨¢s que leal a ¨¦l, pero ?era eso realmente una raz¨®n para explotar su naturaleza t¨ªmida e indecisa? Por supuesto, pens¨®. Estoy haciendo esto para protegerla tambi¨¦n. "Chloe", llam¨®, su voz m¨¢s fr¨ªa y desconectada de lo que ella hab¨ªa escuchado antes. Tragando saliva, respondi¨® con un asentimiento inquisitivo. "Es hora de irse". ? ? ? ? Con un resuello nauseabundo, Emris se atragant¨® con su propia saliva al acercarse a la puerta del taller del Jefe de Armas. Hac¨ªa tiempo que no visitaba al hombre en privado, y no le agradaba precisamente la perspectiva. Aunque el viejo gigante estaba lejos de ser intolerable, el propio humor del veterano ser¨ªa seguramente su perdici¨®n. Con un robusto golpe y un movimiento de sus fauces, Emris respir¨® profundamente, escuchando el traqueteo de Hefesto mientras se dirig¨ªa hacia la puerta, obstruido por sus propios trastos. Cuando la vieja y desvencijada puerta se abri¨®, el gigante asom¨® su enorme cabeza para que todos lo vieran, las dos miradas disgustadas y desagradables se encontraron; casi chocando sus expresiones entre s¨ª en una disposici¨®n de desagrado mutuo, con una tolerancia profesional que quedaba como el ¨²ltimo hilo que los manten¨ªa asociados. Ninguno de los dos se odiaba, pero su naturaleza incompatiblemente descontenta garantizaba un resultado tan humor¨ªstico. "?Qu¨¦? ?No ves que estoy ocupado aqu¨ª?", pregunt¨® Hefesto con impaciencia, frot¨¢ndose la espalda dolorida con las palmas del tama?o de una almohada. Chasqueando los dientes con un gesto de desprecio y un gru?ido, Emris lade¨® la cabeza: "No, no puedo ver una mierda a trav¨¦s de una puerta, ?verdad? Estoy aqu¨ª por un traje". "?Qu¨¦ demonios se supone que significa eso? Usa el tuyo", desestim¨® el gigante, tratando de sacudirse el inter¨¦s del brigadista, procediendo a dar un portazo al hombre. Haciendo estallar unos nudillos, Emris meti¨® el pie en la puerta, impidiendo que el herrero le cerrara el paso. "Lo he destrozado". "?Qu¨¦? ?Por qui¨¦n?", exigi¨® Hefesto, golpeando una mano contra la puerta. "?Yanksies! ?D¨¦jame entrar!", ladr¨® Emris. Asom¨¢ndose por la brecha, el Jefe de Armas pregunt¨®: "?Recuperasteis algo de eso?". "Oy, me estoy cansando de esto. Si lo quieres, puedes ir a buscarlo t¨² mismo", grit¨® Emris, que finalmente se opuso a los esfuerzos del gigante y se oblig¨® a entrar en el taller. "?No has guardado nada? Chucho!", le ladr¨® Hefesto, dando espacio al soldado a pesar de su abrasividad. Aunque era un alma templada, el viejo herrero sab¨ªa que no deb¨ªa pelearse con el Guardi¨¢n, por muy marchito que estuviera. "??Quieres que te haga uno nuevo?!" Poniendo los ojos en blanco, la zapatilla de Emris golpe¨® el suelo. "No. S¨®lo consigue una prefabricada y arr¨¦glala". "?Ser¨¢s mi muerte!" "Tiene que ser alguien, ?no?", dispar¨® Emris, cruzando los brazos. "?Lo har¨¦is vosotros? ?O tendr¨¦ que involucrar a Alfa?" "Ghr, j¨®dete. Lo har¨¦, pero me debes sesenta favores por esto", gru?¨® Hefesto, exigiendo una compensaci¨®n. No te debo nada, pero te traer¨¦ una botella de brandy por tu esfuerzo". Echando un vistazo a su alrededor, el veterano se inclin¨® para coger uno de los muchos trastos que hab¨ªa en la habitaci¨®n -una pieza de pecho- antes de arrastrarlo hacia la mesa, dej¨¢ndolo caer de golpe sin importarle los dem¨¢s restos que ya hab¨ªa en su superficie. "?Oi- Oi! ?Qu¨¦ co?o est¨¢s haciendo, gusano?", el gigante se precipit¨® a su lado, desconsolado, mientras la metralla de su obra volaba por la habitaci¨®n. "Empezad pronto. Eres un completo procrastinador, y no puedo permitir que te entretengas. Necesitamos esto pronto; mis compa?eros est¨¢n en peligro", aclar¨® Emris, haci¨¦ndose a un lado para que el gigante se ocupara de su puesto. Frot¨¢ndose -m¨¢s bien rasc¨¢ndose- la piel de la cara, Hefesto tom¨® el equipo en sus manos, antes de arrojarlo a un lado: "He o¨ªdo esa frase docenas de veces, gusano. Y no tienes ni idea de lo que est¨¢s haciendo. Eso era un prototipo. Urgh..." Golpeando la cabeza contra la mesa, el Jefe de Armas espant¨® a Emris, que ya se dirig¨ªa a la salida. "Ahora sal de aqu¨ª. Y cuando est¨¦ hecho, vuelve aqu¨ª y dame las gracias, ?me oyes?" Con una risa engre¨ªda, el brigadier evit¨® al gigante su presencia, cerrando la puerta al salir. En voz baja, murmur¨®: "Claro que s¨ª, amigo", como si su gratitud fuera algo a ocultar por verg¨¹enza. La verdad era que Emris se compadec¨ªa del viejo tonto. Pero su din¨¢mica estaba fijada desde hac¨ªa tiempo, y no deseaba preocupar al gigante actuando fuera de su car¨¢cter. Tampoco a ¨¦l. Si quer¨ªa que hubiera paz entre sus compa?eros, no pod¨ªa dejar caer su actitud de la nada; no sin hacer que unas cuantas docenas se cuestionaran las tendencias suicidas del veterano, o si hab¨ªan sido testigos de un imitador. Por no hablar de lo divertido que pod¨ªa ser, salirse con la suya de esa manera. Pensar en su familia le hac¨ªa sonre¨ªr, aunque la idea de lo que iba a suceder le resultaba a veces abrumadora. "Realmente espero que ninguno de vosotros muera, ya sab¨¦is", murmur¨® Emris, todav¨ªa de pie frente a esa misma puerta. No se dio la vuelta; todav¨ªa no. Una presencia abrumadora parec¨ªa manifestarse detr¨¢s de ¨¦l, y a pesar de la tentaci¨®n, Emris se neg¨® a mirar hacia atr¨¢s. No tanto por miedo a ver algo que jur¨® no creer, sino para no dar a alg¨²n vagabundo la satisfacci¨®n de verlo bajo una luz m¨¢s humilde y sentimental. Y as¨ª, una voz borrosa y lejana reson¨® en sus o¨ªdos. Una voz que, incluso distorsionada por el tiempo, le sonaba tan hermosa. "Si los mantienes a salvo, y te comprometes con tus deberes, no lo har¨¢n nunca. Es diferente si ha llegado su hora, pero no hay nada que puedas hacer al respecto, ?verdad, cari?o?" Una voz de ¨¢ngel. Un verdadero ¨¢ngel. No las patra?as que los celestiales trataban de representarse a s¨ª mismos, motivados por las percepciones del vulgo ignorante, ni los ¨¢ngeles que hac¨ªa tiempo que hab¨ªan muerto o se hab¨ªan corrompido por la influencia del mundo. Con una sonrisa nost¨¢lgica y cari?osa, Emris respir¨® profundamente, mirando ociosamente aquella puerta. "Tienes raz¨®n. Siempre es as¨ª", respondi¨®, y su semblante se suaviz¨®. Ni siquiera los problemas y la culpa que le atormentaban con tanto odio consiguieron endurecer su rostro ablandado. "Pero tengo miedo". "Por supuesto que lo eres, cari?o. Cualquiera lo ser¨ªa", explic¨® aquella voz, que no se acercaba ni disminu¨ªa en la distancia. "Es parte de lo que te hace humana, ?no?". "Creo que no me gusta ser humano", admiti¨® Emris, desahogando sus penas. "No me conviene". "Claro que s¨ª, no seas tonta, querida. S¨®lo que no quieres la carga de trabajo que conlleva. No quiero pillarte de vago, ahora", rega?¨® la Voz, aunque su dulzura ondul¨® en los viejos o¨ªdos de Emris. "Eh, lo s¨¦. Lo siento". "?Emris?". "?Si...?". "?Me visitar¨¢s pronto?". "No hasta que haga bien a Xavier. No quiero que Molly me vea sabiendo que dej¨¦ morir a esa gente". La Voz solt¨® una risita, sus campanadas se sent¨ªan como un n¨¦ctar relajante. "Eso es m¨¢s bien". Inhalando profundamente, Emris sigui¨® divagando, tratando de captar la atenci¨®n de La Voz durante el mayor tiempo posible: "?Crees que esta guerra ser¨¢ la ¨²ltima para m¨ª? Me refiero a los Crimsons. Echo de menos entrenar al chico, as¨ª que estaba pensando que, una vez que est¨¦ listo, los dos podr¨ªamos blandir las viejas espadas durante un tiempo..." A sus preguntas, a sus juguetonas palabras de esperanza y deseo, no lleg¨® ninguna respuesta. En su lugar, un vac¨ªo infundido, como si una brisa fr¨ªa se hubiera llevado lo ¨²ltimo de la calidez del sol que ca¨ªa. Al darse la vuelta, Emris no encontr¨® a nadie detr¨¢s de ¨¦l. Ni un solo soldado caminaba por este tramo de los pasillos, y el origen de La Voz estaba casi perdido para ¨¦l. Por supuesto, nunca esper¨® encontrar sus ojos vigilantes detr¨¢s de ¨¦l. Pero, de alguna manera, deseaba hacerlo. Tal vez entonces se volver¨ªa realmente loco. El d¨ªa pas¨® m¨¢s r¨¢pido de lo habitual para el ansioso, pero confiado tr¨ªo. Un sentimiento que suelen compartir los veteranos, al contrario de la eternidad que experimentan los reclutas antes de enfrentarse a las turbulencias del combate. El d¨ªa transcurri¨® en silencio, casi a sabiendas de los peligros que se avecinaban. Invadir un pa¨ªs no era tarea f¨¢cil, sobre todo al borde de la guerra, cuando el pa¨ªs en cuesti¨®n era posiblemente el m¨¢s vigilado. La decisi¨®n de sacar a los prisioneros de los confines del profundo territorio yanqui no s¨®lo era insensata, sino que rozaba lo suicida. Al menos, tal ser¨ªa el caso si el tr¨ªo estuviera compuesto por cualquier otra persona. Las capacidades de autoconservaci¨®n de Emris eran escasas, pero sus golpes destructivos eran inigualables, paralelos a su posici¨®n de "Guardi¨¢n". Adem¨¢s, gracias a sus habilidades regenerativas, no hab¨ªa que preocuparse cuando el viejo borracho decid¨ªa emprender sus habituales carreras de bombas humanas. Xavier era uno de los m¨¢s capaces del Sindicato; superaba incluso a sus superiores gracias a su equilibrada dieta de proezas m¨¢gicas y f¨ªsicas, combinada con sus reflejos sensatos. Y, por supuesto, el propio General del Sindicato: Kev. Ser humano es, de lejos, su mayor debilidad. Pero lo que le falta en resistencia y capacidad ofensiva, lo compensa con una eficiencia t¨¢ctica incre¨ªblemente precisa y un ingenio r¨¢pido, incluso en el fragor de la batalla. El verdadero capit¨¢n para dirigir el gran acorazado que era el ej¨¦rcito de este orgulloso imperio. Y as¨ª, el Guardi¨¢n, el Campe¨®n y el General se enfrentaron a los fr¨ªos horizontes en serio, observando con tranquilidad c¨®mo el sol ca¨ªa bajo las lejanas monta?as, dando la bienvenida a la azulada oscuridad de la noche. Ataviados con el equipo preparado, los tres elites se saludaron en silencio, y cuando Kev se levant¨® de su silla, con la visera de su casco cerrada, dio un golpe en el coraz¨®n como gesto consagrado de su credo. "Venid, hombres. Iremos en moto. Hacia las fronteras del noreste y m¨¢s all¨¢ ¡ª al territorio de Yanksee!" Capítulo 18: El Campeón; El Guardián; El General Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 18 El Campe¨®n; El Guardi¨¢n; El General Un par de pies acolchados y desprovistos de calzado salpicaron apresuradamente un charco de agua sucia, distorsionando su forma y esparciendo su suciedad por el carril de un solo sentido. Aventurarse por estas calles ya era bastante peligroso, pero m¨¢s lo era la turba de j¨®venes que se acercaba r¨¢pidamente, navegando y atajando su camino mediante impresionantes demostraciones de parkour y rapidez mental; una habilidad adquirida, sin duda, a trav¨¦s de a?os de vivir y depender de estas calles manchadas, vali¨¦ndose principalmente del robo y otras travesuras malintencionadas. Culpar a los j¨®venes ser¨ªa casi injusto; ?c¨®mo iban a sobrevivir en un lugar tan fr¨ªo? El trabajo decente era escaso, y las f¨¢bricas eran conocidas por sus implacables normas, que a menudo provocaban lesiones por la maquinaria no vigilada, enfermedades por el terreno de alimentaci¨®n de bacterias en que se hab¨ªan convertido las profundidades m¨¢s h¨²medas de las refiner¨ªas y, en el peor de los casos, la muerte. Dejando de lado el perd¨®n, el Lypin perseguido estaba comprensiblemente aterrorizado. Ser perseguido de esa manera era un tenue recuerdo de las luchas de sus antepasados con los depredadores, y la falta de oficiales o de gente decente por la noche hac¨ªa que el crimen fuera a¨²n m¨¢s alarmante. Porque si bien el robo era un delito com¨²n, tambi¨¦n lo era la violencia. Una fechor¨ªa menos perdonable, muchos de los erizos m¨¢s frustrados practicaban la violencia como medio para saciar su negada sensaci¨®n de control, tanto por parte de sus propias filas como de las brutalmente eficientes autoridades que durante mucho tiempo eclipsaron a la m¨¢s mansa e intolerante polic¨ªa. De hecho, si hab¨ªa alguien sobre el que incluso los Urchins de clase media ten¨ªan alg¨²n sentimiento de superioridad, era el cuerpo de polic¨ªa de extinci¨®n. Porque ni siquiera ellos se atrev¨ªan a patrullar por la noche, que es cuando m¨¢s se pasean. Como un conejo atrapado en una trampa, el Lypin sinti¨® que su coraz¨®n se hund¨ªa al llegar a un callej¨®n sin salida, gir¨¢ndose para enfrentarse a la media docena de erizos de dientes torcidos y alborotados que hab¨ªan emprendido tal persecuci¨®n. Cada uno de ellos luc¨ªa rostros amenazantes, con sonrisas enfermizas y miradas juguetonas. Algunos de ellos podr¨ªan estar incluso bajo la influencia. La verdad era que hab¨ªa una raz¨®n por la que actuaban de forma tan innecesariamente diab¨®lica. Muchos erizos eran m¨ªseros humanos y, por tanto, no ten¨ªan mucho que intimidar si no era por su reputaci¨®n. Como los piratas, la violencia no era s¨®lo un juego in¨²til para aliviar el estr¨¦s. Hacer da?o a los que no cooperaban daba a los criminales una fuerte reputaci¨®n, que seguramente s¨®lo se fortalecer¨ªa en cada ocasi¨®n. A trav¨¦s de estos medios, quiz¨¢s su pr¨®ximo objetivo no dudar¨ªa en ceder a sus demandas. Al final de la noche, una actuaci¨®n exitosa ten¨ªa en cuenta no s¨®lo las joyas y los billetes saqueados, sino las heridas sufridas. El ingreso en un hospital era una opci¨®n, pero bien podr¨ªa entregarse a las autoridades. El conejo antropom¨®rfico, cuyas orejas levantadas ca¨ªan en se?al de derrota, vio c¨®mo la vida y la muerte brillaban en uno de los inmundos cuchillos del mat¨®n. Ser rozado con tales metales significar¨ªa un desagradable viaje al hospital, si no te mataba antes. Sin embargo, antes de que pudieran comenzar el saqueo, el sonido de una motocicleta que pasaba rozando distrajo a la multitud. Y as¨ª, justo cuando el silencio comenzaba a establecerse de nuevo, una serie de disparos reson¨® en el callej¨®n; todos los ojos se volvieron hacia un hombre en moto, que hab¨ªa dado marcha atr¨¢s hasta la entrada de la oscura calle trasera. Llevaba una armadura completa del Sindicato, un traje Nynx, que ocultaba su rostro. Su sexo s¨®lo se distingu¨ªa por el dise?o del traje, que guardaba un estricto parecido con otros trajes de igual sexo. A trav¨¦s de un dispositivo de distorsi¨®n de la voz, el oficial grit¨®, para p¨¢nico de los criminales. El alivio recorri¨® la espina dorsal del conejo cuando por fin exhal¨® un profundo suspiro, observando c¨®mo los seis erizos se dirig¨ªan r¨¢pidamente hacia la salida, evitando por poco la asertiva figura del soldado, como si temieran ser arrancados del suelo por el s¨²per soldado mec¨¢nicamente mejorado. No hab¨ªa cuerpos, ni sangre, en el mugriento hormig¨®n bajo los pies del Lypin. Los disparos se dirigieron al cielo como salvas de advertencia, lo que dio al conejo una sensaci¨®n de seguridad para salir y dar la bienvenida al aire de la noche una vez m¨¢s, a¨²n temblando mientras lo hac¨ªan. "Gracias, oficial", expres¨® el conejo, la gratitud en su voz goteando de nerviosismo. Adrenalina, probablemente. No todos los d¨ªas te enfrentas a tu creador. Al crujir el cuello a trav¨¦s de su traje, el soldado hizo un ¨²nico gesto con la cabeza, antes de arrancar con la moto. Con suerte, el muy tonto ten¨ªa la mente para dirigirse a casa sin una advertencia. De lo contrario, tendr¨ªan que vivir las consecuencias. La moto de estilo cl¨¢sico rugi¨® al pasar a toda velocidad, alcanzando a un par m¨¢s moderno mientras continuaban su marcha hacia el horizonte. Pasar por las carreteras iluminadas fue una experiencia algo tranquila, aunque las luces deslumbraron un poco al veterano. Los olores crudos de la gasolina y los olores asfixiantes de la neblina permanente que cubr¨ªa el cielo fueron impedidos por la interferencia del traje. Era un hecho algo controvertido que el trabajo mezclado con este aire pod¨ªa provocar desmayos o n¨¢useas, por lo que la protecci¨®n contra el smog era una necesidad inquietante. La toxicidad del aire era, de hecho, la causa de la muerte de al menos unas docenas de individuos m¨¢s comprometidos al a?o, y a menudo reduc¨ªa significativamente la esperanza de vida en la ciudad, especialmente la de los humanos. "?Todo bien?", pregunt¨® Kev, su voz son¨® a trav¨¦s de unos auriculares instalados en el casco. "S¨ª, s¨®lo un poco de perilla. La gente tiene que abrocharse el cintur¨®n de seguridad por la noche, shit¨¦", respondi¨® Emris. "?No hay incidentes? ?Asesinatos?" "No, s¨®lo un grupo de ni?os. Los dej¨¦ libres". "Buen hombre. No esperaba menos de usted", le felicit¨® el General, y los tres dieron un giro hacia la izquierda. La ciudad ten¨ªa una forma algo sim¨¦trica, incluso dentro de su n¨²cleo. Los edificios eran cada vez m¨¢s altos cuando se acercaban al centro, pero el entorno parec¨ªa inmutable, como si cada edificio, cada calle y cada tienda hubieran sido cuidadosamente colocados en su lugar con cierto grado de precisi¨®n. Y con la proximidad de los distritos del este, los malos olores de la transformaci¨®n industrial empezaron a impregnar el aire, afortunadamente enmascarados por el brillo de la tecnolog¨ªa. "?Tomamos el atajo por el noreste?", pregunt¨® el Tercer Brigadier, bajando para hacer un giro brusco. Emris era bastante h¨¢bil con el viejo cacharro, aunque hac¨ªa tiempo que no cog¨ªa su querida moto. "A Betty no le va a gustar la suciedad. Pagar¨¢s por mis neum¨¢ticos". "Es el mejor camino, me temo. Frontside en el este puro est¨¢ en un hervidero en este momento - casi puedo o¨ªr las armas ahora ". Con su destino confirmado, Emris refunfu?¨® por lo bajo, volvi¨¦ndose m¨¢s atrevido en su conducci¨®n. "Bien, bien. Entonces volar¨¦". "Permiso denegado. Tu traje a¨²n necesita ser calibrado; se ver¨¢ sobrepasado", declin¨® Kev, gan¨¢ndose un gru?ido m¨¢s fuerte del gaznate descontento del brigadier. "Bien, pero le estoy dando una vuelta. Parchearla va a llevar un tiempo". Al ver a su antiguo camarada acelerar, s¨®lo para realizar una pl¨¦tora de maniobras y trucos peligrosos que har¨ªan que casi cualquiera le exigiera ser responsable para que no se produjera un incidente, el General no pudo evitar re¨ªrse para s¨ª mismo, volvi¨¦ndose hacia el tercer conductor con curiosidad. Al activar su comunicador una vez m¨¢s, la voz de Kev se infiltr¨® en los pensamientos del Primer Brigadier. "?C¨®mo lo llevas? Est¨¢s callado, soldado". Unos segundos de silencio llenaron el espacio entre ambos, Xavier respondi¨® con un tono algo desenfocado y poco cre¨ªble: "Estoy bien, capit¨¢n Apex. Mis ojos y mis o¨ªdos pertenecen al camino". "Hace tiempo que no conduces, s¨ª. Pero ?est¨¢s seguro?", insisti¨® Kev, tratando de hurgar por ¨²ltima vez en las preocupaciones de Xavier. Aunque sab¨ªa que no deb¨ªa hurgar en los problemas m¨¢s profundos de un hombre, se sent¨ªa obligado a hacerlo como jefe de escuadr¨®n. "Estoy bien, no te preocupes. Por favor, mant¨¦n tu atenci¨®n centrada en el borracho. Me temo que su vida pende de un hilo ahora mismo". Justo cuando lo dijo, las ruedas de Emris patinaron de forma preocupante, logrando el veterano evitar que se estrellara por el viento de su respiraci¨®n. Kev suspir¨® a trav¨¦s de una carcajada madura, decidiendo no prestar demasiada atenci¨®n a ninguno de sus subordinados. El camino que ten¨ªan por delante era largo, y deb¨ªan darse prisa si quer¨ªan pasar la frontera antes del amanecer, cuando evitar el conflicto ser¨ªa pr¨¢cticamente imposible. ? ? ? ? Un silencio penosamente largo se apoder¨® de la habitaci¨®n, mientras Chloe parpadeaba con confusa aprensi¨®n. El adolescente ten¨ªa un aspecto diferente al que ten¨ªa cuando entr¨®. Su ansiedad y estr¨¦s se hab¨ªan transformado en un inquietante semblante de firmeza, con una pizca de preocupaci¨®n, aunque no por ¨¦l mismo. El cuerpo de Tokken ya no estaba encorvado, arqueado o t¨ªmido, sino m¨¢s r¨ªgido y alto, tratando de imponerse a su entorno poco honorable. Mientras el muchacho esperaba su respuesta, se puso unas ropas proporcionadas por el Sindicato para sus trabajadores, sin decir una palabra para no forzar su respuesta. "?Quieres decir... volver al bosque?", pregunt¨® finalmente, con la pregunta atascada en su garganta durante todo el tiempo. Si su respuesta confirmaba sus temores, sab¨ªa que al hacerlo, probablemente perder¨ªa a uno de sus ¨²nicos amigos en mucho tiempo. El tiempo que pasaron en esta instalaci¨®n no fue precisamente agradable, pero al menos, este chico estaba con ella. ?Ser¨ªa el mismo despu¨¦s de todo esto? ?Volver¨ªa a su estado m¨¢s d¨®cil? ?Esa sonrisa pac¨ªfica no era propia de ¨¦l? "S¨ª. No podemos arriesgarnos a quedarnos aqu¨ª", respondi¨® Tokken, con el ce?o fruncido en el rostro del Aullador. "?Pero por qu¨¦? No creo que nos hagan da?o..." "No lo sabemos. Si pueden matar a los ni?os, no me cabe duda de que carecen de moral o de raz¨®n. No quiero quedarme aqu¨ª", expres¨® Tokken, con sus emociones ocultas por un muro de reclusi¨®n y un desprecio turbulento por la Instalaci¨®n. Fue entonces cuando los ojos de Cloe se abrieron de par en par para comprender. La mirada del joven no era de odio, sino de un miedo abrumador. La respuesta de lucha o huida estaba en efecto, y ahora que comprend¨ªa eso, finalmente sinti¨® verdadera l¨¢stima por las acciones desesperadas de Tokken. "Esos ni?os no son lo que te preocupa, ?verdad?", pregunt¨® Chloe, casi call¨¢ndose por su extravagante pregunta. Ni siquiera proces¨® lo que hab¨ªa dicho antes de hacerlo, pero ya era demasiado tarde para retractarse. Tokken le devolvi¨® la mirada, y sus palabras tropezaron como si la insignificante mentira de un ni?o hubiera sido descubierta demasiado repentinamente. "?Qu¨¦? Por supuesto que me preocupa, ?son ni?os, por el amor de Dios!", exclam¨® Tokken, casi ofendido. Al menos, la revelaci¨®n le levant¨® un poco el ¨¢nimo. "Tienes miedo de que te hagan lo mismo", concluy¨® la canina, con una peque?a sonrisa en su rostro. "Sinceramente, ?no crees que tendr¨ªan una raz¨®n para hacer lo que hicieron?". "?Qu¨¦? ?Matando ni?os?" El muchacho frunci¨® las cejas. "?C¨®mo? ?Sent¨ªan un poco de hambre de poder as¨ª que empezaron a matar a algunos ni?os inocentes?" "S¨®lo digo. No les he visto hacer nada demasiado complicado. La gente parece bastante feliz aqu¨ª; ?no crees que deber¨ªas conseguir el contexto primero?" "Si hab¨ªa alg¨²n contexto, ?por qu¨¦ Fely no habl¨® de ello?", desafi¨® Tokken, a lo que Cloe s¨®lo pudo murmurar ininteligiblemente como respuesta. Suspirando, el muchacho continu¨® empacando sus pocas pertenencias, fij¨¢ndose en las hierbas que hab¨ªa recogido d¨ªas atr¨¢s: "Mira, no me siento c¨®modo aqu¨ª. No s¨¦ c¨®mo es realmente esta gente y, francamente, ya me dan bastante miedo. Sabiendo lo que han hecho, y viendo que uno de sus jefes no quiere hablar de ello..." "Te da miedo, ?verdad?", pregunt¨® Chloe, tratando de arrancar suavemente la sinceridad de la boca del joven. Para que se tragara su orgullo y mostrara su humanidad.This novel is published on a different platform. Support the original author by finding the official source. "S¨ª. Me asusta mucho..." admiti¨® finalmente Tokken, para satisfacci¨®n del canino. Volvi¨¦ndose hacia ella, con todas sus pertenencias controladas, le ofreci¨® una mano. "Mi ¨²nica petici¨®n, es que vengas conmigo. No quiero volver a casa solo; dudo que lo consiga". Mirando la mano extendida de Tokken, Cloe hizo un moh¨ªn y volvi¨® a mirar al muchacho con cara de tonta. Y entonces, colocando su pata sobre la palma de ¨¦l... "Por supuesto que ir¨¦ contigo, tonto. No tengo mucho que ganar aqu¨ª, ?verdad? Adem¨¢s, me estoy cansando de todas estas cosas humanas deprimentes". El chico se ri¨® al principio, y luego se ech¨® a re¨ªr suavemente, sec¨¢ndose una l¨¢grima del ojo. Por un momento, la cr¨ªptida podr¨ªa haber jurado que escuch¨® un sollozo ahogado. "En eso puedo estar de acuerdo", dijo Tokken. "Vamos entonces, ?de acuerdo?". Con una sonrisa reconfortante y los ojos cerrados, asinti¨®: "S¨ª, vamos. Creo que ya he tenido suficientes olores humanos por ahora". "?Oye! ?Y yo qu¨¦?", se quej¨® el muchacho, aligerando su tono a un tono que a ella le resultaba c¨®modo. "Tendr¨¦ que hacer excepciones", rebati¨® Chloe, con un peque?o rubor brillando en su rostro. ? ? ? ? "El tiempo estimado de llegada es de 5 minutos", declar¨® la voz autoritaria, a lo que sus subordinados respondieron con una r¨¢pida confirmaci¨®n. Ya hab¨ªan pasado algunas horas, y el sol no tardar¨ªa en aparecer en el horizonte. Acelerando, el tr¨ªo de motoristas continu¨® su carrera a trav¨¦s de las monta?as, habiendo dejado atr¨¢s los vastos monopolios industriales y la maquinaria vital que lat¨ªa en su interior. Los alrededores de esta monta?a ten¨ªan menos ¨¢rboles de los que podr¨ªa tener un bosque, pero aun as¨ª no les faltaba vegetaci¨®n. Se acercaban al territorio en el que los minotauros eran m¨¢s abundantes, y eso pod¨ªa comprobarse por los tocones de ¨¢rboles largamente cortados que yac¨ªan bald¨ªos y viejos con creciente abundancia cuanto m¨¢s se aventuraban hacia el norte. El grupo de monta?as sobre el que se dirig¨ªan era considerablemente alto; la cima m¨¢s alta del grupo estaba oscurecida por una tormenta de nieve que se extend¨ªa indefinidamente. Incrustados en los gigantescos pe?ascos hab¨ªa varios grabados, aberturas y fuentes de luz, que marcaban la residencia definitiva de estos toros talladores de piedra. Alrededor de estas monta?as hab¨ªa caba?as y muros defensivos, donde viv¨ªan y trabajaban los individuos m¨¢s militaristas. Por supuesto, ocultar las motos habr¨ªa sido imposible, incluso si los Sindicatos ten¨ªan la intenci¨®n de ocultar sus movimientos. Por ello, una vez que los veh¨ªculos llegaron a las afueras de la aldea, un pu?ado de los absurdamente musculosos b¨ªpedos se adelantaron, con sus cuernos agrietados y marchitos por el uso, demostrando su experiencia s¨®lo por su apariencia. Las motos se detuvieron antes de que se intercambiaran palabras; el acto de atravesar su reino se hab¨ªa practicado en varias ocasiones antes, hasta el punto de convertirse casi en un ritual. Del pu?ado, s¨®lo dos se acercaron a los motoristas, que a su vez abrieron sus viseras para presentarse. El minotauro, que hizo girar sin esfuerzo su hacha en la mano, habl¨® con una voz grave y grava. "Buenas noches, Syndies. ?No son horas de pasar por aqu¨ª, eh? ?Supongo que esto no es para charlar?" Con una breve risa, Kev neg¨® con la cabeza: "Me temo que no. Tenemos una situaci¨®n bastante..." se gir¨® hacia atr¨¢s, mirando a Emris en particular, que le hizo un gesto de desprecio. "...grave en nuestras manos. Vamos a cruzar la frontera". "Ah, me lo imaginaba. Bueno, pues esc¨²pelo", exigi¨® el toro, con un tono mucho m¨¢s relajado que hostil. Es justo, en realidad. Probablemente ya hab¨ªa participado en este mismo intercambio al menos cien veces. Sin decir nada m¨¢s, Kev meti¨® la mano en las bolsas de su moto y sac¨® dos bandas de la moneda est¨¢ndar de la naci¨®n: el cr¨¦dito. Tras guardar la mercanc¨ªa, los b¨ªpedos se hicieron a un lado, indicando la puerta principal para separarse. Un peque?o grupo de bestias escolt¨® al grupo a trav¨¦s del pueblo, siempre a paso lento. Aunque estaban lejos de ser t¨ªmidos, los minotauros eran notoriamente agresivos, y sus mentes lentas pod¨ªan ser provocadas por cualquier estribo r¨¢pido. Sus estruendosos pasos tampoco eran ninguna broma. El minotauro medio pod¨ªa pesar unos 300 kilos, y decir que la mayor parte es puro m¨²sculo y hueso no ser¨ªa ninguna mentira. S¨®lo sus brazos pod¨ªan crecer tanto como un torso humano, y sus castas superiores pod¨ªan crecer a¨²n m¨¢s. Con una media de dos metros, los sangrientos seres casi averg¨¹enzan a los gigantes, y su dura piel era tan densa que pod¨ªan absorber balas de forma realista y aun as¨ª no sangrar lo suficiente como para ser considerados letalmente heridos. "Muy bien, pasad por aqu¨ª", les indic¨® un minotauro de pelaje gris, ayud¨¢ndoles a salir de su hogar establecido. Los tres motociclistas volvieron a marchar, tomando un camino entre la vegetaci¨®n para evitar los posibles puestos de avanzada del enemigo situados en el camino entrelazado. Este asunto exist¨ªa desde que Yanksee y el Sindicato establecieron por primera vez fronteras entre s¨ª; dos enormes fronteras de hormig¨®n, de hecho, con el espacio intermedio considerado como Tierra de Nadie, donde s¨®lo hab¨ªa guerra. Era una extensi¨®n de tierra bastante deprimente: ennegrecida por los explosivos y los disparos, llena de agujeros y trincheras, con un aire rancio y una fina niebla de humo que cubr¨ªa su superficie. La sangre e incluso los cad¨¢veres segu¨ªan descomponi¨¦ndose en las grotescas arenas, enterradas naturalmente por el viento. Evidentemente, las enfermedades tambi¨¦n proliferaban. Afortunadamente, los minotauros pod¨ªan sacar provecho del espionaje de los dos pa¨ªses en guerra. Durante mucho tiempo, la colonia monta?osa establecida vivi¨® de su neutralidad, proporcionando ayuda a las facciones sin prejuicios si s¨®lo pagaban justamente. Incluso sabiendo que las criaturas no ten¨ªan ning¨²n reparo en actuar en nombre del enemigo, ninguno de los bandos pod¨ªa culparles, ya que su fiable fuerza en combate como mercenarios era demasiado valiosa como para renunciar a ella s¨®lo por un orgullo herido. Las motos rebotaban y golpeaban ruidosamente contra los suelos ¨¢speros de abajo, mientras la zona que las rodeaba se deformaba cada vez m¨¢s con las ra¨ªces expuestas. Los ¨¢rboles no tardaron en desplazarse, y unos colosales ¨¢rboles jur¨¢sicos se adue?aron del paisaje. Un lugar perfecto para esconderse, en realidad. Era f¨¢cil imaginar a los prisioneros fugados escondi¨¦ndose bajo sus enormes ra¨ªces en momentos de necesidad. "Oy, d¨¦jame pagar la pr¨®xima vez, ?eh? Eres demasiado generoso para tu propio bien. Para empezar, ni siquiera form¨¢bamos parte de esto", implor¨® Emris. "Prefiero pagarlo, honestamente", suspir¨® Kev, evitando por poco los ¨¢rboles, en parte ayudado por su veh¨ªculo m¨¢s lento. "Todos sabemos que los tuyos son mal habidos. Prefiero que los pagos se hagan con dinero honesto. Tiene m¨¢s valor, ?sabes?" "Ack", si insistes. Por cierto, no he visto ni un solo Lesser ''Taur all¨ª. ?Y t¨²?", pregunt¨® Emris, curiosa. "Es de noche, t¨ªo. Los peque?os ya est¨¢n a salvo en casa", explic¨® Kev, gan¨¢ndose una risa divertida del Tercer Brigadier, que tambi¨¦n comparti¨®. Volvi¨¦ndose hacia el tercer motorista, que no hab¨ªa dicho casi nada durante todo el viaje, el General pregunt¨®: "?Est¨¢s seguro de que aguantas, Xavier?" "He dicho que estoy bien, capit¨¢n. S¨®lo estoy concentrado", insisti¨® por ¨²ltima vez el Primer Brigadier, claramente preocupado por algo. Esta vez, Emris lo not¨®. Durante unos buenos minutos, s¨®lo se oy¨® el sonido de las motos abrochadas mientras los tres manten¨ªan un estricto silencio entre ellos, la culpa y la preocupaci¨®n agarrotando cualquier conversaci¨®n que se presentara en lo sucesivo. El veterano, Emris, sab¨ªa que ten¨ªa que derribar esa culpa paralizante, aunque significara tragarse su orgullo. Diablos, si eso era todo lo que hac¨ªa falta, ?hab¨ªa realmente mucho de lo que quejarse? Asintiendo al general, ¨¦ste capt¨® la indirecta y cre¨® distancia entre ambos, la moto de Emris se acerc¨® a la de Xavier, hasta el punto de que incluso el concentrado brigadier levant¨® la cabeza confundido. "Oy, no se equivoc¨® en esto...", reprendi¨® Emris, acallando su propia risa mientras manten¨ªa la vista en el camino. Al menos, el imb¨¦cil ego¨ªsta se librar¨ªa del contacto visual. "Xavier, sobre Zwaarsts..." "Olv¨ªdate de eso. Conc¨¦ntrate en la tarea que tenemos entre manos", le cort¨® Xavier, con un claro grado de hostilidad en su tono electr¨®nicamente distorsionado. "No, amigo. Necesita ser atendido, yo..." "He dicho que lo olvides. Eres mi subordinado, ?verdad? Entonces haz lo que es correcto y obedece la orden", instruy¨® el Primer Brigadier, m¨¢s como una queja personal que como una exigencia de un oficial. "Puede que seas mi superior, pero si sabes algo sobre el viejo Guardi¨¢n, eso no significa nada para m¨ª", se ri¨® Emris, y su intento de aligerar el ambiente cay¨® en saco roto. Con la voz alzada, el brigadier superior grit¨®: "?Malditos sean todos, obedezcan la orden! T¨² mismo lo has dicho, vamos a salvarlos. No vale la pena llorar como ni?os. Estar¨¢n bien". "Eso no significa que lo que hice pueda ser olvidado y todo. Mira, probablemente deber¨ªa pedir perd¨®n. Tengo un verdadero problema con la bebida, y ser viejo tampoco ayuda. Estoy al l¨ªmite, pero eso no significa que pueda poner en peligro mi suerte. Especialmente no a sus familias, y menos a¨²n a pa¨ªses enteros de gente". Xavier chasque¨® la lengua, sin decir nada. Emris suspir¨® y continu¨®: "Yo... de verdad, quiero ayudaros. No puedo poner a esa gente en peligro, especialmente a los j¨®venes. Har¨¦ todo lo que pueda para acabar con esta mierda por vosotros, pero tengo que estar aqu¨ª cuando empiece la guerra. Incluso si me seca, tengo que ayudar, si no los Crimsons van a limpiar el piso con la ciudad. Hay mucha gente all¨ª, y..." El veterano se interrumpi¨®, call¨¢ndose antes de decir algo inaceptable. Mirando a su superior, Emris se dio cuenta de que al menos parec¨ªa receptivo a lo que dec¨ªa. Con eso, dio el ¨²ltimo empuj¨®n. "Me disculpo, Xavier. Yo no... ugh..." el hombre chasque¨® los dientes, ahogando su ego por un momento. "No merezco ser perdonado, y especialmente no lo merezco de ellos. Shit¨¦, si supiera que mis gilipolleces les llegar¨ªan tan hondo..." "Lo entiendo, est¨¢ bien. No ten¨ªas ni idea. Ahora c¨¢llate", resopl¨® Xavier, mostrando algo m¨¢s de emoci¨®n al menos. Con eso, Emris suspir¨® una vez m¨¢s, esta vez con satisfacci¨®n. Pero aun as¨ª... "Dicho esto, dudo que llegue a perdonarte por esto. Vivir o morir". Asintiendo en se?al de comprensi¨®n, aunque con el coraz¨®n ligeramente apu?alado, Emris concedi¨®: "S¨ª, es justo. No s¨¦ c¨®mo me aguantasteis, eh. Yo no podr¨ªa". "Yo tampoco lo s¨¦, pero aprendemos a salir adelante de alguna manera". "?Nos acercamos al territorio yanqui! Apaguen los motores", la voz de Kev reson¨® a trav¨¦s de los auriculares, interrumpiendo su intercambio. Atentos, los dos soldados pisaron r¨¢pidamente los frenos, girando y haciendo patinar los neum¨¢ticos contra la tierra para detener completamente los veh¨ªculos. Las ramitas y la vegetaci¨®n seca crujieron bajo las suelas de sus zapatos revestidos de metal cuando pisaron la tierra por primera vez en horas, estirando bien las piernas y la espalda. La visera de Emris se abri¨® mientras el brigadier aspiraba desesperadamente el aire no sint¨¦tico mientras sus superiores se adelantaban para explorar la ciudad, ayudados por prism¨¢ticos. Mirando a los gigantescos ¨¢rboles, Emris sac¨® un dedo, como si los contara. "Sesenta y cuatro H", se?al¨® en broma, como si hubieran aparcado en un garaje. "General, si pierdo mi Betty, te comer¨¦ la cara". "Oh, adelante. Encontrar¨¢s poco m¨¢s que cuero viejo y arrugado", respondi¨® Kev, con un aire de picard¨ªa en su tono. "Consid¨¦ralo una dieta, entonces", a?adi¨® Xavier, burl¨¢ndose. "?No estoy gordo, joder! Esto es todo buff!" Emris dispar¨® de nuevo, pisando fuerte y rechinando sus dientes de afeitar. "?S¨ª, o esa densa cabeza tuya!", se burl¨® Xavier, aunque su tono era claramente juguet¨®n. Normalmente, una expresi¨®n as¨ª incitar¨ªa a la ira, sobre todo si se trataba de Emris. Sin embargo, afloj¨® su postura y pate¨® algunos guijarros mientras su gru?ido se convert¨ªa en una sonrisa. "Muy bien, hombres. Observad", orden¨® Kev, se?alando hacia un edificio considerablemente alto en la distancia. Acerc¨¢ndose a los dos soldados y tumb¨¢ndose para ver, Emris observ¨® el tedioso aspecto de una sociedad demasiado familiar, aunque con bastantes menos rascacielos. La arquitectura y la cartograf¨ªa de esta ciudad m¨¢s peque?a tambi¨¦n eran notablemente m¨¢s reducidas y compactas, y su ¨²nica salvaci¨®n era el oc¨¦ano visible bien a lo lejos. Era una pena, la verdad. El lugar habr¨ªa sido un pintoresco pueblecito, a la orilla del mar. Eso, si el pueblo hubiera podido encontrar la forma de construir hasta las aguas, ya que todo el pa¨ªs descansaba sobre un gigantesco y escarpado acantilado que tarde o temprano se derrumbar¨ªa por la erosi¨®n. "Tenemos que subir all¨ª. Nos dar¨¢ un buen punto de vista para elegir a los soldados del campo de prisioneros". "Oy, parece un trabajo desagradable, esto. ?Realmente crees que podremos subir sin ser vistos?", pregunt¨® Emris, preocupada. "En absoluto", neg¨® Kev, para decepci¨®n de Xavier. "?Espera! ?Intentas iniciar una misi¨®n suicida? Si queremos alarmar a todo el pa¨ªs, ?m¨¢s vale que nos infiltremos primero en la propia prisi¨®n!", exclam¨® el brigadier. "C¨¢lmate, no estoy tan desesperado. Nos ver¨¢n s¨ª, pero s¨®lo un hombre. Escondan sus trajes, vamos a ir en un taxi". "?En un taxi?" Emris inclin¨® la cabeza hacia atr¨¢s, levantando una ceja. "?C¨®mo va a funcionar eso?" "Pi¨¦nsalo. Los taxistas tienen familia, ?verdad?" "S¨ª, a menos que sean del tipo solitario". "''Los solitarios'' no tienen las agallas para arriesgar su vida por un hero¨ªsmo in¨²til". Sacudiendo la cabeza, Emris casi ri¨® al replicar: "?Qu¨¦ sentido tiene? ?Por qu¨¦ ir a ese edificio? ?No podemos conseguir un terreno m¨¢s alto en otra parte?" "No con ese tipo de alcance y ventajas de proximidad. Adem¨¢s", Kev levant¨® la cabeza y su visor se abri¨® para revelar una astuta sonrisa, "pens¨¦ que si ¨ªbamos a iniciar una revuelta de todos modos, tambi¨¦n podr¨ªamos dejar a los bastardos con una marca, ?no? Debilitaremos su interior y aflojar¨¢n en el exterior". "Parece arriesgado...", admiti¨® Xavier, poni¨¦ndose en pie, "pero no voy a mentir. Son la principal raz¨®n por la que no puedo poner a mi gente a salvo..." "?Entonces~?", pregunt¨® Kev, anticipando su respuesta. Con un suspiro, el tercer soldado tambi¨¦n se quit¨® la visera, revelando una sonrisa traviesa. "Vamos a darles un infierno". Capítulo 19: Para Hacerles Caer Infierno Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 19 Para Hacerles Caer Infierno "Minzhei, min Rhabpha. Do?a Eclipse nos ha dejado todav¨ªa, con el cuerpo a cuestas. Nuestros camaleones dicen haberlos visto entrar en el complejo", habl¨® un caballero revestido de armadura vegetal. "?Y qu¨¦ pasa con Ezequiel?", pregunt¨® la monarca, con un discurso plagado de preocupaci¨®n. "Rebosante de vida; empapado de poco m¨¢s que su propio orgullo herido. Se le encontr¨® enfurru?ado junto al acantilado del cautiverio". El caballero se puso en pie, con su espada corta sacudida por su suave toque contra el m¨¢rmol que hab¨ªa debajo. Al darse la vuelta para saludarlo, el caballero vio que la figura oculta junto al borde sombr¨ªo de la puerta se desprend¨ªa de la oscuridad, revelando sus rasgos no marcados a la Reina, que suspir¨®, tranquilizada. "Cuatro miembros, dos ojos, sin vendas... mi intuici¨®n nunca deja de sorprenderme", enumer¨® Zylith, su complexi¨®n se transform¨® en la de una madre rega?ona mientras le lanzaba un dedo en su direcci¨®n. "?Chico insolente y precipitado! Podr¨ªas haberte arruinado con el exilio! ?A¨²n no conoces su poder¨ªo?" Las preguntas del arist¨®crata primitivo fueron respondidas con un silencio vergonzoso, empa?ado en parte por su infantilismo reaparecido, que le priv¨® de su actitud heladamente severa; una considerada como requisito para ser de su estatus. En lugar de ello, dej¨® que sus emociones flaquearan y se chamuscaran en ¨¦l, pensando s¨®lo en el amigo de la infancia que hab¨ªa perdido para el mundo, esta vez seguramente para siempre. A pesar de todo, los desplantes de la Reina, enfadada y preocupada, continuaron. "Si todav¨ªa est¨¢s lleno de orgullo, entonces debes entrenar contra eso. La arrogancia s¨®lo conduce al propio detrimento, ?lo sabes! Eclipse no es una persona con la que haya que meterse. Es tan astuta como afilada, ?y no me refiero s¨®lo a sus garras!" La menuda pero feroz guardaespaldas de Zylith, cuya barbilla descansaba perezosamente sobre un saliente en forma de aleta que ofrec¨ªa su gigantesca hacha de propulsi¨®n a chorro, levant¨® una mano ociosa antes de a?adir: "Por eso prefiero las armas grandes. Abrumar al enemigo con la masa, ?no se supone que eres r¨¢pido? ?Por qu¨¦ no te has balanceado m¨¢s r¨¢pido de lo que ella pod¨ªa esquivar?". "Uno no puede subestimar a un enemigo hasta estar seguro de haberse enfrentado a todas las cartas de su oponente, Minnota. Y a menudo no es el caso", ofreci¨® el anterior caballero, mostrando a la chica de los colmillos su respeto a trav¨¦s de un gesto. "Ha~ah, supongo que tienes raz¨®n. Sin embargo", intervino ella, pisoteando la oportunidad de Ezequiel de refutar. Con esto, se lanz¨® hacia adelante, su arma abrazada contra ella mientras segu¨ªa el min¨²sculo peso del cuerpo de la chica. "Como Guardi¨¢n, es tu trabajo si algo se va a la mierda y vuelve. Depende de ti mantener tu trabajo -y a tu gente- a salvo, as¨ª que ser¨¢ mejor que no hagas de esto un h¨¢bito. Puedo decir que te has acobardado". "?Eh...?" Antes de que pudiera replicar, la chica hizo caer su hacha junto a ¨¦l, que esquiv¨® por poco su ataque debido a su naturaleza distra¨ªda. A pesar de su repentino ataque, el filo golpe¨® ligeramente el suelo. "?Ves eso? Al menos podr¨ªas haber sacado tu espada, pero te la guardaste. No tengas miedo de golpear a tus compa?eros si eso significa mantenernos a salvo, ?me oyes?" Grit¨®, tratando de hacer entender su punto de vista lo m¨¢s r¨¢pido posible, para su impaciente personalidad. Con una peque?a sonrisa impropia de la situaci¨®n, Zylith baj¨® de su humilde trono de caoba y se acerc¨® al nervioso Guardi¨¢n con una mirada maternal. En lugar de golpearlo, escupirle a la cara o demostrar su ira como una amenaza de consecuencias, le rode¨® el cuello con sus oscuros y delgados brazos y lo atrajo en un afectuoso abrazo. At¨®nito y sin palabras, el Custodio s¨®lo pudo responder de la misma manera, metiendo la cara en su hombro, como si rehuyera el mundo. Muchas veces, el joven se hab¨ªa enfrentado a encuentros mortales y, sin embargo, no sent¨ªa m¨¢s que alegr¨ªa y determinaci¨®n por sus objetivos. Muchas veces, se hab¨ªa enfrentado a un dolor que le part¨ªa la cabeza, incluso durante sus a?os de pr¨¢ctica infantil. Y sin embargo, por todo lo que hab¨ªa vivido, llorar era lo m¨¢s alejado de su mente. Desde el principio de su viaje, como un ni?o peque?o que desconoc¨ªa las circunstancias con las que el mundo ten¨ªa que trabajar. Sin nada m¨¢s que la imaginaci¨®n para guiarlo, ya que ni siquiera hab¨ªa visto las maravillas del Nuevo Mundo. Incluso entonces, sab¨ªa exactamente qui¨¦n quer¨ªa ser y a qui¨¦n quer¨ªa proteger. Las personas que lo criaron le hab¨ªan dado todo. Sin ellos no ten¨ªa nada, y para aquellos que hab¨ªan dado tanto, se sent¨ªa bien decir una vez, incluso en un futuro lejano, que hizo todo lo que pudo. Decir un d¨ªa que dio su vida por una causa m¨¢s noble que ninguna. Sin interferencias pol¨ªticas o de opini¨®n. Ya sea correcto o incorrecto, decir simplemente que dio su vida -toda su vida y su alma- a las personas que m¨¢s amaba. ?Pero c¨®mo iba a hacerlo ahora? ?C¨®mo iba a hacerlo si una de sus piezas m¨¢s fundamentales del puzzle se hab¨ªa marchado a ese mismo Nuevo Mundo con el que s¨®lo pod¨ªa so?ar de ni?o? ?C¨®mo iba a salvarla a ella y a su pueblo, ahora que se hab¨ªan convertido en las dos caras de una moneda? Por esta total confusi¨®n y destrucci¨®n del sue?o de toda su vida, por la ruptura definitiva e intratable de su deseo de coraz¨®n, llor¨® en silencio sobre su piel. La fragancia de la ¨²nica persona a la que consideraba una madre era infinitamente tranquilizadora, s¨®lo igualada por la de la ¨²nica persona a la que llamaba hermana; ninguna de las dos verdadera, por supuesto. Aun sabi¨¦ndolo, sus pensamientos por ellas nunca flaquearon. ?Ad¨®nde hab¨ªa ido su hermana? ?Y por qu¨¦ lo hab¨ªa hecho para dejar a todos, incluido a ¨¦l, atr¨¢s? "?Encontrar¨¢ la felicidad...?" Su pregunta era genuina, sin que su propia tristeza silenciosa la acallara. Ante su preocupaci¨®n, la Reina maternal le acarici¨® suavemente el pelo, en una vana r¨¦plica del toque de Eclipse. "Por supuesto. Si est¨¢ dispuesta a perder tanto, seguramente lo har¨¢ por una buena raz¨®n". "?Y si no lo hace?" "Entonces volver¨¢ con nosotros, idiota", le espet¨® Minnota, aunque su tono era mucho m¨¢s dulce y compasivo que su afirmaci¨®n. Ante esto, ¨¦l se ri¨®. Y luego llor¨®. Para llorar por primera y ¨²ltima vez. Convertirse en un adulto para siempre, y enfrentarse a sus cargas sin que ni siquiera su propio pasado problem¨¢tico pueda desgastar sus tareas. No para convertirse en una c¨¢scara, sino para volverse lo suficientemente hueco como para permitir que las nuevas experiencias lo construyan desde los cimientos. ?Qui¨¦n sabe? Tal vez cuando se reforme, salvar¨¢ a todos. Incluso si est¨¢n muy lejos. ? ? ? ? Atado a la pared, suspendido sobre sus pies, sin apenas haber pegado ojo para reconfortarse, Corvus se qued¨® desesperado contra el liso muro de hormig¨®n que se hab¨ªa calentado tras la prolongada exposici¨®n a su c¨¢lida piel. La presi¨®n sobre sus alas era feroz, y se preguntaba si la rigidez desaparecer¨ªa si simplemente las romp¨ªa. El dolor, a estas alturas, habr¨ªa merecido la pena, aunque s¨®lo fuera para volver a despertar de su meditaci¨®n forzada. Hab¨ªa pasado un tiempo considerable desde que fue v¨ªctima del encierro del pa¨ªs, y empezaba a cuestionar su cordura. Sin siquiera un reloj que guiara su percepci¨®n del tiempo, Corvus s¨®lo pod¨ªa confiar en la luz que perforaba ese peque?o hueco en la puerta a su derecha. Hab¨ªa sido testigo de c¨®mo se filtraban todo tipo de colores a trav¨¦s de ese agujero rectangular. El blanco m¨¢s brillante, el naranja m¨¢s apagado, el morado m¨¢s extra?o, el verde m¨¢s nauseabundo, el negro, el amarillo... Lo m¨¢s probable es que fueran producto de su corro¨ªda imaginaci¨®n o simplemente de sus sue?os atormentados por la celda. So?¨® m¨¢s de una vez que consegu¨ªa atravesar de alg¨²n modo esos l¨ªmites de acero que se aferraban a su cuerpo. M¨¢s de una vez, incluso so?¨® con abrir esa puerta para volver a saludar al exterior, incluso mientras los guardias se agrupaban detr¨¢s de ¨¦l. Siempre estaban a punto de agarrarlo, pero el ¨¢ngel se iba como un p¨¢jaro. Y sin embargo, una vez que cruzaba la barrera que separaba la prisi¨®n del exterior, sus sue?os se alejaban, record¨¢ndole una vez m¨¢s su situaci¨®n desesperada. Cu¨¢nto tiempo ha pasado... reflexion¨®, con la cabeza arrastrada por la somnolencia y la desesperaci¨®n mientras buscaba una respuesta. ?Dos horas? ?Tres, cuatro, diecis¨¦is? ?Una semana? ?Un a?o? ?para siempre? S¨®lo hab¨ªa visto el patio una vez, y la conversaci¨®n que mantuvo con aquel peculiar parecido a un arist¨®crata fue lo ¨²nico a lo que pudo aferrarse en cuanto a conversaci¨®n. ?Era realmente tan inusual? ?Se estaba volviendo loco? Tal vez los dos lo estaban, ya que ¨¦l afirmaba haber pasado una semana en este infierno. Con esos pensamientos rondando en su mente, sus ojos cansados volvieron a descansar, y pronto se qued¨® dormido por el cansancio. Otro sue?o horriblemente inc¨®modo, pero su cuerpo ard¨ªa por ello. Hab¨ªa sucumbido tan profundamente al sue?o que no se despert¨® cuando le quitaron el hierro que lo sujetaba del torso y las piernas. S¨®lo cuando el cable que solidificaba sus esposas a la pared cay¨® y despert¨® por poco para evitar estrellarse contra el suelo, sus piernas flaqueaban incluso con la conciencia recuperada. El Celestial solt¨® un m¨ªsero gemido, pero extra?amente tambi¨¦n estaba lleno de un extra?o vigor. Por fin. Separado de esa maldita pared. Incluso un trabajo inquieto habr¨ªa sido preferible a esto. Tal vez ese mismo ejercicio estaba prohibido a estos hombres por la misma raz¨®n de prohibir su fuerza. Corvus no respondi¨® a las burlas del guardia, si es que las hubo. Se dej¨® arrastrar hacia la puerta; sus piernas tropezaron para mantener el ritmo, pero no lo consiguieron. Esa puerta. Esa odiosa puerta que le arrebataba el mundo y que se abr¨ªa con el simple giro de una llave. La simplicidad del acto casi parec¨ªa insultante, y cuando Corvus fue arrojado al exterior, la ira fuera de lugar se hizo visible en su rostro. Su cuerpo choc¨® contra el suelo de piedra industrial antes de rodar hasta detenerse. Por un momento, el Celestial se deleit¨® con el dolor y la nueva posici¨®n. Estuvo a punto de dormirse, pero tal desperdicio ser¨ªa poco aconsejable, especialmente en su estado. Despu¨¦s de recuperar una pizca de ingenio, Corvus se puso lentamente en pie, con las piernas tambale¨¢ndose incontroladamente bajo ¨¦l. Incluso el acto de caminar se le hab¨ªa hecho desconocido al ¨¢ngel, tropezando al hacerlo. Al cabo de unos minutos, lleg¨® a una pared, y se apoy¨® en ella, descansando su cuerpo de su estado enfermizo. No pas¨® mucho tiempo antes de que se le uniera un personaje frustrantemente alegre, cuya falta de detrimento f¨ªsico o incluso psicol¨®gico era una mezcla de asombroso e imperdonable. Apartando un mech¨®n de pelo gris carb¨®n, la vibraci¨®n acogedora del gesto de brazos anchos de Noire sofoc¨® la vista de Corvus. "?Tienes un aspecto horrible, amigo m¨ªo~! Has tenido un d¨ªa duro, supongo". Fue ahora cuando el embotado Corvus se dio cuenta de que no hab¨ªa sol. De hecho, la ¨²nica luz era la de la luna y las l¨¢mparas. Era de noche. "?Cu¨¢nto tiempo ha pasado...?", pregunt¨® el Espada, con la voz raspando en su garganta tras un prolongado periodo sin usar sus cuerdas vocales. "Aproximadamente doce horas, m¨¢s o menos. No es el mejor horario, lo s¨¦", se encogi¨® de hombros Noire, sonriendo con suficiencia. ?Por qu¨¦ estaba tan contento? ?Por qu¨¦ pod¨ªa estar alegre? Estas dudas llevaban horas rondando por su cabeza. De hecho, lo volv¨ªan loco. Con una irritada ocurrencia, la ¨¢spera voz de Corvus se escap¨® de sus secos labios. "?Por qu¨¦ demonios eres... tan malditamente feliz?" A su pregunta, Noire lade¨® la cabeza. Frot¨¢ndose los dientes, la mirada de Corvus baj¨® al suelo. "Pareces tan jodidamente satisfecho de ti mismo. Es tan deplorable, lo odio. ?C¨®mo...? ?C¨®mo es posible que t¨², un humano, tengas algo de lo que alegrarte aqu¨ª?" Se levant¨®, agarrando el cuello del recluso y golpe¨¢ndolo contra la pared detr¨¢s de ¨¦l. Incluso a trav¨¦s de las restricciones de sus esposas y su estado de debilidad, la ira confusa de Corvus lo desgarr¨®. "Este lugar es un infierno, y he estado aqu¨ª por un d¨ªa. ??Por qu¨¦ carajo podr¨ªas estar sonriendo?! ??Est¨¢s loco?! ??Es eso?! "?Prisionero! Su¨¦ltalo ahora mismo!", le grit¨® al Celestial un soldado que hab¨ªa entrado en el patio por una de las muchas c¨¢maras de retenci¨®n, con el rifle preparado. A pesar de ello, el Celestial ni siquiera ofreci¨® una mirada. "?He dicho que lo sueltes, joder!" "Porque..." Noire entrecerr¨® los ojos, observando las acciones de odio del Celestial incluso cuando sus propios ojos se enrojec¨ªan por la asfixia. "...Hoy es d¨ªa de deuda, y ma?ana ser¨¢ el d¨ªa del juicio". El semblante de Corvus baj¨® hasta su declaraci¨®n. Su ce?o rencoroso, forrado de dientes, se convirti¨® en un ce?o asustado, sus ojos se abrieron de par en par, sus pupilas se encogieron. Incluso ahora, el Celestial no entend¨ªa. No pod¨ªa comprender ni una sola palabra de lo que dec¨ªa ese bicho raro y, sin embargo, de alguna manera, se impregnaba en su cuerpo de forma tan traicionera que hac¨ªa que se le erizaran todos los pelos del cuerpo. "?Abran fuego!", orden¨® el guardia, al que se unieron otros dos oficiales. Sus dedos lograron rozar los gatillos por un momento, antes de ser derribados al suelo al siguiente. Un peque?o grupo de reclusos hab¨ªa corrido hacia los guardias, desafiando las ¨®rdenes y los protocolos, s¨®lo para dar a la pareja unos segundos m¨¢s de vida. Uno de los soldados consigui¨® apuntar con su ca?¨®n bajo la barbilla del recluso que ten¨ªa encima, y al segundo siguiente le vol¨® los sesos. El prisionero rod¨® sin vida del cuerpo del guardia mientras el soldado se levantaba, apuntando el ca?¨®n hacia los otros pocos convictos. El arma dispar¨® cuatro veces -tres balas de fogueo y un impacto en un hombro- antes de que el hombre del arma fuera derribado al suelo una vez m¨¢s por un borr¨®n volador mucho m¨¢s feroz. Este mismo borr¨®n se puso r¨¢pidamente en pie, acribillando a los soldados restantes con el arma que arranc¨® de las manos del guardia. Aunque imprecisos, sus balas se gastaron, los tres hab¨ªan muerto o estaban incapacitados.The story has been taken without consent; if you see it on Amazon, report the incident. Esta figura, dotada de alas, hab¨ªa logrado de alguna manera salir volando de la contenci¨®n hacia el patio. Incluso sin volverse, Corvus distingui¨® inmediatamente a la mujer, cuyo rostro estaba salpicado de sangre coagulada. "...Erica...", pregunt¨®, tropezando s¨®lo con su nombre. Se cort¨® en seco cuando se gir¨® para mirar a Noire, cuyas divagaciones empezaban a tener sentido en parte. Pero, ?c¨®mo diablos pod¨ªa haber predicho esto? ?Qui¨¦n era ese hombre para saber m¨¢s de ella que ¨¦l mismo? Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la muchacha se abalanz¨® sobre Corvus, agarrando la abrazadera que manten¨ªa unidas sus alas, antes de emplear toda su fuerza para doblar el metal hasta dejarlo sin forma. Le cost¨® un gran esfuerzo, su cara se enrojeci¨® y las venas casi se le salieron de la piel, pero consigui¨® abollar la sujeci¨®n lo suficiente como para dejarla sin efecto. "Vamos, nos tenemos que ir", exigi¨® Erica, tratando de sacar al Celestial boquiabierto de su trance. "?C¨®mo?" Pregunt¨® Corvus. "No podemos irnos, nos matar¨¢n". "Un chucho atrapado mastica hasta sus propios huesos con tal de liberarse~" Noire declar¨®, entrando a la vista con un gesto despectivo y despreocupado. "?Qui¨¦n es?", pregunt¨®. "...Te lo dir¨¦ m¨¢s tarde. Por favor, dime que al menos tenemos un plan esta vez", pidi¨® el ¨¢ngel, extendiendo sus alas por primera vez en m¨¢s de un d¨ªa, dejando que se calentaran y se despegaran con un suspiro de alivio. "?M¨¢s o menos?" Erica sonri¨®, feliz de haberse reunido con su contraparte en este d¨²o de discusiones. Antes de que Corvus pudiera hacer estallar la mecha, la presuntuosa muchacha agit¨® el dedo en se?al de autocomplacencia. "No te preocupes, primero he tomado algunas medidas. La electricidad no funciona, ya que est¨¢ en mantenimiento, as¨ª que podemos salir volando de aqu¨ª". "?En serio? Eso parece sospechoso... ?Es probable que haya unas cuantas docenas de personas disparando contra nosotros! Y adem¨¢s, ?c¨®mo vamos a escapar? No puedo cargar con un hombre en este estado, ?y t¨² tampoco!" se abati¨® Corvus, defendiendo al sonriente arist¨®crata en un alarde de empat¨ªa. "Oh~ Me siento tan apreciado." "Pens¨¢ndolo bien, podr¨ªa ser un psic¨®pata..." Retorciendo sus propias motivaciones, el ¨¢ngel se detuvo a pensar, gan¨¢ndose una risa divertida de Noire. "No te preocupes. Siempre puedes tenerme como reh¨¦n donde habitas~ En cuanto a mi huida", comenz¨® Noire, su sonrisa se ensanch¨® de forma casi siniestra mientras cerraba los ojos para concentrarse. Por un momento, nada cambi¨®; una visi¨®n hacia la que Erica mostr¨® una visible frustraci¨®n, sobre todo debido a su falta de tiempo. Sin embargo, las dos bocas de los Celestiales se quedaron boquiabiertas al ver c¨®mo su collar de hierro se deformaba suavemente, como si un simple nudo fuera deshecho por las m¨¢s suaves manos incorp¨®reas e imperceptibles. Pronto, el metal se hab¨ªa reducido a un cable recto que giraba suavemente junto a su hombro, afil¨¢ndose hasta tener una punta imposiblemente aguda. Otros dos oficiales llegaron al lugar, blindados y armados. Se tropezaron al ver los cuerpos de sus compa?eros, junto con las alas extendidas de los Celestiales reci¨¦n liberados. Ver a cualquier prisionero de alto riesgo desatado ser¨ªa lo suficientemente sorprendente, pero ver a los dos seres celestiales en esa posici¨®n era infinitamente m¨¢s aterrador, por muy gloriosos que parecieran. En este estado de distracci¨®n, ni los agentes ni la pareja de fugitivos tendr¨ªan tiempo de registrar c¨®mo aquel afilado cable atravesaba el cuello de uno de ellos, mientras que el otro era empalado por la metralla voladora de la aniquilada pared de cristal. Ante este despiadado despliegue de violencia, los Celestiales s¨®lo pudieron mirar con incredulidad a Noire, que cubri¨® su sonrisa con unos dedos. Con esto, se disculp¨®. "Ah, parece que he sido demasiado repentino, ?no? Me disculpar¨¦ m¨¢s tarde". Casi en el momento justo, la alarma de emergencia conectada a la prisi¨®n son¨® repentinamente; un mensaje pregrabado de reacci¨®n inmediata fue emitido a trav¨¦s de los numerosos altavoces que dominaban el establecimiento de hormig¨®n. Los agentes no tardar¨ªan en desbordarlos. "?Maldita sea! Tenemos que salir de aqu¨ª ahora". logr¨® gritar Erica, sacando a Corvus de su delirio. Ante esto, neg¨® con la cabeza, a¨²n distra¨ªdo por los humildes pasos que daba este incre¨ªblemente poderoso individuo mientras avanzaba con ellos. Mirando de nuevo a Erica, Corvus logr¨® ver el sudor fr¨ªo que ca¨ªa de su frente, probablemente ella estaba tan alarmada como ¨¦l. En este estado de pausa, varios oficiales llegaron al lugar desde las celdas de contenci¨®n, acribillando a los reclusos con disparos sin importar si actuaban o no en la fuga. Algunos de los presos acribillados estaban incluso acurrucados en los rincones, cubriendo sus cabezas por el miedo, y sin embargo, fueron destruidos. Volvi¨¦ndose hacia ellos, el rostro de Corvus se torci¨® de ira. ?Era el Sindicato realmente tan malo como esos monstruos? ?Eran realmente comparables en lo m¨¢s m¨ªnimo? Ninguno de los dos bandos era agradable, pero seguramente disparar contra prisioneros indefensos era un crimen de guerra en cierta medida. Varios rifles hicieron brillar sus ca?ones hacia ellos mientras se preparaban para abrir fuego. En ese momento, una losa de piedra se retir¨® discretamente del suelo, antes de volar entre los contrincantes y estallar en una nube de polvo. En ese mismo instante, se escucharon disparos. Pero no todo era fuego enemigo. Varias balas salieron volando de entre las nubes de polvo, todas ellas fallando por un margen sospechoso. El tr¨ªo se mantuvo en su sitio. En el lado contrario, sin embargo, los cuerpos golpearon audiblemente el suelo. ? ? ? ? Para entonces ya era de d¨ªa, y la luz del sol se asomaba constantemente sobre el horizonte anaranjado. Aun as¨ª, la oscuridad de la noche segu¨ªa asomando, y el manto helado de aire h¨²medo y fr¨ªo segu¨ªa sacudiendo los huesos del taxista, que murmuraba incoherencias silenciosas para s¨ª mismo en se?al de desagrado ante la sugerencia de su ¨²ltimo pasajero de mantener las ventanas lo m¨¢s abiertas posible. Por supuesto que lo hicieron, fumando hasta el infierno como parec¨ªan. El humo en sus pulmones probablemente manten¨ªa al bastardo caliente, mientras que el mal pagado conductor se enfrentaba a las consecuencias de ser bombardeado con el aire g¨¦lido, todo ello mientras intentaba mantener su fachada profesional. Temblando en su asiento, el fornido conductor se frot¨® los brazos entre s¨ª; as¨ª se mantendr¨ªa despierto, al menos hasta el final de su turno, que estaba a unos minutos de distancia. Sonri¨® para s¨ª mismo al pensar en una buena bebida caliente antes de tumbarse en la cama, y luego frunci¨® el ce?o al o¨ªr un fuerte golpe contra la ventanilla de su coche. De hecho, podr¨ªa haber jurado que el mero impacto de los dedos de la persona sacudi¨® ligeramente el coche, aunque se encogi¨® de hombros ante la posibilidad de que fuera su propia imaginaci¨®n. Para su propio disgusto, el taxi abri¨® la ventanilla del copiloto hasta la mitad, asomando su cara redonda para intentar ver qui¨¦n llamaba a la puerta. Por supuesto, no pudo ver mucho m¨¢s all¨¢ de algunas siluetas. Por espeluznante que fuera, la luz quedaba siempre lo suficientemente oscurecida por los edificios que lo rodeaban como para dar un efecto tan ominoso. Por ello, el taxista habl¨® con el menor veneno posible. "?Puedo ayudarle?" "Necesitamos que nos lleven. Somos tres", respondi¨® una voz algo amable y algo severa. Ante esta presencia desarmante, el conductor suspir¨® aliviado y se ri¨® de sus preocupaciones. "Claro, sube". Dos individuos se deslizaron en los asientos del coche detr¨¢s de ¨¦l -su peso combinado ejerc¨ªa algo m¨¢s de presi¨®n sobre la suspensi¨®n del veh¨ªculo- a los que se uni¨® r¨¢pidamente el tercero, que ocup¨® el asiento de al lado. El conductor no mostr¨® su caracter¨ªstico nerviosismo, frotando inconscientemente las palmas de las manos contra el volante mientras se apartaba del terreno mientras se pon¨ªan c¨®modos, a la espera de su pedido. La voz concentrada y suave del hombre de antes habl¨®, habiendo ocupado el asiento de delante, para el agradecimiento silencioso del taxi. "Ll¨¦vanos a la sede de Al. Bernard, Harrows". A su petici¨®n, el conductor puso el coche en marcha y dio una vuelta de campana. Por primera vez, mir¨® a su derecha y, para su gran preocupaci¨®n, descubri¨® que el hombre -y probablemente los hombres que estaban detr¨¢s de ¨¦l- llevaba un pa?uelo en la cara para ocultar su identidad. Alborotadores al menos, pero en el peor de los casos... El trayecto transcurri¨® en silencio durante varios minutos, y por la Diosa fue tan inc¨®modo como angustioso para el taxista. Por lo que sab¨ªa, podr¨ªa estar asistiendo a un atraco a un banco. ?Tambi¨¦n le har¨ªan responsable a ¨¦l? Para ahogar esta posibilidad, el taxista habl¨®, riendo inc¨®modamente mientras se agarraba y sofocaba internamente su ruidoso coraz¨®n. "As¨ª que... ?un d¨ªa ocupado en la oficina?", pregunt¨®, gan¨¢ndose una breve risa de uno de los hombres de atr¨¢s. El otro, que a¨²n no hab¨ªa hablado, respondi¨®: "S¨ª, es una industria agotadora. Pero seguimos empujando". "C-Claro, ya lo creo". Pegando sus manos firmemente al volante, el conductor mir¨® directamente al frente, casi paralizado. "S¨®lo soy un... Bueno, ya sabes". "?Noche ocupada?", dijo el tercero, con una voz notablemente ronca e intimidante, como si cada palabra que pronunciara tuviera la intenci¨®n de amenazar o burlarse. "?Eh? Oh, Diosa, no. La gente ya no tiene tanto dinero como para conseguir viajes; los que lo tienen se pillan coches". Se limpi¨® el sudor de la frente. El sol a¨²n no hab¨ªa salido. "S¨ª, todo esto es un verdadero desastre. Afecta sobre todo a los m¨¢s peque?os, porque por supuesto que lo hace". Los tres se mordieron la lengua ante sus comentarios, fingiendo conocimiento sobre el asunto. El hombre del fondo casi se puso de pie de lo c¨®modo que se estaba poniendo. "S¨ª. Es como la mierda golpea", habl¨® el hombre, compartiendo un trago consigo mismo. "Entonces... ?A qu¨¦ os dedic¨¢is?", pregunt¨® finalmente el taxista, sintiendo que un aire punzante le picaba por su insistencia. El hombre de delante habl¨®, aunque pareci¨® arrepentirse a mitad de camino. "Estamos... de viaje de negocios". "?Para qui¨¦n?" "?No eres entrometido, chico?", dijo el hombre del fondo, con voz de advertencia. "C¨¢llate, hombre", le exigi¨® el segundo hombre detr¨¢s de ¨¦l, rega?ando al otro. "Lo siento, es que..." El taxista trag¨® saliva, bajando la cabeza mientras aparcaban junto a un edificio considerablemente alto. "Nunca he visto a los hombres de negocios llevar tela en la cara". Los cuatro guardaron unos segundos de silencio, como si compartieran un entendimiento mutuo. Debajo del volante hab¨ªa un bot¨®n de emergencia que permit¨ªa llamar a las autoridades sin que saltaran las alarmas dentro del coche. A pesar de ello, la mano del conductor vacil¨®. Al notar esto, el segundo hombre de la parte trasera, Kev, habl¨® en un tono tranquilo y persuasivo. "Escucha, chico. Vamos a pagarte y a dejarte en paz, ?vale? No hay necesidad de apresurarse a hacer algo de lo que nos arrepentiremos, ?de acuerdo?" El primer hombre detr¨¢s de ¨¦l con la voz torcida, Emris, levant¨® una palma en se?al de protesta arrogante. "No, me quedo con el muchacho. Necesito conseguir algunas cosas, as¨ª que me conviene. Adem¨¢s..." Se cruji¨® el cuello, echando una mirada al conductor de delante a trav¨¦s del espejo. "Me asegurar¨¦ de que Don Saltoso no retuerza demasiado sus cables". "?Pretendes llegar tarde al rescate de tus amigos?" pregunt¨® Xavier, enarbolando una ceja contrariada ante la sugerencia del brigadier. Ante su gesto, la imperceptible sonrisa de Emris creci¨® en su rostro. "Por supuesto que no. S¨®lo voy a arreglar algunos preparativos, es todo". "Muy bien, camar¨®n. Solo tienes que saber que cuando suene la campana, saldremos de aqu¨ª con o sin ti", record¨® Kev. "Claro que s¨ª, capit¨¢n. ?Cualquier oportunidad de dejarme caer como p¨¢jaro de plomo, eh?" brome¨® Emris, a lo que Kev se burl¨® con una peque?a risa. Despu¨¦s de pagarle al aterrorizado conductor su pasaje, los dos soldados disfrazados salieron del veh¨ªculo, dejando a la pareja sola. Con un susurro, el taxi pregunt¨®: "?Me vas a matar?" "Uy, por supuesto que no. Ll¨¦vanos a estribor, tendremos una charla. Dime, ?tienes familia?" ? ? ? ? La pareja de discretos soldados se dirigi¨® hacia la entrada del edificio lo m¨¢s r¨¢pido que pudo, mientras los segundos transcurr¨ªan en el reloj. Con una r¨¢pida inspecci¨®n a su alrededor, Kev le indic¨® a su aliado que actuara; Xavier lo hizo mediante un acto de interferencia m¨¢gica, utilizando viento concentrado para erosionar silenciosamente las d¨¦biles cerraduras de la puerta sin hacer saltar ninguna alarma. No tendr¨ªan mucho tiempo para actuar, ya que hab¨ªan llegado m¨¢s tarde de lo previsto y el turno de d¨ªa estaba a punto de comenzar. La pareja se apresur¨® a dirigirse al hueco del ascensor, y Kev hizo palanca para abrir las puertas con la ayuda de su traje, que mientras tanto se hab¨ªa colocado a toda prisa sobre sus cuerpos. "M¨¢s vale que eso marque el final de tu carrera de actor, d¨¦jame decirte", se burl¨® Kev, dedic¨¢ndole a Xavier una sonrisa s¨®rdida a trav¨¦s de su visor abierto. Se apresuraron a entrar, encontrando el propio ascensor dentro, as¨ª como el pozo en el techo. Con un esfuerzo combinado de fuerza, destreza m¨¢gica e impaciencia de Xavier, forzaron la tapa para abrirla, a expensas de cualquier mec¨¢nico que se enviara para encajarla. Kev impuls¨® a Xavier hasta el techo, antes de ser arrastrado hacia arriba con la impresionante fuerza que le proporcionaba el brigadista. Despu¨¦s, encajaron sus mu?ecas rob¨®ticas en los cables met¨¢licos, que actuaban como trepadores, antes de subir a lo alto de la plataforma del techo. Llegar al tejado en s¨ª result¨® ser un trabajo ¨¢gil y eficiente, tal y como se esperaba de los dos puestos m¨¢s altos de su ej¨¦rcito. Poca ch¨¢chara, rapidez de pensamiento y una mente orientada a la tarea. Ojal¨¢ todos los bergantines fueran tan responsables. Ahora s¨®lo quedaba instalarse, inspeccionar la zona de la prisi¨®n y elaborar el mejor plan posible, todo ello en menos de quince minutos como m¨¢ximo. El General dej¨® caer su bolsa al suelo, recuperando de ella lo que parec¨ªa un extra?o yeso o embrague, pero que en realidad result¨® ser un rifle de francotirador plegado y compacto. En cuesti¨®n de segundos, el aparato ergon¨®mico hab¨ªa sido montado, cerrado, cargado y manejado; los rayos matutinos del d¨ªa daban la cantidad justa de luz para ver sin ning¨²n resplandor. Perfectamente ejecutado, como a ¨¦l le gustaba. Sin mucho m¨¢s que hacer, Xavier examin¨® su ¨²nica arma disponible: una pistola que hab¨ªa descuidado un poco estos ¨²ltimos a?os. Por desgracia, llevar su fiel martillo de guerra habr¨ªa sido demasiado peligroso para la misi¨®n que ten¨ªa entre manos. Pasaron diez minutos y no se intercambi¨® ni una palabra entre los dos profesionales. En ning¨²n momento Kev despeg¨® los ojos de su visor; observando con atenci¨®n e intentando desesperadamente trazar un mapa del entorno y de los ciclos de patrulla de los guardias. "?Alguna se?al de Emris...?" Xavier finalmente pregunt¨®. "Ninguno por el momento", respondi¨® Kev sin rodeos, demasiado concentrado para ser cort¨¦s. Incluso mientras hablaba manten¨ªa los ojos en su objetivo. "No le tengas mucho miedo. Lo haremos bien solos si ¨¦l mete la pata de alguna manera". "Me gustar¨ªa que eso no fuera una opci¨®n para empezar. Quiero decir, entiendo que ya no es exactamente fresco, pero un Guardi¨¢n deber¨ªa ser mejor en..." "?Qu¨¦ demonios...?" interrumpi¨® Kev, alzando la voz mientras apartaba la mirada del visor con incredulidad ante lo que estaba viendo. "??Qu¨¦ pasa?!" "?Esa loca...! Erica se ha escapado, ?ya est¨¢ li¨¢ndola!" Kev grit¨®, reposicionando su mira. "Bien, vamos a recoger a estos cabrones", afirm¨® el General, sin recibir respuesta. "?Xavier?" Antes de que pudiera decir otra palabra, Kev observ¨® con estupefacci¨®n c¨®mo el Primer Brigadier demostraba su admirable determinaci¨®n... ¡ª¡ªal saltar del precipicio, hacia el patio de la prisi¨®n, impulsado por las mediocres capacidades de vuelo que pod¨ªa ofrecer la imperfecta armadura que llevaban la ¨¦lite del Sindicato. Capítulo 20: La Bestia Hambréa Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 20 La Bestia Hambr¨¦a Al ver a su aliado descender como un loco a la refriega, Kev no pudo hacer otra cosa que mirar, boquiabierto. Tan r¨¢pido que sus planes parec¨ªan deshacerse, atrofiarse. Y sin embargo... "?As¨ª que subes aqu¨ª s¨®lo para abandonarme? Podr¨ªas haber esperado a Emris o al menos una orden, insubordinado". Kev sonri¨®, inclinando su arma en su lugar, antes de mirar por su visor de acero una vez m¨¢s. Tal vez una docena de objetivos hab¨ªan abandonado el edificio; incluso con su inc¨®modo ¨¢ngulo, pod¨ªa ver eso. Adem¨¢s, una nube de polvo parec¨ªa estallar hacia fuera, aunque no se o¨ªa ninguna explosi¨®n. Incluso a trav¨¦s de los escombros, el visor de infrarrojos de Kev manten¨ªa a la vista la mayor¨ªa de los objetivos. Una vez elegidas sus v¨ªctimas, el General quit¨® el seguro. "Aun as¨ª, eres un buen hombre, Xavier", murmur¨® a nadie en particular. "Es mejor que sigas vivo". Con eso, el francotirador dispar¨®, la bala zumbando por el aire a velocidades est¨²pidas para atravesar a quien fuera lo suficientemente desafortunado como para terminar en el extremo opuesto. Con una velocidad admirable, el Jefe de los Militares no tard¨® en reventar a cuatro de los enemigos, y el resto fue eliminado por medios externos. Probablemente Xavier, si no los propios prisioneros. Con su limitado campo de visi¨®n, no pod¨ªa contar m¨¢s objetivos, y a medida que el sol se llevaba la noche, ¨¦l se hac¨ªa cada vez m¨¢s visible. Con ello, el soldado se desliz¨® bajo la pared y descans¨®, apoy¨¢ndose tranquilamente en su rifle mientras se llevaba un cigarro a la boca, encendi¨¦ndolo con su ca?¨®n al rojo vivo. Por muy potente que fuera, la compacidad de su rifle ten¨ªa sus desventajas, y los enfriamientos eran inevitables. Tal vez si ese perezoso bastardo de Hefesto le hubiera dado m¨¢s de cinco minutos... Kev no hab¨ªa tenido un descanso decente en bastante tiempo. Si bien esto no suele causar mayores problemas, ya que su resistencia es f¨¦rrea, su ¨²ltima batalla en el frente le hab¨ªa dado mucho que compensar; y compensar, no lo estaba haciendo. Si no le daba a su cuerpo un descanso pronto... "Muy bien, perro viejo. Lev¨¢ntate y a por ellos", se anim¨® el soldado con una palmada en las rodillas. Se puso de pie una vez m¨¢s, aunque esta vez con un plan diferente en mente. Tomando sus pertenencias, el General se apoy¨® en la pared, sent¨¢ndose en su borde. Con una profunda toma de aire y humo que ennegreci¨® sus pulmones, Kev levant¨® la mirada hacia lo alto, lejos de los m¨®rbidos colores de la ciudad, que de alguna manera mostraba m¨¢s limpieza que la suya. Con un crujido de cuello, se pregunt¨®: "Oye, Em", comenz¨®, colocando una mano contra la superficie del muro de hormig¨®n, que ca¨ªa en cascada hacia los caminos de abajo, justo encima de una ventana. "Te pedir¨ªa que te dieras prisa, pero ambos sabemos que eso no va a suceder. Dime, ?te has preguntado alguna vez qui¨¦nes ser¨¢n los siguientes en la fila?" A pesar de su pregunta destinada, parec¨ªa dirigirse m¨¢s a s¨ª mismo que a cualquier otra persona. "Quiero decir, alguien tiene que tomar nuestros papeles. Tiene que suceder m¨¢s pronto que tarde, realmente. ?Crees que hemos trazado los caminos lo suficientemente bien para ellos? Yo creo que s¨ª". Apoyando el pie en el elegante hormig¨®n, el General salt¨® de la cornisa, y sus botas desgarraron los laterales del edificio mientras descend¨ªa. Las ventanas se rompieron, el hormig¨®n se desmoron¨®, la pintura se destruy¨®... todo para frenar su aparentemente insuperable ca¨ªda. Era sorprendente que no perdiera el equilibrio y empezara a rodar sin control por el aire. Sin duda hab¨ªa practicado esto. Aunque s¨®lo sea para vandalizar la propiedad lo mejor posible. "Ah, yo s¨®lo espero," Kev sonri¨®, el cigarro volando de su boca. "Que manejen las riendas mejor que nosotros, los viejos desalmados". Metros antes del impacto, su calzado pareci¨® casi explotar al liberar unas violentas r¨¢fagas de aire, comparables a los gases de escape de un coche caro cuando est¨¢ a segundos de salir a toda velocidad. La presencia de estas r¨¢fagas empuj¨® contra la gravedad, suavizando un poco la ca¨ªda, aunque no lo suficiente como para evitar la naturaleza destructiva de su toque final contra la tierra, que hizo a?icos el hormig¨®n en un fino despliegue de poder. El traje, como si rechazara todos los principios de la l¨®gica, apenas sufri¨® un rasgu?o. ? ? ? ? La madera de la sencilla espada de entrenamiento de fabricaci¨®n casera se astill¨® al chocar con el escudo de su oponente, siendo lo suficientemente resistente como para sobrevivir al golpe, aunque no sin endurecer a¨²n m¨¢s su magullada mano con sus inestables vibraciones. En el mismo instante, el arma del adversario -de igual material- se lanz¨® en un amplio arco, golpeando el pecho del ni?o y haci¨¦ndolo rodar hacia atr¨¢s contra la hierba, ensuciando a¨²n m¨¢s sus ropas de tela. Con la victoria una vez m¨¢s asegurada, el adversario, un le?ador de larga barba y c¨¢lido coraz¨®n de acero, dej¨® que la punta de su espada sin filo atravesara la tierra con un profundo suspiro. "Muchacho, ya es suficiente", proclam¨®, poni¨¦ndose de pie una vez m¨¢s. A pesar de su orden, el muchacho vencido se puso de pie una vez m¨¢s, aunque claramente le cost¨® hacerlo. Hab¨ªa sido derribado innumerables veces, y su escudo era demasiado pesado para sus cansados brazos, dej¨¢ndolo indefenso. Incluso a pesar de la fatiga, las magulladuras y los rasgu?os, el ni?o consigui¨® levantar la espada una vez m¨¢s, tambale¨¢ndose mientras consegu¨ªa mantener los pies debajo de ¨¦l por ¨²ltima vez. "No, todav¨ªa no...", pidi¨®, suplic¨® y exigi¨® el chico. "No soy... lo suficientemente fuerte todav¨ªa". Sus respiraciones eran largas, su voz ronca, su cuerpo le dol¨ªa por el descanso. Su determinaci¨®n era admirable, pero su incapacidad para saber cu¨¢ndo rendirse era simplemente irresponsable. "No te har¨¢s m¨¢s fuerte si no te recuperas entre sesiones. Esc¨²chame", grit¨® el hombre, pero sus palabras fueron o¨ªdas por el chico, que se dirigi¨® hacia ¨¦l una vez m¨¢s, arrastrando su espada contra el suelo antes de ser levantada de nuevo. A pesar de sus esfuerzos, su in¨²til tajo fue rechazado sin esfuerzo, y el arma se le escap¨® de sus peque?as y gastadas manos. Sin su arma, el chico recurri¨® a dar un paso adelante, lanzando sus pu?os in¨²tilmente antes de chocar contra el pecho desnudo del le?ador, cayendo inconsciente poco despu¨¦s. El hombre resopl¨®, dejando caer su equipo para tomar el cuerpo dormido del muchacho en sus brazos y llevarlo a casa. "Oh querido... ?Se ha vuelto a quedar seco?", le reproch¨® una mujer con simpat¨ªa cuando el trabajador de la madera entr¨® en su casa, saludado por su compa?ero. "Parece que nuestro chico es incapaz de echarse atr¨¢s hasta que se agote", respondi¨® el hombre atl¨¦tico y voluminoso, metiendo al novato en su cama. Al igual que el resto de la casa -y de todo el pueblo-, las mantas y los colchones de tela eran un tanto medievales en su elaboraci¨®n. Ante su comentario, la contrastada mujer, delgada como un palo, rode¨® con sus brazos su enorme torso. "Bueno, ?a qui¨¦n te recuerda eso?" "Mis malditos genes", sonri¨®, volvi¨¦ndose a la cocina para terminar el trabajo de su mujer, dej¨¢ndola con su hijo. Se apoy¨® en sus rodillas, acariciando la cara raspada del ni?o dormido. "Llama a las Marcies ma?ana, ?quieres? Al chico le vendr¨ªa bien un retoque". "Claro que s¨ª". "Parece tan tierno mientras duerme, ?verdad?", coment¨® la mujer, pellizcando la mejilla del ni?o mientras reflexionaba sobre su r¨¢pido crecimiento. "Ah, no soy tan dulce como para ver esas cosas. Pero naci¨® con mi mitad. Ser¨¢ un chico decente". "Y con el tiempo, un padre decente tambi¨¦n, seguro. Supongo que es cierto. Si que crecen r¨¢pido. Pronto se ver¨¢ tan desali?ado como t¨², cari?o". Casi dejando caer la cuchara de madera en el guiso debido al volumen de sus manos, el hombre asinti¨®. "Och, s¨ª que lo parece. Tal vez dejar¨¢ toda la tonter¨ªa de la lucha y empiece a pegar acha con su viejo pronto". "Oh, basta. D¨¦jale so?ar hasta que crezca como es debido", le ri?¨® la mujer. "Si t¨² lo dices... ?Crees que necesitar¨¢ un descanso despu¨¦s de hoy?", pregunt¨® el hombre, terminando torpemente la comida y vertiendo el contenido en dos cuencos. La mujer se acerc¨® a los labios y se ri¨® para s¨ª misma. "S¨ª, creo que se merece una. ?No es cierto...?" "...?Xavier?" "Xavier". "?Xavier! ?Me recibes? ?Responde!" El soldado despert¨® de su enso?aci¨®n con una sacudida de la cabeza, y se esforz¨® por alcanzar su comunicador para responder. Apenas pod¨ªa ver nada, aunque sab¨ªa muy bien d¨®nde estaba. Ten¨ªa tanto talento para el combate que le resultaba natural abatir a sus enemigos, sobre todo si s¨®lo eran humanos. Tan talentoso, de hecho, que pod¨ªa realizar tal pericia mientras estaba distra¨ªdo, como si fuera memoria muscular. "?S¨ª! S¨ª, estoy vivo. Estoy vivo Kev. Me he infiltrado en el patio". "?Ya lo veo! No puedo creer que te alejaste de m¨ª de esa manera. ?Ponte a hablar!" Cuando las nubes de polvo empezaron a levantarse, su visi¨®n se hizo m¨¢s clara. Las ¨²nicas personas que estaban de pie, aparte de ¨¦l, eran tres individuos, dos de los cuales pudo reconocer. "Los tengo aqu¨ª, se?or". "Oh, gracias a la Diosa. Qu¨¦date ah¨ª, estoy buscando una zona de ruptura", orden¨® Kev. "?Mantenlos a salvo a toda costa! No podemos permitirnos perder a dos Celestiales en perfectas condiciones". El brigadier mir¨® hacia atr¨¢s, observando los varios cad¨¢veres que cubr¨ªan el patio. Algunos de los cuales pertenec¨ªan a prisioneros. Tal vez deber¨ªa haberme quedado contigo. Mam¨¢, pap¨¢... Ant. ?Habr¨ªa sido lo suficientemente fuerte para protegerte de cualquier manera? ?Realmente aprend¨ª algo con esta gente? "?Oye! ?Xavier! ?Est¨¢s conmocionado o algo as¨ª?", grit¨® la Celestial femenina, acerc¨¢ndose al aturdido brigadier con paso firme. "Quiero decir, gracias por el rescate y todo eso, pero en serio que necesitas bajar esa cabeza de las nubes", brome¨®, pinchando su frente con picard¨ªa. Ah, eso es. No los habr¨ªa conocido, pens¨®, escapando por fin de las garras de su mente. "?Xavier! Tenemos que salir de aqu¨ª inmediatamente". grit¨® Corvus, gan¨¢ndose una mueca de Noire. Con eso, el brigadier se sacudi¨® la verg¨¹enza de la cara. "Bien. Tenemos refuerzos en camino. ?Tienes tu espada?" El macho alado levant¨® sus manos esposadas para que las viera. "Ciertamente podr¨ªa encontrarlo, pero estoy un poco limitado tal como est¨¢". "Puedo ayudar con..." Antes de que Xavier pudiera terminar su oferta, Erica levant¨® una espada hacia el cielo antes de clavarla entre los pu?os de Corvus, quedando a un pelo de cortarle la mano en el proceso. Aunque el hierro no se romper¨ªa por completo, ser¨ªa bastante f¨¢cil para el Celestial partirlo con el da?o ejecutado. Dicho esto... "Victus misericordiosa de arriba... ?Qu¨¦ demonios est¨¢s haciendo!" Corvus grit¨® en un retroceso de ni?a cuando sus miembros estuvieron a punto de ser cortados. "??Est¨¢s completamente mal de la cabeza?!" Con una risa en¨¦rgica, Erica cay¨® de rodillas divertida, golpeando el hormig¨®n con un pu?o. "?Oh, Diosa m¨ªa! Tendr¨ªas que haber visto la cara que has puesto", resopl¨®. "?Es ahoa el momento para esto?" "No, pero dame un respiro, ?quieres? S¨®lo fui y pens¨¦ en ti cuando fui a recoger a mi chica", sonri¨® Erica, mostrando el filo de su alabarda. Arranc¨® entonces Corvus la hoja de su agarre, limpiando su ropa de prisi¨®n contra el acero. "S¨®lo te perdonar¨¦ por reunirnos. Por el amor de la Diosa, Noire acaba de demostrar que puede hacerlo mejor y sin arriesgar la amputaci¨®n de mi mano". "Bueno, s¨ª, pero eso no habr¨ªa sido tan divertido", replic¨® Erica, limpi¨¢ndose las l¨¢grimas del ojo. "Eres tan adorable cuando te preocupas as¨ª". "?Vete a la mierda!" En ese momento, un disparo son¨® en el exterior; su bala fue aniquilada por la interferencia de Noire. "?Qu¨¦ demonios ha sido eso?" grit¨® Xavier, cogiendo un rifle de uno de los cad¨¢veres y prepar¨¢ndolo. En ese instante, mat¨® al oficial responsable, que pronto fue sustituido por una multitud de fusileros. "Nosotros tambi¨¦n lo estamos averiguando", respondi¨® Corvus, blandiendo su espada. Mientras no se viera abrumado, el Celestial pod¨ªa cortar balas en el aire. "?Tenemos un plan de salida?" "?Que yo sepa? No. Lo ¨²nico que escuch¨¦ fue que nos qued¨¢ramos quietos", explic¨® Xavier, conjurando viento para desestabilizar a sus enemigos antes de rociarlos. "?Vicks! ?A qui¨¦n se le ocurri¨® esto?" Erica grit¨®, alabarda en mano. Los cuatro se retiraron r¨¢pidamente, pasando por el muro que Noire hab¨ªa borrado con tanta facilidad, y atravesando el n¨²cleo de celdas exteriores del cruce de la prisi¨®n, encumbrado por un gran dispositivo tesla que vigilaba la zona como un centinela el¨¦ctrico. El escuadr¨®n se puso inmediatamente a cubierto detr¨¢s de un guardia de tr¨¢fico de piedra, mirando hacia atr¨¢s mientras la peque?a masa de soldados tomaba sus posiciones de una manera algo torpe y perezosa. Cuando las balas empezaron a asediar su escondite, agujereando la media pared tras la que estaban sentados, Xavier se volvi¨® hacia Erica y grit¨®. "?Ordenes de Kev!" "Ese loco nos quiere matar". Corvus apret¨® los dientes y agach¨® la cabeza cuando una bala zumb¨® sobre ¨¦l. "?Y este tipo?", pregunt¨® el brigadista, se?alando la presencia sonriente y despreocupada de la todav¨ªa esposada y silenciosa Noire. "Lo sacar¨¦ de aqu¨ª, pero no le quites las esposas. No s¨¦ si servir¨¢ de algo, pero por si acaso..." Explic¨® Corvus, lanzando una mirada de desconfianza a Erica. Ante su mirada, Erica se encogi¨® de hombros, arrebat¨¢ndole al Primer Brigadier su pistola antes de ponerse en pie, dando unos cuantos tiros. "?Lun¨¢tico! ?Baja!" Corvus grit¨®. "?No seas tan cobarde, Corvi! O te vas a lo grande o te vas a casa", le grit¨®, saliendo de su cobertura cuando unos cuantos soldados entraron en el campo de batalla por su lado. Anticip¨¢ndose a ello, se deshizo r¨¢pidamente de dos de ellos y dej¨® al par restante con el cargador vac¨ªo.A case of content theft: this narrative is not rightfully on Amazon; if you spot it, report the violation. "?¨¦sta loca...!" el Celestial masculino rechin¨® los dientes, lanzando su espada hacia el ataque de pinza de los enemigos para ayudar a Erica en su intento suicida de hero¨ªsmo, desapareciendo con ella. "Bueno, esto es un poco de revuelo~" Noire finalmente coment¨®, su tono juguet¨®n y mundano, como si el fuego cruzado fuera algo para re¨ªrse. "S¨ª, hace correr la sangre". Ante esto, Xavier neg¨® con la cabeza, levant¨¢ndose de su posici¨®n para impedir su avance frontal con un contraataque. La falta de efectivos parec¨ªa inusual en un lugar tan fortificado como ¨¦ste. ?Estaban todos durmiendo o algo as¨ª? Es como si s¨®lo unos pocos pudieran molestarse en ayudar en la lucha. ?Quiz¨¢s la mayor¨ªa ya estaba luchando en el frente entre las fronteras? Si es as¨ª, ?cu¨¢ntas de sus fuerzas hab¨ªan gastado para esta guerra? La ¨²nica explicaci¨®n racional ser¨ªa un intento de empuje definitivo, pero ?realmente eran tan descuidados como para gastar todos sus recursos en ello? "?Necesitas ayuda?" pregunt¨® Noire, con una pregunta tan sencilla que casi podr¨ªa considerarse un insulto a la agitaci¨®n. "Depende... ?Puedes luchar con eso puesto?" El brigadista se agach¨® de nuevo, agotado de munici¨®n. "Oh, no har¨ªa ninguna diferencia, cr¨¦eme." "Entonces s¨ª. Haz lo que creas que puede ayudar", acept¨® Xavier, presionando su mano contra el hombro. Una bala le hab¨ªa rozado la piel. "Muy bien entonces~" Noire asinti¨®, poni¨¦ndose en pie desde su posici¨®n. Levant¨® los brazos en alto, separados como un s¨ªmbolo de paz. Y sin embargo, todo el infierno pareci¨® desatarse. La tierra se desmoron¨®, el viento aull¨® violentamente, los cristales se hicieron a?icos y volaron... Muy pronto, incluso el tesla de seis metros se estrell¨® contra el suelo. Confundido como estaba, Xavier no pod¨ªa arriesgarse a mirar el caos, as¨ª que encendi¨® r¨¢pidamente su comunicador. "?Esto se est¨¢ convirtiendo en una zona de bombardeo! Maldita sea, Kev, ?d¨®nde est¨¢s?" ? ? ? ? El sol se alzaba con fuerza sobre el horizonte, y su plan desordenado tendr¨ªa que seguir su curso tan r¨¢pido como fuera humanamente -o inhumanamente- posible. No pod¨ªa permitirse el lujo de fracasar en sus esfuerzos en Yanksee una vez m¨¢s, para no ser tachado de responsabilidad entre sus compa?eros. M¨¢s a¨²n, no quer¨ªa fallarle a Xavier una vez m¨¢s. Aunque esta acci¨®n era, de hecho, m¨¢s un favor que un pago, su participaci¨®n ahora ser¨ªa muy importante para mantener la fe del hombre. Dicho esto, la idea de que probablemente perder¨ªa a Xavier por todo esto her¨ªa su viejo coraz¨®n. Como m¨ªnimo, morir¨ªa en su tierra natal. Si pod¨ªa agradecer a los Crimsoneers o despreciarlos por ello era un dilema conflictivo. Estos pensamientos se agolpaban en su mente y, sin embargo, segu¨ªa atrapado en el interior del coche-taxi de cristales tintados. Ten¨ªa que darse prisa. La batalla ya hab¨ªa comenzado. "No... realmente. Quiero decir, eh, tengo a mi madre y a mi padre, y a mis primos en el norte. Me echar¨ªan de menos si me mataras o algo as¨ª, no s¨¦". El conductor sudaba a mares, tropezando con sus palabras sin sentido. Ya era bastante malo hablando cuando trataba con clientes normales. No importaba qui¨¦n fuera este tipo. Levantando los pies de nuevo, esta vez con m¨¢s libertad que con sus compa?eros, Emris se cruji¨® el cuello. "As¨ª que te gustar¨ªa volver a verlos y todo eso". "Bueno, s¨ª", el taxi se encogi¨® en su asiento, sintiendo que su vida pend¨ªa de un delicado hilo. "?Y los hijos? ?Una esposa? ?Has pensado en algo por el estilo?", pregunt¨® el soldado, mir¨¢ndose las u?as. Tragando saliva, el conductor asinti¨®, tratando de apaciguar al hombre. "Bueno, dir¨ªa que s¨ª. ?Qu¨¦ hombre no lo ha hecho? Yo s¨®lo... ya sabes, me veo con menos suerte y tal". Emris se ri¨®. "Ah, por supuesto. Bueno, pues dale un poco de tiempo". "No vas a... matarme, ?verdad?" "Eso depende de tu comportamiento", sonri¨® Emris, asomando la cabeza por encima del hombro del conductor con una sonrisa asquerosamente bestial. Algo que podr¨ªa hacer un animal voraz. "?Vas a hablarle a tus polis lacayos toca-pelotas en la cafeter¨ªa m¨¢s cercana?" "?No, se?or!", respondi¨® el hombre con un chillido ronco. Emris se ri¨® vagamente para s¨ª mismo y volvi¨® a recostarse en los asientos traseros. "Entonces nos llevaremos bien". "?Sois ustedes... como... terroristas o algo as¨ª?" "No somos de tu puta incumbencia", ladr¨® el bergant¨ªn haciendo rechinar los dientes. "Lo s¨¦, lo s¨¦. Es s¨®lo que... Quer¨ªa saber si fuiste parte del ataque de la semana pasada. P-Por curiosidad". Levantando una ceja, Emris record¨® que su ¨²ltima invasi¨®n se produjo hace una semana. Reconociendo que no se hab¨ªa enviado a ning¨²n otro sindico por aquel entonces, Emris se encogi¨® de hombros. "S¨ª, fuimos nosotros". El conductor pareci¨® tensarse y palidecer ante sus palabras, aunque eso no lo ver¨ªa el hombre que estaba detr¨¢s de ¨¦l. Con una respiraci¨®n agitada, el conductor volvi¨® a hablar. "?Por qu¨¦ lo hiciste?" "Haces demasiadas preguntas, chaval. Lim¨ªtate a conducir". A pesar de sus palabras, el taxi, emocionalmente tenso, pregunt¨®: "?Qu¨¦ sacaste de ello? ?Fue algo pol¨ªtico? ?Por qu¨¦ ten¨ªa que morir esa gente?" Ante su ¨²ltimo comentario, el gru?ido molesto de Emris se congel¨® mientras pensaba un poco en su acusaci¨®n. Era imposible que estuviera exagerando, a menos que estuvieran jugando con ¨¦l. "Oye, ?est¨¢s tratando de joderme la cabeza? Si quieres conservar tu lengua, d¨¦jala quieta". "Necesito saber. Mi t¨ªa estaba en el rascacielos que ustedes derrumbasteis. Necesito saber por qu¨¦". "??Qu¨¦ carajo dije...?!", cort¨® su barbaridad, poni¨¦ndose de pie antes de que las palabras se procesaran en su cabeza. Puede que haya provocado algunos peque?os incidentes, pero no se ha producido nada ni siquiera parecido a una explosi¨®n; ni siquiera la destrucci¨®n de ning¨²n edificio. Permaneci¨® en silencio, observando con curiosidad c¨®mo el conductor apretaba el volante. "No s¨¦ c¨®mo demonios lo hab¨¦is hecho, pero hab¨¦is destrozado toda la puta calle. ?Fue alg¨²n tipo de movimiento? ?Una venganza? Matasteis a..." Se le cort¨® la respiraci¨®n al recordar las cifras. "Ciento veintiocho soldados. M¨¢s de trescientos civiles. Todo en el lapso de un minuto". "Chico, yo..." "?Un puto minuto! ?Qu¨¦ clase de man¨ªacos sois? Es imposible que hay¨¢is colocado esas bombas con el tiempo suficiente antes de que os pillen... ??A qui¨¦n demonios hab¨¦is contratado?!", grit¨® el conductor, descargando sus frustraciones y casi estrellando el coche en el proceso. Respir¨® profundamente, con el coraz¨®n latiendo con fuerza en el pecho. La sangre se le hab¨ªa subido a la cabeza en una mezcla de ira y p¨¢nico. Si de alguna manera hab¨ªa hecho enfadar a este hombre, su vida podr¨ªa estar perdida. ?Deber¨ªa estrellar el coche, s¨®lo para darse una oportunidad? Emris ech¨® la cabeza hacia atr¨¢s contra el asiento de cuero, intentando aferrarse a los recuerdos de su pasada invasi¨®n. Las probabilidades de que Yanksee hubiera sido atacada por otras amenazas eran casi imposibles, y a menos que el Sindicato hubiera hecho alg¨²n avance sin que ¨¦l lo supiera -una posibilidad que en s¨ª misma era poco realista-, entonces s¨®lo pod¨ªa apostar por la intervenci¨®n de una organizaci¨®n terrorista, o por su propio caos, sumido en el alcohol. Aunque su magia estaba a leguas de destrozar un edificio, hab¨ªa hecho sus pinitos con los explosivos m¨¢s de una vez. El hecho de que no recordara nada de eso le hac¨ªa dudar de la probabilidad de que su acci¨®n causara tal caos, pero sin otra resoluci¨®n en mente, y sin ninguna respuesta mejor que dar, el semblante de Emris se puso r¨ªgido, y sus labios formaron un gru?ido horrible. "Me contrataron a m¨ª". "?Fue... usted?", pregunt¨® el conductor, apartando la cabeza de la carretera para mirarle. "Probablemente, s¨ª". "?Qu¨¦ diablos significa eso?" "Significa", comenz¨®, sacando su cantimplora para dar un trago a la bebida dura que conten¨ªa. Con un gemido ¨¢spero, Emris sonri¨®. "Que bebo demasiado para mi propio bien. P¨¢sanos por tu casa". "Bebes demasiado para tu propio bien..." El taxi lade¨® la cabeza, completamente desconcertado. Reconociendo que, de hecho, estaba tratando con nada menos que un psic¨®pata, el taxi se limit¨® a girar el rumbo, conduciendo en silencio hacia su humilde morada. Por mucho que el taxista deseara estrangular el h¨ªgado del bastardo hasta sac¨¢rselo de la garganta, sab¨ªa muy bien que si lo intentaba, ser¨ªa despedazado y colgado de sus propias entra?as. Una vez que el coche hubo aparcado en el cochambroso solar frente a su bloque de apartamentos, el taxista se limit¨® a mirar hacia atr¨¢s, evitando el contacto visual con el man¨ªaco. "Estamos aqu¨ª", dijo, con un tono fr¨ªo y casi zombi. No es de extra?ar que estuviera tan angustiado. Un encuentro as¨ª podr¨ªa incluso dejar cicatrices en el muchacho. "?Amabas a tu t¨ªa?" pregunt¨® Emris, con una voz demasiado apagada para lo que es habitual en ¨¦l. "No", se limit¨® a responder el conductor, volviendo a mirar hacia delante. Emris meti¨® la mano delante del taxi, entreg¨¢ndole una generosa cantidad de dinero en efectivo para el pasaje. "Toma. Sal del coche; disfruta de la vida. Intenta recordar que s¨®lo la vives una vez, y que nunca sabes cu¨¢ndo puede acabar". "?Te llevas mi coche?" "No, s¨®lo lo tomo prestado. Lo dejar¨¦ al borde del bosque, junto a Signa". El conductor no se opuso. De hecho, su lenguaje corporal se volvi¨® casi rob¨®tico cuando se limit¨® a salir del veh¨ªculo con el fajo de billetes en la mano, observando c¨®mo el hombre se retorc¨ªa hasta el asiento del conductor con una expresi¨®n ilegible. Antes de que pudiera arrancar, el due?o del coche le hizo una ¨²ltima pregunta, aunque son¨® m¨¢s bien como una afirmaci¨®n. "Eres uno de esos Sindis, ?no?" "S¨ª. Pero no son como soy yo", respondi¨® Emris, cerrando las puertas. "No dejes que sea tu percepci¨®n de ellos. Soy un puto desastre". Con eso, y una sonrisa de dientes apretados, el veterano tir¨® del freno de mano y comenz¨® a conducir. Su destino estaba bastante cerca; eso era de agradecer. Su plan era la m¨¢s rid¨ªcula variedad de payasadas que se pod¨ªan hacer en un cuarto de hora de diferencia, pero no importaba, era conocido por llegar elegantemente tarde a casi todo. Con un brusco empuj¨®n a los frenos, el coche se detuvo bruscamente y de forma chirriante. Se hab¨ªa detenido distra¨ªdamente justo delante del edificio al que pronto acosar¨ªa a sus habitantes. La Armer¨ªa Nacional estaba ante ¨¦l, justo donde la necesitaba. Con los minutos contados, el brigadier sali¨® del coche con un pavoneo apresurado, pero casual. Los dos oficiales que custodiaban su entrada, bebiendo caf¨¦, lograron deletrear una s¨ªlaba. ? ? ? ? Los bordes exteriores del patio de la prisi¨®n, donde los oficiales se aprovisionaban de recursos, intercambiaban informaci¨®n y observaban atentamente a los prisioneros durante su tiempo de recreo, hab¨ªan sido sofocados por los efectos de la guerra, y el polvo desmenuzado establec¨ªa una presencia un tanto espeluznante de desconocimiento entre las dos fronteras combatientes. A pesar de su inferioridad num¨¦rica, el cuarteto de antagonistas hab¨ªa logrado perseverar con pocos dilemas. Xavier se hab¨ªa quedado sin munici¨®n, y estaba curando una herida superficial menor detr¨¢s de una barricada mientras la monstruosamente poderosa Noire le cubr¨ªa, desplegando su caos con una inquietante cantidad de entusiasmo. Al mismo tiempo, Corvus y Erica impidieron que los militares yankis les abrumasen manteniendo la puerta trasera a raya, eliminando con maestr¨ªa a cualquier soldado que se adentrase en los esbeltos pasillos. El cuerpo a cuerpo era su especialidad, despu¨¦s de todo, y la falta de iluminaci¨®n el¨¦ctrica -provocada por sus esfuerzos destructivos- ayudaba a la pareja en la oscuridad menos c¨®moda de las vetas interiores. Dicho esto, a pesar de sus mejores esfuerzos, su principal preocupaci¨®n segu¨ªa estando a mano. No pod¨ªan permitirse el lujo de quedarse quietos y seguir luchando, ya que seguramente se cansar¨ªan en poco tiempo. Kev se negaba a responder, para preocupaci¨®n del primer brigadier, y Emris parec¨ªa haber desaparecido sin dejar rastro. Incluso su comunicador estaba fuera de alcance, aunque Xavier no hab¨ªa intentado realmente restablecer la conexi¨®n. El fuego enemigo se hab¨ªa reducido significativamente a trav¨¦s de la niebla, ya que las balas imprecisas y perdidas no les servir¨ªan de nada. Los proyectiles de mortero se hab¨ªan abstenido hace tiempo, ya que cualquier proyectil atrapado en el aire era r¨¢pidamente aniquilado o redirigido hacia ellos mediante las artima?as a¨¦reas de Xavier, y no hab¨ªa maquinarias m¨¢s grandes disponibles desde su inc¨®moda posici¨®n. La prisi¨®n hab¨ªa sido dise?ada para defenderse de las amenazas externas m¨¢s que de las internas, ya que cualquier combate en el interior sol¨ªa ser manejado por las m¨¢quinas tesla o por los propios guardias. Un dise?o aburrido e ineficaz, sin duda, aunque pocos podr¨ªan haber previsto que se produjera una brecha tan dram¨¢tica. Fue debido a estas debilidades y a la falta de opciones que los oficiales superiores al mando hab¨ªan emitido un ¨²ltimo recurso. Y con ello, los estruendos de una m¨¢quina de tama?o bastardo o de una bestia de enorme masa comenzaron a resonar por todo el campo de batalla, deteniendo temporalmente el fuego cruzado. Los golpes y crujidos continuaron resonando en el patio mientras lo que fuera segu¨ªa acerc¨¢ndose al lote. Bajando los brazos, Noire se limit¨® a observar. Crash krang klunk Los pasos estruendosos se acercaron, confirmando la presencia de una bestia. A Xavier se le cort¨® la respiraci¨®n. Clack clang joff Un par de cuernos tan gruesos como barriles de ca?¨®n atravesaron la niebla suspendida, y con ello un fuerte graznido separ¨® el aire a su alrededor, revelando los rasgos demon¨ªacos de una cabeza de toro cuando la corpulenta bestia dio un paso al frente, desvelando al rencoroso cr¨ªptido de la niebla terrosa. Su pelaje era fino y negro, dejando ver varias manchas de cuero p¨¢lido duro como una roca. Sus ojos brillaban con un odioso color melocot¨®n al chocar con su amarillo natural. Todo su cuerpo mostraba una tremenda y delgada musculatura, haciendo gala de la fuerza bruta que tales bestias pod¨ªan reunir con un entrenamiento y una dieta adecuados. Los brazos del monstruo eran tan gruesos como troncos, y sus manos pod¨ªan aplastar tanto o m¨¢s. Por si sus rasgos no fueran lo suficientemente aterradores, los hombros del minotauro estaban doblados, y con ellos llevaba no dos, sino cuatro brazos enormes; cada uno de ellos se extend¨ªa en una masa singular de poder¨ªo f¨ªsico perfectamente elaborado. La bestia sonri¨®, mostrando sus dientes opacos pero duros como una roca mientras miraba a la pareja. A pesar de la exhibici¨®n, Noire parec¨ªa tan entretenida como antes, y aunque no hizo nada para actuar contra la apariencia de la amenaza, el hombre logr¨® mantener su sonrisa. Xavier, en cambio, parec¨ªa mortificado. "Midas..." Haciendo acopio de su voluntad, el brigadier se puso de pie, permitiendo que el cr¨ªptido captara cada uno de sus rasgos. Comparar su masa corporal ser¨ªa como comparar una ramita con un roble adulto. Apretando sus cuatro pu?os antes de golpear cada par entre s¨ª, la sonrisa del minotauro se ampli¨® mientras sus articulaciones cruj¨ªan. "Pero si es un jodido Sindi. Supongo que mi fama llega lejos, si ya me reconoces". "No es por fama, dir¨ªa yo. Conoc¨ª a tu hermano", asinti¨® Xavier, adoptando una postura de combate. A pesar de lo graciosamente p¨ªcaro que parec¨ªa el humano, el acalorado toro sab¨ªa que no deb¨ªa asumir su fuerza. Aun as¨ª, solt¨® una carcajada fingida. "El enclenque est¨¢ vivo, ?eh? Lo enviar¨¦ contigo una vez que haya puesto en orden a su cr¨¢neo vac¨ªo", declar¨® el minotauro, cruzando los brazos, pues no sent¨ªa la necesidad de adoptar posiciones tan triviales. "?Bailemos, entonces?" "?Ja! Claro". Una vez resuelta la cortes¨ªa y la justicia, el brigadier entrecerr¨® los ojos antes de moverse, alz¨¢ndose en lo alto para aprovechar mejor su magia a¨¦rea, asaltando a la bestia con una r¨¢faga de poderoso viento, que apenas empuj¨® a Midas de su sitio. Sin querer dar tiempo al toro a recuperarse, el brigadier encaden¨® el ataque con una patada de barrido, guiada y reforzada por sus habilidades. El impacto fue fuerte, y podr¨ªa destrozar f¨¢cilmente incluso la piedra m¨¢s densa. Sin embargo, el toro podr¨ªa haber quedado magullado como mucho, de pie, arrogante, con los brazos cruzados. Antes de que el campe¨®n pudiera retroceder o proseguir, el Minotauro azot¨® su mano en el aire, golpeando al soldado demasiado r¨¢pido para que ¨¦ste pudiera contraatacar, envi¨¢ndolo a volar contra un muro de hormig¨®n con una risa cruel. Levant¨¢ndose con cierta dificultad, Xavier escupi¨® sangre, agarrando una tuber¨ªa expuesta antes de arrancarla de su sitio. Con esto, salt¨® hacia adelante y a una velocidad impactante, cogiendo a Midas por sorpresa mientras utilizaba su magia de viento para abrumar los sentidos del toro, antes de impulsarse hacia su cr¨¢neo. Apartando una de sus manos agitadas, se lanz¨® por el aire, antes de chocar la tuber¨ªa contra su sien. El impacto dobl¨® la tuber¨ªa considerablemente, y el cr¨¢neo del minotauro se gir¨® hacia el otro lado por la fuerza. Sin embargo, a pesar de sus fruct¨ªferos avances, el brigadista fue r¨¢pidamente arrancado del aire, antes de ser arrojado con la poderosa fuerza de un animal grotescamente sobredimensionado y enloquecido. La pelea de ambos continu¨® durante varios segundos, cada vez comenzando con una nueva t¨¢ctica del brigadista antes de ser lanzado hacia atr¨¢s por la poderosa bestia. Noire se limit¨® a quedarse de pie, como si estuviera admirando un espect¨¢culo, su inacci¨®n excusada con un cansancio un tanto incre¨ªble. Por muy impresionantes que fueran los esfuerzos del soldado, sus intentos parec¨ªan no servir de mucho para dominar al cr¨ªptido, ya que cada uno de sus golpes parec¨ªa ser absorbido sin esfuerzo por su cuerpo de acero. Con una carga agravada a cuatro patas, Xavier evit¨® por poco aquellos mort¨ªferos cuernos, pero no sin exponerse a otro impacto despiadado de la bestia. El brigadier rod¨® contra el suelo como un pez que se tambalea, hasta detenerse. Su cuerpo le dol¨ªa y ard¨ªa, y sus reservas se estaban agotando r¨¢pidamente. A este ritmo, la batalla pronto se convertir¨ªa en una de desgaste, y su rapidez disminuir¨ªa lentamente sus defensas hasta dejarlas totalmente expuestas. A trav¨¦s del zumbido de sus o¨ªdos, Xavier pod¨ªa o¨ªr los divertidos bramidos de la arrogante bestia mientras se acercaba, y sus pasos rasgaban el suelo de piedra bajo ¨¦l. Incluso Erica hab¨ªa intentado unirse a la refriega, s¨®lo para ser lanzada sin contemplaciones contra el suelo, enterrando viva a la Celestial en la piedra. La marea parec¨ªa haberse vuelto r¨¢pidamente contra ellos, y a trav¨¦s de su visi¨®n borrosa, el debilitado brigadier pudo ver que la maldita cosa segu¨ªa sonri¨¦ndole. A pesar del dolor, y de su energ¨ªa mermada, el palad¨ªn se mantuvo en pie una vez m¨¢s, como si desafiara todos y cada uno de los golpes y lanzamientos de la bestia imp¨ªa. Intercambiando miradas con Midas, los dos parec¨ªan luchar incluso a trav¨¦s de sus ojos mientras Xavier preparaba otra carga infructuosa. Midas se prepar¨®, ensanchando los brazos y preparando un agarre. Sin embargo, a los pocos segundos de producirse el ataque, una repentina explosi¨®n hizo que la pareja perdiera el equilibrio cuando la pared de su izquierda fue destruida con un fuerte estallido, que casi hizo perder la conciencia al brigadier. Incluso el minotauro hab¨ªa sido derribado por la explosi¨®n. A trav¨¦s del polvo de la explosi¨®n, una figura de tama?o humano caminaba dentro del complejo, con una sonrisa alucinante en su rostro. Su caminar a trompicones era notablemente ¨¢spero, casi como si estuviera borracho, mientras rivalizaba con la expresi¨®n de la bestia. Al girar el cuello hacia un lado, la figura, que se revel¨® como Emris, hizo saltar la articulaci¨®n de un dedo y anunci¨®: "Ay, esto s¨ª que me parece apetecible. No he tenido una cena decente en un tiempo. Me apetece un buen solomillo ahumado y jugoso, y usted parece realmente magro..." Emitida su amenaza socialmente can¨ªbal, Emris arque¨® la espalda hacia delante, aspirando profundamente el humo antes de rechinar los dientes. Una bestia vestida de hombre. Y la bestia ten¨ªa hambre. Capítulo 21: Por los Cuernos Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 21 Por los Cuernos El polvo comenz¨® a asentarse, desplegando la escena ante ¨¦l. El lugar se hab¨ªa vuelto totalmente indistinguible por el caos de los disparos, la aniquilaci¨®n m¨¢gica y la destrucci¨®n f¨ªsica. Los veh¨ªculos hab¨ªan quedado reducidos a chasis aplastados; las barreras se hab¨ªan pulverizado hasta convertirse en polvo, el suelo estaba lleno de ladrillos levantados y agujeros formados a la estela de la bestia... Los soldados se hab¨ªan retirado por completo del combate, confiando totalmente en la ira y la fuerza muscular del Minotauro para despachar a los invasores y a los fugitivos. Para qu¨¦ serv¨ªa su retirada era un misterio, aunque Emris hab¨ªa vislumbrado un considerable jaleo en el exterior. O bien hab¨ªan sido enviados a otra parte, o bien los propios soldados comprendieron la desesperaci¨®n de enfrentarse a una fuerza tan fuerte; sin conocer el alto el fuego de Noire. Despu¨¦s de una buena observaci¨®n del entorno, lleno de polvo y escombros, la atenci¨®n de Emris fue robada cuando Xavier grit¨®: "?Emris! ?D¨®nde diablos... estabas?" Entre respiraciones entrecortadas, el Primer Brigadier se quej¨®, dando tumbos hacia su subordinado. "Ay, interrumpiste mi mon¨®logo interno", se burl¨® Emris, d¨¢ndole una sonrisa s¨®rdida y un golpe de codo, desafiando la seriedad de la gravedad de su situaci¨®n. "Parece que hab¨¦is tenido una fiesta aqu¨ª". "?Se supon¨ªa que ibas a ayudar en este maldito conflicto! ?A d¨®nde hab¨¦is huido t¨² y el General? Ni siquiera hab¨¦is respondido". Frot¨¢ndose la cabeza torpemente, el Tercer Brigadier sonri¨®. "S¨ª, lo siento. Ten¨ªa que terminar algo que hab¨ªa empezado. Ahora estoy aqu¨ª, ?no? Me parece que el General est¨¢ ocupado con su propia mierda". Ante las risas de Emris, la mente agotada de Xavier se neg¨® a gritar. Cayendo de rodillas, agotado, el brigadier dio una bocanada de aire. "S¨ª, lo s¨¦. Deja que yo me encargue de esto", se burl¨® Emris, manteniendo su postura lo m¨¢s relajada posible mientras se dirig¨ªa hacia el interior. A pesar de su actitud relajada, varios cortes segu¨ªan cicatrizando en su rostro, y la sangre manchaba su pecho y sus brazos. Si esa sangre era de ¨¦l o de otra persona era algo que cualquiera pod¨ªa adivinar. Levant¨¢ndose de los escombros ante la aproximaci¨®n de Emris, el minotauro esboz¨® una sonrisa que mezclaba arrogancia y furia, una muestra con la que ning¨²n ser est¨¢ndar desear¨ªa toparse, especialmente cuando se enfrenta a un ser tan aborrecible. A pesar de ello, el brigadier se situ¨® directamente ante el cr¨ªptido, esperando a que se parara con las manos en los bolsillos. Aunque se neg¨® a demostrarlo, Midas sinti¨® un ligero grado de intimidaci¨®n por su impiadoso farol, unido a su inhumana osad¨ªa. Por ello, su sonrisa torcida se ampli¨®. "?Eres una especie de buf¨®n, sonrisas?", resopl¨® el toro. "?Ja!", se ri¨® el hombre, arqueando la espalda. "S¨ª, algunos me ver¨¢n as¨ª." "?Sabes qui¨¦n te est¨¢ hablando?" "?Una bestia de carne dura con pieles para pelar?" dijo Emris, antes de recibir un golpe estruendoso de Midas. El golpe fue tan directo y repentino que silb¨® en el aire que atraves¨®, con un pu?etazo tan feroz que podr¨ªa arrancarle la cabeza a un humano del cuello. Sin embargo, en lugar de encontrarse con carne y hueso, el ataque casi instant¨¢neo encontr¨® su fin en una fuerza de origen invisible, que empuj¨® el pu?o del toro con cierta holgura. Confundido, el toro sigui¨® avanzando, levantando la mirada hacia los ojos de Emris. El semblante despreocupado del brigadier se hab¨ªa convertido en uno feroz y travieso, con un rostro tan retorcido que casi hizo retroceder a la bestia en un retroceso. Y con eso... "Oye, trozo de escoria. Est¨¢s hablando con el puto Guardi¨¢n". Al disipar el ataque con el escudo, Emris salt¨® hacia arriba y le devolvi¨® el golpe con un derechazo; el impacto de su golpe demostr¨® una superioridad biol¨®gica en la pr¨¢ctica que rivalizaba con la de Midas, por muy rid¨ªculo que pueda parecer, viniendo de un borracho de mediana edad. El monstruo de cuatro brazos retrocedi¨® ante el golpe, sintiendo una onda expansiva que le recorr¨ªa todo el cr¨¢neo y que le hizo marearse por un momento. Incluso a pesar del dolor, el minotauro se tambale¨® hacia delante y lanz¨® sus dos pu?os zurdos en una respuesta agresiva, golpeando a Emris con una fuerza tremenda de forma similar a como lo hab¨ªa hecho con el campe¨®n. El cuerpo del Guardi¨¢n se tambale¨® y se agit¨® al chocar con varias protuberancias en su camino, y finalmente rod¨® hasta detenerse. "?Emris!" grit¨® Xavier, arrastr¨¢ndose para intentar seguir su trayectoria, antes de encontrarse con la abrumadora presencia de Midas, que lo bloque¨® con un golpe burl¨®n de sus pu?os. Arrastrando su bota contra la piedra desmoronada al detenerse, Xavier dio un suspiro. "?Siempre sois tan antip¨¢ticos?" "?Me ofendes!", se burl¨® el minotauro, apretando los dientes en un perverso disfrute de sus menguadas fuerzas, sus temores se desvanecieron al comprobar las capacidades del impresentable Emris. Calculando su muerte, el toro lanz¨® una secuencia de pu?etazos desde cada uno de sus brazos, cada uno de los cuales fue evitado por poco por el debilitado brigadier. "?Podemos aguantar toda la noche, humano!" Midas cacare¨®, movi¨¦ndose m¨¢s r¨¢pido y de forma m¨¢s inteligente para pillar al hombre desprevenido. "No va a cambiar una mierda. Una vez que termine contigo, la prisi¨®n va a parecer un puto jard¨ªn de infantes..." "?Oye!" grit¨® Emris, que se hab¨ªa levantado de su colapso con rasgos desagradables. Midas dio un volantazo, haciendo retroceder al palad¨ªn lo suficiente como para mantener a los dos a tiro. Lanzando su petaca al cielo, Emris grit¨®: "?Has abollado mi jodido trago, cabr¨®n con cuernos!" Con una ceja levantada, el minotauro gru?¨®. "Ustedes duran demasiado para mi gusto. ??Qu¨¦ fue eso de comerme, enano?!" "?Oh! Shit¨¦, eso. Se me olvid¨®, gracias por record¨¢rmelo", brome¨® Emris, agitando su frustraci¨®n con los brazos mientras daba un paso adelante. "Deber¨ªas saberlo, soy un alcoh¨®lico". El minotauro relaj¨® su postura, confundido. "?Crees que me importa?" Golpeando su pecho y mostrando sus dientes dentados, Emris respondi¨® con un grito que hizo temblar su columna vertebral. "?S¨ª, bueno, te interpones entre yo y un barril de cerveza!" "?Qu¨¦...?" Emris emprendi¨® un animado sprint, arrastrando con ¨¦l esa sonrisa infernal en cada paso del camino. Midas gru?¨®, levantando sus cuatro pu?os en alto en una postura defensiva, s¨®lo para dejar caer la mand¨ªbula cuando Emris comenz¨® a aparecer y desaparecer. Como si se tratara de un chispazo de electricidad, su cuerpo se desplazaba instant¨¢neamente de un lugar a otro, sin dejar de correr en la misma direcci¨®n, lo que hac¨ªa que su posici¨®n fuera tan predecible como disparar a un pez en un barril; una t¨¢ctica m¨¢gica de combate cuerpo a cuerpo utilizada por los profesionales en las artes de las teletransportaciones r¨¢pidas. "Zapping", como lo llamaban. Para cuando el veterano alcanz¨® a la bestia, con una velocidad en¨¦rgica e impropia de un hombre de su edad, el minotauro no ten¨ªa ninguna posibilidad de determinar su entrada invasiva, recibiendo todo el calor del golpe con los brazos en forma de escudo. Incluso con sus mejores esfuerzos, no hab¨ªa forma de que pudiera evitar con ¨¦xito el impacto, y cuando el brigadista se desvaneci¨® instant¨¢neamente a trav¨¦s y detr¨¢s de ¨¦l, la parte posterior de su cr¨¢neo encontr¨® toda la fuerza del golpe demoledor de Emris, lanzando a Midas hacia adelante. En un frenes¨ª, la bestia se volvi¨® a encontrar con el agresor, desencadenando todos y cada uno de los miembros en un salvaje ataque de furia, cada uno de los cuales fue esquivado por Emris mediante arrogantes y arriesgados esquives, inclinaciones y "zaps". Al ver la oportunidad de ayudar, Xavier se mantuvo a una distancia segura y a pie firme, antes de lanzar una variedad de hechicer¨ªa a¨¦rea desconcertante para paralizar, ralentizar o distraer al rencoroso b¨ªpedo con cuernos; de vez en cuando saltaba a la refriega para soltar uno o dos golpes suaves. Los tres continuaron intercambiando sus asaltos, con la pareja abrumando al toro a trav¨¦s de la destreza t¨¢ctica y un talento practicado para el asesinato. Decir que el bruto era un peso escaso para levantar estaba lejos de ser cierto, ya que los ocasionales golpes silbantes se encontraban y deterioraban el cuerpo de Emris despu¨¦s de atravesar sus escudos m¨¢gicos, pero sus esfuerzos combinados sin duda pronto har¨ªan caer al monstruo. E incluso cuando una ametralladora -preparada durante su tiempo de intercambio de ira mientras el polvo se despejaba del aire- roci¨® de repente una lluvia met¨¢lica sobre los invasores, un r¨¢pido movimiento de mano fue todo lo que necesit¨® Noire para lanzar una andanada de ladrillos hacia su ca?¨®n, aboll¨¢ndolo y dej¨¢ndolo fuera de uso antes de aniquilar a su usuario. Para sorpresa de los s¨ªndicos, que pod¨ªan dedicar una mirada en tiempos tan dif¨ªciles, incluso cuando el polvo se desvaneci¨®, ni un solo soldado se puso en pie para hacerles frente; el patio de la prisi¨®n qued¨® desierto si no fuera por los cad¨¢veres que descansaban de los anteriormente despachados. ? ? ? ? En medio de los lejanos bosques, los preocupantes sonidos de los gru?idos frustrados de un adolescente perturbaban la paz de la humilde fauna, agravada por los constantes choques de metal de las espadas. El joven, cuya piel estaba humedecida por el sudor y cuya tez ard¨ªa con una llama decidida al golpear contra el hierro de su oponente, gritaba a cada impacto sin remordimientos, utilizando la ira como medio para dominar y empujar al hombre m¨¢s experto. Aunque sus avances eran vehementes, y su voluntad impresionante, su capacidad de lucha era claramente escasa; golpeaba con golpes inexpertos y tajos bruscos. Cada intento de golpear al hombre se ve¨ªa frustrado cuando el adulto lo atajaba con su propia espada, acostumbrado a las formas ¨¢speras del joven. A su debido tiempo, esperando a que el adolescente aflojara despu¨¦s de desahogarse con el Nuevo Mundo, el hombre m¨¢s corpulento blandi¨® la pesada espada como si fuera un martillo, dejando que se estrellara contra el florete del muchacho y lo mandara al suelo rodando. Con eso, el le?ador dej¨® caer su espada al suelo, resoplando para recuperarse de la pelea de hoy. Otro d¨ªa desafortunado, como ya era habitual. "?Ya basta, Xavier!", grit¨® el le?ador, viendo c¨®mo el adolescente luchaba por levantarse. Murmur¨® algunas palabras entre dientes, exigiendo a¨²n m¨¢s, incluso cuando estaba a un soplo de viento de derrumbarse. Al ver esto, el hombre suspir¨®. "Esto empieza a molestarme, muchacho. Ya deber¨ªas saberlo", coment¨® el obrero con un resoplido, rasc¨¢ndose la larga barba pelirroja. "Te hice sudar", se?al¨® Xavier, arrastr¨¢ndose hasta ponerse de pie. "Eso es algo". "S¨ª, y tambi¨¦n me estoy haciendo viejo. Sonny, no podemos seguir haciendo de sparring para siempre. Pronto tendr¨¢s que coger el hacha y ponerte a trabajar con el resto de los hombres; no podemos seguir as¨ª". "Me niego", espet¨® Xavier. "Hijo..." "?He dicho que no, maldita sea!", grit¨® el muchacho, ense?ando los dientes. "S¨¦ que no te gusta, pero cr¨¦eme, te acostumbrar¨¢s. Todo es cuesti¨®n de pr¨¢ctica; encontrar el placer de conseguir el hachazo perfecto. Incluso puedes competir con los dem¨¢s hombres, te lo pasar¨¢s bien..." "Esto no es para divertirse, zoquete". "?Hijo!", grit¨® el hombre, ofendido. Antes de que pudiera continuar, Xavier le cort¨® con la voz alzada. "?C¨¢llate! Vosotros eleg¨ªs esperar detr¨¢s de las puertas, desperdiciando vuestros d¨ªas golpeando ¨¢rboles mientras el mundo muere a vuestro alrededor". "Xavier, ?qu¨¦...?" "?No lo ves? Esos soldados mueren s¨®lo para mantener nuestras vidas a salvo. Mueren, s¨®lo para hacernos felices un d¨ªa m¨¢s". Con la nariz levantada, el hombre de la barba replic¨®. "?Y t¨² te unir¨ªas a ellos? ?Arriesgar¨ªas la vida y la integridad f¨ªsica s¨®lo para parecer un h¨¦roe? Piensa en c¨®mo tu madre y yo..." "?Y lo peor de todo?" Xavier intervino, dejando caer su espada a la tierra, acerc¨¢ndose a su padre con una mirada penetrante. El hombre guard¨® silencio. "A medida que los d¨ªas cuentan, los rojos crecen, para un d¨ªa marchar hacia adelante. Para volver aqu¨ª, y destruir todo lo que hemos construido. Lo hicimos por los pelos la ¨²ltima vez, ?no es eso lo que dijiste?" Tropezando, el le?ador retrocedi¨®. "S¨ª, pero eso..." "Pero nada. Pap¨¢..." Colocando su magullada mano sobre la desgastada derecha de su padre, mir¨® a su padre m¨¢s alto con una mirada que s¨®lo un padre pod¨ªa entender. Una mirada que chamusc¨® el coraz¨®n del hombre, paralizando una barricada que durante tanto tiempo hab¨ªa aprisionado al chico en esta isla. Incluso con esta ardiente barrera metaf¨ªsica dentro de ¨¦l, como si estuviera sacando agua de un barco hundido, se aferr¨® in¨²tilmente a sus paredes.This content has been misappropriated from Royal Road; report any instances of this story if found elsewhere. "Si salgo ah¨ª, t¨², mam¨¢, el pueblo... Tendr¨¦is una persona m¨¢s con la que contar para manteneros a salvo". "?C¨®mo s¨¦ que eres lo suficientemente fuerte? ?Si te env¨ªo all¨ª, te comer¨¢n vivo! ?Hijo, por favor! Qu¨¦date con nosotros, podemos vivir bien. ?Todos estaremos a salvo si nos quedamos dentro del pa¨ªs...!" Ante sus protestas, Xavier cerr¨® los ojos, concentr¨¢ndose. Los desplantes de preocupaci¨®n resonaban y rebotaban en su mente. Sin que ninguno de los dos lo supiera, su pecho se ilumin¨® con un destello azul, que r¨¢pidamente subi¨® a su hombro, baj¨® por su brazo, hasta su mu?eca, y luego... "...Y una vez que el trabajo est¨¢ hecho, y eres lo suficientemente mayor, puedes reunirte con tus amigos y compartir unas copas. Vive la riqueza de la vida con tus compatriotas. Ser¨¢ como si estuvieras en el ej¨¦rcito, pero sin los disparos y el miedo a encontrarte con tu asesino. Si te quedas aqu¨ª, podr¨¢s comer como un rey, y dormir como uno tambi¨¦n. No pasar¨¢ mucho tiempo antes de que domines el viejo hacha y te hagas un nombre, como tus padres antes de ti..." Empujando hacia atr¨¢s contra el f¨¦rreo agarre del hombre, Xavier lanz¨® un repentino grito de guerra antes de soltar un enorme torrente de aire contra varios ¨¢rboles, dejando a su padre completamente boquiabierto mientras seis troncos de treinta metros se astillaban, se part¨ªan y se derrumbaban lentamente, como edificios despu¨¦s de una demolici¨®n. Mientras las ondas de choque de los ¨¢rboles ca¨ªdos disparaban r¨¢fagas de viento en su direcci¨®n, apartando el pelo de sus ojos, el hombre sucumbi¨® a un profundo pensamiento. Semejantes proezas sobrenaturales eran casi inauditas en Zwaarstrich, especialmente en alguien que ni siquiera hab¨ªa presenciado el aprovechamiento del m¨¢s escaso de los hechizos. Por un momento, el padre se pregunt¨® si estaba so?ando, o si hab¨ªa sido testigo de la historia de su propio hijo. De hecho, rez¨® por estar so?ando, ya que si este talento era cierto, perder¨ªa toda esperanza de mantener a su hijo a salvo del mundo exterior; tanto por las mentes curiosas de los corruptos como por los deseos equivocados de su propio hijo. Apartando la vista del incre¨ªble espect¨¢culo, el le?ador se apresur¨® a socorrer a su hijo ca¨ªdo, notando como la sangre goteaba de su nariz y orejas. "?Hijo! Tranquilo, est¨¢s sangrando!", exclam¨®, facilitando que su hijo se tumbara en la hierba antes de sacar un pa?uelo de sus bolsillos, tap¨¢ndolo con el plasma de su hijo. Al ver que los ojos del adolescente se cerraban lentamente de cansancio, el padre sonri¨® suavemente para s¨ª mismo, dando un largo suspiro. "Una cosa es cierta, muchacho. No eres bueno con la espada. Tal vez puedas emplear toda esa rabia en algo m¨¢s pesado, ?eh?", se ri¨® el voluminoso adulto, mirando hacia el cielo que se oscurec¨ªa. ? ? ? ? Midas herv¨ªa de la ira, la espuma de su boca se derramaba sobre su pecho de cuero desnudo mientras empezaba a cargar contra sus enemigos con sus seis ap¨¦ndices, los cuernos hacia delante. No perd¨ªa ni un segundo entre cada golpe, lanzando golpes dobles, jabs secuenciales, golpes con cuatro brazos... cualquier cosa para derribar a los dos. Pero no importaban sus esfuerzos, la pareja un¨ªa sus fuerzas para eliminar a su enemigo; y con un ataque en cadena expertamente coreografiado y desordenadamente sincronizado, Xavier emple¨® su magia de viento para catapultar la cara del toro directamente al gaznate del mortero: un golpe de primera del propio Guardi¨¢n. Sin tiempo para reaccionar, con su voluntad y su resistencia casi agotadas, Midas recibi¨® todo el golpe del impacto sobre su cuerno izquierdo, rompiendo el hueso duro como una roca de su secci¨®n media, y sacudiendo el cerebro del pobre cr¨ªptido con tanta fuerza que la conciencia de Midas finalmente se desvaneci¨®, y su cuerpo de cuatrocientos kilos de m¨²sculo se derrumb¨® contra la piedra con un ruido sordo. Cuando los dos brigadistas llegaron por fin al suelo, con las piernas casi rendidas por el cansancio, dieron unas cuantas tomas de aire contaminado, dedic¨¢ndose una mirada fraternal. "Eso fue... agitado". Xavier habl¨® primero, inclin¨¢ndose hacia delante para apoyar las manos en las rodillas, con el sudor cayendo por su cabeza. "?S¨ª! El peque?o canalla no deber¨ªa molestarnos en la guerra. Gracias por eso, amigo", sonri¨® Emris, dejando caer la cabeza mientras recuperaba el aliento. "Como se acord¨®, nada de esto es gratis, ya sabes". Agitando la mano en se?al de desprecio, Emris se dirigi¨® a la entrada trasera y vio que Corvus sosten¨ªa al Celestial ca¨ªdo en sus brazos. Al ver que el teniente no estaba emocionalmente afectado, Emris dio un suspiro de satisfacci¨®n. Volviendo a Xavier... "Un maldito buen trabajo, pero est¨¢s perdiendo algunas de tus peculiaridades, jovencito. No envejezcas todav¨ªa", brome¨® Emris, mostrando su sonrisa idiota a su superior. "No vayas a subestimarme ahora. S¨®lo me faltan las herramientas", se defendi¨® Xavier, ante la diversi¨®n de Emris. "Chaval, no necesito armas para darte una paliza". Con una ceja levantada y una sonrisa chulesca, Xavier le sigui¨® el juego. "Ya lo veremos cuando vuelva, antiguo cabr¨®n". "?Hah! ?Te subir¨¦ a la parra!" replic¨® Emris. Corvus levant¨® una mano sutil para intervenir en el conflicto que parec¨ªa estar a punto de estallar, pero se le sec¨® la garganta al ver que el veterano empezaba a re¨ªrse escandalosamente, con una voz tan alta que rebotaba en las paredes de toda la instalaci¨®n, para pronto aumentar el volumen cuando Xavier tambi¨¦n se uni¨®, d¨¢ndose palmadas en los hombros y la espalda en una muestra de compa?erismo desali?ado y militarista. Por supuesto, ambos eran conscientes de que esa locura probablemente nunca llegar¨ªa a producirse. No con la tormenta de granizo que se cern¨ªa en el horizonte. Tomar tales ideas y reducirlas a bromas juguetonas era sencillamente lo m¨¢s saludable, ya que insistir en lo inevitable no ten¨ªa sentido. Por mucho que le disgustara que esa juventud fuera mucho m¨¢s capaz que ¨¦l, Emris sab¨ªa que, con el tiempo, seguramente echar¨ªa de menos al hombre. "Creo que todos hemos tenido suficiente de este lugar, ?no crees?" pregunt¨® Corvus, interviniendo en sus bromas. Emris solt¨® una carcajada corta y s¨®rdida. "?Oy! Un aguafiestas, ?eh? Pero s¨ª, estoy de acuerdo. Tu novia, ?est¨¢ bien?" Pregunt¨® Emris, haciendo que el ¨¢ngel se sonrojara. "No estamos... Yo nunca..." "?D¨®nde est¨¢ Kev?", pregunt¨® el campe¨®n, lanzando una mirada de preocupaci¨®n a Emris. Encogi¨¦ndose de hombros, Emris neg¨® con la cabeza. "Ser¨¦ sincero, no tengo ni idea. Pens¨¦ que estar¨ªa con vosotros". "Me imaginaba lo mismo, pero adem¨¢s, Kev no es de los que se alejan de nosotros en medio de una misi¨®n", coment¨® Xavier, haciendo una mueca ante la imprudencia de su equipo. "Ser¨¢ mejor que vayamos a por ellos, entonces. Tenemos que salir r¨¢pido de este pa¨ªs. He conseguido un coche", se?al¨® el veterano, recibiendo un asentimiento c¨®mplice de los dem¨¢s. Excepto Erica. Ella segu¨ªa conmocionada. Mientras los cuatro se dirig¨ªan hacia el muro abierto, Emris no tard¨® en notar que un quinto individuo los segu¨ªa con cautela. Ante ello, se gir¨®. "Espera. ?Qui¨¦n diablos es este tipo?" "Se llama Noire; lo resolveremos m¨¢s tarde", insisti¨® Corvus, entrando en la parte trasera del taxi. "Bonito coche, imb¨¦cil. Tal vez lo aplastemos con tu peso". "S¨ª, pero ?en serio vamos a llevar a un prisionero en un viaje de placer- Oi! Es lo mejor que he podido coger. No soy el imb¨¦cil que se dej¨® atrapar por los cornudos yanquis mientras jod¨ªa con su ''cruzada de shit¨¦-flighting''!" "Victus, amigo". Xavier solt¨® una risita t¨ªmida, pasando al asiento delantero mientras Noire entraba por la parte trasera con una sonrisa boquiabierta en el rostro. A pesar de todo aquel caos, de la carnicer¨ªa de Midas y de todas las balas que esquivaron por los pelos, parec¨ªa tan alegre como siempre; siempre con esa mirada curiosa y fascinada que ten¨ªa. Emris se aclar¨® la garganta con un gru?ido ¨¢spero mientras tomaba el asiento del conductor. "Estoy siendo honesto". Casi en el momento justo, el sonido de una explosi¨®n a cierta distancia capt¨® toda su atenci¨®n, con una estela de humo visible no muy lejos detr¨¢s del coche. "Victus, ?qu¨¦ demonios fue eso?" Exclam¨® Corvus. "Averig¨¹¨¦moslo", murmur¨® Emris, quitando el freno de mano y poniendo el contacto. "?Estamos conduciendo hacia ¨¦l?" Xavier protest¨®. "S¨ª, no puedo vivir con la duda. "Adem¨¢s", empez¨® el veterano, crujiendo el cuello antes de hacer un giro en U brusco y chirriante, quemando la carretera con restos de neum¨¢ticos. "Necesitamos a nuestro Kev de vuelta". Con eso, el coche se puso en marcha a toda velocidad. Para su suerte, y para el sentido com¨²n en general, hab¨ªa una clara falta de tr¨¢fico en las carreteras; y una se?al obvia de retirada de los peatones al o¨ªr las noticias de la brecha de la prisi¨®n. Las calles hac¨ªan que la ciudad pareciera una ciudad fantasma, sin m¨¢s ruido que el del incendio que se produc¨ªa a unas pocas manzanas de distancia. El taxi aceler¨® a velocidades peligrosas, con las turbulentas posibilidades que acribillaban la mente del conductor. Cuando la escena comenz¨® a desarrollarse ante ellos, todos, excepto la inconsciente Erica y la despistada Noire, se quedaron boquiabiertos al ver c¨®mo varios coches de polic¨ªa, unos cuantos todoterrenos blindados e incluso un cami¨®n de petr¨®leo ca¨ªan y explotaban -la raz¨®n evidente de tal explosi¨®n- en la zona, entre lo que podr¨ªan ser f¨¢cilmente decenas de polic¨ªas. El autor de semejante violencia segu¨ªa maniobrando en el aire mientras ellos llegaban, abatiendo con r¨¢pidos prejuicios al vacilante n¨²mero de oficiales que llegaban al lugar, aunque con visible lucha mientras combat¨ªan su agotamiento. Para haber causado semejante alboroto en solitario, Kev era, en efecto, un general verdaderamente dotado de t¨¢ctica; ayudado en parte por la avanzada armadura que ¨¦l y sus compa?eros superiores llevaban, aunque incluso en ella se apreciaban cortes, abolladuras y desgarros. El grupo observ¨® con asombro c¨®mo despachaba a otro pu?ado de polic¨ªas, pero cuando una bala perdida se estrell¨® en una abertura de su traje, y ¨¦l grit¨® antes de contraatacar, Emris sali¨® inmediatamente del veh¨ªculo para ayudar; tomando su pistola en la mano para abatir a algunos de los oficiales restantes lo mejor que pudo, murmurando blasfemias para s¨ª mismo mientras lo hac¨ªa, Con varios coches m¨¢s en el camino, el bergant¨ªn grit¨®: "?Que me jodan! ?Kev! ?Baja de una vez!" Casi vaciando sus cartuchos para eliminar las amenazas restantes, el General aterriz¨® r¨¢pidamente en la tierra una vez m¨¢s, gru?endo cuando casi se golpe¨® la cara con la rodilla. Cuando se levant¨®, se esforz¨® por caminar, mostrando una clara cojera mientras se dirig¨ªa al coche. Cuando varios agentes se detuvieron y salieron del veh¨ªculo para lanzarles un infierno, Emris corri¨® hacia Kev, rode¨¢ndolo con un brazo antes de correr r¨¢pidamente hacia el taxi. Unas cuantas balas sonaron mientras se agachaban entre algunos de los coches como cobertura, pero pronto cesaron a pesar de estar en la l¨ªnea de fuego. Al mirar hacia delante, se dio cuenta de que la puerta de Noire se hab¨ªa abierto, y que ¨¦l ya estaba fuera del veh¨ªculo para ayudar. Aunque no era de fiar, el hombre no tuvo tiempo de dejar caer la ayuda, por lo que r¨¢pidamente hizo subir al General a su asiento, y el Celestial le ech¨® el otro encima para hacerle sitio. Emris se desliz¨® inmediatamente por el cap¨® hasta el extremo opuesto del coche, lanz¨¢ndose al interior y cambiando la marcha a la inversa. Al pisar el pedal, el coche retrocedi¨® con otro fuerte chillido, antes de dar un volantazo con el acelerador. "?Victus, shit¨¦! Eso estuvo cerca". Emris respir¨® profundamente, con la cara de Xavier tan p¨¢lida como el papel. "?Est¨¢s bien, jefe?" "Estoy... ngh... bien, s¨®lo rozado. S¨®lo s¨¢canos de aqu¨ª". Con un chasquido de su cuello, Emris apret¨® su agarre en el buey. "S¨ª, se?or". "?Qu¨¦ maldito l¨ªo! ?Qu¨¦ estaban planeando, tontos?" exclam¨® Corvus, dejando caer la cabeza hacia atr¨¢s. "Cualquier cosa que te marque, compadre. S¨®lo agradece, y podemos dejar esta mierda atr¨¢s. Tenemos una guerra que servir". "?Cu¨¢ndo es eso, en realidad? He perdido la noci¨®n del tiempo", pregunt¨® Corvus. Con una pausa, Emris se mordi¨® el labio. "Esta noche". "Tienes que estar bromeando". "?Por qu¨¦ no son...?" a?adi¨® Xavier, cambiando de tema. Para su sorpresa, ni un solo coche les persegu¨ªa. De hecho, a medida que se adentraban en las calles m¨¢s concurridas, el mundo casi parec¨ªa volver a un estado de normalidad. ?"Qu¨¦ demonios"? ?No hay coches patrulla? Deben estar muy reservados para esta guerra, s¨ª", murmur¨® Emris, sin creer del todo sus palabras. "Definitivamente estamos en la lista negra. Es imposible que dejen sueltos a unos cuantos terroristas", se?al¨® Xavier, reconociendo la seriedad de la aplicaci¨®n de la ley en este pa¨ªs. "?Tal vez finalmente han reconocido nuestra fuerza? Quiero decir, ?cu¨¢ntas personas hemos eliminado en total?" pregunt¨® Corvus. Con un movimiento de cabeza, Emris sonri¨®. "Esas no son preguntas que debas hacer, viejo amigo". "La curiosidad es una bruja, ?qu¨¦ puedo decir?" "Perra, Corvus". "Calla". Con una retirada sorprendentemente tranquila, el taxi se abri¨® paso a trav¨¦s de la ciudad de tama?o modesto, siendo una de las m¨¢s peque?as del pa¨ªs. Todo el trayecto habr¨ªa durado una hora completa antes de que llegaran a la linde del bosque, y las motos, por suerte, no hab¨ªan sufrido ning¨²n da?o. Durante todo ese tiempo, los tres militares intercambiaron charlas ociosas, comentarios jocosos y sarc¨¢sticos, as¨ª como posibilidades sobre su inusualmente f¨¢cil huida. Es como si la propia Victus hubiera bendecido su salida, y con dos Celestiales rescatados, tal cosa no habr¨ªa sido del todo descabellada. Erica se hab¨ªa recuperado lenta pero seguramente de su conmoci¨®n cerebral, bendecida con una resistencia al da?o que muchos mortales s¨®lo podr¨ªan so?ar con igualar. Y, por supuesto, un deseo insaciable de arruinar el humor de Corvus. Al menos, era agradable volver a verse, ya que incluso el poco tiempo que hab¨ªan pasado dentro de aquella prisi¨®n era un infierno suficiente para cualquiera; incluso para seres tan majestuosos como ellos. Eso demuestra que, independientemente de sus resistencias, todo ser vivo, desde los de mente compleja hasta los m¨¢s instintivos, tiene una mente que puede romperse o trastornarse con una facilidad aterradora. Mientras cada pareja tomaba una bicicleta para montar, el grupo atravesaba el puesto de avanzada del Minotauro y luego el territorio mucho m¨¢s acogedor y familiar en el que se encontraba el Sindicato, las preocupaciones sin voz de cada uno de los soldados con respecto a las heridas de Kev, la presencia silenciosa de Noire, los eventos que ten¨ªan por delante y, en el caso de Xavier, la aproximaci¨®n al rescate de su hogar persistieron en sus mentes, haciendo que los ¨²ltimos momentos del viaje fueran totalmente silenciosos. El grupo no tard¨® en llegar a la Instalaci¨®n, y mientras todos se separaban para realizar sus correspondientes tareas, todos ten¨ªan algo en mente. El general se mordi¨® los dientes, ocultando su dolor y su preocupaci¨®n por la guerra que se avecinaba al enfrentarse inevitablemente a los innumerables soldados preocupados y, lo que es peor, al l¨ªder al que tanto respetaba. Xavier rememor¨® los a?os m¨¢s entra?ables de su vida, se prepar¨® mentalmente para los retos que le aguardaban y se le puso la piel de gallina al recordar el pa¨ªs que no visit¨® durante tantos a?os. Corvus y Erica sonrieron en compa?¨ªa del otro, aunque no sin pensar en la lucha contra los Crimsoneers en el futuro, y en si esta vez, despu¨¦s de tantos a?os de suerte y de triunfo estrechamente hecho, podr¨ªa ser realmente la ¨²ltima. La mente de Emris estaba tan llena de vejaciones que, en lugar de aguantar in¨²tilmente, hab¨ªa recurrido a beber el resto de su cantimplora abollada, mirando hacia atr¨¢s a Noire mientras ¨¦l tambi¨¦n se bajaba de la moto que hab¨ªa bautizado con cari?o como "Betty". Ante su mirada suspicaz, Noire se limit¨® a sonre¨ªr, igual que con Corvus. "?Qu¨¦? ?Eres mudo o algo as¨ª? Si te vas a quedar aqu¨ª, ser¨¢ mejor que digas..." "T¨² eres el Guardi¨¢n, ?no es as¨ª?" Noire habl¨® por fin, siendo una simple pregunta las primeras palabras que Emris le hab¨ªa o¨ªdo pronunciar. El sol estaba en su punto. Las nubes sobre ellos se separaron lo suficiente. Un rayo de sol cay¨® directamente sobre el hombre, y con esa tez radiante que ten¨ªa, el cuerpo de Emris se estremeci¨® sin explicaci¨®n. Una sensaci¨®n de pura ansiedad. Un miedo incomprensible, inimaginable, inexplicable. Con una sacudida, Emris se agarr¨® la cabeza con dolor. "Shit¨¦, bebo demasiado para mi propio bien. S¨ª, s¨ª. Soy el Guardi¨¢n. Bienvenido al para¨ªso, supongo", introdujo Emris, saliendo de la calzada para entrar en las instalaciones con un movimiento despectivo de la mu?eca. El sol se desvaneci¨® cuando las nubes impidieron sus rayos. El brillo de Noire desapareci¨®, pero nunca vacil¨®. Simplemente se qued¨® all¨ª. Sonriendo. Capítulo 22: Un Palacio del Enga?o Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 22 Un Palacio del Enga?o El chico y la bestia, despu¨¦s de haber cumplido con su cuota y haber decidido su huida en el segundo d¨ªa antes de la guerra, salieron de la habitaci¨®n que les hab¨ªan hecho habitar, con suerte, por ¨²ltima vez en sus vidas. Al empujar la puerta de tipo industrial, el adolescente encontr¨® la suavidad de su tacto extra?amente repugnante; fr¨ªa. Como si el aura de protecci¨®n hubiera sido sustituida por una de enga?o y peligro. Basta decir que la respuesta de lucha o huida de Tokken hac¨ªa tiempo que hab¨ªa elegido la huida, por lo que su cuerpo se lanz¨® casi con excitaci¨®n hacia la salida. Chloe le sigui¨®, inspeccionando los alrededores lo mejor que pudo, haciendo uso de su impresionante hocico para tratar de trazar su camino a trav¨¦s del complejo. Aunque no lo hab¨ªan dicho, ambos hab¨ªan adivinado simult¨¢neamente que la huida no ser¨ªa tan sencilla, sobre todo ahora que ten¨ªan informaci¨®n sobrante y desacreditadora. M¨¢s a¨²n, Tokken pens¨® en algunas de las palabras elegidas por Fely durante su estallido. "Eres realmente importante para el equilibrio de este mundo lleno de conflictos". ?Estaban esas palabras dirigidas a ¨¦l, o a su apellido en particular? El joven limpi¨® su mente de cualquier nube de duda, ya que ¨¦sta s¨®lo ser¨ªa un lastre en su huida. Si met¨ªa la pata de alguna manera, era cuesti¨®n de imaginaci¨®n lo que podr¨ªa ocurrirles a ellos. Volvi¨¦ndose hacia la canina, arrodill¨¢ndose frente a ella, le dirigi¨® una mirada interrogativa, a la que ella respondi¨®: "Lo siento, no puedo reunir mucho. Hay demasiados olores aqu¨ª... Creo que percibo a mucha gente por ah¨ª". Se?al¨® hacia su izquierda, en direcci¨®n a la cafeter¨ªa. Naturalmente, pens¨® el muchacho, reprimiendo el impulso de re¨ªrse. Lo negara como lo negara, no pod¨ªa rechazar el comportamiento acogedor de algunos soldados. Pero todos los hombres y mujeres ocultaban bien sus secretos si duraban, por lo que deb¨ªa ser natural suponer que cada uno de ellos o bien se embolsaba sus actos lejos de la vista, o bien ellos mismos se negaban a contemplar sus acciones, escondi¨¦ndose tras una m¨¢scara de culpabilidad y culpa externa. Con un movimiento de cabeza, Tokken respondi¨®: "Entendido, entonces tendremos que movernos con cuidado. ?Seguro que est¨¢s preparada?", pregunt¨®, impaciente pero queriendo al menos escuchar los deseos de su aliada. Si eso significaba dejarla atr¨¢s, lo har¨ªa, sabiendo que probablemente saldr¨ªa peor parado. "S-S¨ª, estoy preparado. Supongo que mi antigua colonia volver¨¢ a verme despu¨¦s de todo. Me pregunto si habr¨¦ aprendido lo suficiente como para satisfacerlos...", respondi¨® con una confianza improvisada, tartamudeando sus ¨²ltimas palabras. "Si est¨¢s segura, entonces..." Tokken cumpli¨®, ofreci¨¦ndole una ¨²ltima sonrisa antes de ponerse de pie. "Salgamos de aqu¨ª". Con una breve risita, Chloe mir¨® a su compa?era humana, todav¨ªa algo desconcertada por haber llegado a esa alianza. "Ya lo dijiste antes". "C¨¢llate", brome¨® Tokken sonriendo. La pareja se puso en marcha; el Aullador disfrutaba secretamente de la alfombra, casi deseando darle un beso de despedida mientras avanzaban. La precauci¨®n que pod¨ªan ofrecer en un lugar tan concurrido era limitada, y el muchacho estaba convencido de que, aunque fueran esp¨ªas, les costar¨ªa esconderse en esas paredes. Entrar en un lugar as¨ª sin ser detectados podr¨ªa ser comparable a un escarabajo que intentara colarse en un hormiguero. Atraves¨¢ndolo. Por supuesto, muchos miembros del personal e incluso soldados se cruzaron con ellos, lo que dio a los dos j¨®venes inseguros un impulso extra de ansiedad mientras se acercaban a la salida, que parec¨ªa mucho m¨¢s lejana que antes. Sus est¨²pidas sonrisas al pasar la gente les hac¨ªan, ir¨®nicamente, a¨²n m¨¢s sospechosos, a pesar de ser ignorados en su mayor¨ªa por los transe¨²ntes. Demasiado ocupados. Los chicos eran probablemente demasiado est¨²pidos para hacer algo demasiado tonto. La gran entrada no tard¨® en aparecer a la vista, y por la Diosa fue una vista bienvenida. La fuente en el centro result¨® ser una vista espectacular, aunque acentuada por la desesperaci¨®n. Pensar que una arquitectura tan maravillosa pod¨ªa parecer una prisi¨®n donde los reclusos se manten¨ªan encerrados s¨®lo por el miedo, confiando en su incapacidad para escapar, incluso con una puerta abierta de par en par. Y as¨ª, como por un golpe de mala suerte, un alcoh¨®lico demasiado conocido pas¨® por all¨ª, fij¨¢ndose en la pareja en un instante. "Oy, me alegro de ver que te las apa?as", ofreci¨® Emris, con un aire de precauci¨®n totalmente ajeno a los dos que no hizo m¨¢s que intensificar sus temores. "?O-Oh, hah! S¨ª, lo estamos haciendo grat¨ªsimamente! Maldita sea..." Los tartamudeos en su voz casi le impidieron al chico hablar. Con una ceja levantada, el veterano desplaz¨® su mirada hacia Chloe, que casi chilla por su inmensa mirada. "S¨ª... Es bueno ver que Snowy est¨¢ bien tambi¨¦n. ?Necesitas algo?" "Nosotros... eh... s¨®lo..." "Estoy bien, gracias", interrumpi¨® Chloe, acallando el galimat¨ªas del chico con un tono casi regio. Un tono adaptado por sus conversaciones con el propio doctor. "No necesitamos nada por el momento, se lo agradecemos". "?Seguro? Porque tu cara parece un puto ruibarbo", se ri¨® Emris, haciendo que la confianza de la muchacha se estrellara como un tren descarrilado. "Digo, s¨ª, pero como puedes... ah..." Chloe continu¨® tartamudeando, mientras el chico se cruzaba de brazos ante la pantalla. Casi esper¨® a que Emris la interrumpiera, s¨®lo para dejar que sus palabras se desvanecieran al encontrarse con un silencio desgarrador. El cabr¨®n de Emris segu¨ªa sonriendo como un borracho contando un chiste. "D¨¦jame adivinar, ?est¨¢s planeando asesinarme?" "??Qu¨¦?!" solt¨® Tokken, antes de encontrarse con una mano en el hombro y la risa sibilante del Tercer Brigadista. "?Ja! S¨ª, definitivamente lo son, ya veo", se burl¨®, haciendo brillar esos encantadores dientes suyos. "Calma, matorrales. No estoy mordiendo. Pero en serio, ?a d¨®nde vas? No hay nada bueno por aqu¨ª". Con las cejas levantadas compasivamente, los ojos cerrados y una sonrisa ladeada, Tokken respondi¨®: "S¨®lo vamos a ver la eh... cascada". Chloe se estremeci¨®, mirando al chico con los dientes apretados. Tokken se limit¨® a mirar hacia el silencioso calabozo, tratando de mantener la compostura. "?Qu¨¦?", pregunt¨® el muchacho. Por un momento, el hombre contempl¨® la expresi¨®n del muchacho, asfixiando su espacio personal para obtener la mejor lectura posible de ¨¦l. Despu¨¦s de una mirada penosamente larga, por la que el rostro de Tokken hab¨ªa empezado a sudar profusamente, Emris rompi¨® finalmente el contacto visual, dejando escapar un profundo suspiro. "Oye, mejor no. Ya vieron que hay camaleones ah¨ª fuera". La pareja contuvo la respiraci¨®n, sabiendo que una sola palabra saldr¨ªa como una tonter¨ªa nerviosa. Casi autom¨¢ticamente, Chloe murmur¨® una respuesta complaciente, bajando al suelo. Ya estaba bastante asustada por los modales del inusual soldado, y este ¨²ltimo espect¨¢culo no ayudaba mucho. Con una respuesta a medias, Emris agit¨® su brazo derecho. "Bien, ahora l¨¢rgate. No necesito que nos busqu¨¦is m¨¢s problemas. A estas alturas, shit¨¦, que nos maten mientras dormimos". Emris brome¨®, ri¨¦ndose para s¨ª mismo mientras los dejaba pasar, dej¨¢ndolos finalmente en paz. Respirando profundamente despu¨¦s de refrenar sus tomas, Tokken mir¨® a la canina con una mirada de incredulidad, y ella correspondi¨® a su expresi¨®n. Pronto se pusieron en marcha, todav¨ªa hacia la puerta, aunque ahora con una extra?a sensaci¨®n de temor en cada paso. Mirando a su alrededor, la pareja se dio cuenta, casi simult¨¢neamente, de algo que deber¨ªa parecer m¨¢s que evidente a estas alturas en un lugar como ¨¦ste. Estaban siendo monitoreados. Por mucho que le guste no creerlo, es muy posible que incluso Norman estuviera, de hecho, vigilando las acciones del chico. ?Por qu¨¦ si no perder¨ªa el tiempo con un chico que ni siquiera conoce por horas de su sueldo? Eso es lo que era este lugar, ?no? ?Un palacio del enga?o? pens¨® Tokken, con una nueva gota de sudor en la frente. Con la probabilidad de ser observados en mente, el humano y el cr¨ªptido parecieron entenderse mutuamente cuando finalmente llegaron a la entrada, pasando por delante de ella. Lo que Chloe no sab¨ªa, era que ¨¦l ya hab¨ªa desviado su destino. "Es posible que nos dejen salir, ya sabes..." mencion¨® Chloe, tratando de actuar como un rayo de optimismo para el muchacho, al tiempo que intentaba calmar sus propios nervios. El hecho de que pudieran estar realmente atrapados aqu¨ª hac¨ªa que el Aullador se sintiera claustrof¨®bico, incluso en estos altos y amplios pasillos, y eso estaba empezando a doblegar su voluntad. A su comentario, Tokken se esforz¨® por responder. "Lo s¨¦, pero... ya has o¨ªdo lo que ha dicho. Todav¨ªa me preocupa que... a ti, especialmente..." Sus o¨ªdos se agudizaron cuando ¨¦l dej¨® de hablar, murmurando esas ¨²ltimas palabras. Con los ojos abiertos, Chloe pregunt¨®: "?Me est¨¢s cuidando?" Con una ceja levantada, el adolescente mir¨® hacia atr¨¢s. "Bueno, s¨ª. Ahora somos socios en el crimen, tenemos que cuidarnos las espaldas mutuamente, ?sabes?" "Yo... S¨ª, me gusta eso". Chloe tambi¨¦n sonri¨®. Pasaron unos cinco minutos mientras atravesaban las instalaciones, y Chloe s¨®lo cuestion¨® los motivos del paseo cuando se dio cuenta de que no iban a volver, a lo que Tokken explic¨® que ya hab¨ªa tomado una decisi¨®n, para sorpresa de ella. No, en lugar de eso, llegaron a un tipo de puerta diferente. Una vieja y desvencijada puerta de madera que sobresal¨ªa como un pulgar dolorido entre el resto de la clase industrial, los dise?os refinados que el edificio luc¨ªa. Con una toma profunda y una r¨¢pida palmada en la cara, Tokken se inclin¨® para llamar a la puerta. Casi inmediatamente, la puerta se abri¨® de golpe, y desde dentro una voz anciana y descontenta grit¨®... "?Qu¨¦?" "?Bu-harh!" Tokken emiti¨® un ruido impropio de la gente com¨²n, casi cayendo de espaldas en el proceso, agitando los brazos defensivamente. Chloe se sobresalt¨®, pero de alguna manera fue mucho m¨¢s capaz de disimularlo; probablemente debido a la propia presencia del viejo gigante. "Maldita sea... ?otra vez ni?os?" Hefesto hizo una mueca, mostrando tanto disgusto como el chico. "S¨ª, y ?c¨¢llate! ?Podemos hablar?" Pregunt¨® Tokken. "No puedes callar y hablar al mismo tiempo, enano", se burl¨® el mayor, ense?ando esos grandes y opacos dientes suyos, uno de los cuales fue sustituido por un sustituto plateado. "Ack- ?ya sabes lo que quiero decir! Vamos, adentro, vamos", le indic¨® Tokken, y el gigante se qued¨® boquiabierto porque, una vez m¨¢s, alguien se meti¨® en sus dominios. ?Y eran ni?os! "?Oye! ?Qui¨¦n demonios te crees que eres?" se quej¨® Hefesto, agarr¨¢ndose la cabeza para calmar su creciente dolor de cabeza. "?Me est¨¢ dando una migra?a s¨®lo por estar cerca de ti! Fuera". "Esc¨²chanos, ?quieres? Ya estamos en una situaci¨®n dif¨ªcil", exigi¨® Chloe, sintiendo un enga?oso sentimiento de valent¨ªa ante el armatoste que hab¨ªa conseguido derribar; por muy injusto que fuera. El gigante mir¨® a los dos, como si se preguntara qui¨¦nes se consideraban en su sano juicio. Era una mirada intimidatoria, sin duda, pero los dos j¨®venes lograron mantenerse firmes el tiempo suficiente. Hefesto cedi¨®, suspirando para s¨ª mismo con un pulgar contra su cr¨¢neo. "?Qu¨¦ es lo que necesit¨¢is de m¨ª, viejo amigo?" Sorprendido por un momento, Tokken sonri¨®, con ¨¦xito. "Tenemos que salir de aqu¨ª". Levantando una ceja, Hefesto respondi¨®. "Entonces vete. Sal de mi vista". "No podemos. Hay guardias apostados por todas partes, y parece que soy reh¨¦n de intrigas o sospechas, supongo..." Tokken se rasc¨® la cabeza pensando, intercambiando miradas inc¨®modas con Chloe. "De hecho, acabamos de toparnos con uno de sus hombres", a?adi¨® Chloe, levantando una pata. Frot¨¢ndose las asperezas de la barbilla, el gigante procedi¨® a evaluar la situaci¨®n. Pellizcando el puente de la nariz, levant¨® una mano. "No me sorprende, con el arma que llevas. Pero los muchachos no pueden hacer una mierda si no se les instruy¨®". Frunciendo las cejas, Tokken replic¨®. "Puede que sea as¨ª, pero tengo razones para creer que Fely tambi¨¦n me vigila. Si fueran sus ¨®rdenes..." "Hm, estar¨ªas bastante jodido", concluy¨® el herrero, para satisfacci¨®n del chico. "?Por qu¨¦ tienes tantas ganas de irte, otra vez?" Su repentina pregunta dej¨® a Tokken sin palabras por un momento, sin estar preparado para responder. Si el muchacho fuera sincero, podr¨ªa ganarse un nuevo enemigo del gigante, sobre todo teniendo en cuenta su posici¨®n en la jerarqu¨ªa de la Instalaci¨®n. Sin duda, incluso el descubrimiento de sus oscuros secretos, sin m¨¢s detalles que los de la superficie, har¨ªa mella en la confianza establecida entre el Sindicato y las personas a las que pasaban por alto; suponiendo que no fuera ya de dominio p¨²blico. Teniendo en cuenta lo aislado que estaba aquel peque?o cementerio, era poco probable que as¨ª fuera. Pero si no fuera sincero... "Necesita volver a casa, no sea que sus compa?eros se enfaden o se preocupen en su ausencia", trat¨® de completar Chloe, levantando una pata. Sinceramente, no ten¨ªa ni idea de si lo que dec¨ªa era cierto o no, pero era la mejor respuesta que pod¨ªa dar por ¨¦l, al notar sus dificultades.If you encounter this tale on Amazon, note that it''s taken without the author''s consent. Report it. "Huh... Supongo que es justo, pero qu¨¦ deber¨ªa..." "No, no es eso", intervino Tokken, levantando una mano. Chloe lo mir¨® con desesperada confusi¨®n. Ante su mirada preocupada, el chico respir¨® profundamente y, enfrent¨¢ndose al viejo gigante... "Nosotros... No, necesito ayuda para escapar de este lugar porque estoy aterrorizada. Nunca he tenido tanto miedo a la muerte como aqu¨ª; ni siquiera me he acercado a ella. Nunca he hecho un duelo, ni siquiera por los m¨ªos, y me aterra lo que se sentir¨¢. Visitamos sus cementerios, y por primera vez desde que nac¨ª sent¨ª que me pesaba el coraz¨®n y el alma. Entonces los encontr¨¦..." "?Tokken, no lo hagas!" presion¨® Chloe, sintiendo que su credibilidad se desvanec¨ªa con cada palabra. A pesar de ello, sigui¨® adelante, situ¨¢ndose directamente frente a Hefesto para que su discurso transmitiera todo su significado. "No tiene sentido mentir a los deshonestos. S¨®lo les da la raz¨®n. As¨ª que s¨ª, encontramos a esos ni?os ah¨ª fuera. De la misma edad, todos y cada uno de ellos, enterrados a distancia para mantenerlos alejados de las miradas indiscretas. Sent¨ª la intensidad que emanaba ese lugar embrujado, e incluso sent¨ª la dolorosa pena que su descanso escup¨ªa como hierro caliente". Agarrando al gigante por la solapa, Tokken insisti¨®. "Necesito ayuda, porque tengo miedo de saber lo doloroso que es fallecer. No s¨®lo la m¨ªa, sino..." Volviendo a mirar a Chloe, cuyo rostro se retorc¨ªa y la boca colgaba en se?al de preocupaci¨®n por ¨¦l y sus decisiones, Tokken prosigui¨®. "La de los dem¨¢s". "Enano..." Tokken devolvi¨® la mirada al Jefe de Armas, mostrando el fuego de una pasi¨®n que antes parec¨ªa permanente y no encendida. El sentimiento del dolor, la sofocaci¨®n de la trepidaci¨®n, la ferocidad de la necesidad. "Entonces, por favor", suplic¨® Tokken. "Ay¨²danos a salir de este lugar". Con el cuello echado hacia atr¨¢s y la cabeza detr¨¢s de los hombros, Hefesto se rasc¨® la nuca, desconcertado. "Vosotros, chicos, s¨ª que ten¨¦is una forma de hacer las cosas dram¨¢ticas". Dando un paso atr¨¢s, Tokken hizo una profunda exhalaci¨®n, como si estuviera agotado por su discurso. "Si es as¨ª como quieres decirlo, entonces supongo que tienes raz¨®n. He sido tan lamentable estos ¨²ltimos d¨ªas, que creo que es justo que le d¨¦ una ¨²ltima oportunidad a este lugar antes de irme". La Aulladora, al o¨ªr estas palabras, se cubri¨® de repente los labios con una pata, ri¨¦ndose para s¨ª misma. "?Mhm! Incluso llor¨® durante su ¨²ltimo arrebato". "?Chloe!" exclam¨® Tokken, agitando los brazos avergonzado. Como si estuviera encendido, la cara del chico se puso roja de un segundo a otro, y sus manos intentaron in¨²tilmente ocultar su piel. "?Perd¨®n, perd¨®n! No he podido evitarlo, parec¨ªas un ni?o llor¨®n", continu¨® burl¨¢ndose la canina, liberando un torrente de tensi¨®n del ambiente de la habitaci¨®n cuando empez¨® a soltar una risa incontrolable, amplificada por los impropios chillidos de verg¨¹enza del chico. Ver a la pareja de j¨®venes haciendo travesuras hizo que el herrero esbozara una sonrisa inusual. Hac¨ªa tiempo que no ve¨ªa un aut¨¦ntico compa?erismo e incluso un sentimiento de alegr¨ªa en los j¨®venes. Normalmente eran los adultos m¨¢s longevos, corrompidos por el campo de batalla, los que de vez en cuando encontraban algo de luz con la que abrazar a los dem¨¢s. Sus vidas eran sucias y, a los ojos de Hefesto, completamente miserables. Y sin embargo, aqu¨ª hab¨ªa dos individuos, ambos atormentados por la corrupci¨®n del mundo y, sin embargo, perseverando, manteniendo su luz natural sin ayuda de medicamentos de terceros o de la bebida. Una pareja que tem¨ªa, pero no odiaba. El sentido de la venganza era especialmente com¨²n a su edad. "Todo esto es realmente conmovedor, pero tengo que preguntar. ?Por qu¨¦ has venido a contarme toda esta mierda?" "Porque est¨¢ claro que odias tu trabajo, y eres el tipo m¨¢s indicado para ayudarnos", explic¨® Tokken con una sonrisa t¨ªmida, a lo que Chloe sigui¨® riendo. "Tambi¨¦n nos odias, as¨ª que creo que ser¨ªas el mejor para deshacerte de nosotros. De forma pac¨ªfica, claro". "Lindo", escupi¨® Hefesto, haciendo una mueca. "Muy bien entonces, pipsqueak. Soy todo o¨ªdos". Asintiendo satisfecho, Tokken procedi¨® con confianza. "Bien entonces. Necesitamos saber cu¨¢ndo es menos probable que los guardias nos detengan". A lo que el gigante resopl¨®, conteniendo su diversi¨®n. "Nunca". "?Qu¨¦...?" "?Oh, vamos! Debe haber alg¨²n momento en el que haya una disminuci¨®n de la densidad, ?no?" intervino inquisitivamente Chloe. "S¨ª, y tambi¨¦n puedes atravesar un fuego desnudo y quiz¨¢s no arder. Est¨¢s pidiendo un milagro; si quieren detenerte, lo har¨¢n", explic¨® Hefesto, poni¨¦ndose r¨ªgido por un momento para darle un golpe a su vieja espalda. "Ser¨¢ nuestro riesgo el que corramos. D¨ªganoslo", exigi¨® el Aullador, mostrando una fiereza que impresion¨® al muchacho. "Vicks... Est¨¢is desesperados, ?eh?", coment¨® bromeando el herrero. Por un momento, se abstuvo de responder, y en su lugar intercambi¨® miradas y vistazos a varios elementos de la sala, aunque s¨®lo fuera para evitar sus penetrantes miradas. "No me pagan lo suficiente para lidiar con esta mierda..." "Nos iremos de tu vida", insisti¨® Tokken. "S¨®lo danos un tiempo, y saldremos de tu vida". "?Deja de suponer que eso es exactamente lo que quiero, eh!" grit¨® Hefesto de repente, haciendo que la postura afirmada de los dos se encendiera y retrocediera. El pelaje de Chloe se eriz¨®, d¨¢ndole una est¨¦tica de bola de pelos. Al ver esto, el gigante solt¨® su saliva, rompiendo en una estruendosa carcajada. "?Maldito peludo! Jajaja" "?C¨¢llate! S¨®lo danos una respuesta, zoquete, ?fuera de aqu¨ª!" grit¨® Chloe, golpeando in¨²tilmente la bota del Jefe con sus patas en se?al de protesta avergonzada. Tokken sonri¨®. El karma es una "perra". Recuper¨¢ndose de su inquieta carcajada, el gigante se agarr¨® a una de las mesas, utiliz¨¢ndola como saliente antes de arrastrarse del suelo. Tom¨¢ndose unos momentos m¨¢s para burlarse del hinchado criptido, Hefesto finalmente habl¨®. "Muy bien, muy bien. Alrededor de la ma?ana, sobre las cinco o las seis, supongo. Los noct¨¢mbulos se cambian por las heces de la ma?ana, y nadie tiene ganas de hacer nada tan temprano. Es la hora m¨¢s floja que tendr¨¢s, pero no lo alargues. Podr¨ªan dispararte antes de llegar a la l¨ªnea de los ¨¢rboles". Los dos j¨®venes tragaron ante la perspectiva de ser aniquilados tan r¨¢pidamente, aunque se relajaron al ver la sarc¨¢stica sonrisa en el rostro del gigante. Una broma, esperemos. Antes de que Chloe pudiera replicar, Hefesto pregunt¨®: "Cuando llegues a la ciudad, ?qu¨¦ har¨¢s entonces? Los erizos merodean por la noche". "Evitaremos la ciudad", respondi¨® Tokken. "Los abrazadores de ¨¢rboles te cortar¨¢n en pedazos", replic¨® Hefesto. "?Entonces tomaremos las grandes calles de la ciudad!" Con una sonrisa de satisfacci¨®n, Hefesto a?adi¨®. "No hay muchos de esos, a menos que te apetezca un viaje a los sectores industriales". Exhalando con irritaci¨®n, Tokken levant¨® una mano. "Vamos al sur, a las monta?as. ?A las afueras y todo eso?" Cambiando su atenci¨®n de nuevo a sus baratijas, el Jefe de Armas volvi¨® a golpear el equipo que tan amablemente le hab¨ªa encomendado Emris. "Las afueras nos rodean, enano". "Tendremos cuidado, ?vale? No es como si te importara, de cualquier manera", concluy¨® Chloe, dando un paso adelante para la nerviosa adolescente. "Una vez que salgamos de aqu¨ª, puedes volver a tu trabajo diurno de ensue?o y olvidarte de nosotros". "?Oye! ?No tengo descanso ni un maldito d¨ªa de mi vida! ?Has visto estas manos?", se quej¨® el herrero, apartando los ojos de su trabajo por decimoquinta vez en el d¨ªa. Pinchando su ¨ªndice contra el pelaje de Chloe... "Y he dicho que dejes de suponer lo que quiero y lo que no". Cruzando los brazos con una sonrisa de suficiencia, Tokken contuvo la risa. "?Est¨¢s diciendo que te importamos, viejo?". "Yo no... No importa. S¨ª, es de sentido com¨²n, enano. No todos los d¨ªas unos chicos vienen a m¨ª para charlar. Encantador, as¨ª que es un poco grande cuando quieres salir de nuestra protecci¨®n como un patito que se escapa de su bandada para tomar un sorbo fresco". Echando sobre ellos una mirada de gobierno, el Jefe entrecerr¨® los ojos. "Es una idiotez, francamente". "Bueno, lo siento, pero ya nos hemos decidido", se defendi¨® Chloe, sabiendo bien lo que quer¨ªa el muchacho. "S¨ª, pero el hecho de estar seguro no significa que sea inteligente. Uf... Tienes lo que quer¨ªas, ?no? L¨¢rgate entonces; tengo un mont¨®n de cosas que hacer". Chloe enarc¨® una ceja al notar que el gigante ocultaba su cara a los dos, clav¨¢ndola un poco m¨¢s en los metales. Tokken tambi¨¦n pareci¨® darse cuenta, y ofreci¨® una sonrisa al canino en respuesta. El gigante pod¨ªa ser un poco dudoso, cuando no francamente pat¨¦tico a veces. Pero es un hombre decente, en mis libros. La pareja se dio la vuelta para marcharse, pero su atenci¨®n fue recuperada por un repentino ruido de desorden detr¨¢s de ellos. Hefesto se hab¨ªa vuelto de nuevo hacia ellos, esta vez con algo en las manos. "Ens¨¦?ame la palma de la mano, chico". "?Por qu¨¦, exactamente?" desafi¨® Tokken, sin inmutarse, pero queriendo burlarse del viejo. "?Agh! C¨¢llate y mu¨¦stralo". "Pfft, claro". Ofreciendo su mano a la Cabeza, observ¨® cuidadosamente como un metal fr¨ªo era colocado encima, Hefesto cubri¨¦ndolo con su otra mano. Pronto, descubri¨® el objeto, y para sorpresa de Tokken... "Es s¨®lo para emergencias. No te mueras ah¨ª fuera, enano". Sorprendido por la ofrenda, el joven tartamude¨® para ofrecer una respuesta, pero el gigante se limit¨® a volver a su labor sin respirar. Tras un minuto de agradable conmoci¨®n, los dos traviesos abandonaron el taller, y Tokken respir¨® profundamente, sec¨¢ndose el sudor de la frente. Chloe fue la primera en hablar. "Eso fue... beneficioso, dir¨ªa yo", se?al¨®, reconociendo la extra?a naturaleza de su resultado. Aunque ignoraba la mayor¨ªa de las disputas de la alta sociedad, se hab¨ªa enterado con cierto desagrado de la presencia del ingenio armament¨ªstico del humano. El deslucido y peque?o kit de acero que tan repentinamente le hab¨ªan regalado al muchacho era, en efecto, una pistola. Y por muy enclenque que pudiera parecer a los observadores m¨¢s sombr¨ªos, la cosa pod¨ªa aniquilar f¨¢cilmente a los enemigos con s¨®lo pulsar un bot¨®n. Una haza?a incre¨ªble de avance tecnol¨®gico, aunque la moralidad que hab¨ªa detr¨¢s era, como m¨ªnimo, cuestionable. Pensar en los dispositivos m¨¢s grandes que la sociedad hab¨ªa creado durante la reclusa y primitiva existencia del Aullador sacudi¨® a la joven Chloe hasta el fondo. "Para que sepas, no tengo intenci¨®n de usar esto". "?Y si nos encontramos con problemas?" "...De acuerdo, tal vez si lo haces. Entonces no lo hagas, ?vale? No me gusta la idea de tener sangre en mis manos". Con una breve risita, Chloe dio un empuj¨®n a la pierna de la humana con la suya. "No te manchar¨¢s de sangre si lo usas desde lejos". Haciendo una mueca, el muchacho se rasc¨® la cabeza. "A veces dices las cosas m¨¢s malditas..." La pareja hizo sus preparativos de acuerdo con el consejo del gigante, esperando su tiempo en falsa conformidad mientras segu¨ªan perdiendo el d¨ªa, Tokken irritando su cuerpo para exigir descanso aunque s¨®lo fuera para saltarse el tiempo desgarrador que se ve¨ªan obligados a pasar, sabiendo y esperando que fueran las ¨²ltimas horas que pasaran cerca de este lugar. Lo que significar¨ªa para su futuro, no ten¨ªa ni idea. Simplemente volver¨ªa a las tierras de cultivo y tratar¨ªa de olvidarse de este lugar. Tal vez, ahora con Chloe como amiga, tres podr¨ªa incluso ser un d¨ªa en el que podr¨ªa convertirse en un aliado de su raza, para compartir mutuamente sus conocimientos sin tener que distorsionar sus culturas individuales. La idea pod¨ªa parecer descarada, pero ciertamente levant¨® el ¨¢nimo de Chloe. Se hizo una promesa a medias, y as¨ª se esforz¨® por conocer alg¨²n d¨ªa a los lobos a los que hab¨ªa pasado toda su vida temiendo. Para descubrir los monstruos que hab¨ªa bajo su cama, que se escond¨ªan en sus recuerdos m¨¢s traicioneros. Una estrategia ¨²nica y todopoderosa para eliminar los propios miedos; si al menos funcionaran, claro. Por mucho que le pesara hacerlo, Tokken evit¨® a Norman a partir de entonces. La posibilidad de que sus ojos indiscretos tuvieran alguna maldad era simplemente demasiado para soportarla, y aunque era poco probable, si el minotauro era un esp¨ªa, podr¨ªa muy bien desmantelar sus planes de alguna manera. Y as¨ª, cuando finalmente lleg¨® la noche, y los dos pusieron en orden sus pertenencias antes de descansar hasta la madrugada, salieron de su habitaci¨®n por ¨²ltima vez; esta vez, con absoluta seguridad. Y mientras un hombre solo y sobrecargado de trabajo los ve¨ªa despedirse al amanecer, observado a trav¨¦s de las numerosas c¨¢maras de seguridad ocultas esparcidas por toda la Instalaci¨®n, Fely frunci¨® el ce?o. Cogiendo la ¨²ltima magdalena de su cesta, el Jefe de Medicina apag¨® el televisor colocado en su despacho, dese¨¢ndoles lo mejor mientras se cuestionaba su lealtad al Sindicato y su gris ¨¦tica. ? ? ? ? Un noble se encontraba solo junto a las barandillas protectoras que imped¨ªan su ca¨ªda al g¨¦lido r¨ªo de abajo. Mir¨® al cielo nocturno, atento a cualquier estrella fugaz que deseara. Si quer¨ªan salir victoriosos de estos tiempos insignificantes, necesitar¨ªan toda la fortuna divina que pudieran agarrar. La barba del noble colgaba voluminosa junto a su cuello, y se rascaba la barbilla en un profundo pensamiento, su mente se extend¨ªa sobre los muchos obst¨¢culos que tendr¨ªan que superar y c¨®mo contrarrestar en esos momentos; qu¨¦ aliados ser¨ªan necesarios y cu¨¢ndo ser¨ªan m¨¢s necesarios, qu¨¦ posiciones del ej¨¦rcito favorecer¨ªan m¨¢s su defensa, qu¨¦ recursos gastar y qu¨¦ tratados considerar... Su posici¨®n era, posiblemente, inigualable en todo el mundo. La capital ilegal y el mascar¨®n de proa de un pa¨ªs casi tan grande como un continente entero, si no fuera por sus vecinos inmediatos y siempre competitivos. Y aunque era un individuo muy respetado por su cuidado paternal y sus formas tradicionales y m¨¢s indulgentes de liderazgo, Alpha comprend¨ªa bien que estaba lejos de ser una regla perfecta. Y sab¨ªa que los m¨¢s inteligentes de entre los suyos reconoc¨ªan sus incapacidades. Si segu¨ªa incumpliendo sus deberes supremos, ser¨ªa cuesti¨®n de tiempo que esos mismos individuos le sustituyeran, y con todas esas vidas sobre sus hombros, no pod¨ªa permitirse ni un momento de respiro en su planificaci¨®n. Ten¨ªa que salvar a esos hombres de las garras del infierno de una forma u otra; si le costaba la vida, lo har¨ªa. "Se?or", una vieja y bromista voz habl¨® detr¨¢s de ¨¦l, sac¨¢ndole de sus pensamientos. Volvi¨¦ndose hacia la fuente familiar del sonido, Alpha sonri¨® para s¨ª mismo con esa complexi¨®n mon¨¢rquica r¨ªgida pero c¨¢lida que le quedaba tan bien. "?Hefesto, qu¨¦ momento de la noche para acompa?arme!" "Ah, ya me conoces. No puedo pegar ojo estos d¨ªas", se quej¨® el gigante, arqueando la espalda para hacer saltar cada v¨¦rtebra. "S¨ª, me temo que somos pocos los que podemos", respondi¨® el Jefe de los Hombres con un suspiro, volviendo a dirigir su mirada hacia el cielo. "He o¨ªdo que Kev y un par m¨¢s ya han salido en otra misi¨®n de rescate. Los Celestiales, Corvus y Erica, creo". Apoyando sus desgastados brazos de piel oscura contra las barandillas con un golpe, Hefesto asinti¨®. "As¨ª es. S¨®lo ten¨ªa que arreglar el equipo de Emris, el muy cabr¨®n. No salv¨® nada. En cuclillas". Alpha se ri¨® entre dientes, antes de re¨ªrse a carcajadas para s¨ª mismo en un crescendo de diversi¨®n. "?Ese es el viejo busto que recuerdo, nada menos!" Los dos compartieron una carcajada com¨²n, y Hefesto se hab¨ªa dejado llevar por sus bromas pasivas con una confianza que pocos hab¨ªan visto en el gigante descontento. Poco despu¨¦s, se hizo un silencio entre los dos mientras se sum¨ªan en sus pensamientos. Aunque ninguno lo mencion¨®, ambos sab¨ªan lo que les preocupaba a cada uno. ?Qu¨¦ otra cosa podr¨ªa burbujear en la conciencia de uno para superarla? "Oye, viejo", llam¨® Hefesto, golpeando con una palma de hierro la espalda del igualmente enorme se?or. "Te lo digo ahora, si estiras la pata, no creo que me moleste mucho m¨¢s". "?Oh, hombre!" exclam¨® Alpha, volviendo a mirar al gigante con preocupaci¨®n. "No seas tonto, te queda mucho por ver. ?Una mujer a la que amar, quiz¨¢s? En cualquier caso, no vayas a lanzar las llaves todav¨ªa, mi viejo demonio. Si no, no podr¨ªa estar tranquilo". "Eh, ya estoy harto de mi trabajo y de estos mocosos errantes, as¨ª que me har¨ªas un favor. De verdad". "No estoy de acuerdo, muchacho". "Ve a fornicar, entonces", brome¨® el herrero, gan¨¢ndose una risa deshonesta del hombre. "Los dos chicos que vinieron tampoco est¨¢n mal, supongo". Con una tez iluminada, Alpha aprovech¨® la oportunidad. "?Ah! Entonces ah¨ª est¨¢ tu pareja. Consid¨¦renlos su barco para navegar en caso de que todo lo dem¨¢s se vaya a la mierda..." "Insisto, amigo, no me gustan los ni?os de ni?era", sonri¨® Hefesto, para descontento del viejo l¨ªder. "Adem¨¢s, podr¨ªa haberles ayudado a escapar hoy mismo..." Esperando una paliza verbal por parte de la realeza, el Jefe de Armas cerr¨® los ojos en se?al de retroceso, incluso al no percibir ning¨²n tipo de reacci¨®n tras su blasfema expresi¨®n. Sin embargo, se encontr¨® con un apacible silencio y un suave y paternal murmullo. "Ya veo... Supongo que han visto bastante, s¨ª. Dicho esto, me pregunto..." Retir¨¢ndose de la barrera, Alpha se dirigi¨® a la entrada del complejo para reanudar sus maquinaciones en paz. Hefesto se volvi¨® hacia el Jefe de los Hombres, anticipando una conclusi¨®n. "...?Es demasiado pronto para esperar que est¨¦ preparado para ver de frente?", finaliz¨® el hombre con expresi¨®n preocupada, apoyando las palmas de las manos en el marco de la puerta durante unos instantes. Pronto, se desliz¨® hacia el interior, desapareciendo de la vista. Con un suspiro, Hefesto sacudi¨® la cabeza. Contempl¨® las estrellas que hab¨ªa m¨¢s adelante, y por casualidad capt¨® un destello de luz que atravesaba el aire de la noche. "Esperemos que sea pronto, jefe. S¨®lo esperemos". Capítulo 23: Sólo Esperemos Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 23 S¨®lo Esperemos Los preparativos se hab¨ªan cumplido, al igual que los requisitos previos. Por falta de tiempo, el ataque no pod¨ªa aplazarse m¨¢s. La salva contra el buque de guerra enemigo que prohib¨ªa la comunicaci¨®n entre la isla y el continente hab¨ªa sido programada de antemano, y con los equipos seleccionados, el arsenal y el plan de ataque preestablecidos, era ahora el momento de concluir sus decisiones y actuar en consecuencia con una diligencia pr¨ªstina. Todo un pa¨ªs estaba en juego, y todo hab¨ªa sido preparado con ¨¦xito para aislar a los civiles del peligro que probablemente desconoc¨ªan. Los isle?os desconoc¨ªan por completo el acuerdo, as¨ª como las condiciones o motivaciones que lo sustentaban, y probablemente se resistir¨ªan si de repente se les obligara a abandonar la patria que se les hab¨ªa prometido conservar. Pero, por el cielo o por el infierno, por las llamas o por el aguacero, Xavier se asegurar¨ªa de sacarlos de la tierra aunque tuviera que arrastrarlos por los tobillos. Y tal vez, s¨®lo tal vez, llegar¨ªa a tiempo para ayudar en el conflicto en medio de la tierra firme. Se enviaron pocos hombres para el trabajo, la mayor¨ªa de los cuales servir¨ªan como refuerzos y delegados de emplazamiento de armamento si el resultado fuera satisfactorio. El Sindicato no pod¨ªa escatimar tiempo entre guerras, y en el momento en que Yanksee fuera rechazado, tendr¨ªan que redirigir inmediatamente sus esfuerzos hacia los avances de su enemigo m¨¢s problem¨¢tico. Un movimiento fortuito por su parte, pero era lo mejor que pod¨ªan preparar en ese momento, teniendo en cuenta los recursos y el personal que pod¨ªan gastar. Como se hab¨ªa acordado previamente, Emris ayudar¨ªa en la recuperaci¨®n naval, y regresar¨ªa inmediatamente al continente al hacerlo. Xavier no pod¨ªa agradec¨¦rselo lo suficiente, aunque su participaci¨®n s¨®lo cubriera la mitad del viaje. M¨¢s a¨²n, el pelot¨®n de Emris y Xavier se ofreci¨® a prestar ayuda -aunque esto ¨²ltimo era de esperar- con la excepci¨®n de Ignus, reconociendo su falta de utilidad en el conflicto mar¨ªtimo. Ni que decir tiene que no estaba muy contento con ello, pero no era tan tonto como para no darse cuenta de la clara responsabilidad que supondr¨ªa. Con todos los planes finalmente en marcha y el movimiento militarizado a punto de comenzar, un brillo esperanzador brill¨® en los ojos del Campe¨®n, para gran satisfacci¨®n de Emris. Con un golpe en el pecho de su superior, Emris sonri¨®. "Por una vez, parece que est¨¢is animados". Sacudiendo la cabeza, Xavier miraba, supervisando el trabajo de su grupo mientras se preparaban. "?C¨®mo no iba a estarlo? No hace muchas horas que consider¨¦ que mi hogar estaba perdido para siempre. Ahora m¨ªranos". Xavier ya se hab¨ªa vestido, esta vez con ropa m¨¢s c¨®moda para maximizar su movilidad y permitirle la compa?¨ªa de su fiel martillo de guerra, "Longevidad". La perspectiva pod¨ªa parecer una locura para el com¨²n de los mortales, pero contra los Crimsoneers, el combate sobrenatural era m¨¢s efectivo que los disparos; y el exceso de armadura pod¨ªa debilitar la capacidad de expulsar magia, as¨ª como entorpecer la maniobrabilidad efectiva, y tal no pod¨ªa ser un factor m¨¢s importante para el estilo de lucha de Emris, que dejaba a la pareja de veteranos desprovistos de los exagerados atuendos que promov¨ªan el f¨¦rreo control de este imperio. Una visi¨®n casual especialmente desconcertante cuando se emparejaba con los dem¨¢s soldados, la mayor¨ªa de los cuales iban enfundados en pesados equipos o en llamativos y futuristas trajes Nynx. "Estamos listos para movernos, capit¨¢n", inform¨® uno de los soldados, un coronel, al primer brigadista, lo que le vali¨® un suspiro de alivio. Levantando su delgado martillo de la tierra, el brigadier se volvi¨® para mirar a su pelot¨®n. Muy probablemente ¨¦sta ser¨ªa su ¨²ltima misi¨®n juntos. Incluso ahora apreciaba su servicio. "?Est¨¢s listo?", pregunt¨® otro, sacando al joven de su trance. "Por supuesto, y a la velocidad de Dios. Zwaarstrich ya ha esperado bastante". "?S¨ª!" Por desgracia, Kev tampoco pudo ayudar, aunque eso se esperaba desde el principio. Depend¨ªa del hombre mantener la moral alta y la estabilidad estrat¨¦gica en el campo de batalla. Diablos, incluso el viejo Alpha se hab¨ªa resignado a la zona de guerra sin una pizca de reticencia. Al fin y al cabo, siempre le fue mejor en el combate que arreglando papeles; a pesar de su estatus, tambi¨¦n era un maldito buen espadach¨ªn. Emris choc¨® con Xavier mientras avanzaban por la salida, hacia el aparcamiento de la rotonda decorada con una fuente frente al complejo. Un golpe intencionado para hacer girar las ruedas vocales. "?Tienes algo en mente?", pregunt¨®. "No me atrevo a enumerarlos", respondi¨® el Campe¨®n, mirando al Guardi¨¢n por el rabillo del ojo. El conjunto march¨®, llegando a un peque?o conjunto de coches ligeramente blindados, cuatro de los cuales estaban atados, llevando tras de s¨ª cuatro dinguies militares para el transporte. La pareja entr¨® en los veh¨ªculos sin mucho m¨¢s que decir, tomando cada uno asiento con sus respectivos pelotones. Ser¨ªa un viaje considerablemente largo hasta el puerto occidental, con mucho tiempo para pensar en las imperfecciones que podr¨ªan sufrir sus planes. Por desgracia, gran parte de este precioso tiempo se perdi¨® por la presi¨®n de la incertidumbre. Faltaban dos horas para que se pusiera el sol cuando llegaron a la orilla, y su viaje no se vio alterado en absoluto al atravesar la ciudad a plena luz del d¨ªa. Aunque estuviera oscuro, ser¨ªa sin duda un espect¨¢culo que unos pobres j¨®venes intentaran cualquier movimiento contra una escolta militar. Los jeeps se detuvieron repentinamente al derrapar contra la tierra, y los soldados de refuerzo salieron inmediatamente de los coches para participar en el traslado de los barcos. Xavier y Emris salieron con un silencio comprensivo entre ellos, incluso mientras se alejaban hacia un ¨¢rbol cercano para calmarse y contemplar. Emris a¨²n no hab¨ªa decidido cu¨¢n culpable era, ni el precio que les costar¨ªa su incapacidad. Si ten¨ªa alguna esperanza de redenci¨®n, ser¨ªa a trav¨¦s de este favor tan inconveniente y profundamente significativo. Tampoco era s¨®lo un acto moral; ¨¦l era el Guardi¨¢n, y por su propio t¨ªtulo, ¨¦ste era su prop¨®sito -respetado o no-. Abriendo su petaca, Emris dio un largo trago, antes de ofrecer la bebida a su camarada. Para su sorpresa, Xavier la tom¨®, engullendo impunemente parte de su contenido. "Vicks, c¨¢lmate. No eres un bebedor..." El Campe¨®n silenci¨® a su compa?ero de bergant¨ªn con una mano ociosa, devolvi¨¦ndole la petaca. Se esforz¨® visiblemente por mantenerla en el suelo. "Te acordar¨¢s esta vez, ?verdad? No vas a joder esto". Con una ceja levantada, Emris dej¨® que su espalda se apoyara en la corteza. "S¨ª, s¨ª. Estar¨¦ ah¨ª con vosotros si el shit¨¦ lo golpea". "Todav¨ªa me estoy preguntando si eso deber¨ªa hacerme sentir m¨¢s seguro o m¨¢s amenazado. Por desgracia..." Haciendo un quiebre en su cuello hacia un lado, Xavier redirigi¨® su mirada hacia las costas, cuyas aguas heladas destellaban peligro. Con la ayuda de sus superiores del Coronel, los soldados hab¨ªan conseguido trasladar a las aguas todas las embarcaciones menos una. "Tengo m¨¢s esperanzas de las que he tenido desde hace tiempo. Esto es lo que cambia el juego. Si atacamos hoy, ganaremos esto para ma?ana. Un gambito de reina... Gambito de Rey, si lo prefieres". Levantando una mano con una sonrisa traviesa, Emris se?al¨®: "?Has jugado alguna vez al ajedrez? El gambito de la reina es un viejo conocido. A menudo previsible, com¨²nmente reconocido, f¨¢cil de contrarrestar... No hay que reducir nuestras probabilidades a eso". "?Me est¨¢s agriando el discurso!" "Mon¨®logo". "?Silencio! Agh..." Un soldado con toga se acerc¨® a los dos veteranos que se encontraban en la calle y les salud¨®. "Se?ores, estamos listos para desplegar". "A-Ah, s¨ª. Por supuesto. Vamos; ?adelante, hombres!" core¨® Xavier, gan¨¢ndose la cooperaci¨®n de sus inferiores. Emris se ri¨® de su nerviosismo, sabiendo que era una broma. "?S¨ª, vamos a joder a algunos yanquis!" grit¨® Emris, ante la apreciaci¨®n inconexa de su propio pelot¨®n. Un hombre alto que prestaba la mayor parte de su atenci¨®n a su lanza de punta se levant¨® para enfrentarse a su capit¨¢n. "Espero que esta vez recuerdes el plan". Rompiendo el cuello, Emris impuso su propio tama?o para chocar con el hombre. "C¨¢llate, Avel. Fue una vez". Ante su comentario, un soldado acorazado que ya estaba en su bote levant¨® una mano. "Esta ser¨ªa la tercera vez, en realidad". Apretando los pu?os, el veterano levant¨® la voz. "?Gu¨¢rdatelo para ti, Elena!" Una voz mareada habl¨® -o m¨¢s bien susurr¨®- en defensa. "Vamos chicos. D¨¦mosle al gran hombre su espacio, ?de acuerdo? Estaremos m¨¢s seguros en n¨²mero". Se?alando a su subordinado en un gesto de agradecimiento, los labios de Emris se curvaron. "Muy bien, Markus. Mant¨¦n las camadas lejos de mi espalda en la nave tambi¨¦n, ?eh?", pidi¨®, se?alando el rifle de francotirador que el hombre de voz d¨¦bil apoyaba. "Por supuesto..." "En nombre de la Diosa, ?a qui¨¦n llamas...?" Avel gimote¨®. "?Yo tambi¨¦n me comer¨¦ tus piernas para desayunar, imb¨¦cil!" Grit¨® Elena. Cuando cada miembro entra en su embarcaci¨®n, el grupo mira hacia delante. Con la trama ya en marcha, los soldados se hicieron un gesto de comprensi¨®n antes de poner en marcha sus motores. Xavier y Emris se quedaron atr¨¢s en su embarcaci¨®n mientras los otros tres botes se pon¨ªan en marcha, y Emris no se acerc¨® al motor. "?Preparado para la tormenta de mierda?", pregunt¨® el Guardi¨¢n con picard¨ªa. "Estoy preparado para todo". "Si t¨² lo dices, amigo". Interrumpiendo intencionadamente su fachada de popa, el veterano puso inmediatamente en marcha el motor antes de empujar la embarcaci¨®n hacia adelante, casi derribando a Xavier de su asiento. El horizonte que ten¨ªa por delante estaba casi vac¨ªo si no fuera por las nubes negras que se cern¨ªan sobre ¨¦l. Justo debajo de la furiosa tormenta descansaba un cuerpo de metal significativamente enorme. La misma nave bastarda que hab¨ªa mantenido bloqueada y vigilada la l¨ªnea de comunicaciones entre los dos pa¨ªses. Los otros botes no estaban a la vista, tal y como preve¨ªa su improvisado plan, sino que se hab¨ªan dispersado a cada lado de la nave, permaneciendo a una distancia segura y ocult¨¢ndose bajo las olas rebeldes mientras daban vueltas. Mientras tanto, el asalto de dos hombres del Campe¨®n surcaba los mares, directamente por delante del enorme buque de guerra. El lado m¨¢s fuerte de estas embarcaciones eran los costados, donde se encontraban la mayor¨ªa de sus ca?ones, y la artiller¨ªa estaba toda tripulada por un n¨²mero limitado de personas. Por ello, dirigir el golpe hacia el frente era -aunque incre¨ªblemente imprudente y peligroso- un enfoque decente para un buque de estas caracter¨ªsticas. Los perezosos marinos tardaron mucho m¨¢s de lo debido en responder al avance de los sindios, ya que no hab¨ªan previsto que se produjera un ataque durante las muchas semanas que llevaban estacionados en los mares del noroeste. De hecho, cuando sus rudimentarios sistemas de radar empezaron a parpadear, en un principio previeron que se trataba de un error, pues ya eran varias las veces que la ineficaz tecnolog¨ªa proporcionada se?alaba un objetivo inexistente. S¨®lo hasta que una enorme r¨¢faga de viento azot¨® la zona, lo suficientemente fuerte como para agitar a las perezosas armadas, su atenci¨®n fue finalmente captada, y todos los ca?ones frontales fueron tripulados y disparados. Muchos proyectiles fallaron por completo, mientras que otros fueron redirigidos por los fuertes vientos conjurados por las capacidades vigorizantes de Xavier. El bote zigzague¨® a trav¨¦s de las l¨ªneas del frente, evadiendo y desviando todos los disparos de ca?¨®n posibles antes de acercarse al casco, protegido de las defensas del barco mal colocadas. Aunque no estaba del todo intacto, para cr¨¦dito de Emris, el barco no se hab¨ªa hundido todav¨ªa. La colosal monta?a de acero dej¨® de disparar durante unos instantes, s¨®lo para que se escucharan m¨¢s en su extremo opuesto. Al desplazarse a lo largo de su borde hasta la entrada trasera, la pareja se alegr¨® de ver que los otros dos barcos encargados del ataque estaban sanos y salvos, ya que hab¨ªan conseguido llegar a la bah¨ªa antes de ser abatidos, mientras que el cuarto estaba parado lejos para mantener su carga a salvo. La distracci¨®n hab¨ªa funcionado lo suficiente y el ataque en pinza hab¨ªa tenido ¨¦xito. Ahora s¨®lo hab¨ªa que invadir la nave y abatir a su tripulaci¨®n desde el interior; una tarea mucho m¨¢s sencilla con la inigualable ayuda de Emris, Xavier y Avel, los tres excelentes en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. ? ? ? ? Junto al modesto puerto del sureste que constitu¨ªa el ¨²nico puerto salvado y en reconstrucci¨®n de Zwaarstrich entre ¨¦ste y el Nuevo Mundo, se encontraban un par de humildes individuos sin apellido ni importancia para su mundo. No eran especiales, su trabajo no era recompensado con un respeto digno y su muerte ser¨ªa recordada por un mero pu?ado de amigos. Para cualquiera que estuviera fuera del pa¨ªs, era como si no existieran. Para los de dentro, eran poco m¨¢s que una pareja de tortolitos con una apreciable habilidad para trabajar la madera. Ocasionalmente, pod¨ªan ser famosos en la ciudad durante un d¨ªa gracias a las artesan¨ªas art¨ªsticas que la damisela armaba, pero incluso esa fama se esfumaba m¨¢s r¨¢pido de lo que pod¨ªan parpadear.This novel is published on a different platform. Support the original author by finding the official source. Pero su hijo era diferente. Su hijo era especial. La gente lo amaba y lo adoraba, y le deb¨ªa vidas de riqueza por sus actos. Sus acciones fueron recompensadas tanto f¨ªsica como socialmente. Sus trabajos ser¨ªan recordados, al igual que sus logros en la vida. Su hijo ser¨ªa recordado por cientos o incluso miles de personas respetadas. De hecho, si esta pareja tuviera algo que apreciar, ser¨ªa su papel en traer al mundo a un ni?o tan milagroso, a pesar de su propia fragilidad y falta de importancia. Pero aunque no fuera especial; aunque sus habilidades fueran tan deslucidas como las suyas, si no peores; aunque lo consideraran un hombre m¨¢s en un mar interminable de hombres decentes, lo querr¨ªan a pesar de todo. Tanto, que no podr¨ªan amarlo m¨¢s. Y as¨ª, su fama, su fortuna y su reconocimiento fueron recibidos ciegamente por sus cari?osos padres. Porque, independientemente de c¨®mo le llame el mundo, segu¨ªa siendo su hijo hasta la m¨¦dula. Hab¨ªan pasado cuatro a?os desde la iniciaci¨®n de su hijo en el Sindicato tras abandonar su tierra natal por primera vez en su vida. Sus habilidades hab¨ªan llegado a ser reconocidas localmente como las de un prodigioso lanzador de magia, por lo que sus habilidades fueron r¨¢pidamente recogidas por los numerosos oficiales que rutinariamente controlaban e intercambiaban recursos con el territorio costero. Gracias a estos mismos oficiales, Xavier no se vio obligado a deambular por las peligrosas calles del Centro como un tonto torpe a la espera del peligro. El reencuentro fue dulce, m¨¢s dulce de lo que cualquiera de los tres familiares podr¨ªa haber contemplado. Se derramaron l¨¢grimas de felicidad, se compartieron sonrisas, se lanzaron preocupaciones y agradecimientos sobre los hombros de los dem¨¢s... Un grupo cari?oso, nada menos. Xavier hab¨ªa crecido considerablemente durante su ausencia, rivalizando con la estatura de su padre, pero conservando el m¨ªnimo volumen de sus primeros a?os; lo que daba a su combate una gracia impecable. "Hijo... " Una sola palabra, pero tan poderosa. Tan llena de significado. "Estoy tan... " "No te preocupes, pap¨¢. " Ahora no era el momento de arrepentirse, ni habr¨ªa nunca una raz¨®n para hacerlo. La madre no se sorprendi¨® menos al ver al hombre de coraz¨®n de acero llorar de culpabilidad. Se hab¨ªa equivocado, y lo sab¨ªa. Hab¨ªa intentado alejar al chico de sus verdaderos deseos y prop¨®sitos, y s¨®lo pod¨ªa rezar para que su hijo le perdonara. Durante a?os, este mismo pensamiento le preocup¨® enormemente. Si tan s¨®lo hubiera sabido que hab¨ªa sido perdonado durante tanto tiempo... Un cuarto individuo se acerc¨® corriendo a la peque?a familia. Un ni?o, demasiado joven para aventurarse por su cuenta, pero tan lleno de esp¨ªritu que pod¨ªa superar la voluntad incluso del hijo pr¨®digo a su edad. Su pelo corto y almendrado estaba lejos de estar bien cuidado, siendo su madre la ¨²nica causante de cualquier apariencia de su cuidado y belleza. Al igual que el resto de la familia, vest¨ªa ropa de tela sencilla y un par de botas de cuero con un agujero en el dedo gordo. Su piel era p¨¢lida -un rasgo heredado de su madre- aunque seguramente se oscurecer¨ªa con el tiempo cuando empezara a trabajar el campo. Sus ojos, marrones como la tierra que pisaba, complementaban su radiante sonrisa con una inocencia infantil que ning¨²n hombre adulto podr¨ªa replicar. Con un rugido, el ni?o se acerc¨® a su hermano militar antes de lanzarse a sus brazos abiertos. "?Uf! Has crecido mucho!", exclam¨® el hijo mayor, con la pesada vestimenta propia de un soldado que tanto contrastaba con la de sus parientes. "?Te he echado de menos, hermano mayor!", grit¨® el ni?o, apretando su cara contra el pecho del veterano. "Ouchouchouch- ?Sin mocos! " Con una carcajada, el hermano menor se baj¨® de su hermano alto, ofreci¨¦ndole una sonrisa p¨ªcara. "?Ah, s¨ª? Alg¨²n d¨ªa ser¨¦ m¨¢s grande que t¨², ?ya ver¨¢s!" "?Y estoy seguro de que lo har¨¢s!" Xavier le devolvi¨® la sonrisa, asombrado por el comportamiento descarado del joven teniendo en cuenta el suyo m¨¢s suave. "?Cuidaste a mam¨¢ como te dije?" "?Qu¨¦...? Es imposible que me acuerde!", protest¨® el ni?o en respuesta. Ante su disputa, la fr¨ªa pero aguda madre intervino, apoyando sus brazos alrededor del cuello de su hijo m¨¢s bajo. "Me ha hecho sentir m¨¢s seguro que nunca. Incluso ha cogido la espada de entrenamiento, pero no deja de probar el martillo, como t¨²", brome¨®, tirando de la oreja del chico. "Je, tambi¨¦n es igual de desobediente con su padre. Parece que realmente se despeg¨® de ti, hijo", a?adi¨® el le?ador, palmeando la espalda del ni?o para su malestar. Xavier se ri¨® y se levant¨® de las rodillas para mirar a sus padres. De forma distra¨ªda, murmur¨®: "Mam¨¢... Pap¨¢". "?S¨ª, hijo?", respondieron, casi al un¨ªsono. La sonrisa de su madre era encantadora, tan tranquilizadora. La de sus hermanos era tan animada, tan en¨¦rgica. Su padre... Bueno, por fin hab¨ªa demostrado su val¨ªa, ?no? Su sonrisa orgullosa y a la vez abatida era notoria. Evidentemente, alg¨²n nivel de decepci¨®n estaba presente. Era incre¨ªble, y por eso corr¨ªa m¨¢s peligro que nunca. Era natural que un padre sintiera lo mismo por sus hijos. "Te he echado de menos. Mucho. " "?Hijo...?" "Te ech¨¦ tanto de menos que pens¨¦ que me morir¨ªa. " "Lo sabemos, hijo. Nosotros tambi¨¦n te queremos". "Nunca me di cuenta de lo mucho que me importabais hasta que estuvisteis fuera de mi alcance". "Est¨¢ bien, hijo. Ya estamos aqu¨ª". "Cuando el barco parti¨® aquel fat¨ªdico d¨ªa, pens¨¦ que no volver¨ªa a verte. " "Y as¨ª... " "Cuando me vaya... " "Por favor... " "Esp¨¦rame, ?vale? " ? ? ? ? La nave se hab¨ªa convertido en un campo de guerra en la media hora que dur¨® la operaci¨®n de toma de posesi¨®n. Las balas volaban desde todos los ¨¢ngulos, aunque con visible falta de eficacia. Est¨¢ claro que los tripulantes que se encontraban all¨ª ya hab¨ªan pasado su mejor momento o estaban tan ensimismados en su espacio seguro que hab¨ªan olvidado las noticias de la guerra. En realidad, ten¨ªa sentido: encerrados en su palacio de acero flotante, tan lejos de la confrontaci¨®n real como era razonablemente posible, no deb¨ªan tener nada que temer. Y as¨ª, cegados y desprevenidos por esa misma arrogancia, toda la nave fue limpiada de sus habitantes en cuarenta y cinco minutos. El peque?o arsenal de Syndie estaba sorprendentemente intacto: Dos heridos y un caso leve de shock por explosi¨®n. "Estamos bien encaminados. Parece que no llegar¨¦ demasiado tarde, ?eh?" coment¨® Emris, quit¨¢ndose el polvo y la metralla que cubr¨ªan sus brazos. La tripulaci¨®n de carga no tard¨® en llegar, con sus provisiones ayudadas a bordo por los pelotones de los dos bergantines. "Yo dir¨ªa que s¨ª. Un combate limpio, por corto que fuera. ?Era realmente necesaria la obliteraci¨®n del capit¨¢n?" "Eh, no me gusta la arrogancia. Y claro, eso definitivamente los despert¨®". Emris se ri¨®, su risa sibilante era parecida a la de una hiena de garganta irritada. "Divertid¨ªsimo y justo en tu estilo. ?Y los rezagados?" pregunt¨® Xavier, se?alando a la docena de rendidos reunidos en la esquina. El Guardi¨¢n se encogi¨® de hombros y rompi¨® la boquilla de una de las botellas de ron m¨¢s preciadas de la tripulaci¨®n contra un caj¨®n de acero como forma de robar su contenido antes de marcharse, llenar su petaca y engullir el resto. Lanzando la botella vac¨ªa contra la pared contra la que se apretujaban los prisioneros, ante su desconcierto, Emris respondi¨®. "Usadlos como cebo, tomad su herencia, comedlos... me importa una mierda". Mordi¨¦ndose la mejilla, el Primer Brigadier redirigi¨® su atenci¨®n hacia sus subordinados. "Cole, ?est¨¢ listo el equipo de evacuaci¨®n?" Casi dejando caer sus numerosos papeles y baratijas, el militar, relativamente bajo, exclam¨®: "?En dos minutos, como m¨¢ximo!" Con un inapropiado eructo, Emris grit¨®. "?Oye! ?Lance! ?Ya tienes a la chica bajo control?" Un Avel notablemente agotado tartamude¨® hacia el calabozo. "S¨ª, pero no fue f¨¢cil. Maldito Vicks, podr¨ªa haber sido m¨¢s dif¨ªcil que la propia misi¨®n... No lleves a ese imb¨¦cil a un lugar donde yo sea el ¨²nico responsable, ?eh?" Con una sonrisa de tibur¨®n, Emris golpe¨® la espalda del lancero con una fuerza innecesaria. "Yo tomo las decisiones en ese departamento, amigo. Ya veremos", ri¨®, se?alando hacia uno de los mamparos destruidos. "Cuidado con hablar demasiado. Lass est¨¢ loco". "No me digas... Tampoco has visto lo peor de ella, cr¨¦eme", inform¨® Avel, sec¨¢ndose el sudor del cuello con una toalla. Al notar la presencia de un soldado en particular, el Coronel se alej¨® de los dos veteranos, gritando el nombre de Markus. El disgusto de Emris pareci¨® detenerse casi de inmediato al fijarse en los ojos de Xavier. El chico estaba aterrorizado, sin duda. S¨®lo Dios sabe lo que le espera. Y sin embargo, su determinaci¨®n era clara. No esperar¨ªa mucho m¨¢s. Entre el h¨²medo nerviosismo que recorr¨ªa su cuerpo hab¨ªa un aura de esperanza y certeza. "Oye, amigo". Frotando los hombros de su socio, el Guardi¨¢n coment¨® sin esperanza: "Lo har¨¢s bien. Se alegrar¨¢n de verte. Estoy seguro de que todo lo que necesit¨¢is es una vista r¨¢pida y estar¨¦is llenos de energ¨ªa de nuevo". "Tengo la intenci¨®n de luchar hasta que la muerte me robe los pies, no te preocupes por eso". "Oy... Consideremos las posibilidades, ?eh? Lo m¨¢s probable es que esto salga bien". "S¨®lo podemos esperar". Dos de los botes hab¨ªan sido preparados para viajar, reabastecidos de combustible. Una para los hombres que volv¨ªan a la guerra, y otra para que Xavier siguiera adelante, habiendo insistido en que fuera ¨¦l el primero. En circunstancias comunes, tal orden podr¨ªa haber sido rechazada. Pero este era un caso excepcional; un ni?o convertido en hombre que insiste en defender a los suyos. Ni siquiera un sargento instructor de coraz¨®n de piedra podr¨ªa negar tal exigencia, si es que pod¨ªa hacerlo. Los soldados se despidieron mientras los dos pelotones se separaban. Emris y Xavier se miraron fijamente, con las palabras vac¨ªas. Para sorpresa del viejo veterano, Xavier se tap¨® los labios mientras sonre¨ªa vacilante. At¨®nito por un momento, el perfil de Emris se suaviz¨®. Seg¨²n las divinas, este chico no era un hombre de poca monta, pero aun as¨ª llevaba pocas cicatrices y marcas de batalla. Su mente estaba llena de experiencia, pero su cuerpo no se hab¨ªa corro¨ªdo todav¨ªa. "Al ver a un profesional tan joven como t¨², podr¨ªa sentir un poco de celos. Est¨¢s haciendo llorar a los viejos, amigo". El rostro del soldado se sonroj¨® ante el comentario, mostrando una vez m¨¢s esa delicadeza que escond¨ªa. Sacudiendo esta debilidad, el Campe¨®n mostr¨® esa tez brillantemente noble y asombrosamente feroz. Con un ¨²ltimo saludo, y sin m¨¢s palabras que compartir, los dos se separaron. Emris y su pelot¨®n partieron hacia las costas de tierra firme, ya que su tiempo tambi¨¦n se hab¨ªa acortado. Y, con todos los preparativos listos, Xavier entr¨® en la embarcaci¨®n que le llevar¨ªa a su tierra natal, dejando que sus subordinados y los hombres de carga ordenaran el resto de los barcos que ahora ten¨ªan a su disposici¨®n; prepar¨¢ndose para un tr¨¢fico humano masivo. El sol en el cielo hab¨ªa bajado lo suficiente como para empezar a fundirse en el horizonte. El cielo y las nubes se despejaron cuando Xavier se aventur¨® a salir, convirti¨¦ndose en un hermoso despliegue de mandarina cepillada. El nerviosismo del soldado no hizo m¨¢s que aumentar a medida que se acercaba a su lugar de nacimiento, el bote atravesando y rebotando en las olas de color azul intenso. Al principio, la isla no era m¨¢s que una mancha de tierra en la distancia, pero a medida que se acercaba pronto se convirti¨® en la masa de tierra que reconoc¨ªa con tanta ternura. El humilde puerto de madera se ve¨ªa perfectamente, su forma se asemejaba a la de una casa a la que le faltaba una pared, lo que permit¨ªa que las embarcaciones m¨¢s peque?as entraran y descansaran bajo la sombra que ofrec¨ªan esos tablones desvencijados. Los edificios y las casas se hicieron visibles, todos ellos hechos de adobe y troncos artesanales, atados con ataduras de origen vegetal. Todo el lugar era un peque?o y pintoresco refugio que desafiaba eficazmente el relato com¨²n de la discordia humana y la falta de coordinaci¨®n. Una peque?a sociedad. Un soplo de aire fresco, con muchos ¨¢rboles delineando sus abundantes c¨ªrculos interiores. La respiraci¨®n de Xavier era agitada mientras entraba en el puerto abierto. Al principio, trat¨® de calmarse con la excusa de que estaba exagerando. Pero al ver que no hab¨ªa nadie atendiendo el puerto, la sensaci¨®n de hundimiento en su est¨®mago no hizo m¨¢s que empeorar. Bajando de la embarcaci¨®n sin preocuparse siquiera de amarrarla, Xavier se dirigi¨® a trompicones hacia la salida, abriendo la puerta con bisagras con un chirrido. Paso a paso, se abri¨® paso por el camino hacia su pueblo, con los ojos hundidos mientras las posibilidades enjuagaban sus pensamientos y ahogaban la raz¨®n. Todo le resultaba familiar, si no fuera por la extra?a reubicaci¨®n de las se?ales o el movimiento de las cajas de suministros. Como si volviera a casa despu¨¦s de dos semanas de vacaciones, los peque?os cambios se notaban, pero no eran inoportunos. Las antorchas estaban encendidas; la hierba estaba cuidada; el camino no estaba lleno de escombros... Entonces, ?por qu¨¦, mi Diosa, esto se siente tan horriblemente mal? Una explicaci¨®n sencilla: no hab¨ªa nadie. La tierra de su infancia se hab¨ªa convertido en un pueblo fantasma, pero ?por qu¨¦? Xavier no se atrev¨ªa a gritar. Cada vez que lo hac¨ªa, su voz sal¨ªa ronca y seca. Sus botas estaban rojas. Su andar era inc¨®modo. No pod¨ªa pensar con claridad. No se atrev¨ªa a verlo. No pod¨ªa, no quer¨ªa detener sus pies. Las casas estaban intactas, pero desprovistas de vida. La grava no se hab¨ªa arrastrado, sino que se hab¨ªa manchado de suciedad. Cada paso resonaba en los o¨ªdos del brigadier como un horrible chirrido. Algo est¨¢ mal. Sigui¨® caminando. Su casa estaba cerca. Ay¨²danos. Algo est¨¢ tan, tan mal. Sigui¨® caminando. Su casa estaba cerca... Por favor, no s¨¦ qu¨¦... Dej¨® de caminar. La casa en la que hab¨ªa crecido estaba finalmente frente a ¨¦l. Su cuerpo se tambale¨® de izquierda a derecha al llegar a la puerta, golpe¨¢ndose contra el marco al perder el equilibrio. La puerta ya estaba desbloqueada, as¨ª que, con la piel p¨¢lida y la respiraci¨®n temblorosa y desfallecida, la abri¨®. Xavier se qued¨® con la boca abierta. Sus pasos eran terriblemente antinaturales, parecidos a los de un beb¨¦ que aprende a caminar. Muchas veces hab¨ªa tropezado, cubriendo su cara y su ropa con una vil mezcla de barro y sangre. Vag¨® por el pueblo, con un ¨²nico y finito destino en mente. Una mezcla de palabras inconexas sal¨ªa de su boca una y otra vez. "El b¨²nker. El b¨²nker, el b¨²nker, el b¨²nker. Llegar al b¨²nker. Llegar al b¨²nker, el b¨²nker". Su voz estaba muerta, como debe ser. Su cuerpo parec¨ªa funcionar autom¨¢ticamente. Su alma bien podr¨ªa haber desaparecido ya; arrugada y encerrada para amortiguar los horrores que s¨®lo pod¨ªa rezar para que no fueran m¨¢s que una pesadilla enfermiza. Pero ni siquiera su subconsciente pod¨ªa inventar algo tan asqueroso. Un paso, luego otro. Un pie, y luego el otro. Mantuvo este ciclo de tropiezos desesperados con la esperanza de encontrar lo que buscaba. De encontrarlos. Y, sin embargo, antes de que pudiera llegar a los l¨ªmites de la ciudad, una nueva voz reson¨® en la plaza a su alrededor. El silencio del lugar permiti¨® que la voz rebotara en las paredes sin inmutarse, atravesando la psicosis del soldado por un instante. No era la voz de una madre cari?osa, de un padre orgulloso o de un hermano menor inquieto. No era la voz de los muchos le?adores que hab¨ªa llegado a conocer, ni la de los comerciantes a los que sol¨ªa comprar pan y coles. No era la del viejo granjero de conejos al que se hab¨ªa encari?ado tanto en sus a?os de juventud. No. En cambio, se encontr¨® con las macabras vocalizaciones de un monstruo hambriento. Un completo e irrecuperable loco. "?Ah, ah, ah~!", cant¨® la voz, llena de emociones tan aborrecibles e incomprensibles que Xavier ahog¨® un sollozo casi al instante ante las meras implicaciones en las que se produjo. "Esto es maravilloso. Esto es incre¨ªble! Incluso delicioso! ¨¦l ha venido. Finalmente, ha venido, s¨ª. Esto es..." "AH~ ?POR FIN! EL PLATO PRINCIPAL!" Capítulo 24: La Hambruna que Desata Mhaieiyu Arco 1, Cap¨ªtulo 24 La Hambruna que Desata "?Mira esa cara, que arrugada est¨¢! ?Te he robado algo precioso? ?Te duele? ?Ah, lo hace? ?Traici¨®n, en efecto! ?Claro que s¨ª! Un sacrificio trivial para la saciedad de uno puede ser un estorbo tan grande para otro! Pero, ?c¨®mo, con qui¨¦n, con qu¨¦ se supone que voy a aliviar mi naturaleza si no, eh?" Las divagaciones de un monstruo con apariencia de hombre com¨²n. Saliendo del callej¨®n escasamente iluminado, un hombre que no pod¨ªa haber llegado a la edad adulta por mucho tiempo hizo patente su presencia ante el angustiado Xavier, sus inquietantes rasgos brillaban bajo el cielo enrojecido y oscuro. El monstruo era de tama?o modesto para un hombre, su edad era similar a la del propio Campe¨®n. Llevaba una camiseta blanca formal¡ªuna que se esperar¨ªa llevar a la academia o a una entrevista de trabajo¡ªcon unos pantalones negros de traje similar; sus u?as podridas y rotas. La postura encorvada con la que el joven se paseaba parec¨ªa tan poco saludable como su higiene, o m¨¢s bien su falta de ella. En cada cent¨ªmetro de su ropa y su piel hab¨ªa m¨®rbidas manchas de rojo seco, que lo vest¨ªan con una macabre pintura de guerra y matizaban su pulcra ropa y su pelo de longitud media de un color diferente. De hecho, el color de su pelo se hab¨ªa vuelto totalmente indistinguible, habi¨¦ndose convertido en un detestable carmes¨ª. Sus ojos parec¨ªan reflejar una fatiga inexistente, con anillos negros y pupilas agujas que le daban el aspecto de un obsesivo excesivamente cafeinado que no hab¨ªa visto una cama en a?os. Su boca colgaba ligeramente, mostrando justamente cada uno de sus suaves y afilados incisivos y colmillos; sus labios se curvaron en una inquietante y entusiasta sonrisa. Su cuerpo se mov¨ªa de izquierda a derecha mientras caminaba, y sus brazos colgantes se balanceaban en igual medida. Sus u?as estaban arruinadas y ennegrecidas por la suciedad, y en su mano derecha llevaba un imp¨ªo sable escarlata de brazo largo cuya extra?a anatom¨ªa no se manifestar¨ªa ni siquiera en la conciencia del herrero m¨¢s inadecuado: doblado hacia delante en la secci¨®n media, y rematado con tres protuberancias irregulares, como si alguien hubiera destrozado la punta de la espada original. Independientemente de lo ineficaz que pudiera ser para la raz¨®n com¨²n, la espada hab¨ªa recibido sin duda a su cuota de v¨ªctimas en las ¨²ltimas horas o d¨ªas, manchada de sangre como estaba. De pie, a una distancia considerable del atormentado soldado, el loco se levant¨® adecuadamente, ensanchando los brazos en una gr¨¢cil burla, como si quisiera abrazar el propio aire; su mirada hacia el cielo. "?Ah~ Y qu¨¦ banquete tan impecable! Ni una sola vez, y he probado bocado en mi vida, hab¨ªa disfrutado de tan espl¨¦ndida abundancia~ ?Un lujo, qu¨¦ sabor! ?Dios m¨ªo! Yo, tu cordero y fiel servidor te doy las gracias por tan inagotable generosidad! ?Y a¨²n as¨ª...!" Bajando su hoja torcida para encontrarse con los ojos vigilantes de Xavier, continu¨®. "?...la cena est¨¢ a¨²n por terminar! ?Ya que es ¨¦ste! ?¨¦ste, el que me prometieron! Oh, c¨®mo detesto esperar. El tiempo es finito, y por el Sol y la Luna, ?hueles absolutamente delicioso!" El hombre grit¨® en un arrebato de emoci¨®n, riendo a carcajadas como si estuviera en un gran escenario, con l¨¢grimas de alegr¨ªa cayendo de sus ojos inquietos. Haciendo gala de su impaciencia, su cabeza oscil¨® de izquierda a derecha, ganando tiempo aunque s¨®lo fuera para darle al miserable militar la oportunidad de responder antes de que se produjera el fest¨ªn. Y sin embargo, la garganta de Xavier qued¨® casi muda, si no por dos palabras. "Por qu¨¦...", murmur¨® en voz baja, con la voz rasgada como si estuviera deshidratado. Cayendo de rodillas, las l¨¢grimas que brotaban de sus ojos cayeron y salpicaron el suelo de piedra. Tras dejar de hablar de su alegr¨ªa sin l¨ªmites, la sonrisa del hombre se ensanch¨® al espect¨¢culo de su tristeza. "?Qu¨¦ es? Si deseas hablar, habla. ?Habla!" "Por qu¨¦... t¨²..." "?M¨¢s potencia! Mi comida sabe mejor cuando es exuberante". "?Por qu¨¦... ?Qu¨¦ podr¨ªas...?" Xavier dej¨® caer su cara en las palmas de las manos, su cuerpo temblando. "?Brib¨®n! Tu pueblo muri¨® s¨®lo para saciar mi hambre eterna. ?RUGE POR ELLOS!" Con un aliento tembloroso, Xavier exclam¨®. "?Qu¨¦ podr¨ªa... obligarte... a hacer tal cosa? Diosa, yo..." El pobre hombre estaba m¨¢s que at¨®nito, desplom¨¢ndose mientras las n¨¢useas se manifestaban finalmente en su interior. Mientras Xavier se desahogaba, la voz del loco segu¨ªa resonando dentro de su mente de forma ininteligible mientras despotricaba y divagaba sobre sus necesidades obsesivas. "Te lo he explicado, ?no? ?No te import¨® siquiera escuchar? Repetirme ser¨ªa un desperdicio. Ah~ S¨®lo por eso puedo sentir la necesidad de mi est¨®mago. Como quiere. Como desea. La lujuria. la demanda~". "Eres un maldito lun¨¢tico", escupi¨® el soldado, arrojando lo ¨²ltimo de su almuerzo. Limpi¨¢ndose el labio, el Campe¨®n se levant¨® sobre piernas temblorosas, dirigiendo al asesino enloquecido una mirada de muerte. Ante sus insultos, el joven solt¨® otra carcajada. "??Me llamas as¨ª con esa mirada?! Pero s¨ª, s¨ª, s¨ª! Lo soy. Un lun¨¢tico, enloquecido por mi hambre. La hambruna que desato". Dejando que las palabras le entraran por un o¨ªdo y le salieran por el otro, Xavier contempl¨® finalmente su entorno con resignaci¨®n. La humilde plaza en la que se encontraban, la misma que ¨¦l visitaba a menudo durante su infancia, se hab¨ªa convertido en un lugar de descanso de pesadilla plagado de v¨ªsceras y cad¨¢veres tanto de civiles como de ganado; sus cuerpos destrozados estaban esparcidos por varios lugares. La mayor¨ªa de ellos hab¨ªan sido eviscerados o seccionados de dos en dos, y los que conservaban sus rasgos faciales mostraban todos su moribundo remordimiento y terror, se?al de su despiadada partida. El lun¨¢tico pod¨ªa vomitar todas las excusas que quisiera. Sus acciones nunca podr¨ªan ser disculpadas o perdonadas. Incluso bajo la apariencia de una psicopat¨ªa incontrolable; incluso bajo las impresiones del brigadista de coraz¨®n blando; incluso con la promesa m¨¢s sincera y confirmada por la Diosa de que rectificar¨ªa su comportamiento, este acto nunca pasar¨ªa por la mente del militar reticente. Xavier nunca dejar¨ªa de despreciar a esta asquerosa excusa de hombre, y como la conversaci¨®n nunca revertir¨ªa sus actos, el soldado tom¨® un ¨²nico e inquieto aliento, antes de desenvainar su delgado martillo de guerra: el llamado Longevidad. "Mm~ ?M¨ªralo, mira!", core¨® el asesino con su sanguinaria borrachera, tambale¨¢ndose a¨²n m¨¢s en la excitaci¨®n. "Parece arrepentido. Parece seguro. ?Y macabro! ?Qu¨¦ repulsivo!", ri¨®, llev¨¢ndose una mano a la cara mientras se recostaba divertido. Una r¨¢faga de viento salpic¨® violentamente el entorno de Xavier, trayendo consigo un sonido atronador que no hizo m¨¢s que crecer en intensidad. "Vamos, entonces~ Mi est¨®mago a¨²lla por este manjar. ?Ya est¨¢ insatisfecho con el pueblo ca¨ªdo! Qu¨¦ infantil, qu¨¦ necesidad tiene. ?Y qu¨¦ buf¨¦ fue!". "C¨¢llate", murmur¨® Xavier, gan¨¢ndose otra sonrisa enfermiza. Con una determinaci¨®n reavivada, el conjurador de viento se lanz¨® hacia adelante en un torrente de aire huracanado, martillo en mano. La distancia recorrida fue imprevisiblemente larga, una haza?a impresionante dada la escasa asistencia de los chorros de aire. En el mismo instante en que el contacto estaba lo suficientemente cerca, Xavier gir¨® su cuerpo hacia la derecha, lanzando con ¨¦l un arco de mazo que aplastaba el acero. Antes de que pudiera hacer contacto con la piel del asesino, el golpe fue impedido por una r¨¢pida parada de la espada, mostrando una admirable cantidad de fuerza en el hombre. A pesar de esto, el psic¨®pata fue empujado hacia atr¨¢s por la fuerza del golpe, arrastrando sus pies contra el suelo s¨®lido antes de ser enviado a rodar unos pocos metros - grava y piedra rasgada arrastrando con ¨¦l. Al llegar a un bache en el camino, el hombre se levant¨® r¨¢pidamente, limpi¨¢ndose la sangre del labio con otra risa man¨ªaca que no hizo m¨¢s que crecer en intensidad a medida que Xavier se impon¨ªa a pasos lentos y odiosos. Extendiendo los brazos una vez m¨¢s, con la espada todav¨ªa en la mano, la sonrisa cortada del hombre brill¨® en los ojos vidriosos del veterano vengativo. Donde antes hab¨ªa un semblante de servidumbre ideal, ahora hab¨ªa uno de odio crispado, insondable para cualquiera que no estuviera en su lugar. A pesar de la agitaci¨®n emocional, los desplantes continuaron. "?Bien, bien, bien! M¨ªrate. Te ves tan absolutamente, irremediablemente lamentable en este momento! Oh, pero no esperaba que fueras tan r¨¢pido, no. Me imagin¨¦ que ese martillo tuyo te frenar¨ªa, ?y sin embargo trabajas con tus vientos enjaezados para aplastarme! Implacable, ?eh?". Los labios de Xavier no se movieron. "Acabo de hablar. ?No ofreces nada? ?Ni siquiera un poco de ira pura para exhalar?" Una vez recortada la distancia, Xavier repiti¨® su avance anterior, lanz¨¢ndose hacia delante con una r¨¢faga de aire. Apretando los dientes, envi¨® el hierro hacia abajo una vez m¨¢s, golpeando la espada con mucha anticipaci¨®n. Esperando esto, el soldado encaden¨® r¨¢pidamente el ataque con una serie de golpes adicionales, que habr¨ªan requerido de una fuerza admirable para realizarlos. Manejar con tanta rapidez un peso tan importante era una habilidad m¨¢s en el arsenal de Xavier, por el que era tan febrilmente adorado. Sin embargo, cada golpe era respondido con un golpe a¨²n m¨¢s r¨¢pido de la espada, cuya anatom¨ªa enviada por el diablo atrapaba el acero y lo redirig¨ªa hacia donde quisiera. Para su propio asombro, el avance de Xavier hab¨ªa sido completamente rechazado, y las mareas pronto se pusieron en su contra. Aquel hombre -o monstruo- no dejaba de sonre¨ªr mientras golpeaba con la fuerza del martillo, como si estuviera cortando un ¨¢rbol con un cuchillo. De hecho, la propia hoja le parec¨ªa totalmente ingr¨¢vida al lun¨¢tico, casi desafiando a la f¨ªsica con su enorme velocidad. No se trataba de una amenaza com¨²n, aunque la masacre de sus parientes era prueba m¨¢s que suficiente de ello. Puede que estuvieran empobrecidos, y la falta de armas adecuadas ciertamente no ayudaba, pero Xavier sab¨ªa que esta ciudad manten¨ªa una pl¨¦tora de h¨¢biles caballeros y lanceros. La falta de otros enemigos visibles o de cad¨¢veres extra?os parec¨ªa demostrar que este joven man¨ªaco hab¨ªa cumplido la matanza en solitario. La idea de que eso fuera cierto aterrorizaba al nervioso bergant¨ªn. Peor a¨²n, incluso en su ira, Xavier encontr¨® sus esfuerzos empa?ados por la seducci¨®n, las n¨¢useas y una voluntad que perd¨ªa r¨¢pidamente la llama. Al dejar de pensar en lo que le estorbaba, Xavier lanz¨® un poderoso grito de guerra que hizo tambalearse al hombre por un momento. Aprovechando esta oportunidad, Xavier lanz¨® una cadena de golpes que dej¨® al hombre fuera de combate, antes de golpear la cara de su mazo directamente en el hombro derecho de su oponente, rompiendo el hueso y haci¨¦ndolo volar. Durante un breve momento, el brigadier respir¨®, tragando bocanadas de aire aunque s¨®lo fuera para intentar recuperar la compostura. El viento se le hab¨ªa escapado del pecho varias veces durante el combate, ya que el hombre hab¨ªa utilizado todo su cuerpo para debilitar y devorar a su presa. El individuo responsable de toda esta carnicer¨ªa hab¨ªa volado justo hacia una caba?a de piedra, destruyendo una buena parte de ella. Mientras las pesadas piedras y ladrillos ca¨ªan sobre su enemigo ca¨ªdo, y con el polvo asent¨¢ndose, Xavier cay¨® de rodillas. La amenaza hab¨ªa sido eliminada, y ahora pod¨ªa seguir cojeando hasta el aclamado b¨²nker de la isla. Eso era lo que hab¨ªa esperado. Pero, por supuesto, nunca podr¨ªa ser tan f¨¢cil. Hubo momentos en los que Xavier lleg¨® a cuestionarse si su padre hab¨ªa tenido raz¨®n despu¨¦s de todo. "Sea hoy, sea ma?ana o dentro de cincuenta a?os, el mundo siempre te vencer¨¢, hijo". Los cansados ojos de Xavier se desviaron r¨¢pidamente hacia los escombros cuando el polvo se disip¨®, y el hombre volvi¨® a salir del solar sin que se viera ninguna se?al del da?o causado. Su cuerpo deber¨ªa haber sido destruido, sin importar su hombro. "Qu¨¦ desperdicio. ?No entiendes el tiempo que tardar¨¦ en recuperar ese n¨¦ctar? Me das asco, como la basura. ?Encuentras el despilfarro satisfactorio?". Las divagaciones de un loco no hicieron m¨¢s que continuar. La mirada de Xavier se apag¨®. Estaba agotado, y lo sab¨ªa bien. "Dime. En tu odio ciego, ?no has reflexionado alguna vez a qui¨¦n te enfrentas?" Los chorros furiosos de un diablo sonriente. La espada se lanz¨® hacia adelante, agit¨¢ndose y girando varios metros en el aire, formando un puente entre ellos. "Soy uno de los Cuatro Sagrados Heraldos, el Heraldo de la Hambruna, ?Karma!" Corriendo hacia adelante, el autor de la carnicer¨ªa oblig¨® al cansado cuerpo de Xavier a ponerse en pie, preparando una r¨¢faga de viento de contraataque. Y a¨²n as¨ª, Karma continu¨®, con su siniestra sonrisa ampliando hasta los l¨ªmites de su rostro. "Y llegar¨¢s a conocer el hambre como la eterna codicia del m¨¢s verdadero y primitivo ser de uno mismo. La m¨¢s indigna, imparable, despiadada, y la m¨¢s devastadora de las sociedades. "This novel''s true home is a different platform. Support the author by finding it there. En un acto reflejo ante la aproximaci¨®n desarmada del atacante, Xavier lanz¨® su arma hacia adelante, s¨®lo para encontrarse con la ausencia total de su oponente. Fue en ese instante cuando se acord¨® de la hoja voladora. El bergant¨ªn consigui¨® mirar al cielo durante a penas un segundo antes de que el borr¨®n pasara por delante de ¨¦l, y con ¨¦l, de un solo corte, su brazo derecho fue amputado por la espada asim¨¦trica, que se clav¨® en varias secciones de la parte superior de su brazo y desgarr¨® varios trozos de su carne, dejando una herida antiest¨¦tica que no pod¨ªa ser menos limpia. Xavier consigui¨® mantenerse de rodillas, pero el dolor era insoportable. Cuando se dio cuenta, grit¨®, se atragant¨® y berre¨® entre dientes. La sangre manaba imparable del mu?¨®n destrozado justo debajo del hombro. S¨®lo consigui¨® mantener su arma debido a su naturaleza de dos manos, y pronto se encontr¨® apoyado en ella para sostenerse. La sobrecarga sensorial le hizo estallar el cerebro cuando Xavier solt¨® una carcajada en un intento in¨²til de anular la intensidad, pisando la bota contra el pavimento para acallar sus nervios. Justo detr¨¢s de ¨¦l, el lun¨¢tico se qued¨® quieto, levantando la hoja reci¨¦n ensuciada para encontrarse con los ¨²ltimos rayos de sol que se desvanec¨ªan. Karma solt¨® una risita, y luego estall¨® en una risotada ante las sensaciones que corr¨ªan por sus venas. La experiencia, totalmente opuesta a la del hombre que embruteci¨®, fue de extremo placer y calidez. Los restos de sangre que no pintaban la espada goteaban por su empu?adura y ca¨ªan sobre su mejilla y cuello, lo que s¨®lo parec¨ªa potenciar a¨²n m¨¢s la sensaci¨®n mientras gritaba de placer neur¨®tico; los dedos de su mano sin equipar cruj¨ªan y ten¨ªan espasmos incontrolables. La haza?a por fin se hab¨ªa cumplido. Hab¨ªa saboreado con ¨¦xito la vida de Xavier y, por tanto, su tarea se hab¨ªa completado tan repentinamente. Volvi¨¦ndose hacia el hombre que gritaba, Karma gir¨® los pies hacia ¨¦l antes de romper a correr, con la espada balance¨¢ndose a su derecha, goteando m¨¢s esencia sobre la tierra de la que se hab¨ªa nutrido. Para devolver, literalmente, a la naturaleza. Sin embargo, para sorpresa de Karma, una repentina r¨¢faga de viento le golpe¨® con toda su fuerza, oblig¨¢ndole a retroceder cierta distancia mientras se las arreglaba para no perder el equilibrio. Con un grito estremecedor, el desmembrado Xavier sali¨® volando en un arrebato de rabia, obligando a la pareja a un nuevo combate de hierros veloces. Sin un brazo y con la vida escapando a borbotones de sus venas, Xavier ten¨ªa poco tiempo y menos velocidad de la que hubiera dispuesto. Y lo que es peor, el Karma se hab¨ªa vuelto inexplicablemente m¨¢s r¨¢pido, reduciendo sus golpes y tajos a un tenue borr¨®n de movimiento mientras el sable barr¨ªa el aire, haciendo retroceder el martillo cada vez. Reconociendo su propia responsabilidad, Xavier emple¨® toda su energ¨ªa y man¨¢ para atacar simult¨¢neamente a su enemigo con ataques a¨¦reos, cortando la piel de Karma, aunque con poco efecto. Al final, ni un solo golpe suyo lleg¨® a buen puerto. En lugar de ello, con un oportuno agachamiento y un tajo, Xavier perdi¨® el equilibrio, lo que le llev¨® a estrellarse contra el suelo, justo al lado de un ¨¢rbol. Otro aluvi¨®n de dolor golpe¨® al agonizante soldado mientras un nuevo agujero se abr¨ªa en el casco de la nave a la que pertenec¨ªa su cuerpo. Le hab¨ªan quitado la pierna izquierda y, sin embargo, el Karma mostraba una total indiferencia, caminando hacia el antes lega?oso y ahora lisiado Xavier con un pavoneo casi impaciente; su espada colgaba de la pierna como si se burlara de la mirada del bergant¨ªn con el chorro de su sangre vital. La punta de la espada repiquete¨® contra la tierra mientras se balanceaba hacia arriba y hacia abajo, ya que su anatom¨ªa no le permit¨ªa simplemente arrastrarse contra la piedra; los chasquidos met¨¢licos serv¨ªan de horrible canto del cisne. Con el cuello tembloroso y el rostro p¨¢lido, el Primer Brigadier, Campe¨®n del Sindicato, contempl¨® durante unos instantes la sonrisa del hombre que odiaba m¨¢s que nada, antes de dejar caer la parte superior de su torso al suelo. Momentos antes de que su cuerpo se detuviera definitivamente, alarg¨® una mano, no hacia su martillo, sino hacia una mano fr¨ªa y r¨ªgida que yac¨ªa cerca de ¨¦l, y que segu¨ªa conectada a su due?o. El ciudadano ca¨ªdo hac¨ªa tiempo que hab¨ªa fallecido y, sin embargo, la calidez de su presencia llenaba a Xavier de ganas de esbozar una ¨²ltima sonrisa. Aunque no era la muerte que deseaba, le encantar¨ªa recibir la muerte en su tierra, junto a uno de los suyos. Nunca vio la cara del hombre. Probablemente s¨®lo un granjero casual atrapado en la r¨¢faga de muerte que este monstruo promulg¨® sobre un pueblo tan inofensivo. No era su preocupado padre, ni su cari?osa madre, ni su idolatrado hermano; de eso estaba seguro, s¨®lo por los pelos de su piel. Curiosamente, Xavier pod¨ªa incluso decir que conoc¨ªa a su familia como la palma de la mano. Si no hubiera perdido tanta sangre, se habr¨ªa re¨ªdo en ese instante. No son ellos, pero es m¨¢s que suficiente. Gracias. Agarrando esos dedos fr¨ªos y s¨®lidos, Xavier apoy¨® la cabeza contra la hierba para descansar. La hoja se elev¨® al encuentro del aire y, con la ternura de un hambre eterno, cay¨® hasta tierra firme. ? ? ? ? La huida fue un ¨¦xito. Por fin, despu¨¦s de una innecesaria carrera de diez minutos desde la Instalaci¨®n en la que hab¨ªan sido retenidos, los j¨®venes pudieron tomarse un momento para respirar; aunque la fatiga de Tokken era mucho m¨¢s visible. Otro defecto m¨¢s de la raza humana. Hab¨ªan optado por desviarse de los caminos, favoreciendo los ¨¢rboles y su comodidad para esconderse; por no mencionar que les quitaban el sol de encima. Aun as¨ª, el humano y el cr¨ªptido sudaban mucho y respiraban con dificultad, ya que ninguno de los dos estaba familiarizado con el ejercicio. Tras una r¨¢pida pausa y un examen de los alrededores, la pareja hab¨ªa acordado seguir adelante, reconociendo la falta de tropas en su cola. Teniendo en cuenta esto, el muchacho supuso que, o bien hab¨ªan hecho m¨¢s ruido de lo necesario por su marcha, o bien su ausencia a¨²n no se hab¨ªa notado. En este ¨²ltimo caso, ahora iban a contrarreloj y, a pesar de su antepasado, Tokken no era de los que jugaban con el azar. El plan, una vez que hab¨ªan escapado, no pod¨ªa ser m¨¢s duro. La mayor parte de sus esfuerzos hab¨ªan sido puestos en s¨®lo el permiso, con una multitud de enrevesados sinsentidos en el caso de que algo saliera menos que bonito. Y cuando se asomaron a trav¨¦s de los ¨²ltimos ¨¢rboles, despu¨¦s de media hora de apresurado vagabundeo sin rumbo, echando un buen vistazo a la extensi¨®n de praderas vac¨ªas que conduc¨ªan a la gigantesca ciudad en la distancia, la pareja se dio cuenta de lo desesperadas que eran sus intenciones. Chloe hab¨ªa descubierto involuntariamente que la ubicaci¨®n de la principal base de operaciones del Sindicato se encontraba en el norte del pa¨ªs, mientras que la regi¨®n monta?osa de la que proced¨ªan se dirig¨ªa hacia las monta?as cercanas al sureste. Para empezar, se necesitar¨ªan cuatro horas de viaje en coche s¨®lo para hacer ese tramo, o cerca de un d¨ªa entero de caminata continua. Teniendo en cuenta sus recursos, es probable que la pareja tardara varios d¨ªas antes de poder so?ar con llegar a casa, y teniendo en cuenta su escasa capacidad de autodefensa si alguna vez se encontraran con problemas, y los rumores que ambos hab¨ªan o¨ªdo sobre el infame ¨ªndice de criminalidad de este territorio, no val¨ªa la pena correr tales riesgos. Por mucho que a Cloe le disgustara la idea, tuvieron que recurrir a buscar ayuda. Nada m¨¢s y nada menos que de la gente de esa ciudad que echaba humo. Con un poco de suerte, uno o dos samaritanos podr¨ªan acortar la distancia, al menos hasta el l¨ªmite de la ciudad. En el peor de los casos, siempre podr¨ªan confiar en el riesgo de seguridad con el que les hab¨ªa bendecido cierto gigante no tan responsable. Con una toma de aire fresco, Tokken dio un suspiro triunfal. La alegr¨ªa en su rostro por haber dejado atr¨¢s aquel espect¨¢culo infernal hab¨ªa encendido claramente un nuevo fuego en su alma. Dicho esto, Chloe a¨²n no estaba muy convencida. Puede que fueran crueles en el fondo, pero nunca los maltrataban. Con una ceja levantada y la cabeza baja, el Aullador observ¨® al animado adolescente con una mirada a la vez satisfecha y preocupada. Tardaron m¨¢s o menos una hora, pero pronto llegaron al l¨ªmite norte. No hab¨ªa seguridad ni inspecciones, para su alivio. Si hubiera habido un grupo de b¨²squeda, la ciudad se habr¨ªa considerado un gran riesgo a asumir. Pero con pocas opciones en su haber, empezaron a explorar las sucias calles de las urbanizaciones de clase baja. Aunque no eran barrios marginales ni mucho menos, estos edificios eran notablemente menos llamativos que los del centro y el sur. El ambiente era claramente m¨¢s empobrecido, lo que no ayud¨® a disuadir la inquietud de ambos. La ubicaci¨®n de estos edificios tampoco era casual. Cuanto m¨¢s cerca estaban del territorio yanqui, m¨¢s barato era el alquiler. Especialmente en una ¨¦poca en la que la guerra estaba a la vuelta de la esquina. Lo mismo pod¨ªa aplicarse a los frentes m¨¢s occidentales, aunque los suyos eran mucho menos notorios, en parte debido a los largos periodos de inactividad entre las invasiones de los Crimsoneer; un acontecimiento que parec¨ªa producirse casi ceremoniosamente cada d¨¦cada en fechas ligeramente diferentes. El d¨²o pas¨® una buena parte del tiempo caminando por los bordes de las calles, aventur¨¢ndose poco a poco en el centro de la ciudad. Por suerte, el tr¨¢fico aqu¨ª era bastante ligero, y s¨®lo pasaba alg¨²n coche de vez en cuando. Ir¨®nicamente, incluso los veh¨ªculos de aqu¨ª parec¨ªan menos impresionantes, como si la zona hubiera sido revestida de un campo de est¨¢ndares de clase inferior que envolv¨ªa y transformaba a cualquiera que pasara por all¨ª. Tokken se sent¨ªa bastante sucio, aunque eso pod¨ªa deberse al sudor que se acumulaba en su camisa. Pasaron una hora justa merodeando entre la cacofon¨ªa de una sociedad llena de estresados por el trabajo o de vagabundos desagradables que s¨®lo intentaban conseguir algo de ayuda. Incluso un viaje en coche hasta el extremo sur de la ciudad ser¨ªa de gran ayuda, y reducir¨ªa el tiempo de caminata a la mitad. Inconscientemente, cada vez que ped¨ªan ayuda a un desconocido, Tokken pasaba la mano por su improvisada funda. El muchacho sab¨ªa con certeza que, llegado el caso, nunca conseguir¨ªa hacerse con la voluntad de disparar a alguien. As¨ª que entrenando su mano para retirar y disparar en un movimiento r¨¢pido, esperaba poder evitar esa cobard¨ªa en la fracci¨®n de segundo de oportunidad reflexiva entre la aparici¨®n de una amenaza y el darse cuenta poco despu¨¦s. Cloe hab¨ªa hablado muchas veces por ¨¦l; sin su consentimiento, por supuesto. La mejilla de Tokken se hinchaba cada vez, pero se alegraba de verla actuar tan socialmente. De hecho, era sorprendente verla. Para una bestia que en el poco tiempo que hab¨ªa llegado a conocer era una criatura tan t¨ªmida y a la vez imprevisiblemente valiente, el hecho de que se acercara tan despreocupadamente incluso a los residentes gigantes mostraba su habilidad superior para la socializaci¨®n. Tal vez se trataba simplemente de la imprevisibilidad de una especie distinta. Ser superada por un ser puramente antisocial... Diosa, ?realmente soy tan pat¨¦tica? El adolescente se ri¨® al pensar en ello. Sin embargo, el hecho realmente preocupante era el rechazo que parec¨ªa sufrir especialmente por parte de los desconocidos. Al principio, Tokken supuso que podr¨ªa deberse a su reputaci¨®n el hecho de que le hablaran con tan diferente respeto, sin embargo, teniendo en cuenta que ninguno parec¨ªa llamarle por su apellido, pronto pens¨® que se deb¨ªa m¨¢s a la especie de Cloe que a su propia importancia. Fue entonces cuando tambi¨¦n record¨® las palabras de cierto criptido felino de hace unos d¨ªas. Una ciudad construida por b¨ªpedos para b¨ªpedos, ?eh? Tokken frunci¨® el ce?o al recordarlo y se llev¨® un dedo a la barbilla en se?al de contemplaci¨®n. A pesar de la tolerancia de esta sociedad hacia los cr¨ªptidos m¨¢s humanoides, no se puede decir lo mismo de los que tienen rasgos m¨¢s animales. Esto explicar¨ªa su inusual ubicaci¨®n en la jerarqu¨ªa, y ciertamente explicar¨ªa la falta de cuadr¨²pedos vagando por las calles. Muchos de los que lo hac¨ªan, curiosamente, parec¨ªan estar siempre acompa?ados por otro b¨ªpedo. A pesar de este duro e injusto trato, la voluntad de Cloe parec¨ªa inquebrantable. ?Qu¨¦ hab¨ªa sucedido para que de repente estuviera tan alegre? ?Por qu¨¦ su repentina valent¨ªa? ?Por qu¨¦ parec¨ªa que los rechazos que se le hac¨ªan le dol¨ªan m¨¢s que a ella? Ah... La comprensi¨®n cay¨® como un rayo. No es s¨®lo que ella sea fuerte. Es que soy as¨ª de d¨¦bil. El hecho por s¨ª solo era inevitable. Sus discusiones y lloriqueos s¨®lo lo hab¨ªan arrastrado hacia abajo. Si no fuera por el severo consuelo de Chloe, tal vez no hubiera tenido el valor de levantarse siquiera por la ma?ana. Ten¨ªa que adaptarse y prosperar, no s¨®lo por ella, sino por el bien de los dos. No s¨®lo soy pat¨¦tico, soy francamente despreciable... "?Tokken?" La voz de su coraz¨®n lleg¨® desde abajo. La sombra era agradable aqu¨ª. No hab¨ªa prestado atenci¨®n. Todav¨ªa no lo hac¨ªa, de hecho. La idea de su lealtad inflexible a un joven tan cobarde le calent¨® el alma. Ten¨ªa que devolverle su amabilidad alg¨²n d¨ªa, y sab¨ªa muy bien c¨®mo. La unificaci¨®n de sus microsociedades... Incluso la idea era emocionante para el adolescente infantil. Y si deseaba llevarla a cabo... "S¨ª, s¨ª. Lo siento, estaba pensando". No dijo nada, se?alando hacia adelante con una pata y una mirada preocupada. Mirando al frente, Tokken se aclar¨® la garganta. Hab¨ªan entrado en un callej¨®n despu¨¦s de cambiar imprudentemente de direcci¨®n desde una ruidosa obra en construcci¨®n. El hecho de que su mente motorizara su cuerpo de tal manera s¨®lo para tener pensamientos m¨¢s claros era un gran pro o un total contra, y el contra ganar¨ªa esta vez. El lugar no era el m¨¢s sucio que hab¨ªa visto. El cielo sobre ellos segu¨ªa siendo claro, y proporcionaba una amplia iluminaci¨®n. Las paredes de este callej¨®n estaban repletas de balcones de apartamentos, muchos de los cuales parec¨ªan no haber albergado a nadie en a?os, a juzgar por los tablones que tapaban sus ventanas. Sobre una de las barandillas oxidadas de un balc¨®n del tercer piso se sentaba un solo individuo; su estatura era notablemente poco impresionante mientras se enfundaba en una enorme sudadera con capucha, bajo la cual ocultaba sus rasgos. En el momento en que el d¨²o fue divisado, su voz ahumada se desbord¨®: "Oi, no me gusta mucho la gente en mi territorio. Buscando negocios, ?verdad?" Un Urchin o un poser, sin duda. Intentando reunir una pizca de respeto por s¨ª mismo, Tokken decidi¨® dar un paso adelante, respondiendo con un grito. "S¨®lo estamos caminando, llegamos aqu¨ª por accidente. No queremos nada eh... raro de ti, lo siento". Un grueso mech¨®n de colorete se desprendi¨® de su capucha mientras el chico frotaba el pulgar contra el filo de un cuchillo en forma de media luna. "?Ah, s¨ª? ?C¨®mo de raro, exactamente?", preguntaron, divertidos y provocadores. "S¨®lo... drogas y cosas, supongo". Tokken respondi¨® torpemente. Chloe tambi¨¦n se adelant¨®. "Mira, nos vamos a ir ahora, ?de acuerdo? Me disculpo si te hemos hecho perder el tiempo". Al volverse hacia el lugar de donde ven¨ªan, la pareja se qued¨® sorprendida al contemplar las vistas. El callej¨®n hab¨ªa sido bloqueado por tres matones, dos de los cuales eran m¨¢s voluminosos que el adolescente y el cachorro juntos, y las paredes de los apartamentos revelaban constantemente una pl¨¦tora de Urchins ociosos, cada uno con alguna herramienta o arma en la mano mientras fumaban, beb¨ªan y miraban pasivamente como hienas voraces. Al volverse hacia el chico de los ra¨ªles, descubrieron que se hab¨ªa trasladado, de forma totalmente silenciosa, a la acera en la que se encontraban. Debi¨® de saltar, a juzgar por la torpe postura en cuclillas de la que se levant¨® el ni?o. Para que incluso Cloe no captara el sonido de su ca¨ªda, la pareja deb¨ªa de estar realmente distra¨ªda, pues salvo algunos murmullos, los dem¨¢s gamberros permanec¨ªan en silencio. "No es necesario precipitarse, ?eh? Al fin y al cabo, s¨®lo estamos negociando", dijo el joven, echando la capucha hacia atr¨¢s para dejar al descubierto sus rasgos, de los cuales el m¨¢s importante es, sin duda, una esbelta y larga sonrisa enroscada llena de dientes espinosos. La garganta de los dos j¨®venes se estrech¨® al darse cuenta de su situaci¨®n. No pod¨ªan estar m¨¢s metidos en el fango de estas calles, ya que este humilde callej¨®n resultaba ser una de las muchas "guaridas" en las que viv¨ªan estos criminales. "Mira, ya hemos dicho que no queremos nada..." El chico enarc¨® una ceja, interrumpiendo la afirmaci¨®n del adolescente mayor con la suya propia, desenvainando su segunda espada aunque s¨®lo fuera para dar un aspecto m¨¢s aterrador a los nerviosos montones. "S¨ª, s¨ª... mira, debes estar entendiendo mal. Servimos a los clientes independientemente de sus necesidades, ?oyes? Cortes¨ªa pirata~" La sonrisa siniestra del chico y sus ojos apretados y divertidos estaban llenos de dientes impecablemente blancos, que brillaban ante los temores de Tokken. Inclin¨¢ndose hacia ¨¦l, rompiendo el espacio personal del adolescente, el delincuente de pelo largo empuj¨® su cabeza hacia su pecho como si quisiera escuchar los latidos de su coraz¨®n, y sus ojos se clavaron en los de Tokken con una mirada que promet¨ªa un amargo desenlace si no acced¨ªa. "Ahora bien. Me llamo Pride. ?Qui¨¦n es el jefe con el que tratan los chuchos?" Tal y como Tokken predijo y esper¨®, sus reflejos se activaron en r¨¢pida respuesta a la imprevisible aproximaci¨®n del ladr¨®n. Y al ver que su zona de confort hab¨ªa sido violada con tanta facilidad, el cuerpo de Tokken se puso r¨ªgido por un momento, antes de lanzarse al siguiente, empujando el pecho de Pride con la fuerza suficiente para apartarlo antes de sacar su arma del bolsillo. En un instante, el acto estaba hecho, pero no pudo ser m¨¢s asombroso para ninguno de los dos. El arma desenfundada no era la pistola, como Tokken esperaba, sino la espada. En un golpe irreflexivo, hab¨ªa conseguido cortar una fina l¨ªnea inclinada en la mejilla de Pride, justo antes de su ojo y a lo largo de la oreja. El corte no era profundo, pero hizo brotar sangre, y el muchacho m¨¢s bajo qued¨® tambale¨¢ndose y tartamudeando por un momento. En ese mismo instante, Cloe llam¨® a los guardias a gritos, y su voz, m¨¢s aguda, lleg¨® a los o¨ªdos de los improbables oficiales que estaban cerca. Tocando sin palabras su herida que se filtraba, Pride tartamude¨® por un momento, y luego sonri¨® una vez m¨¢s al siguiente. "Nadie llama as¨ª a la polic¨ªa. Y nadie llama a los Syndies si son civiles heterosexuales", se?al¨® en voz alta el infantil se?or del crimen, dejando que la sensaci¨®n de hundimiento hirviera en el cuerpo de la pareja. "?As¨ª que est¨¢n con ellos, ah? Jodidamente perfecto~" Pride -conocido por unos pocos como Mumble- silb¨®, con una sonrisa que reflejaba el movimiento de sus subordinados. Pero por primera vez en su vida, Tokken no tembl¨® de miedo, sino de ¨¦xtasis. ? ? ? ? La marcha de los hombres y mujeres encargados de la guerra era casi omnipotente en volumen, sus pasos ca¨ªan en cascada al un¨ªsono para formar un aluvi¨®n de sonidos que provocar¨ªa una gran satisfacci¨®n a cualquier l¨ªder orgulloso, y un tremendo miedo a cualquier oponente de poca monta: un terremoto de soldados orquestado por un peque?o equipo de ¨¦lites. El l¨ªder de la carga tampoco se perder¨ªa ni una sola, ya que ¨¦l tambi¨¦n se hab¨ªa embarcado en el peligroso viaje, actuando como l¨ªder de sus cientos de subordinados junto a su fiel mano derecha; el imponente Kev, cuyo respeto y adoraci¨®n no ten¨ªan parang¨®n entre sus hermanos de batalla. Tambi¨¦n los brigadistas encabezaban el equipo justo detr¨¢s de la vanguardia, a la que se hab¨ªa adherido Emris, junto a Erica. La ausencia de Xavier pesaba mucho en sus corazones, pero los que estaban al tanto sab¨ªan bien que su compa?¨ªa era m¨¢s adecuada para sus tierras natales; a¨²n no sab¨ªan el tr¨¢gico resultado de ello. Mientras los dem¨¢s marchaban de manera tan uniforme, con alegr¨ªa musical a raudales mientras cantaban un cuento de viejas, Emris no pod¨ªa sacar su mente de los pozos, bebiendo de su petaca con una inquietud interminable. Erica, al notar esto, habl¨®. "?Est¨¢s saliendo adelante, Em? Yo tambi¨¦n estoy bastante desanimado. Ni siquiera pude caminar con Corvus esta vez; ?qu¨¦ pena!" "Urgh, deber¨ªais follar y casaros ya. Vicks..." Emris suspir¨®, tomando otro sorbo. "Apuesto a que estar¨ªas celoso. No es de extra?ar, teniendo en cuenta lo que est¨¢s mirando", se burl¨® Erica, empujando el brazo de Emris hasta que casi se le cay¨® la cosa. "C¨¢llate. Ya sab¨¦is que estos d¨ªas me faltan sentimientos", se defendi¨® el veterano, mostrando su disgusto con un gru?ido. Por supuesto, Erica se limit¨® a re¨ªrse. "Has estado mir¨¢ndola todo el d¨ªa, amigo". "?Y siempre! ?Acabo de llegar, carajo! Adem¨¢s, estoy sorprendido. ?Qui¨¦n diablos se levanta por la ma?ana y decide ''a la mierda, estoy aburrido. Me unir¨¦ a una guerra''". Mirando a la mujer de la que hablaban -una muchacha de piel m¨¢s oscura con una mirada viciosa y a la vez humor¨ªstica- mientras pasaba despreocupadamente unas filas detr¨¢s de ellos. "Es bastante raro... Me sorprende que le hayan confiado a ella", coment¨® el Celestial. "Hm, aye. Probablemente sea una buena excusa para deshacerse de ella. Dudo que se involucre en un fuego cruzado s¨®lo para fastidiarnos", se encogi¨® Emris. "S¨ª, supongo que s¨ª. Eclipse, ?verdad?" "S¨ª, s¨ª, esa es la chica. No la he visto levantada desde que lo hicimos, ?ahora est¨¢ en esto?" "?Preocupado por ella~?" "Mant¨¦n tus ojos en Corvus, bolsa". "?Hah! ?Eso es una confesi¨®n! Lo har¨¦~" Sacudiendo la cabeza, Emris engull¨® los escasos restos de la petaca, antes de casi atragantarse cuando Alfa lanz¨® un fuerte grito. El ej¨¦rcito se detuvo en el lugar con un ¨²ltimo y estruendoso golpe de sus botas. El cielo era una neblina de humo viejo, restos de batallas anteriores. El juego y la insistencia hab¨ªan terminado, y la verdadera batalla estaba a punto de comenzar. Las arenas ennegrecidas sobre las que se encontraban eran nost¨¢lgicas por todas las razones equivocadas, y algunos soldados en la retaguardia luchaban visiblemente por mantener sus ansiedades sofocadas. Su cercan¨ªa a las monta?as les concedi¨® un aullido de viento mientras permanec¨ªan inm¨®viles, esperando la presencia del enemigo. Y pronto, desde el lado opuesto de una de las dunas cubiertas de ceniza, se oy¨® una marcha lejana. INTERLUDIO: Como el Tomo Predijo Mhaieiyu Arco 1-2 INTERLUDIO Como el Tomo Predijo La sala no pod¨ªa ser m¨¢s ruidosa, pero eso no era raro en tiempos de guerra. La sala ten¨ªa unas pintas verdaderamente reales; estaba equipada con suelos de m¨¢rmol, escritorios de madera blanqueada, cortinas rociadas con oro y patrones emblem¨¢ticas del reino en rojo y bronce. El techo, decorado con candelabros de cristal, se alzaba ominosamente a decenas de metros por encima de las cabezas de los nobles, y sus colores eran indiscernibles en la oscuridad sin luz. Las mesas se hab¨ªan dispuesto en semic¨ªrculo, y sobre ellas hab¨ªa una mir¨ªada de documentos y planos, todos ellos inexpuestos a la opini¨®n p¨²blica. Las manos se golpeaban contra las encimeras mientras varios nobles vestidos de blanco discut¨ªan sin freno sobre las numerosas circunstancias que inundaban su naci¨®n. Algunos incluso discut¨ªan sobre asuntos de la mancomunidad, m¨¢s preocupados por el p¨²blico y la econom¨ªa que por las amenazas del exterior. En el centro de este semic¨ªrculo se encontraba un lujoso escritorio para cuatro personas, y frente a ¨¦l, al fondo de la sala contrario a la puerta, hab¨ªa una mesa elevada para dos personas que se parec¨ªa mucho al banco de un juez. Sentados sobre el trono improvisado hab¨ªa dos hombres: uno escu¨¢lido, con una corona oficial que se ajustaba a su cabeza aunque ¨¦ste pr¨¢cticamente se encog¨ªa en su sitio, y el otro, un bulto considerable y sano a punto de militarizar todo el tribunal; intentaba por todos los medios acallar sus disputas con los pensamientos de su cabeza. Los dos hombres estaban a leguas de distancia en apariencia y, sin embargo, sus estatus parec¨ªan llevarle la contraria a la l¨®gica. El Rey parec¨ªa p¨¢lido, y eso no se deb¨ªa s¨®lo a su situaci¨®n. Sus ojos eran de un marr¨®n com¨²n, con una falta de voluntad tan severa que pod¨ªa llegar a quemar la determinaci¨®n de quienes lo miraban. Su pelo no era ni corto, ni largo, ni extraordinario. El cuerpo del noble era tan delgado que podr¨ªa partirse como una ramita al soplo del viento, y su estatura tampoco era para quedarse boquiabierto. A pesar de todo, llevaba la corona. Justo a su lado se sentaba un hombre que, a juzgar por el parche de hierro que le cubr¨ªa el ojo izquierdo, hac¨ªa tiempo que hab¨ªa probado las aza?as de la guerra. La piel morena indicaba la debida exposici¨®n al sol, ya que era un hombre trabajador. Los brazos, las piernas, el pecho y el cuello estaban dotados de una elegante masa de musculatura. Su barba era negra como la noche, y colgaba orgullosa y densamente de su cuello. Su ojo derecho miraba fijamente a todos los que lo miraban. Colores claros de autoridad. Un espect¨¢culo para admirar y respetar, y sin embargo, nada m¨¢s que un anillo de acero en su cabeza lamentaba su existencia. Las divagaciones de los arist¨®cratas parec¨ªan prolongarse para siempre. Una hora entera de esto podr¨ªa llevar a cualquiera a la locura, y m¨¢s a¨²n cuando se les encargaba el ajuste de cada una de sus nimiedades y cuentas. La sociedad alta era la peor, e incluso ellos parec¨ªan estar de acuerdo. Cuando todo est¨¢ al alcance de la mano, su ¨²nica preocupaci¨®n es disputar hasta el premio. En verdad, Yanksee hab¨ªa visto su parte injusta de p¨¦rdidas en los ¨²ltimos tiempos. La posici¨®n de Hefesto como Jefe de Armas en el pa¨ªs enemigo era nada menos que un milagro. Los avances tecnol¨®gicos del Sindicato s¨®lo seguir¨ªan desarroll¨¢ndose de manera exponencial de no ser as¨ª. La puerta de la sala se abri¨® con un chirrido, y menos mal que lo hizo, porque los reci¨¦n llegados silenciar¨ªan las disputas durante el tiempo suficiente para recuperar el aliento. Desde detr¨¢s de esta puerta entraron otros cuatro hombres, todos ellos de aspecto asombroso. El primero en dar un paso adelante era tambi¨¦n el m¨¢s robusto y de rasgos m¨¢s b¨¢rbaros, mostrando el mayor parecido con el militante del parche de hierro. A su espalda, como si fuera un peso com¨²n a la carga, hab¨ªa un escudo y una espada guardados. "?El Se?or As de Bastos, Auberon, ha llegado por fin!", anunci¨® un noble, para el inmediato placer de las damas. Una oleada de cumplidos cort¨® los argumentos anteriores, alabando al caballero por sus deberes. Sin embargo, incluso bajo los halagos de las mujeres, la mirada de Auberon era fija y severa, conteniendo una sonrisa mientras se dirig¨ªa a su asiento designado. Poco despu¨¦s, entr¨® un segundo hombre. Este llevaba una sonrisa delgada pero poderosa, su t¨²nica elegantemente peinada en un rojo claro y esmaltada en una multitud de mechones de pieles naturales. El m¨¢s lujoso, sin duda. "?Se?or As de Corazones, Arturius!" Su compa?¨ªa fue recibida con unas cuantas llamadas y apreciaciones, pero muy lejos de lo anterior. Tras un breve paseo que pr¨¢cticamente rezumaba autorrealizaci¨®n, autosuficiencia y un ego impiadoso, ¨¦l tambi¨¦n tom¨® asiento. El siguiente en la fila era un hombre vestido de azul oscuro, con un abrigo notablemente salpicado de almohadillas protectoras y un chaleco protector de balas elegantemente dise?ado en el pecho. "?Se?or As de Picas, Adolfo!" Ante su presencia, menos gente vitore¨®. Las mujeres de la nobleza se encogieron visiblemente ante su desagradable mirada hacia abajo. No hab¨ªa recibido tanta atenci¨®n como hace poco tiempo, a pesar del reconocimiento de su labor. Francamente, sus ojos cansados y hundidos no inspiraban ning¨²n tipo de calidez. En todo caso, Adolphus parec¨ªa totalmente aterrorizado, pues era evidente que hab¨ªa temido una reuni¨®n de este tipo posiblemente durante toda su agitada noche. Su entrada fue tranquila y sin incidentes. Se limit¨® a acercarse a su escritorio, junto a Arturius, y sentarse. Finalmente, el cuarto hombre entr¨®. En el momento en que lo hizo, la gente grit¨® de alegr¨ªa, y con raz¨®n. Puede que no exista un hombre m¨¢s encantador en esta generaci¨®n. Su cabello era inmaculado, con un corte tan delicado y un color tan suave como el del melocot¨®n, que pod¨ªa conquistar el coraz¨®n y la mente incluso de la m¨¢s leal de las esposas. Su piel era clara y suave, sin ning¨²n tipo de manchas, y a¨²n as¨ª ten¨ªa el brillo de un hombre muy deseable. Sus ropas eran de un blanco cegador y de un azul suave, adornadas con un espejismo de elegantes adornos de color negro dorado. Con una mano levantada, la autoridad barbuda hizo callar al locutor, ya que incluso su rostro serio se apart¨® al verlo; sus labios se curvaron en una sonrisa paternal. "Se?or As de Diamantes. Mi primero y m¨¢s verdadero: Aneirin. Siempre es un placer". Ante las palabras de su padre, Aneirin esboz¨® una simple pero brillante sonrisa, tomando asiento al final de su marcha unipersonal. Con la presencia de los cuatro Ases, la verdadera discusi¨®n pod¨ªa finalmente comenzar. Y para alegr¨ªa de los poderes sentados, la multitud de nobles menores se hab¨ªa callado, todav¨ªa asombrada por la llegada simult¨¢nea de los cuatro. Los Ases eran los segundos en importancia tras el estatus del General, y no era ninguna controversia que su presencia fuera m¨¢s apreciada que la de este ¨²ltimo. Los cuatro eran endiabladamente astutos -salvo quiz¨¢s Auberon- y su servicio al pa¨ªs era casi inigualable. En comparaci¨®n, el rey podr¨ªa haber sido un campesino, al menos a los ojos del p¨²blico. "Hijos m¨ªos", habl¨® el segundo poder sentado, Ducasse, "Se les esperaba hace media hora". Levant¨¢ndose de su asiento para hablar, Auberon explic¨®. "No tenemos el menor deseo de molestarlo, padre. Se me encomend¨® un deber de lo m¨¢s sencillo, pero su tiempo fue un desperdicio". Apenas levantando un brazo, el ex¨®tico Arturius a?adi¨®: "No es como si pudi¨¦ramos eliminar a cualquiera de nuestro cuarteto. Al menos no en un momento como ¨¦ste. Ten¨ªamos que esperar". "Tu naturaleza perezosa es enga?osa, hijo m¨ªo", le espet¨® Ducasse, con las cejas fruncidas. En respuesta, Arturius se limit¨® a encogerse de hombros en su sitio, con el cuerpo desplegado en su asiento. "?Puedo hablar, padre?" Aneirin se levant¨® para preguntar, su preocupaci¨®n por hablar carec¨ªa de honestidad. Sus encantos asfixiar¨ªan a cualquiera que pudiera reflexionar. Con una sonrisa reci¨¦n encontrada, Ducasse asinti¨®. "Envi¨¦ un informante y un equipo de recolecci¨®n a los dominios Denizianos en relaci¨®n con la fallida transferencia de prisioneros. Desgraciadamente, a¨²n no han llegado, y la mercanc¨ªa prometida a¨²n no ha sido devuelta. Si mis sospechas son ciertas, solicito permiso para corregir el asunto". "Por supuesto, hijo m¨ªo. No dejes que los bastardos piensen mal de nosotros". Sin m¨¢s comentarios, Aneirin se sent¨®. "?As¨ª que el enemigo todav¨ªa tiene al Guardi¨¢n?", pregunt¨® un noble, sudando la gota gorda al pensarlo. "Efectivamente. Estuve presente durante la violaci¨®n de la penitenciar¨ªa", coment¨® Adolphus, poni¨¦ndose de pie con un saludo oficial. El noble chasque¨® la lengua y se dej¨® caer en el banco con un golpe seco. Arturius levant¨® una ceja. "?Le disparaste?" "Sus tendencias regenerativas son incomparables. Disparar contra ¨¦l habr¨ªa sido una sentencia de muerte asegurada. Adem¨¢s..." explic¨® Adolfo, cerrando los ojos con la respiraci¨®n contenida. "Permit¨ª la brecha". Varios nobles se levantaron con disgusto. Incluso el Rey, que no hab¨ªa dicho nada, jade¨®. Ducasse endureci¨® su semblante. "?Lord Ace! No es momento de bromas", orden¨® el locutor, hablando s¨®lo con la autoridad que representaba. Incluso el enano de los Ases le superaba en innumerables niveles. "No estoy bromeando", aclar¨® el As de Espadas, enfrent¨¢ndose al tribunal en pleno. En ese instante se intercambiaron murmullos al pasar el juicio de unos a otros sin control. Auberon se levant¨®. "Hermano, ?qu¨¦ est¨¢s insinuando?" Arturius ocult¨® una breve risa. "Realmente est¨¢s buscando problemas, joven. ?Soltando eso en un momento tan grave? Yo digo..." El rey, muy delgado, murmur¨® una pregunta ahogada, antes de que la voz estruendosa de Ducasse le abriera paso. "Hijo. ?Es esto cierto?" "Tan cierto como que el cielo es azul". "?Asisti¨® a los terroristas?" "No pod¨ªa masacrar a mis hombres. Tampoco quer¨ªa que lucharan en una batalla in¨²til, as¨ª que entregu¨¦ al matadero una cantidad no apta..."If you encounter this narrative on Amazon, note that it''s taken without the author''s consent. Report it. "?Hermano! ?Dices que no quieres acabar con tus hombres, y sin embargo env¨ªas a un conde desesperado a la carnicer¨ªa? ?Qu¨¦ te ha reclamado?" grit¨® Auberon en se?al de protesta, haciendo que el As se estremeciera. La corte se puso en pie cuando los nobles comenzaron a burlarse y confundir las decisiones del oficial. Esta inacci¨®n era totalmente antinatural en ¨¦l. Durante a?os se hab¨ªa comprometido con sus deberes, ?qu¨¦ podr¨ªa persuadirle de lo contrario? El padre resopl¨® profundamente, dejando caer su rostro sobre las palmas de las manos. Arturius parec¨ªa divertido, aunque s¨®lo fuera por eso. Auberon parec¨ªa a la vez furioso y preocupado, con la mirada tan desconcertada como siempre. Aneirin no dijo nada, guard¨¢ndose todos los pensamientos con una expresi¨®n tranquila. El Rey parec¨ªa p¨¢lido. Los nobles gritaban y denunciaban a su alrededor. Su padre parec¨ªa inequ¨ªvocamente decepcionado. Ante su aluvi¨®n de disgustos, Adolphus se mantuvo fuerte y recto, enfrent¨¢ndose a las turbulencias de los vientos que sus bocas venenosas vomitaban. Con una temblorosa toma de aire, aclarando su garganta, Adolphus comenz¨®. "Como saben, hace poco m¨¢s de una semana, la calle Fenicia fue arrasada por una invasi¨®n terrorista. Toda la calle se levant¨® y se desmoron¨®, las tiendas volaron por los aires y el Centro Comercial Lagahin fue enviado al suelo. Una acci¨®n sin duda responsable de la ira del Sindicato. Al menos, esa es la historia que se crey¨® el p¨²blico". El general levant¨® la cabeza para encontrarse con la mirada de su hijo. Arturius, conocedor de la situaci¨®n en la que se encontraba, se limit¨® a sonre¨ªr en se?al de reconocimiento. "Contin¨²a", orden¨® Ducasse. "Todos sabemos que esto no fue obra de un Syndie, sino de una fuerza totalmente distinta. Durante un tiempo incluso consideramos la posibilidad de que la culpa fuera de una desviaci¨®n imprevista del camino de la Bruja". "La forma en que lo dices, hermano... ?Quieres decir que la suposici¨®n es err¨®nea?" pregunt¨® Auberon, entrecerrando los ojos. "Sin duda alguna. Yo mismo fui testigo del autor". Golpeando un pu?o contra el escritorio, un patricio grit¨®: "??Entonces qui¨¦n?! ?Por qu¨¦ nos ocultas esta informaci¨®n?" Mirando con odio al arist¨®crata, el As explic¨®. "Era un hombre sin nombre. No llevaba m¨¢s que trapos y no utilizaba explosivos. Vi a ese hombre destruir una calle entera como si fuera un juego de ni?os. Barri¨® el lugar en un instante y, entre los cientos de v¨ªctimas civiles, asesin¨® a seis escuadrones de mis mejores ¨¦lites sin sudar. Ni siquiera dej¨® de caminar". Las acusaciones silenciosas fueron desplazadas por el de la teorizaci¨®n preocupada y los intentos infructuosos de racionalizaci¨®n. Ni Arturius ni Aneirin parecieron inmutarse lo m¨¢s m¨ªnimo. "Por alguna raz¨®n imp¨ªa, me permiti¨® vivir. No pude ni siquiera sacar mi arma; estaba en shock. Para cuando sal¨ª de mi veh¨ªculo, el ¨²ltimo de mis hombres hab¨ªa sido masacrado. A cambio de mi vida, me hizo prometer tres cosas: entregar la informaci¨®n que hab¨ªa acumulado a este mismo tribunal, enviarlo a una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad sin acci¨®n judicial y no hablar de su existencia hasta que estuviera fuera del pa¨ªs." "?Informaci¨®n? ?De qu¨¦ tipo?" exigi¨® Ducasse, con un tono fuerte. Volviendo su mirada hacia la multitud, el As de Picas asinti¨®. "Informaci¨®n sobre las t¨¢cticas planeadas por el Sindicato durante la guerra que se avecina". "?Quiere decir que este hombre estaba, de hecho, afiliado al Sindicato?", pregunt¨® un arist¨®crata. "Imposible. Ning¨²n hombre desear¨ªa ser arrojado a nuestra penitenciar¨ªa", exclam¨® otro noble. "?Esto es una locura...!" El As de Tr¨¦boles protest¨®. "No, querido hermano". La seriedad y la agitaci¨®n emocional dentro de la voz quebrada de Adolphus cortaron y silenciaron todas las voces. Con una mirada mortal hacia los dos poderes, Adolphus proclam¨®. "Ese d¨ªa mir¨¦ a la muerte a los ojos. La invasi¨®n Syndie no s¨®lo se llev¨® a los prisioneros, sino al hombre responsable de tal caos con ellos. El hombre responsable de mi destrucci¨®n". Con una mirada de soslayo, la piel p¨¢lida y las finas l¨¢grimas que corr¨ªan por sus mejillas, Adolphus esboz¨® una sonrisa rencorosa y despectiva. "El Sindicato seguramente se convertir¨¢ en polvo. Porque el hombre que llevaron con ellos no es un hombre. No es m¨¢s que el Diablo en carne y hueso". ? ? ? ? El mundo y todo lo que lo rodea es una forma material. La tierra limita el paso con su firmeza. El agua frena el movimiento con su estorbo. El viento, aunque imperceptible, empuja con su fuerza. El mundo est¨¢ lleno de colores, sonidos, sabores, sentimientos... una gama de percepciones ilimitadas. La vida florece en esta tierra. Las olas se forjan y chocan con esta agua. Las tormentas se gestan con estos vientos. El mundo en s¨ª mismo se adhiere a una larga lista de reglas y directrices no escritas, pero siempre verdaderas, no dobladas por ninguna, ni siquiera por la sobrenatural. Lo que podr¨ªa considerarse como "normalidad". De acuerdo con esto, tambi¨¦n se podr¨ªa considerar este nuevo espacio como una "anormalidad". Un lugar ausente de la norma com¨²n, que desaf¨ªa la voluntad de las leyes no escritas; ya sea de la f¨ªsica o de otro tipo. Aqu¨ª no exist¨ªa nada y, sin embargo, todo pod¨ªa. Pod¨ªas caer eternamente y nunca encontrar o ver el suelo. Pod¨ªas anhelar el agua y no encontrarla nunca. Pod¨ªas caminar durante una eternidad y no sentir nunca el m¨¢s m¨ªnimo br¨ªo. De hecho, las propias agujas de un reloj nunca se mover¨ªan. Un lugar sin fronteras ni l¨ªmites que carec¨ªa de color, sonido, sabor, sentimiento. Un vac¨ªo de luminiscencia, donde la ¨²nica percepci¨®n que encontrar¨ªan los ojos ser¨ªa un brillo interminable y deslumbrante. Un blanco de blancos, que nunca dejaba de florecer sus rayos, como si uno estuviera parado directamente al lado del sol en todas las direcciones. El ¨²nico sonido que se escuchar¨ªa por toda la eternidad ser¨ªa el ocioso pasar de las p¨¢ginas y los suaves garabatos de un hombre invertido en el mundo mismo, sentado en una silla de la nada que no podr¨ªa acomodarlo mejor. El hombre, visto de lejos, de cerca o a una modesta distancia, ten¨ªa un aspecto completamente impresionante. El pelo liso y blanco como la luna se enroscaba alrededor de su pecho, sobre esta silla invisible y fluyendo justo por encima de sus tobillos. Su vestimenta de seda estaba compuesta por un traje religioso de color p¨²rpura, negro y blanco, rematado con unas inusuales escamas redondeadas de plata junto al cuello. Gracias a esta vestimenta de color, era razonablemente visible en este entorno. Su piel era casi tan blanca como el resto de sus rasgos, lo que le convert¨ªa en un dolor de ojos para cualquiera que intentara percibirlo dentro del reino; sus iris eran de un gris cinc. Sobre su cabeza hab¨ªa un anillo de brillo -apenas visible en la blancura- que, de alguna manera, irradiaba una luz a¨²n m¨¢s brillante que la que le rodeaba; su espalda se complementaba con dos grandes alas emplumadas de similar esplendor blanquecino. En pocas palabras, al igual que este vac¨ªo, el hombre mismo era una expresi¨®n audaz del concepto de blanco. Un verdadero arc¨¢ngel, incluso se podr¨ªa decir. En su regazo se encontraba un tomo de considerables proporciones, abierto por su parte media. En sus manos, un libro m¨¢s peque?o y una pluma. En este espacio vac¨ªo, un peque?o frasco negro apareci¨® en el lejano horizonte, antes de acercarse al ¨¢ngel con velocidades imposibles, deteni¨¦ndose instant¨¢neamente por su mano inamovible mientras arrancaba su pluma sobre su contenido para un r¨¢pido llenado. Un simple bote de tinta. En el interminable silencio, un clamor de instrumentos silenciosos se impregn¨®, empa?ando la belleza de la naturaleza del vac¨ªo. Mirando hacia arriba con una sonrisa de bienvenida, el Celestial salud¨® suavemente al intruso. El ruido -este extra?o llamamiento a una mezcla de violines, contrabajos y violonchelos que tocan al un¨ªsono de forma ca¨®tica mientras no se tocan- marc¨® la entrada de otro personaje en particular; uno que no compart¨ªa del todo la tranquilidad del silencio en la medida en que ¨¦l lo hac¨ªa. La "m¨²sica" era espantosa, parecida a la de un m¨²sico inadecuado que acaba de quedarse sordo y que intenta impresionar a su familia en medio de una comida informal. Y, sin embargo, para el ¨¢ngel, este jaleo era un placer de conocer cada vez. Una rareza, de hecho. "Hola, Jack. ?O es Is¨®sceles ahora?", pregunt¨® el Celestial, cerrando su cuaderno y apoyando los brazos sobre las grandes p¨¢ginas del libro para atender mejor a su visitante. A diferencia de su propia y deslumbrante presencia, el f¨ªsico del visitante qued¨® eclipsado por la interminable luz, reducido a una silueta viva. Con un bufido parecido al de los cerdos y un gaggle desequilibrado y asim¨¦trico, el visitante solt¨® una respuesta. "?Ah, ooh, s¨ª! Is¨®sceles, Is¨®sceles tiene raz¨®n". Su voz, muy acorde con su naturaleza, era arrastrada, caprichosa y temblorosa. No importaban sus rasgos; ni siquiera sus gestos pod¨ªan verse f¨¢cilmente a trav¨¦s del blanco deslumbrante. "Nunca elegiste un nombre para ti. ?Por qu¨¦ no te adhieres a uno solo? Ser¨ªa mucho m¨¢s sencillo", insisti¨® el ser de luz, a lo que Is¨®sceles s¨®lo continu¨® con su alborotada risa. "No, no, nada. No se puede hacer eso. Les doy libertad para que me complazcan como ellos nombren, y me nombren como ellos quieran. ?La indiferencia es irresoluta!" La sombra del visitante se acerc¨®, observando las posesiones del ¨¢ngel. "?Sigues trabajando en la vieja f¨¢bula?" Con un dedo levantado y agitado y una sonrisa de conocimiento, el Celestial corrigi¨®: "Las f¨¢bulas ser¨ªan de fantas¨ªa. Para la camada m¨¢s joven. Estas no son de ficci¨®n, y ciertamente no ser¨ªan propias de un entretenimiento infantil, mi querido conocido". "?Ah, por supuesto, por supuesto, por supuesto!" Is¨®sceles asinti¨® con la cabeza, su presencia sobrepasando el umbral de la comodidad. Sin embargo, el ¨¢ngel permaneci¨® indiferente. "?De qui¨¦n escribes el placer de esta vez, hm?" "El cincuenta y siete". El ¨¢ngel apret¨® el cuaderno entre sus manos, apret¨¢ndolo contra su pecho en se?al de afecto. "Estoy bastante orgulloso de ¨¦l. Aunque digo que no estoy muy contento con toda la acci¨®n que tendr¨¦ que escribir". "?Hmhm? ?Es as¨ª, amigo? Entonces, ?por qu¨¦, por Dios, no eliges una menos cargada para trabajar?" "Me aburren los tipos menos impactantes... el romance s¨®lo puede despertar el inter¨¦s de uno durante un tiempo. Anhelo m¨¢s emoci¨®n, ?ves?", explic¨® el ¨¢ngel, golpeando la cubierta de su libro. Aunque es dif¨ªcil de ver, Is¨®sceles se apret¨® un dedo contra la barbilla, pensativo, y su cuerpo se inclin¨® m¨¢s de lo necesario. "Un motivo de admiraci¨®n, por rid¨ªculo que sea. Pero, ?por qu¨¦ ese? ?Qu¨¦ tiene de desconcertante el viejo cubo de ¨®xido?" Dando una patada a sus pies, el ¨¢ngel, como si se sintiera halagado, explic¨®. "Escribo de lo que considero m¨¢s fascinante de la historia de este mundo, como sabes. El Primero, el S¨¦ptimo, el Treinta y Ocho, el Cuarenta y Dos... Todos casos maravillosos con mucha historia para esponjar. Simplemente encuentro el Cincuenta y Siete tentador". "?De verdad? A mis ojos, parec¨ªa m¨¢s bien un flojo cuando nos enfrentamos por ¨²ltima vez...", se quej¨® el visitante, lanzando un fuerte suspiro. Y al instante siguiente, un torrente de energ¨ªa corri¨® por sus venas mientras se volv¨ªa hacia el ¨¢ngel. "?Y yo qu¨¦? Vivo en esta ¨¦poca; ?d¨®nde est¨¢ mi parte de las escrituras?" "Todav¨ªa no es tu momento. Todav¨ªa estoy en la guerra entre esos dos pa¨ªses. Sin embargo, te han mencionado de pasada". "Oh, boo. Av¨ªsame cuando haga mi aparici¨®n, ?quieres? Me encantar¨ªa encajar en tu surtido de robos de historia~" Frunciendo el ce?o, el Celestial apunt¨® con la pluma a Is¨®sceles. "El robo no es cierto. La recolecci¨®n de datos no es un pecado capital desde la ¨²ltima vez que lo comprob¨¦..." Una tetera lleg¨® volando desde el horizonte, al igual que la tinta. Con ella ven¨ªan dos tazas pulcramente elaboradas, ambas ya llenas de agua caliente y humeante. La sonrisa invisible en la cara de Isosceles se notaba s¨®lo por el ensanchamiento de sus mejillas. "?Bah~ Debes estar agotado! Haz, mustily, debes hacer bien en compartir unas hojas de Quesseltszbryne conmigo. Te sentar¨¢ bien", ofreci¨® Isosceles, que ya hab¨ªa servido las hojas con mucho entusiasmo para los dos, como si el consentimiento ya estuviera concedido. Aunque no era el m¨¢s espectacular de los sabores, las extra?as hojas de color naranja-p¨²rpura serv¨ªan como ¨²nica fuente de sabor de este lugar. Tomando una taza, el ¨¢ngel dio un sorbo. Un sabor decepcionante, como siempre. Servir¨ªa. "Estaba pensando en darle a ¨¦ste un nombre especial. Para diferenciarlo de los otros vol¨²menes". "?Hm, hm? ?Es eso cierto?" "Efectivamente", sonri¨® el ser alado, asintiendo. "Es una palabra de origen silvano con un significado desconocido incluso para m¨ª". Inclinando la cabeza, el visitante brome¨®. "?Sin saberlo? An¨®malo". "Hm, bastante", se ri¨® el ¨¢ngel, aclar¨¢ndose la garganta. "Estaba pensando que podr¨ªa llamarlo... "Mhaieiyu".